"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 25 de julio de 2024

El autodidacta, de Hernán Rivera Letelier


Bibliometro S03E01. Ha llegado una nueva temporada de lecturas bibliometruscas. Qué mejor que comenzar con un libro del gran Hernán Rivera Letelier, un escritor cuya obra he leído casi completa (gracias a la Biblioteca Nacional y a la Biblioteca del Abuelo, y que tendré que completar con lo que hay en la Jimmyteca Personal), y del que puedo decir con firmeza y conocimiento de causa que es capaz de alcanzar altas cotas de bella y honda literatura, si bien, prolífico como es, en su bibliografía también se encuentran obras menores (historias sencillas y anecdóticas que cuentan de manera casi fugaz y hasta pedagógica alguna de estas apasionadas historias desérticas y pampinas), y, por desgracia, su pequeño puñado de malas novelas, en las cuales el peor rasgo es una suerte de autoparodia involuntaria, como si dichos libros fueran escritos por un mal remedo de Rivera Letelier, lleno de muletillas, efectismos y personajes/situaciones reciclados de mejores obras, sólo que el autor es él mismo. Pero no nos equivoquemos, porque si no fuera un animal literario, Rivera Letelier no hubiese encadenado cinco novelas tan magistrales de manera consecutiva: La Reina Isabel cantaba rancheras, Himno del ángel parado en una pata, Fatamorgana de amor con banda de música (mi favorita absoluta), Los trenes se van al purgatorio y Santa María de las Flores Negras. Y después por ahí tiene Romance del duende que me escribe las novelas y, sobre todo, Mi nombre es Malarrosa, que pienso que es su obra mejor lograda y más grande, por así decirlo. Pero bueno, acá tenemos El autodidacta, que salió el 2019, curiosamente más o menos la fecha en que por cosas de la vida la lectura se alejó de mí (o yo de ella, seamos honestos), así que por acá es donde habíamos quedado con su extensa bibliografía.


El autodidacta es una hermosa novelita, humilde y sencilla en su aire bonachón, su prosa diáfana y cándida, en ese juvenil entusiasmo con que nos narra la historia de un muchacho que llega a una oficina salitrera, en los tiempos postreros de esta industria, a ganarse la vida, pero que, sin sospecharlo siquiera, acaba descubriendo la poesía, el amor y la amistad, así como también las penas, las rabias y las decepciones. Un coming-of-age, dicho de otro modo, situado bajo los cielos más hermosos y limpios del mundo. Una novela, por lo demás, bastante autobiográfica (que podría ubicarse temporalmente entre Himno del ángel... y Romance del duende...) y que trae de regreso personajes y escenarios emblemáticos de la obra de Rivera Letelier, además de hacerle un guiño cómplice a otros que no aparecen físicamente acá, como si fuera una versión novelada de cómo decidió hacerse escritor. Y por qué, y cuándo.
Es ésta una novela más bien de atmósferas y sensaciones, paisajes y situaciones, porque en cuanto a argumento la verdad es que tempranamente podemos intuir por dónde irán los tiros, en este caso un triángulo amoroso entre el protagonista, el aspirante a poeta, su amigo el boxeador de la oficina salitrera, y la bella muchacha que trabaja en la pensión de su madre en donde se aloja el primero. No hay que ser genio para adivinar qué ocurrirá y, en efecto, ocurre tal como uno espera. Por eso pienso que en realidad la intención y la gracia de El autodidacta es descansar en estos personajes, en sus triunfos y pesares, para transmitirnos la digna y decadente vitalidad de un tiempo, de una era, cuando ya la industria salitrera estaba agonizando y con ello esa forma de vida que por más de un siglo tiñó de colores, del color de la sangre del sudor de las lágrimas, con las penas y las alegrías de un pueblo trabajador, la vida y la muerte, el desierto más árido del mundo. Rivera Letelier escribe sobre el calor abrasador, sobre el inclemente sol, esa luz filuda e hiriente, sobre los cielos intensamente azules y las noches infinitamente estrelladas; sobre los oficios salitreros que los hombres comunes cumplían con sus manos duras y callosas en jornadas duras y negreras; sobre las tradiciones y costumbres de estos verdaderos pueblos que se armaban en las distintas oficinas, los sobrenombres, las celebraciones (La fiesta de la primavera, la atmósfera eléctrica que crea en esos segmentos es notable), las prostitutas, las peleas, los músicos, los singulares y peculiares personajes que se encuentran, que llegan o nunca se van, las injusticias, la belleza que te hace soportarlo todo y continuar, finalmente el clima de derrota, de resignación, de elegíaco fin de tiempo. Escribe sobre lo que se siente y cómo se siente vivir en un lugar tan duro.
Podría decirse que El autodidacta es una carta de amor a todo lo bello que ofrece la pampa salitrera y su gente, además de a la literatura y el arte, sin por eso idealizar u omitir lo malo, de lo cual Rivera Letelier ha escrito largo y profundo, y que acá de igual forma queda patente. Y como digo, el autor escribe sin pompas ni excesos ni caprichos estilísticos; la prosa de este libro es de un modesto e inspirado lirismo y logra transmitir y expresar esos sentimientos tan puros e inspiradores que brotan del protagonista. De haber contado con un argumento menos previsible quizás estaríamos ante una obra mayor, sin embargo El autodidacta es una más que solvente y preciosa novela que prueba, una vez más, que Hernán Rivera Letelier es un excelente escritor y que los años le sientan de maravilla a su escritura.


Nuestra tradición de todo préstamo arroja resultados prometedores, y es que Hernán Rivera Letelier es un escritor conocido y querido por el público chilensis. Considerando que los otros libros de Bibliometro que hemos pedido no acumulan tantas lecturas como podría sugerir su tiempo en circulación (lo hemos podido comprobar en esta misma tradición), los cinco préstamos que tiene El autodidacta desde febrero de este año indican que, quizás, sea uno de esos excepcionales casos de libros más leídos. Nosotros somos los quintos lectores y siempre lo seremos; más allá de eso, de nosotros, ya no sabremos más. Y miren con qué orden están timbradas las fechas, así es como debe ser, qué decís.

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