"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 4 de noviembre de 2024

22/11/63, de Stephen King

 

Bibliometro #48. Terminada la pasada temporada de Bibliometro, ahora vamos a cambiar un poco el formato de los posts de libros pedidos ahí. Esto de las temporadas ya no funciona realmente, en parte porque en cualquier momento podría comenzar a disponer de menos tiempo (he estado mandando mi currículum de bartender pero no ha habido suerte, vaya uno a saber, ¿tres años de experiencia y aún así me dejan el visto?, que se jodan), en parte porque me estoy desencantando con la incompetencia de Bibiliometro (libros que no están, que desaparecen, reservas que no se reservan...) y estoy pidiendo menos libros por cada hornada, sin mencionar que así tampoco me pongo tan contra la pared debido a los plazos. Así que ya no hay temporadas en Bibliometro, tenemos nueva nomenclatura (intuyo que esta palabra está mal usada): tan sólo el número que le corresponde a cada libro, algo estricta y puramente secuencial. Hasta ahora habían sido siete temporadas, y sumando y sumando, dieron 47 libros comentados en total. A partir de este momento, desde luego, seguimos desde donde quedó. Y con otra novela de Stephen King, oh sí.

22/11/63 es una absoluta maravilla, una grandiosa obra maestra. No hay otra manera de comenzar este post que no sea constatando tal hecho. Un libro de casi 900 páginas que se lee, como es usual en King, de un tirón, con un atado de nervios y la atención captiva de inicio a fin. Supongo que cualquiera sabe más o menos la premisa de esta novela: sobre viajes en el tiempo con el fin de evitar que Lee Harvey Oswald le vuele la cabeza a John F. Kennedy, pero tras y/o bajo dicha premisa hay mucho, tanto más que de seguro no se imaginan, incluso aunque ya hayan leído a King con anterioridad y sepan que sus relatos no son solamente meras historias de género.

Para empezar, hay varias sorpresas bajo la manga y guiños que no son sólo guiños a la obra pasada y más célebre de King, sino que referencias del todo coherentes y hasta diría que necesarias para meternos en atmósfera, en el ambiente de lo que significa intentar viajar al pasado y alterar un acontecimiento tan crucial como lo es el magnicidio de uno de los países más poderosos del mundo. Claramente, no será un paseo por el parque y fuerzas poderosas intentarán poner freno a semejante locura. Ese terror mudo e inasible, esa tensión paralizante que acecha tras los rutilantes focos del pasado. Y este viaje al pasado no es sólo un trepidante thriller que tiene tanta acción como suspenso, misterio y hasta conspiranoia (de la buena, eso sí), porque de que lo es, lo es; es sobre todo el retrato de una época, con sus altos y bajos particulares, y más aún de algo intemporal y lamentablemente imperecedero: la locura y los extremismos, el odio, la violencia, los populismos, el ciclo fatal de la historia humana, el sino fatal del Tiempo y su correspondiente lección filosófica, incluso metafísica, pero más que nada íntima como una semilla, tan pesada como el plomo, alojada en tu corazón: hay que saber aceptar las cosas tal cual han ocurrido, tan sólo existe el ahora, sea ahora o ayer o mañana, el ahora es uno solo. Y eso no lo cambiará ni toda la bondad del mundo ni todo el odio de la raza humana. De hecho, la mayor parte del relato 22/11/63 es sobre relaciones humanas y formas de vida, de vivir: aprender que, en el pasado o en el futuro, las personas sufren y aman y odian y trabajan igual, porque los preceptos vitales son los mismos. Y eso es lo maravilloso, la manera con que King nos empuja a vivir con los personajes, porque esta novela es toda una odisea, una epopeya humanista temporal que se construye férreamente a través de sus numerosas tramas y sub-tramas (porque no todo tiene que ver únicamente con salvar a Kennedy) llenas de mitologías propias y personajes atribulados por sus propios problemas. Y por sobre todo, el Pasado, acaso el gran antagonista de esta novela.

Debo destacar que 22/11/63 es una de las últimas grandes novelas de King (si es que no es la última, así tal cual, pero habría que revisar lo que ha publicado posteriormente) porque, como he dicho, tiene esa grandeza humanista en su interior expresada en un romanticismo arrebatado y rabioso, en reflexiones morales constantemente punzantes y ambiguas, en un sentido del humor tan fino como corrosivo pero jamás aparcado, en un retrato histórico centrado en el alma de la época y no (necesariamente) en la reconstrucción calcada y documental, tiene todo eso, ok, pero tiene un montón de oscuridad, brutalidad, y violencia y mala leche y pesimismo, fatalismo, nihilismo, que son también marcas de la casa de King, y que son elementos que en algunos libros más recientes han ido desapareciendo, dando paso a tramas ágiles, sí, entretenidas y asfixiantes y todo, porque su imaginación y su habilidad/agilidad narrativa no cesarán nunca, pero, en comparación, se sienten ligeras, impropiamente ingenuas. En 22/11/63 lo que engrandece la dignidad del retrato humano es, aunque suene contradictorio o paradójico, el devastador y eterno poder de la maldad, de la muerte. Si hay porciones que los conmoverán hasta las lágrimas, tengan por seguro que se encontrarán ante numerosas escenas cuya lectura será dura y áspera, desoladora y desalentadora, algo que no he sentido con sus novelas siguientes (las que he leído hasta el momento y estén pendientes de comentarios). Digamos que en 22/11/63 hay un justo equilibrio entre las fuerzas y que, con el tiempo, King se ha ido inclinando al espectro optimista y luminoso de la vida, del mundo. Y por ahí no va su magisterio como narrador, en mi opinión. En este libro casi pueden sentir el desgarrador dolor del protagonista por cumplir no sólo su misión sino por hacer todo lo posible por mejorar las cosas, algo que cualquier persona de buen corazón intentaría hacer de tener la oportunidad, aunque la realidad sea un rival implacable e infranqueable, y de eso se trata: la dolorosa aceptación de nuestra limitada capacidad humana. Nuestra capacidad de desear es infinita, claro, pero nuestro campo de acción e influencia y potencial resultado, no tanto... En fin, ya me estoy alargando...

Sumen a ello que King escribe con esa prosa maestra suya que es tan minuciosa y rigurosa como singularmente veloz. Si ya lo han leído, sobre todo sus novelas más largas y ambiciosas (como esta), sabrán de lo que hablo: King no apura la acción, no escribe como lo haría alguien que ya quiere dar vuelta la página, antes al contrario, se da el tiempo para crear atmósferas y permitir que las acciones y descripciones fluyan a su propio ritmo, pero a la vez es capaz de contarte años y años de historia como si nada. Tal es la magia del cine... o sea, perdón, de la literatura. La magia de un gran narrador que sabe como maravillarte, hipnotizarte, emocionarte y destriparte o desangrarte, todo a la vez. Imperdible y de lectura obligatoria. Cada página es pura y dura genialidad.

No es sorpresa que en la ficha bibliográfica del final veamos, en realidad, dos fichas. Esta novela me costó encontrarla disponible (además de los problemas de catalogación producto de que contraten a cualquier lego en la materia, es muy popular), lo cual se comprueba observando que este 2024 ha sido pedida en ocho ocasiones, incluyéndome. En total, desde el primer timbre a principios de enero del 2019, es decir en casi cinco años, 22/11/63 ha sido prestado en 36 ocasiones, y siendo el único manoseado ejemplar de que dispone Bibliometro (a pesar de que, según su web, haya un par más dando vuelta por ahí; créanme, no los hay), no sorprende semejante actividad. Salud.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Que explote todo, de Arelis Uribe

 

Bibliometro S07E08. ¿Bonus track? Quizás sea una estrategia que deba comenzar a utilizar: descubrí la manera de alargar el plazo de los préstamos, aunque no entraré en detalles, sólo diré que se puede lograr devolviendo un par de libros (es decir, no todos de una vez) y pidiendo prestado otro. Con respecto al libro de hoy, qué tenemos: Que explote todo, tramposo y engañoso título que... bueno, hablemos de ello en el párrafo siguiente. Lo leímos, eso sí, porque es de Arelis Uribe, autora del recientemente comentado conjunto de cuentos Quiltras. Por un tema de continuidad, se entiende, no de admiración.


Que explote todo es un pequeño conjunto de columnas de opinión. Columnas inofensivas, inanes, intrascendentes, simplonas, ensimismadas en su propia bisoñez, políticamente correctas y calculadas, bastante decepcionantes si es que uno se entusiasmaba algo con el título, una pueril boutade que demuestra cuán en serio se toman estos escritos a sí mismos cuando no pasan de ser irritantes picazones o cosquillas. La autora señala que espera que estas columnas sean como una granada que sirvan para destruir un poco la realidad o el constructo en el que nos encontramos, pero como ya dije, más que granada lo que arroja es un pequeño guijarro de perogrulladas y obviedades, nada ni remotamente incendiario, subversivo o transgresor, tan sólo una retahíla de altisonantes afirmaciones hechas para conformar a la galería y a la burbuja en la que se mueve (la burbuja academicista, universitaria y los círculos de las redes sociales). Señala que espera que sirvan para instalar reflexiones y provocar debates, pero cómo, pregunto, si el tono con el que escribe cada columna es tan pedagógico, aleccionador, pontificador, arrogante y altanero, rígido, tan encorsetado, tan "mi opinión es la única correcta", tan "si no piensas como yo lo lamento por ti", tan "la realidad es una sola y hay una sola forma de mirarla y es como yo lo digo", tan anti-debate y tan cerrada a cualquier opinión divergente, tan así y tan disfrazada de una vil condescendencia, casi mesiánica, de un aire conciliador tan falso y poco creíble, similar a como una persona "educada" le hablaría a una persona apenas alfabetizada o como un conquistador "enseñaría" a un indígena.
Y para qué ser tan serios, me dirán, si no son más que columnas de opinión escritas, como la misma autora señala, en varios medios gracias a sus contactos y favores, columnas que no destacan ni por su rigurosidad ni por su profundidad o coherencia argumental, pero es que Uribe además equipara escribir una opinión con el periodismo de investigación, compara escribir pensamientos que se le ocurrieron en una fiesta o leyendo el twitter o facebook de alguna amistad igual de iluminada que ella con la acuciosa labor de periodistas adentrándose en las entrañas y cloacas del poder para exponer artimañas políticas, escaramuzas económicas, secretos policiales, chanchullos empresariales..., así que, pienso yo, ya que tanto se precia de sí misma, por qué no tomarme un poco más en serio la labor de leer y comentar atentamente sus "explosivos" escritos. Tampoco es que le vaya a dedicar mucho tiempo, y bueno, yo tampoco soy el más inteligente o autorizado para hacerlo, pero me tomaré más que un par de párrafos para hablar de este sonrojante librito.

Vale la pena señalar que la autora afirma que el paso del tiempo puede hacerla cambiar o variar de opinión, algo que comparto porque, por ejemplo, me suele pasar con los posts de Cine en tu cara que escribí al inicio de aquella aventura bloguera, así que puede que Uribe en este 2024 sea diferente a la que era cuando se escribieron estas columnas y publicó este libro (2017, columnas de unos tres años antes las más "jóvenes"), por lo que toda opinión debe adscribirse solamente a ese tiempo. Con todo, tenía casi treinta años cuando escribió estas cosas, lo digo porque no era precisamente una adolescente que apenas conociera mundo, a quien se le pudiera perdonar tanta simpleza.

Para empezar, Arelis Uribe demuestra bastante lucidez e ingenio, no carece de una buena capacidad de análisis de la realidad, al menos en lo que respecta a una realidad o análisis más "relajado". Por lo que cual no dejaba de sorprenderme que gran cantidad de sus columnas sean tan obvias y estén tan repleta de perogrulladas de una magnitud prácticamente infantil, y ya ni hablar de un buenismo, voluntarismo y simplismo que casi da vergüenza ajena, además de una forma de tomarse las cosas, las ideas, tan al pie de la letra que da la impresión que quien escribe no es un ser humano sino un androide haciendo cortocircuitos por todos lados debido a sus inherentes contradicciones. Y esa culpabilidad, dios mío... En una columna habla de un muchacho del sur que, entre otras cosas, aprendió a nadar en un río, solo, y la autora comienza a lacerarse porque ella aprendió en una piscina temperada, con flotadores e instructores acompañándola en el proceso. ¿Qué sigue? ¿Martirizarse porque aprendió a comer utilizando cuchillo y tenedor mientras en algún sitio eriazo periférico niños pobres deben comer usando sus manos sucias de alguna olla común? Por favor... O se martiriza porque vive en un sector bien de la ciudad (y eso que vive ahí porque trabaja, fruto de su esfuerzo) casi como si fuera una traición a su crianza y crecimiento de clase media. Es casi como si fuera reprochable tener un mínimo y decente estándar de vida sólo porque otros no han tenido el mismo acceso a las cosas. Imaginen si viaja por el mundo, cómo se sentirá sabiendo que hay personas que jamás han salido de la ciudad en la que nacieron y se criaron, ¡o el privilegio de tener dos putas semanas de vacaciones mientras hay personas que nunca han descansado! Y miren, puedo entenderlo a un nivel emocional; a mí también me da rabia e indignación, y tristeza, cuando veo tal o cual cosa en el metro, la micro o mientras manejo (o con ciertas noticias, como por ejemplo el trabajador que MURIÓ DENTRO DEL PALACIO DE GOBIERNO de un infarto producido por explotación laboral, ¿pueden creerlo?), y también siento algo quemante en el pecho que me hace cuestionar qué demonios estoy haciendo, si estoy haciendo algo en realidad o no para mejorar las injusticias estructurales y sistemáticas, lo comprendo, pero de ahí a autoflagelarse por superfluidades, por vivir la vida, es pasarse demasiado: más parece un ejercicio para atraer simpatías.
Otra cosa: no poder disfrutar de sus películas favoritas, por ejemplo, porque sus dos protagonistas son hombres... ESA es su capacidad de análisis. Es la clase de persona que cuenta la cantidad de diálogos que tienen hombres y mujeres en las películas, como si ESE fuera el problema. Como si ESO fuera el cine (el CINE ES ARTE, primero y ante todo). Es la clase de persona que piensa que el maldito test de Bechdel es una herramienta metodológica y cualitativamente válida para analizar e investigar piezas audiovisuales (y, lo lamento, pero ese maldito test no es más que una divertida historieta de una simple historietista, no el arduo y riguroso trabajo de una antropóloga, socióloga o incluso filósofa). Es la clase de personas cuyo mayor argumento es, básicamente, "porque me sale de los ovarios". No dudo de su bagaje teórico, pero es que sus referentes los toma de una manera tan pero tan rígida que es imposible seguirle la corriente a su mirada esencialista y reduccionista. Es la clase de persona que aplica la misma máxima para miles de contextos diferentes. La clase de persona que se fija en cuotas y no puede rasgar más allá de esa superficie (celebrando a Marvel porque en "Black Panther" hay representación afro, aunque en el fondo siga siendo la misma maquinaria gringa haciendo fan service para la fanaticada más neurótica). La clase de persona que generaliza a partir de su propia visión sesgada e ignorante (como en el caso de las películas: amiga, si sólo ves blockbusters hollywoodenses, qué esperas... Si supieras realmente de cine, te sorprenderías el amplio mundo que existe), que dice que hay pocas escritoras mujeres sólo porque ella no conoce o ha leído escritoras mujeres. Falacias, razonamientos falaces.

Lo curioso es que hay muchas cosas que comparto (y no vale la pena entrar en ello), pero más allá de la premisa Uribe se pierde y ahoga en esa visión hermética y ensimismada. Ok, leyó a Foucault. ¿Todo es político?, ¿hasta el más inocuo e irreflexivo acto rutinario? Todo es humano. Los humanos son imperfectos, se equivocan. La vida y las problemáticas que en estos tiempos afortunadamente tienen más visibilidad son interdisciplinares. Hay un constructo social y cultural, sí. También está el componente bioquímico, la biología pura en el comportamiento humano. El mundo es diverso y no se puede aplicar un mismo axioma a cada rincón del planeta, menos aún desde una perspectiva occidental. Qué hay de esas comunidades donde las mujeres mandan, qué hay de esas comunidades donde las mujeres mutilan los genitales de sus hijas y nietas. Qué pasa con esas tribus donde hay comportamientos machistas aunque no tengan capitalismo o diferencias de clase, ¿de dónde nace entonces? El instinto materno-paterno es tan real como el instinto de supervivencia: así lo confirman los estudios, ya saben, las hormonas que generan los cuerpos para preservar la especie ya sea salvándose a uno mismo o cuidando con sumo cuidado a tu cría (y, claro, a veces la producción de hormonas falla y por eso tenemos animales o humanos con bajo instinto paterno-materno o nulo impulso de supervivencia). Que sectores conservadores quieran apropiarse de un fenómeno natural para propagar su visión retrógrada sobre el aborto o el matrimonio igualitario es OTRO asunto. Todos los tipos de feminismo seguirán teniendo rencillas internas por la misma razón por la que se producen todas las discordias entre grupos humanos o no humanos. El arte, perdonen la obviedad, es artístico y su creación es eminentemente artística, no política (ninguna pieza artística envejece bien sí sólo se hace siguiendo criterios buenrollistas o propagandísticos). No me extraña que la autora se mortifique por disfrutar de una película, ninguna va a cumplir los requisitos. No me extraña que Quiltras sea como sea: un conjunto bien hecho pero demasiado simple, demasiado calculado, y lo peor, demasiado típico; la autora jura que estaba reinventando la rueda, pero no es ni la primera ni la única escritora chilena que escribe desde una perspectiva femenina y feminista sobre el Chile actual. Lo vienen haciendo desde hace cien años. Tampoco es la primera escritora que escribe sobre la clase media. Pero ahí tienen una columna celebrándose por su osadía, o revelando otro hecho importante: que escribe como piensa y como habla. Que utilizar recursos literarios son "trucos" para creerse buen escritor. Qué sorpresa, que no vea el arte del arte, que "todo sea político". En una dice que estudiar arte en Chile es de cuicos... ¡¿PERDÓN?! Tuve que releer la columna varias veces para comprobar si no estaba descontextualizando algo, pero eso dice. Estudiar arte en Chile, desde luego, es para ociosos que no tenemos nada que hacer, que tenemos todo regalado. Yo terminé la carrera con todo en bandeja, mis compañeros y compañeras igual (bueno, hay un par de compañeras que sí, mujeres rubias y blancas, precisamente por ser de clase alta). En mis años posteriores en trabajos de baja cualificación he conocido personas dedicándose al servicio con títulos de arte, endeudados, viviendo con sus padres en sus barrios de clase media, con mucho talento, con mucha pasión, pero con poco campo laboral. Ellos, como yo, no aceptan sucedáneos como empleo. Que hay cuicos y privilegiados en esas carreras no deja de ser cierto, que sean los que tienen más y mejores medios para vivir de ese título, también, pero viejo, el tonito descalificador y arrogante de esa sentencia, no les mentiré, me ofendió de verdad, más que la supina ignorancia y pueril esencialismo de todo lo demás. Eso de reducir todo a cuotas, llega a ser paradójico: Yo, hombre héterosexual y cisgénero de clase media y piel morena, estoy en contra de las etiquetas. Esa onda. ESA capacidad de análisis.
O las contradicciones. La autora dice que para apoyar una causa no vale menospreciar otra. Adivinen qué hace, continuamente. Es la clase de persona que evalúa un acto reprochable en función de quién lo comete. Para ella hay acosos menos graves que otros. Hay corrupciones menos graves que otras. Hay discriminaciones menos graves que otras. Una variación "positiva" de aquel conocido aforismo de Orwell: somos todos iguales, pero hay algunos más iguales que otros. ¿Cómo así? Precisamente por esas etiquetas, esas cuotas. Algunas tienen permiso, parece. Para ella, el Poder no es maleable ni mutable, siempre lo detentan los mismos, siempre sigue la misma lógica, es fijo, está anclado en divisiones absolutas, el Poder es inherente e intrínseco a ciertos rasgos y no un mecanismo o dispositivo que varía según su contexto. ¿De verdad leyó a Foucault?, porque vaya que se llena la boca diciendo eso...

Habiendo leído la otra vez Teoría King Kong de Virginie Despentes me hace ver lo infantil que es Que explote todo, un compendio de impresiones más que de reflexiones bien pensadas y argumentadas. También debe significar algo el lugar de procedencia: con todas sus fallas, me es claro que Francia es un lugar mucho menos conservador y pacato que Chile, por lo que es natural que acá los detractores de sus más sangrantes defectos tengan una lógica igual de rígida, cerrada y simplista. Despentes se sale de su zona de comfort, asume las complejidades y contradicciones de la sociedad, identifica los males pero es capaz de diferenciar lo estructural de lo individual, familiar o colectivo (o humano, en simple). Es capaz de disfrutar películas y obras artísticas "incómodas", es capaz de dialogar con los tiempos, es capaz de abordar interdisciplinarmente las problemáticas más urgentes. Su humildad y modestia es verdadera, no cómo la máscara condescendiente y falsa y separatista de Uribe, que cree que vivimos en una sociedad de robots. Lo peor es que el subtexto de todo lo que dice es el siguiente: educar es castigar. No el castigo en su acepción más primaria, pero castigo al fin y al cabo.
Es increíble lo que un librito de apenas 80 páginas puede estresarte. Y es una forma de decir, ja, ja: cerrado el libro, sobre todo uno tan malo, a otra cosa mariposa.


Este ejemplar ni siquiera tenía ficha bibliográfica, la tipa que atendía la sucursal en donde lo pedí se lo colocó en ese momento y ¡zas!, le puso la estampa. No hay mucho más que agregar, es más, no hay nada más que agregar: qué quieren que diga, si es tan sólo un préstamo en...

viernes, 1 de noviembre de 2024

Sistema nervioso, de Lina Meruane

 

Bibliometro S07E07. Lina Meruane es una autora chilena a la que hace tiempo le tenemos el ojo puesto, pero como suele suceder, cuesta pillar un ejemplar, de hecho Sistema nervioso lo pedimos de manera improvisada luego de la repetida decepción a la que tristemente estamos acostumbrados: acudir a una sucursal para irnos con las manos vacías, aunque no siempre, no en este caso. Porque siempre hay que irse con algo, ¿no?


Podría decirse que Sistema nervioso es la enésima crónica familiar que se escribe en Chile, una novela que se adentra en los sombríos y a menudo hirientes recovecos de la historia de su respectiva familia protagonista, un tópico bastante común en cierta generación literaria chilensis (hace no taaaanto comentábamos El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, claro ejemplo de lo que apunto, y compañera generacional, como Nona Fernández también, de quien no hemos comentado nada aunque sí hemos leído profusamente en períodos anteriores), pero lo cierto es que la novela de Lina Meruane tiene numerosos elementos a su favor que la hacen destacar, diferenciarse y, sobre todo, aportar su grado de frescura y originalidad, aunque el estilo y la forma de esta novela se asemeje bastante a la propuesta literaria de Diamela Eltit, si bien la sustancia o contenido de la narrativa de Eltit es diferente. Como sea, entremos en ello.
Sistema nervioso es una crónica familiar, sí. Pero no es un relato naturalista o costumbrista o realista, tampoco adopta una perspectiva social o política, no necesaria ni forzosamente. La novela de Meruane es más bien atmosférica, algo espectral, onírica incluso, ciertamente alegórica. Es una novela sobre asuntos más o menos simples, corrientes, cotidianos, que también remiten (posiblemente) a temas o tópicos de mayor envergadura y dimensión, albergando significados escondidos que sin embargo están muy a flor de piel. El título es un gran indicador de aquello: ¿a qué sistema nervioso se refiere? Al de la protagonista, una profesora de astronomía que no puede terminar una tesis sobre asuntos cósmicos (el universo, los agujeros negros, las estrellas, los planetas, las distancias siderales), que un buen día comienza a sufrir adormecimientos en su brazo, en su mano, en su cuello, en parte de su rostro... Una falla en su sistema nervioso. Pero podría ser el sistema de este núcleo familiar, una familia de médicos que conoce de cerca los malestares y pesares y padecimientos y enfermedades que puede sufrir el cuerpo humano, el cuerpo de un individuo, un cuerpo mayor y colectivo, una familia de historia convulsa marcada por la muerte dentro de su núcleo y fuera de él. Podría ser el sistema nervioso de un país que no tiene nombre pero que intuimos cuál es, un país que es como un universo con agujeros negros y cuerpos celestes muertos y luces fantasmales, un país que es como un cuerpo que batalla consigo mismo porque también le falla el sistema inmune. ¿Captan más o menos por dónde va la cosa? Es una historia en particular que es a la vez una historia más grande, y que sin embargo no se siente ni confusa, ni dispersa ni desdibujada, aunque es cierto que hay pequeños fragmentos (y el segundo capítulo, "estallido", centrado en un personaje ajeno al núcleo familiar) que rayan en una innecesaria trivialidad. Es una historia que narra con precisión y bastante rotundidad angustias y frustraciones personales e individuales, también familiares, también sociales y colectivas. Su intenso juego de espejos, más que un laberinto, es una despojada correspondencia de heridas y revelaciones: la desnuda imagen multiplicada que proviene de un único origen: eso que no tiene nombre. Sus paralelismos resultan estimulantes y es como un misterio sin misterio, un enigma o un acertijo vital que no pide solución, sólo inmersión en su pesada y reveladora atmósfera. Un ejercicio de hablar-sin-hablar-de-ello mucho más coherente y logrado, por ejemplo, que Ruido, esa truculenta nadería de Álvaro Bisama.
Sistema nervioso, entonces, es una novela que funciona tanto en su nivel más aparente, es decir en el relato de esta mujer y su familia, cada uno padeciendo distintos males y enfermedades, nosotros siguiendo de cerca la manera en que cada uno debe enfrentarlos, juntos o separados, y también en su nivel más soterrado y atmosférico, cósmico, esotérico, alegórico, que no es el colmo de la originalidad o de la complejidad o de la profundidad, pero que, oigan, transmite y expresa lo que pretende transmitir y expresar: que el universo es grande y pequeño a la vez, que somos uno y somos todos, que somos cura y enfermedad, y así podría continuar... Que somos todo y somos nada, que somos vacío y materia, que somos verdad y somos falsedad. Como una pesadilla (pero de las reales, que ocurren mientras dormimos) a la que uno se acostumbra casi como si estuviera despierto.
En cualquier caso, si pueden hacerse con un ejemplar de Sistema nervioso, no lo duden y háganse con uno. A mí, ciertamente, me ha gustado esta lectura y al menos, al ser la primera novela suya que leemos, me deja gratas impresiones sobre Meruane, que sin duda, a diferencia de otras propuestas más jóvenes y recientes, sí tiene cosas que decir más allá de lo obvio/típico y sí tiene un estilo propio que potencie su indudable mirada, su innegable voz. Y en el panorama chilensis siempre se agradece alguien que no quiera escribir como todos los demás.


Tan sólo dos préstamos en un año y medio. Denle una oportunidad, Sistema nervioso no los dejará indiferentes. Por lo demás, al ser sólo dos timbrados al menos pudieron hacerlo con orden y prolijidad. ¡Milagro!