Biblioteca de Santiago nº23. Tenía bastantes ganas de leer La historia de Lisey, quizás una de las novelas no tan conocidas de Stephen King, principalmente porque estaba al tanto de la adaptación televisiva que dirigió en su totalidad el compatriota Pablo Larraín, y en parte porque por ahí había leído a vuelo de pájaro que King considera que esta novela es una de sus preferidas, una de las cuales en donde vertió más trabajo emocional, lo cual por acá, como siempre, celebramos harto, eso de abrirse las tripas y lanzarlo todo en la página en blanco. Así que sí, había mucha expectación por leer este libro, La historia de Lisey.
Lamentablemente, la lectura me ha dejado decepcionado e insatisfecho. Mucho. No parece estar escrita con el corazón y con las tripas precisamente, pero quién soy yo para contradecir a su autor. Al menos tengo derecho, supongo, a expresar mi punto de vista.
Partamos por la prosa, extrañamente simplona. No vamos a decir que King sea un genio de la prosa, pero sí es un escritor que sabe cómo utilizar la palabra como refugio, como arma, como vehículo, como puñal, como caricia, como erupción, como ensoñación. King sabe de literatura y lo ha demostrado en sobradas ocasiones elevando sus historias gracias precisamente a su pluma afilada, minuciosa y certera, a veces desbocada y desaforada, en fiel correspondencia con su excelente y profunda capacidad de observación, distanciamiento crítico e imaginación. Por lo que leemos La historia de Lisey, que parece estar escrito por un escritor del montón cuyo techo es una aparente e insuficiente solvencia para las descripciones y las acciones, y una terrible mediocridad en lo referente a la psicología y emocionalidad de sus personajes, en lo referente a esa presunta poesía que quería insuflarle a este fallido y confundido (que no confuso, porque no hay cómo confundirse con esta historia) relato de fantasmas. La escritura de King en esta novela se siente más instintiva, pero no en un buen sentido, no en un sentido de cruda y potente autenticidad, más bien de apresurada, irreflexiva, sobrellevada, improvisada narración, estilo. Por momentos parece escrito por un adolescente precoz. Y la lectura se resiente porque no resulta fluida ni intrigante como en novelas mejor logradas, en las cuales, a pesar de que uno tenga la sensación de leer más rápido no se pierde nada porque nada sobra, cada palabra cuenta y hace valer su peso, mientras que acá, en La historia de Lisey, impera la redundancia, párrafos insustanciales, la sobre explicación y reiteración de ideas y conceptos y hechos/recuerdos como si no hubieran quedado claras la primera vez o peor, como si el autor estuviera demasiado embobado con sus levísimas anécdotas, como quien repite un chiste una y otra vez.
Ahora bien, la trama. Digamos que Lisey es la viuda de un célebre escritor que murió dos años atrás. Aunque cree haber superado la muerte de su amado, lo cierto es que no y la tristeza que acumulaba en su corazón, una tristeza escondida tras un grueso velo de cotidianidad, comienza a filtrarse cuando por fin decide ordenar el granero-estudio de su fallecido marido, dando inicio a una procesión de recuerdos reprimidos y un singular reto, como un circuito de pistas de ultratumba, ideado y tutelado por el fantasma del marido, que le habla a Lisey en cada paso del proceso, asistiéndola, ayudándola, acompañándola en mente y en alma. A la par aparece un desgraciado subnormal que la amenaza con hacerle daño si no entrega la obra inédita de su marido a cierta casa de estudios para su conservación, y ambas tramas, como no podía ser de otra manera, la espiritual/sobrenatural y la realista/tangible/práctica, van a confluir en un solo clímax bien predecible, poco inspirado y carente de grandilocuencia.
No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que La historia de Lisey busca ser, ante todo, una historia de metáforas. Es la historia del luto y del dolor, de la superación de dicho luto y dolor, de saber superar (que no olvidar, que no desterrar de la vida y la memoria) la muerte de los seres queridos sin dejarse consumir por sus fantasmas. Pero claro, esta historia de fantasmas en su sentido espiritual/sentimental es también una historia de fantasmas propiamente tal, de seres sobrenaturales de otro mundo, y ya en esta dicotomía nos vamos hartando un poco porque el desarrollo de la trama resulta tan monótono y forzado, como que no junta ni pega. Una cosa es que Lisey deba recorrer la carretera de la memoria, reviviendo recuerdos terribles y dolorosos de ella y su marido para poder así liberarse ambos, tanto el fantasma del marido como ella misma, otra cosa es inventarse que el marido, el escritor famoso, tenía contacto con otros mundos fantásticos tan hermosos como monstruosos, y que al final lo importante ocurre en ese trillado aunque ultradecorado y colorinche espacio materializado "real" enfrentando cosas/seres reales o tangibles, no en el poético escenario de la memoria. No es la primera vez que King tiene buenas ideas, bellas imágenes y bellas metáforas que banaliza y trivializa al darles forma precisa; les resta presencia, atmósfera, sugestión, como todo el rollo ese de "el lago al que todos vamos a pescar ideas y dichos y blablabla", que en tanto idea queda lindo y lo que quieras, pero que luego lo materializas frente a los personajes y no es más que un simple lago como cualquier otro. Y así con varias otras cosas más, como, no lo sé, la locura humana, la violencia y el daño que se provocan incluso personas que se aman entre sí (como un padre a su hijo), y que acá queda bautizado como "el mal rollo", el mal rollo que te convierte en un monstruo, literal. Por lo demás, los recuerdos en sí mismos no son nada del otro mundo, no son más que anécdotas sentimentales melosas, almibaradas cursis (el retrato de este matrimonio tampoco parece real, no resulta convincente, más parece la pueril y caricaturesca fantasía adolescente en donde el hombre es el ultra carismático, sensualmente misterioso e involuntariamente sexy y candente, además de genio y triunfador absoluto, frágil y vulnerable en la intimidad eso sí, y ella, la mujer, la contraparte abnegada y dedicada y plenamente dispuesta a ser la complaciente y deliciosa y linda muleta de su esposo al que acepta con todas sus excentricidades y extravagancias, la salvadora de esta brillante mente atormentada), y una que otra sangrienta, violenta evocación. Y ya ni hablar del lío ese con el fanático enfermo amedrentando a la viuda, que es todo lo cliché que cabría esperar.
En otras palabras, La historia de Lisey es un torpe y chapucero refrito de temas, tramas/historias, obsesiones/preocupaciones y metáforas que King ya había escrito antes (y repetiría después, claro) y mejor, a veces haciendo claras referencias que, más que juguetones guiños, a mí me parece que es el modo en que King pone el parche en la herida, como justificándose por repetirse tanto. La cosa es que por acá tenemos la trama de Ventana secreta, secreto jardín y Quien pierde paga, es decir de una persona relacionada a la escritura siendo acosada por un fanático lunático. Tenemos también lo del amor familiar y la violencia intrafamiliar, ya saben los demonios personales y los infiernos privados, que King desarrolla mejor (y no del todo perfectamente) en El resplandor y luego, de manera más depurada, corregida y satisfactoria, en Doctor Sueño. Y ya ni hablar del argumento central: viuda de escritor que no es capaz de dejar ir al fantasma de su marido, que es el reverso genérico de Un saco de huesos, que es sobre un escritor deprimido, hundido en la tristeza y el luto, que no es capaz de superar la pena por la muerte de su esposa, cuyo recuerdo se le sigue apareciendo a modo de fantasma (y aunque Un saco de huesos tampoco termina siendo una gran novela, sí empezaba siéndolo, apostando por el lado más espiritual/emocional de lo fantasmagórico/gótico, además de una prosa mucho más cuidada y trabajada, lírica y poética). ¿Qué más tenemos? Tenía en la punta de los dedos algo más pero se me fue y estoy algo cansado para pensar demasiado, bueno en todo caso cuando le toque el turno a ser publicado este post retorne a mí la última referencia perdida. En cualquier caso, La historia de Lisey es de lo más trillado y cliché que King ha escrito. Creo que ese "otro mundo" me retrotrae un poco a Buick 8, al menos a su final, pero sí, ese "otro mundo" también resulta, más que deslumbrante, risible. ¡Eso! También me recuerda al cuento Riding the bullet (en Todo es eventual), en donde en muchas menos páginas King es capaz de condensar y expresar infinitamente mejor lo que es sentir el peso del luto y el miedo a la muerte de nuestros seres queridos, y cómo enfrentarlo y superarlo.
La lectura es apenas soportable si no le das mayores vueltas, pero diría que lo peor de todo es que sus 600 páginas resultan innecesarias y excesivas. La historia de Lisey da para cuento, quizás novela corta (muy corta), pero no este librazo injustificable. No puedo imaginar si una adaptación televisiva puede arreglar este despelote, pero oigan, si King pudo mejorar El resplandor en Doctor Sueño, quizás pudo convertir La historia de Lisey, la novela, en una miniserie potente e intensa (King se encargó del guión de los ocho capítulos, por cierto). Bueno, si alguien la ve me cuenta, por acá seguiremos leyendo libros.
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