Bibliometro #116. Uno de los libros que más me marcó durante mis años escolares, o de formación, o de adolescencia, fue El extranjero, de Albert Camus. Supongo que por esos años ya me sentía identificado con algunos de los temas, de las ideas, que transmite dicha novela, que he vuelto a leer varias veces, cuatro o cinco quizás, aunque nada más de Camus había caído en mis manos, ni sus otras novelas ni sus ensayos o libros filosóficos. De repente me fijé que La peste no sólo estaba disponible sino que también a mano, en una sucursal cómoda para mí, así que me lo traje.
Debo decir que La peste no me ha gustado mucho, o mejor dicho, me ha dejado sensaciones encontradas. Una de las sensaciones es que, sin ser un libro muy extenso, ni siquiera pesado o denso (255 páginas no es nada fuera de lo común, en mi opinión), sí parece ser un libro que se alarga innecesariamente por, entre otros motivos, cierta reiteración en su narración que hace de todo su desarrollo un vaivén entre el vivo interés por los acontecimientos descritos y una curiosa trivialización de las tribulaciones sobre todo morales de sus personajes, en cuyas psiquis asfixiadas se adentra tanto, pero tanto, que dicha honda exploración psicológica, ética y espiritual termina por convertirse en un muro difícil de franquear, y no sólo estamos hablando de individuos sino que de la ciudad, de los ciudadanos a un nivel colectivo, de masas. Porque claro, como pueden imaginar, La peste nos describe los efectos que una peste provoca en una ciudad argelina, una premisa sencilla pero prometedora y rica en posibilidades que Camus, de hecho, aprovecha bastante bien, pero como dijimos, aprovecha demasiado. Sobra decir que las resonancias que La peste tiene con todo el asunto del covid resultan, cuanto menos, estremecedoras, porque nos viene a señalar, detalles más detalles menos, cuán poco han cambiado las sociedades modernas en casi un siglo, cuán rígidas son sus bases ético-psicológicas por más que se disfracen de progreso e igualdad, cuán predecible es, en definitiva, el mundo occidental, y cuán frágil, cuán patético, cuán penoso, cuán ilusorio.
Uno de los aspectos importantes de esta novela es, desde luego, su descripción del colapso de la ciudad a un nivel burocrático, administrativo: cómo la peste, o cualquier otra catástrofe, golpea de lleno al orden establecido de determinada localización, aturdiendo a todos hasta el tuétano, incapaces de aceptar que la rutina está amenazada y trastocada, viendo cómo su propia rigidez provoca que caiga la primera pieza de dominó y con ella otra más, y así toda una larga fila de piezas falsamente fijas, falsamente compactas y seguras, se desmoronan una tras otra. Como dije, los ecos y las resonancias son inevitables: leer cómo los ciudadanos y los funcionarios de la ciudad intentan hacer frente a los primeros síntomas sociales de la peste es tan gracioso e irónico como tenebroso y sombrío: la burocracia, cual castillo de naipes, que sale volando ante el mínimo soplo y sus habitantes corriendo como hormigas en pánico, buscando refugio en una normalidad negada, perdida. La novela se mantiene a flote, ágil y dinámica, entretenida e interesante, cuando se dedica a describir cómo la ciudad y sus distintos órganos, sus ciudadanos, buscan maneras, en el terreno de lo práctico, de lo cotidiano, de lo material, de enfrentarse al forzado ocio, al encierro, a la limitación de ciertas libertades individuales, al peligro latente en el aire, al hecho de haber quedado separados del resto del mundo, de otras personas, de otros objetos importantes pero no de primera necesidad (los cigarros, el contrabando), así como también resulta tremendo el modo en que se nos narra, con ritmo apabullante, todos los mecanismos de la ciudad para contrarrestar los estragos de la peste, la organización de los hospitales, de los medicamentos, de las cuarentenas, los entierros... Camus alterna la mar de bien entre la ciudad a grandes rasgos y el puñado de personajes que el narrador nos hace seguir, siendo todos representativos de las distintas áreas-sectores-barrios de la ciudad, pero también de sus modos introspectivos o psicológicos o filosóficos de enfrentarse no sólo a estas dificultades prácticas sino que a la muerte, pues la peste es la muerte, al otro lado de tu puerta, esperando que abras y saludarte con un beso mortal, darte la bienvenida al reino de las calaveras. Está el doctor, está el cura, está el ocioso, están los enfermos, están los creyentes, los ateos, los desesperados, los resignados, los obstinados, los indiferentes, los distraídos... Camus aprovecha de manera inteligente y natural de mostrarnos esas distintas escuelas de pensamiento, sus diálogos se dan de manera orgánica y coherente, y las reflexiones son profundas, complejas, certeras, dejan huella, te dejan a ti mismo pensando, reflexionando más... El problema surge cuando la novela llega a, por decirlo de algún modo, los "partes" o informes introspectivos de la ciudad, los cuales en un inicio son tan reveladores e interesantes como la descripción de sus alteraciones conductuales, pero que ya pasado un rato llega a ser demasiado cansino, como que se pierde dentro de la descripción existencial que asola a la ciudad sobre todo porque, al no centrarse en los personajes sino que en "todos", en un montón de ciudadanos anónimos e intercambiables, dichas reflexiones se difuminan, pierden consistencia, se hacen demasiado abstractas para su propio bien: la desesperación es individual, el pánico es de masas, pero no funciona cuando describes el "sentir" de una colectividad como si se tratara de una sola persona: la pena (y cualquier otra emoción o sentimiento) colectiva es humo, es genérica.
Con todo, La peste es una novela, aunque irregular, bien potente, porque, similar a La cúpula, de Stephen King, es una novela pesimista, que no ofrece esperanzas ni consuelos, tan sólo muestra cómo un grupo de seres humanos reacciona, de mejor o peor forma, ante una catástrofe que está más allá de sus manos, es decir, cómo la vida es más grande que el hombre, a la larga un organismo inerme, impotente, a merced de los elementos, y que todo lo que pueda hacer, ya sea rezar, ya sea intentar tomar al toro por las astas, ya sea olvidarse del problema y ahogarse en placeres mundanos, ya sea negar la realidad y actuar como si nada sucediera, ya sea comerte el coco, lo que sea, nada será suficiente. A fin de cuentas, pestes más pestes menos, todos morimos ¿no? ¿Hay alguna buena razón para morir o para seguir viviendo?, ¿hay algo que justifique o explique o sensibilice una muerte, una vida? La peste llega, hace lo suyo, y ante lo difícil de la situación, qué se puede hacer salvo preguntar "¿Por qué?" a nosotros, ahora. ¿Y la respuesta? No hay respuesta, sólo silencio y la peste, acumulando cadáveres uno sobre otro, porque así son las cosas. Así que eso, sensaciones encontradas: su fondo, su sustancia, su motor reflexivo, sus varios niveles de interpretación, me parece genial, poderoso, legible, tremendo... La narración en sí, el relato, regular, en el mejor de los casos. Tiene altas cotas de calidad en ciertos tramos, su prosa por momentos es tremebunda, cómo describe por ejemplo los estragos de la peste en ciertos habitantes más vulnerables e inocentes, cómo describe la lenta y desgarradora agonía de un niño, o la asfixiante angustia existencial de determinados personajes, son tramos que te llegan, que te dejan tembleque, de verdad Camus logra remecerte con las palabras, y sin recurrir a una truculencia barata, al contrario, con una precisión por momentos quirúrgica y como desapasionada. Supongo que le sobran páginas, palabras, explicaciones, porque la historia en sí es bien detallada, casi como un mecanismo de reloj que, eso sí, por algunas piedrecillas en sus engranajes, de repente detiene sus manecillas, se quedan pegadas, estáticas, hasta que siguen avanzando. Pero oigan, Le peste inicia bien, termina bien, su desarrollo es el irregular, el que va de paso firme a tropiezo a paso firme y otro tropiezo... Me/les prometo re-leer esta novela a futuro, quizás el otro año. De verdad quiero ver qué tal le va una renovada mirada.
Como se ve, tenemos una ficha bibliográfica muy interesante. La que está entera nos dice que este ejemplar de La peste ha sido prestado desde mayo del año pasado nada más, un total de diez veces, para nada un mal promedio tomando en cuenta el tipo de libro que es (y su antigüedad... ¿la gente lee libros que no sean contemporáneos o recientes?), casi una vez por mes. Pero ojo, que sus lecturas pueden ser más numerosas, toda vez que, como se puede apreciar, hay una ficha arrancada, de la que apenas podemos ver unas tres fechas estampadas, pero fechas reveladoras: datan de marzo del 2008, dando cuenta de la antigüedad no sólo de este libro en el sistema biblimetrusco, sino que del programa Bibliometro de por sí, que a decir verdad no recuerdo desde cuándo está operativo. Sé que cuando iba al colegio intenté leer un par de libros, pero supongo que en aquel entonces no tenía la energía, los putos estudios te drenan, te consumen, apenas te dejan ganas de vivir.
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