"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 29 de julio de 2024

El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna

 

Bibliometro S03E03. Siempre se le tiene un buen ojo a las escritoras chilenas, y Bibliometro tiene bastantes novelas y cuentos de nuestras compatriotas a mano. Una de las mayores exponentes, según los entendidos, es Alejandra Costamagna, que comenzara a publicar a mediados de los noventa, siendo destacada fervientemente por Bolaño como una de las grandes escritoras a las que había que prestar atención. Desde entonces, Costamagna ha publicado constantemente cuentos y novelas, siendo El sistema del tacto lo más reciente de su autoría, aunque ya data del 2018. Qué has estado haciendo, Aleja, todo este tiempo.


El sistema del tacto es un mecanismo dactilográfico de escritura en el cual se apoyan ambas manos completamente en el teclado de la máquina de escribir, a fin de... bueno, cosas dactilográficas: propiciar la mayor agilidad en perfecto equilibrio con una total fidelidad con lo dictado. El caso es que se me ocurre que, como título de la novela, El sistema del tacto viene a significar, o mejor dicho a representar en viva carne, de lo que se trata esta historia: escribir con todo, dejándolo todo crudamente en el teclado; descansar en las letras cual refugio se tratara.
Más allá de los destripes de la contraportada (que en este caso, literal, te cuenta toda la novela: no tanto el argumento, que argumentalmente no hay mucho que revelar, como el ejercicio de escritura, con sus capas y pliegues, que ejecuta Costamagna) con sus palabras sesudas y lugares comunes propios de la crítica especializada (podrían aplicarse las mismas observaciones a cualquier otro ejemplar de la editorial), sin ser nada realmente del otro mundo, me gusta que la autora no encasille su relato, sus personajes. ¿Que es sobre la memoria, sobre el desarraigo, sobre genealogías familiares? Por favor... Claro que sí, pero esos son tópicos, y Costamagna se los salta, los evita.
Nos cuenta la historia de dos personajes: Agustín, un argentino que vive con sus padres y lleva una vida gris, aburrida, asfixiante en la prisión de su familia, de su casa, de su pueblo, en los años ochenta del pasado siglo; y Ania Coletti (nótese el juego con las iniciales, recurso usual cuando quien escribe establece correspondencias con la realidad, en este caso la propia), una chilena que, ya en los tiempos actuales, debe viajar a Argentina a despedir al agonizante Agustín, que viene a ser ya el último de la estirpe. Y eso es todo. Y eso es bueno. Porque mientras, claro, se visita el hospital y la antigua casa y todo eso, Costamagna nos mete de lleno en las atribuladas y tormentosas mentes de ambos personajes, la chilena una tipa con una histeria cuasi infantil que tiende a armar tornados en vasos de agua y el argentino un tipo cobarde atrapado en una realidad que lo mata poco a poco. Y ambos, para huir de sus respectivas realidades (que curiosamente se entremezclan de vez en cuando con respecto a otros personajes, hechos, lugares), se refugian precisamente en sus mentes, revestidas del pasado y la historia familiar, en el caso de Ania, y las fantasías de libertad, en el caso de Agustín, extrañamente infatuado por esa sobrina que viene del otro lado de la cordishera. Lo mejor es que no estamos ante un típico viaje catártico tan propio de estos relatos sobre descubrimientos de secretos familiares o tramos cronológicos difusos (tampoco escrito con esas impostadas solemnidad y gravedad como de funeral), al contrario, estos mecanismos de huida parecen hundir aún más a los protagonistas en una negada desolación, porque nada queda claro, el pasado sigue siendo un misterio, lo que pasaba dentro de las cabezas y corazones de abuelos, tíos, etc., permanece en la intimidad espectral de quienes ya partieron de nosotros, es decir el vacío en sus respectivos interiores y presentes no se llena con nada, menos con recuerdos familiares. Y entre medio de ambos personajes (y hay que mencionarla porque aparece en la portada) está Nelia, madre de Agustín, tía abuela de de Ania, una mujer italiana radicada en Argentina, y que, al parecer, padece lo mismo que los otros dos personajes principales: una huida o abstracción de la realidad hacia lo que sea que te proteja del tedio, de las decepciones, del sinsentido vital.
Pero, en resumidas cuentas, lo que me gusta de este libro y lo que hizo amena su lectura es que es una historia sobre la curiosidad, en esencia, y no sobre las respuestas ni las soluciones; por lo demás, debido a ello (pienso), está escrito con un tono y una prosa saludablemente ligeros, lo que, obviamente, no le quita profundidad ni dignidad a sus personajes ni a sus vivencias ni a sus pensamientos y sentimientos (al contrario, esa ligereza, esa desnudez de sublimidades las hace más honestas y reconocibles). De hecho, casi lo olvido, aparte de la narración en sí y de las fotos familiares, entre medio encontramos entradas de enciclopedias, ejercicios dactilográficos, cosas por el estilo "no literarias", que vienen a demostrar algo bien bonito en mi opinión: que a veces los objetos hablan por nosotros; que, a fuerza de estar cerca de nosotros tanto tiempo se empapan de nuestro aura y luego, al ser encontrados por otras personas, una parte de nuestras personalidades puede adivinarse gracias a la contemplación de, no lo sé, un cuaderno escolar, una hoja garabateada, una colección de stickers, qué sé yo, todo lo cual va en consonancia con esa curiosidad y esa ligereza que mencionaba.

Entonces claro, no estamos ante una novela magistral ni nada por el estilo, quizás tampoco muy original al enmarcarse en el típico relato testimonial-familiar sobre saldar deudas con el pasado y tal (como Isla Decepción, de Paulina Flores, que, si recordamos bien, es sobre una mujer cuya vida se va tan a la mierda que decide huir al extremo austral del país, "visitando a su padre", para ordenarse a sí misma, viaje que le sirve para poner los puntos sobre las íes con el pasado y el presente), pero Alejandra Costamagna le da sus dos o tres toques distintivos refrescantes que, en efecto, hacen que El sistema del tacto sea una novela distinta y con voz propia, con su propio estilo. Igual, teniendo buenos personajes y sabiendo ser respetuosos de esos personajes, todo relato siempre será interesante.


En casi un año de préstamos El sistema del tacto ha sido pedido 9 veces. Este 2024 ha sido su año más movido. A veces me pregunto qué motiva estos repuntes, luego olvido que no soy el único que conoce más o menos la escena literaria del país y que puede haber personas lectoras que perfectamente conozcan el nombre de Costamagna y otras, en contraposición a la hipótesis que instintivamente me salta a la mente a veces: que son personas, lectores meramente casuales, que piden lo primero que encuentran o motivados por alguna noticia o algo así. Un poco creído de mi parte, lo sé, pero entiéndanme: en todos los lados en que me he movido (trabajo, estudios), incluso aunque sean espacios "intelectuales", me topo con personas que a veces abierta y derechamente desdeñan el conocer a fondo el mundo del cine y de las letras. Compañeros que decían aburrirse viendo películas, que no es necesario verlo todo, que es un acto de valentía y rebeldía política el no leer a los santos griales... Bueno, se nota que no aman el arte, eso está claro. He encontrado gente más comprometida e inteligente y conocedora fuera de esos apestosos y autocomplacientes círculos. Y quizás estos lectores casuales demuestren más hambre e interés, leer por el puro gusto de descubrir más y más, voces e historias, mundos y tiempos, que la gente del "mundillo"...

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