"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 2 de junio de 2025

La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata

 

Bibliometro #111. Bien, hay hartos libros de Kawabata esparcidos por las distintas bibliotecas públicas y aunque no nos vamos a apresurar especialmente por leerlos, habida cuenta de nuestro poco entusiasmo con sus obras ya leídas, de todas formas hay que aprovechar cuando la ocasión se presenta. Además, La casa de las bellas durmientes es una novela que llamaba mi atención, principalmente porque Julia Leigh se basó en esta novela para su opera prima, "Sleeping Beauty" (a la sazón su única película, no parece que vaya a dirigir otra más), de la que recuerdo una escena en particular en la cual uno de los viejos que duerme con la protagonista nos ofrece un inesperado aunque extrañamente cautivador monólogo de cinco minutos, búsquenla.


Quizás debido a su menor extensión (apenas 120 páginas), quizás debido a lo compacto de su estructura narrativa (cinco capítulos nada más), quizás debido a lo directo de su argumento (cada capítulo, una visita al particular burdel), La casa de las bellas durmientes es la novela más redonda que hemos leído de Kawabata, la más disfrutable en cierto modo, sin palabras o tramas o personajes tendientes a la inconcreción, todo reconcentrado, cercano a su núcleo central, a su pilar fundamental: la extrañeza. ¿Una novela sobre la extrañeza? Puede ser. El planteamiento es bien simple: un hombre viejo, de casi setenta años, por recomendación de un amigo mayor que él, llega a un burdel que se diferencia de cualquier otro burdel común y corriente en un detalle muy especial: las chicas con las que te atiendes están dormidas, sedadas, narcotizadas de manera que no despierten con nada, y las reglas son claras: no debe haber sexo, es decir no debe haber penetración. Acariciar, besar, abrazar, desnudarte y frotar tu cuerpo contra la piel suave, aterciopelada y olorosita de estas jovencitas, pero guárdate al amigo dentro de tus metafóricos pantalones, aunque la clientela habitual son viejos, por lo que de todas formas es probable que no se les pare.
Cinco capítulos, cinco chicas distintas, cinco noches, cinco experiencias singulares. Y la extrañeza. El protagonista, que asiste al burdel movido por la curiosidad y esa sensación enigmática, sugerente, misteriosa, seductora. Una cierta incomodidad: viejos decrépitos durmiendo con muchachas que pueden ser adolescentes, que podrían ser sus nietas o bisnietas incluso, sin ejercer el sexo de la manera más obvia, que duermen bajo el peso de narcóticos, inocentemente, como ajenas al acto mismo, como muñequitas de porcelana, como violando una inocencia sin violarla en estricto rigor, tan sólo la idea de la transgresión, de lo prohibido, y el placer de esa idea. La extrañeza, en efecto. Las sensaciones contradictorias que tiene el protagonista, y los recuerdos de su propia vida, actual y pasada, de su propia sexualidad, actual y pasada, y la sexualidad de alguna gente que le rodea, sus hijas por ejemplo, casadas y con hijos, y las niñas estas, de dónde son, sus padres y madres dónde estarán qué dirán tendrán alguna idea de lo que hacen sus hijas para ganarse un buen billete, pregunta para sus adentros. Es una narración precisa, que no se va por las ramas ni en los hechos, ni en la atmósfera, ni en las descripciones ni en las reflexiones/rememoraciones del protagonista. No es una novela de argumento (aunque sucedan ciertas cosas que le dan cierto toque de peligro al asunto este del burdel escondido y silencioso), tampoco es exactamente un estudio de personajes, es quizás algo más bien atmosférico: Kawabata se vale de su prosa pausada, calma pero evocadora, para crear un ambiente como de ensueño, onírico en cierta forma, que no rehúye su aspecto perturbador y siniestro, como un cuento de hadas oscuro, adulto: no es una historia de princesas que duermen esperando el amor, es una historia de doncellas puestas a dormir al lado de sacos de carne y de sangre gastadas, enfermizas, que cargan con la muerte a sus espaldas o caminan con la muerte en los talones, extrañeza y mortalidad, mortalidad e ignorancia, bendita ignorancia, el hechizo de una doncella durmiente que puede engañar a la muerte, que puede invocar una juventud perdida quizás, una noche como una pausa en el tiempo...
Y quizás por lo singular y casi surreal, etéreo, del relato, tiene más peso que las otras dos novelas que hemos leídos, que aunque podían lograr describir bien las angustias y los problemas cotidianos de sus personajes, carecían de cierta rotundidad y profundidad literaria que hacía del conjunto algo sucintamente anodino, como si fueran problemas menores y anecdóticos, mientras que este libro, La casa de las bellas durmientes, con su trama y narración de halo irreal e incluso mágico, precisamente por abocarse de lleno a su carácter incierto, a su aire dulcemente, confortablemente ambiguo, es capaz de grabarse con más fuerza en la retina gracias a sus hipnóticas imágenes, a su prosa de encanto, de hechizos, a su gentil caminata por el ámbito de lo sensual. Habla sobre la muerte, habla sobre la vida o la vitalidad, pero con una entornada elegancia, una sofisticación elusiva e inteligente. La seducción de lo inasible, el misterio de los signos hechos carne apenas transparente.
Sin duda, un libro que me ha sorprendido y gustado mucho más de lo que esperaba, y sin que me parezca una cumbre literaria (es que sigo teniendo esta noción que la obra de un Nobel debe ser más, no lo sé, poderosa, avasalladora, suicida), más que nada porque tengo la teoría de que Kawabata es un escritor sumamente modesto, sin ambiciones  o delirios de grandeza, lo cierto es que es una novela genial, memorable, funciona como reloj, sobre todo como un reloj que, cual péndulo, flota de un lado a otro atrapándote en el sereno pero contundente flujo de su ritmo. Quién sabe, quizás Kawabata brilla y destaca más en esta clase de relatos algo más simbolistas y atmosféricos que en una narrativa cercana al costumbrismo, al realismo psicológico e incluso al sentimentalismo amoroso y familiar. Como acabamos de ver, el orgánico e inherente lirismo de su prosa parece acoplarse mejor a la primera categoría: al fantasmagórico submundo que habita en nosotros y que todos habitamos, pero que a veces no llegamos a conocer.  


Vamos a ignorar las muy pequeñas imperfecciones de la tinta de algunas estampas, porque ¡qué ficha bibliográfica más bella, más ordenada! Cada una de sus casillas está ocupada debida y diligentemente por una fecha estampada, casi todas alineadas una bajo la otra por lo demás, ¿lindo no les parece?, yo quedé maravillado ante esta visión. Detrás, ante la falta de espacio, están las otras dos fechas estampadas y no hay drama, es lo que hay, nada cambiará la armonía de la ficha. En cuanto a los números, casi trece años de vida bibliometrusca tiene La casa de las bellas durmientes, con 23 préstamos en todo ese tiempo (comprobé que una fecha está estampada dos veces; supongo que todo orden, que toda armonía, tiene algún margen de error en alguna parte). Nada impresionante, pero nada desdeñable.

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