"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 11 de julio de 2024

Estrellas muertas, de Álvaro Bisama

Bibliometro S02E03. Luego de haber debutado con la literatura de Bisama leyendo Ruido, no íbamos a dejarlo de lado así como así, pues la obra del escritor chileno no deja de ser numerosa y, a fin de cuentas, llamativa. Así que encontramos Estrellas muertas, sugerente título, tercera novela suya publicada. Y que además tiene una portada horrorosa, si me preguntan, pero qué se puede hacer si la foto que utilizaron para el diseño fue tomada por Carla McKay, esposa de Bisama, fotógrafa y artista visual. Después salió otra edición con un diseño de portada más decente, ésa sería la edición que compraría porque ni loco aceptaría tener en mi biblioteca un libro con una portada tan fea. Sorry not sorry.


Ruido, aún con sus aspectos interesantes, no me gustó nada y de hecho me molestó bastante su propuesta de rememoración acusando y apuntando con el dedo, tirando la piedra pero escondiendo la mano (entre otras numerosas cosas), como una escritura jugando al escondite, simulando valentía pero siendo todo lo contrario. Fue la novela que vino después de Estrellas muertas y se nota que Bisama quedó con cierto bichito, porque podría decirse, de una manera espiritual, que el narrador de aquélla es el relegado narrador de ésta. En esta novela, el narrador es un hombre cuarentón que se junta con su exmujer en un café para ultimar los detalles del trámite del divorcio. Mientras desayunan (porque se juntan de mañana, a primera hora, a hacer tiempo antes de que inicie la jornada en el registro civil), la esposa toma el periódico, lo hojea, ve una foto, llora y le cuenta a su exmarido por qué llora. En la foto se ve una mujer esposada, escoltada por carabineros, y la exmujer cuenta la historia de esa malograda señora. Por lo que esta novela es la historia de dos mujeres: la ex del protagonista y, sobre todo, la esposada de la foto. El narrador es el mero testigo auditivo de una historia que se remonta hacia los noventa, cuando la ex y la esposada eran alumnas en la Universidad de Valparaíso. La esposada, una treintona torturada (no en sentido figurado: fue torturada por militares) y activa militante del PC, miembro importante del partido, la ex, una adolescente recién salida del colegio, con la abulia e incertidumbre típicas de la edad. Y un norteño de apellido Donoso, que se relaciona con la esposada militante. La ex rememora la época, todo el período que antecede y explica, en cierta forma y hasta donde se pueda, la caída en desgracia documentada en esa foto informativa de la crónica policial. Y en este ejercicio de rememoración encontramos los temas de la novela: no todo tiempo pasado fue mejor: el desencanto existencial para con el pasado, para con lo que fuimos, lo que soñábamos, lo que queríamos y en lo que creíamos, reflejado en un presente igual de gris, igual de confuso. También es una visión crítica de la sociedad universitaria y del mundillo político, de los pueriles juegos revolucionarios en un país que ya había retornado a la democracia, como si fuera un fútil escape intelectual a la realidad, una manera de posponer el momento de enfrentarse de verdad al mundo real. En lo personal siempre me han dado risa los que se toman muy en serio lo que pasa dentro de la universidad, con sus ruidosas y eternas asambleas, votaciones, paros reflexivos, porque el mundo real es el de afuera y no te va a esperar con los brazos abiertos, menos detenerse para seguirte el juego (dudo que esos habladores intenten algo así en un trabajo de verdad). Así que de nuevo, el desencanto con los ideales de juventud, o los ideales mismos, en manos de una pandilla de zánganos delirantes, que al menos así es como quedan retratados los miembros de las Juventudes Comunistas. El mismo rollo, la misma mierda de la política con sus influencias, sus mentiras, sus falsas promesas y sus sangrantes contradicciones. Así, el tiempo avanza, la relación entre la esposada y el Donoso, la caída en desgracia y las posibles razones de por qué la esposada aparece esposada en esa foto. Y el narrador, claro, que se quedó sin contar su propia historia, sin su ejercicio de rememoración, proveniente de ese pueblo de provincia en donde se ambienta Ruido y que acá aparece brevemente, pero ese es otro libro, otra historia y ya hablamos al respecto.
Así las cosas, me ha gustado Estrellas muertas. Entre medio tiene un poco de ese lenguaje pomposo que ya criticáramos en Ruido; esas oraciones pretensiosamente crípticas que en realidad no quieren decir nada profundo ni complejo con las que Bisama quiere adornar la pluma (como se ve en las fotos de abajo), pero en general esta novela me gustó, su narración, su estructura, sus personajes, su historia, su relato, lo coherente y honesto de su propuesta entre fondo y forma, lo bien que se lee, lo bien que se entiende, la manera en que se expresa esa decepción con el pasado y presente, la crudeza con que expone las miserias y tristezas humanas cuando las personas han sido tan apaleadas por la vida, tan envilecidas. Supongo que es gracias a la ex, que es mucho mejor narradora que el protagonista, ja, ja. Ojalá la ex haya sido la narradora de Ruido.
Con todo, recomendable lectura. Una mala y ahora una buena. Vas en empate, Bisama.


La tradición republicana de todo préstamo vuelve a su presentación tradicional: la tarjeta de devoluciones como corresponde. Desde el 2018, seis personas previamente han pedido este libro de Bisama. Yo soy el séptimo, el número de la suerte Slevin (perdón). Curiosamente, mi fecha de devolución está estampada dos veces: a la inversa, en la columna izquierda, y al derecho, en la columna derecha, quizás porque no se veía bien ese 01 JUL al revés.

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