Bibliometro #124. De momento se nos acaba el frenesí bukowskista con Música de cañerías, un libro de cuentos, pero estoy decidido a traerme más libros en mis próximas incursiones por las bibliotecas públicas de este autor que como una tromba apareció entre mis lecturas, en mi navegación por el mar de la literatura. No es mal balance de momento, ¿no?, dos novelas y un conjunto de cuentos... Vamos bien, sí, más que bien...
Son 36 cuentos los que tenemos en este libro de unas 240 páginas. En esta ocasión prefiero no comentarlos uno por uno, como solemos hacer con los libros de cuentos, en parte porque me da pereza, en parte, y esta sería la razón principal, porque todos los cuentos conforman un todo inseparable, no de un modo argumental, claro, sino más bien, no lo sé, espiritual, pero es mejor decir atmosférico, pictórico: la elaboración de un gran cuadro sobre la decadencia estadounidense y el desesperado hastío de sus habitantes, de algunos habitantes al menos, ya sabemos: los desheredados, los olvidados. Ya sean cuentos protagonizados por el inefable e incomparable Henry Chinaski, ya sean cuentos protagonizados por una fauna anónima de borrachos, desempleados, ociosos, apostadores, prostitutas, vagabundos, mujeres solas (aunque entre algunos de los anteriores arquetipos hay trasuntos del mismo Chinaski, claro), ya sean cuentos más tirados hacia las hilarantes y delirantes anécdotas, ya sean cuentos literariamente más complejos, más depurados, más ambiciosos, más melancólicos incluso, todos pertenecen el uno al otro, como una gran hermandad sobre la belleza del fracaso o del fracaso de la belleza, el declive de los ideales o el ideal del declive, sobre la paz de la resignación o la resignación de la paz, todos son cuentos que se reflejan, que se potencian mutuamente, que se dan calor rabiosa, salvajemente, que se hieren inevitablemente para sentir las palpitaciones de vida en la sangre derramada, porque la vida es lo que se va, lo que se pierde, lo que se aleja, y no lo que habita, de tu cuerpo de tu estómago apaleado. Así, se me hace innecesario, insultante incluso, hablar de mis cuentos preferidos, pues estaría separándolos, desmembrándolos, de los "no-favoritos", y no puedo hacer eso, no sería capaz de cometer un acto tan cruel como despellejar la piel o rasgar la carne de un cuerpo vivo y anhelante. Sí les puedo decir que, sin importar el toque onírico y poético de algunos cuentos en contraposición a la crudeza frontal de otros, sin importar la grosera sonrisa perversa de algunos en contraposición a la sonrisa amarga y compasiva de otros, sin importar la brevedad y fugacidad dramática de algunos en contraposición a la profundidad humana de otros, Bukowski sigue siendo el mismo lobo solitario arisco y mal agestado de siempre, auténtico y leal a sí mismo, a su visión de su propia literatura sucia y lírica, insobornable y suicida, que no escribe trágicamente, no escribe malditamente: es un escritor que expone y desnuda las circunstancias injustas y monstruosas sin pelos en la lengua, pero también es un escritor que vive en la urgencia del estómago, del aquí y ahora, en donde todo problema requiere una solución inmediata, ya sea la bebida, un polvo mediocre, una conversación obligada, la vida es injusta pero es una vida de impulsos que te pueden salvar más, salvar menos, y ahí mismo, en ese instante de la decisión de colmar las ansias o las angustias, no hay razón o excusa a la que culpar, a la que endilgarle el peso de tus propios demonios o fantasmas personales: vivimos en un infierno inflamado de otros infiernos privados. Y claro, en el averno tampoco se pasa tan mal que digamos, o al menos no todo el tiempo. Bendito seas, maldito Bukowski.
Dos préstamos en dos meses, va viento en popa parece, esperemos que siga así...
No hay comentarios. :
Publicar un comentario