"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

sábado, 31 de mayo de 2025

La regla de los nueve, de Paula Ilabaca

 

Bibliometro #110. Con La regla de los nueve venimos a completar la obra narrativa de Paula Ilabaca (queda su obra poética, pero de ello no les hablaremos: por acá hemos estado leyendo poesía de manera silenciosa, porque además no sé cómo comentar poesía, ¿cómo explico si un libro de poesía me gusta o no me gusta?, ¿cómo le hago para explicar si tal o cual poema, en mi opinión, funciona o no funciona?), y resulta graciosa la manera en que leímos sus novelas: partimos por la segunda, Camino cerrado, seguimos con la tercera y de momento última, La mujer del río, y terminamos/completamos todo con el presente libro. El efecto es bien interesante porque, con conocimiento de causa, les puedo decir que estas tres novelas comparten el mismo universo: hechos, sucesos, personajes, y me gustó el orden de lectura con el que me adentré en la narrativa de Ilabaca, de hecho me alegro de este para nada planificado orden, lo prefiero a haber seguido el orden de publicación cronológico. Supongo que suena raro que un tipo tan ordenado y maniático como yo lo diga, pero así es como es. Eso es lo que hay, diría El Chute Pop.


En efecto, fue toda una agradable sorpresa leer La regla de los nueve debido a los personajes y hechos compartidos con las otras dos novelas posteriores de Ilabaca. Por ejemplo, Camino cerrado está protagonizada por la detective Leiva, que investiga un femicidio al mismo tiempo que reabre el antiguo caso de un joven calcinado, caso que resulta ser el que nos convoca en esta novela: un joven universitario llamado Gabriel, que producto de un incendio en su habitación muere asfixiado, su cadáver calcinado, joven en torno al cual iremos conociendo su vida, sus rincones oscuros, gracias al testimonio y la rememoración de otros personajes, a la lectura de ciertos documentos, todo lo cual quizás nos permita ir descubriendo aspectos desconocidos de este joven, aspectos que, quizás, de alguna manera, iluminen ciertas zonas oscuras de un caso que aparentemente no ofrece ningún misterio real a resolver. La detective Leiva aparece, de hecho, en esta novela; también aparece, ya mayor y más experimentado, el detective Cuevas, que en La mujer del río era un recién graduado detective, novato pero aplicado; y hasta se deja ver brevemente el perito en huellas Reyes, que en La mujer... impone su recta presencia. La detective Leiva nos explica, en Camino cerrado, que se hizo detective inspirada en la subcomisario Torrealba, la "protagonista" de La mujer del río, novela que comienza con la mentada detective resolviendo el caso del atropello del amigo de una Leiva preadolescente. Un cruce y juego de perspectivas, de intertextualidad, que me ha gustado mucho, que me ha parecido sumamente estimulante.
Ahora bien, sobre La regla de los nueve como tal. Para empezar, es una excelente y elocuente novela debut, no sólo por la calidad de la prosa, de la escritura de Ilabaca, ágil y hábil al moverse y saltar entre primeras y terceras y furtivas segundas personas, también para no sólo alternar sino que fundir estilos más bien frontales, directos, callejeros, coloquiales, conversacionales, con otros más líricos, poéticos, literariamente compuestos y complejos, sin que el conjunto se resienta en lo más mínimo, antes al contrario, dotándolo de gran fuerza expresiva y una coherencia interna a prueba de balas. Porque lo que Ilabaca elabora con esta novela es lo que también ha elaborado, con importantes variaciones (y dispar suerte) en sus dos novelas posteriores, esto es: un relato policial sustentado en la humanidad de sus involucrados sin perder de vista el procedimiento, o mejor, el misterio inherente, porque a fin de cuentas todo parte de un hecho a investigar: un incendio que a todas luces luce como un accidente, pero que, habida cuenta del arisco y reservado carácter de su presunta víctima, ¿quizás podría albergar espacio a dudas? En cualquier caso, estas alrededor de 150 páginas están conformadas por las voces o testimonios de la madre de la víctima, del mismo Gabriel con su diario de vida, algunas cartas de una novia poeta que tenía, la detective Leiva y sus pesquisas, la de su superior el detective Cuevas, entre otras que van surgiendo, pidiendo y cediendo su lugar. Eso por la parte, digamos, formal, narrativa, argumental de esta novela.
Lo otro que destaca, aparte de la fluidez y solidez narrativa y argumental y estilística, es la manera tan aparentemente sencilla y natural con que Ilabaca crea personajes, lugares, con que transmite las palpitaciones de vida de estas personas y sus entornos: el ambiente universitario, la cultura laboral/esprit de corps de la PDI por parte de Leiva, la apretada y urgida y casi ilusoria placidez de una vida, con sus costumbres y rituales y limitaciones y libertades, de clase media: la vida modesta que sustituye la limitación de medios por una desbocada e ilimitada capacidad de soñar, de planificar, una vida de expectativas y de promesas cuasi inminentes, de no ser porque de vez en cuando hay que ponerse a contar monedas y hacer malabares con el presupuesto... Ilabaca debe saber de lo que habla, su retrato de la clase media, de un estilo de vida que puede llegar a ser tan amplio como variable, en mi modesta opinión, es materialmente adecuado, pero también emocional y filosófica o espiritualmente acertadísimo: así son los días, tediosos y sin glamour, rutinarios, pero con la esperanza de la abundancia a la vuelta de la esquina mientras de momento te escapas un poco con gustos o actividades por encima de tus posibilidades, los lujos que todos nos merecemos a veces. Nada que ver con la desconectada, ignorante e insultante proyección chic y pretenciosa de Fuguet, por ejemplo, que en su horripilante Ciertos chicos hace el ridículo y da vergüenza ajena al pretender que sus personajes sean de "clase media". Leer La regla de los nueve, más allá o más acá de su componente policial, es como volver al pasado, a una forma de vivir que ya no se lleva, que sería imposible de llevar, no sólo por los cambios en la juventud (a fin de cuentas este libro es una suerte de retrato generacional chilensis sobre jóvenes disconformes que buscan una salida sentimental y romántica o artística a un destino gris y convencional: la rutina de vivir con lo justo mes a mes, sin sufrir de carencias graves, permitiéndose ocasionales lujos y vacaciones, en los confines de su casa ampliada en esos barrios clónicos) sino que también por los flujos sociales, económicos, etc.: esta novela es sobre una clase media que ya no existe. 
Parece que, cuéntate una nueva, me alargué y hasta me puse a dar la lata. Pero me ha gustado mucho esta novela: como está escrita, como está contada, sus personajes, su argumento, su narración aparentemente libre a la vez que calculada, su certero y desnudo aunque para nada forzado retrato social y generacional y hasta temporal, histórico a su modo. Es una novela con mucho corazón, auténtica y genuina, de carne y hueso, que da cuenta de realidades y problemáticas, tan vigentes entonces como ahora, sin casi proponérselo, porque son los personajes y la narración las que respiran y desprenden dichas realidades y problemáticas. Ilabaca parece seguir el procedimiento contrario a otros/as escritores/as más recientes, que escriben sus historias a partir de o debido a tales temáticas (un cuento sobre la violencia de género, un cuento sobre la marginalidad, un cuento sobre la desigualdad socio-económica), que aunque queden bien escritas y todo, rezuman ese aire teledirigido, encorsetado, "obligado", moldeado, mientras que la escritura, la obra de Ilabaca rezuma libertad creativa, coherencia literaria, es un ejercicio tan vigoroso como necesario: es una verdadera escritura de la memoria, de una memoria esencialmente emocional e íntima, personal, cuyo hilo único, enlazado con otros hilos únicos, con otras memorias, va enhebrando un tejido social y político mayor, más grande, y abarcando multitud y variedad de temas de una manera más orgánica y natural, y multidisciplinar, "multiperspectivas", a fin de cuentas las personas viven y sobrellevan toda clase de problemáticas en su día a día: la vida no es únicamente una anécdota nocturna concreta, la vida es lo que Ilabaca construye, a lo que da rienda suelta en La regla de los nueve, con resultados más rotundos, robustos y sustanciosos (menos quejumbrosos, sobre todo).
Y ahora sí me despido, pero supongo que es necesario a veces dejarse llevar por las reflexiones críticas. Espero que se entiendan, je, je.


En nueve años La regla de los nueve, la novela debut de Paula Ilabaca, ha sido prestada en dieciséis ocasiones. Lleva bastante tiempo en la red bibliometrina, creo que es el único ejemplar, pero no me tomen la palabra no me he molestado en confirmar tal aseveración. Es un libro que, por lo demás, se ha mantenido activo a lo largo de los años. La pulcritud de las fechas estampadas no destaca mucho, ¿no?, pero qué le vamos a hacer, siempre decimos eso, qué le vamos a hacer... es lo único que se puede hacer, que alguien como yo puede hacer.

jueves, 29 de mayo de 2025

La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami

 

Bibliometro #109. Por fin, luego de haber leído hace tantos meses Escucha la canción del viento/Pinball 1973, seguimos con la bibliografía del japonés Haruki Murakami, todavía en orden gracias a que todas las bibliotecas, echando una rápida comprobación, tienen sus libros, por lo que es posible ir adentrándose en su obra de manera cronológica, lo cual siempre resulta revelador. La tercera novela, entonces, que publicó el escritor nipón es La caza del carnero salvaje, con la que, imagino (no he leído más libros suyos, claro), viene a cerrar una trilogía completada por sus dos primeras novelas, amén de la aparición de ciertos personajes conocidos, además de ciertas atmósferas y ciertas temáticas clave. Vamos, la caza les va a encantar.


No es que lo haga a propósito pero, vaya, Banana Yoshimoto no está teniendo el mejor de los tratos en este blog. Hace un par de semanas comparamos su N.P. con El señor Nakano y las mujeres de Hiromi Kawakami y salió perdiendo, tanto porque la prosa de Kawakami, sin perder su halo poético y su capacidad para describir emociones y personalidades complejas de manera sencilla, es mucho más cristalina como porque la narración en sí misma, personajes e historias o conflictos y dramas, es mucho más interesante, entretenida, cautivante, sin tener que recurrir a golpes de efecto tan manidos y sobados. Yoshimoto, tal como lo dijimos en N.P., es buena escritora en el sentido que sabe moverse con las palabras, sabe elegir palabras, su prosa por momentos también puede ser, en efecto, cautivante, misteriosa, profunda, lírica, capaz de expresar y transmitir buena clase de sentimientos y sensaciones, lástima que no tarda en caer en su propia trampa, tornándose presuntuosa, ampulosa e ininteligible, presa de un excesivo e innecesario simbolismo, muy contraproducente, que le quita interés y atractivo a sus elementos narratológicos. Una cosa es saber escribir bien, otra cosa es saber narrar bien. Podemos decir lo mismo de Martin Amis, que sin duda es un muy buen escritor, ingenioso, irónico, mordaz, complejo a su modo y potente con las palabras, incluso en sus peores novelas tiene párrafos, páginas enteras incluso, que son un verdadero placer de lectura, pero que, maldita sea, se hace tan pesado al momento de contarnos unas historias, a la larga, llamativas (sus personajes y diálogos, eso sí, en general son geniales) pero insignificantes y anecdóticas (ejemplo: Perro callejero y La información), tan superfluas que la escritura misma intenta mantener el conjunto a flote volviéndose innecesariamente enrevesada, iterativa, truculenta y tendenciosa. Y como Yoshimoto, tanto artificio para premisas que son el ejemplo de la simplicidad (tedio generacional e incertidumbre vital en el caso de la japonesa; sátiras sociales, políticas y culturales en el caso del inglés) que con una escritura de la claridad quedarían perfectamente bien.
Pues bien, ignoro si Yoshimoto es muy admiradora de Murakami, leerlo tuvo que leerlo en algún punto, pero La caza del carnero salvaje es todo lo que N.P. intentaba ser y no lograba, es decir, una historia sobre el tedio vital, el vacío o la abulia existencial, el vacío de una generación a la deriva, despojada de objetivos de sueños, que sólo saben trabajar hasta la extenuación por mera costumbre, cuya indiferencia o inofensivo desencanto es en realidad una bomba de tiempo (imaginen una sociedad sostenida por unos pilares que no creen en la estructura que aguantan, que no quieren ser parte de ello); y sobre lo extrañamente encantador que puede llegar a ser una gris y repetitiva rutina, succionada por una trama de tétricos tintes, digamos, sobrenaturales o esotéricos y oníricos, de cierta imaginería surrealista. La caza del carnero salvaje es como, y estas son referencias meramente ilustrativas, para que se hagan una idea aproximada (y son referencias que se me ocurren a mí, a lo mejor no vienen a cuento, a lo mejor el autor pensaba y se inspiraba en otras obras, a lo mejor ustedes mismos piensan en otras obras), El extranjero mezclado con el cine de Lynch mezclado con los absurdistas saltos al vacío de Auster mezclado con los saltos al vacío artístico/literarios/historicistas de Bolaño mezclado con... lo olvidé, pero tenía otro nombre que me hacía mucho sentido.  El caso es que todos esos elementos, quizás a priori disímiles, acá funcionan a la perfección: La caza del carnero salvaje es un libro hipnótico, magnético, de lectura fascinante y un claro salto cualitativo con respecto a las dos novelas precedentes, que si bien eran claras muestras del talento como escritor/narrador de Murakami (aunque Pinball 1973 sea una novela irregular), también daban cuenta de que Murakami era, en efecto, un escritor en ciernes, dando sus primeros pasos. La caza del carnero salvaje es una obra mucho más robusta, rotunda, sólida, sin altibajos, en donde todos sus aspectos no sólo están en perfecta armonía (sin que uno destaque más u opaque a los otros) sino que se potencian y enriquecen mutuamente a lo largo de toda la historia, que se extiende a lo largo de unas 400 páginas que se hacen pocas, pero que son más que suficiente, ni les falta ni les sobra nada.
¿De qué trata? Pues de un apocado sujeto, bastante aburrido de su vida aunque mal no le va y aunque tampoco sabe qué le falta o dónde podría partir por buscarlo, quien con toda seguridad es el mismo que protagonizaba Escucha la canción del viento y Pinball 1973 (que no tenga nombre ayuda un poco a generar ese aura algo fantasmal en torno a él: puede ser o no puede ser), que, entre medio de algunos problemas personales, se topa con un problema inesperado, ilógico pero importante: le encargan encontrar (o cazar) a un carnero muy especial, muy singular, único, que puede que exista más allá de nuestro plano de realidad, aunque sea en la realidad que deberá encontrarlo, pues en la realidad vive, en la realidad está preso y atrapado. Y prefiero no decir más, es mejor que se adentren en este laberinto, que se lancen a este salto al vacío, sin que sepan casi nada en términos argumentales. Pero sí, esta novela es un potente retrato generacional, que captura con precisión y nitidez ese maldito tedio que todo lo aplana, que todo lo descolora, que todo lo despoja de luz y voluntad y sueños. La generación de los adultos treintañeros, en el filo de la decepción, del "esto es todo lo que hay... ¿lo acepto o me rebelo?".
Es también una historia detectivesca, una aventura como metafísica pero bien práctica, con los pies en la tierra, inteligible, lo cual es un acierto y un logro: jugar y abarcar lo inasible de una manera tangible, presente, clara. Supongo que tiene que ver con la personalidad del protagonista y también con las intenciones de Murakami: los problemas humanos en el fondo se solucionan material, objetivamente, no con escapismos introspectivos, adaptándose a la realidad en lugar de intentar adaptar la realidad a nuestras propias manías narcisistas. Porque... ¿Qué significa este carnero tan especial? ¿Es acaso el carnero una especie de felicidad abstracta, una perfección de placidez emocional/psicológica/vital cuasi divina? ¿Un símbolo, un signo? Puede serlo, pero es también, debe serlo, un objeto (¿Un talismán, un amuleto, un boleto de lotería?) en alguna parte. Y es una búsqueda, si es que uno pretende atraparlo, tremendamente poco práctica, pues es precisamente un salto al vacío, un salto al olvido, una fractura misma con la realidad y con el propio ser: para encontrar al carnero debes deshacerte de todo, de ti mismo, abandonarlo todo, y verte atrapado, succionado, ahogado asfixiado, en ese tornado que gira dentro de un vasito de agua. El protagonista, que lleva a cabo esta caza por encargo, a regañadientes (amenazado con castigos bien concretos y materiales, no fuegos metafísicos), es testigo cínico de ello: personajes que se ven consumidos por un mero ideal, un ideal metafísico, y que configuran sus vidas tangibles en torno a algo que no existe, ese carnero, esa maldición... más o menos como los personajes de Yoshimoto. El protagonista en cambio, que también le busca un sentido a su existencia, a su vida que no es perfecta ni luminosa, lo hace a través de la vida misma: la comida, los pequeños placeres, los libros, la música, las miradas los sonidos, las mujeres los amores, la compañía de un aire tranquilo y silencioso, la belleza de un paisaje virgen e intocado, un protagonista que no se inventa problemas ni líos para hacer interesante su vida ni que se psicoanaliza a sí mismo en largas sensaciones autocomplacientes y autoindulgentes... No me cabe duda de que Murakami se estaba burlando un poco de esa clase de relatos y novelas, de esos personajes embobados en líos metafísicos ininteligibles, elaborando, eso sí, una novela absolutamente entretenida, con una intrincada y enrevesada trama que se entiende a la perfección sin perder por ello su capacidad de sorprender e intrigar, ni tampoco para transmitir o expresar sus reflexiones filosóficas, existenciales, sociales, etc. Es una historia detectivesca pero también una especie de tratado/enfrentamiento entre escuelas filosóficas, entre puntos de vistas y cosmovisiones o estilos de vida, para enfrentarse a la realidad, y esta novela aúna a la perfección ambas vertientes: un misterio "metafísico", eso sí, protagonizado por un personaje en extremo práctico, descreído y con los pies bien puestos en la tierra, que es el modo en que pretende salir indemne de este atolladero en el que se vio envuelto tan de la nada mientras que los demás, si quieren, jueguen a sus aventuras esotéricas.
Bueno, ¿qué más queda por señalar? La prosa de Murakami, cristalina y sencilla, destaca también por un lirismo muy evocador y sugerente; con unos pocos y modestos trazos, el autor es capaz de capturar y retratar a sus personajes, sus emociones y sensaciones, los ambientes y las atmósferas en que se mueven, es capaz de transportarte y situarte en sus impactantes escenarios, de maravillarte con sus múltiples historias y personajes que surgen con agilidad y fluidez pasmosas. Y siempre manteniendo ese aire enigmático, intrigante, de perpetua tensión, pero también palpable, concreto. Tampoco falta el sentido del humor, esa ironía innata al relato, que logra aligerar también esta historia que, en el fondo, es una historia sumamente sombría, casi deprimente, en donde casi se te dice que, ni por uno ni por otro lado (ni por el lado del escapismo de las fantasías o de la imaginación, ni por el lado del pragmatismo o del empirismo) vas a poder hallar las respuestas a las inquietudes que tanto te angustian porque, quizás, el presente es una perpetua búsqueda, es decir una perpetua insatisfacción, un perpetuo "casi estoy ahí, casi lo entiendo": una cacería sin fin. Y los diálogos, por favor, diálogos afilados, inteligentes, ingeniosos, tan coquetos y juguetones como naturales, como sacados directamente de las calles y de los cafés. Es que, en verdad, La caza del carnero salvaje es una novela magnífica, sustancia y estilo a otro nivel, de una calidad prácticamente, virtualmente intachable: no tiene fisuras por ningún lado. Murakami debió comerse el coco bastante mientras escribía esto porque le quedó una obra genial, magistral, se me hacen pocos los adjetivos: la literatura está hecha de lo que este libro tiene a manos llenas.
Recomendable total, léanla sin dudas, les va a encantar estoy seguro.


¡Qué ficha bibliográfica! Este ejemplar, este libro como objeto, está hecho un desastre, pero apenas lleva en las redes bibliometruscas dos años, quizás llegó hecho jirones y luego, inevitablemente, se fue haciendo mierda cada vez más, la gente es muy descuidada. Como sea, números concretos: catorce préstamos en dos años, el año de gloria fue el 2024 con ocho de esos préstamos; aunque la tinta del estampado no es muy intensa ni negra ni nítida, las fechas están bien colocadas a excepción de ese maldito 1 de febrero del 2024, que rompe, ensucia, desprestigia por completo el orden de las otras fechas. Una lástima, ¿no?

martes, 27 de mayo de 2025

La tumba de las luciérnagas. Las algas americanas, de Akiyuki Nosaka

 

Biblioteca de Santiago nº27. Palabra que no tenía la menor idea de que "La tumba de las luciérnagas", la aclamada película animada de Isao Takahata, estaba basada en un libro, en una novela corta, de alguien llamado Akiyuki Nosaka, pero mientras miraba en las estanterías de la BDS me topé con este libro y apenas lo vi pensé "¡Demonios!, así que es un libro a fin de cuentas, venga pa' acá", y acá me tienen ahora.


Bueno, como pueden ver este libro contiene dos novelas cortas que, aunque no comparten personajes, bien podrían ser historias paralelas, en tanto se sitúan en la misma región o ciudad (Kobe) y en el mismo período (finales de la Segunda Guerra Mundial y la post-guerra), ambas basadas o inspiradas en la vida de su autor, que no sólo fue escritor sino que también cantante, periodista, político (ocupó un cargo de elección popular), además de haber tenido unas infancia y adolescencia durísimas, sufriendo toda clase de desgracias y vejaciones. Al parecer es un escritor bastante reconocido, además de haber sido adaptado al cine en numerosas ocasiones por importantes cineastas, por ejemplo, aparte de Takahata, Shoehi Imamura dirigió una película basada en un libro suyo, también Kenji Misumi y Yasuzo Masumura, directores no tan aclamados como los primeros pero igualmente importantísimos. Todo un ecléctico, un aventurero. Murió hace tan sólo unos diez años, un hombre de otra época que sobrevivió a lo largo y ancho de tiempos y cambios sociales y avances mundiales convulsos. Hablemos ahora de estas dos novelas cortas.

-La tumba de las luciérnagas, de unas cincuenta páginas, bastante breve novela corta.
Miren, una cosa es que la película de Takahata (hay por ahí otra adaptación live action, ¿alguien la conoce?) sea aclamada y reconocida y todo lo que quieran (no he tenido la oportunidad de ver esa película, es una de mis tantas deudas); su intachable recepción de crítica y público no quiere decir, necesariamente, que la obra literaria en la que se basa vaya a ser igual de buena o mejor. Lo digo porque esta novela corta no ha terminado de convencerme, aunque su lectura sea, indudable e inevitablemente, estremecedora y te provoque tristeza, rabia, impotencia, porque así son los acontecimientos que describe, es imposible quedarse indiferente ante semejante seguidilla de infortunios, para más remate sufridos por un muchachito pre-adolescente y su hermana menor, de tan sólo cuatro años, quienes, luego de los bombardeos que destruyen su ciudad, su casa, sus vidas reducidas a cenizas y escombros, intentan desesperadamente sobrevivir por su cuenta, sin que encuentren mucha ayuda de ninguna parte, tan sólo la realidad que les da la espalda mientras se nos describe la inevitable y lenta agonía de estas dos inocentes criaturas.
¿Qué sería lo que no me convence, entonces? Mmmm... Digamos que cierta sensación de premura con que el autor (d)escribe esta historia, que en casi todo momento parece, primordialmente, un apretujado y apresurado y amontonado recuento de desgracias en los que apenas alcanza a adentrarse un poco en, no lo sé, los estados emocionales o psicológicos de sus personajes, ya sean individuos o grupos o una comunidad, y luego llega otro golpe y otro cambio y así, saltando de un infortunio a otro hasta que, bueno, llegamos al final, que es donde comenzaba el relato, pues La tumba de las luciérnagas, al menos esta novela, comienza por el final, con la solitaria agonía del muchacho. Está claro que el autor elabora, o intenta elaborar, una especie de retrato de la crueldad y de la desesperación y del egoísmo imperantes en tan catastrófica situación, con gente que lo ha perdido todo y que intenta rasgar lo que puede con tal de sobrevivir un poco más o un poco mejor que el resto, aún a costa de la vida de otros, sin embargo, como digo, la escritura del autor queda "muy por encima", como si se desentendiera de dotarlo de algún peso o estilo escritural, y descansara en el impacto inherente de sus acontecimientos. Por lo demás, y relacionado con lo anterior, esta novela está escrita con un estilo bien distanciado, bien gélido, que en primera instancia parece funcionar, dejando que los hechos se presenten en toda su crudeza, pero claro, con el correr de las páginas esta decisión estilística pierde fuerza, queda reducida a, ya lo dije, un mero recuento de terribles adversidades plasmadas casi como si no hubiera ningún punto de vista de por medio, ninguna mirada, ninguna intención o mensaje, sólo un montón de tristes escenas en las que apenas podemos introducirnos porque de un momento a otro ya estamos con otra triste escena y así sucesivamente. Pequeñas pausas entre una desgracia y otra nos dejan pozos de amargura o tristeza, nos permite conectar algo más con este hermano y hermana, pero son contadas ocasiones: no es el tour de force que uno auguraba.
En resumen, una historia que no deja indiferente, sobre todo por lo atroz y devastador de sus acontecimientos, pero cuya escritura y narración quedan al debe, sin estar a la altura de sus elementos, bien blandita en términos narrativos y dramáticos, como si pusieras una cámara en un punto fijo mostrando escenas apocalípticas dejando que éstas hagan el trabajo por ti, sin escala de planos, sin apenas montaje, ¿se entiende el quid de mi descontento y disconformidad con esta novela?

Las algas americanas, la segunda novela corta, de unas ochenta páginas, una novela hermana de la anterior (que sería la hermana inválida o lisiada), mientras que ésta es la hermana inteligente, con estilo, con gracia, con visión, con algo que decir, con ideas claras y con la clara idea de cómo expresar esas ideas. Como con la anterior novela nos alargamos mucho, procuraremos ser breves ahora:
Las algas americanas es una comedia negra, una sátira, que aborda con mordacidad e ironía el carácter japonés y la sociedad nipona de fin de guerra y posguerra: cuán hondo caló en un país orgulloso, imperial, una derrota tan humillante y capadora, a manos de un país que no sólo los derrotó, borró del mapa dos ciudades enteras con sendas bombas atómicas, destruyó otras tantas ciudades, sino que luego llegó a ocupar su territorio y, entre muchos aspectos de índole político, llegó a plantar su simiente cultural, "violando" esa identidad japonesa que hasta entonces no había aceptado ninguna incidencia extranjera, soldados gringos mirando por encima del hombro a esos hombrecillos de ojos rasgados mientras van caminando de la mano con esas delicadas féminas de piel de porcelana que los tratan como reyes... Traumas y soterradas secuelas socio-culturales que continuaron aún después de la desocupación de Japón, pero con otro color, con otro tono, con otra dinámica.
El protagonista es un hombre adulto, en la treintena, que vivió de adolescente todo el horror de la guerra y la humillación de la posguerra, pero que en el presente, plenos años sesenta, observa con estupor cómo esa ocupación sigue presente de otra manera: la cultural, con la imperiosa necesidad de aprender inglés, la nueva casta de japoneses nacidos en Estados Unidos, costumbres extranjeras mimetizadas con las viejas tradiciones olvidadas o deformadas, como si Estados Unidos fuera el no va más, el salvador, el extranjero benévolo que con su grandeza asiste y cobija a su vecino disminuido, una nueva generación de jóvenes que saben más de Mickey Mouse y Marilyn Monroe que, no lo sé, de Momotaro o Osamu Tezuka, jóvenes que sueñan con vivir el sueño "americano" en lugar de echar raíces en su milenaria tierra natal. Para peor, la esposa, que alguna vez anduvo vacacionando con el hijo de ambos en Hawaii, ha invitado a un matrimonio de gringos jubilados que conocieron en dichas vacaciones a su casa como gesto de amistad. Le llegada de este matrimonio provoca en el protagonista toda una ola de humillantes recuerdos de los años de la guerra (paralelamente a la agonía de los abandonados hermanos de La tumba de las luciérnagas): el contraste entre el férreo orgullo nipón de antes de la rendición y el repulsivo servilismo posterior, además del esperable choque cultural una vez ocupados, todo lo cual es visto casi por perplejidad por el protagonista, un adolescente al que le rebotan todas esas soflamas políticas con tal de sobrevivir a la catástrofe bélica, pero que quedan ahí en su interior, como una mala semilla germinando hasta que florece como una flor negra de resentimiento ya de adulto, en el presente: Una vez arribe el matrimonio los sentimientos y pensamientos o principios/valores ético-patrióticos del protagonista vivirán toda una montaña rusa, sobre todo cuando se dé cuenta de que, a pesar de su rencor, de su resentimiento, de su odio, de su orgullo nacionalista latente, hará todo lo posible para contentar al viejo gringo que llega a Japón, a su casa, y se pasea por aquí y por allá como si fuera el dueño de todo, con una arrogancia tal que es como si, en efecto, la ocupación no hubiese terminado aún.
Y bueno, me alargué de todas formas, ya me conocen qué le vamos a hacer. Esta novela, a diferencia de la anterior, es entretenidísima, está bien escrita y narrada (escrita y narrada con intención, con una visión que plasma perfectamente en palabras), tiene un mensaje, capacidad de (auto)crítica y observación, además de contarte algunas escenas antológicas, como cierto "servicio" de sexo en vivo. Vamos, una inteligentísima y divertidísima novela negra con todas las de la ley, el autor debió haber liberado mucha bilis mientras escribía esta imprescindible genialidad, imprescindible no sólo por su calidad y su tono diferente del catastrofismo esperable con que se suelen abordar las guerras y sus secuelas, sino que por ser una especie de tardío grito generacional que funciona como retrato social de una época y de una sociedad soterradamente dividida, con heridas internas que parecen ser barridas bajo la alfombra en lugar de ser enfrentadas y sanadas...

lunes, 26 de mayo de 2025

El hombre que cayó a la Tierra, de Walter Tevis

Biblioteca Nacional E51. Primero que todo, aviso que cambiamos la nomenclatura de la B.N.P.D., ya no organizada en temporadas sino que en una numeración continua, primero que todo porque así es más fácil cuantificar el total de las lecturas en esta biblioteca pública, y en segundo lugar, porque la temporada anterior y la última notificada de esa manera, no se completó: luego de El talón de hierro iba a leer el libro que sería S17E03, pero no pude, no me dio, demasiado para mí, demasiado ininteligible, demasiado raro y extraño, rebuscado, etc., y no les diré cuál fue, porque además llegué a sospechar un poco de la traducción y si me topo alguna vez con esa novela de nuevo (aunque primero deberé leer las primeras obras de dicho autor, que al parecer te allanan el terreno para ese campo más experimental en lo formal y narrativo), será un ejemplar editado por otra editorial sin duda, por si acaso. En fin, puede que el modo en que pido libros prestados en la B.N.P.D. no cambie, es decir que me siga llevando libros de tres en tres en tres, que es el máximo permitido por cada ocasión, pero puede que también, dependiendo del orden en que lea todo lo que pido en total, a veces me pase a la Biblioteca Nacional a devolver uno, o dos, y traerme uno o dos diferentes. Quizás estoy gastando palabras porque a ustedes les dé lo mismo cómo hago mis cosas. Como sea, no sabía que El hombre que cayó a la Tierra estaba en los estantes de la B.N.P.D., de hecho ni siquiera sabía que era una novela, tan sólo conocía la película de Nicolas Roeg con David Bowie (y parece que hace poco hicieron una nueva adaptación en formato miniserie con personajes negros, ¿qué, es una nueva adaptación de la novela o es un remake encubierto de "The Brother from Another Planet" de John Sayles?), de hecho ni siquiera se me hubiera ocurrido que el autor de esta novela era Walter Tevis, mismo autor de Gambito de dama o de El buscavidas y El color del dinero. Vaya cúmulo de sorpresas que hemos tenido en un sólo párrafo, ¿no les parece?


El hombre que cayó a la Tierra es una novela de ciencia ficción en la que un extraterrestre (que en mi cabeza me imaginé como David Bowie, claro, quién más) llega con una misión que debe cumplir. La novela, entonces, tiene dos vertientes por decirlo de alguna forma: por una parte, el desarrollo de dicho plan, desarrollo que resulta bastante entretenido porque, sin entrar en detalles, tiene que ver con la inteligencia del extraterrestre y de la cultura o civilización de la que proviene, y su capacidad para inventar cosas, para enriquecerse, para acumular poder e influencia, todo lo cual le servirá para el cumplimiento de dichos planes. El toque de anticipación y fantasía, fantasía realista si cabe (qué puedo saber yo de ciencia y esas cosas, pero los inventos y avances tecnológicos descritos por la novela parecen, lucen, se sienten plausibles, "acercándola" en cierto modo a la Tierra más que lanzándola al espacio exterior o hundiéndola en monstruosas distopías), sostiene el motor narrativo durante toda la novela, con los tejemanejes del extraterrestre con algunos de sus inocentes y crédulos aliados humanos, a veces con ciertos toques de humor, de comedia de equívocos, además de otros humanos mas avispados y menos cooperadores, quienes traen por su parte tensión, conflictos y misterios. Por otro lado está el aspecto filosófico y humanista, que no es de extrañar: el extraterrestre que llega con intenciones que iremos descubriendo poco a poco, un ser inteligente, mucho más inteligente y noble que cualquier ser humano, que sin embargo comienza a contagiarse de dicha imperfecta y sucia, lodosa humanidad, un extraterrestre que, además de verse atenazado por los vulgares vicios altos y pequeños (alcohol, poder, dinero), cae en una profunda y empinada y rocosa crisis existencial: qué sentido tiene para él vivir entre seres inmundos inferiores a él, qué sentido tiene su misión, qué sentido tiene cualquier cosa, acaso vale la pena esforzarse, acaso vale la pena tener una idea, una visión, acaso vale la pena nadar contra la corriente, luchar contra las adversidades, plantarle cara al destino con obstinación... 
En efecto, una novela de trama fluida cuya sustancia, cuyo mensaje, se entiende a la perfección, pero que en total no diría que sea o muy brillante, o muy magistral, o muy genial, pero funciona, como dije la narración de Tevis es efectiva y su prosa, aunque estamos ante una de sus primeras novelas, demuestra oficio y buen pulso para la creación y retrato de personajes hastiados y perdidos (no sólo el extraterrestre se cuestiona su existencia, la pertinencia de sus decisiones vitales, las aparentes posibilidades del destino), para los diálogos, para la descripción de acciones y lugares, su capacidad visual es notable, bastante cinemática, no es complicado imaginarse la escena en la mente, los colores, los movimientos, etc., es decir una novela escrita por un escritor que sabe lo que hace y cómo se hace, de eso no nos queda dudas, pero como digo, que no inventa una trama muy impactante y que tampoco parece del todo decidido a abrazar de lleno su mensaje filosófico o existencial, profundizar demasiado en los infiernos/demonios personales de cada personaje (que vendrían siendo los infiernos/demonios de todos en general: uno elige por uno y por todos, uno tropieza solo y en compañía de todos), en la compleja psicología de unos personajes que pudieron haber dado más jugo, más material, pero que más que artífices y responsables de sus situaciones personales parecen elegir el cómodo rol de víctimas de las circunstancias, y ahí no sé si creérmelo del todo, precisamente porque un examen psicológico y personal de personajes habría funcionado mejor que la mera descripción de rutinas abotargadas o uno que otro diálogo quejumbroso en plan "dejé de creer, dejé de soñar, dejé de luchar, dejé de confiar en mí". En otras palabras, estos personajes son más bien arquetipos del fracaso, de la derrota, del tedio, entendibles por encima, retratados lo suficiente como para empatizar con ellos lo justo, pero no se sienten como personajes de carne y hueso, con tripas y corazón, auténticos o genuinos, profundos ni hondos.
Tan sólo en el amargo capítulo final podemos notar a un escritor más comprometido y encarnado con sus personajes, con la tragedia que cargan, en unos diálogos y prosa cargados de cinismo, de descreimiento, de furia consumida pero aún emanando sus últimos hedores, en un final trágico y fatalista aunque quizás no sean los conceptos adecuados porque en este caso la maldición, la condena, la guillotina, tiene nombre y puede que apellido: sociedad moderna/occidental/capitalista. Puede que también sea la humanidad a secas, verdugo de sí misma, Prometeo a la vez que los dioses que lo castigan, la humanidad que busca la llama del conocimiento pero que al encontrarla se flagela, se encadena, se enceguece. Es de hecho un capítulo final bien jodido, inesperadamente jodido tomando en cuenta la atmósfera calculadamente amarga y defraudada y desalentada de sus dos partes anteriores, porque toma lo que vagamente flotaba en dichos capítulos y lo eleva a la décima potencia, lo materializa y cristaliza en una atmósfera penumbrosa y sombría, mostrando cuán fútil puede ser la voluntad individual o peor, cuán pesado y aplastante, asfixiante, puede ser la trituradora de carne a la que venimos a caer: una Tierra tan pero tan densa y turbia, tan maldita, que hasta un ser superior de otro planeta choca de lleno contra ese muro invisible y permeable que es, no lo sé, la arrogancia humana, el conformismo humano, su capacidad de autoengaño (que queremos el bien común, la salvación, la redención... es lo que dicen, no es lo que hacen), su devastadora ansia consumista y devoradora...
De todas formas, El hombre que cayó a la Tierra no tiene desperdicio, pienso que, con todo, su lectura vale la pena, aunque sea porque no deja de resultar interesante que, entre medio de una trama de ciencia ficción sobre extraterrestres y tecnologías casi milagrosas, los personajes de repente se pongan a empinar el codo, sentarse a mirar la nada y soltar la lengua en deprimentes divagaciones vitales, como olvidando las circunstancias tan extraordinarias que se desarrollan a su alrededor. Curioso, claro, pero en cierto modo recomendable, aunque no esperen una obra maestra, o una novela magnífica, ni siquiera un impactante o muy original ejercicio de género (podríamos decir que esta novela es como una novela de Bradbury pero más sucia, más "alcohólica", y claro, menos redonda). Un libro atípico, sin duda, eso hay que concedérselo, que se nota que busca darle una visión o voz personal e íntima a ideas y códigos universales. Personalmente no me ha dejado mucha huella que digamos...


Curiosa ficha bibliográfica la de El hombre que cayó a la Tierra. A simple vista no parece nada complicado, no parece física cuántica, y claramente no lo es, lo que pasa es que, de los tres préstamos en total, los otros dos que no son míos y que fueron hechos el 2024 dan a entender que esta novela estaba en la B.N.P.D. pero yo nunca la vi, nunca vi El hombre que cayó a la Tierra junto a Gambito de dama, novela que vi y pedí y leí justamente en las fechas escritas en la ficha. Extraño, ¿no? ¿Qué clase de conspiración será esta?

domingo, 25 de mayo de 2025

La mujer del río, de Paula Ilabaca


Bibliometro #108. Luego de haber leído la estupenda Camino cerrado, segunda novela de la poeta Paula Ilabaca, estaba bastante entusiasmado por leer sus otras novelas, por lo que no nos demoramos en atrapar, casi al vuelo, La mujer del río, su tercera novela, publicada hace un par de años o el año pasado (no lo he comprobado), que la mantiene en la senda del policial y que además está basado en hechos reales, lo cual para algunos lectores puede que sea un aliciente, pero, en el ámbito de la ficción, que lo narrado haya ocurrido en la realidad o no es irrelevante: la realidad y la ficción se superan mutuamente y, tal como tantos directores, escritores y poetas han señalado, lo más importante de una historia es que esté bien contada, por lo que despreocupémonos de las cuñas publicitarias.
 

Lamentablemente, La mujer del río me ha decepcionado. No por la prosa, por el estilo escritural de Paula Ilabaca, que sigue manteniendo su portentosa y poderosa expresividad anclada en un terreno ubicado entre lo poético y lo corriente, cotidiano, incluso profano y callejero, además de una deliciosa y apreciable variedad y conjunción de perspectivas y voces, ya sea la narración omnisciente en tercera persona, que es el eje principal del relato, como capítulos narrados solamente a través de diálogos, o testimonios en primera persona o "recados escritos", que arman una coralidad de trasfondos, contextos y estratos capaz de evidenciar cuán segregada puede llegar a ser la ciudad de Santiago y su sociedad, la sociedad capitalina; además de, claro, acercarnos un poco más a los personajes, al menos esa sería la intención, que sus palabras se nos hagan más humanas, más empáticas, como si nos interpelaran o hablaran a nosotros, que como lectores nada podemos hacer salvo sentirnos mal por el destino de ciertos personajes. Como sea, por esa parte, dijimos, no hay drama.

El problema, el error de cálculo, es que La mujer del río no es realmente un policial; a diferencia de Camino cerrado, que avanza con presteza y seguridad gracias al trabajo policial/investigativo de su protagonista, de paso abordando y abarcando otras temáticas y estilos, la presente novela, deliberadamente, evade por completo el procedimiento de la investigación (al principio un par de capítulos nos deleitan con un breve seguimiento policial, y después ya recién en sus páginas finales tenemos un par de capítulos dedicados a cómo un perito en huellas lo hace para determinar la identidad de la víctima), primero porque en ningún momento esconde la identidad de la víctima (restándole emoción, entonces, a la labor del perito en huellas, cuyos capítulos quedan casi como trámites) ni la de su victimario, ni el contexto o motivaciones o razones para el crimen cometido: el descuartizamiento de una mujer, cuyos restos fueron abandonados en la ribera del Río Mapocho dentro de una simple bolsa de basura, y en segundo lugar, porque lo que la autora en verdad pretende es adentrarse en la psiquis, en el mundo interior, en la vida íntima y en las dinámicas privadas e interpersonales de sus personajes, partiendo por la subcomisario "protagonista" (que al inicio la vemos encabezando un caso en donde la protagonista de Camino cerrado, ahora una impresionable niña, era la principal testigo del crimen), su jefe y vecino, el marido, la hija, la víctima, el victimario, otro jefazo superior, los peritos, un detective recién salido de la escuela de detectives, una periodista inescrupulosa, en fin, ya se hacen una idea. Y como acá no somos lectores/espectadores obtusos, nos damos cuenta de inmediato de que La mujer del río es eso: no un policial, sino que un intenso melodrama con policías y detectives, como un desordenado puzle, en donde hay más misterio e "investigación" en intentar poner las piezas de estos banales y trillados dramas sentimentales en su lugar, porque, por cierto, la novela estructura su cronología de manera fragmentaria y alternando hechos "finales" con otros del principio o de la mitad, siendo la lógica de dicha distribución, de nuevo, no la investigación del caso de la descuartizada (Macguffin, un caso cuya importancia narrativo-dramática es apenas testimonial), sino que la comprensión y reconstrucción de los dramas interpersonales de sus personajes, ir entendiendo esas incógnitas que tampoco es que sean el colmo de la originalidad: líos de faldas, infidelidades, amantes secretas, muchachitas soñadoras, detectives curtidos, gente que se escuda tras máscaras, etc.

De paso, de manera bastante explicativa, lo que resulta extraño e impropio de una autora capaz de andarse con más sutilezas narrativo-discursivas, se abordan temas importantes y aún vigentes, partiendo por el machismo y sexismo de la sociedad y de las instituciones, o la deleznable mala costumbre de que las jefaturas mezclen la vida privada con la profesional, entre otros que no sólo no son difíciles de captar sino que se te lanzan a la cara con toda su urgencia. Es decir, todo lo que destacaba notablemente en Camino cerrado se mantiene acá, pero ejecutado de peor forma, de manera más torpe y aturdida, de forma evidente y, por lo mismo y de manera paradójica, menos profunda y compleja. Sumen a ello que los personajes en sí terminan siendo algo exasperantes y por momentos contradictorios, a veces se comportan de manera muy diferente a cómo son descritos por la narradora principal, y creo que dicho bache no se justifica plenamente con eso de "pero es que de eso se trata: en el trabajo deben mantener cierta postura y ya en sus casas pueden quitarse las caretas y permitir ser más vulnerables, dejar de actuar fuertes todo el tiempo" porque, bueno, algunos personajes se comportan contradictoriamente en todos lados. De todas formas, qué más da, ya hemos hablado lo suficiente, ya hemos señalado nuestros reproches y los aspectos positivos como negativos de esta decepcionante novela. Si la leen, esta sería mi advertencia: no esperen un policial, sino un melodrama sentimental con policías, con personaje disparmente construidos, y un crimen ocasional en medio que no ofrece ninguna incógnita ni tampoco visiones nuevas.

Entonces, dicho todo esto, ¿sigue siendo relevante si esta historia está basada en hechos reales o no? Por eso siempre me causan indiferencia tales trucos publicitarios, lo que importa es saber contar una historia, saber contarla, no explicarla o analizarla dentro del relato. Una lástima, esperaba mucho más, o mejor dicho esperaba algo mejor logrado, de parte de Paula Ilabaca, autora de la recomendadísima Camino cerrado, un verdadero policial con todas las de la ley.

La mujer del río ha tenido más lecturas que La mujer de la falda violeta, aunque vaya contraste: si la novela japonesa, de sus ocho préstamos, tenía seis en el 2024, de los once préstamos que tiene esta novela chilena solamente uno es de dicho año y el resto de nuestro actual 2025, aunque hay fechas bien sospechosas (aparte de mal estampadas, desordenadas, y una fecha escrita a lápiz), como a finales de marzo, ¿no son sospechosas esas devoluciones del 24, luego 28 y luego 31? ¿Serán una extensión de la primera fecha o qué?, porque no se puede renovar un libro dos veces, aunque ahora que lo pienso, a lo mejor la persona devolvió el libro mucho antes del 24 de marzo, lo devolvió casi al día después de haberlo pedido, lo que explicaría que, si otra persona llegó a pedir el mismo ejemplar, su devolución sea para el 28, a fin de cuentas La mujer del río es una novela que se lee rápido, en máximo dos días se puede despachar. Tiene sentido, ¿no? Recién ahora se me ocurrió esa posibilidad.

viernes, 23 de mayo de 2025

La mujer de la falda violeta, de Natsuko Imamura

 

Bibliometro #107. He acá uno de esos libros de los que no sabíamos absolutamente nada al respecto, y por lo mismo, y como se da la casualidad de ser una autora japonesa (estamos dándole cosa buena a la literatura japonesa de ayer y de hoy), nos aseguramos y lo pedimos para saciar la curiosidad provocada por un título como La mujer de la falda violeta, de una tal Natsuko Imamura (que es muy reconocida en su país, como no podía ser de otra manera, y que, por cierto, hasta donde pude comprobar, no está emparentada con el director de cine Shohei Imamura). Casi me dio un pequeño ataque cuando noté esa cita de una reseña que se puede ver bajo el título: "Una novela sobre lo difícil que es encontrar un lugar en el mundo", y yo pensé "demonios, ¡maldita sea!, por favor que no sea una historia cursi y almibarada con banales filosofadas y aleccionamientos existenciales de aeropuerto", no mentiré si les digo que me puse a leer esta novela con ciertos temores.


En serio, ¿qué demonios es esa cita?, ¿a quién se le ocurrió que era una buena idea colocarla en ese estratégico lugar de la portada siendo que no tiene nada que ver con lo que cuenta, narra y expresa esta novela? Es como si el de The Japan News no la hubiera leído y, por decir algo, escupió la primera frase trillada que se le vino a la cabeza. "Encontrar su lugar en el mundo" las pelotas, dios santo...
Ahora bien, La mujer de la falda violeta guarda no pocas sorpresas en varios aspectos, tanto desde el punto de vista de su narradora como en el tono, en la atmósfera y en la oscuridad latente de su trama y sus personajes. Escrito en un estilo bien directo, bien sencillo, bien ligero incluso, en un lenguaje carente de palabras rebuscadas o de artificios narratológicos, describiendo de manera sucinta y digamos que hasta objetiva lo que hay, los entornos y lo que hacen/dicen los personajes, a esta novela tampoco le falta cierto encanto, cierto carisma en su narración, que a pesar de lo recién descrito no tiene, por mencionar una obra recientemente leída y comentada, ese minimalismo impersonal, seco y desapasionado de No es país para viejos, o el apresurado, amontonado y distanciado recuento de adversidades de La tumba de las luciérnagas. Podríamos decir que La mujer de la falda violeta es una novela escrita en tonos pastel, con un leve toque Wesandersoniano pero, obviamente, sin tanta artificiosidad visual ni ampulosidad plástica (es más bien otra pequeña referencia ilustrativa). La novela de Natsuko Imamura se ubica en una zona intermedia entre cierto distanciamiento narrativo y una cercanía omnisciente, lo cual es claramente una decisión, una muy coherente por lo demás y que de por sí es una de las claves para entender y disfrutar esta propuesta inesperadamente compleja, inusitadamente sutil, un llamativo ejercicio de observación de la realidad, o de observar la realidad haciéndola llamativa: transformar lo común y corriente, gracias a la mirada de los observadores/lectores, en algo digno de atención.
La protagonista apenas habla de sí misma, casi exclusivamente nos habla sobre la mujer de la falda violeta, lo que hace, cómo vive, su rutina, sus peculiaridades y particularidades, sus extravagancias, su aparente soledad inveterada, su curiosa fragilidad, su atractivo mutismo, su extraña y como involuntaria capacidad para abstraerse de todo lo que la rodea... Las cosas se ponen en movimiento cuando la protagonista, que no sabemos quién es ni cómo demonios sabe tanto sobre la mujer de la falda violeta ni cómo es capaz de seguirle los pasos día a día, se propone el objetivo de hacerse amiga de esa mujer, en convertirse su mejor amiga, su única amiga, su amiga íntima y de confianza, quién más si no hay nadie en la vida de dicha mujer hasta donde ha podido observar, por lo que se pondrá manos a la obra a idear maneras de "acercar", de "unir" ambos destinos. De esta manera, la novela se desarrolla a dos niveles: el rutinario, el cotidiano, con la vida de la mujer de la falda violeta intentando mantenerse a flote, buscando trabajo, etc., y el otro nivel, el nivel improbablemente perturbador, tenebroso, siniestro, y que uno intuye precisamente debido a esas preguntas que nos hacemos: ¿Cómo mierda la narradora tiene tanto tiempo y tanta energía para satisfacer su fijación con la mujer de la falda violeta? ¿Qué produce dicha fijación, qué puede esperarse de una persona que virtualmente no tiene vida salvo para espiar la vida de otra mujer a la que no conoce? Lo que me parece especialmente estimulante y genial es que, sin perder ese tono ligero, pastel, la trama de La mujer de la falda violeta va dejando sentir, palpable, una energía subyacente bien oscura, bien sospechosa, bien inquietante, esa es la palabra, inquietante, porque... ¿podemos confiar en la persona que nos narra esta historia? Y ambos niveles de observación y confianza se entrelazan en unos acontecimientos que son tan artificiales como orgánicos, porque ¿hasta qué punto una persona obsesionada puede manejar los hilos de su objeto de admiración? ¿Qué tan reales son las reacciones, las relaciones, qué tanto tienen de fabricación?
Así que como ven, no es esta una novela sobre "lo difícil de encontrar un lugar en el mundo", a menos que la sometas a una lectura e interpretación sumamente tendenciosa, forzada y rebuscada que se alinee con semejante bajeza de conclusión. Podríamos decir, por decir algo, que es sobre la soledad, la alienación, incluso sobre la locura, cierta locura, sobre los peligros escondidos bajo una rutilante paleta de colores, sobre los fantasmas agazapados tras el velo de la normalidad, sobre los lobos escondidos en piel de oveja, qué sé yo, sobre que la sociedad es como un ente cerrado, en el que es imposible de encajar sin perder tus rasgos únicos y distintivos... En cualquier caso, en primer lugar, el enfoque de la autora sería menos filosófico/existencial que social/material/sociológico, ya saben, más centrada en los recovecos de las estructuras del tejido social y humano, e incluso psicológico, habida cuenta de la desconcertante personalidad de la mujer de la falda violeta y, sobre todo, de su implacable observadora, sin mencionar la mordacidad crítica con que retrata ciertos entornos laborales y urbanos (clasismo, privacidad, etc.) o describe ciertas conductas normalizadas a regañadientes pero bien rancias, bien retrógradas, bien hipócritas (el machismo nipón, bien camuflado bajo tanto brillo neón-kawai), así que no teman, no están ante una novela pueril, cursi y simplona en plan autoayuda disfrazada de ficción. En segundo lugar, toda interpretación les corresponde a ustedes, porque la autora, Natsuko Imamura, escribe esta novela siguiendo una premisa bien cinematográfica: sugiere, no expliques ni explicites ni menos te compliques: déjate llevar, disfruta lo que pasa, el mensaje y la sustancia brotarán naturalmente gracias a la interacción obra-lector. Porque es increíble todo lo que emana de esta historias y estos personajes sin que la autora recalque ni subraye nada, es cosa de dejarse llevar por esta novela que no lo parece, pero que es mucho más sombría y desoladora de lo que aparenta. En última instancia, quizás sea una novela sobre la desesperación, sobre el abandono, sobre abismos de angustia y de compañerismos en la tormenta...
Atrévanse, se van a sorprender: La mujer de la falda violeta, de Natsuko Imamura.


Unos trece meses de existencia bibliometrense lleva La mujer de la falda violeta, ocho préstamos en total, lo cual no hace un mal promedio, además las fechas están estampadas de manera bastante pulcra, no perfecto, pero oigan, se ve agradablemente ordenado. Es una buena lectura, sorprendente además, si le dan una oportunidad estoy seguro que terminarán con una sonrisa cómplice, la autora de verdad logra sobreponerse a todo lugar común.

miércoles, 21 de mayo de 2025

El señor Nakano y las mujeres, de Hiromi Kawakami

 

Biblioteca de Santiago nº26. Partamos diciendo que no sé por qué demonios le ponen estos títulos tan obviamente, tan descaradamente romanticones a los libros de Hiromi Kawakami, una escritora cuya obra está lejos de ser una simple colección de novelas rosas y sentimentales, pero que al menos en estas publicaciones, tanto en títulos como en portadas, te hacen evocar poco menos que cursis y azucarados romances para adolescentes. Según el traductor de Google y algunas otras fuentes algo más fiables, el título original de esta novela podría ser algo cercano a La tienda de trastos viejos del señor Nakano, que es un título mucho más respetuoso con la maldita novela que tenemos entre manos, que no trata, se los adelanto, sobre los amoríos del tal señor Nakano. Como sea, gracias a Bibliometro hemos leído y comentado tres novelas de Kawakami, y como en la BDS encontramos otros títulos más, por supuesto que nos lanzamos de cabeza, porque esta autora me interesa mucho: es mucho más de lo que parece, es mucho más compleja, profunda y única de lo que sugiere el tratamiento simplón que le dan las editoriales en español.


Leí El señor Nakano y las mujeres luego de haber leído N.P. de Banana Yoshimoto, lo cual no sólo supuso un soplo de aire fresco y de alivio lector (como siempre quedo, tras una lectura insatisfecha, con cierto grado de culpabilidad, comprobar luego con libros mejores que mis reproches y descontentos para con los libros malos no son meros caprichos ni tampoco se deben a factores personales externos me provoca una agradable sensación vindicatoria: que tengo razón, maldita sea), sino que me hizo apreciar aún más la sólida, rotunda y coherente propuesta literaria, narrativa, dramática, de Hiromi Kawakami, que no necesita de truquitos efectistas o de falsas atmósferas de misterio para contarte historias genuinamente interesantes y personajes auténticamente atractivos, para escribir, a fin de cuentas, una buena novela que se lee con fluidez, amén de la prosa cristalina y sencilla, pero de mirada honda y trazos precisos, detallados, y que se aprecia con la profunda placidez con que uno se quedaría observando una pintura de grandes dimensiones cuyo estilo quizás no se acerque a un puntilloso hiperrealismo como a cierto toque naif capaz de captar y expresar en/a-través-de sus formas más sencillas la esencia y la naturaleza, compleja y de múltiples capas, de sus objetos, retratos, paisajes, todo enmarcado dentro de esta narración al estilo slice-of-life que se desarrolla en la Prendería Nakano, una tienda en donde se venden objetos usados, tienda regentada por el mentado señor Nakano, todo un personaje bien particular y llamativo, en la cual trabajan Takeo, un taciturno joven, y Hitomi, la cajera, una bonachona muchacha que es la que nos cuenta cómo transcurre el tiempo, los días y los meses, entre el ajetreo laboral, las relaciones profesionales, las anécdotas de un día y de otro, las vidas de cada empleado que vamos conociendo a medida que pasan las páginas, sus peculiaridades, sus personalidades, en fin ya se imaginan...
Por eso destaco con tanta fuerza la calidad en la prosa, en la mirada, en la narrativa de Kawakami (que destaca por sí sola, no necesariamente en comparación con Banana Yoshimoto), porque en esencia también en esta novela nos cuenta los altos y bajos personales y emocionales de un puñado de personajes a lo largo de cierto marco temporal (que por suerte no es otro "nostálgico verano"), con sus sueños, sus penas, sus frustraciones, sus alegrías, sus secretos, sus lágrimas, lo que dicen y lo que callan, lo que esconden y lo que exteriorizan, pero todo es real, de carne y hueso, son problemas y sucesos y tramas que nacen de lo concreto, de lo cotidiano, de sus rutinas, todos sus líos emocionales y mentales remiten a sus vidas, a lo que viven, y no son burdas invenciones ociosas ni exagerados remolinos dentro de un vaso de agua. Si están tristes y andan con pena no es porque se sientan malditos o algo así, es porque tuvieron un mal día en el trabajo, o sufrieron un desengaño amoroso, o chocaron con una contrariedad inesperada, etc., y si se sienten felices e inspirados o rebosantes de energía no es porque sean parte de una profecía o les haya hablado un oráculo o una epifanía se les apareciera en sueños, es porque tuvieron un buen día, o compartieron lindos momentos con alguien especial, o una buena noticia trae consigo promesas futuras... Hay una evolución y desarrollo de personajes, uno termina implicado con sus vidas, familiarizado, convirtiéndose en el miembro invisible y mudo de la familia, pero que está ahí, con ellas y ellos, desde que se abre la tienda hasta que cierran y se quedan a comer todos juntos, o quizás vayan a tomar algo por ahí, o se visiten en sus casas o departamentos, o cada uno se vaya a su hogar a pasar el tiempo a solas, rumiando su existencia, contando ovejas, pensando y reflexionando e intentando no pensar ni reflexionar, sino yacer en un espacio blanco.
El señor Nakano y las mujeres es un agridulce, pero potente y honesto, y bello y sencillo, slice-of-life que te llega hasta adentro, que lo sientes en las entrañas, porque está escrito con una rabiosa modestia, o una modesta fiereza, y que entretiene tanto como desalienta a veces, como la vida misma tiene de todo, (sus intrigas, sus silencios incómodos, sus discusiones monosilábicas, sus sorpresas interesantes, sus hechos de sangre, sus verdades que duelen), pues la vida no es un sueño, la vida no se detiene, es decir todo lo bueno, todo lo lindo, todo lo agradable pasa, avanza, nada es para siempre, no se puede trabajar en una tienda de objetos usados toda la vida por ejemplo... En ese sentido, esperen a llegar al último capítulo, todo un mazazo, y quizás no por las razones que se imaginen. Como sea, gran libro, bellísimo libro, una oda a las vidas sencillas, a la literatura sencilla y de calidad, a la literatura cristalina y de la claridad, de palabras y emociones inteligibles, que precisamente debido a la transparencia de su estilo resulta ser mucho más poderosa que cualquier vano y enredado artilugio onanista. Yo feliz me compraría este libro para guardarlo en un lugar especial de mi biblioteca personal, y para releerlo cada vez que se me ocurra.

lunes, 19 de mayo de 2025

Camille, de Pierre Lemaitre

 

Bibliometro #106. Bien, luego de Alex y de Rosy & John, llega Camille, la cuarta novela de la saga protagonizada por el comisario Camille Verhoeven. Ha sido un verdadero placer adentrarse en esta saga, muy refrescante, muy revitalizador si es que de repente te vas topando con lecturas algo cansinas, una saga de novelas negras atípicas, novelas negras con giros bien ingeniosos y retorcidos, novelas negras escritas por un escritor que aborda los códigos del género verdaderamente desde lo literario y no desde lo canónico, hemos visto que cada propuesta se estructura a partir de premisas y características del noir o policial, pero revistiéndolos de una honda oscuridad y de propuestas estilísticas bien estimulantes, enriquecidos con un dejo irónico que los eleva por sobre la media. Camille, la cuarta novela decíamos, si bien no es la mejor novela de la saga, si bien tiene un poco de esa calculada y convencional imperfección con que Lemaitre juega con fuego, sí es un excelente cierre, casi un broche de oro, a la altura del espíritu salvaje y mordaz de la serie. Pero mejor entremos un poco más en detalle a continuación, vamos.


Camille es otra retorcidísima novela negra de Pierre Lemaitre en la que este ingenioso y creativo autor es capaz de subvertir los lugares comunes del género, en cierta forma para volverlos del revés, para hacerte reconsiderar todo lo que hasta cierto punto dabas por sentado y sorprenderte con endiablados giros argumentales plenamente coherentes, convincentes y creíbles, que revelación tras revelación van conformando un ritmo frenético, imparable, como un tren sin frenos, apabullante a su paso.
Sin embargo, para ello, Lemaitre vuelve a proponer un arriesgado juego que, luego de unas primeras diez páginas consciente y deliberadamente despistantes (¿existe esa palabra cierto?), diez páginas que si alguien dice que son algo tendenciosas y engañosas no le corregiré porque es cierto (te hace pensar cosas que no son tales y no entiendo aún muy bien para qué o por qué lo hace...), nos sumerge en una trama que sigue, punto por punto, cada paso, cada etapa, cada lugar común que exige su argumento, el argumento del último caso en que seguiremos al comisario Camille Verhoeven: el asalto a una joyería cometido por tres criminales que, por alguna razón, se ensañan con una transeúnte que iba pasando por ahí, mal momento mal lugar, una transeúnte que resulta ser la actual pareja del comisario, una transeúnte que sobrevive con la cara desfigurada y el cuerpo amoratado, trizado y golpeado, a duras penas manteniéndose consciente. Siendo algo prácticamente personal, el comisario Verhoeven se toma como misión capturar a los tres asaltantes, a pesar de que el robo fue virtualmente perfecto y la implicación de su pareja fue terrible casualidad, uno de esos crueles azares de la vida. Y ante lo difícil del caso, quizás el comisario Verhoeven se saque algunos trucos de bajo la manga que sean, digamos, moral y éticamente cuestionables, ¿poniendo en peligro su carrera policial para poder vengar a su pareja, tan insensatamente maltratada?
Como novedad, debemos mencionar que, aparte de la narración omnisciente en tercera persona que caracteriza las cuatro novelas de la saga, en esta novela en particular tenemos intercalados algunos capítulos narrados en primera persona por el antagonista, el desconocido líder de los asaltantes, que luego del asalto se dedica a llevar a cabo un montón de intrigantes tareas sin que sepamos quién es ni qué demonios planea, pero dejando instalada la certeza de que hay gato encerrado, de que nada es lo que parece y de que, quizás, el azar no existe del todo, es decir, de que no haya esperanza alguna para nadie: todos bailan a la música colocada por aquel que sabe más que tú, que uno. De esta manera, lo que en su primer tercio parece un caso bastante rutinario y convencional (porque lo es, Lemaitre es consciente de eso y se lanza con todo a esa seguidilla de lugares comunes), poco a poco, amén de la contraposición y acusada contradicción entre los capítulos narrados por el antagonista y los otros en donde se nos cuentan los esfuerzos de Camille Verhoeven por atrapar a los asaltantes, cuyas informaciones contrapuestas pueden darte un quebradero de cabeza si no vas preparado para cuestionarlo todo, vamos vislumbrando la verdadera naturaleza, abismante y bastante terrorífica, de todo el enredo este: los puntos comienzan a conectarse, las aparentes lagunas o contradicciones se aclaran y armonizan con el cuerpo central del relato, las ambigüedades se cristalizan en nítidos y afilados contornos, los lugares comunes se revelan como cajas con fondo falso que por fin desencajamos para atisbar en lo que debía permanecer escondido, y lo más genial es que mientras más se aclara todo, mientras más y mejor encajan las piezas, más retorcido y diabólico se revela todo, porque la verdadera forma de esta historia, la forma de su verdad, es una acentuada espiral, una espiral descendente hacia el infierno definitivo de Camille Verhoeven: el de sus miedos y soledades más profundas e incendiarias.
Eso sí, debo decir que la identidad del antagonista no resulta muy impactante (aunque la revelación en sí resulta sorprendente, que no es lo mismo por favor) y el clímax del relato, el encuentro final, queda con algo de gusto a poco, sobre todo por la brutal escalada de nervios y ansias que uno iba sintiendo mientras se adentraba en las entrañas de esa retorcida espiral argumental y que luego, ahí al final, queda como refrenado, sin embargo, qué puedo decir, la trama de esta novela final es perfecta e ideal no sólo en lo que respecta al espíritu literario/narrativo/estilístico de esta saga (el de abordar con respetuosos y sangrientos ingenio e ironía los códigos y claves de la novela negra más reconocible) sino que, sobre todo, en lo relacionado al argumento y a su protagonista, a su sino trágico, a sus talento policial maldito, a sus casos anti-redentores, a sus búsquedas/carreras desesperadas y devastadoras que siempre lo empujaban cada vez más cerca del abismo, como condenado a la oscuridad más absoluta, más desgarradora, más desintegradora: de verdad no hay esperanza para ti, Camille, pareces llevar la muerte contigo a todas partes, como una enfermedad de la que eres inevitablemente inmune pero no los seres que quieres proteger.
A pesar de todos sus pros y sus deliberados/conscientes/asumidos contras (que en cierto modo también son sus pros), les recomiendo un montón la saga de Camille Verhoeven, compuesta por Irène, Alex, Rosy & John y Camille. Son historias oscuras, violentas, retorcidas (imposible no seguir repitiendo esta palabra, es la que mejor define esta propuesta), pero también ingeniosas, irónicas y muy sorprendentes, imposible es quedarse indiferente ante lo que se lee, además Pierre Lemaitre escribe, ya lo dije la otra vez, con mucha personalidad, no necesariamente genial o magistral, pero sin duda escribe con peso, sus palabras son capaces de rasgar la retina, de trascender el papel, de crear imágenes, de provocar sensaciones, de golpearte y por momentos aturdirte, hacerte sentir mal, deshecho, descorazonado, tal es la potente amalgama entre sus tramas, su estilo y sus decisiones narrativas. He quedado profundamente interesado por la obra de este autor, así que espero poder encontrar algo más de él en otras bibliotecas, porque la saga Verhoeven es todo lo que Bibliometro tiene de él.
Por mi parte, reitero por última vez: lean sin miedo esta saga, es una lectura imperdible. Y vayan preparados, porque hasta a mí, que tengo estómago, por momentos ciertas enfermizas y extremas escenas me causaban náuseas. Avisados quedan, disfruten ;)


A estas alturas ya perdí un poco la pista de los préstamos bibliometruscos de la saga de Camille Verhoeven... ¿Se corresponden los cuatro préstamos de este libro con los de Rosy & John y Alex? Sé que por mi parte sí, y quizás esos dos préstamos del 2022 también, quién sabe, compruébenlo, puede ser divertido. Lo cierto es que cada novela de esta saga tiene más de media docena de ejemplares repartidos en las sedes bibliometrenses, por lo que la ficha bibliográfica de los que nosotros hemos leído no tienen porqué tener ninguna continuidad entre sí, qué triste es la realidad a veces, ¿no creen?

domingo, 18 de mayo de 2025

Rosy & John, de Pierre Lemaitre

Bibliometro #105. No hay primera sin segunda ni segunda sin tercera, así que si Alex estaba disponible en la red bibliometrense seguramente lo iba a estar Rosy & John, ¿cierto?, ¡cierto!, Rosy & John estaba disponible, acá lo tenemos, continuando con las implacables aventuras policiales del singular Camille Verhoeven, no nos vamos a bajar del tren a mitad de camino, claro que no.


Rosy & John es una novela más compacta, de unas 150 páginas nada más ("nada más" en comparación con las casi 400 de las otras novelas de la serie, claro), que nace de, cómo decirlo, un encargo o un reto que le propusieron a Pierre Lemaitre: el de escribir una novela digital, de capítulos cortos, más o menos destinado a esa gente que va leyendo en el camino de ida al trabajo y de vuelta a casa, con el celular en la mano en el metro o en la micro, de ahí su breve extensión y, seguramente, una prosa mucho más sencilla y directa de lo que hemos apreciado en Irène y Alex. Sin embargo, Rosy & John, aún con esas restricciones formales (que luego fueron pulidas y completadas, o enriquecidas, por Lemaitre al publicarse ya en papel), resulta ser una novela no solamente muy entretenida sino que perfectamente coherente con el universo y el estilo de Camille Verhoeven, sobre todo si consideramos cuán, ejem, caprichoso es el nexo que ata a nuestro comandante de la BC parisina con el caso que nos convoca.
Porque Rosy & John comienza con una explosión en un barrio parisino, a todas luces un atentado terrorista, una tarea que claramente no le incumbe a la Brigada Criminal. Pero resulta que el perpetrador del bombazo se presenta en la comisaría, confiesa su autoría en el ataque, informa que hay otras seis bombas más plantadas en puntos desconocidos de la capital y sentencia que sólo quiere hablar y tratar y negociar con el famoso comandante Camille Verhoeven, a quien le exigirá ridículas condiciones para desarmar las bombas, de lo contrario se quedará mutis y tendrán que esperar a que las otras bombas exploten, con el consabido recuento de víctimas fatales. Por lo que nuestro protagonista tendrá que asumir cierto liderazgo en este caso de terrorismo.
A pesar de un inicio bastante flojo, en donde la prosa de Lemaitre parece extrañamente constreñida y demasiado ilustrativa (era de esperar, a raíz de las circunstancias de su redacción, pero no a semejante nivel de simplicidad, de falta de... personalidad), casi como si pareciera la novela de cualquier otro autor contándonos el enésimo caso de bombas despedazando la ciudad (como si fuera la enésima película estilo Jason Bourne y semejantes, con ese artificioso frenetismo coral) con personajes corriendo de un lado a otro y autoridades poniendo cara de circunstancias recabando exigua información mientras gritan órdenes a diestra y siniestra, la cosa, por suerte, no tarda en encarrilarse cuando Camille Verhoeven toma las riendas de la situación y la trama, la narración, la novela, vuelve a los terrenos de su singular protagonista, esto es: la investigación criminal, tan retorcida y sorprendente como cabría esperar, que debe llevarse a cabo de los antecedentes y del pasado del terrorista con la esperanza de encontrar pistas sobre la ubicación de las otras bombas (y una que otra ventaja psicológica), una investigación áspera, tensa, impelida por la angustia y la urgencia pero sostenida por el oficio y la sangre fría, no carente del negro sentido del humor de su autor; y, claro, la complejidad moral y psicológica de los personajes, que nunca son lo que aparentan y cuya exploración, cuyo entendimiento, es un reto, un duelo, una investigación en sí misma: qué puede encontrar Camille Verhoeven dentro de la mirada apagada y taciturna de este joven terrorista que parece decidido a todo con tal de llevar a cabo su misión. Cómo desarmar a este terrorista que, con ánimos cuasi suicidas, se lanza al abismo de su determinación. Cómo resolver el caso sin heridos, sin víctimas civiles inocentes, cómo sonsacarle la información a este terrorista sin ceder a sus burdas exigencias (porque las autoridades no van a ceder, claro, pero tampoco pueden dejar que las bombas exploten... ¡vaya predicamento al que te han arrastrado, comandante!).
Así pues, qué puedo decir, tenemos una novela sumamente entretenida, cautivante y, cuando Camille Verhoeven se adueña de todo, realmente potente en sus cualidades, las cuales te hacen olvidar por completo esas primeras páginas tan rutinarias y alimenticias, para sorprenderte con la seguidilla de giros argumentales y sorpresas narrativas marcas de la casa, capaces de jugar socarronamente con los códigos más comunes del género y dotarlos de frescura, de cierta originalidad: como si el autor estuviera diciendo "¿ven que se puede ir más allá, que se pueden empujar los límites de lo conocido, de lo aceptado, de lo convenido?". Rosy & John es una rotunda novela policial contra-reloj, sin duda alguna. Aunque sea un caso tangencial, y caprichoso como se vio, en la vida de Verhoeven, es un caso coherente con el universo y los códigos internos que le ha creado Lemaitre, que hace de este encargo una novela completamente suya: trama intensa; argumento retorcido y enrevesado e ingenioso; personajes psicológicamente complejos y abismados y atormentados; prosa áspera, irónica, afilada, impetuosa. Muy bien.


No parece que los cuatro lectores de Alex hayan continuado con la saga de Camille Verhoeven, al menos, así parece, sólo los dos primeros se animaron a seguir con Rosy & John, y luego yo, claro, por favor comparen las fechas y díganme si me he confundido. Por lo demás, ¿era tan difícil estampar ese 10 de Mayor del 2022 donde correspondía?, que no creo que sea lo mismo que intentar meter un hilo en el agujero de una aguja, por dios. Eso sí, debo señalar que quizás los dos lectores que faltan en esta ficha quizás hayan leído otro ejemplar de esta novela, a decir verdad hay más de una docena de ejemplares repartidos entre las distintas sucursales. Tiene que ser eso, ¿no?, ¿cómo no te van a dar ganas de seguir leyendo los casos de este comandante?