Lamentablemente, La mujer del río me ha decepcionado. No por la prosa, por el estilo escritural de Paula Ilabaca, que sigue manteniendo su portentosa y poderosa expresividad anclada en un terreno ubicado entre lo poético y lo corriente, cotidiano, incluso profano y callejero, además de una deliciosa y apreciable variedad y conjunción de perspectivas y voces, ya sea la narración omnisciente en tercera persona, que es el eje principal del relato, como capítulos narrados solamente a través de diálogos, o testimonios en primera persona o "recados escritos", que arman una coralidad de trasfondos, contextos y estratos capaz de evidenciar cuán segregada puede llegar a ser la ciudad de Santiago y su sociedad, la sociedad capitalina; además de, claro, acercarnos un poco más a los personajes, al menos esa sería la intención, que sus palabras se nos hagan más humanas, más empáticas, como si nos interpelaran o hablaran a nosotros, que como lectores nada podemos hacer salvo sentirnos mal por el destino de ciertos personajes. Como sea, por esa parte, dijimos, no hay drama.
El problema, el error de cálculo, es que La mujer del río no es realmente un policial; a diferencia de Camino cerrado, que avanza con presteza y seguridad gracias al trabajo policial/investigativo de su protagonista, de paso abordando y abarcando otras temáticas y estilos, la presente novela, deliberadamente, evade por completo el procedimiento de la investigación (al principio un par de capítulos nos deleitan con un breve seguimiento policial, y después ya recién en sus páginas finales tenemos un par de capítulos dedicados a cómo un perito en huellas lo hace para determinar la identidad de la víctima), primero porque en ningún momento esconde la identidad de la víctima (restándole emoción, entonces, a la labor del perito en huellas, cuyos capítulos quedan casi como trámites) ni la de su victimario, ni el contexto o motivaciones o razones para el crimen cometido: el descuartizamiento de una mujer, cuyos restos fueron abandonados en la ribera del Río Mapocho dentro de una simple bolsa de basura, y en segundo lugar, porque lo que la autora en verdad pretende es adentrarse en la psiquis, en el mundo interior, en la vida íntima y en las dinámicas privadas e interpersonales de sus personajes, partiendo por la subcomisario "protagonista" (que al inicio la vemos encabezando un caso en donde la protagonista de Camino cerrado, ahora una impresionable niña, era la principal testigo del crimen), su jefe y vecino, el marido, la hija, la víctima, el victimario, otro jefazo superior, los peritos, un detective recién salido de la escuela de detectives, una periodista inescrupulosa, en fin, ya se hacen una idea. Y como acá no somos lectores/espectadores obtusos, nos damos cuenta de inmediato de que La mujer del río es eso: no un policial, sino que un intenso melodrama con policías y detectives, como un desordenado puzle, en donde hay más misterio e "investigación" en intentar poner las piezas de estos banales y trillados dramas sentimentales en su lugar, porque, por cierto, la novela estructura su cronología de manera fragmentaria y alternando hechos "finales" con otros del principio o de la mitad, siendo la lógica de dicha distribución, de nuevo, no la investigación del caso de la descuartizada (Macguffin, un caso cuya importancia narrativo-dramática es apenas testimonial), sino que la comprensión y reconstrucción de los dramas interpersonales de sus personajes, ir entendiendo esas incógnitas que tampoco es que sean el colmo de la originalidad: líos de faldas, infidelidades, amantes secretas, muchachitas soñadoras, detectives curtidos, gente que se escuda tras máscaras, etc.
De paso, de manera bastante explicativa, lo que resulta extraño e impropio de una autora capaz de andarse con más sutilezas narrativo-discursivas, se abordan temas importantes y aún vigentes, partiendo por el machismo y sexismo de la sociedad y de las instituciones, o la deleznable mala costumbre de que las jefaturas mezclen la vida privada con la profesional, entre otros que no sólo no son difíciles de captar sino que se te lanzan a la cara con toda su urgencia. Es decir, todo lo que destacaba notablemente en Camino cerrado se mantiene acá, pero ejecutado de peor forma, de manera más torpe y aturdida, de forma evidente y, por lo mismo y de manera paradójica, menos profunda y compleja. Sumen a ello que los personajes en sí terminan siendo algo exasperantes y por momentos contradictorios, a veces se comportan de manera muy diferente a cómo son descritos por la narradora principal, y creo que dicho bache no se justifica plenamente con eso de "pero es que de eso se trata: en el trabajo deben mantener cierta postura y ya en sus casas pueden quitarse las caretas y permitir ser más vulnerables, dejar de actuar fuertes todo el tiempo" porque, bueno, algunos personajes se comportan contradictoriamente en todos lados. De todas formas, qué más da, ya hemos hablado lo suficiente, ya hemos señalado nuestros reproches y los aspectos positivos como negativos de esta decepcionante novela. Si la leen, esta sería mi advertencia: no esperen un policial, sino un melodrama sentimental con policías, con personaje disparmente construidos, y un crimen ocasional en medio que no ofrece ninguna incógnita ni tampoco visiones nuevas.
Entonces, dicho todo esto, ¿sigue siendo relevante si esta historia está basada en hechos reales o no? Por eso siempre me causan indiferencia tales trucos publicitarios, lo que importa es saber contar una historia, saber contarla, no explicarla o analizarla dentro del relato. Una lástima, esperaba mucho más, o mejor dicho esperaba algo mejor logrado, de parte de Paula Ilabaca, autora de la recomendadísima Camino cerrado, un verdadero policial con todas las de la ley.
La mujer del río ha tenido más lecturas que La mujer de la falda violeta, aunque vaya contraste: si la novela japonesa, de sus ocho préstamos, tenía seis en el 2024, de los once préstamos que tiene esta novela chilena solamente uno es de dicho año y el resto de nuestro actual 2025, aunque hay fechas bien sospechosas (aparte de mal estampadas, desordenadas, y una fecha escrita a lápiz), como a finales de marzo, ¿no son sospechosas esas devoluciones del 24, luego 28 y luego 31? ¿Serán una extensión de la primera fecha o qué?, porque no se puede renovar un libro dos veces, aunque ahora que lo pienso, a lo mejor la persona devolvió el libro mucho antes del 24 de marzo, lo devolvió casi al día después de haberlo pedido, lo que explicaría que, si otra persona llegó a pedir el mismo ejemplar, su devolución sea para el 28, a fin de cuentas La mujer del río es una novela que se lee rápido, en máximo dos días se puede despachar. Tiene sentido, ¿no? Recién ahora se me ocurrió esa posibilidad.
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