"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

miércoles, 31 de julio de 2024

Bajar es lo peor, de Mariana Enríquez

 

Bibliometro S03E04. Mariana Enríquez otra vez por acá, ya dijimos que íbamos a hincarle el diente a su obra disponible. Aviso de inmediato que hasta por acá llegaríamos con ella porque, extrañamente, ni Bibliometro ni la sección de préstamo a domicilio de la Biblioteca Nacional (la sala de lectura podría ser otra cosa, pero por ahora no está en nuestros planes ir a leer allá... por ahora) tienen ninguno de sus libros de cuentos, claramente una tarea pendiente. Claro que también faltan libros de otras autoras argentinas tan interesantes como Enríquez, tal sería el caso de María Gainza, por ejemplo. También iba a decir otra cosa pero se me olvidó.

Bajar es lo peor es la primera novela de Mariana Enríquez, la cual escribió a los 19 y publicó a los 21, y que no quiso corregir o leer de nuevo para la reedición hecha por Anagrama (naturalmente, la primera edición publicada, allá por los noventa, ya era inencontrable, casi un objeto mitológico, un tesoro urbano legendario), porque, con toda razón, para qué: hay que respetar las obras, hay que respetar a la persona que las hizo, aunque sea uno mismo pero tantos años atrás.

En esta novela, ya conociendo su obra posterior, podemos constatar el interés, o la saludable y estimulante obsesión, que Enríquez ha tenido siempre con lo macabro, lo oscuro u oscurantista, como un elemento consustancial a la realidad, más aún, a ese realismo sucio, de personajes como sacados directamente de las calles de los vecindarios, de los pubs, de los boliches, que pueden ser casi tan horroroso o terrible como cualquier pesadilla que te pueda hacer pasar alguna criatura sobrenatural si el día o la noche te pilla en mal momento. En el caso de Bajar es lo peor, por lo demás, este vínculo, tan descarnado como íntimo y privado, viene cubierto por un interesante velo de ambigüedad, porque, tal como lo indica el título, la historia, o mejor dicho los personajes, sufren otro tipo de padecimientos. Sin ser una novela de argumento propiamente tal, lo que nos cuenta la autora son las andanzas de Narval y Facundo (junto a otro puñado de personajes perdidos en la noche), el primero un joven marginado sin oficio ni beneficio que vive por y para el alcohol, las drogas y el sexo (y que además se ve constantemente perseguido por espantosas y asquerosas criaturas que vienen de quién sabe dónde, y que sólo él puede ver); el segundo un gigoló de belleza angelical y extraterrestre, que vive de su cuerpo para disfrutar de los placeres que pueda pagarse, distante de los asuntos que afectan a las demás personas; ambos, una improbable pareja, acaso una historia de amor imposible. Aunque las distancias son muchas y las similitudes más bien circunstanciales, para que se hagan una idea, Bajar es lo peor es como una Trainspotting argentina (ambas novelas escritas más o menos al mismo tiempo, interesante ¿no?), con sus estrafalarios personajes y sus alocadas y desesperadas triquiñuelas para ir pasando los días: irse a los boliches a bailar y tomar, hacer la calle un rato para conseguirse unos billetes, robar casas o revender drogas para hacer más plata aún, tener problemas con los dealers y con los amantes adinerados, huir de la policía y de los matones, pasarse el día en cama, durmiendo o picándose o fumando, el horror de la abstinencia, la desesperación de la soledad, la decepción de los amores rotos, el desgano vital, la decadencia o deterioro personal emocional mental. Enríquez nos construye una escena y ésta sería la crónica del fin de tiempo de esa escena, más o menos lo que suele ocurrir: ningún paraíso terrenal es eterno. Y, como se sabe, con frecuencia no son fuerzas externas sino los propios ángeles caídos los que terminan incendiando su pequeño oasis celestial.

Interesante y entretenida como es en su seguidilla de anécdotas y amoríos y líos de drogas y dinero, que Enríquez retrata con una vivacidad y fisicidad notables (aunque sin la prosa arrabalera de Welsh, por decir), empero, no me parece que Bajar es lo peor sea una muy buena novela, al menos no en un sentido de magistralidad o excelencia. Por ejemplo, si bien los personajes están bien definidos en sus personalidades y psicologías, tampoco presentan mayor profundidad humana y a la larga no te causan mucha empatía, acaban siendo unos alocados compulsivos que te llegan a cansar; por lo demás, ciertas acciones que conducen al abrupto y algo forzado final no se entienden del todo, como que un momento están bien, disfrutando de la gozosa precariedad de sus vidas, y de repente les baja un deterioro extremo el cual, insisto, parece más bien precipitado para terminar la novela de alguna forma (y no, no les "baja" el deterioro porque estén dejando las drogas). La seguidilla de vivencias también puede agotar por acumulación, porque no varían mucho entre anécdota y anécdota, si bien tienen su aire atractivo, cómo no, pero uno se contagia porque todos terminan aburridos de lo que hacen para vivir. Es un universo variopinto y prometedor el que construye Enríquez en esta novela pero este microcosmos se consume a sí mismo demasiado rápido y llegamos al final por inercia, hasta por capricho, porque ése es el principal motor de los personajes: sus caprichosos impulsos. Por eso, más allá de Facun y Val, el resto de personajes, que aparecen y desaparecen a conveniencia, se convierten en arquetipos (con sentimientos, pero arquetipos al fin y al cabo que no escapan de sus lugares comunes). Igual la cita de Nietzsche explica bien todo, creo, pero hacerlo en forma de relato es otra cosa...

Con todo, me ha gustado leer esta novela, puede que imperfecta, pero rebosante de entusiasmo y pasión, además de varias señas de identidad junto a una forma de narrar que Mariana Enríquez ha ido perfeccionando con el tiempo y que, bueno, alcanzó grandes cotas de calidad con Nuestra parte de noche, esa sí, una auténtica obra maestra. En este caso está todo muy junto y revuelto, y está bien al inicio, hasta que los recursos se agotan...

Eso eso, lo que iba a decir era que vaya que me costó pillar un ejemplar de Bajar es lo peor en Bibliometro. Cada vez que veía que había uno disponible en alguna sucursal conveniente para mí, desaparecía. Tuve que ir a una sucursal no tan conveniente (que además estaba fuera de la zona de pago), pero vaya que me alivié cuando por fin lo tuve en mis manos, en mi mochila. Como es de esperar, entonces, se puede apreciar que Bajar es lo peor ha sido un libro altamente pedido desde su primera aparición en Bibliometro, un día después del día de los enamorados de este año. Por alguna razón el segundo préstamo fue estampado dos veces, y más abajo, justo arriba de la fecha que me corresponde a mí, hay dos estampados que ocupan una sola casilla, como si quisiera ahorrar espacio. De cualquiera forma, un préstamo por mes prácticamente, nada mal, ¿ah? De hecho en promedio más de un préstamo por mes... Debe haber alguien desesperado para que yo por fin vaya a devolver esta la primera novela de Mariana Enríquez. Tranqui, bro, falta poco.

lunes, 29 de julio de 2024

El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna

 

Bibliometro S03E03. Siempre se le tiene un buen ojo a las escritoras chilenas, y Bibliometro tiene bastantes novelas y cuentos de nuestras compatriotas a mano. Una de las mayores exponentes, según los entendidos, es Alejandra Costamagna, que comenzara a publicar a mediados de los noventa, siendo destacada fervientemente por Bolaño como una de las grandes escritoras a las que había que prestar atención. Desde entonces, Costamagna ha publicado constantemente cuentos y novelas, siendo El sistema del tacto lo más reciente de su autoría, aunque ya data del 2018. Qué has estado haciendo, Aleja, todo este tiempo.


El sistema del tacto es un mecanismo dactilográfico de escritura en el cual se apoyan ambas manos completamente en el teclado de la máquina de escribir, a fin de... bueno, cosas dactilográficas: propiciar la mayor agilidad en perfecto equilibrio con una total fidelidad con lo dictado. El caso es que se me ocurre que, como título de la novela, El sistema del tacto viene a significar, o mejor dicho a representar en viva carne, de lo que se trata esta historia: escribir con todo, dejándolo todo crudamente en el teclado; descansar en las letras cual refugio se tratara.
Más allá de los destripes de la contraportada (que en este caso, literal, te cuenta toda la novela: no tanto el argumento, que argumentalmente no hay mucho que revelar, como el ejercicio de escritura, con sus capas y pliegues, que ejecuta Costamagna) con sus palabras sesudas y lugares comunes propios de la crítica especializada (podrían aplicarse las mismas observaciones a cualquier otro ejemplar de la editorial), sin ser nada realmente del otro mundo, me gusta que la autora no encasille su relato, sus personajes. ¿Que es sobre la memoria, sobre el desarraigo, sobre genealogías familiares? Por favor... Claro que sí, pero esos son tópicos, y Costamagna se los salta, los evita.
Nos cuenta la historia de dos personajes: Agustín, un argentino que vive con sus padres y lleva una vida gris, aburrida, asfixiante en la prisión de su familia, de su casa, de su pueblo, en los años ochenta del pasado siglo; y Ania Coletti (nótese el juego con las iniciales, recurso usual cuando quien escribe establece correspondencias con la realidad, en este caso la propia), una chilena que, ya en los tiempos actuales, debe viajar a Argentina a despedir al agonizante Agustín, que viene a ser ya el último de la estirpe. Y eso es todo. Y eso es bueno. Porque mientras, claro, se visita el hospital y la antigua casa y todo eso, Costamagna nos mete de lleno en las atribuladas y tormentosas mentes de ambos personajes, la chilena una tipa con una histeria cuasi infantil que tiende a armar tornados en vasos de agua y el argentino un tipo cobarde atrapado en una realidad que lo mata poco a poco. Y ambos, para huir de sus respectivas realidades (que curiosamente se entremezclan de vez en cuando con respecto a otros personajes, hechos, lugares), se refugian precisamente en sus mentes, revestidas del pasado y la historia familiar, en el caso de Ania, y las fantasías de libertad, en el caso de Agustín, extrañamente infatuado por esa sobrina que viene del otro lado de la cordishera. Lo mejor es que no estamos ante un típico viaje catártico tan propio de estos relatos sobre descubrimientos de secretos familiares o tramos cronológicos difusos (tampoco escrito con esas impostadas solemnidad y gravedad como de funeral), al contrario, estos mecanismos de huida parecen hundir aún más a los protagonistas en una negada desolación, porque nada queda claro, el pasado sigue siendo un misterio, lo que pasaba dentro de las cabezas y corazones de abuelos, tíos, etc., permanece en la intimidad espectral de quienes ya partieron de nosotros, es decir el vacío en sus respectivos interiores y presentes no se llena con nada, menos con recuerdos familiares. Y entre medio de ambos personajes (y hay que mencionarla porque aparece en la portada) está Nelia, madre de Agustín, tía abuela de de Ania, una mujer italiana radicada en Argentina, y que, al parecer, padece lo mismo que los otros dos personajes principales: una huida o abstracción de la realidad hacia lo que sea que te proteja del tedio, de las decepciones, del sinsentido vital.
Pero, en resumidas cuentas, lo que me gusta de este libro y lo que hizo amena su lectura es que es una historia sobre la curiosidad, en esencia, y no sobre las respuestas ni las soluciones; por lo demás, debido a ello (pienso), está escrito con un tono y una prosa saludablemente ligeros, lo que, obviamente, no le quita profundidad ni dignidad a sus personajes ni a sus vivencias ni a sus pensamientos y sentimientos (al contrario, esa ligereza, esa desnudez de sublimidades las hace más honestas y reconocibles). De hecho, casi lo olvido, aparte de la narración en sí y de las fotos familiares, entre medio encontramos entradas de enciclopedias, ejercicios dactilográficos, cosas por el estilo "no literarias", que vienen a demostrar algo bien bonito en mi opinión: que a veces los objetos hablan por nosotros; que, a fuerza de estar cerca de nosotros tanto tiempo se empapan de nuestro aura y luego, al ser encontrados por otras personas, una parte de nuestras personalidades puede adivinarse gracias a la contemplación de, no lo sé, un cuaderno escolar, una hoja garabateada, una colección de stickers, qué sé yo, todo lo cual va en consonancia con esa curiosidad y esa ligereza que mencionaba.

Entonces claro, no estamos ante una novela magistral ni nada por el estilo, quizás tampoco muy original al enmarcarse en el típico relato testimonial-familiar sobre saldar deudas con el pasado y tal (como Isla Decepción, de Paulina Flores, que, si recordamos bien, es sobre una mujer cuya vida se va tan a la mierda que decide huir al extremo austral del país, "visitando a su padre", para ordenarse a sí misma, viaje que le sirve para poner los puntos sobre las íes con el pasado y el presente), pero Alejandra Costamagna le da sus dos o tres toques distintivos refrescantes que, en efecto, hacen que El sistema del tacto sea una novela distinta y con voz propia, con su propio estilo. Igual, teniendo buenos personajes y sabiendo ser respetuosos de esos personajes, todo relato siempre será interesante.


En casi un año de préstamos El sistema del tacto ha sido pedido 9 veces. Este 2024 ha sido su año más movido. A veces me pregunto qué motiva estos repuntes, luego olvido que no soy el único que conoce más o menos la escena literaria del país y que puede haber personas lectoras que perfectamente conozcan el nombre de Costamagna y otras, en contraposición a la hipótesis que instintivamente me salta a la mente a veces: que son personas, lectores meramente casuales, que piden lo primero que encuentran o motivados por alguna noticia o algo así. Un poco creído de mi parte, lo sé, pero entiéndanme: en todos los lados en que me he movido (trabajo, estudios), incluso aunque sean espacios "intelectuales", me topo con personas que a veces abierta y derechamente desdeñan el conocer a fondo el mundo del cine y de las letras. Compañeros que decían aburrirse viendo películas, que no es necesario verlo todo, que es un acto de valentía y rebeldía política el no leer a los santos griales... Bueno, se nota que no aman el arte, eso está claro. He encontrado gente más comprometida e inteligente y conocedora fuera de esos apestosos y autocomplacientes círculos. Y quizás estos lectores casuales demuestren más hambre e interés, leer por el puro gusto de descubrir más y más, voces e historias, mundos y tiempos, que la gente del "mundillo"...

sábado, 27 de julio de 2024

Zombie, de Mike Wilson

 

Bibliometro S0302. He acá que seguimos leyendo lo que vamos encontrando de Mike Wilson (y que no tengamos ya en nuestra Jimmyteca personal, claro). La portada de esta edición de Zombie no me gusta mucho, prefiero otra que tiene unas zapatillas en mal estado, sucias pero con onda, vistas desde arriba, una junto a la otra, como descansando, con los cordones desabrochados. Me parecía una imagen más sugerente, más evocadora, y además más en consonancia con lo que nos cuenta la novela. Esta portada, no lo sé, me causa sensaciones menos agradables. Como sea, nadie es perfecto, ni yo, miren que las fotos me quedaron horribles, pero qué le vamos a hacer. Al menos se entienden, aunque puede que lo imperfecto sea la cámara de mi celular, ¿o no?


Zombie es la tercera novela publicada por Mike Wilson y es además la tercera novela suya que comentamos por acá, en estas oscuras y mal iluminadas páginas. Mike Wilson, en Zombie, vuelve a situarnos e introducirnos en escenarios completamente fuera de todo orden, lugares extraños extrañamente cotidianos e identificables, en este caso un post-apocalipsis nuclear o algo así, para, desde lo raro y lo simbólico, hablarnos de temas muy cercanos, muy humanos, muy reales.
En Zombie los protagonistas son un numeroso grupo de adolescentes que sobrevivieron a un apocalipsis bélico: cuando todo se fue a la mierda, misiles cayeron sobre la ciudad y el vecindario acomodado en donde se encuentran ahora, por cuestiones geográficas y un poco de suerte (un misil que no explotó), resultó indemne de todo daño. El barrio, ubicado en la precordillera, y separado del resto de la ciudad por un frondoso bosque en donde acampan los adolescentes que no pertenecían a esta urbanización (los que vivían ahí siguen dentro de sus grandes casas); el resto de la ciudad, más allá del bosque, es un cráter absolutamente negro, como rodeado de una cúpula de humo alquitranado, de bruma oscura, de un aire muerto y sucio, de un halo como malvado y perverso. Y los adolescentes, refugiados en lo que alguna vez fueron: sus rutinas, sus referencias pop, los amores y las amistades, la supervivencia como un acto normalizado. El problema, claro, es que el deterioro y la hostilidad del medio se inmiscuyen en esta sociedad de niños y, más que relato post-apocalíptico, lo que Wilson propone es un apocalipsis alargado, tardío: la muerte de la humanidad, los últimos rastros de civilización, lenta e inclemente; o: no hay tal cosa como post-apocalipsis, si no sobrevivientes engañados en la ilusión de un retorno a la normalidad. Así las cosas, mezclando signos de relato de supervivencia con una suerte de realismo coral y otro poco de un terror metafísico e incluso cósmico, tenemos una novela sobre el teenage angst (como se sabe, no por denostados por el mundo adulto son menos representativos de las tristezas del mundo real) llevado a un extremo de violencia y fatalidad, de vacío existencial como espejo de un vacío aún mayor que silenciosamente corroe a todo y todos por dentro, porque todos nos hemos preguntado si es que acaso vale la pena seguir con esta farsa, y en efecto, con el mundo ido al carajo, ¿vale la pena? Tal como decía Rick Grimes en "The Walking Dead" (el cómic): "nosotros somos los muertos vivientes". O, por qué jugar a estar vivos, para qué fingir, si ya todo está podrido. Y... ¿se necesita un apocalipsis para darse cuenta de ello? ¿Es necesaria la destrucción de las estructuras y de las instituciones para darse cuenta de la podredumbre y la farsa de la civilización humana?
En fin, eso es lo que me gusta de los libros que hemos leído de Mike Wilson: que toma relatos, estéticas y personajes de géneros que por lo general tienden más a los golpes de efecto, y los dota de una construcción sustancial y reflexiva rotunda, robusta, profunda, compleja y rica en ideas, metáforas, significados... Sus libros ofrecen experiencias estimulantes, y muy asequibles además. Vayan por ello.


La tradición de siempre, que esta vez llegó movida: ¡dos fichas en lugar de una!, así de mucho se ha pedido esta novela de Mike Wilson. La segunda no tiene nada del otro mundo, dos préstamos, uno de los cuales es mío, claramente. Pero la primera ficha, vaya vaya: 23 préstamos, comenzando a principios del 2012, más de doce años en circulación, más de dos préstamos por año. Buen promedio, en efecto, aunque como suele ocurrir, de repente hubo un parón, porque hasta el 9 de agosto del 2017 los préstamos se acumulaban y dejaban caer asiduamente, pero luego, vaya, el que sigue es del 2024, en mayo ya, casi siete años después. ¿Qué habrá ocurrido? En cuanto al orden, qué se puede decir... Timbres puestos por doquier, sin respetar los rectangulitos, además de los timbres puestos ya en las informaciones de abajo. Bueno, supongo que no les dan bonos por timbrar a la perfección, total, nadie es perfecto, sí o que parce.

jueves, 25 de julio de 2024

El autodidacta, de Hernán Rivera Letelier


Bibliometro S03E01. Ha llegado una nueva temporada de lecturas bibliometruscas. Qué mejor que comenzar con un libro del gran Hernán Rivera Letelier, un escritor cuya obra he leído casi completa (gracias a la Biblioteca Nacional y a la Biblioteca del Abuelo, y que tendré que completar con lo que hay en la Jimmyteca Personal), y del que puedo decir con firmeza y conocimiento de causa que es capaz de alcanzar altas cotas de bella y honda literatura, si bien, prolífico como es, en su bibliografía también se encuentran obras menores (historias sencillas y anecdóticas que cuentan de manera casi fugaz y hasta pedagógica alguna de estas apasionadas historias desérticas y pampinas), y, por desgracia, su pequeño puñado de malas novelas, en las cuales el peor rasgo es una suerte de autoparodia involuntaria, como si dichos libros fueran escritos por un mal remedo de Rivera Letelier, lleno de muletillas, efectismos y personajes/situaciones reciclados de mejores obras, sólo que el autor es él mismo. Pero no nos equivoquemos, porque si no fuera un animal literario, Rivera Letelier no hubiese encadenado cinco novelas tan magistrales de manera consecutiva: La Reina Isabel cantaba rancheras, Himno del ángel parado en una pata, Fatamorgana de amor con banda de música (mi favorita absoluta), Los trenes se van al purgatorio y Santa María de las Flores Negras. Y después por ahí tiene Romance del duende que me escribe las novelas y, sobre todo, Mi nombre es Malarrosa, que pienso que es su obra mejor lograda y más grande, por así decirlo. Pero bueno, acá tenemos El autodidacta, que salió el 2019, curiosamente más o menos la fecha en que por cosas de la vida la lectura se alejó de mí (o yo de ella, seamos honestos), así que por acá es donde habíamos quedado con su extensa bibliografía.


El autodidacta es una hermosa novelita, humilde y sencilla en su aire bonachón, su prosa diáfana y cándida, en ese juvenil entusiasmo con que nos narra la historia de un muchacho que llega a una oficina salitrera, en los tiempos postreros de esta industria, a ganarse la vida, pero que, sin sospecharlo siquiera, acaba descubriendo la poesía, el amor y la amistad, así como también las penas, las rabias y las decepciones. Un coming-of-age, dicho de otro modo, situado bajo los cielos más hermosos y limpios del mundo. Una novela, por lo demás, bastante autobiográfica (que podría ubicarse temporalmente entre Himno del ángel... y Romance del duende...) y que trae de regreso personajes y escenarios emblemáticos de la obra de Rivera Letelier, además de hacerle un guiño cómplice a otros que no aparecen físicamente acá, como si fuera una versión novelada de cómo decidió hacerse escritor. Y por qué, y cuándo.
Es ésta una novela más bien de atmósferas y sensaciones, paisajes y situaciones, porque en cuanto a argumento la verdad es que tempranamente podemos intuir por dónde irán los tiros, en este caso un triángulo amoroso entre el protagonista, el aspirante a poeta, su amigo el boxeador de la oficina salitrera, y la bella muchacha que trabaja en la pensión de su madre en donde se aloja el primero. No hay que ser genio para adivinar qué ocurrirá y, en efecto, ocurre tal como uno espera. Por eso pienso que en realidad la intención y la gracia de El autodidacta es descansar en estos personajes, en sus triunfos y pesares, para transmitirnos la digna y decadente vitalidad de un tiempo, de una era, cuando ya la industria salitrera estaba agonizando y con ello esa forma de vida que por más de un siglo tiñó de colores, del color de la sangre del sudor de las lágrimas, con las penas y las alegrías de un pueblo trabajador, la vida y la muerte, el desierto más árido del mundo. Rivera Letelier escribe sobre el calor abrasador, sobre el inclemente sol, esa luz filuda e hiriente, sobre los cielos intensamente azules y las noches infinitamente estrelladas; sobre los oficios salitreros que los hombres comunes cumplían con sus manos duras y callosas en jornadas duras y negreras; sobre las tradiciones y costumbres de estos verdaderos pueblos que se armaban en las distintas oficinas, los sobrenombres, las celebraciones (La fiesta de la primavera, la atmósfera eléctrica que crea en esos segmentos es notable), las prostitutas, las peleas, los músicos, los singulares y peculiares personajes que se encuentran, que llegan o nunca se van, las injusticias, la belleza que te hace soportarlo todo y continuar, finalmente el clima de derrota, de resignación, de elegíaco fin de tiempo. Escribe sobre lo que se siente y cómo se siente vivir en un lugar tan duro.
Podría decirse que El autodidacta es una carta de amor a todo lo bello que ofrece la pampa salitrera y su gente, además de a la literatura y el arte, sin por eso idealizar u omitir lo malo, de lo cual Rivera Letelier ha escrito largo y profundo, y que acá de igual forma queda patente. Y como digo, el autor escribe sin pompas ni excesos ni caprichos estilísticos; la prosa de este libro es de un modesto e inspirado lirismo y logra transmitir y expresar esos sentimientos tan puros e inspiradores que brotan del protagonista. De haber contado con un argumento menos previsible quizás estaríamos ante una obra mayor, sin embargo El autodidacta es una más que solvente y preciosa novela que prueba, una vez más, que Hernán Rivera Letelier es un excelente escritor y que los años le sientan de maravilla a su escritura.


Nuestra tradición de todo préstamo arroja resultados prometedores, y es que Hernán Rivera Letelier es un escritor conocido y querido por el público chilensis. Considerando que los otros libros de Bibliometro que hemos pedido no acumulan tantas lecturas como podría sugerir su tiempo en circulación (lo hemos podido comprobar en esta misma tradición), los cinco préstamos que tiene El autodidacta desde febrero de este año indican que, quizás, sea uno de esos excepcionales casos de libros más leídos. Nosotros somos los quintos lectores y siempre lo seremos; más allá de eso, de nosotros, ya no sabremos más. Y miren con qué orden están timbradas las fechas, así es como debe ser, qué decís.

martes, 23 de julio de 2024

Perro callejero, de Martin Amis


Biblioteca Nacional S03E03. Terminamos el tercer ciclo de préstamos de la Biblioteca Nacional, que como se sabe presta un máximo de tres libros por ocasión. Una temporada la mar de fructífera y agradecida, partiendo con Lucía Berlín, luego con Jonathan Franzen y su colosal Las correcciones, y ahora con Martin Amis y su Perro callejero. De Martin Amis he leído, hace una increíble cantidad de años, Campos de Londres (de la que se hizo una infame adaptación cinematográfica menos conocida por su nula calidad que por sus estúpidas controversias); y hace poco este escritor británico, al parecer un enfant terrible de las letras, fallecido hace un par de años, sonaba un poco más allá de los círculos literarios gracias a la película de Jonathan Glazer, inspirada en su libro La zona de interés (o eso tengo entendido).


Bueno, si algo se puede decir de Perro callejero es que, en efecto, es una novela intrigante y que sabe cómo hacerse la interesante. No es la lectura más entusiasta o satisfactoria que van a tener, yo mismo terminé de leerla básicamente porque había empezado; de todas maneras, en lo absoluto es una mala novela ni tampoco se acerca a ello. Supongo que es una suerte de ni fu ni fa, una obra que existe y pasó sin pena ni gloria. Tiene como personajes principales a Xan Meo, un hombre renacentista y de familia cuya vida se pone patas arriba cuando un matón lo aporrea en la cabeza enviado por un viejo gangsta' londinense; Clint Smoker, periodista de un pasquín amarillista y sensacionalista que destaca por sus contenidos sexuales y derivados, hombre que parece encarnar los rasgos más elementales de una vigorosa masculinidad; y Enrique IX, nada menos que el rey de Inglaterra, que deberá intentar solucionar un escándalo en ciernes: la publicación de fotos íntimas de su hija, de su bella princesa.
Entonces, veamos: se entiende que Perro callejero quiera elaborar una especia de sátira social, una farsa de la sociedad inglesa, una crítica mordaz y directa al mentón del sistema de valores imperante, he ahí el recurso del pasquín sensacionalista y su periodista estrella, este hiperbólico macho man, y el del rey y el escándalo de la semana al que se enfrenta, y ya después, la industria del porno y sus avatares, además de una fugaz visita a los Estados Unidos y su particular way of life. También se entiende que quiera presentarse como una reflexión, disección, análisis o deconstrucción de los roles de género y de la masculinidad en la actualidad, del hombre moderno, cómo se entiende la masculinidad en tiempos en los que las mujeres han ido ganando más espacios públicos y privados, derechos y poderes. La violencia, la sexualidad, el amor o los sentimientos, la diferencia de clases, el dinero, la familia y sus dinámicas: cómo estos conceptos/objetos son reflejos de estas disquisiciones, el cambio en las instituciones. Todo aderezado con la ironía marca de la casa de Amis, con ese grueso a la vez que erudito y distante sentido del humor que tiene, que puede verse en los diálogos más obvios como en algunos recursos en la redacción y en los juegos de palabras y/o de ideas, ciertos guiños narrativos y culturales, que seguramente se aprecian mejor leyéndolo en inglés (aunque la traducción hace un buen trabajo al dejar entrever esa ironía diegética y extradiegética). Sí, sí, se entiende todo eso.
Y se entiende que la golpiza a Xan Meo y el escándalo con la princesa no son más que unos MacGuffins que sirven a Amis para, a través de sus personajes y de las consecuencias que derivan de tales hechos (el golpe a la cabeza y sus consecuencias médicas que son consecuencias morales; el ejercicio del periodismo y su influencia en el público), dar rienda suelta a sus reflexiones y análisis. El problema es que, si bien estas reflexiones son la mar de pertinentes, inteligentes, válidas y con toda seguridad acertadísimas, Perro callejero resulta ser una novela/relato difuso, como desinflado, muy claro en lo teórico pero poco concreto en lo práctico, en el papel, en el desarrollo de unos personajes muy esquemáticos, incluso en sus aspectos más perturbadores, y en el devenir de un entuerto argumental que pudo haber ofrecido más emociones de las que finalmente provoca al eludir deliberadamente la arista thriller conspiranoico o policial/criminal, es decir al pasar olímpicamente de cualquier saludable golpe de efecto dramático. Es intrigante, en efecto, porque sabe hacerse la interesante: sabe esconder el hecho de que no tiene mucho que relatar mediante personajes y parlamentos atractivos y constantes. De hecho esto queda de manifiesto cuando, al final, Amis termina todo flanco argumental de manera abrupta y algo forzada, como en modo "ya colegas, se acabó la función, acabemos con esto rápido". Pero a la vez es todo muy raro. De Campos de Londres recuerdo que la historia era interesante, el modo en que la narraba lo era más aún, y de paso la aguda observación de sociedades y personajes se daba la mano con un sentido del humor que, claramente, se llevaba muy bien con su componente escabroso. A Perro callejero le falta chicha. No es para despacharla a gusto ni nada por el estilo; se puede leer y aunque deje mucho que desear te mantiene lo suficientemente atento ya sea con esto o con lo otro, pero al final... al final, habiendo leído todas sus páginas, ¿importa haberlo hecho?
Porque son más de 400 páginas, no difíciles de leer, tampoco muy hondas en su impacto, que al final se explica sola, pero es que tampoco ofrecía muchos desafíos. Es curiosa esta especie de paradoja: es intrigante el argumento (cuando no revela todas sus cartas) pero a Amis no le interesa explotar esa veta; por el contrario es el componente moral lo que lo impulsa, pero, valga la redundancia, lo que leemos es un libro abierto que explicita sus intenciones de inmediato, entonces poco podemos escarbar si está todo servido en bandeja. Curioso libro, supongo. No sé qué pensar más allá de todo esto, honestamente.
Si se nos presenta la oportunidad, seguiremos leyendo a Martin Amis, de eso no dudemos.


La infaltable tradición de todo préstamo, y oh boy! Por dónde empezar. Comencemos por la fecha del primer préstamo, que data de un ya lejano noviembre del 2007. Hasta hoy son casi diecisiete años de circulación en Préstamo a domicilio. Creo que es el libro más "antiguo" que hemos pedido. Y ha sido pedido 25 veces en todo este tiempo, casi dos veces por año, lo cual, como se ha visto, no es para nada un mal promedio, especialmente para un libro no mainstream de un escritor no mainstream. Otra cosa curiosa es que luego de abril del 2019, Perro callejero tuvo una larga siesta de casi cinco años, porque recién este 2024 ha vuelto a ser pedido, dos veces contándome. Me encanta esta tradición, a veces estas fichas bibliográficas ofrecen muchas posibilidades.

domingo, 21 de julio de 2024

El púgil, de Mike Wilson


Bibliometro S02E07. Episodio final, círculo perfecto. De Mike Wilson ya habíamos hablado sobre Rockabilly, ahora comentaremos El púgil, su segunda novela publicada luego de la inencontrable Nachtrópolis (aún no me atrevo a hacer contacto con Wilson para preguntarle sobre esa primera y lejana novela), y por lo demás último libro de la segunda tanda de préstamos, pues siete es la cantidad máxima de ejemplares que te presta Bibliometro de una vez. Genial, ¿no? Debo, por lo demás, transparentar que El púgil lo leí antes de Metrópolis, homenaje a la película de Lang, y después de Compases al amanecer, pero quise leerlo una segunda vez, ya al final, el día antes de ir a devolverlos todos, porque así tenía que ser, El púgil es una de esas historias que deben ser degustadas más de una vez para disfrutar más plenamente todos los flancos que abre su endiablada propuesta. Y vaya que vale la pena.


Lo que parece comenzar como el drama de un pugilista acabado, enfrentado a sus terrenales fracasos arriba y debajo del ring, con endemoniada y apabullante fuerza se convierte en un retorcido viaje a los rincones oscuros de la compleja personalidad del protagonista, de repente inmerso en una delirante aventura con tintes de ciencia ficción y una atmósfera apocalíptica, fatal y peligrosa como un uróboro. Una espiral totalmente alocada en donde hay espacio para las reflexiones y elucubraciones sobre la inteligencia artificial, sobre la condición humana, la cada vez más encarnada inmanencia de la tecnología en las sociedades (y en las personas), y desde luego, cómo todo esto se infiltra en una mente atestada de referencias culturales (cinematográficas, literarias, comiqueras, musicales) con su respectiva psicología/personalidad dañada, trizada, oscura y acomplejada de males, de culpas, de iras reprimidas, contenidas. Es el tortuoso viaje del protagonista dentro de un enrevesado laberinto sin salida aparente, lo que hace de El púgil mucho más que ciencia ficción, más que literatura de género, va más allá, se adueña de los códigos de ese pulp de toda la vida para elaborar un angustiante o angustiado, incluso desesperado, tratado sobre qué demonios es lo que nos hace humanos y cómo podemos saber qué somos; cómo saber que somos, en efecto, humanos; o qué demonios es lo humano, si nosotros estos imperfectos y enfermos sacos de carne y hueso o, quizás, otras criaturas, otras entidades, otras creaciones. O quizás sea un laberinto en el que el protagonista se pierde para huir de la cruda e inclemente realidad, porque lo que pasa en las películas te llega, emocionalmente hablando, pero no puede dañarte en la realidad. En cualquier caso, es un libro que atrapa tanto por las acciones y el argumento esquizoide que Wilson va desenrollando, como por este juego de simbolismos y significados ocultos, latentes bajo esa capa de desaforado culto a la cultura pop, bajo lo que subyace una tierna y cuasi infantil pulsión de desamparo y deseos de protección, de paz. Y a pesar de tanta referencia pop y no tan pop (que por lo demás están plena y coherentemente justificadas), El púgil es una novela con identidad propia, con un discurso y cosmovisión que pertenecen enteramente a esta novela, que referencia pero no copia, no plagia, no disfraza de homenaje el mero acto de pedir prestado de otras obras y autores; más bien captura esta especie de psico-esfera cultural para poder expresar la angustia existencial y metafísica de un hombre profundamente triste y solo, que sólo quiere ser feliz, que sólo quiere escapar de sus traumas. Aunque no lo parezca, "El púgil" es una novela mucho más real y humana (o humanista) de lo que aparenta, y ni siquiera necesita descubrir todas sus cartas porque lo esencial de este relato se desnuda y viste de Verdad, de Realidad precisamente en este ejercicio de camuflaje narrativo-popero.
En definitiva, una novela fascinante, inteligente y muy bien escrita por lo demás, sin aspavientos, con una especie de pulcra crudeza, un rehabilitado realismo sucio, como un aséptico infierno de texturas, relieves y sombras. Me pone feliz leer propuestas así, tan honestas, tan bien logradas, tan apasionadas y elaboradas con las tripas. Hay más sentimientos en El púgil que en cualquier novelita romántica del montón. Así que ya saben qué hacer, ¿no?


Nuestra querida tradición. Cinco pedidos en trece años. Demonios. Qué sentirán los libros sin ser leídos en tanto tiempo. Qué sentirán cuando son leídos tan fervorosamente. En fin, había que devolver El púgil, muy a mi pesar, porque si no devuelvo nada, entonces me prohíben pedir préstamos en toda la red de bibliotecas públicas del país, como un maldito paria. Pero tengo que admitir que en esta ocasión me dolió tener que devolver los libros, me dolió bastante, no quería hacerlo, porque Poeta chileno, El púgil, Rockabilly y Compases al amanecer me encantaron y me llegaron, me encantaría poder tenerlos en mi biblioteca personal, tanto tiempo que he estado buscándolos. Y esperemos que así sea, aunque sean difíciles de hallar en el mercado. Por ahora, a seguir con otra cosa mariposa.

viernes, 19 de julio de 2024

Poeta chileno, de Alejandro Zambra


Bibliometro S02E06. Vamos avanzando, baby. Casi llegando al final de esta segunda temporada de préstamos bibliometrescos (o bibliometrences, cretenses o cretinos, tomato tamato). Poeta chileno, de Alejandro Zambra, también un libro que quería leer hace mucho tiempo y que, de todas formas, no llegué a comprar por su elusiva ubicación y escandaloso precio, pero leído ya, qué demonios, éste es uno de esos libros que hay que tener obligatoria y necesariamente en una biblioteca personal. Y porque uno cuidaría mejor de este libro, no como esa persona que lo devolvió con la portada rota, como se puede apreciar (y la anterior a mí le metió una pluma de paloma entre medio, casi me dio un infarto cuando me percaté de ello).


Me gusta, en realidad me encanta, la forma de narrar de Zambra. Gracias a la Biblioteca Nacional he podido leer buena parte de su obra, hace años sí. Bonsái, Formas de volver a casa, Mis documentos, La vida privada de los árboles, títulos que pasaron por mis manos. No recuerdo mucho en términos argumentales, pero siempre me ha quedado grabada esa sensación de estar ante una narración pura, diáfana, apasionada, pero a la vez bastante metódica, inteligente, pletórica; una narración erudita que sin embargo es completamente cercana y accesible. Libros sobre gente común y corriente. Libros sobre asuntos importantes bigger than life, pero a través de las rutinas, si acaso eso tiene sentido. Libros sobre el arte de sobrevivir en estas atestadas urbes. Libros sobre la literatura, la inmortalidad, la existencia y la memoria (no en clave o carácter testimonial, más bien cotidiano, familiar, personal). Zambra encuentra el alma y el corazón en temáticas y narrativas que usualmente mucha gente podría describir como "demasiado sesudas", para otros "muy pedantes", pero que en su literatura se presenta como algo natural y consustancial a esto de ser un ser humano. Como algo completamente honesto, necesario.
Poeta chileno es una novela de largo aliento, que transcurre a lo largo de años de vida y de vidas. Es sobre el amor a la poesía a través de las generaciones, a través de años de sueños, frustraciones, fracasos y otras clases de triunfos. Es sobre Gonzalo, adolescente enamorado de Carla, enamorado de la poesía y de la literatura, sobre cómo va madurando a lo largo de los años, o quizás no, mientras lee mucho, muchísimo, intentando hacer poesía, porque sin poesía no se puede vivir, porque sin literatura uno no se puede defender de los duros y crueles golpes de la vida. Y crecer, formar familias, tomar decisiones, conocerse a uno mismo y a los demás, fracasar y triunfar, caerse y levantarse. Naturalmente prefiero no develar mucho más (aunque las contraportadas siempre te cuentan el entre el 40 y el 60% de los libros, siempre las leo una vez terminada la lectura para comprobarlo: no las lean antes), pero es un libro imperdible que además tiene segmentos de antología, como una fiesta con toda la escena de la poesía chilena metida en un sólo departamento, y que, por cierto, entremezcla su ficción con personajes reales, como Nicanor Parra (un rito que todo aspirante a poeta hace acá en Chile; yo hablé con un par de sujetos que me contaron sus aventuras intentando hablar con el genial y cáustico Nica), Sergio Parra, entre otros editores y escritores de conocida existencia (y otros más que sólo los realmente informados de la poesía chilensis, que no es mi caso, podrán reconocer). Vida y literatura, ficción y realidad. Podría analizarse demasiado Poeta chileno, pero yo prefiero dejarlo así, ateniéndome a lo esencial de este relato: a esa sensibilidad y entusiasmo vital con que sus personajes y con que el narrador afrontan los hechos. De eso se trata: historias de vida.
En cualquier caso, Poeta chileno es un libro profunda y hermosamente humano, una maravilla que hará que te rías, que te abrumes de la emoción, y que también entristezcas, lágrimas de todo tipo caen mientras lees estas páginas llenas de honestidad, autenticidad y pasión, de una belleza compleja y completa, como todo coming-of-age, que no deja de serlo. Como dije, maravillosa novela, y para mí, una obra maestra imprescindible. Sos grande Zambra.


Desde finales de mayo del 2023 hasta ahora, mitades de Julio, 11 veces ha sido pedido. Casi una vez por mes. Si hasta los timbres están casi colocados a la perfección, sólo ese espacio en blanco entre el 29 JUN 2023 y el 07 AGO 2023 rompe la hipnótica armonía de este orden (y el de la portada rota). Hartas lecturas, en cualquier caso, merecidas lecturas. Realmente gran y preciosa novela Poeta chileno, de lo mejor que leerán en letras chilenas escrito en este milenio. Corta. Ah, y claro: he acá la tradición republicana de todo préstamo bibliometrusco.

miércoles, 17 de julio de 2024

Las correcciones, de Jonathan Franzen


Biblioteca Nacional S03E02. Cuando vi que estaba "Las correcciones", de Jonathan Franzen, sin pensarlo mucho dije venga pa' acá, yo le trataré con cuidado. Ignoro si el nombre de Franzen es muy conocido o no más allá de los lectores empedernidos, de todas formas es un tipo que ha ganado importantes premios (o sido finalista de otros tantos) y que también ha protagonizado sus cuantas polémicas y controversias, de ahí que por lo general se afirme que sus novelas son las buenas y el escritor el insufrible e insoportable. Igual todo esto es para rellenar un poco esta introducción. El caso es que yo sí conocía a Franzen de rato y hace rato que quería leerlo, particularmente esta su tercera novela, la tercera en casi quince años de carrera, que fue la que lo puso en el mapa.


"Las correcciones" es un libro de casi 700 páginas que, podría decirse, tiende a cierta grandilocuencia o sobrecarga y a solazarse en la irrelevancia en ciertos pequeños pasajes (cuando se pone en modo backstory de personajes, si bien jamás se torna tedioso: su escritura es ágil e interesante, a veces quirúrgica, behaviorista, descriptiva, a veces humanista, desaforada, emotiva, hasta lírica), pero que no deja de ser una novela magistral y monumental no únicamente por su magnitud, ni siquiera por su notoria y saludable ambición, sino que, sobre todo, por su agudeza, inteligencia y por la grandeza con que elabora este retrato nada complaciente, pero profundamente humano, de una familia de clase media estadounidense, del midwest para ser exactos, que a su vez es el retrato, mordaz, acucioso, certero, ácido, resignado y rabioso, de una sociedad y de una era marcada por la "amenaza" de los temibles y temidos cambios, de los avances de todo tipo (tecnológicos, principalmente, y sus consabidos ecos económicos y sociales), que inevitablemente afectan a todo individuo, a toda familia, a toda comunidad, para bien o para mal, para mejor o para peor, pero que se aposenta con la fuerza de una bota policial sobre el cuello de algún pobre diablo que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado.
La familia está conformada por Alfred, un ingeniero jubilado que empieza a sufrir los estragos del Parkinson; Enid, la esposa, ama de casa bien entrometida, bien amorosa, bien encorsetada; Gary, el hijo mayor que trabaja como ejecutivo en una empresa ligada a los mercados de acciones y esas cosas; Chip, el del medio, intelectual y profesor universitario que, luego de muchos fracasos, ahora está intentando vender un guión cinematográfico; y Denise, la menor, aparentemente la más estable, cocinera y triunfadora en su vida profesional, aunque descubriremos que su vida personal es algo más complicada. Y mientras Franzen narra las peripecias individuales de cada miembro de la familia a la vez que desarrolla, con una prosa punzante, dolorosa a ratos, la volátil dinámica familiar de este núcleo que parece ir desmoronándose inevitablemente a un abismo de frialdad, distancia, indiferencia, cada personaje a su vez le sirve a Franzen para meter el dedo en la llaga sobre distintas áreas y temáticas que estaban marcando pauta (y que siguen la mar de vigentes) tanto en el mundo occidental como en el país de los sueños de libertad y meritocracia en el cual muy comúnmente cualquier ciudadano de a pie puede mandar al otro mundo a cuanto presidente o expresidente se le cruce en el camino.
Y debo decir que la manera en que Franzen vierte sus observaciones es acertadísima, inteligentísima, visionaria incluso. En la era previa a la explosión de internet y de los aparatos electrónicos como compañía esencial de nuestras vidas, el autor reflexiona y expone cómo estos avances alteran irremediablemente la comunicación entre pares, cómo altera las rutinas, las costumbres, etc., en resumen todo lo que podría decirse que nos hace humanos: la cercanía dando paso a las distancias, la reflexión dando paso a la inmediatez, la integridad dando paso a la popularidad y la más burda aceptación, la conciencia y la moral siendo determinadas por las promesas quiméricas de los nuevos mesías y revolucionarios de la tecnología, de la economía: la individualidad, el espíritu de comunidad, siendo engullidos por la alienante y globalizante fe o religión del nuevo paradigma al que todo estaba entrando por las puertas anchas. Franzen se adelantó en el tiempo y vio la sociedad de bufones que se iría creando poco a poco gracias al mal uso y abuso de  esas tecnologías. Y sin embargo, no piensen que Franzen plantea que "todo tiempo pasado fue mejor", que los cambios y avances son demoníacos, inmorales, innecesarios; todo lo contrario, pues, amén de la amena y legible complejidad de sus numerosas e interconectadas capas, el autor también nos muestra los efectos del paradigma anterior y de esa cosmovisión que podría asociarse a las regiones del midwest estadounidense (para ello se vale de St. Jude, la ciudad donde esta familia tiene su hogar), pero que en realidad provienen de ese modelo post-segunda guerra mundial que estableció roles fijos e inamovibles sobre la mujer, el pater familias, las navidades, la casa, el auto, la disciplina y el respeto cuasi militar al hombre de la casa, las cenas suntuosas, los barrios blancos, los domingos en la iglesia, en fin..., un modelo tan rancio como rancios pueden llegar a ser el nuevo estado de cosas: esa competitividad brutal, ese utilitarismo deshumanizador, el vil triunfalismo, la marginalización del perdedor, la glorificación de la falta de capacidad crítica. Pasar de un paradigma a otro revuelve y convulsiona a cualquiera, pero la codicia, la avaricia, el egoísmo, la superficialidad, la autocomplacencia, la soledad, el ansia y la depresión, el clasismo, la simpleza, siguen existiendo, con nueva máscara, pero igual de podridos y con la misma capacidad para volverte loco y hacerte perder la razón. Un choque generacional no abocado meramente a un árbol genealógico familiar, pues también abarca a toda una nación cambiante, y que se refleja en el contraste entre esta ciudad ficticia y tradicionalista (pero no ajena a los cambios) y "el este", en donde residen los hijos.
De paso se mete con la economía (también con el mundo artístico, intelectual, académico, profesional..., pero no podemos hablar de todo lo que hay dentro de esta novela), con ese capitalismo salvaje y especulador que encuentra su vivo y exacto reflejo en el ilusorio y fantasioso mundo de las acciones, el cual para mí siempre ha sido un vulgar y ridículo remedo de realidad que depende de cualquier nimiedad elevada a catástrofe si a los genios de la bolsas les entra miedo por ver a un jugador rechazar una botella de gaseosa de una reconocida marca. Ese capitalismo salvaje que es como un monstruo que sobrevive a base de consumir y destruir empleos, educación, salud, democracias enteras si así se puede abultar la billetera; que puede valerse de todo con tal de erigirse como el no va más, como el rey del libre mercado, el rey de los libertarados, que de libre, se sabe, jamás han tenido un pelo (y de tarados, imbéciles, estúpidos, tontos, idiotas, hijos de puta, tienen mucho). Pero miren, todo sistema tiene sus peros, no hay sistema perfecto, eso es lo más desmoralizante. Porque si ya hablamos de política, pues bueno... El mundo de la guerra fría con que nació y se fundó ese american way of life se esfumó; las guerras ya no son entre países, en realidad son entre corporaciones, no son políticas propiamente tal, son guerras de capitales. Y la gente de a pie lo pasa mal en las ciudades rurales, en las grandes urbes, en Estados Unidos o en, por decir algo, Lituania. La verdad es que Franzen hace un excelente trabajo creando y narrando esos desquiciados tiempos de fin de siglo, fin de era. No deja títere con cabeza, porque parece decir que, en cualquier caso, estamos entre la espada y la pared: los viejos males son reemplazados por nuevos males, y las soluciones se quedan en el campo de la imaginación.
Y sobre los Lambert y sus integrantes, qué puedo decir. Franzen los retrata de manera despiadadamente compasiva y compasivamente despiadada. Los desnuda hasta el alma, los abre en canal y vierte sus tripas, los analiza sesudamente y los comprende de corazón. Son personajes de carne y hueso que se sienten dolorosamente reales. La sección titulada Últimas navidades en St. Jude me costó un montón porque me daba pena, se me caían las lágrimas. El zarpazo emocional es aún mayor que el componente satírico del retrato de la era pre-digital. Y Franzen escribe de una manera brutal, sin efectismos ni truculencias; digo brutal en tanto sus palabras, su prosa es sumamente bella pero directa al hueso, transparente en el dolor y el sufrimiento, la lectura llega a doler cuando arriba el momento de enfrentar las propias miserias, los recuerdos, los traumas, los rencores, las desilusiones, los sueños rotos, las ideas fijas de repente rotas, las imágenes con que se defendían que se derrumban como castillo de naipes dejándolos indefensos... Y la enfermedad del padre, que actúa como catalizador de este proceso: la desesperación, la desolación. Por qué un hijo odia a su padre, por qué una esposa finge ser una persona que no es, por qué una madre manipula tanto, por qué una mujer se odia tanto a sí misma, por qué aceptamos que esos títulos familiares dicten nuestras vidas, por qué una generación no entiende a la otra, por qué los años parecen abismos siderales... No lo sé, de todas formas Franzen no dicta sentencias ni ofrece respuestas, hace algo más complicado y sale airoso: nos lega seres humanos complejos y profundos que en su imperfección intentan luchar con y a través de un medio cada vez más violento, irreconocible y complicado, y que quizás la forma, el método, el antídoto, sea el (mutuo) entendimiento y la empatía. Pero por dios que cuesta ese camino, pedregoso y empinado camino...
Y vaya, entre tanta cosa no he hablado sobre el título de la novela, pero imagino que ya se figurarán por dónde va la idea de las correcciones, concepto que aparece continuamente en este libro, y que ofrece una clave mucho más definitiva y reveladora de lo que en inicio se pueda presuponer. ¿Qué es una corrección, a fin de cuentas?, ¿de qué podría ser sinónimo? Como sea, para qué seguir. Podría no terminar nunca. Lo cierto es que "Las correcciones" es una lectura imprescindible, una de esas lecturas que dejan huella en uno, que te dejan marcado y que te hacen mejor persona, o al menos te deja con la intención de serlo... Aún siguen dentro de mí estas páginas, aún me siguen emocionando y entusiasmando. Mis más enérgicos aplausos, señor Franzen, ha escrito una obra maestra que cualquier escritor quisiera tener en su currículum.

Así que hemos llegado a nuestra querida tradición republicana de todo préstamo. La tarjeta está bastante llena, y es que en unos diez años y medio, este libro ha sido requerido trece veces, bastantes más que las que uno podría pensar tratándose de un escritor no tan conocido y de una novela tan extensa. Igual que entre mi préstamo y el anterior hayan pasado casi seis años es como una exageración, pero bueno, eso quiere decir que, hasta ese entonces, en cinco años y medio este libro se leyó doce veces. Me pregunto qué habrá pasado para ese silencio que vino después...

martes, 16 de julio de 2024

BEHOLDER 2

Después de jugar Beholder y su DLC Blissful Sleep, tenía que llegar Beholder 2, interesados como quedamos con la notable primera entrega. No es que nuestras expectativas fueran muy altas, siempre se llega con cautela al delicado mundo de los videojuegos, pero esta continuación ha sido una completa decepción. Lamentablemente.

Y eso que comienza bastante bien, con una secuencia bien potente, con reminiscencias expresionistas, en donde el padre del protagonista, lamentándose de sus actos, llega al Ministerio a hacer algo definitivo, sólo para caer por la ventana del piso más alto al vacío. Con su muerte como misterio, nosotros pasamos a controlar al hijo, quien, para poder esclarecer la muerte de su padre y todo lo que rodea a tal hecho, debe adentrarse en la fría y desalmada máquina burocrática, subiendo peldaños y pisos, para descubrir la verdad. La premisa argumental, entonces, es bastante interesante e invita efectivamente a que nosotros aceptemos ser parte del juego, a ser otro órgano en este entresijo de entrañas frías como el acero.

El problema es la jugabilidad. Pierde todo lo bueno de la primera entrega. La urgencia, para empezar. Ya no hay plazos para las misiones, uno puede tomarse días (del tiempo del juego) para llevar algo a cabo y no importa. La presión que uno sentía en el primer juego era esencial para hacer más complejas las decisiones morales, porque con el tiempo encima, hacer lo que uno piensa que es correcto se hace más difícil. En este caso da lo mismo y es una lástima, le quita emoción, adrenalina. Lo otro es el sigilo, el peligro. No lo hay. Como en el primero, acá podemos meternos a oficinas y cubículos ajenos para recabar información, pero ¿por qué demonios uno puede hacerlo como si fuera dueño de todo? Literal, uno se mete a un cubículo y el colega de ese cubículo se queda afuera, esperando a que terminemos de hacer lo nuestro sin consecuencia alguna. Cómo sufría en la primera entrega cuando veía que los residentes llegaban y se acercaban a sus apartamentos mientas yo aún seguí adentro, mirando y escarbando. Entonces, no hay urgencia, tampoco hay peligro. Uno puede campar a sus anchas sin que nadie te diga nada, y está toda la información a mano, no hay secretos (del primer juego recuerdo los nervios y el estrés porque no podía ver dentro de los apartamentos sin las cámaras, que no eran baratas). Por lo demás, la banda sonora, repetitiva y plana, tampoco ayuda a crear una atmósfera intrigante, nerviosa, palpitante de temores. Así las cosas, en los tres pisos que uno llega a jugar (cada piso con un jefe de planta al que debemos, o no, remover de su puesto para seguir ascendiendo) la jugabilidad es una seguidilla de misiones anodinas y sin mucha imaginación que nos hace ir de un lado para otro cumpliendo requerimientos y favores para recibir algo a cambio. Es decir, el componente moral, aunque presente, es de una debilidad insultante para con el espíritu de lo que era esta franquicia. Los personajes son caricaturas y, si bien hay más ramificaciones argumentales de lo que se aparenta (aunque, por como se dan las cosas, pareciera que solamente hay un scriptado camino, que las demás posibilidades son meras curiosidades sin importancia ni peso al camino principal que los desarrolladores quieren que sigamos sin desviarnos mucho), no hay incentivo para explorar las distintas psicologías y personalidades de nuestros colegas, meros arquetipos elevados al cuadrado que en realidad hacen del todo fácil que uno los despache así sin más para poder seguir ascendiendo. A nivel emocional, ningún personaje te toca, ni siquiera el protagonista. Y la premisa argumental se pierde en un mar de extravagantes y exageradas historias que le restan seriedad y credibilidad a este supuesto clima de miedo, tensión; por lo demás, el gran secreto del padre es el enésimo intento de los poderosos por controlar a las masas, entonces uno se la pasa jugando y haciendo cosas anodinas e iterativas para que la gran revelación sea un chapucero plan de pacotilla.

Cómo será que, una vez llegado a mi final, ya no quiero jugar más. No quiero descubrir nuevas formas de salvar o condenar a ciertos personajes. Me dan lo mismo los otros finales, y mira que soy de esos tipos obsesivo-completistas. Pero en este caso nones. Lo único que quiero es no volver a meterme en este maldito juego. Y es que, además, entre medio de las misiones y favores y todo eso, uno tiene que cumplir con la cuota laboral de oficinista, y por dios que son soporíferas las mecánicas que debemos cumplir en cada piso. Aplicar sellos, qué emocionante. Lo dicho, una completa decepción. Y hay una tercera parte, pero nos tomaremos nuestro tiempo para jugar esa...

No se pierden nada si no juegan a esta continuación.

lunes, 15 de julio de 2024

Metrópolis, Homenaje a la película de Fritz Lang, de Christian Montenegro


Bibliometro S02E05. Yo quería pedir otro libro pero no estaba en la sucursal a la que fui (y eso que en internet decía que sí estaba*), por lo que, sin pensarlo mucho (debí haberle dado más vueltas), al ver que Metrópolis, la novela gráfica, estaba ahí, de pie, llevado por la curiosidad, me dije "qué demonios, pidámoslo". Y acá estamos. Debí haberle dado más vueltas, no elegir por elegir.
*Por cierto, debo elogiar el sistema y la página web de Bibliometro. Me parece de lujo. Mucho más avanzado y amable, por no decir completo, que el sistema de la Biblioteca Nacional, por cierto. Es más fácil buscar, interactuar, hacer seguimiento a lo disponible, a lo ya pedido, permite hacer muchos aspectos online... En fin, un verdadero lujo, 10/10, sí señor.


El autor es un artista visual argentino, admirador de la obra maestra de Lang. En términos gráficos, la calidad de las imágenes, del libro como objeto, de las páginas y la impresión y todo eso, Metrópolis ofrece un producto de calidad. Nada que decir al respecto. Las imágenes capturan y evocan esa imaginería expresionista, la grandeza del mundo creado para la película. Se nota la admiración y la fidelidad, sobre todo el respeto por la película. La narrativa es mayormente visual, con algunos textos para los diálogos y para descripciones argumentales necesarias que la imagen por sí misma no pueda transmitir. En cierta forma, un relato "mudo".
Ahora bien, ¿qué aporta realmente esta novela gráfica a la película de Lang?, ¿a los que vieron el seminal film alemán? Poco y nada, diría yo, en tanto uno ya conoce el argumento, los personajes, los símbolos y las lecturas. De hecho, para el lector que no haya visto la película puede que le sea complicado seguir ciertas partes del argumento, es decir claramente estamos ante una obra hecha para un público ya conocedor de la historia del cine. Esta novela gráfica es más bien un capricho, un gusto personal de parte del autor. Ignoro qué técnica de ilustración gráfica haya usado, pero, de todas formas, está lejos de lo que propone y logra, por ejemplo, Thomas Ott en sus obras, mucho más atmosféricas y visualmente impactantes que el presente homenaje, sin mencionar que las novelas gráficas del suizo también son, en esencia, mudas, y logran narrarse por sí mismas, a través de la imagen. Las de Montenegro son imágenes bien logradas, de calidad, pero supongo que una técnica más arriesgada habría sido de agradecer, o haberse atrevido a realmente "adaptar" el filme de Lang al lenguaje del noveno arte. Lo suyo fue llevar una película a imágenes y listo.
Lo más interesante viene al final, una suerte de epílogo en donde se narra las travesías que tuvo "Metropolis", la película, y la razón de sus muchos metrajes y cortes, el rol importante que tuvieron los archivos argentinos de cine, que tenían una copia fiel a la visión de Lang, y en fin, más cosas que es mejor que descubran por propia cuenta.
En resumen, una novela gráfica bien lograda en términos técnicos, pero que realmente no justifica su razón de ser, su aporte a la película o al cine. Prescindible, muy.


La tradición, la tradición. Incluyéndome, 10 personas hemos pedido esta novela gráfica en casi un año. Me pregunto si son personas que saben algo de cine o simplemente son personas a las que les llamó la atención la portada de este ejemplar, que seguramente dejan en vitrina para darle posibilidades. Me pregunto qué habrán pensado. No hay como ver una película, en todo caso.

sábado, 13 de julio de 2024

Compases al amanecer, de Germán Marín

Bibliometro S02E04. Germán Marín es un escritor que me encanta. Su obra posee una fuerza descomunal, rabiosa, singular, salvaje, salvajísima. La suya es una voz con autoridad. Y hace años que he podido leer casi toda su obra gracias a la Biblioteca Nacional, luego de lo cual he ido comprando sus libros en la medida en que los he ido encontrando, elusivos como son algunas ediciones. Por ejemplo, el presente volumen de cuentos, Compases al amanecer, que a pesar de no ser un libro antiguo ni de una editorial extinta (Hueders, vivita y coleando), no lo encuentro a la venta en ninguna parte. Y henos acá, por fin leyéndolo, adentrándonos más aún en el mundo literario de este escritor al que no se le valoró lo suficiente, por desgracia (y cuyo homenaje a Braulio Arenas, en las primeras páginas, quizás resultó premonitorio en el trato que se le dispensó a él), y que pasó a mejor vida a finales del 2019, en una noticia que recibí con bastante pesar, a decir verdad, pero que no iba a extrañar a nadie que se informara medianamente del estado de salud de un escritor que no dejó de escribir ni publicar hasta que dio su último aliento. Que en paz descanse.

Marín solía decir que lo suyo era vocación, la vocación de escribir y de narrar. Que le daba lo mismo "la carrera literaria". Le daba lo mismo todo el juego de los premios y reconocimientos literarios hacia su obra, impulsada por el deseo de plasmar en sus páginas su ácida y cáustica visión del país, no de recolectar premios, por lo demás, como editor que también era, enterado de todos los tejemanejes y engranajes que suceden detrás de escena cuando, por ejemplo, llega el momento del Premio Nacional de Literatura, más un desfile de influencias y sordas rencillas que una auténtica demostración de aprecio a los méritos literarios (que a mi juicio son innegables en quienes han recibido tal distinción en el último tiempo). Marín siempre fue un perro rabioso que iba a la contra, sin pelos en la lengua, y que además podía estar a la altura de sus palabras gracias a su obra, rotunda y certera como un bisturí. Pero es que además a través de su obra refleja el Chile hipócrita y falso, de opereta, que vino después de la dictadura. Las sonrisas de plástico, las palabras de buena crianza, el olvido... El que nada pasó, el para qué mirar atrás. Marín en sus cuentos y novelas enrostra a todos los hipócritas que el horror sigue presente, camuflado entre los pliegues de la democracia, que ese horror no es un eco, es una voz aún latente entre nosotros que quiere disfrazarse y pasar desapercibida. Marín dice: tú eres cómplice, tú sabes quienes se esconden entre nosotros, esta normalidad es una careta repugnante y eres parte de eso, eres cómplice de eso. Marín, el escritor incómodo, el escritor que revive el horror y honra el sufrimiento de las víctimas con hechos, con sangre y sudor y lágrimas reales, en el país donde se vive y se resuelve todo simbólicamente. Si Poli Délano es el escritor chileno que mejor y más escribió sobre el insoportable y cruel dolor del exilio, Germán Marín, que salió al exilio poco después del Golpe y retornó a Chile el año 92, es el que mejor escribió sobre los fantasmas reales de la dictadura en democracia. Si se fijan, los 17 años de la dictadura no están presentes en su obra como tal: sus historias se ambientan antes o después, pero la dictadura está presente porque Marín lo sabía: la dictadura nunca se fue. El dictador nunca fue procesado, muchos de sus verdugos se escondieron en las sombras, los defensores siguieron haciendo política, y la gente, por desgracia, la gente piensa que fue una época necesaria...

Con todo lo anterior, no todos los cuentos de Compases al amanecer tratan sobre la dictadura. Marín escribe también sobre el tedio y la superficialidad de la sociedad moderna, del hartazgo y cobardía existencial del hombre promedio, de la hipocresía, de las relaciones humanas marcadas por la incomunicación y los abismos interpersonales, del deseo y la frustración, de la desigualdad inherente entre toda persona, de las ciudades y su rostro de concreto erosionado por el sol, por el tiempo... A menudo las suyas son historias lúgubres, sórdidas, macabras, de desaliento y desespero, soledad, vacío. Sobre las bajas pasiones, las expectativas y los sueños, el sino trágico del fracasado, del marginado, del perdido. Los secretos, lo que se ve. Marín coquetea continuamente con vidas anodinas que entran en contacto con el lado oscuro de la vida y de la ciudad, tomando giros a menudo irreversibles.

Espíritu de cuerpo va un poco sobre lo que decíamos. Es una reunión de excompañeros de la Escuela Militar y de cómo el protagonista, un exiliado de izquierda, está sentado, compartiendo copas y risas, con quienes alguna vez fueron directos partícipes del horror.

Talante, La invitada, Detalle y Me acuso son breves textos en donde se exponen los demonios internos de sus respectivos narradores, con un lenguaje directo y furioso que llega a perturbar bastante.

No hay mejor espejo que la tinta va un poco sobre el tras bambalinas del mundillo literario. Mucha ironía, mucha decepción, mucha resignación.

El presente es un desolador e imaginativo cuento sobre un amnésico que, al tomar consciencia de su amnesia, no sabe qué hacer con su vida, perdido como queda en una ciudad también amnésica.

Carecueca es sobre uno de esos civiles que encontró su vocación como cómplice de la dictadura, ahora siendo un modesto viejo que vive tranquilamente... pero siempre mirando por encima del hombro.

Cansancio, La Bambi, La diosa y Tetas de invierno, incluso Intimidad, van sobre la tentación que provocan las mujeres en la vida de unos hombres a veces pusilánimes, a veces débiles, a veces deshonestos, pero siempre proclives a caer en la desesperación de un elástico y cálido cuerpo femenino.

Tiempo, A Gerardo de Pompier, El Majestic y "Si vas para Chile", a su manera, hablan sobre el paso del tiempo y lo que queda del pasado en el ahora, a veces visto con desilusión y aburrimiento, a veces con ímpetu y energía, incluso rozando lo surreal y sobrenatural, pues se sabe lo malvado y perverso tiene sus formas de subvertir el plano de lo real.

Lengua bruta es un divertido ejercicio en donde se replica el hablar de un hombre simple y arrabalero que cuenta por qué mató a un amigo suyo.

"No soy de aquí, ni soy de allá" es sobre un mexicano en Chile y cómo se las arregló durante la dictadura de Pinocho. Se le agradece el humor, eso es lo otro que tiene Marín: esa capacidad para traer lo cómico (o tragicómico) incluso de los hechos más atroces si es que es necesario. El patetismo como ingrediente consustancial al hombre de a pie, moderno, actual, habitante tristemente cómico de esta jungla de cemento, de esta urbe impersonal y voraz.

Un verdadero placer de lectura. Siempre rescato mucho de la obra de Germán Marín, siempre me quedan revoloteando sus letras en mi mente. Porque para ser alguien que escribe bastante sobre lo real, sobre lo olvidado, Marín posee una imaginación sin límites aparentes. Un verdadero escritor, un verdadero creador, a fin de cuentas. Ya lo verán a medida que vaya comentando su obra, que iré colando mientras pido libros prestados. Espérense nomás.

La tradición republicana. La ficha nos dice que este libro ha estado en circulación en Bibliometro prácticamente desde su lanzamiento, desde su publicación, el año 2010. En más de doce años, hasta hoy, 16 personas han pedido y leído este libro. Espero que esas 16 personas hayan disfrutado el libro del que fue un excelente escritor, cuya obra no debería quedar en el maldito olvido jamás de los jamases. Si pueden, léanlo. Si son de acá, inscríbanse y pídanlo. Y si son de afuera, búsquenlo, cómprenlo y luego me lo mandan de regalo :)