Nuevamente me asaltan las típicas dudas e inseguridades, es inevitable cuando ciertos libros no terminan de convencerme demasiado. Pero es cierto que la lectura de este libro fue algo interrumpida y accidentada por las típicas molestias de las que tanto solía quejarme en Cine en tu cara, sólo que ahora peores, entorpeciendo y retrasando la lectura como no me había sucedido con ningún otro libro; es cierto, además, que me dolía un poco la cabeza, sólo un poco, y se me suele aliviar cuando me pongo a leer, pero tampoco es santo remedio, tampoco es infalible. Así son las cosas, qué le vamos a hacer, no tengo los medios para mudarme a un lugar silencioso y tranquilo, y si me pusiera a trabajar full time, no tendría tiempo, ni menos energía restante, para leer. Como sea, comentaré mis impresiones de la manera más clara y bien argumentada posible, quizás mi criterio no esté del todo errado, quién sabe; comentaré este libro como si su lectura se hubiera dado en las mejores condiciones, conmigo en la plenitud de mis facultades. La espina de la duda, eso sí, permanecerá clavada y no tengo muchas ganas de releer esta novela, quizás algún día futuro en el que viva en un lugar tranquilo y silencioso, pero sobre eso no guardo esperanza alguna, sobre nada en realidad, tan sólo me adapto para vivir lo menos incómodamente posible.
Una de las ideas que rescaté de Más allá del equinoccio de primavera es que Soseki es un escritor bien ágil, flexible, bien versátil, dotado con una prosa y un estilo narrativo en donde la palabra clave, quizás, sea "mutabilidad". Tanto aquella novela como la que ahora nos convoca alternan hábilmente entre personajes, tonos y tramas, sin por ello perder cierta coherencia global ni tampoco dinamitar su estructura interna, como si la novela fuera un pez que se infla o se contrae o estira o cambia de colores a voluntad a medida que navega por entre distintos obstáculos en el flujo de su historia, de su carácter de novela-río (no es, en estricto rigor, tal definición, pero tiene un aire a eso: un confluir de relatos ambicioso y modesto e intimista a la vez, una épica del slice-of-life, si aquello tiene sentido). Luz y oscuridad se centra en un joven matrimonio que puertas afuera aparenta mucha virtud y plenitud familiar y económica, pero que puertas adentro se ve asaltado por problemas cada vez más numerosos y acuciantes que se amontonan inoportunamente uno sobre otro, sin darles tregua ni tiempo para respirar. El marido es un treintañero graduado de la universidad que trabaja en una buena empresa gracias a las gestiones de un bien posicionado amigo de la familia, pero que tampoco gana tanto y que, sobre todo, junto a su esposa viven por encima de sus posibilidades, nada muy excesivo, pero de todas formas superando toda moderación, estilo de vida que comienza a complicarse severamente cuando el marido deba hacerse una costosa cirugía a la vez que les llega una carta de su padre anunciando que dejará de ayudarlos con el aporte económico mensual que les permitía vivir holgadamente sin preocuparse mucho de las cosas.
Sobre esta base, Soseki elabora un fluido y dinámico mosaico de personajes, de personalidades y realidades, desde este joven matrimonio apretado económicamente y sumido en una temprana confusión o tedio conyugal (llevan seis meses de casados, nada más), pasando por sus familiares, amistades, conocidos, etc., en donde hay espacio para familias acomodadas, tacañas otras, conservadoras o liberales, educadas y tradicionalistas o más bien vulgares, decadentes y modernas; espacio para gente pobre, para gente culta, para gente mediocre, empresarios, artistas, intelectuales, funcionarios públicos, técnicos, en fin, todo un amplio abanico que se irá desplegando hábilmente a medida que nuestro joven matrimonio protagonista va de un lado a otro para, sin quedar en evidencia, ver si puede pedir ayuda y así solventar sus inusitados contratiempos. Aparte de este ejercicio de observación/retrato social e intergeneracional en el que Soseki va engarzando escenas con una naturalidad genial (visitas a los hogares, salidas a restaurantes, caminatas por templos o parques o barrios tranquilos, eventos culturales y políticos) debido, por una parte, a la certera y vibrante construcción de unos personajes que parecen estar vivos y a punto de saltar de la página gracias a sus vivaces y palpitantes personalidades y caracteres (un maestro de los diálogos, por cierto, y del manejo del espacio y del tiempo narrativo: ¡con qué exquisita fluidez transcurre el tiempo interno en este libro!), Soseki potencia aún más su novela gracias a su honda y compleja sensibilidad psicológica, no sólo mostrándonos o narrándonos la cotidianidad material de estos personajes, sino que perfilando con precisión y nitidez sus mundos interiores, sin adentrarse demasiado en ellos pero no por ello siendo incapaz de expresar la rica complejidad y forma de ser de todos esos personajes, que no son meros arquetipos (al contrario, más allá de sus fachadas pueden llegarte a sorprender, ser mucho más de lo que aparentan), porque lo uno sin lo otro quedaría cojo: la observación social y de relaciones interpersonales se enriquece mutuamente con esos trazos psicológicos e introspectivos, como dos espejos puestos frente a frente. Así, entre el juego y/o choque de perspectivas del marido y la esposa, vamos adentrándonos en una pequeña parte de la vida tokiota, con sus luces y sombras (u oscuridades), sus rutinas y sus eventos. Una deliciosa combinación entre literaria crónica de su tiempo y fabulación de dramas e historias.
El problema, para mí, comienza a surgir ya cuando estamos en el ecuador de la novela más o menos, momento en el que la fluidez de la narración y los mismos acontecimientos se estancan, se estacionan (el reposo, la convalecencia), y el relato pierde su coralidad, su riqueza y variedad o diversidad de miradas, para centrarse exclusivamente en alargados y a la postre cansinos duelos dialécticos, de una pesada densidad psicológica (demasiado pesada, demasiado densa, hasta demasiado abstracta: una cosa es la introspección psicológica en relación con el mundo exterior, otra cosa es vivir atrapado en esa introspección, sumido en reflexiones redundantes cual círculo vicioso, sin dejar entrar la luz del sol ni el sonido de la vida urbana), en donde los personajes en cuestión hablan siempre guardándose cosas para sí, tan sólo sugiriendo, denotando, discutiendo a la escondida, analizando y examinando cada palabra, cada gesto, con una minuciosidad exagerada porque no dejan de ser remolinos dentro de un vaso de agua, discusiones entre hermanos o reproches conyugales, en otras palabras un drama familiar/sentimental muy cerrado en sí mismo, ensimismado hasta la náusea. Una que otra discusión o intercambio puede resultar entretenido o incluso inquietante (sobre todo cuando entra en escena un tal Kobayashi, un desagradable y repulsivo a la vez que extrañamente fascinante personaje que, como si de un espíritu maligno se tratara, se mueve entre los personajes esparciendo discordia y cizaña), pero lo son porque hacen referencia a tramas que se están moviendo (aunque sea en fuera de campo) o porque las discusiones en sí mismas traen una cierta atmósfera diferente, algo de mala intención o conflicto (el tal Kobayashi), el resto, ya les digo, son personajes sentados o recostados alternando cordiales palos mutuos hasta que llega el momento de despedirse, sin que se haya dicho nada y con suerte hayan calado un par de subentendidos. La narración, en todo este tramo, es "qué me quiso decir con eso, a lo mejor lo sabe, ¿y si se me nota que escondo algo?", así todo el rato entre reiterativos reproches. No era algo de lo que adolecía la otra novela suya que leímos. Esa impresión me dio, al menos, pero es cierto que mi contexto no era el mejor cuando abrí las páginas en esta parte del libro. La noche anterior no había tenido problemas en lo absoluto leyendo, justo, la parte buena, que me gusta, de la novela.
Ya en su tramo final la trama se aviva un poco más, se pone de pie y se pone a caminar por decirlo de algún modo, al menos deja de lado tanta discusión estática que, literal, no lleva a ningún lado ni tampoco opera ni obra grandes cambios interiores en sus obstinados personajes, tan rígidos, inflexibles y cerrados sobre sí mismos como la narración, oscuramente introspectiva en esos tramos. Soseki recupera esa saludable pero sutilmente compleja liviandad de sus inicios, y ya no me puedo quejar mucho, la trama se pone entretenida, incluso aunque introduce un nuevo elemento dramático, un especie de amor frustrado que, se sugiere, vendría siendo el origen de las inseguridades conyugales del joven matrimonio, que hace que se deje aparcado el elemento de cuadro social o de costumbres, de retrato de época, de crónica de las clases sociales medias y acomodadas de la capital, lo cual era lo más interesante y entretenido de la novela, pero al menos esto del amor frustrado y las dudas conyugales se desarrolla (o se sientan las bases, a fin de cuentas no se avanza mucho en esto cuando la novela se interrumpe, quedando inacabada) con cierto toque cómico, como una comedia romántica de equívocos. En otras palabras, volvemos un poco a lo del inicio: Soseki demuestra ser un escritor sumamente habilidoso, versátil y cuya pluma o estilo mutable es capaz de amoldarse a cualquier situación o código, PERO, con la condición de mantener ese tono desenfadado, despojado y liberado de solemnidades, esa es la otra conclusión que extraigo de esta novela (que corroboro recordando la lectura de Mas allá del...): la pesadez y lobreguez no le sienta bien a la narrativa de Soseki, la extrema y puntillosa minuciosidad le juega en contra, él es un escritor ligero (en el buen sentido), observador, irónico, inteligente, minimalista en el sentido de que con trazos sencillos pero nítidos y conscientes es capaz de armarte un cuadro mucho más complejo y detallado que cuando se concentra demasiado en las rugosidades o texturas de una porción en particular, descuidando el resto del cuadro.
Al ser una novela inacabada, por supuesto, queda una sensación extraña, es natural en todo caso, porque sin cierre, todo lo que Soseki propone queda en el aire, sin que quede muy claro qué se proponía realmente aunque nosotros nos hagamos ideas al respecto, a fin de cuentas, como hemos dicho, sus dos rasgos importantes son elocuentes: el tono y la mirada desenfadados y la versatilidad/mutabilidad de su narrativa: una novela de personajes, sobre las dificultades de la vida moderna (cómo la modernidad cambia la vida por dentro y por fuera de las personas, de los hogares), que de paso elabora de modo subyacente una crítica social. Además, claro, de una prosa austera pero no carente de giros poéticos y también realistas y psicológicos; en otras palabras, un escritor bien completo, sin estridencias, sin virtuosismos, sin delirios de grandeza: un escritor que sabe adaptarse a los flujos e influjos de sus historias y personajes, encontrando las palabras y las perspectivas adecuadas, otorgándoles el color de distintos géneros sin perder la coherencia global. Claro que en Luz y oscuridad se nos hizo empinado y cansino ese tramo centrado en largos debates y devaneos, pero quién sabe, a lo mejor Soseki hubiera pulido o mejorado, corregido, esas partes una vez terminada la novela, ya saben, los retoques propios que vienen luego del primer borrador. Como sea, les recomiendo esta novela, sobre todo les recomiendo a Soseki, sin duda que es un escritor adelantado a su tiempo, conocedor de literaturas y técnicas clásicas y tradicionales (aparte de las letras de su país, era un gran estudioso y lector de narrativa inglesa y francesa, y se nota, lo noto yo que apenas he leído un puñado de cosas de Flaubert, Zola, Balzac, Dickens, de la época del colegio, de seguro también debió haber leído algunas novelas picarescas españolas, y no parece muy influido por los rusos, pero algo debió rescatar también), pero dándoles no sólo un toque local sino que personal, una festiva subversión que se aprecia en cada palabra, cada página, sin armar un complaciente alboroto de ello. Ya lo iremos descubriendo a medida que podamos encontrar otras obras suyas, demonios, escribiendo la entrada hasta me han dado ganas de concederle otra oportunidad a esta novela, sí o sí, el otro año. Quizás no me desdiga, pero al menos espero que sea una lectura más placentera y fluida, porque sí siento sus tres porciones muy fragmentadas y separadas entre sí, como si fueran novelas distintas. Esperemos, crucemos los dedos.
Tan organizados son con las fichas bibliográficas que Luz y oscuridad no tiene una sino que dos, ninguna de las cuales, a pesar de los pocos préstamos que cada cual demuestra, son ejemplos de orden y pulcritud. Lo llamativo es que este ejemplar está en Bibliometro desde el 2019, año que fue pedido en sólo dos ocasiones, y recién en el último par de años ha visto incrementada su actividad, primero el 2023, luego el 2024 y luego un 2025 con su momentáneo récord de tres préstamos en un mismo año.
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