Biblioteca de Santiago nº36. Por supuesto, no tenía idea de quién es Sayaka Murata y por lo tanto tampoco conocía esta novela, La dependienta, pero lo pedimos, en primer lugar, impelidos por esta ola de literatura nipona en que nos hemos embarcado, leyendo autores y títulos conocidos, otros no tanto y otros nada de nada, y en segundo lugar, porque la editorial es la misma que publicó La mujer de la falda violeta, una novela que nos sorprendió gratamente a pesar de que, como podemos corroborar en esta otra novela, por alguna razón ponen esas putas citas de "una extraordinaria novela sobre encontrar/buscar tu lugar en el mundo", en serio, a qué viene eso. Como sea, esperaba que La dependienta me sorprendiera y agradara tanto como la otra, total, de qué sirven esas citas, de seguro ni siquiera leen los putos libros, hay toda una industria consistente en no leer ni mierda pero en "ofrecer" blurbs. ¿A quién le harían más caso ustedes?, ¿a un crítico profesional de un periódico de larga tirada o a un bloguero anónimo?
Sayaka Murata no es nada nueva en esto de la literatura: La dependienta es su décima novela, al menos eso dice la contratapa, con la que ganó el premio Akutagawa; por lo demás, ha ganado otros importantes premios con otros libros, novelas y cuentos, entre ellos el premio Mishima, y como guinda de la torta, es una celebridad literaria en su país, una best-seller de tomo y lomo. Sé que es entretenido todo este rollo de los premios literarios y tal, pero a veces me entra la paranoia y me pregunto si existen para reconocer la calidad o para distanciarse del público. Es que no comprendo realmente tanta aclamación a una novela tan cuestionable como La dependienta, he estado pensando y reflexionando, rumiando las cosas, desde que la leí y no salgo por completo de mi estupor. En fin, vayamos por partes, en esta ocasión se necesita una aproximación más ordenada y metódica para comentar el libro.
La premisa, la sinopsis, la trama, la historia: Como podrán imaginar por el título, La dependienta nos cuenta la historia de una mujer treintañera, soltera, que trabaja como dependienta en un konbini (una especie de mini-mercado abierto las veinticuatro horas los siete días de la semana los trescientos sesenta y cinco días al año), empleo que ha tenido durante casi veinte años con el cual se siente cómoda y puede mantener una vida sin complicaciones, a pesar de que sea un empleo por horas usualmente considerado como algo pasajero, un empleo propio de estudiantes o de personas pasando por un mal momento financiero o personal, un empleo de transición hacia una mayor estabilidad. La protagonista, que es la narradora de la novela, nos cuenta su cotidianidad, ya sea dentro y fuera del konbini, además de alguna que otra cosilla con respecto a sí misma, a su personalidad y visión de las cosas, a su pasado y a su vida a grandes rasgos. En general, es una novelita bien sencilla y simpaticona, con una atmósfera ligera, entre tierna e irónica, entre naif y esforzadamente (o forzadamente) mordaz, que por momentos se siente como uno de esos animés bien kawai sobre la-vida-en-tal-lugar, que avanza con fluidez y buen ritmo a base de anécdotas o muy llamativas o bastante pedestres, descripciones informativas sobre el empleo en el konbini y lo que podríamos señalar como la trama central: la llegada de un empleado bien displicente y arrogante que, sin embargo, actúa como una especie de contrapunto ético, moral y existencial de la protagonista, que comienza a cuestionarse las decisiones de su vida y las bases sobre las que se ha estructurado durante tanto tiempo. Todo esto es narrado con una prosa, lisa y llanamente, normalita, ni sutil ni grácil ni delicada, simplemente descriptiva y con una neutralidad bastante sosa, pero quizás se deba a la personalidad de la protagonista, que sólo se limita a observar y actuar, sin juzgar ni mirar/evaluar maliciosamente (o indulgentemente, ya que estamos: es una mirada transparente, pero por lo vaciada de intenciones).
Ahora bien, demonios. Si la novela es una forma de crítica social centrada en el trato precario y francamente nefasto que tanto las instituciones como las personas, intencionadamente o no, le dispensan a aquellas personas que forman parte, como se dice, "del espectro" (porque no hay que andarse con medias tintas: la protagonista claramente tiene algo, aunque no sea yo quién para diagnosticar, pero de que hay señales las hay, nada más lean las fotitos dejadas abajo), entonces La dependiente es una novela bastante efectiva a ese respecto. Primero, porque logra dar cuenta de la personalidad, de la configuración mental de la protagonista, y cómo ésta choca constantemente a lo largo de su vida con la configuración generalizada de la gente "normal". Ella misma lo señala: siempre ha sido rara, siempre la han criticado por no ser normal como el resto, ni ella sabe cómo ser normal, cómo encajar. Por eso el empleo en el konbini le sienta bien: porque, más que ser una persona rara y estigmatizada con su "rareza", puede ser, directamente, una dependienta que sabe qué decir, cómo actuar, como solucionar problemas, cómo ser proactiva: el konbini es un microcosmos reducido pero comprensible y descifrable para ella. Se entiende, sí, y como digo, plantea bien el conflicto, con escenas bien incómodas y desagradables en lo concerniente al modo en que es cuestionada por casi todos por no tener novio o un empleo mejor visto y cosas así, y en consecuencia, al modo en que busca encajar, empujada a toda clase de indignidades con tal de simular normalidad aunque por dentro hierva de rabia. Y como la novela es narrada por ella en primera persona, también se entiende que la prosa, que las palabras o la manera de describir y expresar los hechos, los pensamientos y las emociones, sea sucinta y minimalista, taciturna incluso, despojada de todo artificio o calidez. O puede que la autora carezca de gran sensibilidad literaria y narrativa, también es una opción.
Suena bastante bien la hipótesis anterior, ¿cierto? No es que sea obligación hacerlo, pero me entran dudas porque la autora jamás explicita si la protagonista forma parte del espectro o no, y claro, cómo hacerlo, ya que la protagonista es la narradora y si nadie la ha ayudado ni apoyado, cómo va a saber ella que lo es. Por cierto, acá se demuestra lo estúpido del blurb de la portada: Esta novela no es sobre la dificultad de encontrar tu lugar en el mundo, al contrario, la protagonista encontró su lugar, el empleo de dependienta en la konbini, y más bien sería una novela sobre el mundo que es incapaz de apoyar a las personas que encuentran su espacio, sobre todo si se salen de norma. Lo que nos lleva al lado menos indulgente y agradable de esta novela.
Porque si La dependienta en realidad quiere ser una especie de canto de libertad o de individualidad, un canto a la rebeldía, entonces hace aguas escandalosamente, y no porque no se entienda, sino porque es tan pero tan obvio y pueril que llega a dar vergüenza ajena. Y puede que sea intencionado o no, eso es lo que me jode, lo que me revienta los nervios: la novela está escrita y narrada de un modo tan teledirigido, tan calculadamente ambiguo, que diga lo que se diga caerá de pie. Si uno dice que la cosa no funciona, es porque en realidad esa era la intención, que los diálogos y los personajes resultaran estúpidos, irritantes y huecos hasta la náusea, que todo lo que le falta está ausente a propósito y que todo lo que adolece es un mecanismo consciente; por otra parte, todo por lo que se la pueda alabar no está explícitamente a la vista, ¡vaya manera de cubrirse las espaldas!, libro más paradójico que este no encontrarán por lo pronto. Lo cierto es que, sí, hay observaciones bien acertadas sobre comportamientos sociales, pero vamos, no son observaciones ni ingeniosas ni originales ni complejas ni profundas, cualquier imbécil puede notarlo y ponerse a reclamar por ello, hacerse la víctima y el incomprendido, ok ok, la sociedad es hipócrita, es falsa, es conformista, es retrógrada y rancia, es conservadora y superficial, es una tribu que se come a los "inútiles" y escupe sus huesos en en exilio y la ignominia, ¡todo parece escrito por un adolescente en pleno berrinche! Pero claro, tiene esa cómoda ambigüedad porque los alegatos son hechos por el empleado mediocre y misógino, pero es exactamente lo que sucede con él y con la protagonista. Más que complejidad, entonces, lo que veo en esta novela es eso de "no quedar mal con nadie". No le creo nada, su presunto mensaje de crítica social no es más que una pose bien burda e infantil, carente de verdadera reflexión, no es más que un texto onanista, autocomplaciente y autoindulgente que, para concitar simpatías y popularidad, se hace el rebelde repitiendo descerebradamente consignas incendiarias y corrosivas, aunque el resultado sea insulso, inocuo e insultantemente plano. Cualquiera que haya leído a Houellebecq, aunque no te caiga bien, se dará cuenta el abismo de diferencia entre uno y otro y cómo la obra del francés, incisiva, incorrecta, inteligente, deja en pañales la novelucha de Murata. O por mencionar a una compatriota suya, Kawakami la adelanta kilómetros tanto en calidad literaria como en profundidad y complejidad al momento de retratar personajes también fuera de norma, que no encajan con un sistema de valores que, más que acogerlos y ayudarles a entenderse a sí mismos, actúan como chalecos de fuerza que les impiden respirar. Murata sólo se dedica a recalcar lo obvio, lo que está a plena vista y a gritarle al cielo, y se toma tan en serio a sí misma que de verdad se la cree, de verdad piensa que ha escrito poco menos que un sesudo y contestatario tratado filosófico-existencial sobre la peor cara de Japón, basta con leer sus entrevistas, por eso me inclino a pensar que La dependienta es más un resultado de este segundo párrafo que del primero, en otras palabras, que eso de la protagonista que es parte del espectro no es más que un recurso y una excusa de la que la autora se aprovecha, valiéndose de la integridad de su protagonista, para soltar su perorata infantil esperando cosechar credibilidad escudándose en su condición autista: el supuesto retrato de las dificultades de la "gente diferente" no es más que un resultado secundario y residual de sus banales ínfulas de escritora rebelde, pero como hemos señalado, muy cómodamente puede decir "no, mi intención siempre fue denunciar solidaria y respetuosamente..." porque no hay nada que desmienta tal afirmación de manera categórica y contundente, no hay nada que apunte de manera clara y precisa que esta novela es un ejercicio repugnantemente narcisista y egoísta de alguien que poco menos se erige como estandarte de una causa noble.
Y sumado a lo anterior, independiente de qué hipótesis les convenza más, lo cierto es que La dependienta es una novela simplona en su narración y simplona en su prosa, en su escritura, que si a veces logra destacar con escenas incómodas y algo perturbadoras es porque lo que describe es inherentemente incómodo y perturbador. Habría que ser muy incompetente para que escenas de acoso, de abuso tanto físico como verbal/psicológico/discursivo no causen efecto, lo que de nuevo nos demuestra lo efectista y truculenta que es esta novela, recurriendo a mecanismos que pasan colados y que funcionan automáticamente. ¡Y ha ganado el premio Akutagawa! De verdad no entiendo nada de nada, me recontracagoentodo.




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