"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

miércoles, 17 de julio de 2024

Las correcciones, de Jonathan Franzen


Biblioteca Nacional S03E02. Cuando vi que estaba "Las correcciones", de Jonathan Franzen, sin pensarlo mucho dije venga pa' acá, yo le trataré con cuidado. Ignoro si el nombre de Franzen es muy conocido o no más allá de los lectores empedernidos, de todas formas es un tipo que ha ganado importantes premios (o sido finalista de otros tantos) y que también ha protagonizado sus cuantas polémicas y controversias, de ahí que por lo general se afirme que sus novelas son las buenas y el escritor el insufrible e insoportable. Igual todo esto es para rellenar un poco esta introducción. El caso es que yo sí conocía a Franzen de rato y hace rato que quería leerlo, particularmente esta su tercera novela, la tercera en casi quince años de carrera, que fue la que lo puso en el mapa.


"Las correcciones" es un libro de casi 700 páginas que, podría decirse, tiende a cierta grandilocuencia o sobrecarga y a solazarse en la irrelevancia en ciertos pequeños pasajes (cuando se pone en modo backstory de personajes, si bien jamás se torna tedioso: su escritura es ágil e interesante, a veces quirúrgica, behaviorista, descriptiva, a veces humanista, desaforada, emotiva, hasta lírica), pero que no deja de ser una novela magistral y monumental no únicamente por su magnitud, ni siquiera por su notoria y saludable ambición, sino que, sobre todo, por su agudeza, inteligencia y por la grandeza con que elabora este retrato nada complaciente, pero profundamente humano, de una familia de clase media estadounidense, del midwest para ser exactos, que a su vez es el retrato, mordaz, acucioso, certero, ácido, resignado y rabioso, de una sociedad y de una era marcada por la "amenaza" de los temibles y temidos cambios, de los avances de todo tipo (tecnológicos, principalmente, y sus consabidos ecos económicos y sociales), que inevitablemente afectan a todo individuo, a toda familia, a toda comunidad, para bien o para mal, para mejor o para peor, pero que se aposenta con la fuerza de una bota policial sobre el cuello de algún pobre diablo que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado.
La familia está conformada por Alfred, un ingeniero jubilado que empieza a sufrir los estragos del Parkinson; Enid, la esposa, ama de casa bien entrometida, bien amorosa, bien encorsetada; Gary, el hijo mayor que trabaja como ejecutivo en una empresa ligada a los mercados de acciones y esas cosas; Chip, el del medio, intelectual y profesor universitario que, luego de muchos fracasos, ahora está intentando vender un guión cinematográfico; y Denise, la menor, aparentemente la más estable, cocinera y triunfadora en su vida profesional, aunque descubriremos que su vida personal es algo más complicada. Y mientras Franzen narra las peripecias individuales de cada miembro de la familia a la vez que desarrolla, con una prosa punzante, dolorosa a ratos, la volátil dinámica familiar de este núcleo que parece ir desmoronándose inevitablemente a un abismo de frialdad, distancia, indiferencia, cada personaje a su vez le sirve a Franzen para meter el dedo en la llaga sobre distintas áreas y temáticas que estaban marcando pauta (y que siguen la mar de vigentes) tanto en el mundo occidental como en el país de los sueños de libertad y meritocracia en el cual muy comúnmente cualquier ciudadano de a pie puede mandar al otro mundo a cuanto presidente o expresidente se le cruce en el camino.
Y debo decir que la manera en que Franzen vierte sus observaciones es acertadísima, inteligentísima, visionaria incluso. En la era previa a la explosión de internet y de los aparatos electrónicos como compañía esencial de nuestras vidas, el autor reflexiona y expone cómo estos avances alteran irremediablemente la comunicación entre pares, cómo altera las rutinas, las costumbres, etc., en resumen todo lo que podría decirse que nos hace humanos: la cercanía dando paso a las distancias, la reflexión dando paso a la inmediatez, la integridad dando paso a la popularidad y la más burda aceptación, la conciencia y la moral siendo determinadas por las promesas quiméricas de los nuevos mesías y revolucionarios de la tecnología, de la economía: la individualidad, el espíritu de comunidad, siendo engullidos por la alienante y globalizante fe o religión del nuevo paradigma al que todo estaba entrando por las puertas anchas. Franzen se adelantó en el tiempo y vio la sociedad de bufones que se iría creando poco a poco gracias al mal uso y abuso de  esas tecnologías. Y sin embargo, no piensen que Franzen plantea que "todo tiempo pasado fue mejor", que los cambios y avances son demoníacos, inmorales, innecesarios; todo lo contrario, pues, amén de la amena y legible complejidad de sus numerosas e interconectadas capas, el autor también nos muestra los efectos del paradigma anterior y de esa cosmovisión que podría asociarse a las regiones del midwest estadounidense (para ello se vale de St. Jude, la ciudad donde esta familia tiene su hogar), pero que en realidad provienen de ese modelo post-segunda guerra mundial que estableció roles fijos e inamovibles sobre la mujer, el pater familias, las navidades, la casa, el auto, la disciplina y el respeto cuasi militar al hombre de la casa, las cenas suntuosas, los barrios blancos, los domingos en la iglesia, en fin..., un modelo tan rancio como rancios pueden llegar a ser el nuevo estado de cosas: esa competitividad brutal, ese utilitarismo deshumanizador, el vil triunfalismo, la marginalización del perdedor, la glorificación de la falta de capacidad crítica. Pasar de un paradigma a otro revuelve y convulsiona a cualquiera, pero la codicia, la avaricia, el egoísmo, la superficialidad, la autocomplacencia, la soledad, el ansia y la depresión, el clasismo, la simpleza, siguen existiendo, con nueva máscara, pero igual de podridos y con la misma capacidad para volverte loco y hacerte perder la razón. Un choque generacional no abocado meramente a un árbol genealógico familiar, pues también abarca a toda una nación cambiante, y que se refleja en el contraste entre esta ciudad ficticia y tradicionalista (pero no ajena a los cambios) y "el este", en donde residen los hijos.
De paso se mete con la economía (también con el mundo artístico, intelectual, académico, profesional..., pero no podemos hablar de todo lo que hay dentro de esta novela), con ese capitalismo salvaje y especulador que encuentra su vivo y exacto reflejo en el ilusorio y fantasioso mundo de las acciones, el cual para mí siempre ha sido un vulgar y ridículo remedo de realidad que depende de cualquier nimiedad elevada a catástrofe si a los genios de la bolsas les entra miedo por ver a un jugador rechazar una botella de gaseosa de una reconocida marca. Ese capitalismo salvaje que es como un monstruo que sobrevive a base de consumir y destruir empleos, educación, salud, democracias enteras si así se puede abultar la billetera; que puede valerse de todo con tal de erigirse como el no va más, como el rey del libre mercado, el rey de los libertarados, que de libre, se sabe, jamás han tenido un pelo (y de tarados, imbéciles, estúpidos, tontos, idiotas, hijos de puta, tienen mucho). Pero miren, todo sistema tiene sus peros, no hay sistema perfecto, eso es lo más desmoralizante. Porque si ya hablamos de política, pues bueno... El mundo de la guerra fría con que nació y se fundó ese american way of life se esfumó; las guerras ya no son entre países, en realidad son entre corporaciones, no son políticas propiamente tal, son guerras de capitales. Y la gente de a pie lo pasa mal en las ciudades rurales, en las grandes urbes, en Estados Unidos o en, por decir algo, Lituania. La verdad es que Franzen hace un excelente trabajo creando y narrando esos desquiciados tiempos de fin de siglo, fin de era. No deja títere con cabeza, porque parece decir que, en cualquier caso, estamos entre la espada y la pared: los viejos males son reemplazados por nuevos males, y las soluciones se quedan en el campo de la imaginación.
Y sobre los Lambert y sus integrantes, qué puedo decir. Franzen los retrata de manera despiadadamente compasiva y compasivamente despiadada. Los desnuda hasta el alma, los abre en canal y vierte sus tripas, los analiza sesudamente y los comprende de corazón. Son personajes de carne y hueso que se sienten dolorosamente reales. La sección titulada Últimas navidades en St. Jude me costó un montón porque me daba pena, se me caían las lágrimas. El zarpazo emocional es aún mayor que el componente satírico del retrato de la era pre-digital. Y Franzen escribe de una manera brutal, sin efectismos ni truculencias; digo brutal en tanto sus palabras, su prosa es sumamente bella pero directa al hueso, transparente en el dolor y el sufrimiento, la lectura llega a doler cuando arriba el momento de enfrentar las propias miserias, los recuerdos, los traumas, los rencores, las desilusiones, los sueños rotos, las ideas fijas de repente rotas, las imágenes con que se defendían que se derrumban como castillo de naipes dejándolos indefensos... Y la enfermedad del padre, que actúa como catalizador de este proceso: la desesperación, la desolación. Por qué un hijo odia a su padre, por qué una esposa finge ser una persona que no es, por qué una madre manipula tanto, por qué una mujer se odia tanto a sí misma, por qué aceptamos que esos títulos familiares dicten nuestras vidas, por qué una generación no entiende a la otra, por qué los años parecen abismos siderales... No lo sé, de todas formas Franzen no dicta sentencias ni ofrece respuestas, hace algo más complicado y sale airoso: nos lega seres humanos complejos y profundos que en su imperfección intentan luchar con y a través de un medio cada vez más violento, irreconocible y complicado, y que quizás la forma, el método, el antídoto, sea el (mutuo) entendimiento y la empatía. Pero por dios que cuesta ese camino, pedregoso y empinado camino...
Y vaya, entre tanta cosa no he hablado sobre el título de la novela, pero imagino que ya se figurarán por dónde va la idea de las correcciones, concepto que aparece continuamente en este libro, y que ofrece una clave mucho más definitiva y reveladora de lo que en inicio se pueda presuponer. ¿Qué es una corrección, a fin de cuentas?, ¿de qué podría ser sinónimo? Como sea, para qué seguir. Podría no terminar nunca. Lo cierto es que "Las correcciones" es una lectura imprescindible, una de esas lecturas que dejan huella en uno, que te dejan marcado y que te hacen mejor persona, o al menos te deja con la intención de serlo... Aún siguen dentro de mí estas páginas, aún me siguen emocionando y entusiasmando. Mis más enérgicos aplausos, señor Franzen, ha escrito una obra maestra que cualquier escritor quisiera tener en su currículum.

Así que hemos llegado a nuestra querida tradición republicana de todo préstamo. La tarjeta está bastante llena, y es que en unos diez años y medio, este libro ha sido requerido trece veces, bastantes más que las que uno podría pensar tratándose de un escritor no tan conocido y de una novela tan extensa. Igual que entre mi préstamo y el anterior hayan pasado casi seis años es como una exageración, pero bueno, eso quiere decir que, hasta ese entonces, en cinco años y medio este libro se leyó doce veces. Me pregunto qué habrá pasado para ese silencio que vino después...

No hay comentarios. :