Biblioteca Nacional S06E03. Ayayayay... Fin del sexto ciclo de préstamos en la Biblioteca Nacional, y vaya vaya, qué manera de terminar, con la más reciente puta novela de Alberto Fuguet, un escritor que me causa especial rabia y desilusión porque, debo decirlo con toda honestidad, sus primeros libros me marcaron bastante, entiéndase Mala onda y Por favor, rebobinar (y un par de cuentos en su volumen Sobredosis), cuando aún iba en el colegio. Fueron libros con los que conecté y me sentí interpelado, apoyado, acompañado, pues hablaban de temas que nunca me han abandonado, la incertidumbre vital, la alienación, el inconformismo, el hartazgo existencial pero también la pasión por el arte, por las historias. Encontré una voz y una energía tan auténtica en esos libros, o que al menos a mi yo de entonces le parecieron tan auténticos (entre mis 18 y 20 los releí varias veces), una propuesta por lo demás que se diferenciaba del panorama imperante. Fuguet también es cineasta y en Cine en tu cara comentamos favorablemente Se arrienda, su opera prima, y Las hormigas asesinas, un cortometraje sumamente hipnótico, genial. Pero el tiempo no pasa en vano y no sé qué pasó, si yo me hice viejo en cierta forma o si Fuguet se hizo demasiado viejo y perdió su toque, o ambos. Desde el 2010 Fuguet no ha hecho nada bueno ni relevante y él mismo se ha convertido en una figura posera e impostada, el adulador por antonomasia que, para no perder peso en el panorama literario y cultural chilensis (o iberoamericano, si se pone ambicioso el pobre), persigue tendencias desesperadamente para luego hacerlas pasar por esfuerzos e impulsos propios. Todo su rollo con la no ficción es un perfecto ejemplo de ello ("la no ficción es lo que ahora lo lleva"), también el hecho que siempre va cambiando y acomodando opiniones y posiciones dependiendo de la coyuntura, un día dice que no le gusta la obra de tal escritora y luego, cuando ella gana un premio importante, la ama y se declara su admirador. Lo mismo sucede con las tecnologías, lo digital la lleva, luego lo análogo, nunca quedas mal con nadie... Fuguet siempre está intentando ser la punta de lanza de la nueva moda, si se fijan en sus entrevistas (tiene un espacio privilegiado en la prensa, amén del poder de las editoriales que lo tienen de bebito regalón y le hacen tremendas campañas publicitarias, como si fuera el representante de su clase, la "oveja negra" o hijo pródigo al que ahora hay que mantener a flote) siempre anda dictando cátedra sobre lo que es ser rebelde, rupturista, transgresor, cuando él mismo es un escritor la mar de privilegiado, acomodaticio y alimenticio que solamente le sigue la corriente a personas con más inventiva, valor y atrevimiento, pero con menos resonancia mediática, he ahí la clave. Prepárense, será un post largo, porque leer Ciertos chicos me ha dejado de malas como no me sentía hace tiempo, ni siquiera con La información (que me dejó más bien desolado y consumido por dentro).
Voy a comenzar hablando sobre los libros que definitivamente han confirmado la deriva decadente en la obra de Fuguet. Como dije, desde el 2010 ha sido un descenso mierdoso, y no digo de antes porque todo lo que ha hecho en el 2000 no he podido leerlo aún. Aprovecho ahora porque no pienso volver a leer esos putos libros nunca más en mi vida, una vez es más que suficiente.
-No ficción, del 2015. Si bien la obra de Fuguet siempre se ha inspirado en sus propias vivencias y circunstancias, por esta época le dio con disfrazarla con el maquillaje de la "no ficción", era lo que estaba de moda, lo que estaba siendo premiado; la narrativa de ficción cedió algo de espacio a libros que no son ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario, es decir historias testimoniales con toques de crónica y ensayos que se presentan novelescamente. Lo otro que estaba al alza, al menos en el mainstream (porque los circuitos under e independientes siempre han sido más adelantados, y por más indie que se crea Fuguet siempre ha sido un regalón de las grandes editoriales... y en cuanto a Chile, que no tiene industria cinematográfica, qué producción no es independiente), era la narrativa queer.
Así que Fuguet saca una breve novela titulada No ficción, cuya portada es la foto de un hombre sentado y haciendo resaltar el paquete (muy transgresor), y que, en plan Manuel Puig, se narra solamente a través del diálogo entre dos sujetos que son novios, o están peleados o no sé qué, pero que se sacan en cara cosas, se cuentan cosas que ya saben y hasta hablan de lo que están haciendo ahí mismo (no hay otra forma de que el lector se entere de cierta información, al no haber otra voz, que de esa manera tan antinatural y forzada), todo un ejercicio tan intrascendente como inútil y plano, superfluo, que ni siquiera es capaz de respetar porque de repente surge un narrador omnisciente para contar lo que Fuguet no puede a través de los diálogos, que aprovecha más que nada para insertar sus propias opiniones (nada más indigno y repugnante que violar la autonomía de tus personajes para que hablen por ti) sobre tal o cual cosa, y que, por lo demás, suenan pésimo, como el viejo cincuentón que era intentando replicar el habla de adultos jóvenes. Y que para más remate, toda esta crisis sentimental brilla por una cursilería pueril y ridícula que te hace poner los ojos en blanco (estos treintones se creen adolescentes), porque es difícil de creer que alguien pueda escribir algo tan blando y alguien piense que sea buena idea editarlo y publicarlo.
Esto es lo que recuerdo de No ficción, esa basura sentimentaloide y chabacana.
-Al año siguiente publica Sudor, un libro de más de 600 páginas (aunque Fuguet andaba encantado diciendo "mi libro de 500 páginas", como si significara algo la cantidad de páginas, pero que da muestra de la naturaleza epatante de este autor, que piensa que con cosas tan banales como la extensión puede impresionar a la galería) sobre, en esencia, hombres tirando a través de aplicaciones de cita. Fuguet, en pleno 2016, jura que inventó la rueda y que Sudor es una novela original, transgresora y rupturista, que en Chile no se habían publicado libros antes con personajes homosexuales, y que abrazar de manera tan infantil, obvia y teledirigida el homoerotismo supone algún tipo de logro, de mérito, de esfuerzo (el bebé regalón de los grandes grupos editoriales haciéndose el underdog de la narrativa queer, obviamente la prensa se prestó para el juego). O que va a escandalizar en este país tan pacato... Sudor, como dije, aprovechando la excusa de la publicación de la última novela de un importante autor mexicano en territorio chileno, trata sobre el empleado de una editorial que se lía con el hijo de ese escritor, aunque antes, durante y después se junta con cientos de hombres con los que tira de todas las formas, e insisto, el chiste aburre por acumulación y resulta patético que un viejo que se las da de joven base TODA su novela de 600 páginas en los escarceos sexuales del patán del protagonista, quien, por cierto, como trabaja en una editorial, nuevamente se las da de generador de tendencias y habla sobre las bondades de la no ficción, que es lo in, el no va más. Imaginen una novela de tal magnitud sobre encuentros heterosexuales, suena igual de plano, somero y repetitivo, pero he aquí que Fuguet, aprovechándose de la narrativa queer para erigirse poco menos que en el revitalizador o creador de la escena (al menos en Chile), lo escribe todo con una prosa, además de plana, pobre, simplona y de una capa (todos los personajes hablan y piensan igual, narrador incluido, todos los personajes son igual de neuróticos, contradictorios -en el mal sentido, en el sentido de que ni Fuguet puede seguir la pista de lo que escribe-, estúpidos), que brilla ridículamente por su autosuficiencia y autocomplaciencia, onanismo epatante puro. Y, de nuevo, cursi y meloso y ¡¡¡aaaarrrggghhhh!! Mal. Dudo que alguien se haya tomado en serio este burdo y falso ejercicio de rebeldía editorial. Más aún cuando era el mismo Fuguet quien, varios lustros antes, criticaba con acidez y mala leche a otros autores que publicaban historias homoeróticas. Entonces cómo es la cosa, Alberto, decídete.
-V/H/S (Unas memorias), un año después de Sudor. Como si ya no lo hubiera hecho antes, Fuguet habla sobre los referentes culturales (musicales, literarios, cinematográficos) que lo marcaron mientras crecía y maduraba en el Chile de la dictadura, con esas ideas fijas prefabricadas que ya le conocemos tanto, sobre ser un secundario en tu propia vida, sobre encontrar la playlist de tu vida, sobre que la vida es una ficción (o no ficción), además de acompañarlo con reseñas de ciertas obras y, ¡oh gran novedad!, contando sus propias experiencias homoeróticas, "porque ya era el momento". Muy conveniente todo, ¿no? Al menos al estar presentado en plan "memorias" la prosa de Fuguet es algo más contenida, algo más soportable que su trivial e insulsa estilización escritural, pero lo más sangrante de este libro son las opiniones de mierda del autor, que sólo reflejan su pésimo gusto disfrazado de erudición. Fuguet, se le nota a kilómetros de distancia, siempre ha sido un hipster narcisista que cree ir más adelantado que el resto, pero con estas memorias me queda claro que el compadre siempre ha sido pura pose, y que si puede haber algo de autenticidad en su interés por refugiarse en las películas, la música y los libros (lo que no lo hace para nada único ni parte de ninguna maldita legión) al ser un muchacho solitario, pronto lo vencen las ganas de alardear, de conocer simplemente lo más "importante", lo-que-hay-que-leer, lo que podría hacerte interesante a los ojos de otros, precisamente, para buscar introducirse y mantenerse en algún panteón de relevancia y privilegio. Para pertenecer... pero no en cualquier grupúsculo: para pertenecer a los grandes Grupos. Todo fríamente calculado, y por supuesto, bañado con ese típico tono periodístico aleccionador, pedagógico y sobrado de quien se jura pionero y visionario.
Con estas memorias, Fuguet terminó de morir para mí.
Luego de tres años de publicaciones continuas y de numerosas entrevistas y de ser el bebito regalón de la Penguin Random House, en donde la recepción de todas estas obras fue todo lo contrario a lo esperado (lo mejor que pudo recibir fue indiferencia), Fuguet debió darse cuenta de lo pequeño e irrelevante que era, que nadie se impresionó ante estas burdas muestras de "no ficción", y se fue a refugiar o esconder con sus amigotes. Pero, luego de un cambio de editorial, ha vuelto a la novela con Ciertos chicos, y como yo soy ingenuo e imbécil, y como alguna vez me sentí identificado por las primeras obras de este autor, pensé que quizás habría aprendido la lección, que afrontaría una nueva novela con otro enfoque más humilde, más arriesgado, que trabajaría duramente para recuperar a ese gran escritor que para mí fue durante los noventa. Pero, les adelanto, no es así: Ciertos chicos es aún peor que los tres libros anteriores combinados.
Dos cosas antes: primero, la portada me gustó; segundo, ¿ustedes creen que me gusta ponerme así?, ¿que es la mejor parte de mi día el tener que despacharme a gusto con alguna cosa que no me haya gustado? No deja de darme lata, la idea de este blog y de Cine en tu cara es, en esencia, compartir y descubrir, que expandamos nuestros horizontes porque por algo estamos acá, y claro que debo dar mi opinión, si todo fuera bueno sería ideal, por desgracia ocurren casos como Fuguet y no hay otra forma que simplemente destrozar todo lo mediocre y deficiente que hay, que en este caso es todo. E insisto, miro la portada de este libro y me da no sé qué, es un libro que se esfuerza tanto por ser querido y aceptado, pero está tan mal hecho y se ve a leguas que está teledirigido, que es inevitable, no puedo suavizar lo que pienso de este zurullo de 450 páginas.
Muy bien, ahora la reseña como tal. Por dónde comenzar, demonios.
Comencemos por la trama, partamos por lo básico: Ciertos chicos nos cuenta la historia de Tomás Mena, un muchachito de 18 años recién salido del colegio, de clase media (aunque una clase media bien privilegiada, cómo se nota que Fuguet no tiene idea lo que es realmente ser de clase media, espiritual y económica y sentimentalmente hablando), que está emocionado ante lo que su vida puede ofrecerle a futuro, y Clemente Fabres, un estudiante de periodismo de clase alta, exiliado retornado de Inglaterra, que sólo quiere irse lo más rápido de Chile luego de terminar la carrera, porque en este país no se siente a gusto ni bienvenido ni acompañado, no es su lugar. Estamos en los ochenta, bajo la dictadura de Pinochet.
Del anterior párrafo ya podemos hablar de dos cosas:
1.- Si bien nunca me ha molestado que Fuguet escriba sobre personajes de clase alta para arriba o intelectualmente refinados o cuyas preocupaciones/urgencias vitales sean del ámbito cultural y estético (lo cual no tiene nada de malo; hay varias excelentes novelas chilenas que tienen las mismas características temáticas -aunque, sobra decirlo, mucho mejores que la mierda que nos convoca ahora-: Toda la luz del mediodía, de Mauricio Wacquez, o las dos novelas que Juan Agustín Palazuelos publicó en vida, Según el orden del tiempo y Muy temprano para Santiago) porque lo suyo era algo más grande que eso: la abulia existencial, la desidia, la alienación, el vacío, etc., con el certero retrato de lo asfixiante de esa burbuja a punto de reventar, entonces ya digo que aunque eso no me molesta per sé, no es menos cierto que no debería intentar escribir sobre lo que no tiene idea, en este caso sobre la vida de una familia de clase media, sobre sus costumbres y dinámicas, a la que retrata de la misma manera en que escribe sobre sus fracturadas y emocionalmente nulas familias pudientes. Cree que una familia de clase media es lo mismo que una de clase alta, pero viviendo en un barrio más modesto. Ridículo. Hay que comparar la clase media versión Fuguet con la clase media de los cuentos de Romina Reyes, Arelis Uribe, Paulina Flores, Alejandro Zambra, por mencionar ejemplos chilensis ya comentados en este blog, y las diferencias saltarán a la vista.
2.-Ligado a lo anterior, tenemos otra muestra más de un nada genuino ni auténtico Fuguet plegándose a las modas o tendencias. Fuguet siempre ha sido reacio a escribir sobre problemáticas sociales; puede que estén en modo contexto, en modo trasfondo, en modo decoración de escenario, en modo "set cinematográfico" (para emplear sus analogías), pero nunca han sido el núcleo de sus escritos... Pero mírenlo acá, "haciéndose cargo" del tema de la dictadura y de las diferencias de clase, sin duda influido por el alcance del Estallido social en el panorama literario chilensis. Recuerdo en ese entonces haber leído con risas entrevistas en donde Fuguet, quien solía criticar ácida y furiosamente obras y autorías centradas en distintas problemáticas socio-políticas, celebrar, animar y gritar a los cuatro vientos que, ahora, el camino es, miren ustedes, "hacerse cargo" de nuestras circunstancias a través de las escrituras de ficción o no ficción. Muy oportunista nuestro amigo. El resultado, sin embargo, es superfluo. Como muy en el fondo, bajo esas boutades y titulares para la galería, a Fuguet no le interesa hacerse cago de lo dicho, su intento de "escribir sobre eso" en Ciertos chicos termina en un retrato unidimensional, plano y simplista de todos los fenómenos que ahora taaaaaaaaanto le interesan (entiéndase en su acepción más lucrativa). Fuguet sólo es capaz de ver fenómenos y problemáticas sociales desde la distancia aristocrática, teñida de condescendencia y altiva curiosidad, y por lo tanto, abordarlos literariamente desde la apropiación y la proyección en lugar de la comunión o el entendimiento.
Ahora bien. Ciertos chicos es una novela redundante y repetitiva, parece un borrador no leído ni pulido ni analizado, porque sorprende la cantidad de párrafos que dicen lo mismo una y otra vez, a veces casi con las mismas palabras, incluso dentro de un mismo capítulo, desde el inicio hasta el final. Y lo peor es que todo lo que repite no es nada interesante, es la misma mierda de autoayuda con filosofía de bolsillo sobre que Tomás Mena está listo para comerse el mundo, para brillar, para ser su mejor versión, que quiere dejar de ser él sin dejar de ser él ni ser otro más, Tomás Mena está listo para salir al mundo, adueñarse de su vida, iluminar la oscuridad, bla bla bla... Le sobran unas 200 páginas a este perfecto ejemplo de la peor clase de horror vacui que también se la pasa rellenando y rellenando párrafos con inútiles listados de marcas y referencias culturales y comidas y olores y sabores y tiendas en un intrascendente y trivial ejercicio de reconstrucción espacio-temporal. El espíritu de la época, para Fuguet, está en detallar minuciosamente el material de cada prenda, el decorado de los departamentos (cuadros, pisos, en fin), sin importarle si redunda una y otra vez en lo mismo, como en los infinitos referentes culturales que cita una y otra vez (y no por citarlos eres tan bueno como ellos, Fuguetito, tanta cita no te convierte en aquellos que calculadamente admiras). Porque, he acá lo central, la suyo es una revisión en clave decididamente pop de la dictadura. El horror de la dictadura estriba en que no acepten tus maquillajes, tus conjuntos de ropa, tus gustos musicales (lo peor que pueden hacer los inofensivos militares es mirarte agresivamente y hablarte golpeado con alguna inocente amenaza); que la manera de vencer a la dictadura es a través de la cultura pop más desenfrenada y desaforada, todo sería distinto si Pinocho fuera fanático de Depeche Mode. He ahí la verdadera liberación, y sus mesías son nada más y nada menos que nuestros dos ingenuos y estúpidos enamorados, un par de inútiles que creen que se las saben todas aunque no sabrían diferenciar entre un huevo frito y uno cocido.
Porque Ciertos chicos es insoportablemente narcisista y ególatra, todo en este libro exuda arrogancia y superioridad, desde sus insufribles personajes (no sólo los dos ingenuos protagonistas), la prosa sin gracia ni estilo, hasta la presencia que como autor Fuguet fuerza en todo momento, insertándose a sí mismo en cada diálogo, cada párrafo, cada visión y opinión. Ciertos chicos no es más que SU visión de la dictadura y del Chile actual, no el retrato certero u objetivo por el que pretende pasar; en última instancia el único que resulta retratado es él, y el resultado muestra a un autor anquilosado, esquemático, inseguro, desesperado de atención, increíblemente resentido por no ser glorificado como él cree que merece serlo, buscando apropiarse de una narrativa y de una época aciaga para comprar su lugar en la posteridad literaria chilensis, para recuperar su fama de antaño en un medio al cual de todas formas aborrece. Porque acá viene, con diferencia, lo peor de todo: Ciertos chicos, disfrazado de artefacto pueril y extremadamente pop y romántico, no es más que un patético ajuste de cuentas de un escritor sesentón con su propia generación y las nuevas, ninguna de las cuales lo abrazó lo suficiente. Es como si quisiera triunfar frente a las narices de quienes, con justicia, desprecian y olvidan su obra. No es gratuito que sus protagonistas "brillen" tanto que a día de hoy (el hoy dentro del libro) sigan influyendo. Es el sueño húmedo de Fuguet, sólo posible en un libro suyo.
Sobre lo de los ajustes de cuenta, sin embargo, debo decir que hay opiniones que, en esencia, comparto. Fuguet, a través de sus personajes, critica a sus compañeros de periodismo (y de otras carreras más afines a las humanidades) en la U. de Chile en los ochenta, que tampoco han cambiado mucho veinte años después, es decir, otro grupo de politizados poseros que piensan que son rebeldes al gritar contra el sistema o reivindicar figuras opositoras pero que no hacen nada real ni concreto en su vida y su cotidianidad para mejorar, y que desprecian abiertamente otras luchas minoritarias. Puedo dar fe de ello, en el colegio y en la universidad tenía compañeros así, misóginos y homofóbicos (y ya ni hablar del medioambiente o los derechos de los animales) que sin embargo se creían los mejores simplemente por ser de ciertas juventudes y que por no repetir descerebradamente sus consignas eres todo lo contrario, encerrados en su hiperventilada y pequeña burbuja universitaria. Tal como sus compañeros o los míos, cuando salieron a la vida real, me pregunto cuántos no se han plegado a los mecanismos del sistema que tanto querían derrocar, convertidos en responsables ciudadanos modelo beneficiándose de las precarias regalías de nuestro paraíso neoliberal. En eso no tengo nada que decir, es una observación certera y que duele por lo mismo, y que imagino duele más viniendo de quien viene, del payaso autocompasivo y reprimido que es Fuguet (o del para nada cualificado vagabundo al borde de la bancarrota que soy yo); sin embargo, desde su propia vereda, desde su propia burbuja de fantasía pop y Disney, Fuguet hace lo propio con él mismo y sus personajes, repartiendo odio y desprecio con sus virulentas caricaturas, que están demás considerando que la lectura de fondo no estaba tan errada. Y sobre el presente, bueno ahí la cosa es más complicada: Fuguet se confirma como el tradicional conservador que siempre ha sido, sin autocrítica y apresado en sus propios tropos. Sus personajes les dicen a los más jóvenes "no hay que mirar/juzgar el pasado desde el presente", que es, curiosamente, lo que hacen sus ciertos chicos ochenteros cuando se refieren a la generación de sus padres y abuelos, pero coherencia no se le puede pedir a Fuguet, que se vio envuelto en un par de controversias hace poco. Y aunque exagerado, no deja de ser bastante precisa la manera en que los jóvenes actuales están descritos, discursiva y físicamente, si bien, como digo, la impresión mayor que queda es la del viejo sesentón que se siente perdido e inseguro en un mundo nuevo, y que por lo mismo sólo le queda gritar a las nubes mientras añora su pasado de gloria, su todo tiempo pasado fue mejor. Su "yo fui un verdadero rebelde". Su "mi juventud es mejor que la juventud de ahora", su "mi juventud era juventud de verdad".
¿Tener una opinión es malo? Claro que no. Lo triste y vergonzoso es abusar y aprovecharse de la autonomía de tus personajes para expresar tus propias opiniones, da igual si estamos hablando de autoficción o no. Si quiere quejarse de algo, que le pida a su grupo editorial espacio en alguna columna o algo así, pero que disfrace su resentimiento generacional y socio-cultural de novela es un desperdicio de papel y el colmo del narcisismo.
Por último, Ciertos chicos es una novela asquerosamente cursi, vomitivamente edulcorada, patéticamente melosa, diabéticamente azucarada, vulgarmente impostada, infantilmente vergonzosa (vergüenza ajena de la peor), intrascendentemente provocadora... Si todo lo anterior dicho pudiera ser algo soportable, esta cursilería es el último clavo del ataúd. Nada más miren esos diálogos (todos iguales, como si fuera el mismo robot disfrazándose), y la narración en sí no mejora nada. Es todo un reto la lectura de esta novela, que parece una novela jugada y arriesgada, pero que no es más que la más reciente entrega de la franquicia Fuguet, ultra apoyada por una gran editorial multinacional, que sucumbe a su retahíla de sonrojantes clichés y guiños retro/pop (no todo gesto retro/pop vale en sí mismo) como mecanismo de defensa autocompasivo y autoindulgente.
¿Han visto/leído Las ventajas de ser un marginado? Esto que tenemos entre manos va por ahí, pero peor, por pretencioso. Si Netflix fuera una editorial, Ciertos chicos sería su producto estrella: un objeto manufacturado minuciosamente a base de algoritmos y estudios de mercado, pero disfrazado de obra de autor. Asqueroso.
Ciertos chicos es lo peor de Fuguet y, con diferencia, lo peor que se ha publicado en Chile en muuuuuuucho tiempo, pasado y futuro. Evítenla, por favor. Y si han llegado hasta acá; si han leído todo este inmenso texto, que para más remate es para referirnos a un bodrio maloliente, entonces gracias y, a la vez, discúlpenme, pero ha sido inevitable. No podía despacharlo en unas cuantas frases... Y estoy seguro que se me queda bastante en el tintero, como por ejemplo que este tipo no puede simplemente contar una historia, TIENE que explicar cómo y por qué está contando esta historia, haciéndola aún más artificial, no ficción las pelotas. O que siempre escribe las mismas cosas (me sorprende que no haya aparecido el Club de la Unión), cómo no se aburre de sí mismo por dios... Mal. Basta. Por favor. Fin.
Este libro estaba en la sección de novedades del Préstamo a domicilio, me aseguré de una (la curiosidad me venció) y resulta obvio que yo sea el primer lector de este ejemplar, el que lo haya hecho debutar. Dudoso honor. Me cago en Fuguet.
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