"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 26 de mayo de 2025

El hombre que cayó a la Tierra, de Walter Tevis

Biblioteca Nacional E51. Primero que todo, aviso que cambiamos la nomenclatura de la B.N.P.D., ya no organizada en temporadas sino que en una numeración continua, primero que todo porque así es más fácil cuantificar el total de las lecturas en esta biblioteca pública, y en segundo lugar, porque la temporada anterior y la última notificada de esa manera, no se completó: luego de El talón de hierro iba a leer el libro que sería S17E03, pero no pude, no me dio, demasiado para mí, demasiado ininteligible, demasiado raro y extraño, rebuscado, etc., y no les diré cuál fue, porque además llegué a sospechar un poco de la traducción y si me topo alguna vez con esa novela de nuevo (aunque primero deberé leer las primeras obras de dicho autor, que al parecer te allanan el terreno para ese campo más experimental en lo formal y narrativo), será un ejemplar editado por otra editorial sin duda, por si acaso. En fin, puede que el modo en que pido libros prestados en la B.N.P.D. no cambie, es decir que me siga llevando libros de tres en tres en tres, que es el máximo permitido por cada ocasión, pero puede que también, dependiendo del orden en que lea todo lo que pido en total, a veces me pase a la Biblioteca Nacional a devolver uno, o dos, y traerme uno o dos diferentes. Quizás estoy gastando palabras porque a ustedes les dé lo mismo cómo hago mis cosas. Como sea, no sabía que El hombre que cayó a la Tierra estaba en los estantes de la B.N.P.D., de hecho ni siquiera sabía que era una novela, tan sólo conocía la película de Nicolas Roeg con David Bowie (y parece que hace poco hicieron una nueva adaptación en formato miniserie con personajes negros, ¿qué, es una nueva adaptación de la novela o es un remake encubierto de "The Brother from Another Planet" de John Sayles?), de hecho ni siquiera se me hubiera ocurrido que el autor de esta novela era Walter Tevis, mismo autor de Gambito de dama o de El buscavidas y El color del dinero. Vaya cúmulo de sorpresas que hemos tenido en un sólo párrafo, ¿no les parece?


El hombre que cayó a la Tierra es una novela de ciencia ficción en la que un extraterrestre (que en mi cabeza me imaginé como David Bowie, claro, quién más) llega con una misión que debe cumplir. La novela, entonces, tiene dos vertientes por decirlo de alguna forma: por una parte, el desarrollo de dicho plan, desarrollo que resulta bastante entretenido porque, sin entrar en detalles, tiene que ver con la inteligencia del extraterrestre y de la cultura o civilización de la que proviene, y su capacidad para inventar cosas, para enriquecerse, para acumular poder e influencia, todo lo cual le servirá para el cumplimiento de dichos planes. El toque de anticipación y fantasía, fantasía realista si cabe (qué puedo saber yo de ciencia y esas cosas, pero los inventos y avances tecnológicos descritos por la novela parecen, lucen, se sienten plausibles, "acercándola" en cierto modo a la Tierra más que lanzándola al espacio exterior o hundiéndola en monstruosas distopías), sostiene el motor narrativo durante toda la novela, con los tejemanejes del extraterrestre con algunos de sus inocentes y crédulos aliados humanos, a veces con ciertos toques de humor, de comedia de equívocos, además de otros humanos mas avispados y menos cooperadores, quienes traen por su parte tensión, conflictos y misterios. Por otro lado está el aspecto filosófico y humanista, que no es de extrañar: el extraterrestre que llega con intenciones que iremos descubriendo poco a poco, un ser inteligente, mucho más inteligente y noble que cualquier ser humano, que sin embargo comienza a contagiarse de dicha imperfecta y sucia, lodosa humanidad, un extraterrestre que, además de verse atenazado por los vulgares vicios altos y pequeños (alcohol, poder, dinero), cae en una profunda y empinada y rocosa crisis existencial: qué sentido tiene para él vivir entre seres inmundos inferiores a él, qué sentido tiene su misión, qué sentido tiene cualquier cosa, acaso vale la pena esforzarse, acaso vale la pena tener una idea, una visión, acaso vale la pena nadar contra la corriente, luchar contra las adversidades, plantarle cara al destino con obstinación... 
En efecto, una novela de trama fluida cuya sustancia, cuyo mensaje, se entiende a la perfección, pero que en total no diría que sea o muy brillante, o muy magistral, o muy genial, pero funciona, como dije la narración de Tevis es efectiva y su prosa, aunque estamos ante una de sus primeras novelas, demuestra oficio y buen pulso para la creación y retrato de personajes hastiados y perdidos (no sólo el extraterrestre se cuestiona su existencia, la pertinencia de sus decisiones vitales, las aparentes posibilidades del destino), para los diálogos, para la descripción de acciones y lugares, su capacidad visual es notable, bastante cinemática, no es complicado imaginarse la escena en la mente, los colores, los movimientos, etc., es decir una novela escrita por un escritor que sabe lo que hace y cómo se hace, de eso no nos queda dudas, pero como digo, que no inventa una trama muy impactante y que tampoco parece del todo decidido a abrazar de lleno su mensaje filosófico o existencial, profundizar demasiado en los infiernos/demonios personales de cada personaje (que vendrían siendo los infiernos/demonios de todos en general: uno elige por uno y por todos, uno tropieza solo y en compañía de todos), en la compleja psicología de unos personajes que pudieron haber dado más jugo, más material, pero que más que artífices y responsables de sus situaciones personales parecen elegir el cómodo rol de víctimas de las circunstancias, y ahí no sé si creérmelo del todo, precisamente porque un examen psicológico y personal de personajes habría funcionado mejor que la mera descripción de rutinas abotargadas o uno que otro diálogo quejumbroso en plan "dejé de creer, dejé de soñar, dejé de luchar, dejé de confiar en mí". En otras palabras, estos personajes son más bien arquetipos del fracaso, de la derrota, del tedio, entendibles por encima, retratados lo suficiente como para empatizar con ellos lo justo, pero no se sienten como personajes de carne y hueso, con tripas y corazón, auténticos o genuinos, profundos ni hondos.
Tan sólo en el amargo capítulo final podemos notar a un escritor más comprometido y encarnado con sus personajes, con la tragedia que cargan, en unos diálogos y prosa cargados de cinismo, de descreimiento, de furia consumida pero aún emanando sus últimos hedores, en un final trágico y fatalista aunque quizás no sean los conceptos adecuados porque en este caso la maldición, la condena, la guillotina, tiene nombre y puede que apellido: sociedad moderna/occidental/capitalista. Puede que también sea la humanidad a secas, verdugo de sí misma, Prometeo a la vez que los dioses que lo castigan, la humanidad que busca la llama del conocimiento pero que al encontrarla se flagela, se encadena, se enceguece. Es de hecho un capítulo final bien jodido, inesperadamente jodido tomando en cuenta la atmósfera calculadamente amarga y defraudada y desalentada de sus dos partes anteriores, porque toma lo que vagamente flotaba en dichos capítulos y lo eleva a la décima potencia, lo materializa y cristaliza en una atmósfera penumbrosa y sombría, mostrando cuán fútil puede ser la voluntad individual o peor, cuán pesado y aplastante, asfixiante, puede ser la trituradora de carne a la que venimos a caer: una Tierra tan pero tan densa y turbia, tan maldita, que hasta un ser superior de otro planeta choca de lleno contra ese muro invisible y permeable que es, no lo sé, la arrogancia humana, el conformismo humano, su capacidad de autoengaño (que queremos el bien común, la salvación, la redención... es lo que dicen, no es lo que hacen), su devastadora ansia consumista y devoradora...
De todas formas, El hombre que cayó a la Tierra no tiene desperdicio, pienso que, con todo, su lectura vale la pena, aunque sea porque no deja de resultar interesante que, entre medio de una trama de ciencia ficción sobre extraterrestres y tecnologías casi milagrosas, los personajes de repente se pongan a empinar el codo, sentarse a mirar la nada y soltar la lengua en deprimentes divagaciones vitales, como olvidando las circunstancias tan extraordinarias que se desarrollan a su alrededor. Curioso, claro, pero en cierto modo recomendable, aunque no esperen una obra maestra, o una novela magnífica, ni siquiera un impactante o muy original ejercicio de género (podríamos decir que esta novela es como una novela de Bradbury pero más sucia, más "alcohólica", y claro, menos redonda). Un libro atípico, sin duda, eso hay que concedérselo, que se nota que busca darle una visión o voz personal e íntima a ideas y códigos universales. Personalmente no me ha dejado mucha huella que digamos...


Curiosa ficha bibliográfica la de El hombre que cayó a la Tierra. A simple vista no parece nada complicado, no parece física cuántica, y claramente no lo es, lo que pasa es que, de los tres préstamos en total, los otros dos que no son míos y que fueron hechos el 2024 dan a entender que esta novela estaba en la B.N.P.D. pero yo nunca la vi, nunca vi El hombre que cayó a la Tierra junto a Gambito de dama, novela que vi y pedí y leí justamente en las fechas escritas en la ficha. Extraño, ¿no? ¿Qué clase de conspiración será esta?

domingo, 25 de mayo de 2025

La mujer del río, de Paula Ilabaca


Bibliometro #108. Luego de haber leído la estupenda Camino cerrado, segunda novela de la poeta Paula Ilabaca, estaba bastante entusiasmado por leer sus otras novelas, por lo que no nos demoramos en atrapar, casi al vuelo, La mujer del río, su tercera novela, publicada hace un par de años o el año pasado (no lo he comprobado), que la mantiene en la senda del policial y que además está basado en hechos reales, lo cual para algunos lectores puede que sea un aliciente, pero, en el ámbito de la ficción, que lo narrado haya ocurrido en la realidad o no es irrelevante: la realidad y la ficción se superan mutuamente y, tal como tantos directores, escritores y poetas han señalado, lo más importante de una historia es que esté bien contada, por lo que despreocupémonos de las cuñas publicitarias.
 

Lamentablemente, La mujer del río me ha decepcionado. No por la prosa, por el estilo escritural de Paula Ilabaca, que sigue manteniendo su portentosa y poderosa expresividad anclada en un terreno ubicado entre lo poético y lo corriente, cotidiano, incluso profano y callejero, además de una deliciosa y apreciable variedad y conjunción de perspectivas y voces, ya sea la narración omnisciente en tercera persona, que es el eje principal del relato, como capítulos narrados solamente a través de diálogos, o testimonios en primera persona o "recados escritos", que arman una coralidad de trasfondos, contextos y estratos capaz de evidenciar cuán segregada puede llegar a ser la ciudad de Santiago y su sociedad, la sociedad capitalina; además de, claro, acercarnos un poco más a los personajes, al menos esa sería la intención, que sus palabras se nos hagan más humanas, más empáticas, como si nos interpelaran o hablaran a nosotros, que como lectores nada podemos hacer salvo sentirnos mal por el destino de ciertos personajes. Como sea, por esa parte, dijimos, no hay drama.

El problema, el error de cálculo, es que La mujer del río no es realmente un policial; a diferencia de Camino cerrado, que avanza con presteza y seguridad gracias al trabajo policial/investigativo de su protagonista, de paso abordando y abarcando otras temáticas y estilos, la presente novela, deliberadamente, evade por completo el procedimiento de la investigación (al principio un par de capítulos nos deleitan con un breve seguimiento policial, y después ya recién en sus páginas finales tenemos un par de capítulos dedicados a cómo un perito en huellas lo hace para determinar la identidad de la víctima), primero porque en ningún momento esconde la identidad de la víctima (restándole emoción, entonces, a la labor del perito en huellas, cuyos capítulos quedan casi como trámites) ni la de su victimario, ni el contexto o motivaciones o razones para el crimen cometido: el descuartizamiento de una mujer, cuyos restos fueron abandonados en la ribera del Río Mapocho dentro de una simple bolsa de basura, y en segundo lugar, porque lo que la autora en verdad pretende es adentrarse en la psiquis, en el mundo interior, en la vida íntima y en las dinámicas privadas e interpersonales de sus personajes, partiendo por la subcomisario "protagonista" (que al inicio la vemos encabezando un caso en donde la protagonista de Camino cerrado, ahora una impresionable niña, era la principal testigo del crimen), su jefe y vecino, el marido, la hija, la víctima, el victimario, otro jefazo superior, los peritos, un detective recién salido de la escuela de detectives, una periodista inescrupulosa, en fin, ya se hacen una idea. Y como acá no somos lectores/espectadores obtusos, nos damos cuenta de inmediato de que La mujer del río es eso: no un policial, sino que un intenso melodrama con policías y detectives, como un desordenado puzle, en donde hay más misterio e "investigación" en intentar poner las piezas de estos banales y trillados dramas sentimentales en su lugar, porque, por cierto, la novela estructura su cronología de manera fragmentaria y alternando hechos "finales" con otros del principio o de la mitad, siendo la lógica de dicha distribución, de nuevo, no la investigación del caso de la descuartizada (Macguffin, un caso cuya importancia narrativo-dramática es apenas testimonial), sino que la comprensión y reconstrucción de los dramas interpersonales de sus personajes, ir entendiendo esas incógnitas que tampoco es que sean el colmo de la originalidad: líos de faldas, infidelidades, amantes secretas, muchachitas soñadoras, detectives curtidos, gente que se escuda tras máscaras, etc.

De paso, de manera bastante explicativa, lo que resulta extraño e impropio de una autora capaz de andarse con más sutilezas narrativo-discursivas, se abordan temas importantes y aún vigentes, partiendo por el machismo y sexismo de la sociedad y de las instituciones, o la deleznable mala costumbre de que las jefaturas mezclen la vida privada con la profesional, entre otros que no sólo no son difíciles de captar sino que se te lanzan a la cara con toda su urgencia. Es decir, todo lo que destacaba notablemente en Camino cerrado se mantiene acá, pero ejecutado de peor forma, de manera más torpe y aturdida, de forma evidente y, por lo mismo y de manera paradójica, menos profunda y compleja. Sumen a ello que los personajes en sí terminan siendo algo exasperantes y por momentos contradictorios, a veces se comportan de manera muy diferente a cómo son descritos por la narradora principal, y creo que dicho bache no se justifica plenamente con eso de "pero es que de eso se trata: en el trabajo deben mantener cierta postura y ya en sus casas pueden quitarse las caretas y permitir ser más vulnerables, dejar de actuar fuertes todo el tiempo" porque, bueno, algunos personajes se comportan contradictoriamente en todos lados. De todas formas, qué más da, ya hemos hablado lo suficiente, ya hemos señalado nuestros reproches y los aspectos positivos como negativos de esta decepcionante novela. Si la leen, esta sería mi advertencia: no esperen un policial, sino un melodrama sentimental con policías, con personaje disparmente construidos, y un crimen ocasional en medio que no ofrece ninguna incógnita ni tampoco visiones nuevas.

Entonces, dicho todo esto, ¿sigue siendo relevante si esta historia está basada en hechos reales o no? Por eso siempre me causan indiferencia tales trucos publicitarios, lo que importa es saber contar una historia, saber contarla, no explicarla o analizarla dentro del relato. Una lástima, esperaba mucho más, o mejor dicho esperaba algo mejor logrado, de parte de Paula Ilabaca, autora de la recomendadísima Camino cerrado, un verdadero policial con todas las de la ley.

La mujer del río ha tenido más lecturas que La mujer de la falda violeta, aunque vaya contraste: si la novela japonesa, de sus ocho préstamos, tenía seis en el 2024, de los once préstamos que tiene esta novela chilena solamente uno es de dicho año y el resto de nuestro actual 2025, aunque hay fechas bien sospechosas (aparte de mal estampadas, desordenadas, y una fecha escrita a lápiz), como a finales de marzo, ¿no son sospechosas esas devoluciones del 24, luego 28 y luego 31? ¿Serán una extensión de la primera fecha o qué?, porque no se puede renovar un libro dos veces, aunque ahora que lo pienso, a lo mejor la persona devolvió el libro mucho antes del 24 de marzo, lo devolvió casi al día después de haberlo pedido, lo que explicaría que, si otra persona llegó a pedir el mismo ejemplar, su devolución sea para el 28, a fin de cuentas La mujer del río es una novela que se lee rápido, en máximo dos días se puede despachar. Tiene sentido, ¿no? Recién ahora se me ocurrió esa posibilidad.

viernes, 23 de mayo de 2025

La mujer de la falda violeta, de Natsuko Imamura

 

Bibliometro #107. He acá uno de esos libros de los que no sabíamos absolutamente nada al respecto, y por lo mismo, y como se da la casualidad de ser una autora japonesa (estamos dándole cosa buena a la literatura japonesa de ayer y de hoy), nos aseguramos y lo pedimos para saciar la curiosidad provocada por un título como La mujer de la falda violeta, de una tal Natsuko Imamura (que es muy reconocida en su país, como no podía ser de otra manera, y que, por cierto, hasta donde pude comprobar, no está emparentada con el director de cine Shohei Imamura). Casi me dio un pequeño ataque cuando noté esa cita de una reseña que se puede ver bajo el título: "Una novela sobre lo difícil que es encontrar un lugar en el mundo", y yo pensé "demonios, ¡maldita sea!, por favor que no sea una historia cursi y almibarada con banales filosofadas y aleccionamientos existenciales de aeropuerto", no mentiré si les digo que me puse a leer esta novela con ciertos temores.


En serio, ¿qué demonios es esa cita?, ¿a quién se le ocurrió que era una buena idea colocarla en ese estratégico lugar de la portada siendo que no tiene nada que ver con lo que cuenta, narra y expresa esta novela? Es como si el de The Japan News no la hubiera leído y, por decir algo, escupió la primera frase trillada que se le vino a la cabeza. "Encontrar su lugar en el mundo" las pelotas, dios santo...
Ahora bien, La mujer de la falda violeta guarda no pocas sorpresas en varios aspectos, tanto desde el punto de vista de su narradora como en el tono, en la atmósfera y en la oscuridad latente de su trama y sus personajes. Escrito en un estilo bien directo, bien sencillo, bien ligero incluso, en un lenguaje carente de palabras rebuscadas o de artificios narratológicos, describiendo de manera sucinta y digamos que hasta objetiva lo que hay, los entornos y lo que hacen/dicen los personajes, a esta novela tampoco le falta cierto encanto, cierto carisma en su narración, que a pesar de lo recién descrito no tiene, por mencionar una obra recientemente leída y comentada, ese minimalismo impersonal, seco y desapasionado de No es país para viejos, o el apresurado, amontonado y distanciado recuento de adversidades de La tumba de las luciérnagas. Podríamos decir que La mujer de la falda violeta es una novela escrita en tonos pastel, con un leve toque Wesandersoniano pero, obviamente, sin tanta artificiosidad visual ni ampulosidad plástica (es más bien otra pequeña referencia ilustrativa). La novela de Natsuko Imamura se ubica en una zona intermedia entre cierto distanciamiento narrativo y una cercanía omnisciente, lo cual es claramente una decisión, una muy coherente por lo demás y que de por sí es una de las claves para entender y disfrutar esta propuesta inesperadamente compleja, inusitadamente sutil, un llamativo ejercicio de observación de la realidad, o de observar la realidad haciéndola llamativa: transformar lo común y corriente, gracias a la mirada de los observadores/lectores, en algo digno de atención.
La protagonista apenas habla de sí misma, casi exclusivamente nos habla sobre la mujer de la falda violeta, lo que hace, cómo vive, su rutina, sus peculiaridades y particularidades, sus extravagancias, su aparente soledad inveterada, su curiosa fragilidad, su atractivo mutismo, su extraña y como involuntaria capacidad para abstraerse de todo lo que la rodea... Las cosas se ponen en movimiento cuando la protagonista, que no sabemos quién es ni cómo demonios sabe tanto sobre la mujer de la falda violeta ni cómo es capaz de seguirle los pasos día a día, se propone el objetivo de hacerse amiga de esa mujer, en convertirse su mejor amiga, su única amiga, su amiga íntima y de confianza, quién más si no hay nadie en la vida de dicha mujer hasta donde ha podido observar, por lo que se pondrá manos a la obra a idear maneras de "acercar", de "unir" ambos destinos. De esta manera, la novela se desarrolla a dos niveles: el rutinario, el cotidiano, con la vida de la mujer de la falda violeta intentando mantenerse a flote, buscando trabajo, etc., y el otro nivel, el nivel improbablemente perturbador, tenebroso, siniestro, y que uno intuye precisamente debido a esas preguntas que nos hacemos: ¿Cómo mierda la narradora tiene tanto tiempo y tanta energía para satisfacer su fijación con la mujer de la falda violeta? ¿Qué produce dicha fijación, qué puede esperarse de una persona que virtualmente no tiene vida salvo para espiar la vida de otra mujer a la que no conoce? Lo que me parece especialmente estimulante y genial es que, sin perder ese tono ligero, pastel, la trama de La mujer de la falda violeta va dejando sentir, palpable, una energía subyacente bien oscura, bien sospechosa, bien inquietante, esa es la palabra, inquietante, porque... ¿podemos confiar en la persona que nos narra esta historia? Y ambos niveles de observación y confianza se entrelazan en unos acontecimientos que son tan artificiales como orgánicos, porque ¿hasta qué punto una persona obsesionada puede manejar los hilos de su objeto de admiración? ¿Qué tan reales son las reacciones, las relaciones, qué tanto tienen de fabricación?
Así que como ven, no es esta una novela sobre "lo difícil de encontrar un lugar en el mundo", a menos que la sometas a una lectura e interpretación sumamente tendenciosa, forzada y rebuscada que se alinee con semejante bajeza de conclusión. Podríamos decir, por decir algo, que es sobre la soledad, la alienación, incluso sobre la locura, cierta locura, sobre los peligros escondidos bajo una rutilante paleta de colores, sobre los fantasmas agazapados tras el velo de la normalidad, sobre los lobos escondidos en piel de oveja, qué sé yo, sobre que la sociedad es como un ente cerrado, en el que es imposible de encajar sin perder tus rasgos únicos y distintivos... En cualquier caso, en primer lugar, el enfoque de la autora sería menos filosófico/existencial que social/material/sociológico, ya saben, más centrada en los recovecos de las estructuras del tejido social y humano, e incluso psicológico, habida cuenta de la desconcertante personalidad de la mujer de la falda violeta y, sobre todo, de su implacable observadora, sin mencionar la mordacidad crítica con que retrata ciertos entornos laborales y urbanos (clasismo, privacidad, etc.) o describe ciertas conductas normalizadas a regañadientes pero bien rancias, bien retrógradas, bien hipócritas (el machismo nipón, bien camuflado bajo tanto brillo neón-kawai), así que no teman, no están ante una novela pueril, cursi y simplona en plan autoayuda disfrazada de ficción. En segundo lugar, toda interpretación les corresponde a ustedes, porque la autora, Natsuko Imamura, escribe esta novela siguiendo una premisa bien cinematográfica: sugiere, no expliques ni explicites ni menos te compliques: déjate llevar, disfruta lo que pasa, el mensaje y la sustancia brotarán naturalmente gracias a la interacción obra-lector. Porque es increíble todo lo que emana de esta historias y estos personajes sin que la autora recalque ni subraye nada, es cosa de dejarse llevar por esta novela que no lo parece, pero que es mucho más sombría y desoladora de lo que aparenta. En última instancia, quizás sea una novela sobre la desesperación, sobre el abandono, sobre abismos de angustia y de compañerismos en la tormenta...
Atrévanse, se van a sorprender: La mujer de la falda violeta, de Natsuko Imamura.


Unos trece meses de existencia bibliometrense lleva La mujer de la falda violeta, ocho préstamos en total, lo cual no hace un mal promedio, además las fechas están estampadas de manera bastante pulcra, no perfecto, pero oigan, se ve agradablemente ordenado. Es una buena lectura, sorprendente además, si le dan una oportunidad estoy seguro que terminarán con una sonrisa cómplice, la autora de verdad logra sobreponerse a todo lugar común.

miércoles, 21 de mayo de 2025

El señor Nakano y las mujeres, de Hiromi Kawakami

 

Biblioteca de Santiago nº26. Partamos diciendo que no sé por qué demonios le ponen estos títulos tan obviamente, tan descaradamente romanticones a los libros de Hiromi Kawakami, una escritora cuya obra está lejos de ser una simple colección de novelas rosas y sentimentales, pero que al menos en estas publicaciones, tanto en títulos como en portadas, te hacen evocar poco menos que cursis y azucarados romances para adolescentes. Según el traductor de Google y algunas otras fuentes algo más fiables, el título original de esta novela podría ser algo cercano a La tienda de trastos viejos del señor Nakano, que es un título mucho más respetuoso con la maldita novela que tenemos entre manos, que no trata, se los adelanto, sobre los amoríos del tal señor Nakano. Como sea, gracias a Bibliometro hemos leído y comentado tres novelas de Kawakami, y como en la BDS encontramos otros títulos más, por supuesto que nos lanzamos de cabeza, porque esta autora me interesa mucho: es mucho más de lo que parece, es mucho más compleja, profunda y única de lo que sugiere el tratamiento simplón que le dan las editoriales en español.


Leí El señor Nakano y las mujeres luego de haber leído N.P. de Banana Yoshimoto, lo cual no sólo supuso un soplo de aire fresco y de alivio lector (como siempre quedo, tras una lectura insatisfecha, con cierto grado de culpabilidad, comprobar luego con libros mejores que mis reproches y descontentos para con los libros malos no son meros caprichos ni tampoco se deben a factores personales externos me provoca una agradable sensación vindicatoria: que tengo razón, maldita sea), sino que me hizo apreciar aún más la sólida, rotunda y coherente propuesta literaria, narrativa, dramática, de Hiromi Kawakami, que no necesita de truquitos efectistas o de falsas atmósferas de misterio para contarte historias genuinamente interesantes y personajes auténticamente atractivos, para escribir, a fin de cuentas, una buena novela que se lee con fluidez, amén de la prosa cristalina y sencilla, pero de mirada honda y trazos precisos, detallados, y que se aprecia con la profunda placidez con que uno se quedaría observando una pintura de grandes dimensiones cuyo estilo quizás no se acerque a un puntilloso hiperrealismo como a cierto toque naif capaz de captar y expresar en/a-través-de sus formas más sencillas la esencia y la naturaleza, compleja y de múltiples capas, de sus objetos, retratos, paisajes, todo enmarcado dentro de esta narración al estilo slice-of-life que se desarrolla en la Prendería Nakano, una tienda en donde se venden objetos usados, tienda regentada por el mentado señor Nakano, todo un personaje bien particular y llamativo, en la cual trabajan Takeo, un taciturno joven, y Hitomi, la cajera, una bonachona muchacha que es la que nos cuenta cómo transcurre el tiempo, los días y los meses, entre el ajetreo laboral, las relaciones profesionales, las anécdotas de un día y de otro, las vidas de cada empleado que vamos conociendo a medida que pasan las páginas, sus peculiaridades, sus personalidades, en fin ya se imaginan...
Por eso destaco con tanta fuerza la calidad en la prosa, en la mirada, en la narrativa de Kawakami (que destaca por sí sola, no necesariamente en comparación con Banana Yoshimoto), porque en esencia también en esta novela nos cuenta los altos y bajos personales y emocionales de un puñado de personajes a lo largo de cierto marco temporal (que por suerte no es otro "nostálgico verano"), con sus sueños, sus penas, sus frustraciones, sus alegrías, sus secretos, sus lágrimas, lo que dicen y lo que callan, lo que esconden y lo que exteriorizan, pero todo es real, de carne y hueso, son problemas y sucesos y tramas que nacen de lo concreto, de lo cotidiano, de sus rutinas, todos sus líos emocionales y mentales remiten a sus vidas, a lo que viven, y no son burdas invenciones ociosas ni exagerados remolinos dentro de un vaso de agua. Si están tristes y andan con pena no es porque se sientan malditos o algo así, es porque tuvieron un mal día en el trabajo, o sufrieron un desengaño amoroso, o chocaron con una contrariedad inesperada, etc., y si se sienten felices e inspirados o rebosantes de energía no es porque sean parte de una profecía o les haya hablado un oráculo o una epifanía se les apareciera en sueños, es porque tuvieron un buen día, o compartieron lindos momentos con alguien especial, o una buena noticia trae consigo promesas futuras... Hay una evolución y desarrollo de personajes, uno termina implicado con sus vidas, familiarizado, convirtiéndose en el miembro invisible y mudo de la familia, pero que está ahí, con ellas y ellos, desde que se abre la tienda hasta que cierran y se quedan a comer todos juntos, o quizás vayan a tomar algo por ahí, o se visiten en sus casas o departamentos, o cada uno se vaya a su hogar a pasar el tiempo a solas, rumiando su existencia, contando ovejas, pensando y reflexionando e intentando no pensar ni reflexionar, sino yacer en un espacio blanco.
El señor Nakano y las mujeres es un agridulce, pero potente y honesto, y bello y sencillo, slice-of-life que te llega hasta adentro, que lo sientes en las entrañas, porque está escrito con una rabiosa modestia, o una modesta fiereza, y que entretiene tanto como desalienta a veces, como la vida misma tiene de todo, (sus intrigas, sus silencios incómodos, sus discusiones monosilábicas, sus sorpresas interesantes, sus hechos de sangre, sus verdades que duelen), pues la vida no es un sueño, la vida no se detiene, es decir todo lo bueno, todo lo lindo, todo lo agradable pasa, avanza, nada es para siempre, no se puede trabajar en una tienda de objetos usados toda la vida por ejemplo... En ese sentido, esperen a llegar al último capítulo, todo un mazazo, y quizás no por las razones que se imaginen. Como sea, gran libro, bellísimo libro, una oda a las vidas sencillas, a la literatura sencilla y de calidad, a la literatura cristalina y de la claridad, de palabras y emociones inteligibles, que precisamente debido a la transparencia de su estilo resulta ser mucho más poderosa que cualquier vano y enredado artilugio onanista. Yo feliz me compraría este libro para guardarlo en un lugar especial de mi biblioteca personal, y para releerlo cada vez que se me ocurra.

lunes, 19 de mayo de 2025

Camille, de Pierre Lemaitre

 

Bibliometro #106. Bien, luego de Alex y de Rosy & John, llega Camille, la cuarta novela de la saga protagonizada por el comisario Camille Verhoeven. Ha sido un verdadero placer adentrarse en esta saga, muy refrescante, muy revitalizador si es que de repente te vas topando con lecturas algo cansinas, una saga de novelas negras atípicas, novelas negras con giros bien ingeniosos y retorcidos, novelas negras escritas por un escritor que aborda los códigos del género verdaderamente desde lo literario y no desde lo canónico, hemos visto que cada propuesta se estructura a partir de premisas y características del noir o policial, pero revistiéndolos de una honda oscuridad y de propuestas estilísticas bien estimulantes, enriquecidos con un dejo irónico que los eleva por sobre la media. Camille, la cuarta novela decíamos, si bien no es la mejor novela de la saga, si bien tiene un poco de esa calculada y convencional imperfección con que Lemaitre juega con fuego, sí es un excelente cierre, casi un broche de oro, a la altura del espíritu salvaje y mordaz de la serie. Pero mejor entremos un poco más en detalle a continuación, vamos.


Camille es otra retorcidísima novela negra de Pierre Lemaitre en la que este ingenioso y creativo autor es capaz de subvertir los lugares comunes del género, en cierta forma para volverlos del revés, para hacerte reconsiderar todo lo que hasta cierto punto dabas por sentado y sorprenderte con endiablados giros argumentales plenamente coherentes, convincentes y creíbles, que revelación tras revelación van conformando un ritmo frenético, imparable, como un tren sin frenos, apabullante a su paso.
Sin embargo, para ello, Lemaitre vuelve a proponer un arriesgado juego que, luego de unas primeras diez páginas consciente y deliberadamente despistantes (¿existe esa palabra cierto?), diez páginas que si alguien dice que son algo tendenciosas y engañosas no le corregiré porque es cierto (te hace pensar cosas que no son tales y no entiendo aún muy bien para qué o por qué lo hace...), nos sumerge en una trama que sigue, punto por punto, cada paso, cada etapa, cada lugar común que exige su argumento, el argumento del último caso en que seguiremos al comisario Camille Verhoeven: el asalto a una joyería cometido por tres criminales que, por alguna razón, se ensañan con una transeúnte que iba pasando por ahí, mal momento mal lugar, una transeúnte que resulta ser la actual pareja del comisario, una transeúnte que sobrevive con la cara desfigurada y el cuerpo amoratado, trizado y golpeado, a duras penas manteniéndose consciente. Siendo algo prácticamente personal, el comisario Verhoeven se toma como misión capturar a los tres asaltantes, a pesar de que el robo fue virtualmente perfecto y la implicación de su pareja fue terrible casualidad, uno de esos crueles azares de la vida. Y ante lo difícil del caso, quizás el comisario Verhoeven se saque algunos trucos de bajo la manga que sean, digamos, moral y éticamente cuestionables, ¿poniendo en peligro su carrera policial para poder vengar a su pareja, tan insensatamente maltratada?
Como novedad, debemos mencionar que, aparte de la narración omnisciente en tercera persona que caracteriza las cuatro novelas de la saga, en esta novela en particular tenemos intercalados algunos capítulos narrados en primera persona por el antagonista, el desconocido líder de los asaltantes, que luego del asalto se dedica a llevar a cabo un montón de intrigantes tareas sin que sepamos quién es ni qué demonios planea, pero dejando instalada la certeza de que hay gato encerrado, de que nada es lo que parece y de que, quizás, el azar no existe del todo, es decir, de que no haya esperanza alguna para nadie: todos bailan a la música colocada por aquel que sabe más que tú, que uno. De esta manera, lo que en su primer tercio parece un caso bastante rutinario y convencional (porque lo es, Lemaitre es consciente de eso y se lanza con todo a esa seguidilla de lugares comunes), poco a poco, amén de la contraposición y acusada contradicción entre los capítulos narrados por el antagonista y los otros en donde se nos cuentan los esfuerzos de Camille Verhoeven por atrapar a los asaltantes, cuyas informaciones contrapuestas pueden darte un quebradero de cabeza si no vas preparado para cuestionarlo todo, vamos vislumbrando la verdadera naturaleza, abismante y bastante terrorífica, de todo el enredo este: los puntos comienzan a conectarse, las aparentes lagunas o contradicciones se aclaran y armonizan con el cuerpo central del relato, las ambigüedades se cristalizan en nítidos y afilados contornos, los lugares comunes se revelan como cajas con fondo falso que por fin desencajamos para atisbar en lo que debía permanecer escondido, y lo más genial es que mientras más se aclara todo, mientras más y mejor encajan las piezas, más retorcido y diabólico se revela todo, porque la verdadera forma de esta historia, la forma de su verdad, es una acentuada espiral, una espiral descendente hacia el infierno definitivo de Camille Verhoeven: el de sus miedos y soledades más profundas e incendiarias.
Eso sí, debo decir que la identidad del antagonista no resulta muy impactante (aunque la revelación en sí resulta sorprendente, que no es lo mismo por favor) y el clímax del relato, el encuentro final, queda con algo de gusto a poco, sobre todo por la brutal escalada de nervios y ansias que uno iba sintiendo mientras se adentraba en las entrañas de esa retorcida espiral argumental y que luego, ahí al final, queda como refrenado, sin embargo, qué puedo decir, la trama de esta novela final es perfecta e ideal no sólo en lo que respecta al espíritu literario/narrativo/estilístico de esta saga (el de abordar con respetuosos y sangrientos ingenio e ironía los códigos y claves de la novela negra más reconocible) sino que, sobre todo, en lo relacionado al argumento y a su protagonista, a su sino trágico, a sus talento policial maldito, a sus casos anti-redentores, a sus búsquedas/carreras desesperadas y devastadoras que siempre lo empujaban cada vez más cerca del abismo, como condenado a la oscuridad más absoluta, más desgarradora, más desintegradora: de verdad no hay esperanza para ti, Camille, pareces llevar la muerte contigo a todas partes, como una enfermedad de la que eres inevitablemente inmune pero no los seres que quieres proteger.
A pesar de todos sus pros y sus deliberados/conscientes/asumidos contras (que en cierto modo también son sus pros), les recomiendo un montón la saga de Camille Verhoeven, compuesta por Irène, Alex, Rosy & John y Camille. Son historias oscuras, violentas, retorcidas (imposible no seguir repitiendo esta palabra, es la que mejor define esta propuesta), pero también ingeniosas, irónicas y muy sorprendentes, imposible es quedarse indiferente ante lo que se lee, además Pierre Lemaitre escribe, ya lo dije la otra vez, con mucha personalidad, no necesariamente genial o magistral, pero sin duda escribe con peso, sus palabras son capaces de rasgar la retina, de trascender el papel, de crear imágenes, de provocar sensaciones, de golpearte y por momentos aturdirte, hacerte sentir mal, deshecho, descorazonado, tal es la potente amalgama entre sus tramas, su estilo y sus decisiones narrativas. He quedado profundamente interesado por la obra de este autor, así que espero poder encontrar algo más de él en otras bibliotecas, porque la saga Verhoeven es todo lo que Bibliometro tiene de él.
Por mi parte, reitero por última vez: lean sin miedo esta saga, es una lectura imperdible. Y vayan preparados, porque hasta a mí, que tengo estómago, por momentos ciertas enfermizas y extremas escenas me causaban náuseas. Avisados quedan, disfruten ;)


A estas alturas ya perdí un poco la pista de los préstamos bibliometruscos de la saga de Camille Verhoeven... ¿Se corresponden los cuatro préstamos de este libro con los de Rosy & John y Alex? Sé que por mi parte sí, y quizás esos dos préstamos del 2022 también, quién sabe, compruébenlo, puede ser divertido. Lo cierto es que cada novela de esta saga tiene más de media docena de ejemplares repartidos en las sedes bibliometrenses, por lo que la ficha bibliográfica de los que nosotros hemos leído no tienen porqué tener ninguna continuidad entre sí, qué triste es la realidad a veces, ¿no creen?

domingo, 18 de mayo de 2025

Rosy & John, de Pierre Lemaitre

Bibliometro #105. No hay primera sin segunda ni segunda sin tercera, así que si Alex estaba disponible en la red bibliometrense seguramente lo iba a estar Rosy & John, ¿cierto?, ¡cierto!, Rosy & John estaba disponible, acá lo tenemos, continuando con las implacables aventuras policiales del singular Camille Verhoeven, no nos vamos a bajar del tren a mitad de camino, claro que no.


Rosy & John es una novela más compacta, de unas 150 páginas nada más ("nada más" en comparación con las casi 400 de las otras novelas de la serie, claro), que nace de, cómo decirlo, un encargo o un reto que le propusieron a Pierre Lemaitre: el de escribir una novela digital, de capítulos cortos, más o menos destinado a esa gente que va leyendo en el camino de ida al trabajo y de vuelta a casa, con el celular en la mano en el metro o en la micro, de ahí su breve extensión y, seguramente, una prosa mucho más sencilla y directa de lo que hemos apreciado en Irène y Alex. Sin embargo, Rosy & John, aún con esas restricciones formales (que luego fueron pulidas y completadas, o enriquecidas, por Lemaitre al publicarse ya en papel), resulta ser una novela no solamente muy entretenida sino que perfectamente coherente con el universo y el estilo de Camille Verhoeven, sobre todo si consideramos cuán, ejem, caprichoso es el nexo que ata a nuestro comandante de la BC parisina con el caso que nos convoca.
Porque Rosy & John comienza con una explosión en un barrio parisino, a todas luces un atentado terrorista, una tarea que claramente no le incumbe a la Brigada Criminal. Pero resulta que el perpetrador del bombazo se presenta en la comisaría, confiesa su autoría en el ataque, informa que hay otras seis bombas más plantadas en puntos desconocidos de la capital y sentencia que sólo quiere hablar y tratar y negociar con el famoso comandante Camille Verhoeven, a quien le exigirá ridículas condiciones para desarmar las bombas, de lo contrario se quedará mutis y tendrán que esperar a que las otras bombas exploten, con el consabido recuento de víctimas fatales. Por lo que nuestro protagonista tendrá que asumir cierto liderazgo en este caso de terrorismo.
A pesar de un inicio bastante flojo, en donde la prosa de Lemaitre parece extrañamente constreñida y demasiado ilustrativa (era de esperar, a raíz de las circunstancias de su redacción, pero no a semejante nivel de simplicidad, de falta de... personalidad), casi como si pareciera la novela de cualquier otro autor contándonos el enésimo caso de bombas despedazando la ciudad (como si fuera la enésima película estilo Jason Bourne y semejantes, con ese artificioso frenetismo coral) con personajes corriendo de un lado a otro y autoridades poniendo cara de circunstancias recabando exigua información mientras gritan órdenes a diestra y siniestra, la cosa, por suerte, no tarda en encarrilarse cuando Camille Verhoeven toma las riendas de la situación y la trama, la narración, la novela, vuelve a los terrenos de su singular protagonista, esto es: la investigación criminal, tan retorcida y sorprendente como cabría esperar, que debe llevarse a cabo de los antecedentes y del pasado del terrorista con la esperanza de encontrar pistas sobre la ubicación de las otras bombas (y una que otra ventaja psicológica), una investigación áspera, tensa, impelida por la angustia y la urgencia pero sostenida por el oficio y la sangre fría, no carente del negro sentido del humor de su autor; y, claro, la complejidad moral y psicológica de los personajes, que nunca son lo que aparentan y cuya exploración, cuyo entendimiento, es un reto, un duelo, una investigación en sí misma: qué puede encontrar Camille Verhoeven dentro de la mirada apagada y taciturna de este joven terrorista que parece decidido a todo con tal de llevar a cabo su misión. Cómo desarmar a este terrorista que, con ánimos cuasi suicidas, se lanza al abismo de su determinación. Cómo resolver el caso sin heridos, sin víctimas civiles inocentes, cómo sonsacarle la información a este terrorista sin ceder a sus burdas exigencias (porque las autoridades no van a ceder, claro, pero tampoco pueden dejar que las bombas exploten... ¡vaya predicamento al que te han arrastrado, comandante!).
Así pues, qué puedo decir, tenemos una novela sumamente entretenida, cautivante y, cuando Camille Verhoeven se adueña de todo, realmente potente en sus cualidades, las cuales te hacen olvidar por completo esas primeras páginas tan rutinarias y alimenticias, para sorprenderte con la seguidilla de giros argumentales y sorpresas narrativas marcas de la casa, capaces de jugar socarronamente con los códigos más comunes del género y dotarlos de frescura, de cierta originalidad: como si el autor estuviera diciendo "¿ven que se puede ir más allá, que se pueden empujar los límites de lo conocido, de lo aceptado, de lo convenido?". Rosy & John es una rotunda novela policial contra-reloj, sin duda alguna. Aunque sea un caso tangencial, y caprichoso como se vio, en la vida de Verhoeven, es un caso coherente con el universo y los códigos internos que le ha creado Lemaitre, que hace de este encargo una novela completamente suya: trama intensa; argumento retorcido y enrevesado e ingenioso; personajes psicológicamente complejos y abismados y atormentados; prosa áspera, irónica, afilada, impetuosa. Muy bien.


No parece que los cuatro lectores de Alex hayan continuado con la saga de Camille Verhoeven, al menos, así parece, sólo los dos primeros se animaron a seguir con Rosy & John, y luego yo, claro, por favor comparen las fechas y díganme si me he confundido. Por lo demás, ¿era tan difícil estampar ese 10 de Mayor del 2022 donde correspondía?, que no creo que sea lo mismo que intentar meter un hilo en el agujero de una aguja, por dios. Eso sí, debo señalar que quizás los dos lectores que faltan en esta ficha quizás hayan leído otro ejemplar de esta novela, a decir verdad hay más de una docena de ejemplares repartidos entre las distintas sucursales. Tiene que ser eso, ¿no?, ¿cómo no te van a dar ganas de seguir leyendo los casos de este comandante?

viernes, 16 de mayo de 2025

Alex, de Pierre Lemaitre

 

Bibliometro #104. Hace no mucho tiempo, puede que hace menos de un mes aproximadamente, gracias a la B.N.P.D. leímos Irène, una novela negra escrita por el francés Pierre Lemaitre, que resulta ser la primera de una serie de cuatro novelas protagonizadas por el comisario de la Brigada Criminal de París, Camille Verhoeven. Como por acá intentamos terminar todo lo que se comienza (si es que los medios nos lo permiten), y como Irène fue una lectura genuinamente interesante e intensa, y a su modo sorprendente e inesperada, nos lanzamos de momento con Alex, el segundo título en esta negra y brutal saga.


Bien, por dónde comenzar.
Digamos que continuar con Irène planteaba un desafío, quizás un doble desafío, en primer lugar por el cómo continuar la historia (o dar inicio a otra) luego de los devastadores y definitorios acontecimientos de la primera novela, y en segundo lugar, porque, naturalmente, Lemaitre no iba a poder repetir el mismo ingenioso truco narrativo de aquélla, lo cual es de esperar, a lo que voy es: cómo podrá sorprender e impactar en ambos niveles sin parecer quedar al debe en comparación a ese mazazo inaugural.
Planteadas estas cuestiones, prosigamos señalando que no me parece que la prosa o el estilo de Lemaitre sea muy genial o magistral o extraordinaria, pero tiene personalidad, la suya es una prosa con personalidad propia que potencia y refuerza su, desde luego, innegable calidad base, esa áspera habilidad con las palabras. En otras palabras, no es otra típica novela negra y eso se agradece un montón: aunque deba recurrir a descripciones informativas y expositivas bastante convencionales, lo cierto es que tras cada frase se nota, se impone, la presencia de un autor que busca sacarle el jugo a las palabras, a las oraciones, que no quiere contar su historia de un modo mecánico y automático a través de un sólo registro, de una sola nota, por lo que a su prosa policial, ya liberada de protocolos y presentaciones, especialmente afilada y contundente, se suma una agudeza psicológica y una ironía rayana en la crueldad, un negrísimo sentido del humor, todo lo anterior que da como resultado un nítido contraste con su revelador y brutalmente desalentador mensaje central: nada ha funcionado y esto es lo que pasa cuando fallan las instituciones, cuando fallan las personas: un reguero de sangre, de cadáveres, de odio y rencor.
En cuanto a la trama, Lemaitre vuelve a deleitarnos e impactarnos con un argumento increíblemente retorcido, cimentado en diabólicos giros perfectamente emplazados y perfectamente desenvueltos, de tal manera que ¡boom!, todo lo que creías tener claro se remueve y tambalea como producto de un terremoto, ofreciendo nuevas y angustiantes perspectivas a sucesos que tomábamos por ciertos, por cabales, por unidireccionales, hasta que, claro, Lemaitre nos demuestra que en realidad la vida y la trama, el destino, es un flujo que choca con una roca y producto de ello se desparrama en todas direcciones. Uno de los aspectos que me han encantado es que Alex es una historia que, en sus hechos, va transcurriendo hacia adelante, encadenando brutalidades, a la vez que, para entenderlo todo, la historia va remontándose hacia el pasado, en otra cadena de acontecimientos no menos atroces. ¿Y de qué va todo, si se puede saber?
Alex es una treintañera como cualquier otra, una enfermera soltera que vive sola y de la que no se conoce mucho, una persona independiente, una loba solitaria que disfruta de su soledad. En eso está, volviendo a su departamento luego de concederse uno de esos necesarios lujos en un buen restaurante, cuando es secuestrada por un brusco matón que, sin decir nada, la golpea, la amarra y la empuja contra una furgoneta y escapa hacia la noche. Las cosas a partir de este punto, créanme, no irán a mejor. El caso le cae encima a nuestro Camille Verhoeven, cuatro años después de lo de Irène, ya menos destruido que antes, pero reticente a tomar casos tan grandes, tan importantes, tan serios, tan reminiscentes de aquello que ocurrió esa vez, ¿un secuestro?, ¿de todos los casos le encargan el maldito secuestro de una mujer inocente? Una mujer que parece el blanco ideal para secuestrar: una solitaria cuya ausencia quizás no sea advertida en varios cruciales días por nadie, nadie la extrañará. Así, con todos los indicios en contra, sin mayores datos que vagas informaciones de escasos testigos, Camille emprende a regañadientes esta misión virtualmente imposible: encontrar a una mujer no identificada secuestrada en una calle vacía, de noche, por un secuestrador tampoco identificado en un vehículo sin señas distintivas, y que a estas alturas podría estar con su presa en cualquier parte de la France.
Con esto dicho, qué mas queda por aportar salvo ir resumiendo lo ya señalado: la trama no sólo te captura desde el inicio sino que te mantiene enganchado y adicto, en un trance avasallador de retorcidos secretos y revelaciones tan sorprendentes como capaces de trastocar todo lo que pensabas sobre los hechos y los personajes, además de ser, de por sí, sumamente perturbadores (hay escenas bastante insoportables, algunas con unas ratas que... ugh...), sumen a ello una escritura, aparte de con personalidad, digamos otro adjetivo: potente, una prosa bien potente y rotunda que gana en seguridad y pulso y dureza a medida que todo avanza, que todo se desmorona, y que te hará sentir una amplia gama de emociones y sensaciones, desde la rabia, la impotencia, el coraje, la angustia, el desagrado, el interés, en fin... Como digo, lo más fuerte, el pilar fundamental de esta historia, es la multiplicidad de sus capas morales, y esa conclusión tan terrible: esto pasa cuando las instituciones, cuando las personas, les fallan a sus miembros e integrantes más vulnerables. Un desolador círculo vicioso de inacción, de indolencia, que como una bola de nieve puede convertirse en un colosal proyectil destructor que explota en un reguero de cadáveres. En cierto modo, me ha recordado a cierto bullado y escandaloso caso de abuso que explotó el año pasado en Francia...
Imperdible novela, redonda novela, quizás la más completa y férrea de la tetralogía de Camille Verhoeven, pero ya iremos hablando de ello...


Desde inicios del 2022 hasta estos casi mediados del 2025, redondéemelo en tres años, Alex ha sido prestado en cinco ocasiones, tres ese 2022, una vez el 2023, nada el 2024 y ahora yo. No parece un gran promedio, y el desorden de las estampas, para qué hablar de ello... Me pregunto si los cuatro lectores previos se mantendrán en las fichas bibliográficas de los libros siguientes de la serie de Camille Verhoeven.

jueves, 15 de mayo de 2025

N.P., de Banana Yoshimoto

 

Biblioteca de Santiago nº25. Hace un par de meses o más nos topamos con dos libros de Banana Yoshimoto en las estanterías bibliometrinas, y aunque no quedé precisamente muy encantado o entusiasmado con su obra, digamos que ni con su estilo ni con su visión, si quedé con cierta curiosidad y con ganas de echarle una mirada a otros libros suyos si llegara el caso. En la BDS me topé con N.P., novela, y su enigmático título, sumado a esa portada tan sencilla como atrayente, digamos que me convencieron, que llamaron poderosamente mi atención. Sí, digamos eso.


A la larga N.P. me ha decepcionado bastante, y eso que comienza bastante bien, nada más observen y lean ese primer párrafo, ese comienzo tan sutilmente sugerente, con que la autora nos engancha y nos sume en un aura como de misterio, como fantasmagórico, estela que sigue más o menos en las primeras cincuenta páginas o algo más, con la protagonista, lectora y admiradora de la obra de ese escritor tan misterioso y maldito, viendo cómo su vida, particularmente en un verano determinado, un verano crucial y definitorio en su vida, parece ir adquiriendo tintes sombríos y turbios, incluso peligrosos, debido precisamente a la influencia post-mortem de ese malogrado escritor.
Tampoco hay que ser un genio para darse cuenta de que todo el asunto este del escritor maldito es un Macguffin, es la excusa, la premisa, con que la autora pone en movimiento otras historias, otras tramas, otras intenciones narrativas y dramáticas, pues, en definitiva, N.P. no es más que la enésima rememoración de "aquel verano tan especial" imbuida a la fuerza de esa burda y efectista atmósfera de malditismo, de fatalismo profético para adolescentes. Porque eso son los protagonistas, independiente de la edad que tengan (en realidad son bien jóvenes, no más de 25 años), unos simples adolescentes, unas criaturas ociosas y presuntuosas que, de tan aburridos que están con sus vidas, de tan desorientados y confundidos con sus perspectivas presentas y futuras, no hallan nada mejor que perorar y embolinar la perdiz con que están malditos, que los persigue el espíritu maligno del escritor y su relato número noventa y ocho, el cual, supuestamente, provoca que cada persona que intenta traducirla al japonés se acabe suicidando (fueron escritas en inglés, el escritor era un japonés expatriado). Es decir, escapismo puro, escapismo de la peor clase: en vez de afrontar los obstáculos de la vida de frente, en lugar de mirarse al espejo con cruda honestidad y capacidad de autocrítica, estos pobres pajarillos prefieren inventarse profecías oscuras que explican y justifican todos sus fracasos sentimentales, personales, profesionales, vitales, etc. ¿Ir a terapia? Para qué, a menos que el psicólogo sea también exorcista. Así las cosas, lo que en un inicio parecía ser un intrigante y entretenido, de atmósfera enrarecida, cruce de personajes interesados en la misteriosa obra de un autor maldito, deviene inexorablemente en un tedioso y repetitivo drama generacional camuflado, protagonizado por personajes bien planos y unidimensionales que buscan hacerse los interesantes de las maneras más burdas y pueriles, y que se pasan todo el tiempo analizándose a sí mismos como si fueran personajes de ficción sin que nadie les pregunte nada, en plan "hola, ¿cómo estás?, tanto tiempo que no te veía", "resulta que siempre he sentido un vacío en mi interior que he intentado solventar con toda clase de comportamientos disolutos pero mi sed existencial persiste y esa es mi maldición, todos estamos malditos, temerosos de un dios perverso, somos personajes bergmanianos" y así todo el maldito rato, llega a exasperar, en serio, no me extraña que esta autora, Banana Yoshimoto, sea poco menos que una autora de culto y venerada por cierta generación de gente que es el vivo retrato de estos personajes: gente aburrida y ociosa que, como no tienen nada interesantes en sus vidas más allá de sus trabajos y sus rutinas, se inventan sus propios problemas, rayanos en un surrealismo bastante básico y convencional, para insuflarles aunque sea una emoción espuria a sus existencias.
En lo personal, este libro me terminó cansando, en sus últimas treinta páginas o incluso más renuncia por completo a narrar una historia y simplemente se dedica a contar, en modo anecdótico, los encuentros y desencuentros entre los personajes, que se mueven en un Tokio extrañamente provinciano, y los genéricos diálogos que sostienen entre sí, compitiendo por quién tiene un alma más maldita. Si la autora quería elaborar un retrato generacional y capturar la incertidumbre vital de un grupo de veinteañeros sumidos en el tedio gris de la ciudad impersonal, ha errado el tiro y le ha salido por la culata, pues la construcción psicológica de sus personajes es superflua y apunta más a las excentricidades y extravagancias conductuales porque sí, que también son simples comportamientos para llamar la atención de nadie, y ya ni hablar de ese misterio inicial, que acaba ignorando por completo para centrarse en todo lo inane que hemos comentado: en los lloriqueos de gente ociosa y presuntuosa.
Por rescatar algo: Yoshimoto sabe escribir, su prosa puede ser muy evocadora y potente, intensa a ratos, cuando va a la par de una buena historia, de una historia bien narrada. Lo cual provoca un efecto curioso: párrafos bellamente escritos pero que no te dejan nada porque nada de lo que pasa ni se dice es interesante, es decir queda como una bella vacuidad, una vacuidad estilosa. En los cuentos de Lagartija, seguramente debido a la extensión más bien compacta de sus relatos, hay una correspondencia más sólida entre relato y prosa. Nada del otro mundo, pero mucho mejor que N.P., que ni siquiera llega a unas 200 páginas que llegan a pesar el doble, en plan, "marica yaaaaaa, cállense un rato, déjense de llorar, terminen luego por favor". Y bueno, Tsugumi estaba bastante bien también, la escritura de Yoshimoto se lucía más y mejor porque al menos no tenía este forzado rollo metafísico/sobrenatural, pero también era la rememoración de un verano muy especial, así que meh... ¿De qué sirve una prosa bella, cuidada, lírica, si la usas para describir cosas genéricas y convencionales y superfluas?
No se dejen engañar, que les hablen en tonos sombríos no significa que quien hable sea interesante. N.P. es una estafa, no caigan.

martes, 13 de mayo de 2025

El Talón de Hierro, de Jack London

 

Biblioteca Nacional S17E02. En esta temporada de la B.N.P.D. no salieron las cosas como tenía planeado y, como suele sucederme cuando algo no marcha según lo planeado, me dediqué a improvisar, a solazar mi frustración en la rebeldía del azar, de tirar los planes por la ventana y mandar todo al demonio, por lo que mirando y mirando me encontré con El Talón de Hierro, de Jack London, que es un autor que no he leído pero que siempre ha llamado mi atención (sobre todo por haber sido adaptado por Pietro Marcello en la genial "Martin Eden"), libro que elegí porque tampoco voy a dejar las cosas taaaaan al azar como para llevarme libros que no me interesan en lo absoluto, ¿o creen que voy a dejar que el azar me haga pedir prestado la saga de Los Juegos del Hambre o alguna otra franquicia similar para adolescentes?

No es que esperara menos, pero El Talón de Hierro me ha sorprendido en hartos sentidos. Primero, porque, aunque para algunos no lo parezca tanto, es ciencia ficción pura y dura, al menos acorde a la definición de Philip K. Dick, una autoridad en la materia; es decir, es pura libertad y expansión creativa, pero es también un potente, certero y nítido reflejo de la realidad de la época en que vivía Jack London, es más, es el maldito reflejo de cómo han sido las cosas en tiempos posteriores hasta la actualidad: es una trama puramente ficticia y el futuro que describe no es como el que finalmente ocurrió, sin embargo, en esencia, ¡es cómo han ocurrido las cosas! No encontré nada en internet sobre si Dick dijo algo sobre esta distopía de London, pero seguramente la leyó y seguramente le gustó, El Talón de Hierro, claramente, es una obra adelantada y pionera cuyos ecos pueden notarse en la obra del delirante y paranoico californiano (por mencionar a uno solo).

¿De qué trata? En palabras simples, de la ascensión al poder absoluto (económico, político, social) de la oligarquía capitalista estadounidense, con sus tejemanejes y manipulaciones; y de la lucha de un puñado de revolucionarios que quieren liberar a su país, a sus ciudadanos, a sus compatriotas, del frío y sombrío y gris yugo de esa bien engrasada maquinaria enriquecedora de cerdos, de esa devoradora/trituradora de carne llamada Estados Unidos. A modo de manuscrito escrito en primera persona, la protagonista, Avis Everhard, nos va contando desde que conoció a Ernest Everhard, un activista revolucionario que a la sazón fue su esposo, en los tiempos en que la bestia oligarca aún no mostraba su verdadero rostro antidemocrático y mantiene la farsa de la libertad, hasta que los hechos se van precipitando hacia ese abismo de abuso, de autoritarismo, de secuestro y saqueo gubernamental. La gracia, lo genial de esta novela, es que, como digo, conduce a un escenario distópico, de ciencia ficción, pero el camino que describe es perfectamente plausible, como si se tratara de una novela histórica, y nada de lo que señala es inventado, cada etapa de la ascensión del monstruo oligarca es un manual ampliamente utilizado por los oligarcas fascistas de todo el mundo a lo largo del siglo pasado y el actual, siempre actualizando dicho manual a las contingencias tecnológicas. London nos describe la manipulación de los mercados por parte de la oligarquía para así concentrar su influencia económica, eliminando cualquier atisbo de competencia, de voz y voto que pudieran tener pequeños y medianos comerciantes; nos describe el lobby político, la compra y corrupción de representantes populares y de instituciones judiciales, amañando la Justicia para que funcione hacia un sólo lado; castrando la libertad de prensa y de expresión, capando el sistema educativo, para que las masas caigan en un abismo de ignorancia y desinformación, para que así la semilla de la discordia sea plantada por los asquerosos esbirros del poder; dividiendo las clases populares para minar sus fuerzas, para que se traicionen entre sí, entre los pobres a secas y los pobres "privilegiados"... Nada de lo cual, como digo, es invención, son fenómenos reales y además sustentados en teorías y estudios que London evidencia y enrostra a los inevitables escépticos y negacionistas gracias a los pie de página, pues debo señalar que El Talón de Hierro es el manuscrito de la protagonista, pero encontrado siete siglos después, por un historiador que va complementando dicho manuscrito con apuntes bien documentados, tan bien documentados que llega a dejarte estupefacto que toda la teoría social-económica-política de aquellos años haya publicado ciertas obras escandalosamente estúpidas y perversas, mientras que otras también sorprenden por lo lúcido, adelantado y  profundo de sus análisis. En los pies de página verán citas de políticos, economistas, intelectuales, religiosos de la época, de todo el espectro político.

Otro aspecto que enriquece y engrandece y potencia esta novela es su estructura y su desarrollo, por su amplitud de campo bien equilibrada con un firme pulso narrativo. Lo digo, primero, porque este descenso al infierno oligarca-capitalista abarca varios campos de la sociedad, desde los trabajadores, los proletarios, pasando por los esquiroles y la clase media, los pequeño-burgueses, la iglesia, la prensa, la justicia, hasta llegar hasta las castas superiores del escalafón social: cómo cada escalón está secuestrado a voluntad por el cerdo oligarca, cómo la búsqueda de la verdad, la bondad y la Justicia es una tarea imposible porque está tergiversada, contaminada, envenenada con la retórica oligarca. Para ello, en segundo lugar, la novela se estructura sabia y hábilmente en una progresión de conflicto teórico-dialéctico en dirección hacia etapas más movidas, hacia la acción pura y dura: comenzamos con numerosas y fascinantes, estimulantes discusiones, debates e intercambios de ideas en donde la autora del manuscrito, Avis Everhard, influida por Ernest Everhard, el práctico revolucionario, comienza a vislumbrar las manchas y óxidos de la sociedad en que tan cómodamente ha vivido, notando con doloroso pasmo cómo ese ideal de sociedad no es más que una quimera, una promesa vacía, una fantasía voluntarista ("pero si el hambre no puede existir en nuestro país", existe pero no lo ves), en comparación con la cruel realidad, mientras a su alrededor obispos y oligarcas y políticos y empresarios y asalariados y revolucionarios discuten no sólo sobre política y economía, sino que sobre filosofía, metafísica y religión... Luego, cuando el aspecto teórico del relato ha sido completado por así decirlo, llega un brusco cambio de registro, un mazazo brutal, inesperado, pero genial por lo mismo, porque de sopetón te encuentras con que ya estamos en la distopía en sí, en el infierno oligarca plenamente desatado, en donde impera la acción y la supervivencia más descarnada y desesperada, en donde los libros han sido sustituidos por las armas, en donde las ideas de una lado se ejecutan para ejecutar, exterminar, las ideas rivales.

Ya le gustaría a Chuck Palahniuk escribir una novela tan interesante, adictiva, incendiaria y certeramente documentada, además de bien escrita (en tanto prosa, en tanto estructura narrativa, en tanto argumento y personajes) como esta. También pienso que Houellebecq tuvo que haber leído El Talón de Hierro y haberse inspirado algo en ella cuando estaba planeando Las partículas elementales, lo digo por eso de contarnos una historia "presente" desde un lejano futuro en donde los humanos son tan avanzados que casi no pueden comprender las motivaciones de aquellos antepasados, ni menos la forma en que vivían, tan atrasada y salvaje. Así sucede en la novela del francés y en ésta, pues quienes encuentran y leen y analizan el manuscrito de Everhard, en los pies de página, no dejan de sentirse asombrados ante la descarada impunidad e injusticia de la época. Y claro, también mencionamos a Dick, pues London nos dibuja, nos construye y nos lanza de lleno en este futuro como descabellado, delirante, pero tan plausible que, más allá o más acá de sus detalles tecnológicos, casi parece una copia exacta del presente. Justicia para ricos y para pobres, medios controlados por el poder económico, la criminalización de la protesta, la precariedad laboral, la policía como vulgares guardias de la casta que los alimenta...

Una novela, a fin de cuentas, escrita con el recio oficio de su autor, es decir una historia con tramas y personajes cautivantes, que además tiene toda esa energía y sustancia interna, una coherencia cabal, rotunda, de hierro. Una novela increíblemente adelantada a su tiempo, al menos esa impresión me da. Léanla y piensen, ¿qué tan diferente son las cosas, 117 años después de su publicación? Lo digo porque en Estados Unidos tienen a un delirante megabillonario a cargo de agencias gubernamentales que están recortando cada vez más beneficios sociales, sin mencionar, por ejemplo, que una universidad de prestigio mundial (Harvard) ha debido ceder parte de su libertad y autonomía debido a los chantajes del presidente de su país con sus amenazas de desfinanciamiento, ¿y por qué?, porque dicha universidad no quiere espiar a sus estudiantes y funcionarios. Pueden ver que hay estadounidenses nacidos y criados allá que están siendo detenidos/secuestrados por cierta agencia migratoria sólo porque son estadounidenses que se llaman, apellidan y lucen extranjeros, ¿un estadounidense trigueño llamado Morales?, ¡detenido! Y luego dicen que esos oligarcas no son racistas, que no están "limpiando" la blancura estadounidense. ¿Qué les parece? Estados Unidos, sobre todo ahora con la presidencia de Trump y su esbirro inmigrante sudafricano (pero blanco y millonario e influyente y poderoso) Musk, es un país enfermo. ¿Es tan diferente de lo que London escribía en esta novela de 1908 (atentos al personaje del profesor universitario y su devenir)? En fin, una lectura tan estimulante como desalentadora. ¿El único reproche? Que Everhard no pudo terminar su manuscrito y sólo nos quedamos con 300 páginas... Y claro, que esa pesadilla se ha hecho real.

Acá tenemos una ficha bibliográfica bien interesante, no por el hecho de tener un sólo préstamo (el mío), sino que debido al tiempo que medió entre mi lectura/préstamo y la llegada de este ejemplar a la B.N.P.D., que, como pueden ver, fue el año 2019, es decir prácticamente seis años de virginidad lectora para este libro hasta que he llegado yo. Si son de por acá, vayan a pedirlo, es ciencia ficción de la buena, es decir ciencia ficción tan creativa como enraizada en sus circunstancias históricas. Y está bien escrita, pero qué, si ya comenté todo esto arriba. Bye-bye!

lunes, 12 de mayo de 2025

No es país para viejos, de Cormac McCarthy

 
Bibliometro #103. Cormac McCarthy es un autor imposible de ignorar, imposible de no generar interés en uno. Hace tiempo, hace meses, que tenía No es país para viejos en la mira, recién ahora me lo traje a casa. Quizás no sea la mejor alternativa para introducirse en la obra y la literatura de McCarthy, eso no lo sé a priori, pero es la única novela disponible suya de momento y uno empieza por donde puede, por lo demás, me gusta la película de los Coen y, no lo sé, eso no tiene mucho que ver con iniciarse en la bibliografía de McCarthy pero, en fin, algo es algo.

He quedado con sensaciones encontradas con esta novela. Es entretenida hasta cierto punto, no les mentiré, pero tampoco es la gran cosa y la verdad es que resulta anecdótica, de poco peso, fugaz en su importancia, es decir poco trascendente a pesar de, no lo sé, sus aires algo grandilocuentes. ¿Por qué? Porque, bajo mi punto de vista, bajo mi impresión, No es país para viejos no es más que la descripción, casi absolutamente despojada de todo tipo de estilo o recurso literario, amén de su prosa seca, árida, llana, impávida, cortante (no en el sentido de afilado o punzante, más bien de tajante, terco, hermético... una prosa terca. Gracioso decirlo de esa forma pero no se me ocurre otra mejor manera de ilustrarlo: una prosa que no va más allá de lo que ve ¿porque no puede, porque no quiere?, porque no nomás y así se queda, de brazos cruzados), de hombres haciendo cosas. Haciendo cosas que no tienen mucho sentido tampoco y a través de unos personajes pobre o nulamente desarrollados que sólo logran entenderse un poco a través de sus diálogos, pero que podrían ser perfectamente intercambiables si no se les nombrara porque no hay nada concreto que los identifique ni diferencie los unos de otros, bien podrían ser los criminales o los policías o los gentiles, en cualquier caso estarían haciendo lo mismo, es decir: cosas; cosas como manejar por carreteras, cambiar de autos, quedarse en hoteles y moteles de carretera, hacer manualidades, seguirse los pasos sin tener muy claro si están huyendo o persiguiendo, tragar comida, mirar a su alrededor seriamente, en fin...

¿Cómo comienza todo? Con un intercambio de drogas que salió mal: en medio del desierto quedan camionetas acribilladas, cadáveres mexicanos desperdigados, armas automáticas con balas en su interior, una montañita de ladrillos de droga y un maletín con dinero. Llewellyn, un hombre común y corriente, veterano de Vietnam que estaba cazando de madrugada, se encuentra con ese escenario de película y se lleva el dinero. Chigurgh, el implacable rastreador, es quien debe encontrar el dinero. Los mexicanos también andan buscando la lana. El sheriff Bell, aunque el caso va más allá de su jurisdicción, intenta ayudar a Llewellyn porque lo ve como su deber, ya que el cazador (¿cazado?) vive en su condado y un sheriff debe proteger a sus vecinos. Aparece brevemente un cazarrecompensas. Y supongo que, a pesar del oscuro minimalismo de la prosa, esta seguidilla de acciones y tiras y aflojas sí resulta algo interesante; la incesante acumulación de encuentros y desencuentros y tiroteos y persecuciones y derramamientos de sangre y muertes provoca un efecto algo perturbador, pues esta acumulación, sumada a la prosa ensimismada, acaba por develar el sinsentido de todo lo que leemos, la total falta de lógica e involuntaria crudeza del actuar de este puñado de hombres que se creen en control de la situación, de sus acciones, de su destino incluso. Me ha recordado a "Elephant", la película no de Gus Van Sant sino que la de Alan Clarke (la comenté en su momento en Cine en tu cara, si se interesan búsquenla, el post y la peli, que la tienen en YouTube), que es una película sin personajes y sin trama, sin desarrollo, solamente la seguidilla de asesinatos anónimos que ocurren sin que sepamos su porqué, sin que conozcamos ningún trasfondo o contexto, resultando impactante al inicio pero transformando ese impacto en costumbre, en insensibilidad, o en desesperación, porque o te habitúas a la muerte (que es absoluta sin importar aparentes motivos o razones) o te dejas ahogar por el horror de una violencia, una masacre que no se va a detener porque existe aunque no la veas, ahí está justo bajo tus narices. No creo que McCarthy haya tenido consciencia de esto escribiendo esta historia, o tal vez sí quién sabe, quizás quería mostrarnos una serie de escenas, eso sí hiladas por tres o cuatro personajes apenas construidos, en donde la muerte y la violencia parece ir dos o tres pasos adelante de la justicia, del orden y de la civilización precisamente para sumirnos en un estado de desconcierto y despiste, porque nada de lo que sucede en No es país para viejos sigue pautas narrativas reconocibles, sus acontecimientos siguen un flujo ajeno a todo ideal de moral o ética, justo frente a tus ojos y sin que puedas hacer nada.

Solamente en los monólogos del sheriff y en algunos de los diálogos de los personajes podemos apreciar no sólo mayor depuración estilística, cierta complejidad y composición literaria, sino que algo similar a una visión o punto de vista, no lo sé, filosófico y/o sociológico sobre el lío, sobre todo por la mirada pesimista y cuasi apocalíptica del sheriff, que entre recuerdos y anécdotas personales y profesionales, nos expresa su desolada impotencia ante un apabullante tren de maldad y violencia que no tiene fin aparente, de una fuerza sobrehumana que ninguna institución puede detener por más que se esfuerce. Y bueno, los personajes, cuando hablan y se explayan un poco más (la mayoría de los diálogos, eso sí, son tan cortantes y similares entre sí como lo es la prosa: ya, ok, claro, entiendo, bueno, eso, bien, sí, no), también transmiten un nihilismo devorador en consonancia con la visión del sheriff: cuando algo comienza, no se puede deshacer. La criminalidad es más grande y es peor que antes, y un individuo, cuando toma una decisión o comete un error (cuál es la diferencia), no puede revertir el pasado y de hecho tampoco puede alterar el futuro, quizás esa sea la gran lucha, si es que la hay, en este relato: Llewellyn encarna al hombre que piensa ser dueño de su destino, Chigurgh es el determinista que cree cumplir entre los hombres ese mandato metafísico, ese rumbo fijado por fuerzas mayores, poniendo las cosas, hombres, vidas y muertes, todo en su lugar. No hay azar, elegir entre cara o cruz es un gesto banal e ilusorio, acaso una burla o la revelación cruel de que todo estaba escrito y predestinado para que la moneda cayera de un lado o de otro.

Y supongo que luego de todo este palabrerío ustedes pensarán que, vaya, estamos ante una obra poderosa, ¿no?, una novela contundente, avasalladora. Quizás, puede ser, pero insisto, supongo que los elementos están ahí pero no terminan de ordenarse de manera totalmente coherente entre sí, de manera muy literaria, hay algo dislocado en este entramado argumental y narrativo, una separación como irreconciliable. Como trama, como argumento bien hilado, llega hasta por ahí, sería una novela decente; pero como colección de violentas viñetas "independientes" se aprecia mejor, su fragmentación y estilo hierático adquieren más lógica, pero... ¿McCarthy concibió esto como collage de vignettes o como un argumento con inicio-desarrollo-final? A eso me refiero. Su visión filosófica, ¿debe, o puede, entenderse y desprenderse de la sucinta descripción de hechos, de esa prosa como monosilábica, o forzosamente necesita de esas exposiciones dialógicas porque de lo contrario su mensaje se pierde? Por lo demás, es curioso, pero las últimas treinta páginas parecen sobrar, finiquitado todo el asunto, seguimos los pasivos devaneos del sheriff, que sigue hablando y haciendo cosas aunque ya no importe mucho si tiene traumas o arrepentimientos pasados. La película acierta al terminarlo todo en ese choque, luego el sueño y el then I woke up, porque, sinceramente, ¿a qué viene tanta perorata sobre el pasado del sheriff? Se entiende, ¿pero qué aporta?, en esas páginas finales no se dice o expresa o "da a entender" nada que no se haya explicado en las páginas anteriores, todo ese epílogo es de una reseca redundancia. En fin, que así es No es país para viejos, una novela, ciertamente, extraña, no del todo lograda, pero escrita por uno de esos escritores tremendos, vacas sagradas, cuya aura parece investir a su obra de un poderío inigualable entre sus pares, independiente de la calidad de la obra en cuestión. Me ha gustado leer esta novela, pero la novela no me ha gustado muuuuuuucho. Sensaciones encontradas, claro. Quizás le deba una relectura a futuro, si es que encuentro más libros de McCarthy y pueda ubicar y/o apreciar mejor esta propuesta dentro de su obra literaria. Pero así son las cosas, a veces no hay mucha correlación entre "la historia/trama" y su sustancia, trasfondo, visión, mensaje.

Vaya desprolijidad, vaya desorden, vaya vaya. ¿Nos sorprendemos? Diez préstamos en tres años y medio, ¿qué pensarán esos lectores de esta novela? ¿Habrán quedado algo perplejos ante una propuesta tan... parca, impasible?