Ya, ahora sí. No saben la tremenda satisfacción que sentí al terminar el primer lote de préstamos, no sólo por volver a leer, a retomar la lectura que había perdido por culpa del trabajo, sino que además porque los tres libros me gustaron en distinta medida: Crimen, de Irvine Welsh; Los cuentos reunidos de Andrea Maturana y; la novela de ahora, Nuestra parte de noche, de la argentina Mariana Enríquez.
A veces, cuando una obra es de tal magnitud y te deja tan entusiasmado, conviene ser más bien escueto y conciso. No sé si será el caso en el presente post, pero lo intentaremos.
Nuestra parte de noche no es una novela de terror al uso. Desde el comienzo que no esconde sus cartas y nos presenta la historia de unos personajes cuyos destinos están clavados en las garras, como si fueran pedazos de carne atrapados bajo las uñas luego de un banquete hambriento, de la Oscuridad, una entidad salvaje y cruel que es peor que la muerte. Los personajes se mueven en un mundo subterráneo al de nosotros, el mundo que los simples mortales conocemos: un mundo de dioses sanguinarios y almas en pena, el mundo de la espiritualidad hecha carne y de las criaturas místicas convertidas en compañeros de copas. Hablamos de un horror de género mezclado natural y orgánicamente con el horror de la vida cotidiana, de la violencia de los humanos, de la oscuridad inherente de los humanos (no necesariamente la Oscuridad como entidad del otro mundo), del sino trágico del ser humano. No es casualidad, tampoco, que la novela se sitúe en los años de la dictadura argentina (bueno, que comience ahí). Y esto es, precisamente, una de los aspectos que me han encantado de esta novela: la construcción y unión, perfectamente fluida, entre esos dos mundos que en otras manos siempre resultan excluyentes: Enríquez nos habla de esta fascinante (aunque rancia) secta, su historia interna, sus objetivos, sus creencias, de la mitología en la que se sustenta, a la vez que nos sitúa en escenarios normales, cotidianos, barrios argentinos de clase media con la reconocible vida vecinal, provincias rurales en donde impera la ignorancia y la precariedad social, niños que van al colegio y andan en bicicleta y hacen travesuras propias de la edad, adultos metidos en política o luchando contra la crisis económica, y un país en general, vibrante y real, que celebra un Mundial de fútbol o vive los días álgidos de las elecciones o respira la tensión post-dictadura. Cada mundo por separado y revuelto a la vez, y con capacidad de generarte muy mal rollo. La escritura de Enríquez es aterradora cuando debe serlo (el clímax de La cosa mala de las casas solas me dejó tiritón, tembleque), sensual cuando le toca, serena y cercana, urgente y quirúrgica, triste y graciosa a veces (ver el diálogo de una de las páginas, la concha de su madre); su narrativa fluida y potente como el cauce de un río, misteriosa y bella como la superficie de un lago. Además la historia es fenomenal; todo lo que abarca, esa ambición que pacientemente se va armando, como un puzle fascinante y adictivo, perfectamente calculado cuando por encima aparenta cierta casualidad. La novela te atrapa por el misterio, por esa atmósfera malsana y cotidiana, y luego te remata con como todo cae en su lugar, con el perfecto discurrir de estas más de 600 páginas de maestría narrativa y literaria. Sin haber leído el resto de su obra aún, la lectura, rotunda y monumental, de Nuestra parte de noche bien podría ser una cumbre que cualquiera querría para su corpus bibliográfico.
¿El único achaque? Si bien el final-final, el clímax total, la resolución en esta batalla del bien y del mal, me encantó, siendo el perfecto remate de todo lo que de a poco fuimos descubriendo, debo decir que el acto o arco argumental final que lo envuelve y sustenta lo encontré algo apresurado o abrupto (algo similar me generó Crimen), considerando la pulcritud y paciencia con que Enríquez tejía e hilvanaba todos los elementos en las páginas previas, con que construía ese tenso e impenetrable in crescendo. Es cierto que ya estaba todo contado y dicho, todo cabo atado por así decirlo, que no había más que descubrir realmente en términos argumentales, pero es que el tedio del protagonista se contagia a la narración y es como si dijera, "ya, terminemos con esto de una buena vez", cuando, a decir verdad, haber ahondado un poco en ese proceso final, aunque sea en su parte psicológica y moral, en esa preparación teórica para la estocada última, también habría resultado fascinante: habían fantasmas y memorias por revisitar aún en mi opinión, como para dotar de más fuerza y rabia este in crescendo, apoteósico si cabe.
Con todo, nada le quita lo genial y magistral a esta novela, visceral y apasionante, a esta lectura como endemoniada que me provocaba. Si pueden háganse un favor y lean Nuestra parte de noche...
Por último...
Por último, la tradición de todo préstamo: he sido la décima persona en casi dos años que ha leído esta monstruosa genialidad de Mariana Enríquez. Seguiremos intentando leerla, para descubrir más de este fascinante universo que parece haber construido.
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