Biblioteca de Santiago nº20. ¡Obviamente! vamos a buscar en cada biblioteca que encontremos libros del bueno de Irvine Welsh, ese escritor tan necesario, esencial y obligatorio en el panorama literario del mundo mundial. Por desgracia ni en Bibliometro ni en la B.N.P.D. tienen mucho a mano y lo que tienen ya lo hemos pedido, leído y comentado (Crimen, Skagboys y Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo). En la BDS hay unos cuantos más, y como sabemos que sus libros son voluminosos no podemos leerlos a lo bestia como suele o solía ser nuestro estilo, por lo que, de momento, tenemos entre manos Éxtasis. Tres relatos de amor químico, una deliciosa y sabrosa pildorita que, sin ser lo mejor o más imprescindible de su autor, sí es, por méritos propios, una lectura divertidísima, recomendable y, a su modo, memorable, pues, acaso de una manera más libre y desenfadada, aúna en sus tres relatos los elementos más distintivos de un Welsh completamente, cándidamente entregado a obsequiarnos con sus peculiares invenciones.
Bien, el párrafo introductorio es en sí mismo un adelanto de lo que usualmente digo en esta parte central, así que vayamos al grano, o sea, vayamos a los relatos de inmediato.
-Lorraine va a Livingston. Novela sentimental de Rave y Regencia. El relato que más me ha gustado, con toda seguridad es, de los tres, el más desfachatado y a su modo insolente, estilo "lo tomas o lo dejas". Tenemos una serie de personajes cuyas disímiles y variadas vidas se entrecruzan de maneras inesperadas pero definitorias, comenzando por la apoplejía que tiene Rebecca Navarro, una best-seller de novelas rosas ambientadas en épocas pasadas, ya saben, la aristocracia, la nobleza, los títulos, la elegancia y el pudor, los salones fastuosamente decorados y las encantadoras presentaciones en sociedad, los tiempos en que Napoleón conquistaba medio mundo (medio continente, mejor dicho). La escritora es una mujer bastante ingenua, bonachona e inocentona, abstraída de la vida real y refugiada en sus refinadas historias sentimentales, pero esta apoplejía será el comienzo de una brusca y frontal revelación vital en torno a la que giran dos enfermeras que si no están cumpliendo turnos en el hospital donde cae la escritora están de fiesta en clubs y raves y toda la escena tecno, otro trabajador del hospital enamorado de una de las enfermeras, un célebre presentador de televisión que le gusta visitar la morgue del recinto porque sólo se le para con la carne muerta y el marido de la escritora, un patán manipulador que, aprovechándose de la fortuna y el carácter descuidado y desprendido de su esposa, se financia toda clase de vicios a espaldas de su mujer. Corre mucha droga, mucho éxtasis, relaciones que inician relaciones que llegan a su fin, hay toda clase de sexo, una que otra escena de antología (pero no por lo agradable; la sórdida y perversa imaginación de nuestro amigo Welsh no se corta en lo absoluto, ¡y cómo nos gusta de esa manera!) y, en fin, la clase de cosas que ocurre en una comedia negra, es decir: muchas escenas y palabras incorrectas y ofensivas y "delicadas" descritas con un arrollador desparpajo.
En todo caso, a pesar de que este relato no se extiende mucho y de los numerosos personajes que se reparten las páginas, Welsh siempre ha destacado por su construcción verosímil, creíble y coherentemente a pulso de sus criaturas, quizás no precisamente muy complejos o profundos dada la brevedad, pero apropiadamente retratados y perfilados como entidades propias y como agentes/partícipes narrativos y dramáticos. El ritmo del relato es bastante rápido pero eso no afecta la integridad y solidez, por así decirlo, de los personajes.
Por otra parte, me ha encantado el juego de paralelismos o espejos que Welsh establece entre los personajes "reales" y la novela rosa que la escritora va completando a medida que avanza el relato. A fin de cuentas, son dos caras de la misma moneda: una cara más refinada y sofisticada, con ese lenguaje exquisitamente recreado que no resulta para nada pomposo, la verdad es que la novela rosa se lee con igual interés, entusiasmo y fluidez que el relato de Welsh, que sería la otra cara, en donde los amores y las relaciones son menos solemnes y ceremoniosas, son más sucias y ásperas y vibrantes, pero son en esencia lo mismo: personajes que viven en el peligroso filo de sus pasiones más abismantes y que pueden caer de pie y con gracia como un gato, o estrellarse y despatarrarse contra el gris cemento de la calle, como un chicle masticado en exceso y luego pisoteado por un montón de suelas anónimas.
-La fortuna siempre está oculta. Novela de la industria farmacéutica. Este es un relato que, luego de un tétrico y paranoico prólogo, va avanzando a dos bandas, alternando capítulos entre una línea y otra: por un lado, tenemos, narrado en primera persona, la historia de un inglés promedio, un hooligan del West Ham, fiel representante de esa masculinidad bruta y hosca y contradictoria, a menudo hipócrita y pusilánime cuando lo sacan de sus infantiles campos de batalla de fuerza bruta, que nos cuenta las complicaciones de su diario vivir entre el ocio, el sexo, la parranda y hacer uno que otro trabajillo para ganarse los morlacos. Su brusca cotidianidad se ve trastocada cuando conoce a una mujer sin brazos que le provoca sentimientos de ternura y amor que nunca antes había sentido, más allá incluso de las ansias de la carne y la satisfacción efímera, y su singular relación con esta mujer le cambiará la vida sin duda. Por el otro lado, tenemos distintos personajes y escenarios que giran en torno a un indignante y lamentable y vergonzoso acontecimiento: la comercialización de un medicamento que, consumido por mujeres embarazadas, provoca horrendas deformidades en sus bebés en gestación. Así las cosas, esta línea narrativa nos sitúa junto a las víctimas así como junto a los perpetradores, a los comerciantes, a los que lanzaron dicho medicamento al mercado a pesar de las dudas y alarmas en los experimentos, confluyendo con la otra línea narrativa en un final brutal, caótico y repentinamente intenso que, sin duda, te dejará descolocado, algo apenado y, sobre todo, extrañamente alegre, pensando "qué final más puramente, sangrientamente romántico y sentimental, ¿no?".
Si bien la línea del hooligan no destaca precisamente por ser el colmo de la novedad, no es menos cierto que la prosa enérgica y vehemente, potenciada con la colorida personalidad del protagonista que narra su propia historia, decorando todo con amables epítetos a diestra y siniestra, compensa sobremanera la falta de ese impacto, de ese shock que debería provocar el lanzarnos de lleno en esa orgullosa y consciente recreación en el mal gusto, lo grotesco y lo borderline de sus personajes y ambientes; por cierto, Welsh es un escritor capaz de sortear las apariencias y ese es otro plus: a pesar de las resistencias que a personas más delicadas y frágiles que yo le pueda provocar la historia de un hooligan machista y homofóbico y medio fascistoide (entre otra colorida flora y fauna local), es innegable que el autor extrae el carácter humano y auténtico de ellos, salvándolos de la mera y ofensiva caricatura. De la otra línea no hay mucho que decir: me gusta su narración fragmentaria, más pulida en su lenguaje además, por momentos funcionando como un relato noir, en donde Welsh nos habla de reivindicaciones, de justicias y venganzas, elaborando una elegante y contenida pero de todas formas rabiosa crítica social, disparando contra la impresentable y sistemática deshonestidad e incluso maldad de las élites, de los poderosos, de las estructuras e instituciones que juegan con las vidas de millones de gente de a pie para enriquecer sus bolsillos. Y a su vez, en consonancia con el carácter, digamos, humanista de su otra línea narrativa, Welsh acepta el reto de adentrarse en la psiquis, la mente y la vida de estos personajes en perpetua danza en torno a desgracias y tragedias propias y ajenas, constatando que detrás de la codicia o la violencia, de la arrogancia o de la imbecilidad, hay una maraña de sutiles velos o ramificaciones de mezquindades y miserias y frustraciones privadas y soterradas que, desde luego, no justifican nada, pero que nos arrojan, quizás, una fea verdad a la cara: detalles más, detalles menos, ¿somos, por dentro, tan distintos de la gente que odiamos, que despreciamos y que ignoramos?
-Los invictos. Novela rosa Acid House. Irvine Welsh, antes de Éxtasis, publicó un libro titulado Acid House, un libro de cuentos propiamente tal (no como acá que tenemos, más bien, relatos largos y una novela corta) en donde uno de los susodichos lleva el título del conjunto. Ignoro si dicho cuento tiene algo que ver con Los invictos, puede que sí, puede que no, a fin de cuentas hay argumentos a favor de ambas opciones: que sí porque, bueno, a fin de cuentas Welsh suele hacer interactuar a sus personajes, por ejemplo en la presente historia se deja ver el bueno de Spud; que no porque, obviamente, lo de Acid House hace referencia al estilo tecno, dando a entender que la cosa se va a ambientar en dicha escena musical o bien que el estilo mismo del relato va a emular el ritmo agresivo y machacón de esos sintetizadores y tornamesas.
Como sea, Los invictos me ha gustado pues tiene la energía y la frescura inherente e insobornable y, sobre todo, inagotable de su autor, si bien es cierto que si alguien dice que tiene cierto aire a deja vu, no podré contradecirle del todo, pues aunque los personajes sean nuevos, de entidad propia, y sus dramas y comedias también, no es menos cierto que es otra de esas geniales pero ya conocidas inmersiones de realidad con que Welsh nos lanza a los sectores menos deslumbrantes del barrio, ahí con una peña de cuidado que es mejor evitar si eres un simple gentil que sigue las reglas del juego social: trabajar mucho, ser un ciudadano modelo. Es decir, mucha droga corriendo por las venas y fluyendo entre las neuronas, tabernas inmundas, la liturgia diaria en el pub, pintas de cerveza haciendo fila, peleas y trifulcas territoriales, polvos que es mejor olvidar, fines de semana en donde se tira la casa por la ventana, haciendo trabajitos legales y otros ni tanto para tener lo justo para solventar el desmadre y ya conocen el resto. Sin embargo, como digo, Welsh no pierde en lo absoluto su energía, su prosa es tan palpitante como siempre y sus personajes tan auténticos, de carne y hueso, como desde sus inicios (mención especial a su rutilante capacidad para componer personajes femeninos, mucho más complejos y profundos de lo que una mirada prejuiciosa, de esas que juzgan por la portada, aventuraría a priori). Puede que ya estemos algo más familiarizados con los lugares y nobles arquetipos del escocés, pero eso no les quita autenticidad ni fuerza, o habilidad para aunar sucio e irreverente realismo con delirantes y políticamente incorrectas y surrealistas estampas cotidianas en una atmósfera tan crítica como compasiva, tan afectuosa, tan de hermanos y camaradas, como de "ya me tienen aburrido maldita escoria inmunda dejen de infectarme los ojos y la nariz y los oídos". Como quien quiere irse del barrio pero no lo hace por razones oscuramente sentimentales.
Los invictos trata sobre un ocioso sin oficio ni beneficio que sobrevive moviendo paquetitos de drogas, que tiene pequeñas ambiciones de incursionar como DJ y que vive para los fines de semana de excesos en raves repartidas por la good auld Escocia. También trata sobre una mujer descontenta, infeliz con su vida perfectamente tejida: trabajo full time en una oficina pública, casada con un pedante aburrido y malo en la cama, con un futuro tan plomizo como su asfixiante presente. Ambos se sienten vacíos, disconformes con sus vidas tan disímiles, pero quizás encuentren el camino hacia una cierta armonía, hacia una cierta felicidad. Quizás, miren por donde, la puerta sea un rave, la llave sea una pastilla de éxtasis y el camino sea un sendero embaldosado de beats. Háganle caso al título: es una dulce novela rosa-romántica acid house, con el desbordado sello de calidad de Irvine Welsh.
Palabras y consideraciones finales, ideas para ir cerrando las impresiones y sensaciones generales de los relatos. No será el libro más memorable ni excelente o sobresaliente de su autor, y bueno, puede que tampoco el más sorprendente, de hecho el mismo Welsh ha confesado que, en la vorágine de fama que tuvo allá en los noventa, se anduvo medio apresurando en publicar Éxtasis, lo que se nota un poco, sin embargo podemos afirmar con seguridad y vehemencia que la lectura y la recomendación están justificadas, primero por la manifiesta intención de jugar con el género rosa/romántico y colorear con ese dulce filtro sentimental su universo sucio y desesperado, lo que le da su toque distintivo y coherente, y en segundo lugar, por lo que he repetido bastantes veces en este post: Welsh conoce este universo, le tiene tanto cariño como, no lo sé, resentimiento o distancia crítica, y eso se palpa en su escritura, en la sutil profundidad de sus personajes, que no son retratos de turistas observando realidades adversas en visitas guiadas por locales o especialistas, sino que burbujas nacidas de las entrañas mismas de dichos barrios y realidades, flotando en el aire con suicida y enajenada animación hasta que explotan. A veces puede ser sórdido, grotesco, de mal gusto, a veces más ligerito, anecdótico e incluso dulzón, a veces más serio, duro o grave, sin duda también puede ser irónico, mordaz e irreverente, pero no se puede decir que no sea humano, político, genuino ni real, y con ese pilar, con esa base, toda lectura de Welsh es un placer y un regalo... y una garantía de calidad.
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