Bibliometro #106. Bien, luego de Alex y de Rosy & John, llega Camille, la cuarta novela de la saga protagonizada por el comisario Camille Verhoeven. Ha sido un verdadero placer adentrarse en esta saga, muy refrescante, muy revitalizador si es que de repente te vas topando con lecturas algo cansinas, una saga de novelas negras atípicas, novelas negras con giros bien ingeniosos y retorcidos, novelas negras escritas por un escritor que aborda los códigos del género verdaderamente desde lo literario y no desde lo canónico, hemos visto que cada propuesta se estructura a partir de premisas y características del noir o policial, pero revistiéndolos de una honda oscuridad y de propuestas estilísticas bien estimulantes, enriquecidos con un dejo irónico que los eleva por sobre la media. Camille, la cuarta novela decíamos, si bien no es la mejor novela de la saga, si bien tiene un poco de esa calculada y convencional imperfección con que Lemaitre juega con fuego, sí es un excelente cierre, casi un broche de oro, a la altura del espíritu salvaje y mordaz de la serie. Pero mejor entremos un poco más en detalle a continuación, vamos.
Camille es otra retorcidísima novela negra de Pierre Lemaitre en la que este ingenioso y creativo autor es capaz de subvertir los lugares comunes del género, en cierta forma para volverlos del revés, para hacerte reconsiderar todo lo que hasta cierto punto dabas por sentado y sorprenderte con endiablados giros argumentales plenamente coherentes, convincentes y creíbles, que revelación tras revelación van conformando un ritmo frenético, imparable, como un tren sin frenos, apabullante a su paso.
Sin embargo, para ello, Lemaitre vuelve a proponer un arriesgado juego que, luego de unas primeras diez páginas consciente y deliberadamente despistantes (¿existe esa palabra cierto?), diez páginas que si alguien dice que son algo tendenciosas y engañosas no le corregiré porque es cierto (te hace pensar cosas que no son tales y no entiendo aún muy bien para qué o por qué lo hace...), nos sumerge en una trama que sigue, punto por punto, cada paso, cada etapa, cada lugar común que exige su argumento, el argumento del último caso en que seguiremos al comisario Camille Verhoeven: el asalto a una joyería cometido por tres criminales que, por alguna razón, se ensañan con una transeúnte que iba pasando por ahí, mal momento mal lugar, una transeúnte que resulta ser la actual pareja del comisario, una transeúnte que sobrevive con la cara desfigurada y el cuerpo amoratado, trizado y golpeado, a duras penas manteniéndose consciente. Siendo algo prácticamente personal, el comisario Verhoeven se toma como misión capturar a los tres asaltantes, a pesar de que el robo fue virtualmente perfecto y la implicación de su pareja fue terrible casualidad, uno de esos crueles azares de la vida. Y ante lo difícil del caso, quizás el comisario Verhoeven se saque algunos trucos de bajo la manga que sean, digamos, moral y éticamente cuestionables, ¿poniendo en peligro su carrera policial para poder vengar a su pareja, tan insensatamente maltratada?
Como novedad, debemos mencionar que, aparte de la narración omnisciente en tercera persona que caracteriza las cuatro novelas de la saga, en esta novela en particular tenemos intercalados algunos capítulos narrados en primera persona por el antagonista, el desconocido líder de los asaltantes, que luego del asalto se dedica a llevar a cabo un montón de intrigantes tareas sin que sepamos quién es ni qué demonios planea, pero dejando instalada la certeza de que hay gato encerrado, de que nada es lo que parece y de que, quizás, el azar no existe del todo, es decir, de que no haya esperanza alguna para nadie: todos bailan a la música colocada por aquel que sabe más que tú, que uno. De esta manera, lo que en su primer tercio parece un caso bastante rutinario y convencional (porque lo es, Lemaitre es consciente de eso y se lanza con todo a esa seguidilla de lugares comunes), poco a poco, amén de la contraposición y acusada contradicción entre los capítulos narrados por el antagonista y los otros en donde se nos cuentan los esfuerzos de Camille Verhoeven por atrapar a los asaltantes, cuyas informaciones contrapuestas pueden darte un quebradero de cabeza si no vas preparado para cuestionarlo todo, vamos vislumbrando la verdadera naturaleza, abismante y bastante terrorífica, de todo el enredo este: los puntos comienzan a conectarse, las aparentes lagunas o contradicciones se aclaran y armonizan con el cuerpo central del relato, las ambigüedades se cristalizan en nítidos y afilados contornos, los lugares comunes se revelan como cajas con fondo falso que por fin desencajamos para atisbar en lo que debía permanecer escondido, y lo más genial es que mientras más se aclara todo, mientras más y mejor encajan las piezas, más retorcido y diabólico se revela todo, porque la verdadera forma de esta historia, la forma de su verdad, es una acentuada espiral, una espiral descendente hacia el infierno definitivo de Camille Verhoeven: el de sus miedos y soledades más profundas e incendiarias.
Eso sí, debo decir que la identidad del antagonista no resulta muy impactante (aunque la revelación en sí resulta sorprendente, que no es lo mismo por favor) y el clímax del relato, el encuentro final, queda con algo de gusto a poco, sobre todo por la brutal escalada de nervios y ansias que uno iba sintiendo mientras se adentraba en las entrañas de esa retorcida espiral argumental y que luego, ahí al final, queda como refrenado, sin embargo, qué puedo decir, la trama de esta novela final es perfecta e ideal no sólo en lo que respecta al espíritu literario/narrativo/estilístico de esta saga (el de abordar con respetuosos y sangrientos ingenio e ironía los códigos y claves de la novela negra más reconocible) sino que, sobre todo, en lo relacionado al argumento y a su protagonista, a su sino trágico, a sus talento policial maldito, a sus casos anti-redentores, a sus búsquedas/carreras desesperadas y devastadoras que siempre lo empujaban cada vez más cerca del abismo, como condenado a la oscuridad más absoluta, más desgarradora, más desintegradora: de verdad no hay esperanza para ti, Camille, pareces llevar la muerte contigo a todas partes, como una enfermedad de la que eres inevitablemente inmune pero no los seres que quieres proteger.
A pesar de todos sus pros y sus deliberados/conscientes/asumidos contras (que en cierto modo también son sus pros), les recomiendo un montón la saga de Camille Verhoeven, compuesta por Irène, Alex, Rosy & John y Camille. Son historias oscuras, violentas, retorcidas (imposible no seguir repitiendo esta palabra, es la que mejor define esta propuesta), pero también ingeniosas, irónicas y muy sorprendentes, imposible es quedarse indiferente ante lo que se lee, además Pierre Lemaitre escribe, ya lo dije la otra vez, con mucha personalidad, no necesariamente genial o magistral, pero sin duda escribe con peso, sus palabras son capaces de rasgar la retina, de trascender el papel, de crear imágenes, de provocar sensaciones, de golpearte y por momentos aturdirte, hacerte sentir mal, deshecho, descorazonado, tal es la potente amalgama entre sus tramas, su estilo y sus decisiones narrativas. He quedado profundamente interesado por la obra de este autor, así que espero poder encontrar algo más de él en otras bibliotecas, porque la saga Verhoeven es todo lo que Bibliometro tiene de él.
Por mi parte, reitero por última vez: lean sin miedo esta saga, es una lectura imperdible. Y vayan preparados, porque hasta a mí, que tengo estómago, por momentos ciertas enfermizas y extremas escenas me causaban náuseas. Avisados quedan, disfruten ;)
A estas alturas ya perdí un poco la pista de los préstamos bibliometruscos de la saga de Camille Verhoeven... ¿Se corresponden los cuatro préstamos de este libro con los de Rosy & John y Alex? Sé que por mi parte sí, y quizás esos dos préstamos del 2022 también, quién sabe, compruébenlo, puede ser divertido. Lo cierto es que cada novela de esta saga tiene más de media docena de ejemplares repartidos en las sedes bibliometrenses, por lo que la ficha bibliográfica de los que nosotros hemos leído no tienen porqué tener ninguna continuidad entre sí, qué triste es la realidad a veces, ¿no creen?
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