Biblioteca Nacional E51. Primero que todo, aviso que cambiamos la nomenclatura de la B.N.P.D., ya no organizada en temporadas sino que en una numeración continua, primero que todo porque así es más fácil cuantificar el total de las lecturas en esta biblioteca pública, y en segundo lugar, porque la temporada anterior y la última notificada de esa manera, no se completó: luego de El talón de hierro iba a leer el libro que sería S17E03, pero no pude, no me dio, demasiado para mí, demasiado ininteligible, demasiado raro y extraño, rebuscado, etc., y no les diré cuál fue, porque además llegué a sospechar un poco de la traducción y si me topo alguna vez con esa novela de nuevo (aunque primero deberé leer las primeras obras de dicho autor, que al parecer te allanan el terreno para ese campo más experimental en lo formal y narrativo), será un ejemplar editado por otra editorial sin duda, por si acaso. En fin, puede que el modo en que pido libros prestados en la B.N.P.D. no cambie, es decir que me siga llevando libros de tres en tres en tres, que es el máximo permitido por cada ocasión, pero puede que también, dependiendo del orden en que lea todo lo que pido en total, a veces me pase a la Biblioteca Nacional a devolver uno, o dos, y traerme uno o dos diferentes. Quizás estoy gastando palabras porque a ustedes les dé lo mismo cómo hago mis cosas. Como sea, no sabía que El hombre que cayó a la Tierra estaba en los estantes de la B.N.P.D., de hecho ni siquiera sabía que era una novela, tan sólo conocía la película de Nicolas Roeg con David Bowie (y parece que hace poco hicieron una nueva adaptación en formato miniserie con personajes negros, ¿qué, es una nueva adaptación de la novela o es un remake encubierto de "The Brother from Another Planet" de John Sayles?), de hecho ni siquiera se me hubiera ocurrido que el autor de esta novela era Walter Tevis, mismo autor de Gambito de dama o de El buscavidas y El color del dinero. Vaya cúmulo de sorpresas que hemos tenido en un sólo párrafo, ¿no les parece?
"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe
lunes, 26 de mayo de 2025
El hombre que cayó a la Tierra, de Walter Tevis
domingo, 25 de mayo de 2025
La mujer del río, de Paula Ilabaca
Lamentablemente, La mujer del río me ha decepcionado. No por la prosa, por el estilo escritural de Paula Ilabaca, que sigue manteniendo su portentosa y poderosa expresividad anclada en un terreno ubicado entre lo poético y lo corriente, cotidiano, incluso profano y callejero, además de una deliciosa y apreciable variedad y conjunción de perspectivas y voces, ya sea la narración omnisciente en tercera persona, que es el eje principal del relato, como capítulos narrados solamente a través de diálogos, o testimonios en primera persona o "recados escritos", que arman una coralidad de trasfondos, contextos y estratos capaz de evidenciar cuán segregada puede llegar a ser la ciudad de Santiago y su sociedad, la sociedad capitalina; además de, claro, acercarnos un poco más a los personajes, al menos esa sería la intención, que sus palabras se nos hagan más humanas, más empáticas, como si nos interpelaran o hablaran a nosotros, que como lectores nada podemos hacer salvo sentirnos mal por el destino de ciertos personajes. Como sea, por esa parte, dijimos, no hay drama.
El problema, el error de cálculo, es que La mujer del río no es realmente un policial; a diferencia de Camino cerrado, que avanza con presteza y seguridad gracias al trabajo policial/investigativo de su protagonista, de paso abordando y abarcando otras temáticas y estilos, la presente novela, deliberadamente, evade por completo el procedimiento de la investigación (al principio un par de capítulos nos deleitan con un breve seguimiento policial, y después ya recién en sus páginas finales tenemos un par de capítulos dedicados a cómo un perito en huellas lo hace para determinar la identidad de la víctima), primero porque en ningún momento esconde la identidad de la víctima (restándole emoción, entonces, a la labor del perito en huellas, cuyos capítulos quedan casi como trámites) ni la de su victimario, ni el contexto o motivaciones o razones para el crimen cometido: el descuartizamiento de una mujer, cuyos restos fueron abandonados en la ribera del Río Mapocho dentro de una simple bolsa de basura, y en segundo lugar, porque lo que la autora en verdad pretende es adentrarse en la psiquis, en el mundo interior, en la vida íntima y en las dinámicas privadas e interpersonales de sus personajes, partiendo por la subcomisario "protagonista" (que al inicio la vemos encabezando un caso en donde la protagonista de Camino cerrado, ahora una impresionable niña, era la principal testigo del crimen), su jefe y vecino, el marido, la hija, la víctima, el victimario, otro jefazo superior, los peritos, un detective recién salido de la escuela de detectives, una periodista inescrupulosa, en fin, ya se hacen una idea. Y como acá no somos lectores/espectadores obtusos, nos damos cuenta de inmediato de que La mujer del río es eso: no un policial, sino que un intenso melodrama con policías y detectives, como un desordenado puzle, en donde hay más misterio e "investigación" en intentar poner las piezas de estos banales y trillados dramas sentimentales en su lugar, porque, por cierto, la novela estructura su cronología de manera fragmentaria y alternando hechos "finales" con otros del principio o de la mitad, siendo la lógica de dicha distribución, de nuevo, no la investigación del caso de la descuartizada (Macguffin, un caso cuya importancia narrativo-dramática es apenas testimonial), sino que la comprensión y reconstrucción de los dramas interpersonales de sus personajes, ir entendiendo esas incógnitas que tampoco es que sean el colmo de la originalidad: líos de faldas, infidelidades, amantes secretas, muchachitas soñadoras, detectives curtidos, gente que se escuda tras máscaras, etc.
De paso, de manera bastante explicativa, lo que resulta extraño e impropio de una autora capaz de andarse con más sutilezas narrativo-discursivas, se abordan temas importantes y aún vigentes, partiendo por el machismo y sexismo de la sociedad y de las instituciones, o la deleznable mala costumbre de que las jefaturas mezclen la vida privada con la profesional, entre otros que no sólo no son difíciles de captar sino que se te lanzan a la cara con toda su urgencia. Es decir, todo lo que destacaba notablemente en Camino cerrado se mantiene acá, pero ejecutado de peor forma, de manera más torpe y aturdida, de forma evidente y, por lo mismo y de manera paradójica, menos profunda y compleja. Sumen a ello que los personajes en sí terminan siendo algo exasperantes y por momentos contradictorios, a veces se comportan de manera muy diferente a cómo son descritos por la narradora principal, y creo que dicho bache no se justifica plenamente con eso de "pero es que de eso se trata: en el trabajo deben mantener cierta postura y ya en sus casas pueden quitarse las caretas y permitir ser más vulnerables, dejar de actuar fuertes todo el tiempo" porque, bueno, algunos personajes se comportan contradictoriamente en todos lados. De todas formas, qué más da, ya hemos hablado lo suficiente, ya hemos señalado nuestros reproches y los aspectos positivos como negativos de esta decepcionante novela. Si la leen, esta sería mi advertencia: no esperen un policial, sino un melodrama sentimental con policías, con personaje disparmente construidos, y un crimen ocasional en medio que no ofrece ninguna incógnita ni tampoco visiones nuevas.
Entonces, dicho todo esto, ¿sigue siendo relevante si esta historia está basada en hechos reales o no? Por eso siempre me causan indiferencia tales trucos publicitarios, lo que importa es saber contar una historia, saber contarla, no explicarla o analizarla dentro del relato. Una lástima, esperaba mucho más, o mejor dicho esperaba algo mejor logrado, de parte de Paula Ilabaca, autora de la recomendadísima Camino cerrado, un verdadero policial con todas las de la ley.
La mujer del río ha tenido más lecturas que La mujer de la falda violeta, aunque vaya contraste: si la novela japonesa, de sus ocho préstamos, tenía seis en el 2024, de los once préstamos que tiene esta novela chilena solamente uno es de dicho año y el resto de nuestro actual 2025, aunque hay fechas bien sospechosas (aparte de mal estampadas, desordenadas, y una fecha escrita a lápiz), como a finales de marzo, ¿no son sospechosas esas devoluciones del 24, luego 28 y luego 31? ¿Serán una extensión de la primera fecha o qué?, porque no se puede renovar un libro dos veces, aunque ahora que lo pienso, a lo mejor la persona devolvió el libro mucho antes del 24 de marzo, lo devolvió casi al día después de haberlo pedido, lo que explicaría que, si otra persona llegó a pedir el mismo ejemplar, su devolución sea para el 28, a fin de cuentas La mujer del río es una novela que se lee rápido, en máximo dos días se puede despachar. Tiene sentido, ¿no? Recién ahora se me ocurrió esa posibilidad.
viernes, 23 de mayo de 2025
La mujer de la falda violeta, de Natsuko Imamura
miércoles, 21 de mayo de 2025
El señor Nakano y las mujeres, de Hiromi Kawakami
lunes, 19 de mayo de 2025
Camille, de Pierre Lemaitre
domingo, 18 de mayo de 2025
Rosy & John, de Pierre Lemaitre
viernes, 16 de mayo de 2025
Alex, de Pierre Lemaitre
Bibliometro #104. Hace no mucho tiempo, puede que hace menos de un mes aproximadamente, gracias a la B.N.P.D. leímos Irène, una novela negra escrita por el francés Pierre Lemaitre, que resulta ser la primera de una serie de cuatro novelas protagonizadas por el comisario de la Brigada Criminal de París, Camille Verhoeven. Como por acá intentamos terminar todo lo que se comienza (si es que los medios nos lo permiten), y como Irène fue una lectura genuinamente interesante e intensa, y a su modo sorprendente e inesperada, nos lanzamos de momento con Alex, el segundo título en esta negra y brutal saga.
jueves, 15 de mayo de 2025
N.P., de Banana Yoshimoto
martes, 13 de mayo de 2025
El Talón de Hierro, de Jack London
Biblioteca Nacional S17E02. En esta temporada de la B.N.P.D. no salieron las cosas como tenía planeado y, como suele sucederme cuando algo no marcha según lo planeado, me dediqué a improvisar, a solazar mi frustración en la rebeldía del azar, de tirar los planes por la ventana y mandar todo al demonio, por lo que mirando y mirando me encontré con El Talón de Hierro, de Jack London, que es un autor que no he leído pero que siempre ha llamado mi atención (sobre todo por haber sido adaptado por Pietro Marcello en la genial "Martin Eden"), libro que elegí porque tampoco voy a dejar las cosas taaaaan al azar como para llevarme libros que no me interesan en lo absoluto, ¿o creen que voy a dejar que el azar me haga pedir prestado la saga de Los Juegos del Hambre o alguna otra franquicia similar para adolescentes?
No es que esperara menos, pero El Talón de Hierro me ha sorprendido en hartos sentidos. Primero, porque, aunque para algunos no lo parezca tanto, es ciencia ficción pura y dura, al menos acorde a la definición de Philip K. Dick, una autoridad en la materia; es decir, es pura libertad y expansión creativa, pero es también un potente, certero y nítido reflejo de la realidad de la época en que vivía Jack London, es más, es el maldito reflejo de cómo han sido las cosas en tiempos posteriores hasta la actualidad: es una trama puramente ficticia y el futuro que describe no es como el que finalmente ocurrió, sin embargo, en esencia, ¡es cómo han ocurrido las cosas! No encontré nada en internet sobre si Dick dijo algo sobre esta distopía de London, pero seguramente la leyó y seguramente le gustó, El Talón de Hierro, claramente, es una obra adelantada y pionera cuyos ecos pueden notarse en la obra del delirante y paranoico californiano (por mencionar a uno solo).
¿De qué trata? En palabras simples, de la ascensión al poder absoluto (económico, político, social) de la oligarquía capitalista estadounidense, con sus tejemanejes y manipulaciones; y de la lucha de un puñado de revolucionarios que quieren liberar a su país, a sus ciudadanos, a sus compatriotas, del frío y sombrío y gris yugo de esa bien engrasada maquinaria enriquecedora de cerdos, de esa devoradora/trituradora de carne llamada Estados Unidos. A modo de manuscrito escrito en primera persona, la protagonista, Avis Everhard, nos va contando desde que conoció a Ernest Everhard, un activista revolucionario que a la sazón fue su esposo, en los tiempos en que la bestia oligarca aún no mostraba su verdadero rostro antidemocrático y mantiene la farsa de la libertad, hasta que los hechos se van precipitando hacia ese abismo de abuso, de autoritarismo, de secuestro y saqueo gubernamental. La gracia, lo genial de esta novela, es que, como digo, conduce a un escenario distópico, de ciencia ficción, pero el camino que describe es perfectamente plausible, como si se tratara de una novela histórica, y nada de lo que señala es inventado, cada etapa de la ascensión del monstruo oligarca es un manual ampliamente utilizado por los oligarcas fascistas de todo el mundo a lo largo del siglo pasado y el actual, siempre actualizando dicho manual a las contingencias tecnológicas. London nos describe la manipulación de los mercados por parte de la oligarquía para así concentrar su influencia económica, eliminando cualquier atisbo de competencia, de voz y voto que pudieran tener pequeños y medianos comerciantes; nos describe el lobby político, la compra y corrupción de representantes populares y de instituciones judiciales, amañando la Justicia para que funcione hacia un sólo lado; castrando la libertad de prensa y de expresión, capando el sistema educativo, para que las masas caigan en un abismo de ignorancia y desinformación, para que así la semilla de la discordia sea plantada por los asquerosos esbirros del poder; dividiendo las clases populares para minar sus fuerzas, para que se traicionen entre sí, entre los pobres a secas y los pobres "privilegiados"... Nada de lo cual, como digo, es invención, son fenómenos reales y además sustentados en teorías y estudios que London evidencia y enrostra a los inevitables escépticos y negacionistas gracias a los pie de página, pues debo señalar que El Talón de Hierro es el manuscrito de la protagonista, pero encontrado siete siglos después, por un historiador que va complementando dicho manuscrito con apuntes bien documentados, tan bien documentados que llega a dejarte estupefacto que toda la teoría social-económica-política de aquellos años haya publicado ciertas obras escandalosamente estúpidas y perversas, mientras que otras también sorprenden por lo lúcido, adelantado y profundo de sus análisis. En los pies de página verán citas de políticos, economistas, intelectuales, religiosos de la época, de todo el espectro político.
Otro aspecto que enriquece y engrandece y potencia esta novela es su estructura y su desarrollo, por su amplitud de campo bien equilibrada con un firme pulso narrativo. Lo digo, primero, porque este descenso al infierno oligarca-capitalista abarca varios campos de la sociedad, desde los trabajadores, los proletarios, pasando por los esquiroles y la clase media, los pequeño-burgueses, la iglesia, la prensa, la justicia, hasta llegar hasta las castas superiores del escalafón social: cómo cada escalón está secuestrado a voluntad por el cerdo oligarca, cómo la búsqueda de la verdad, la bondad y la Justicia es una tarea imposible porque está tergiversada, contaminada, envenenada con la retórica oligarca. Para ello, en segundo lugar, la novela se estructura sabia y hábilmente en una progresión de conflicto teórico-dialéctico en dirección hacia etapas más movidas, hacia la acción pura y dura: comenzamos con numerosas y fascinantes, estimulantes discusiones, debates e intercambios de ideas en donde la autora del manuscrito, Avis Everhard, influida por Ernest Everhard, el práctico revolucionario, comienza a vislumbrar las manchas y óxidos de la sociedad en que tan cómodamente ha vivido, notando con doloroso pasmo cómo ese ideal de sociedad no es más que una quimera, una promesa vacía, una fantasía voluntarista ("pero si el hambre no puede existir en nuestro país", existe pero no lo ves), en comparación con la cruel realidad, mientras a su alrededor obispos y oligarcas y políticos y empresarios y asalariados y revolucionarios discuten no sólo sobre política y economía, sino que sobre filosofía, metafísica y religión... Luego, cuando el aspecto teórico del relato ha sido completado por así decirlo, llega un brusco cambio de registro, un mazazo brutal, inesperado, pero genial por lo mismo, porque de sopetón te encuentras con que ya estamos en la distopía en sí, en el infierno oligarca plenamente desatado, en donde impera la acción y la supervivencia más descarnada y desesperada, en donde los libros han sido sustituidos por las armas, en donde las ideas de una lado se ejecutan para ejecutar, exterminar, las ideas rivales.
Ya le gustaría a Chuck Palahniuk escribir una novela tan interesante, adictiva, incendiaria y certeramente documentada, además de bien escrita (en tanto prosa, en tanto estructura narrativa, en tanto argumento y personajes) como esta. También pienso que Houellebecq tuvo que haber leído El Talón de Hierro y haberse inspirado algo en ella cuando estaba planeando Las partículas elementales, lo digo por eso de contarnos una historia "presente" desde un lejano futuro en donde los humanos son tan avanzados que casi no pueden comprender las motivaciones de aquellos antepasados, ni menos la forma en que vivían, tan atrasada y salvaje. Así sucede en la novela del francés y en ésta, pues quienes encuentran y leen y analizan el manuscrito de Everhard, en los pies de página, no dejan de sentirse asombrados ante la descarada impunidad e injusticia de la época. Y claro, también mencionamos a Dick, pues London nos dibuja, nos construye y nos lanza de lleno en este futuro como descabellado, delirante, pero tan plausible que, más allá o más acá de sus detalles tecnológicos, casi parece una copia exacta del presente. Justicia para ricos y para pobres, medios controlados por el poder económico, la criminalización de la protesta, la precariedad laboral, la policía como vulgares guardias de la casta que los alimenta...
Una novela, a fin de cuentas, escrita con el recio oficio de su autor, es decir una historia con tramas y personajes cautivantes, que además tiene toda esa energía y sustancia interna, una coherencia cabal, rotunda, de hierro. Una novela increíblemente adelantada a su tiempo, al menos esa impresión me da. Léanla y piensen, ¿qué tan diferente son las cosas, 117 años después de su publicación? Lo digo porque en Estados Unidos tienen a un delirante megabillonario a cargo de agencias gubernamentales que están recortando cada vez más beneficios sociales, sin mencionar, por ejemplo, que una universidad de prestigio mundial (Harvard) ha debido ceder parte de su libertad y autonomía debido a los chantajes del presidente de su país con sus amenazas de desfinanciamiento, ¿y por qué?, porque dicha universidad no quiere espiar a sus estudiantes y funcionarios. Pueden ver que hay estadounidenses nacidos y criados allá que están siendo detenidos/secuestrados por cierta agencia migratoria sólo porque son estadounidenses que se llaman, apellidan y lucen extranjeros, ¿un estadounidense trigueño llamado Morales?, ¡detenido! Y luego dicen que esos oligarcas no son racistas, que no están "limpiando" la blancura estadounidense. ¿Qué les parece? Estados Unidos, sobre todo ahora con la presidencia de Trump y su esbirro inmigrante sudafricano (pero blanco y millonario e influyente y poderoso) Musk, es un país enfermo. ¿Es tan diferente de lo que London escribía en esta novela de 1908 (atentos al personaje del profesor universitario y su devenir)? En fin, una lectura tan estimulante como desalentadora. ¿El único reproche? Que Everhard no pudo terminar su manuscrito y sólo nos quedamos con 300 páginas... Y claro, que esa pesadilla se ha hecho real.
Acá tenemos una ficha bibliográfica bien interesante, no por el hecho de tener un sólo préstamo (el mío), sino que debido al tiempo que medió entre mi lectura/préstamo y la llegada de este ejemplar a la B.N.P.D., que, como pueden ver, fue el año 2019, es decir prácticamente seis años de virginidad lectora para este libro hasta que he llegado yo. Si son de por acá, vayan a pedirlo, es ciencia ficción de la buena, es decir ciencia ficción tan creativa como enraizada en sus circunstancias históricas. Y está bien escrita, pero qué, si ya comenté todo esto arriba. Bye-bye!
lunes, 12 de mayo de 2025
No es país para viejos, de Cormac McCarthy
He quedado con sensaciones encontradas con esta novela. Es entretenida hasta cierto punto, no les mentiré, pero tampoco es la gran cosa y la verdad es que resulta anecdótica, de poco peso, fugaz en su importancia, es decir poco trascendente a pesar de, no lo sé, sus aires algo grandilocuentes. ¿Por qué? Porque, bajo mi punto de vista, bajo mi impresión, No es país para viejos no es más que la descripción, casi absolutamente despojada de todo tipo de estilo o recurso literario, amén de su prosa seca, árida, llana, impávida, cortante (no en el sentido de afilado o punzante, más bien de tajante, terco, hermético... una prosa terca. Gracioso decirlo de esa forma pero no se me ocurre otra mejor manera de ilustrarlo: una prosa que no va más allá de lo que ve ¿porque no puede, porque no quiere?, porque no nomás y así se queda, de brazos cruzados), de hombres haciendo cosas. Haciendo cosas que no tienen mucho sentido tampoco y a través de unos personajes pobre o nulamente desarrollados que sólo logran entenderse un poco a través de sus diálogos, pero que podrían ser perfectamente intercambiables si no se les nombrara porque no hay nada concreto que los identifique ni diferencie los unos de otros, bien podrían ser los criminales o los policías o los gentiles, en cualquier caso estarían haciendo lo mismo, es decir: cosas; cosas como manejar por carreteras, cambiar de autos, quedarse en hoteles y moteles de carretera, hacer manualidades, seguirse los pasos sin tener muy claro si están huyendo o persiguiendo, tragar comida, mirar a su alrededor seriamente, en fin...
¿Cómo comienza todo? Con un intercambio de drogas que salió mal: en medio del desierto quedan camionetas acribilladas, cadáveres mexicanos desperdigados, armas automáticas con balas en su interior, una montañita de ladrillos de droga y un maletín con dinero. Llewellyn, un hombre común y corriente, veterano de Vietnam que estaba cazando de madrugada, se encuentra con ese escenario de película y se lleva el dinero. Chigurgh, el implacable rastreador, es quien debe encontrar el dinero. Los mexicanos también andan buscando la lana. El sheriff Bell, aunque el caso va más allá de su jurisdicción, intenta ayudar a Llewellyn porque lo ve como su deber, ya que el cazador (¿cazado?) vive en su condado y un sheriff debe proteger a sus vecinos. Aparece brevemente un cazarrecompensas. Y supongo que, a pesar del oscuro minimalismo de la prosa, esta seguidilla de acciones y tiras y aflojas sí resulta algo interesante; la incesante acumulación de encuentros y desencuentros y tiroteos y persecuciones y derramamientos de sangre y muertes provoca un efecto algo perturbador, pues esta acumulación, sumada a la prosa ensimismada, acaba por develar el sinsentido de todo lo que leemos, la total falta de lógica e involuntaria crudeza del actuar de este puñado de hombres que se creen en control de la situación, de sus acciones, de su destino incluso. Me ha recordado a "Elephant", la película no de Gus Van Sant sino que la de Alan Clarke (la comenté en su momento en Cine en tu cara, si se interesan búsquenla, el post y la peli, que la tienen en YouTube), que es una película sin personajes y sin trama, sin desarrollo, solamente la seguidilla de asesinatos anónimos que ocurren sin que sepamos su porqué, sin que conozcamos ningún trasfondo o contexto, resultando impactante al inicio pero transformando ese impacto en costumbre, en insensibilidad, o en desesperación, porque o te habitúas a la muerte (que es absoluta sin importar aparentes motivos o razones) o te dejas ahogar por el horror de una violencia, una masacre que no se va a detener porque existe aunque no la veas, ahí está justo bajo tus narices. No creo que McCarthy haya tenido consciencia de esto escribiendo esta historia, o tal vez sí quién sabe, quizás quería mostrarnos una serie de escenas, eso sí hiladas por tres o cuatro personajes apenas construidos, en donde la muerte y la violencia parece ir dos o tres pasos adelante de la justicia, del orden y de la civilización precisamente para sumirnos en un estado de desconcierto y despiste, porque nada de lo que sucede en No es país para viejos sigue pautas narrativas reconocibles, sus acontecimientos siguen un flujo ajeno a todo ideal de moral o ética, justo frente a tus ojos y sin que puedas hacer nada.
Solamente en los monólogos del sheriff y en algunos de los diálogos de los personajes podemos apreciar no sólo mayor depuración estilística, cierta complejidad y composición literaria, sino que algo similar a una visión o punto de vista, no lo sé, filosófico y/o sociológico sobre el lío, sobre todo por la mirada pesimista y cuasi apocalíptica del sheriff, que entre recuerdos y anécdotas personales y profesionales, nos expresa su desolada impotencia ante un apabullante tren de maldad y violencia que no tiene fin aparente, de una fuerza sobrehumana que ninguna institución puede detener por más que se esfuerce. Y bueno, los personajes, cuando hablan y se explayan un poco más (la mayoría de los diálogos, eso sí, son tan cortantes y similares entre sí como lo es la prosa: ya, ok, claro, entiendo, bueno, eso, bien, sí, no), también transmiten un nihilismo devorador en consonancia con la visión del sheriff: cuando algo comienza, no se puede deshacer. La criminalidad es más grande y es peor que antes, y un individuo, cuando toma una decisión o comete un error (cuál es la diferencia), no puede revertir el pasado y de hecho tampoco puede alterar el futuro, quizás esa sea la gran lucha, si es que la hay, en este relato: Llewellyn encarna al hombre que piensa ser dueño de su destino, Chigurgh es el determinista que cree cumplir entre los hombres ese mandato metafísico, ese rumbo fijado por fuerzas mayores, poniendo las cosas, hombres, vidas y muertes, todo en su lugar. No hay azar, elegir entre cara o cruz es un gesto banal e ilusorio, acaso una burla o la revelación cruel de que todo estaba escrito y predestinado para que la moneda cayera de un lado o de otro.
Y supongo que luego de todo este palabrerío ustedes pensarán que, vaya, estamos ante una obra poderosa, ¿no?, una novela contundente, avasalladora. Quizás, puede ser, pero insisto, supongo que los elementos están ahí pero no terminan de ordenarse de manera totalmente coherente entre sí, de manera muy literaria, hay algo dislocado en este entramado argumental y narrativo, una separación como irreconciliable. Como trama, como argumento bien hilado, llega hasta por ahí, sería una novela decente; pero como colección de violentas viñetas "independientes" se aprecia mejor, su fragmentación y estilo hierático adquieren más lógica, pero... ¿McCarthy concibió esto como collage de vignettes o como un argumento con inicio-desarrollo-final? A eso me refiero. Su visión filosófica, ¿debe, o puede, entenderse y desprenderse de la sucinta descripción de hechos, de esa prosa como monosilábica, o forzosamente necesita de esas exposiciones dialógicas porque de lo contrario su mensaje se pierde? Por lo demás, es curioso, pero las últimas treinta páginas parecen sobrar, finiquitado todo el asunto, seguimos los pasivos devaneos del sheriff, que sigue hablando y haciendo cosas aunque ya no importe mucho si tiene traumas o arrepentimientos pasados. La película acierta al terminarlo todo en ese choque, luego el sueño y el then I woke up, porque, sinceramente, ¿a qué viene tanta perorata sobre el pasado del sheriff? Se entiende, ¿pero qué aporta?, en esas páginas finales no se dice o expresa o "da a entender" nada que no se haya explicado en las páginas anteriores, todo ese epílogo es de una reseca redundancia. En fin, que así es No es país para viejos, una novela, ciertamente, extraña, no del todo lograda, pero escrita por uno de esos escritores tremendos, vacas sagradas, cuya aura parece investir a su obra de un poderío inigualable entre sus pares, independiente de la calidad de la obra en cuestión. Me ha gustado leer esta novela, pero la novela no me ha gustado muuuuuuucho. Sensaciones encontradas, claro. Quizás le deba una relectura a futuro, si es que encuentro más libros de McCarthy y pueda ubicar y/o apreciar mejor esta propuesta dentro de su obra literaria. Pero así son las cosas, a veces no hay mucha correlación entre "la historia/trama" y su sustancia, trasfondo, visión, mensaje.
Vaya desprolijidad, vaya desorden, vaya vaya. ¿Nos sorprendemos? Diez préstamos en tres años y medio, ¿qué pensarán esos lectores de esta novela? ¿Habrán quedado algo perplejos ante una propuesta tan... parca, impasible?