"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

miércoles, 18 de junio de 2025

La flecha del tiempo, de Martin Amis

Biblioteca de Santiago nº31. Martin Amis es un escritor que siempre me ha interesado y al que no puedo resistirme, a pesar de que, habiendo leído ya unas cuantas novelas suyas, comienzo a darme cuenta de que quizás no sea, precisamente, mi taza de té, mi pastel favorito del escaparate. Hemos comentado tres novelas suyas por acá: La casa de los encuentros, que me gustó y me pareció estupenda; Perro callejero, que tiene lo suyo pero que es irregular y te deja con una sensación de "meh"; y La información, la cual no pude soportar, su lectura fue un calvario para mí. Con todo, como digo, su bibliografía tiene títulos bien llamativos y atractivos, y me fijé que la BDS tiene uno de esos libros en sus estanterías, La flecha del tiempo, de la que poco y nada sabía, lo cual es el mejor modo de acercarse a cualquier cosa: a ciegas, limpio de detalles y esas cosas. No miren, por favor, las contraportadas, te lo cuentan todo, especialmente las de Anagrama, ¿cuál es la gracia, eh?

Siempre hemos dicho, incluso en sus libros más dudosos y cuestionables, que Amis es un escritor sumamente ingenioso e inteligente, un humorista irónico y exigente a su modo, cuyo rango va de lo más básico, escatológico e ilógico (chistes sobre mierda, juegos de palabras) hasta oscuros (aunque graciosos si es que los descubres) cruces de referencias culturales o sociales o históricas. También es un escritor bastante siniestro y tenebroso, sombrío, sórdido y perturbador, pero, al igual que su sentido del humor, desarrolla dicho aspecto de una manera entornada, oblicua. En el fondo, ambas vertientes se retroalimentan mutuamente: Amis es capaz de observar cualquier atrocidad con un dejo sarcástico mientras puede reírse de lo más anodino con una inusitada inquina y crueldad intelectual. Esta pequeña introducción puede servir, o no, para comprender, o no, La flecha del tiempo, que es una novela cuya gran gracia es que narra la vida de su protagonista a la inversa, es decir partiendo desde su muerte y terminando con su nacimiento, de una oscuridad a otra, desde el futuro al pasado, siendo, con esta curiosa perspectiva, el futuro el pasado que conocemos y el pasado el futuro que desconocemos. Por cierto, el narrador es, digamos, una versión espiritual y fantasmal del protagonista: atado a su cuerpo pero como observador, incapaz de alterar nada de lo que sucede, como ver una película, pues todo ya ha ocurrido: su consciencia nada puede hacer salvo ser testigo sensible (al menos puede sentir el tacto, el olor, el gusto, etc., y claro, las emociones o sentimientos que de dicha observación se susciten) de cosas que han ocurrido pero que irá comprendiendo como si no hubieran ocurrido. Es un enredo bien divertido y menos complicado de lo que lo hago parecer. A todo esto, hay una película checoslovaca de mediados de los sesenta llamada "Happy End", de Oldrich Lipsky (la cual está comentada en Cine en tu cara, vayan), que también estaba narrada en reversa, pero literalmente en reversa, como en modo rewind, no al modo de "Memento" por ejemplo, una comedia que jugaba de manera inteligente y graciosa con lo grotesco y lo macabro, por ejemplo, con eso de "armar" a tu esposa ideal, uniendo sus miembros al torso y la cabeza al cuello para que, luego de un inicio de relación algo frío y distante, ella te vaya demostrando más y más amor.

En este sentido, el recurso de la narración a la inversa le permite a Amis obsequiarnos con un montón de estrambóticas y delirantes y descacharrantes situaciones y observaciones, en donde el británico da rienda suelta a su inteligente sentido del humor pero con un toque decididamente infantil, por ejemplo, cuando habla de la violencia creadora, sólo que en este caso es literal: lisiados que son curados gracias a los autos que les pasan por encima, obras de arte o cartas que son creadas de las cenizas y el fuego, relaciones agrias y amargas que a base de gritos y bofetones se solucionan y vuelven felices, en fin ya se imaginan, eso de que las cosas ocurran al revés es maravilloso: las ciudades se limpian, el aire se purifica, la naturaleza poco a poco recupera terreno... Hay por ahí un texto atribuido a Woody Allen, Seinfield, etc., al respecto, Living Backwards, y claro, cómo olvidar al bueno de Benjamin Button. Así, desde lo más inocente hasta lo más oscuro y atroz pasa por el divertido filtro de la secuencia a la inversa, incluso bien entrada la novela, cuando adquiere un tono más siniestro, más terrible, amén de lo que se pone a narrar. En cuanto a la trama, el protagonista, su cuerpo al menos, es un viejo médico de vida bastante disoluta y solitaria, que al parecer vive atormentado por oscuros secretos que intenta soliviantar a través de los placeres mundanos, aunque nosotros nada sabemos, poco a poco vamos adentrándonos en ese pasado/futuro en toda su monstruosidad.

Extrañamente, yo diría que La flecha del tiempo es una novela mayormente lograda y efectiva en su juego dramático y narrativo, no sólo por lo humorístico, de lo que ya hemos dado cuenta, sino que por la (de)construcción del personaje protagonista y de otros más a su alrededor, cuyos dramas y retratos personales se van armando tan bien como si la historia no fuera en reversa. Así, desde la etapa de la jubilación hasta el empleo de tercera y mediana edad, todo funciona como reloj, como una mezcla de comedia y drama urbano-existencial, con esas constantes referencias a un pasado oscuro del cual el protagonista ha escapado toda su vida, pero al que nosotros nos dirigimos inexorablemente. Mientras se mantiene en un tono más o menos leve, todo bien. Pero a pesar de que es una buena novela a grandes rasgos, demonios, sus dos o tres capítulos finales resienten el conjunto, en primer lugar porque la veta humorística del recurso narrativo a la inversa ya se ha agotado bastante (los trucos y chistes se han usado varias veces y en su tramo final hay pocas escenas en que se sienta refrescante) y, en segundo lugar, porque Amis, habida cuenta de dicho agotamiento, cae y recurre, parece que no lo puede evitar, en sus peores vicios y trampas: la de ponerse a divagar, a llenar la narración con pesados devaneos que vuelven su prosa aletargada, innecesariamente densa, recursiva, enredada, más preocupado de hilvanar ininteligibles "reflexiones" etéreas, sobre la nada y el aire, que de contar una historia propiamente tal, con claridad (y la claridad no es sinónimo de simplicidad, por supuesto, de escribir como explicando con peras y manzanas). Esto se debe a que, por fin, dichas escenas se sitúan en el tan monstruoso pasado del protagonista, en una de las peores desgracias de la humanidad reciente, escenario en el que tiene un papel importante, casi protagónico, ante lo cual Amis como que se retrae un poco, quizás para que no lo tilden de frívolo le pone freno a lo humorístico y, como en términos narrativos no hay mucho que decir salvo describir maldades al revés, el narrador se nos pone etéreo, hablando sobre el zeitgeist histórico en el que se encuentra, sobre el estado de cosas podrido, sobre la atmósfera ético-moral, etc., pero ni siquiera directamente pues, como dijimos al inicio, a Amis le gusta dar rodeos y toreos, e imaginen, torear la nada...

Ahora bien, todo esto es impresión mía, claro, puede que a ustedes les parezca que La flecha del tiempo es una novela redonda y magistral que funciona fluida y hábilmente de inicio a fin. Sí podemos decir que, subyacente y paralelo al relato vital del protagonista, Amis elabora un buen retrato, cínico y cáustico, sobre la honradez, la sinceridad, sobre la Verdad, sobre la hipocresía de la humanidad. De buenas a primeras, claro, todo muy divertido el recurso de la sitcom a la inversa, pero no deja de tener una cualidad reveladora y, por lo mismo, estremecedora: siempre habrá una justificación para todo lo que el hombre haga, sea bueno o malo, pero sobre todo si es malo siempre encontrará el modo de hacerlo parecer quizá no "correcto", pero sí involuntario, accidental... El asesinato, el maltrato, el abuso, de por sí, oh sí, son terribles, deleznables, claro claro, pero si los cometo yo y me acusan de ello, ah no, "es que no, yo no soy así, lo que pasa es que...", dándole la vuelta a la situación, invirtiendo la moralidad de la acusación. Todo esto se hace evidente, cruel y desoladoramente evidente, y quizás esto sea lo único salvable de su finalísimo tramo (aletargados e ininteligibles devaneos mediante), cuando nuestro inocente narrador, que lo ve todo al revés, felizmente declara que todas las monstruosidades que cometió fueron, en realidad, un milagroso servicio humano de su lado: que fue parte de la maquinaria/campaña de exterminio de inequidades y discriminaciones, que ayudó a devolver la vida mediante gases sacados del aire ennegrecido a cadáveres que, excitados en llantos de emoción ante la vida otorgada, luego fueron enviadas en trenes a barrios en los que se les devolvieron sus bienes, ganaron peso, etc. No es su culpa que lo vea así, lo tenemos claro como lectores, pero la sensación que impone Amis es esa: al mal y a la muerte siempre se le pueden maquillar y nadie, nunca, tendrá la culpa: todos pensaban que actuaban correctamente, en el nombre de un bien común de una gloria mayor, por favor sean compasivos, sean humanos, cómo iba a saber que luego lo hecho se consideraría perverso.

Queda en manos de ustedes, yo estoy dispuesto a darle una segunda lectura en algún punto del futuro, pero ahora me mantengo firme: La flecha del tiempo funciona cuando su fórmula se sustenta sobre todo en la levedad, en lo tragicómico de la condición del protagonista, amén de una narración y una prosa claras, que es la fórmula que sigue durante casi todo el libro, pero el remate, maldita sea, aunque sustancialmente se entiende, es un remate que desarma toda la construcción anterior por culpa de su innecesaria densidad y sensación de reiteración (la infancia del protagonista, que es lo último que vemos, virtualmente es igual a su vejez: mismos equívocos, mismas observaciones y situaciones domésticas), por su pérdida o difuminación del enfoque. Pero como dije, quizás a ustedes no les afecte. Como sea, lo cierto es que, por méritos propios, por sus propias características, La flecha del tiempo es una novela a pesar de todo interesante y entretenida que no tiene desperdicio. Te deja cosas, no es cosa de leer y tirar...

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