Recomiendo bastante que la siguiente lectura sea leída en compañía de la siguiente canción, llamada "Love is to die" de Warpaint -que no es muy buena, pero funciona bien-. Aparece al final del episodio homónimo de la séptima y última temporada de True Blood, en su episodio noveno, o lo que es lo mismo y un poco más desalentador, el penúltimo.
Sí, sí, mañana True Blood llega a su fin. Siete largos, divertidos y sobre todo deliciosos años llenos de locura. No sé muy bien en qué temporada Allan Ball dejó de ser el showrunner, el jefe principal, pero lo cierto es que, para mí, la última gran temporada fue la tercera: Russell Edginton como villano principal era sensacional: caos y anarquía en las huestes vampíricas, el placer de la destrucción y la muerte, pero por sobre todo el placer de actuar en completa libertad, obedeciendo tus más bajos y sublimes instintos. De la cuarta en adelante, aunque la serie no ha dejado de ser disfrutable, se vuelve a veces un tanto ridícula y básica, perdiendo progresivamente ese toque oscuro y sensual en detrimento de uno más humorístico y facilón.
Pero, para que quede claro, nunca me ha dejado de gustar True Blood; puede que la cuarta temporada con sus brujas me haya desagradado un poco -incluso prefiero a los hombres lobo como enemigos-, pero era lo que era, tampoco me pondré extremadamente histérico. A diferencia de muchos que señalan que la quinta temporada fue malísima, a mí me gustó bastante, mostrando la verdadera cara de The Authority y la inquietante presencia de Lilith -y el regreso del siempre genial Russell Edginton-. La sexta también me gustó, aunque Warlord me pareció un villano pobre y su muerte daba la impresión de que se hizo con apuro y poca preparación; lo más interesante de aquella temporada era lo relacionado a ese exterminio de vampiros, y no todo el cuento de hadas de Sookie. Ya lo he dicho, las buenas temporadas de verdad se acabaron cuando la tercera llegó a su fin; de ahí en adelante, cada una tiene mucho de despropósito, aunque no dejan de ser placeres culpables.
La séptima temporada no se libra de los mismos síntomas: tramas aceleradas y construidas fácilmente, tramas irrisorias y sin importancia -Andy Bellefleur y su vida familiar, o los problemas maritales de Sam Merlotte, o Arlene como consejera amorosa y de vida-, etc. La salvedad es que esas tramas fáciles e irrisorias se hilan bien y nos llevan a lo que es realmente importante: Bill, Sookie, Erick. Pero no estoy hablando de la temporada completa, ya haré eso cuando vea el capítulo final y comente todo en Cine en tu cara. Ahora me quiero referir, simplemente, a la sensación que me dejó los apenas dos minutos finales del noveno episodio, que a propósito, es bastante mediocre: mucho de Jessica y Hoyt y Jason y la novia de Hoyt, que juntos tienen unos minutos cursis hasta el hartazgo; mucho de Arlene y su negocio, de Sam y su problema ese, y varias cosas más. Lo que lo salva son los motivos de Bill y su conversación con Erick Northman, de la cual nace el inminente encuentro entre Sookie y Bill, quien quiere explicarse ante ella. Así termina el capítulo: Bill se acerca, a paso lento, a la puerta de Sookie, que espera sentada, completamente nerviosa, la llegada de Bill. De fondo suena Love is to die, además.
Si el episodio entero me pareció mediocre y a veces rozando el ridículo -"te enseñaré cómo no tener sexo"-, esos dos minutos me dejaron helado, con una desoladora sensación en el espíritu. Para serles sincero, me siento mal, un poco decaído: True Blood se acerca a su final, y Bill caminando para encontrarse con Sookie es el encuentro definitivo, el que cerrará todo. Eso es lo que me hace sentir mal: la despedida, el saber que esta serie se va para siempre. No importa cuánto se haya degradado la calidad de la serie, siempre esperaba con ansias el siguiente episodio, con cariño. Sinceramente, espero que el episodio final sea sublime y deje con la boca abierta a muchos, incluyéndome. Algo me dice que el final estará concentrado únicamente en los personajes que de verdad importan, y que la historia completa se cerrará, ahora sí, de manera inteligente y poderosa. Sólo espero que no me duela tanto.
Con tristeza espero el episodio final. Por suerte, HBO latinoamérica transmite True Blood en simultáneo con Estados Unidos, así que en vivo contemplaré esta despedida, que de seguro me dejará deprimido la semana completa. Maldita sea, será mejor que esté preparado.
Sí, sí, mañana True Blood llega a su fin. Siete largos, divertidos y sobre todo deliciosos años llenos de locura. No sé muy bien en qué temporada Allan Ball dejó de ser el showrunner, el jefe principal, pero lo cierto es que, para mí, la última gran temporada fue la tercera: Russell Edginton como villano principal era sensacional: caos y anarquía en las huestes vampíricas, el placer de la destrucción y la muerte, pero por sobre todo el placer de actuar en completa libertad, obedeciendo tus más bajos y sublimes instintos. De la cuarta en adelante, aunque la serie no ha dejado de ser disfrutable, se vuelve a veces un tanto ridícula y básica, perdiendo progresivamente ese toque oscuro y sensual en detrimento de uno más humorístico y facilón.
Pero, para que quede claro, nunca me ha dejado de gustar True Blood; puede que la cuarta temporada con sus brujas me haya desagradado un poco -incluso prefiero a los hombres lobo como enemigos-, pero era lo que era, tampoco me pondré extremadamente histérico. A diferencia de muchos que señalan que la quinta temporada fue malísima, a mí me gustó bastante, mostrando la verdadera cara de The Authority y la inquietante presencia de Lilith -y el regreso del siempre genial Russell Edginton-. La sexta también me gustó, aunque Warlord me pareció un villano pobre y su muerte daba la impresión de que se hizo con apuro y poca preparación; lo más interesante de aquella temporada era lo relacionado a ese exterminio de vampiros, y no todo el cuento de hadas de Sookie. Ya lo he dicho, las buenas temporadas de verdad se acabaron cuando la tercera llegó a su fin; de ahí en adelante, cada una tiene mucho de despropósito, aunque no dejan de ser placeres culpables.
La séptima temporada no se libra de los mismos síntomas: tramas aceleradas y construidas fácilmente, tramas irrisorias y sin importancia -Andy Bellefleur y su vida familiar, o los problemas maritales de Sam Merlotte, o Arlene como consejera amorosa y de vida-, etc. La salvedad es que esas tramas fáciles e irrisorias se hilan bien y nos llevan a lo que es realmente importante: Bill, Sookie, Erick. Pero no estoy hablando de la temporada completa, ya haré eso cuando vea el capítulo final y comente todo en Cine en tu cara. Ahora me quiero referir, simplemente, a la sensación que me dejó los apenas dos minutos finales del noveno episodio, que a propósito, es bastante mediocre: mucho de Jessica y Hoyt y Jason y la novia de Hoyt, que juntos tienen unos minutos cursis hasta el hartazgo; mucho de Arlene y su negocio, de Sam y su problema ese, y varias cosas más. Lo que lo salva son los motivos de Bill y su conversación con Erick Northman, de la cual nace el inminente encuentro entre Sookie y Bill, quien quiere explicarse ante ella. Así termina el capítulo: Bill se acerca, a paso lento, a la puerta de Sookie, que espera sentada, completamente nerviosa, la llegada de Bill. De fondo suena Love is to die, además.
Si el episodio entero me pareció mediocre y a veces rozando el ridículo -"te enseñaré cómo no tener sexo"-, esos dos minutos me dejaron helado, con una desoladora sensación en el espíritu. Para serles sincero, me siento mal, un poco decaído: True Blood se acerca a su final, y Bill caminando para encontrarse con Sookie es el encuentro definitivo, el que cerrará todo. Eso es lo que me hace sentir mal: la despedida, el saber que esta serie se va para siempre. No importa cuánto se haya degradado la calidad de la serie, siempre esperaba con ansias el siguiente episodio, con cariño. Sinceramente, espero que el episodio final sea sublime y deje con la boca abierta a muchos, incluyéndome. Algo me dice que el final estará concentrado únicamente en los personajes que de verdad importan, y que la historia completa se cerrará, ahora sí, de manera inteligente y poderosa. Sólo espero que no me duela tanto.
Con tristeza espero el episodio final. Por suerte, HBO latinoamérica transmite True Blood en simultáneo con Estados Unidos, así que en vivo contemplaré esta despedida, que de seguro me dejará deprimido la semana completa. Maldita sea, será mejor que esté preparado.
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