"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 19 de junio de 2025

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami

 

Bibliometro #116. Después de la fascinante lectura de La caza del carnero salvaje, quedamos con sed de Murakami, quedamos sumamente entusiasmados, así que buscamos y buscamos, siempre intentando mantener un orden cronológico (hasta donde sea posible), y afortunadamente encontramos disponible El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, que es la novela que el popular escritor nipón publicó después de La caza... Un libro de poco más de 600 páginas, aunque entre índices y mapas, son 600 páginas de lectura como tal. Un libro extraño pero memorable e inolvidable. ¿Saben qué? Admito que creo estar volviéndome un verdadero fanático de Murakami. Al menos, sus primeros libros me parecen tremendamente originales, coherentes y personales. Son cosas que por acá se valoran mucho, ya saben.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, ciertamente, es un libro extraño, raro, una experiencia única, que descoloca y despista constantemente, aunque ahí radica su gracia, su calidad: que subvierte cualquier expectativa que sus primeros capítulos puedan sugerir de manera descaradamente, arriesgadamente, valientemente deliberada. Es una aventura alucinante y delirante tanto como una serena e introspectiva travesía existencial; una enrevesada y colorida conspiración a la vez que una oda a los deliciosos pequeños detalles de la vida, una oda a la vida tal cual es, la vida simplemente: el improbable placer de disfrutar de una conversación honesta, de constatar que la curiosidad por el mundo no se ha esfumado de tu alma, de escuchar y sentir el plácido latido con que la rutina sigue su arrullador curso. No se dejen engañar por ciertas citas y frases sacadas de contexto: una cosa es que el autor disfrace un burdo libro de autoayuda en forma de novela, otra cosa es que la novela, sencillamente, trate sobre personajes perdidos, desorientados, que intentan ayudarse los unos a los otros aconsejándose, aliviándose, apoyándose; por lo demás, esas malintencionadas citas ignoran olímpicamente el tono indudablemente irónico, algo cínico y desencantado, de resignada amargura, con que Murakami tiñe sus palabras y páginas, pero ya llegaremos a ello. Por lo demás, como acotación, "corazón" es un concepto que en Japón abarca mucho más que acepciones o nociones sentimentales o amorosas o incluso vocacionales, es tambien filosófico y material, lo digo porque, justamente, se menciona lo del corazón, pero no como un occidental lo entendería de buenas a primeras. Lo cierto es que El fin del mundo y..., siguiendo un poco la estela de La caza del carnero salvaje, es una revisión lisérgica de la apática y abúlica vida moderna, deconstruidas y reconstruidas sus partes para que sean a la vez figurativas y metafóricas o alegóricas. Lo que ocurre es tanto signo como significante, figura y sombra, palabra y definición, etc. Es de locos, y me encanta, oh sí.

Son cuarenta capítulos, veinte que ocurren en El fin del mundo (los pares) y veinte que ocurren en el Despiadado país de las maravillas (los impares), alternándose de manera paralela. El fin del mundo es un sereno y poético relato sobre un hombre que, repentinamente, sin casi darse cuenta, se halla en este mundo como fantástico, como maravilloso, como de ensueño: hay unicornios, hay parajes oníricos, literalmente no hay sombras (te la arrancan antes de entrar), es una ciudad amurallada de la que no se puede salir pero que es ideal, es perfecta, nada falta, todo funciona sin fisuras, sin trampas, sin odios ni rencores. El protagonista de esta trama, sencillamente, intenta amoldarse en este mundo ideal pero misterioso, ominoso a su iluminada y transparente manera, aunque quizás la oscuridad provenga de él, de sus dudas, mientras cumple con su trabajo: leer sueños que no puede entender, pero que algo significan. Con una prosa exquisita, rica en figuras retóricas, una perfecta armonía entre un modesto minimalismo y un imaginativo lirismo, una poética encantadora y brillante (ese modo de describir las cosas, los paisajes, los personajes, los sentimientos, es admirable, es un verdadero placer leer esta trama) que parece poner en cristalinas palabras complejas reflexiones psicológicas y filosóficas con un dominio, una facilidad pasmosas, El fin del mundo es más que nada una búsqueda introspectiva hecha realidad. Su ritmo pausado y contemplativo, degustando las palabras, las frases, las reflexiones, las ideas, las imágenes que dibuja, no tardan en conquistarte, como si de un cuadro puntillista y/o naif se tratara. Por lo demás, me ha recordado a La policía de la memoria, de Yoko Ogawa, tanto por su ritmo como por su trama, su estilo, su prosa poética y su poética imaginería, su habilidad para unir metáfora y filosofía. Ambas son historias, en resumidas cuentas, más de estudio y reflexión que de conflictos dramáticos propiamente tales: es la búsqueda, como dije, de una verdad, de una manera de entender y comprender el mundo o la realidad que a uno lo rodea, sobre todo cuando en dicha búsqueda vaya descubriendo lugares y personas asombrosos, y de paso, encontrarse a uno mismo. Puede sonar cursi, claro, sobre todo si sacas frases despojadas de contexto, pero oigan, acá funciona maravillosamente y, como digo, toda su atmósfera, su tono, sus intenciones, tienen una sólida coherencia interna y global. No hay muchas vueltas que darle, El fin del mundo es claro como el agua: sumérgete y verás. Cuando se leen las cosas se entienden mejor, tendrán que creerme.

Sobre el Despiadado país de las maravillas, partamos diciendo que este libro es de los años ochenta y es curioso, porque obviamente juega con los códigos de la ciencia ficción solapadamente distópica, pero por otra parte el Tokio que Murakami nos describe es bastante normal (bueno, lo que para mí una ciudad tan híper estilizada e híper tecnológica puede ser normal), de hecho lo delirante escapa a la mirada pública, es un secreto, nadie se entera salvo, claro, nuestro protagonista, que cae en un agujero negro de enrevesadas conspiraciones, guerras entre corporaciones privadas aliadas con órganos gubernamentales y organizaciones clandestinas, espionaje tecnológico, experimentos tecno-mentales/cerebrales y de consciencia, todo lo cual, claro, interrumpe y fastidia considerable y desconsideradamente su vida normal, que consiste en cocinar exquisitos platos gourmet, beber whisky del bueno, escuchar vinilos de jazz y música clásica, leer literatura del siglo pasado, salir al cine o a restaurantes, acostarse con diversas mujeres, es decir una vida tranquila pero solitaria, inexistente en el gran esquema de las cosas, una vida mediocre incluso si es que el protagonista se pone duro consigo mismo, un hombre que no quiere salir de su coraza. Así que, por partes: todo el lío de la conspiración es sumamente divertido y entretenido e intrigante, con controladores y semióticos y tinieblos enfrentados cometiendo toda clase de fechorías para salir victoriosos de esta subterránea guerra por la información, con cada bando creando nuevas tecnologías para proteger o robar dicha valiosa y confidencial información, y entre medio un científico medio loco pero bien lúcido y locuaz que experimenta con el cerebro y la mente y cuyos descubrimientos son ardientemente deseados por todas las organizaciones. Imaginen una trama con el irónico y grotesco delirio confabulador de Eco, con la vibrante y paranoica y desmesurada y libérrima creatividad de Dick, con cierta estilización cyberpunk de Gibson y su delicioso toque Asimov (paradojas morales, siniestros retos o desafíos mentales-tecnológicos), y creo que disfrutarán como un niño perdido en una juguetería. Es cierto que en determinado momento ciertas explicaciones que el científico medio loco nos hace resultan algo pesadas, por lo densas y reconcentradas de las mismas (es bastante información que digerir en unas cuantas páginas de diálogo, sobre todo por sus numerosos y puntillosos tecnicismos, que a estas alturas no sé qué tanto tienen de ficticios y qué tanto de veraces y plausibles), pero a grandes rasgos es una trama que me parece genial, una locura de tomo y lomo que te mangonea de allá para acá con sus secretos, sus personajes, sus antológicas escenas. Por otra parte, Murakami nos ofrece otro de sus descarnados pero grismente encantadores retratos generacionales y/o existenciales, en este caso sobre un hombre que quiere vivir su vida tranquilamente, pero que literalmente es sustraído de sus aposentos para lanzarse a delirantes e incomprensibles aventuras. Murakami describe con nitidez el desaliento, el cansancio, el tedio, pero también el placer, el gusto, el relajo, todos los amplios matices de una vida urbana común y corriente. Sumen a ello su habilidad con unos diálogos tan afilados e ingeniosos como humanos, profundos a su modo, además de una creación/construcción de personajes formidable, personajes siempre memorables, que destacan tanto por estilo como por contenido, si fueran reales no podrías quitarles el ojo de encima pero además podrías perfectamente irte de copas con ellos y hablar toda la noche sobre los más diversos temas, desde los más personales a los más superficiales, así de atractivos son. Sobre los significados o símbolos ocultos de esta historia es mejor que saquen conclusiones ustedes, pero ojo, a pesar de que en apariencia pueda parecer una trama críptica, es todo lo contrario: es diáfana como el aire puro de El fin del mundo. Claro, no es que te pueda explicar con peras y manzanas qué quiere decir cada coma, cada cosa dicha, pero intuitivamente sabes qué te quiere decir del mismo modo en que entendías de qué iba la cosa en La caza del carnero salvaje. En este caso admito que los elementos narratológicos puedan ser algo más evidentes (a fin de cuentas la guerra por la información es también una guerra por el poder de las mentes y las consciencias, supuestos últimos reductos de libertad de cada individuo, presunto refugio inquebrantable e inviolable en donde ni las más poderosas manos negras pueden penetrar... supuestamente), pero su desarrollo argumental evita toda exposición y explicación barata en cuanto a sus simbologías y significados, por lo que se mantiene su saludable y deliciosa atmósfera de ambigüedad, de absurda gresca tan vital y esencial para la vida del hombre común como los debates académicos, pero que de todas formas podría contener su crucial cuota de Verdad, esquiva en la rutina diaria y en las investigaciones filosóficas.

Yo les digo: láncense sin miedos, sin reservas, a El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas: está bien bien narrado, está bien escrito, es interesante y entretenida y misteriosa en sus tramas, en sus personajes, y puedes estar seguro de que es también una creación personal que busca expresarse, que busca transmitirte sensaciones o pensamientos, que no quiere ser un mero producto de tomar y tirar. Tiene ambición, tiene visión. Y tiene calidad. Disfruten, nada más.

No es la primera ficha bibliográfica que tiene este manoseado y gastado libro, pero la(s) anterior(es) fueron arrancadas, así que quién sabe desde hace cuánto tiempo que El  fin del mundo y... está en las redes bibliometrenses, pero de seguro se ha leído lo suficiente como para usar nuevas fichas. La que tenemos acá, desde fines de enero del año pasado, es decir en alrededor de año y medio, ha sido prestada en once ocasiones, nada mal, sobre todo para no ser la novela más popular ni recomendada de Murakami. Yo se les recomiendo, es un viaje alucinante y revelador a su modo, difícilmente encontrarán una experiencia similar. 

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