He quedado con sensaciones encontradas con esta novela. Es entretenida hasta cierto punto, no les mentiré, pero tampoco es la gran cosa y la verdad es que resulta anecdótica, de poco peso, fugaz en su importancia, es decir poco trascendente a pesar de, no lo sé, sus aires algo grandilocuentes. ¿Por qué? Porque, bajo mi punto de vista, bajo mi impresión, No es país para viejos no es más que la descripción, casi absolutamente despojada de todo tipo de estilo o recurso literario, amén de su prosa seca, árida, llana, impávida, cortante (no en el sentido de afilado o punzante, más bien de tajante, terco, hermético... una prosa terca. Gracioso decirlo de esa forma pero no se me ocurre otra mejor manera de ilustrarlo: una prosa que no va más allá de lo que ve ¿porque no puede, porque no quiere?, porque no nomás y así se queda, de brazos cruzados), de hombres haciendo cosas. Haciendo cosas que no tienen mucho sentido tampoco y a través de unos personajes pobre o nulamente desarrollados que sólo logran entenderse un poco a través de sus diálogos, pero que podrían ser perfectamente intercambiables si no se les nombrara porque no hay nada concreto que los identifique ni diferencie los unos de otros, bien podrían ser los criminales o los policías o los gentiles, en cualquier caso estarían haciendo lo mismo, es decir: cosas; cosas como manejar por carreteras, cambiar de autos, quedarse en hoteles y moteles de carretera, hacer manualidades, seguirse los pasos sin tener muy claro si están huyendo o persiguiendo, tragar comida, mirar a su alrededor seriamente, en fin...
¿Cómo comienza todo? Con un intercambio de drogas que salió mal: en medio del desierto quedan camionetas acribilladas, cadáveres mexicanos desperdigados, armas automáticas con balas en su interior, una montañita de ladrillos de droga y un maletín con dinero. Llewellyn, un hombre común y corriente, veterano de Vietnam que estaba cazando de madrugada, se encuentra con ese escenario de película y se lleva el dinero. Chigurgh, el implacable rastreador, es quien debe encontrar el dinero. Los mexicanos también andan buscando la lana. El sheriff Bell, aunque el caso va más allá de su jurisdicción, intenta ayudar a Llewellyn porque lo ve como su deber, ya que el cazador (¿cazado?) vive en su condado y un sheriff debe proteger a sus vecinos. Aparece brevemente un cazarrecompensas. Y supongo que, a pesar del oscuro minimalismo de la prosa, esta seguidilla de acciones y tiras y aflojas sí resulta algo interesante; la incesante acumulación de encuentros y desencuentros y tiroteos y persecuciones y derramamientos de sangre y muertes provoca un efecto algo perturbador, pues esta acumulación, sumada a la prosa ensimismada, acaba por develar el sinsentido de todo lo que leemos, la total falta de lógica e involuntaria crudeza del actuar de este puñado de hombres que se creen en control de la situación, de sus acciones, de su destino incluso. Me ha recordado a "Elephant", la película no de Gus Van Sant sino que la de Alan Clarke (la comenté en su momento en Cine en tu cara, si se interesan búsquenla, el post y la peli, que la tienen en YouTube), que es una película sin personajes y sin trama, sin desarrollo, solamente la seguidilla de asesinatos anónimos que ocurren sin que sepamos su porqué, sin que conozcamos ningún trasfondo o contexto, resultando impactante al inicio pero transformando ese impacto en costumbre, en insensibilidad, o en desesperación, porque o te habitúas a la muerte (que es absoluta sin importar aparentes motivos o razones) o te dejas ahogar por el horror de una violencia, una masacre que no se va a detener porque existe aunque no la veas, ahí está justo bajo tus narices. No creo que McCarthy haya tenido consciencia de esto escribiendo esta historia, o tal vez sí quién sabe, quizás quería mostrarnos una serie de escenas, eso sí hiladas por tres o cuatro personajes apenas construidos, en donde la muerte y la violencia parece ir dos o tres pasos adelante de la justicia, del orden y de la civilización precisamente para sumirnos en un estado de desconcierto y despiste, porque nada de lo que sucede en No es país para viejos sigue pautas narrativas reconocibles, sus acontecimientos siguen un flujo ajeno a todo ideal de moral o ética, justo frente a tus ojos y sin que puedas hacer nada.
Solamente en los monólogos del sheriff y en algunos de los diálogos de los personajes podemos apreciar no sólo mayor depuración estilística, cierta complejidad y composición literaria, sino que algo similar a una visión o punto de vista, no lo sé, filosófico y/o sociológico sobre el lío, sobre todo por la mirada pesimista y cuasi apocalíptica del sheriff, que entre recuerdos y anécdotas personales y profesionales, nos expresa su desolada impotencia ante un apabullante tren de maldad y violencia que no tiene fin aparente, de una fuerza sobrehumana que ninguna institución puede detener por más que se esfuerce. Y bueno, los personajes, cuando hablan y se explayan un poco más (la mayoría de los diálogos, eso sí, son tan cortantes y similares entre sí como lo es la prosa: ya, ok, claro, entiendo, bueno, eso, bien, sí, no), también transmiten un nihilismo devorador en consonancia con la visión del sheriff: cuando algo comienza, no se puede deshacer. La criminalidad es más grande y es peor que antes, y un individuo, cuando toma una decisión o comete un error (cuál es la diferencia), no puede revertir el pasado y de hecho tampoco puede alterar el futuro, quizás esa sea la gran lucha, si es que la hay, en este relato: Llewellyn encarna al hombre que piensa ser dueño de su destino, Chigurgh es el determinista que cree cumplir entre los hombres ese mandato metafísico, ese rumbo fijado por fuerzas mayores, poniendo las cosas, hombres, vidas y muertes, todo en su lugar. No hay azar, elegir entre cara o cruz es un gesto banal e ilusorio, acaso una burla o la revelación cruel de que todo estaba escrito y predestinado para que la moneda cayera de un lado o de otro.
Y supongo que luego de todo este palabrerío ustedes pensarán que, vaya, estamos ante una obra poderosa, ¿no?, una novela contundente, avasalladora. Quizás, puede ser, pero insisto, supongo que los elementos están ahí pero no terminan de ordenarse de manera totalmente coherente entre sí, de manera muy literaria, hay algo dislocado en este entramado argumental y narrativo, una separación como irreconciliable. Como trama, como argumento bien hilado, llega hasta por ahí, sería una novela decente; pero como colección de violentas viñetas "independientes" se aprecia mejor, su fragmentación y estilo hierático adquieren más lógica, pero... ¿McCarthy concibió esto como collage de vignettes o como un argumento con inicio-desarrollo-final? A eso me refiero. Su visión filosófica, ¿debe, o puede, entenderse y desprenderse de la sucinta descripción de hechos, de esa prosa como monosilábica, o forzosamente necesita de esas exposiciones dialógicas porque de lo contrario su mensaje se pierde? Por lo demás, es curioso, pero las últimas treinta páginas parecen sobrar, finiquitado todo el asunto, seguimos los pasivos devaneos del sheriff, que sigue hablando y haciendo cosas aunque ya no importe mucho si tiene traumas o arrepentimientos pasados. La película acierta al terminarlo todo en ese choque, luego el sueño y el then I woke up, porque, sinceramente, ¿a qué viene tanta perorata sobre el pasado del sheriff? Se entiende, ¿pero qué aporta?, en esas páginas finales no se dice o expresa o "da a entender" nada que no se haya explicado en las páginas anteriores, todo ese epílogo es de una reseca redundancia. En fin, que así es No es país para viejos, una novela, ciertamente, extraña, no del todo lograda, pero escrita por uno de esos escritores tremendos, vacas sagradas, cuya aura parece investir a su obra de un poderío inigualable entre sus pares, independiente de la calidad de la obra en cuestión. Me ha gustado leer esta novela, pero la novela no me ha gustado muuuuuuucho. Sensaciones encontradas, claro. Quizás le deba una relectura a futuro, si es que encuentro más libros de McCarthy y pueda ubicar y/o apreciar mejor esta propuesta dentro de su obra literaria. Pero así son las cosas, a veces no hay mucha correlación entre "la historia/trama" y su sustancia, trasfondo, visión, mensaje.
Vaya desprolijidad, vaya desorden, vaya vaya. ¿Nos sorprendemos? Diez préstamos en tres años y medio, ¿qué pensarán esos lectores de esta novela? ¿Habrán quedado algo perplejos ante una propuesta tan... parca, impasible?
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