"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

martes, 29 de abril de 2025

Doctor Sueño, de Stephen King

 

Bibliometro #98. Acá un libro que se nos resistió demasiado tiempo, siempre cambiando de sucursal, desapareciendo, apareciendo demasiado lejos, incluso estaba en la BDS pero luego ya no, por suerte en esta ocasión se alinearon los astros y shazam!, tenemos entre manos Doctor Sueño, esperadísima secuela de El resplandor. Estaba ardiendo en deseos de ver qué tal le iba a Danny Torrance (que en un doblaje latino podría llamarse Daniel Torres, ¿o no?), porque claramente de él se trata el libro, ¿cierto?


¡Cierto!, de quién más si no. Comencemos con una declaración sencilla: me ha gustado mucho Doctor Sueño y pienso que es uno de los mejores libros que Stephen King ha escrito en su etapa más reciente, además pienso que, con todo lo que me gustó El resplandor (a pesar de sus fallas, que las tiene), esta secuela corrige dichas irregularidades y desniveles, potencia la visceral fuerza de su predecesora y ofrece, en conjunto, una novela mucho más redonda y satisfactoria, una perfecta armonía de oficio y firmeza, pero también de esa intensa y rabiosa humanidad que King es capaz de verter cuando escribe con las tripas y el corazón abiertos en canal. Es decir, Doctor Sueño me ha sorprendido sobremanera, pero muy gratamente, a pesar de tener una introducción algo, no sé cómo decirlo, un poco fría, un poco mecánica, de prosa poco inspirada, meramente descriptiva pero de la manera más simple y fría, aséptica... Por fortuna, luego de dicha introducción (Asuntos preliminares) King recupera su aliento, se pone en forma y toma ritmo, y la novela agarra tranco avasallador, notándose el afecto y cariño que Steve tiene por estos personajes, notándose qué tan a flor de piel siente el poderío simbólico y emocional que cargan, que significan.
Porque, más allá del argumento en sí, que es de lo más interesante gracias al conflicto y a los personajes involucrados, lo que tenemos es a su autor profundizando en las hondas heridas y el sobrecogedor dolor de, bueno, podríamos decir del alcoholismo o de la adicción en sí independiente de a qué sustancia o conducta se esté enganchado, pero podemos expandirlo a la lucha interna y externa que toda persona tiene consigo misma y con su entorno, una lucha que, dependiendo de esto o de lo otro, puede afectarnos tanto a nosotros mismos como a las personas a nuestro alrededor, las conozcamos y amemos o no. Doctor Sueño parece ser una novela proveniente, en su energía e intensidad, en ese poderoso fulgor y sentir, en ese arrojo cuasi suicida sin miedo a nada, de su primera época, de esa época como atormentada, pero depurada gracias a la mano del Steve intermedio o revisionista. Una novela sobre la muerte también, es decir sobre la vida, porque tal como vimos en el cuento Riding the bullet (en Todo es eventual), saber o no saber enfrentarse a la muerte es saber o no saber enfrentarse a la vida. Dicho esto, Doctor Sueño es, en esencia, una novela sobre Danny Torrance, ya de adulto, enfrentándose, quizás por vez definitiva, a sus demonios y fantasmas personales y del pasado, pero también a los que lo rodean allá por donde vaya, porque su resplandor es una puerta, un vehículo de comunicación que tiene con el mundo espiritual, el mundo de los muertos: un mundo que existe, un mundo que puede ser terrible, pero que, si lo logra, puede ser un mundo del que puede no sólo aprender sino que usar como ayuda para otras personas que, como él, no tengan los métodos para relacionarse con lo que está más allá de ellos, de su entendimiento. Lo malo es que Danny Torrance no ha podido ni ha sabido encontrar paz con su resplandor, con sus demonios ni con su pasado, y ya casi en la treintena, ha caído en la misma espiral autodestructiva que su padre: Danny es un alcohólico que malvive de ciudad en ciudad, de botella en botella, despreciándose y odiándose con todo su corazón, con cada fibra de su cuerpo, en parte porque el alcohol mitiga su resplandor en parte porque ya ha caído en el círculo vicioso de la adicción y no puede salir: quizás algún día no despierte, quizás algún día la oscuridad final lo salve de tener que mirarse al espejo, quizás algún día llegue a abrir los ojos en otro lugar en donde ya no sienta que su corazón lo lastime con sus latidos ni su cerebro lo atormente con esas imágenes infernales del Overlook y de sus pesadillas beodas... y qué alivio sería eso, ¿no? ¿No es eso lo que todos pedimos, que pare el sufrimiento, el padecimiento?
Pero por ahí aparece una niña con un resplandor aún más fuerte, aún más luminoso que el suyo, y por allá, un poco más lejos, aparece un grupete llamado el Nudo Verdadero, liderados por una carismática y seductora hembra, que son como una secta de "vampiros" que se alimentan del resplandor de otros para extender sus vidas, a veces alimentándose de migajas (hasta con migajas se calma el hambre), a veces atiborrándose con banquetes más suculentos... Entre la niña y el grupete estará Danny Torrance, el atormentado Danny Torrance, el niño especial que en su tierna infancia debió enfrentarse a los demonios caníbales de un hotel poseído por la maldad más absoluta, el niño que era maltratado por su padre alcohólico, el niño que vio a su padre convertido en una bestia asesina que maza en mano lo persiguió por largos pasillos para reducirlo a papilla, el niño que ha sido perseguido toda su vida por visiones de muerte y está cansado de eso ¿no existe un dios acaso que nos protege de todo lo malo?, el niño que ahora es un adulto que tendrá que levantarse por fin, que deberá perderle el miedo a su propia luz y convertirse en su propio salvador y, quizás, el de una niña que no tiene a nadie que pueda ayudarla contra ese grupo de asesinos...
Como ven, en esta novela King logra equilibrar ambas importantes vertientes: por un lado, una trama interesante, entretenida y dinámica que te mantiene enganchado (casi, no olvidemos que esa introducción es bien plomiza) de inicio a fin, desarrollada y concluida de manera satisfactoria, sin trucos baratos ni soluciones inverosímiles como el bueno de Steve suele hacerlo en esta última etapa suya; por el otro, tenemos todo ese componente humano, psicológico y simbólico que resplandece, que esplende, que brilla con una potencia que me habla, maldita sea, de un autor que, en efecto, está escribiendo con el corazón, con su sangre, que lo está dejando todo en el papel, sin temores ni remilgos, porque a los demonios y fantasmas no se les puede purgar con eufemismos ni medias tintas. Hay páginas que son dolorosas de leer por la cruda honestidad de lo narrado, que son gritos de rabia y de pena escapando de las páginas abalanzándose dentro de ti, hay otras tantas absolutamente bellas y conmovedoras, King saca toda su literatura y toda su poesía para hablarnos, por ejemplo, de la muerte y de las despedidas, de las almas y de los espíritus, de la dolorosa e inspiradora lucha cotidiana que es existir, de la inherente fuerza humana, de la confianza y de la fe en otros, de los lazos entre colegas y hermanos, y de la bondad, que existe y es real aunque duela empuñarla porque hacerle frente a la maldad nunca te va a dejar indemne y sin cicatrices. De eso iba también El resplandor, más allá de sucesos y objetos y criaturas sobrenaturales (que fue lo que tan bien captó Kubrick en su momento para retorcerlo y sintetizarlo hacia negros abismos pesimistas: lo desgarrador y desesperanzador de la locura), por eso me sigue gustando tanto esa novela, jodida novela, sobre un padre que a pesar de todo el amor que siente por su familia sigue siendo un monstruo violento y maltratador, incluso antes de ser poseído por el Overlook, y que luego ya no puede hacer nada salvo contemplar su propia aniquilación...
Un libro sobre terrores fantásticos y horrores muy reales. Monstruos de género y los monstruos internos (el de la culpa, el del cansancio, el de la tristeza, el de la rabia...). Una verdadera y placentera sorpresa. Gran novela, se las recomiendo encarecidamente. Me confirma que, a pesar de que últimamente King anda apaciguado, sigue teniendo un escritor brillante dentro de sí que sigue palpitando con fuerza en su interior y que puede hacer uso de la palabra como el mago oscuro que es. La mala hierba nunca muere, dicen, je, je...


Otro libro que hemos hecho debutar, parece que en la sucursal de Bibliometro a la que fuimos ese día sólo había ejemplares nuevecitos de paquete. No tardarán en ir ganando experiencia y lecturas.

lunes, 28 de abril de 2025

El cazador de sueños, de Stephen King

Biblioteca de Santiago nº22. ¡Seguimos avanzando con la bibliografía de Stephen King!, ¡no nos detendremos hasta que nos veamos obligados a detenernos, obvio!, ¡ya sea porque no hay más libros suyos disponibles en las bibliotecas públicas ya sea porque habremos logrado leer todo lo que ha publicado! Bueno bueno dejemos de gritar, calmémonos un poco. El cazador de sueños llamaba mi atención, aunque no era precisamente una novela por la que sintiera gran urgencia de leer, sin embargo le ha llegado el turno y quería saber un par de cosas: primero, el título, ¿no se supone que en el original es Dreamcatcher, es decir atrapasueños, como esos aparatitos que se cuelgan en los dormitorios para atrapar los sueños malos? ¿Por qué, entonces, le pusieron El cazador de sueños, como sugiriendo que por ahí habría una especie de Freddy Krueger? Sumen a ello además esa portada, con el tipo de la escopeta y esas luces claramente de ovnis, en ánimo persecutorio. Lo otro... bueno, creo que lo otro era lo de la portada, lo de las luces de ovnis... ¿Con qué clase de locura saldría el bueno de Steve en su primera novela escrita post atropello? Porque ya deben saber que a King lo atropellaron y que estuvo bastante grave, ¿cierto?


En efecto, luego de ese casi fatal atropello del que Stephen King fue víctima en una de esas carreteritas de su querido Maine (un atropello real, no un atropello moral o intelectual: una van le pasó por encima), mientras se recuperaba, escribió El cazador de sueños, a mano por cierto, papel y bolígrafo. Imagino que debió estar bajo los efectos no sólo del dolor y de cierto desconsuelo (el malestar físico se inyecta en el cerebro cosa mala) sino que también de medicamentos, analgésicos, sedantes, etc. Lo digo porque se nota en el resultado final de esta novela de casi 800 páginas que aguantan el viaje, no lo negaremos, pero que a la vez se sienten bastante descompensadas y descafeinadas, sosteniéndose en una coherencia interna al filo de la inconcreción y el despelote. Lo que más destaca, seguramente porque escribir a mano le aporta una nunca bien ponderada intensidad y fisicidad a las palabras, una suerte de urgencia instintiva y visceral, es la prosa, como coloquial y desfachatada, desprejuiciada y algo irreverente, con que King construye a los personajes con sus respectivos y convulsos mundos internos, personalidades y psicologías, además de un conjunto de acontecimientos cada vez más descolocante que, de no ser por ese inusitado y elástico humor negro, no habría tenido mucha gracia a pesar de lo insólito y desconcertante de sus sucesos. Sin embargo, esta pulsión algo libérrima se ve contenida y limitada, de seguro, por una revisión o reescritura más "profesional" y "seria" que no le juega mucho a su favor, aunque la trama de por sí tampoco es que sea el colmo de la originalidad, del riesgo dramático, del arrojo narrativo, del impacto argumental... Curiosamente, la lectura se sostenía y avanzaba gracias al estilo, pero si lo "aplanas", qué queda.
Resulta que El cazador de sueños comienza con un prólogo, lo mejor de la novela, en donde King nos adentra en la aburrida y hastiada vida de cuatro amigos adultos, casi cuarentones, desencantados y disconformes con sus vidas, lejos de aquella magia de su niñez y adolescencia en donde los sueños eran promesas de felicidad y provecho que nunca llegaron a cumplirse. En ese retrato de hartazgo generacional, de crisis existencial, King nos ofrece un prólogo brillante y bastante desolador, por lo crudo y real, sacando un poco a su irreverente y mordaz ciudadano interior, a ese punzante e irónico, aunque también humano y compasivo, observador de la realidad, retratista del fracaso y del cansancio, de la resignación vital: mientras nada sea peor, mientras materialmente no me falte lo esencial, no puedo quejarme de que mi vida no sea lo que soñaba: es preferible un vacío en el alma que un vacío en la billetera, en el refrigerador, en el estómago... a fin de cuentas uno puede morirse de frío, de hambre, pero no de frustración. Este retrato de hombres en crisis va aderezado con un leve toque fantástico (cada uno de los cuatro amigos tiene una leve habilidad "extrasensorial" que les otorga pequeñas ventajas, pero que no mejora sus vidas en lo absoluto) que claramente adelantará por dónde irán los tiros eventualmente: la presencia de un quinto amigo de la infancia, un niño especial con ciertas habilidades extrasensoriales, de quien no tienen señas en la actualidad, pero que ante el horror de lo que vendrá va a adquirir un inusitado rol preponderante y fundamental, por más absurdo que ello suene.
Luego, la trama en sí. Los cuatro amigos se juntan una semana de noviembre, ritual para mantenerse en contacto, en una cabaña ubicada en los nevados y salvajes bosques del norte de Maine, casi en la frontera con Canadá, a cazar y mantener el fuego de la amistad. Aparece un cazador perdido, un tipo muy raro, y luego la cosa se pone más extraña aún, una gringada de tomo y lomo, como una poco imaginativa película de ciencia ficción de desorbitante presupuesto y grandilocuentes ambiciones, en donde hay espacio para extraterrestres (cero sorpresas: las primeras páginas están dedicadas a una colección de noticias sobre avistamientos de ovnis), parásitos marcianos, viles y brutales organismos secretos gubernamentales, militares implacables y desalmados, además de sensibleros y cursis flashbacks de aquel pasado feliz en Derry (sí, la infame Derry, ahí crecieron los amigos) con aquel "brillante" amigo especial, ya saben la remembranza sentimentaloide de la infancia, poderes psíquicos, paradojas mentales, el amigo especial que de repente es la llave y la clave para solucionar esta pequeña invasión extraterrestre (¡en serio!), sueños y realidades en un confuso e íntimo abrazo de pieles y tejidos fundidos... Toda una excesiva locura de hechos cada cual más desquiciado e insensato que el anterior, que, sin embargo, no sorprenden ni impactan ni enganchan, aunque al menos no se destripa en una churretera desastrosa y sonrojante, al menos yo pude mantener la cara de póker mientras leía estas, reitero, casi 800 páginas de disímiles lugares comunes reunidos al tún tún (mezclas "Carrie" con "Stand By Me" con los extraterrestres de Spielberg y Cameron con un dulce toque Irvine Welsh -aunque ignoro si Steve lo haya leído, pero es una referencia ilustrativa- con ese militarismo rancio con un fallido impulso emulador de Heinlein y/o Verhoeven... o sea, wtf?!). Lo más gracioso es que King parece plenamente consciente de la ida de olla que se está mandando: los mismos personajes dicen que se sienten como en una mala película de James Cameron, por ejemplo, además de que tenemos monstruitos que van destrozando anos con más eficacia que un BBC ensartado en una pocket girl, King desatado en una espiral escatológica bastante inesperada incluso en alguien que ha descrito toda clase de atrocidades y lindezas.
No lo sé. La multitud y diversidad de estilos, tonos e intenciones que no terminan de cuajar ni armonizar, pero que se mantienen a flote a la fuerza, provoca un efecto extraño mientras lees. ¿Una historia de espíritu clase B o incluso Z que juega a ser una superproducción de grandes ligas? ¿Era necesario poner a prueba la amistad de cuatro + 1 amigos inventándose una invasión extraterrestre? ¿Era necesario que una historia de militares y extraterrestres se resolviera rebuscadamente en la íntima y sentimental infancia de cuatro tipos cualquiera? Quizás más que la desbordada amalgama de tonos y géneros, lo que más me tira para atrás es la prosa como agotada de King, que se esfuerza en escribir con gracia y con actitud y con viveza, pero que no deja de sucumbir a notorios bajones, como una escritura somnolienta, una escritura que dormita, como una onda que te ofrece altos con tanta frecuencia como bajos, de repente tienes páginas muy entretenidas, con una prosa enérgica y entusiasta, luego, con más frecuencia, tienes páginas escritas como por rutina, por cumplimiento, palabras  y oraciones formulistas.
En fin, no es un mal libro per sé. El cazador de sueños es un completo rara avis, una obra absolutamente aparte, desubicada, dislocada, de la obra de King: no tiene la fiereza ni el sufrimiento de su primera etapa, tampoco la pericia revisionista de su etapa intermedia. No es una novela ni una historia memorable, no es tampoco una obra menor de por sí y como es tan rara es difícil de olvidarla de buenas a primeras, sin embargo dudo que alguien te vaya a recomendar su lectura. Yo no la recomiendo, a menos que te guste mucho King, que estés en un afán completista como yo, o que te importe un pepino la opinión mía y quieras descubrir por tu cuenta si vale la pena o no, lo cual es válido por supuesto. Pero estoy seguro que, de todas formas, acabarán dándome la razón. A su riesgo queda; en lo que a mí respecta, siento que El cazador de sueños no me ha dejado nada valioso ni importante, y no es la sensación más agradable para un amante de las historias y de las narraciones.

sábado, 26 de abril de 2025

Irène, de Pierre Lemaitre

 

Biblioteca Nacional S16E03. Debo admitir que no me sonaba Pierre Lemaitre, escritor francés bastante reputado en su país (me puse a googlear sobre él y hasta ha ganado el Goncourt, que es el premio literario de novela más importante en tierras galas), pero, escaneando los estantes de la B.N.P.D. me topé con esta novela suya, Irène, cuyo escueto título me pareció muy sugerente, además de la portada, que tiene algo bastante tétrico, oscuro (y no me refiero precisamente a la paleta de colores utilizadas), no sé por qué pero pensé en "Kill List", la película de Ben Wheatley, cuando apareció este libro en mi campo visual. Así que me lo traje y, por lo demás, otra temporada de la B.N.P.D. ha llegado a su fin. Prácticamente un año ya desde que comenzamos, 48 libros en doce meses, cuatro por mes en promedio, no está mal considerando que también vamos leyendo libros de otras benditas bibliotecas públicas.


Me ha gustado Irène, me ha parecido una novela sumamente juguetona y siniestra, una propuesta diabólica, amén de su retorcida y endemoniada trama, una novela policial, pero no cualquier novela policial, aunque también debo decir que cae un poco en su propia trampa y sus conscientes mecanismos narrativos, pero ya nos explayaremos mejor sin entrar en muchos detalles, porque Irène debe ser leída en la más absoluta sorpresa.
Primero señalemos que la novela se divide en dos partes bien diferenciadas entre sí, aunque ambas cuenten la misma historia sin interrupciones en su continuidad argumental. Segundo, el protagonista es Camille Verhoeven, comisario de policía que mide un metro y medio, policía metódico y adusto, casado con Irène y al que le cae encima un brutal caso de asesinato doble en el cual dos jóvenes son encontradas despedazadas y maltratadas de maneras inimaginables (de maneras que sólo un escritor demente podría imaginar, claro), una escena del crimen tan escandalosamente monstruosa y sin embargo pulcra, policialmente hablando, sin evidencias aparentes salvo el impune descaro de su brutalidad. Como es de esperar, este caso se expande hacia terrenos insospechados a medida que Camille Verhoeven intenta dar con el o los culpables con lo poco que tiene de partida.
Entonces. Irène parte evocando una narrativa mezcla de realismo y hard-boiled policial, verismo crudo, con una prosa seca y behaviorista, sin aspavientos ni florituras estéticas situándonos de inmediato en las entrañas de una comisaría policial con sus rutinas y procedimientos carentes de glamour y sí rebosantes de burocracia, burocracia que, por cierto, no le quita lo áspero y descarnado a la labor de la lucha contra el crimen, los vicios y la indomable oscuridad humana. Luego adquiere un tono bastante, cómo decirlo, calculado, previsible, en el sentido que toca todas las teclas que uno esperaría de una narración policial típica y tópica, describiendo por dentro y por fuera a multitud de personajes con sus respectivas y comprimidas biografías, capsulas informativas y explicativas escritas de manera solvente pero algo mecánica y ¿realmente necesarias?, ¿realmente cruciales para sostener la atmósfera recargada de cinismo y acostumbrada crueldad, el tono de afilada dureza e hiriente descreimiento? Recordemos que comenzaba de un modo más "observacional", más de registro cuasi documental, para dar el salto hacia una omnisciencia inusitada que no es nada terrible ni tampoco le resta interés al escenario y los personajes (este derroche de información no llega, afortunadamente, acompañado con efectismos o truculencias narrativas o emocionales), pero que adquiere una forma más común y convencional en su escritura. De todas formas, cuando se descubre el horrendo crimen descrito arriba, Irène toma su forma definitiva que es el del fascinante y espectacular juego del gato y el ratón, ya sin tanto realismo ni behaviorismo ni tampoco exploraciones biográficas o explicaciones protocolares policiales, solamente la admiración ante un caso de asesinato cuyo atrevimiento formal y sustento intelectual engulle por completo cualquier otro elemento, como si el doble asesinato fuera una musa o una diosa y los personajes, encabezados por un Camille Verhoeven transmutado en "personaje", sus peones; como si la gris y opaca realidad de una comisaría parisina, con toda su flora y fauna, se iluminara de un aura fabulador gracias a la osadía del o los asesinos y, sobre todo, a la luz infame de su estrella sangrienta. Es un efecto bien curioso, que tiene sus pros y contras. Pros, que el caso es condenadamente interesante y, tal como lo señalé más arriba, es un juego diabólicamente engarzado en donde nada queda al azar a pesar de que nuestro pobre Camille Verhoeven deba dar manotazos de ahogado para poder rasgar una pista, por más remota que esta sea. Un caso imaginativo, sórdido y avasallador, aunque también tenebroso y aterrador porque pareciera ser que estamos ante uno de esos casos en donde los malos ganan a pesar de la pericia y determinación del protagonista, por lo que quizás podamos albergar esperanzas, eso sugiere el tono de la novela. Otro pro es el ritmo; si el caso es interesante, el ritmo y flujo de acontecimientos y descubrimientos, cada cual más sorprendente y grotesco que el anterior, hace que la lectura se te pase volando, enganchado en esta trama que no da respiro ni cuartel. Por contra, podemos reiterar un poco en lo convencional de algunas páginas, tanto en narración como en prosa; que así como la novela no para de asombrarte y sorprenderte, de repente tiene baches de tópicos, escenas previsibles, en fin, todo lo cual resulta extrañamente calculado y autoconsciente, plenamente sabedor de que está siguiendo pautas.
En su tramo final, en su segunda parte, todo toma sentido, todo encaja en su lugar, aunque también podemos decir que todo se disloca y desfigura, pues el retorcido giro es en realidad dos giros, uno de los cuales transforma por completo la visión de todo lo narrado hasta ese momento, haciéndote cuestionar todo lo que sabías y presuponías sin ofrecerte respuestas ni alivio ni, de nuevo, descanso ni cuartel, porque esa segunda parte es un devastador e infernal descenso a la oscuridad y desamparo más absoluto, una frenética, desesperada y fatalista espiral de maldad sin concesiones, sinrazón pura y dura. En esta intensa segunda parte, sobra decirlo, el estilo y la prosa de Lemaitre se afirma y reafirma, adquiere pulso firme e implacable, desalmado incluso, y claro, tiene sentido la diferencia de tono entre dicha parte y la primera, habida cuenta de la revelación, que por mi parte no revelaré (naturalmente).
Sólo puedo decir que te hace apreciar aún más la primera parte, incluso con los notorios reparos que cualquier lector medianamente observador y curtido puede apreciar, y que te hace valorar el riesgo de este autor al asumir y abrazar o reconocer el fangoso terreno que tenía que sobrellevar por momentos para justificar el mecanismo narrativo elegido, esa arma de doble filo que así como puede rasgar la percepción del lector con prestancia también puede pasar a cortarse heridas en las manos debido a las torpezas inherentes del dispositivo. Cuando lean este libro me entenderán mejor, en cualquier caso estas palabras mías confirman que les recomiendo este libro y que de seguro les gustará porque tiene dos o tres cosas importantes: el misterio te engancha y se plantea y desarrolla y concluye con precisión y manejo del drama y el suspenso; es una novela tan inteligente como animosa y entusiasta en su labor narrativa, en su recursivo juego de espejos y puzles demoniacos; además de ser impactante y ofrecer escenas que te dejan un pozo de desaliento luego de la lectura, en plan "mierda, de verdad pasó eso, de verdad llegó hasta ese punto, de verdad no se cortó para nada al momento de cruzar ese límite".
A mí me ha gustado, me ha parecido una novela muy creativa y, como la extraña variedad de tonos y formatos de su primera parte queda justificada, también valiente a su modo. Me ha convencido. Irène, demonios, una perfecta creación novelística.


Ah, la vieja y querida tradición republicana de todo préstamo a domicilio. Irène ha sido prestada y presuntamente leída en quince ocasiones, siendo la primera en abril del 2017, es decir prácticamente ocho años exactos, casi dos veces por año, aunque un análisis súper mega híper exhaustivo nos demuestra que la mayoría de lecturas de esta novela, concretamente doce de ellas, se produjeron en la década pasada, siendo el 2017 su año de gloria. Luego del único préstamo del 2019, la típica siesta lectora de estos nuevos locos años veinte hasta el 2023, cuando dos lectores, en los meses de invierno, rescatan a Irène de su letargo, luego lo mismo, nada, hasta que he aparecido yo, el héroe que nadie pedía y que nadie necesitaba, pero que de todas formas existe porque inútiles sobran en este planeta, ¿o no?

jueves, 24 de abril de 2025

Las dos después de medianoche, de Stephen King

 

Biblioteca de Santiago nº21. Ha sido toda una sorpresa toparme con Las dos después de medianoche en la BDS, la verdad es que no estaba al tanto de que estuviera disponible, a veces pasa que una semana ciertos libros no están en sus estanterías y luego, cuando vuelvo a ir para devolver los leídos y llevarme otros, hay nuevos títulos sumados a los que ya había observado antes, pero es que ahora no me lo esperaba en lo absoluto, por lo mismo me aseguré de inmediato y me lo traje. Las dos después de medianoche proviene de un libro que reúne cuatro novelas y que en inglés se titula Four Past Midnight, sólo que, al parecer, traducirlos todos en un solo volumen iba a ser demasiado para los lectores así que, tal como en el caso de Skeleton Crew y Nightmares and Dreamscapes, ha sido dividido en dos volúmenes con dos novelas cada uno. Como cada novela es para cada hora de la madrugada, el otro libro, que les adelanto no está disponible en ninguna de las bibliotecas públicas que frecuento (de todas formas tenemos Stephen King para rato, oh sí), se llama Las cuatro después de medianoche. En fin, vayamos con la novela para la una de la madrugada y con la que es para las dos de la madrugada.


Primero, Los Langoliers. Tenía bastante curiosidad por leer esta novela (nada de novellas acá, estamos hablando de 300 páginas por dios santo, casi noventa mil palabras, novellas las pelotas), su título me llamaba poderosamente la atención, me parecía muy sugerente. ¿Qué serán esos Langoliers? ¿Será un apellido, el apellido de una familia de maníacos? ¿Serán unas criaturas raras y monstruosas? ¿Será un enigma, un acertijo, un juego de palabras? ¿Será una especie de atracción de feria o un reality show, una competición desquiciada? ¿Será un exquisito y delicioso delicatessen de terribles efectos digestivos? Langoliers, oh Langoliers...
Los Langoliers es como un episodio de La Dimensión Desconocida. Luego de su introducción de personajes y todo, el conflicto es el siguiente: un vuelo de L.A. a Boston se ve afectado por un singular y terrible hecho sobrenatural: casi todas las personas a bordo han desaparecido, dejando tras de sí sus pertenencias e incluso ciertos objetos incrustados en ellos, tales como marcapasos o tornillos. Solamente una docena de pasajeros siguen ahí, enterándose de tan raro acontecimiento al despertar de la típica siesta para que el vuelo se pase volando (¡ba dum tss!), como si fuera un mal sueño, pero no, es la realidad, inexplicable, ilógica, absurda, pero la realidad al fin y al cabo: están en un avión prácticamente desierto, sobrevolando Estados Unidos de oeste a este y manteniéndose en el aire gracias al piloto automático. ¿Cómo podrán solucionar su situación y a qué se debe? Los misterios y los obstáculos prácticos, desde luego, no se detendrán ahí; es tan sólo el inicio de una verdadera experiencia infernal.
Los Langoliers me ha gustado bastante, es una novela que triunfa y brilla ahí en lo misterioso, lo inquietante, lo inasible e intangible, en la esencia misma del misterio: el tener las respuestas casi a mano, pero sólo casi, porque te acercas y de repente se pierden, se difuminan, se evaporan en el aire y te quedas con la sensación de impotencia e indefensión. En esa atmósfera de misterio y de desesperación, de una tensión que se puede cortar con cuchillo, King eleva una historia que continuamente coquetea con cierto desastroso desmadre, pero que nunca cae en ello pues sabiamente elige enfocarse y centrarse no en las respuestas del caso sino que en los efectos, psicológicos y conductuales y mentales e interpersonales, del misterio y el desconocimiento en este grupo de extraños forzados a trabajar improvisadamente y a ciegas, en imperfecto conjunto, con tal de sobrevivir. Rencillas internas, desconfianzas y pequeñas alianzas, además de la perpetua sensación de estar caminando en un campo minado, son elementos que mantienen a flote el relato de inicio a fin, especialmente en un tramo final intenso y apoteósico, sorprendentemente bien resuelto, una infartante escalada de angustia y frenetismo, de optimismo y desaliento, una genuina montaña rusa de emociones. Stephen King de verdad, literalmente, salva esta novela del desastre.
Lo digo porque ya conocemos al bueno de Steve: el hombre tiene buenas ideas, tiene buenas imágenes y metáforas, pero a veces la ejecución o materialización de esas metáforas resultan contraproducentes y chirriantes, sin mencionar que también es proclive a echar mano a lugares comunes tales como personajes con poderes mentales muy convenientes o con trasfondos dramáticos algo inconexos pero de igual forma muy útiles para sacarse soluciones de la manga. Y es curioso porque en esta novela titulada Los Langoliers lo menos interesante son los Langoliers en sí mismos, si bien lo que causan, lo que provocan, lo que significan y representan y simbolizan, es lo no sólo interesante, sino que también atemorizante y estremecedor. Así las cosas, mientras el grupo de extraños se las arregla para ir sobreviviendo a todos los obstáculos que les caen encima a la par que intenta resolver la elusiva naturaleza misma de su situación, la novela, lo dije, funciona a las mil maravillas: te mantiene tenso y atento, implicado con el laborioso calvario de los personajes. Cuando estos se ponen a hablar de los Langoliers (hay una niña ciega que lo que no ve con los ojos lo ve con, digamos, la mente o el espíritu, sepa Moya; además de otro pasajero cuyo padre lo atormentaba, de niño, con unos "cucos" muy particulares cuyo recuerdo, miren por donde, les cae como regalo caído del cielo... Y bueno, sé y comprendo que eso de los Langoliers no es más que una manera con que los personajes "bautizan" el problema, pero igual, mis reparos se sostienen a pesar de ello: King confirma que "el que explica se complica", ¿para qué esforzarse tanto en darle forma y explicación a los Langoliers?) y cuando éstos aparecen hay que, bueno, seguir la corriente, qué saca uno con resistirse. Por fortuna la novela se centra más en el misterio, en los nervios, en el miedo, y tampoco voy a negar que la metáfora de los Langoliers es poderosa, de una negrura abismal que en verdad pone los pelos de punta si te lo piensas e imaginas con detenimiento, lo que por cierto es algo que King sabe hacer bien: transmitirte sensaciones y describirte parajes infinitamente aterradores, lo cual termina por imponerse. 
Como sea, no se alarmen: Los Langoliers es una novela sensacional, que no obstante el tener esto o aquello, te ofrece una experiencia intensa y sugerente de inicio a fin, con la prosa firme y rotunda de su autor; una novela que comienza alto y va concluyendo en un tramo final memorable. Se los recomiendo a ojos cerrados, sin pensarlo dos veces.

Luego, Ventana secreta, secreto jardín. Otra novela de unas 200 páginas, súmale unas cuantas más. Me parece que este volumen de novelas reunidas marca la transición entre la primera etapa de King, esa etapa rabiosa y desquiciada y esquizofrénica y visceral y cuasi suicida, y la que le sigue, su etapa intermedia, caracterizada por su depuración, dominio y (auto)revisionismo. Se nota tanto en esta novela como en la anterior.
Ventana secreta, secreto jardín es otra intensa y angustiante historia, aunque, eso sí, juega en una liga más íntima, privada, lo que la hace más ominosa y aterradora, porque se trata de un escritor recién divorciado que, viviendo solo en una de esas localidades relativamente aisladas de Nueva Inglaterra que reciben gente solamente en los veranos, despierta de una siesta para abrirle la puerta a la persona que ha tocado el timbre de su hogar. Ha ido a visitarle un hombre con pinta de agreste granjero que lo acusa de haberle plagiado un cuento. El escritor no ha plagiado nada, está seguro de eso, y hasta tiene pruebas para defenderse, pero el granjero, el tal John Shooter, no ceja en su empeño de poner las cosas en su lugar, de enseñarle una lección al escritor ladrón de ideas que de seguro piensa que se puede salir con la suya sin preocuparse de las consecuencias de sus actos rastreros. Una verdadera pesadilla que King sostiene con enervante pulso, centrándose tanto en la cada vez más precaria estabilidad mental de su acosado protagonista como en esa aparentemente normalidad y cotidianidad que sigue circulando a su alrededor, como ajeno a sus acuciantes problemas, lo cual resulta desalentador, te provoca una sensación de impotencia por el protagonista, inerme ante tan ridículo problema: otro lector neurótico al acecho. Lo cierto es que ni el escritor ni el granjero quieren dar su brazo a torcer y, en tales circunstancias, las cosas se pondrán bien feas y King te transmite con toda la fuerza posible la rabia y la frustración que se va suscitando de tan inusitado feudo.
Lo que sí, esta novela tiene un giro final no del todo impresionante ni original, que se ve venir de lejos, restándole bastante de su impacto inicial y medio, pero que de todas formas no arruina por completo una experiencia que, a pesar de sustentarse en dicho conflicto y hacerlo correr como motor narrativo, también le sirve a King como vehículo para reflexionar y explorar lugares oscuros, para adentrarse en esos agobiantes y claustrofóbicos espacios de odio, desprecio, violencia, que poco a poco devoran y se apoderan de sus víctimas, en resumen, en donde el autor vierte, de manera más calculada, como hierro fundido en un molde definido, sus preocupaciones habituales: igual de quemantes, pero más consciente de su instrumentalización. Tan consciente que, inevitablemente, hay un epílogo en donde los demás personajes explican con peras y manzanas qué debió de suceder, la famosa "escena obligatoria" que las películas suelen meter con calzador por si algún despistado queda con un signo de interrogación encima de su cabezota. En fin, no obstante esa redundante escena obligatoria (perdonen la redundancia en dicha frase, inherentemente redundante) y de aquel previsible giro final, pienso que estamos ante una obra muy bien lograda que, mientras mantiene el enigma y la tensión y la incertidumbre, es un excelente y violento thriller de suspenso que hará que se muerdan las uñas ansiosamente porque además explota de manera inteligente el tema de persona común y corriente enfrentando un problema que va más allá de sus fuerzas, herramientas e incluso su entendimiento
También les recomiendo esta lectura, a lo mejor hasta les convence ese giro final y entonces saldrán 100% satisfechos, porque de que esta novela está bien escrita, con fuerza y potencia, lo está, maldita sea. No podrán despegar la vista de sus páginas, atrapados como el protagonista en este descarnado entuerto. 

martes, 22 de abril de 2025

Más allá del equinoccio de primavera, de Natsume Soseki

 

Bibliometro #97. Debo decir que no conocía en lo absoluto el nombre y la obra de Natsume Soseki. Recién lo vine a conocer navegando en el catálogo de Bibliometro, que tiene un par de libros suyos disponibles, y como por acá estamos dándole duro a la literatura japonesa, abarcando cantidad y variedad de autores, naturalmente fuimos y nos trajimos un libro suyo. Y luego, investigando un poco sobre él, me entero de que Soseki está considerado uno de los grandes de la literatura nipona, siempre es mencionado junto a otros colosos y titanes como Oe, Mishima, Kawabata, Akutagawa, Tanizaki, Dazai... Y yo ni idea, lo cual, como ya sabemos, siempre nos entusiasma: conocer y conocer más, es mi hambre, la única que tengo por estos días.

Más allá del equinoccio de primavera (que, según el traductor de Google, es una traducción bastante buena; el título original significa algo cercano a "Hasta el equinoccio") es una novela bastante curiosa en estructura y estilo, o quizás en espíritu. Es un buen libro, que quede claro, una lectura reveladora a su modo, a su modo desenfadado y libérrimo; una novela profunda y compleja aunque, consciente y deliberadamente, no lo aparente, mostrándose como un sencillo relato/retrato costumbrista-urbano generacional (y, como de todas  formas lo es, lo hace con gran calidad, gran sutileza: pintando el cuadro a través de trazos individuales, dejando que el color y los matices propios de cada personaje vaya completando "por su cuenta" el panorama general, en lugar de hacerlo al revés y forzar una plantilla previa encima de los personajes y sus elásticos, acuosos contornos) aunque en realidad sea un mordaz y agridulce relato de formación, un canto humanista, vitalista y filosófico tan desesperado y desolado como optimista y luminoso, oscilando entre un gris de penumbra y una asombrosa nitidez existencial... como la vida misma para quienes se sienten a la deriva, perdidos en el cruce de caminos del destino tal como el protagonista, un joven recién graduado de la universidad, en la carrera de Derecho, pero al que se le hace extremadamente difícil encontrar trabajo, desocupación que lo sume en un ocioso pesimismo, en un estado de ánimo ambivalente e impredecible que puede conducirlo ya sea a barrer las calles de Tokio para encontrar trabajo o disfrazar su inactividad vital como a hundirse en inconclusas cavilaciones sobre su valor como ser humano, como individuo, sobre qué demonios se hace con la vida de uno, en especial cuando los intentos resultan ser infructuosos... ¿Se puede torcer el destino, se puede cambiar la cara de la rutina, se puede tomar las riendas de nuestra vida realmente? Las reflexiones del protagonista y la descripción de esa vida incierta y desalentadora que lleva, ambas vertientes, están escritas con unas deliciosas sencillez y sutileza que no por ello le resta peso a su poderío dramático y narrativo, el autor de verdad te hace sentir en los poros esa rutina del hastío: el denso rumiar de esos oscuros pensamientos, la gris belleza que se puede hallar en una hora muerta del día en algún punto olvidado de la ciudad... Una novela tan introspectiva como contemplativa, observadora.

Y eso no es todo porque en realidad el protagonista es una especie de falso protagonista; un personaje sumamente bien construido y perfilado en su moral, psicología y personalidad, que sin embargo puede ser tanto el centro de la telaraña de almas como un observador externo de dicha red. Así las cosas, en sus ánimos y empeños por encontrar trabajo e insuflarle algo de sustancia y experiencia a su vida, el protagonista, Keitaro, va conociendo distintos personajes, de diverso género y situación económica, que tienen también historias que contar y compartir: hay espacio para historias sentimentales y románticas; para una trama exquisitamente de "espías" y toque noir; sagas familiares con sus secretos y pecados ocultos; salvajes y exóticas aventuras de hombres andariegos y (auto)marginados del tejido social, de la maquinaria humana, de esa bota que te pisa el alma, el corazón; muertes y amoríos, un crisol de almas y personalidades, de cosmovisiones enfrentadas y contrapuestas, todo por lo demás variando el estilo, de primera persona a tercera persona, desde cierto gélido distanciamiento crítico y estético hasta el vibrante testimonio de un animoso narrador, con una erudita elegancia por momentos hasta un nivel más bien conversacional... Naturalmente este mecanismo estructural puede sorprender o fragmentar la atención de según qué lector, pero para qué digo estas cosas, no es más que una "advertencia", en lo personal me agradó esta variedad de tramas y estilos presentados con tanta naturalidad, jovialidad y también seriedad, gravedad, aceptando que la vida, en tanto rutina y en tanto existencia, es un conjunto de impresiones agridulces, de altibajos, especialmente si la estabilidad y uniformidad no es lo tuyo. No diría que estamos ante una graaaaaan novela, de esas que te cambian la vida, pero es innegable que estamos ante una obra singular, dueña de una voz y visión propia y distinguible, que propone algo y que lo ejecuta a cabalidad, además de estar bien escrita, con claridad tanto para lo descriptivo como para su componente introspectivo, existencial, filosófico. Esa atmósfera, entre esperanzada y entusiasta, entre desolada y hastiada, no es casualidad y nos demuestra que estamos ante un autor que tiene mucho que decir y que sabe cómo hacerlo, como transmitirlo y expresarlo, además de tener una notable capacidad imaginativa y fabuladora. Un lúcido contador de historias, en definitiva, que atrapa tu atención tanto por los avatares argumentales como por sus ganchos más hondamente significativos. Supongo que si nos ponemos más o menos teóricos, Más allá del equinoccio de primavera aúna cierta exquisitez clásica (ese invariablemente dulce y fascinante aire clasicista de las grandes obras) con, sin ser experto, un adelanto de los estimulantes recursos, temas y tratamientos literarios propios de la modernidad. Tenemos el hombre contra el destino, el hombre contra la sociedad, el hombre contra sí mismo; el paisaje, la patria, la mente o el alma. En fin, me ha gustado un montón esta novela, ofrece mucho más de lo que aparenta. Me convence de que Natsume Soseki es uno de los grandes y señeros novelistas japoneses. Descúbranlo.

En fin, hemos hecho debutar este ejemplar bibliometrusco. Esperemos que siga siendo leído con fruición de ahora en adelante.

domingo, 20 de abril de 2025

Éxtasis. Tres relatos de amor químico, de Irvine Welsh


Biblioteca de Santiago nº20. ¡Obviamente! vamos a buscar en cada biblioteca que encontremos libros del bueno de Irvine Welsh, ese escritor tan necesario, esencial y obligatorio en el panorama literario del mundo mundial. Por desgracia ni en Bibliometro ni en la B.N.P.D. tienen mucho a mano y lo que tienen ya lo hemos pedido, leído y comentado (Crimen, Skagboys y Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo). En la BDS hay unos cuantos más, y como sabemos que sus libros son voluminosos no podemos leerlos a lo bestia como suele o solía ser nuestro estilo, por lo que, de momento, tenemos entre manos Éxtasis. Tres relatos de amor químico, una deliciosa y sabrosa pildorita que, sin ser lo mejor o más imprescindible de su autor, sí es, por méritos propios, una lectura divertidísima, recomendable y, a su modo, memorable, pues, acaso de una manera más libre y desenfadada, aúna en sus tres relatos los elementos más distintivos de un Welsh completamente, cándidamente entregado a obsequiarnos con sus peculiares invenciones.


Bien, el párrafo introductorio es en sí mismo un adelanto de lo que usualmente digo en esta parte central, así que vayamos al grano, o sea, vayamos a los relatos de inmediato.

-Lorraine va a Livingston. Novela sentimental de Rave y Regencia. El relato que más me ha gustado, con toda seguridad es, de los tres, el más desfachatado y a su modo insolente, estilo "lo tomas o lo dejas". Tenemos una serie de personajes cuyas disímiles y variadas vidas se entrecruzan de maneras inesperadas pero definitorias, comenzando por la apoplejía que tiene Rebecca Navarro, una best-seller de novelas rosas ambientadas en épocas pasadas, ya saben, la aristocracia, la nobleza, los títulos, la elegancia y el pudor, los salones fastuosamente decorados y las encantadoras presentaciones en sociedad, los tiempos en que Napoleón conquistaba medio mundo (medio continente, mejor dicho). La escritora es una mujer bastante ingenua, bonachona e inocentona, abstraída de la vida real y refugiada en sus refinadas historias sentimentales, pero esta apoplejía será el comienzo de una brusca y frontal revelación vital en torno a la que giran dos enfermeras que si no están cumpliendo turnos en el hospital donde cae la escritora están de fiesta en clubs y raves y toda la escena tecno, otro trabajador del hospital enamorado de una de las enfermeras, un célebre presentador de televisión que le gusta visitar la morgue del recinto porque sólo se le para con la carne muerta y el marido de la escritora, un patán manipulador que, aprovechándose de la fortuna y el carácter descuidado y desprendido de su esposa, se financia toda clase de vicios a espaldas de su mujer. Corre mucha droga, mucho éxtasis, relaciones que inician relaciones que llegan a su fin, hay toda clase de sexo, una que otra escena de antología (pero no por lo agradable; la sórdida y perversa imaginación de nuestro amigo Welsh no se corta en lo absoluto, ¡y cómo nos gusta de esa manera!) y, en fin, la clase de cosas que ocurre en una comedia negra, es decir: muchas escenas y palabras incorrectas y ofensivas y "delicadas" descritas con un arrollador desparpajo.
En todo caso, a pesar de que este relato no se extiende mucho y de los numerosos personajes que se reparten las páginas, Welsh siempre ha destacado por su construcción verosímil, creíble y coherentemente a pulso de sus criaturas, quizás no precisamente muy complejos o profundos dada la brevedad, pero apropiadamente retratados y perfilados como entidades propias y como agentes/partícipes narrativos y dramáticos. El ritmo del relato es bastante rápido pero eso no afecta la integridad y solidez, por así decirlo, de los personajes.
Por otra parte, me ha encantado el juego de paralelismos o espejos que Welsh establece entre los personajes "reales" y la novela rosa que la escritora va completando a medida que avanza el relato. A fin de cuentas, son dos caras de la misma moneda: una cara más refinada y sofisticada, con ese lenguaje exquisitamente recreado que no resulta para nada pomposo, la verdad es que la novela rosa se lee con igual interés, entusiasmo y fluidez que el relato de Welsh, que sería la otra cara, en donde los amores y las relaciones son menos solemnes y ceremoniosas, son más sucias y ásperas y vibrantes, pero son en esencia lo mismo: personajes que viven en el peligroso filo de sus pasiones más abismantes y que pueden caer de pie y con gracia como un gato, o estrellarse y despatarrarse contra el gris cemento de la calle, como un chicle masticado en exceso y luego pisoteado por un montón de suelas anónimas.

-La fortuna siempre está oculta. Novela de la industria farmacéutica. Este es un relato que, luego de un tétrico y paranoico prólogo, va avanzando a dos bandas, alternando capítulos entre una línea y otra: por un lado, tenemos, narrado en primera persona, la historia de un inglés promedio, un hooligan del West Ham, fiel representante de esa masculinidad bruta y hosca y contradictoria, a menudo hipócrita y pusilánime cuando lo sacan de sus infantiles campos de batalla de fuerza bruta, que nos cuenta las complicaciones de su diario vivir entre el ocio, el sexo, la parranda y hacer uno que otro trabajillo para ganarse los morlacos. Su brusca cotidianidad se ve trastocada cuando conoce a una mujer sin brazos que le provoca sentimientos de ternura y amor que nunca antes había sentido, más allá incluso de las ansias de la carne y la satisfacción efímera, y su singular relación con esta mujer le cambiará la vida sin duda. Por el otro lado, tenemos distintos personajes y escenarios que giran en torno a un indignante y lamentable y vergonzoso acontecimiento: la comercialización de un medicamento que, consumido por mujeres embarazadas, provoca horrendas deformidades en sus bebés en gestación. Así las cosas, esta línea narrativa nos sitúa junto a las víctimas así como junto a los perpetradores, a los comerciantes, a los que lanzaron dicho medicamento al mercado a pesar de las dudas y alarmas en los experimentos, confluyendo con la otra línea narrativa en un final brutal, caótico y repentinamente intenso que, sin duda, te dejará descolocado, algo apenado y, sobre todo, extrañamente alegre, pensando "qué final más puramente, sangrientamente romántico y sentimental, ¿no?".
Si bien la línea del hooligan no destaca precisamente por ser el colmo de la novedad, no es menos cierto que la prosa enérgica y vehemente, potenciada con la colorida personalidad del protagonista que narra su propia historia, decorando todo con amables epítetos a diestra y siniestra, compensa sobremanera la falta de ese impacto, de ese shock que debería provocar el lanzarnos de lleno en esa orgullosa y consciente recreación en el mal gusto, lo grotesco y lo borderline de sus personajes y ambientes; por cierto, Welsh es un escritor capaz de sortear las apariencias y ese es otro plus: a pesar de las resistencias que a personas más delicadas y frágiles que yo le pueda provocar la historia de un hooligan machista y homofóbico y medio fascistoide (entre otra colorida flora y fauna local), es innegable que el autor extrae el carácter humano y auténtico de ellos, salvándolos de la mera y ofensiva caricatura. De la otra línea no hay mucho que decir: me gusta su narración fragmentaria, más pulida en su lenguaje además, por momentos funcionando como un relato noir, en donde Welsh nos habla de reivindicaciones, de justicias y venganzas, elaborando una elegante y contenida pero de todas formas rabiosa crítica social, disparando contra la impresentable y sistemática deshonestidad e incluso maldad de las élites, de los poderosos, de las estructuras e instituciones que juegan con las vidas de millones de gente de a pie para enriquecer sus bolsillos. Y a su vez, en consonancia con el carácter, digamos, humanista de su otra línea narrativa, Welsh acepta el reto de adentrarse en la psiquis, la mente y la vida de estos personajes en perpetua danza en torno a desgracias y tragedias propias y ajenas, constatando que detrás de la codicia o la violencia, de la arrogancia o de la imbecilidad, hay una maraña de sutiles velos o ramificaciones de mezquindades y miserias y frustraciones privadas y soterradas que, desde luego, no justifican nada, pero que nos arrojan, quizás, una fea verdad a la cara: detalles más, detalles menos, ¿somos, por dentro, tan distintos de la gente que odiamos, que despreciamos y que ignoramos?

-Los invictos. Novela rosa Acid House. Irvine Welsh, antes de Éxtasis, publicó un libro titulado Acid House, un libro de cuentos propiamente tal (no como acá que tenemos, más bien, relatos largos y una novela corta) en donde uno de los susodichos lleva el título del conjunto. Ignoro si dicho cuento tiene algo que ver con Los invictos, puede que sí, puede que no, a fin de cuentas hay argumentos a favor de ambas opciones: que sí porque, bueno, a fin de cuentas Welsh suele hacer interactuar a sus personajes, por ejemplo en la presente historia se deja ver el bueno de Spud; que no porque, obviamente, lo de Acid House hace referencia al estilo tecno, dando a entender que la cosa se va a ambientar en dicha escena musical o bien que el estilo mismo del relato va a emular el ritmo agresivo y machacón de esos sintetizadores y tornamesas.
Como sea, Los invictos me ha gustado pues tiene la energía y la frescura inherente e insobornable y, sobre todo, inagotable de su autor, si bien es cierto que si alguien dice que tiene cierto aire a deja vu, no podré contradecirle del todo, pues aunque los personajes sean nuevos, de entidad propia, y sus dramas y comedias también, no es menos cierto que es otra de esas geniales pero ya conocidas inmersiones de realidad con que Welsh nos lanza a los sectores menos deslumbrantes del barrio, ahí con una peña de cuidado que es mejor evitar si eres un simple gentil que sigue las reglas del juego social: trabajar mucho, ser un ciudadano modelo. Es decir, mucha droga corriendo por las venas y fluyendo entre las neuronas, tabernas inmundas, la liturgia diaria en el pub, pintas de cerveza haciendo fila, peleas y trifulcas territoriales, polvos que es mejor olvidar, fines de semana en donde se tira la casa por la ventana, haciendo trabajitos legales y otros ni tanto para tener lo justo para solventar el desmadre y ya conocen el resto. Sin embargo, como digo, Welsh no pierde en lo absoluto su energía, su prosa es tan palpitante como siempre y sus personajes tan auténticos, de carne y hueso, como desde sus inicios (mención especial a su rutilante capacidad para componer personajes femeninos, mucho más complejos y profundos de lo que una mirada prejuiciosa, de esas que juzgan por la portada, aventuraría a priori). Puede que ya estemos algo más familiarizados con los lugares y nobles arquetipos del escocés, pero eso no les quita autenticidad ni fuerza, o habilidad para aunar sucio e irreverente realismo con delirantes y políticamente incorrectas y surrealistas estampas cotidianas en una atmósfera tan crítica como compasiva, tan afectuosa, tan de hermanos y camaradas, como de "ya me tienen aburrido maldita escoria inmunda dejen de infectarme los ojos y la nariz y los oídos". Como quien quiere irse del barrio pero no lo hace por razones oscuramente sentimentales.
Los invictos trata sobre un ocioso sin oficio ni beneficio que sobrevive moviendo paquetitos de drogas, que tiene pequeñas ambiciones de incursionar como DJ y que vive para los fines de semana de excesos en raves repartidas por la good auld Escocia. También trata sobre una mujer descontenta, infeliz con su vida perfectamente tejida: trabajo full time en una oficina pública, casada con un pedante aburrido y malo en la cama, con un futuro tan plomizo como su asfixiante presente. Ambos se sienten vacíos, disconformes con sus vidas tan disímiles, pero quizás encuentren el camino hacia una cierta armonía, hacia una cierta felicidad. Quizás, miren por donde, la puerta sea un rave, la llave sea una pastilla de éxtasis y el camino sea un sendero embaldosado de beats. Háganle caso al título: es una dulce novela rosa-romántica acid house, con el desbordado sello de calidad de Irvine Welsh.

Palabras y consideraciones finales, ideas para ir cerrando las impresiones y sensaciones generales de los relatos. No será el libro más memorable ni excelente o sobresaliente de su autor, y bueno, puede que tampoco el más sorprendente, de hecho el mismo Welsh ha confesado que, en la vorágine de fama que tuvo allá en los noventa, se anduvo medio apresurando en publicar Éxtasis, lo que se nota un poco, sin embargo podemos afirmar con seguridad y vehemencia que la lectura y la recomendación están justificadas, primero por la manifiesta intención de jugar con el género rosa/romántico y colorear con ese dulce filtro sentimental su universo sucio y desesperado, lo que le da su toque distintivo y coherente, y en segundo lugar, por lo que he repetido bastantes veces en este post: Welsh conoce este universo, le tiene tanto cariño como, no lo sé, resentimiento o distancia crítica, y eso se palpa en su escritura, en la sutil profundidad de sus personajes, que no son retratos de turistas observando realidades adversas en visitas guiadas por locales o especialistas, sino que burbujas nacidas de las entrañas mismas de dichos barrios y realidades, flotando en el aire con suicida y enajenada animación hasta que explotan. A veces puede ser sórdido, grotesco, de mal gusto, a veces más ligerito, anecdótico e incluso dulzón, a veces más serio, duro o grave, sin duda también puede ser irónico, mordaz e irreverente, pero no se puede decir que no sea humano, político, genuino ni real, y con ese pilar, con esa base, toda lectura de Welsh es un placer y un regalo... y una garantía de calidad.

viernes, 18 de abril de 2025

El Palacio de la Luna, de Paul Auster

 

Biblioteca Nacional S16E02. Primero leímos Sunset Park, mero impulso, esa vez vimos un libro de Paul Auster a mano y lo pedimos, irresistible como es. Tiempo después, bastante tiempo, vimos en la B.N.P.D. La trilogía de Nueva York, la primera novela que Auster publicó como tal (antes lanzó una novela de detectives bajo seudónimo), que habíamos leído hace varios años y que quisimos leer de nuevo porque por qué no, irresistible como es. Luego, por casualidad, por uno de esos azares que tanto le gustarían a Auster, nos encontramos con El país de las últimas cosas, que resulta ser la novela que siguió a la Trilogía..., momento en el que pensé "¿será que podremos leer la obra novelística de Auster de manera lo más cronológica posible?", así que me fijé y observen, en la B.N.P.D. estaba El Palacio de la Luna, la novela que sigue a El país..., y me la traje porque es una novela de Paul Auster, irresistible como es...

Maldita sea ¿cómo puede escribir tan bien una persona? El Palacio de la Luna me ha EN-CAN-TA-DO. Esta vez, luego de un libro de misterios existenciales/metafísicos y de un survival horror intelectual, Auster se enmarca, según mi opinión, en el terreno de una novela de formación, o coming-of-age, que es una expresión que me gusta más, que siento más cercana, para amoldar dicho modelo a su visión/voz/estilo de la literatura a la vez que amolda su visión/voz/estilo de la literatura a dicho modelo. En esta novela, asumiendo las claves del tipo de relato elegido, Auster, tal como en sus títulos primeros, vuelve a verter sus intereses y preocupaciones estéticas, intelectuales y humanistas, todo en perfecta armonía, en ideal simbiosis, en absoluta conjunción artística y narrativa con el marco dramático del duro proceso de crecimiento, resiliencia y maduración del protagonista. Por cierto, comienza a configurarse y cristalizarse de manera más precisa y nítida lo que denominaremos como el (anti)héroe Auster, esto es un individuo perdido, confundido y desesperado en un mar de incertidumbre, en una jungla de verdades falsas, de imágenes ilusorias, de convicciones y principios tambaleantes, de reglas y cadenas y chalecos de fuerza débiles y raquíticos que pueden ser tan fuertes como lo sea la necesidad de domesticación y aprobación de cada persona y ciudadano del mundo y de la vida; un individuo rebelde, inconformista, heterodoxo... obstinado e insobornable en su intención de zafarse de toda norma castrante, devoradora, inhumana; un individuo tan rabioso y peligroso y loco de atar como frágil, melancólico, inerme y resignado a los azares que lo rodean, recluido en su propia personalidad que es tan liberadora como aplastante, una bendición pero también una maldición, porque nadie nunca ha pedido estar al margen de la luz y la felicidad que los otros disfrutan sin cuestionar, aunque una vez que lo ves desde afuera, esa luz y esa felicidad no te parecen más que una mala obra teatral, una farsa una comedia, una ampolleta debilitada y velada por el uso, por la humedad, por el polvo impregnado en su materia. El protagonista es M. S. Fogg, un muchacho algo solitario, sin familia, de vida ajetreada y dura, que nos narra todos los acontecimientos y pesares, tribulaciones y desgracias, que más o menos resume en esa primera página que pueden ver abajo, además de varios pormenores biográficos previos. La época en que comenzó a vivir, en que podríamos decir que despertó, que abrió los ojos; sin sentimentalismos romanticones, sin idealismos melosos, sin añoranzas simplonas: con el debido respeto al pasado y a la experiencia formadora, con la debida valentía para no olvidar, pero con la suficiente insolencia para saber mirar hacia adelante y poner al pasado en su lugar: lejos, lejos de mí, maldita sea. Y su historia, una historia marcada por personajes y hechos (y secretos) fascinantes y atractivos, viene aderezada con planteamientos filosóficos, con reflexiones en torno a la importancia de la existencia, la soledad o el amor y la camaradería, punzantes aunque sutiles críticas a ese capitalismo salvaje competitivo del sálvese quien pueda, el gusto y el placer por el arte y la cultura, por las historias y las narraciones, por aquello que ilumina nuestras vidas y que nos salva y que nos mantiene a flote, todo aquello que nos forma a la vez que nos moldea permanentemente, por la sana ingenuidad de dejarse sorprender ante lo que te depara el mundo y el tiempo... Básicamente, a pesar de las dificultades y oscuridades que hay que pasar, El Palacio de la Luna es el lado luminoso de la moneda del azar: el lado liberador, tan liberador como el animalillo que tenemos en nuestro interior, sediento y hambriento de aventuras, de conocimientos y de libertad de movimiento. No mucho más puedo decir, salvo que se dejen llevar en el placentero y potente caudal narrativo de esta deliciosa novela, de esta hermosa y conmovedora novela, escrita, por lo demás, con el habitual y exquisito buen gusto de su autor, esa prosa profundamente humana, sensible y cercana, cándida y curiosa, pero también implacable a su modo, gélida y feroz en su distanciamiento crítico con el propio ser y con el entorno, como en guardia. En fin, qué puedo decir, me hace genuinamente feliz leer algo de Auster, esperemos que sigamos con la buena racha si seguimos encontrando novelas suyas por ahí...

¿Tan sólo una lectura, la mía, en la ficha bibliográfica de un libro de Paul Auster? Me cuesta creerlo, pero las pruebas están a la vista. Nada más queda decir, salvo lo de siempre: vayan a por este libro, les va a gustar, Paul Auster es un grande, hay que darle un Nobel póstumo, y si no existe hay que inventarlo por él, maldita sea.

miércoles, 16 de abril de 2025

Cell, de Stephen King

 

Biblioteca de Santiago nº19. Puede que Cell no sea uno de los libros que el público general y los entendidos más aprecie de Stephen King, pero eso no es algo que nos preocupara en realidad, por acá leemos lo que caiga en nuestras manos; si bien tenemos ciertos prejuicios y reticencias por aquí y por allá, afortunadamente no son tantos y menos aún con nuestro buen amigo de Maine. Lo que de verdad quería decir es que Cell ha llegado en un buen momento: después de la pésima semana lectora que tuve la semana pasada, comenzamos a recuperar el aliento y la alegría. Comenzamos con un agradable y revitalizador soplo de aire fresco de mano de Philip K. Dick con su novela juvenil Nick y el Glimmung, y ahora Cell, una novela apocalíptica de King, nos hace recuperar más fuerzas aún. Y así da gusto, maldita sea.


Puede que Cell se haya quedado algo obsoleta en su mecanismo central, en el motor del apocaipsis. Puede ser. Pero no concuerdo.
Puede que también no haya envejecido del todo bien (a pesar de haberse publicado el 2006) con respecto a su mensaje de fondo, pero esto no me cuadra y de hecho pienso todo lo contrario.
En cualquier caso, Cell es, en esencia, un relato apocalíptico, escrito y narrado con un oficio y rotundidad encomiables que se imponen a sus características más inmediatas y aparentes. Pero vayamos por partes...
El presente apocalipsis se desata y transmite a través de los teléfonos celulares, una especie de onda magnética, El Pulso, como los personajes no tardan en aventurar y conjeturar, que convierte a quienes tenían la mala fortuna de tener uno de esos aparatos pegado a la oreja en zombis brutalmente enloquecidos y violentos, no como los que se ven en "Crossed", de Garth Ennis, pero si los menciono es para que se hagan una idea: violencia asesina sin sentido, totalmente instintiva. Los personajes llaman a estos zombis los "chiflados", los "telefónicos" y también los "chiflados telefónicos", lo cual me ha hecho mucha gracia al leerlo, en parte por la ingenua sencillez del mote como por lo absolutamente acertado y lúcido del mismo. En fin, no es que a esas alturas (mediados de los 2000, cuando se escribió esta novela) los teléfonos móviles fueran una novedad, pero a diferencia de en los noventa cuando aún eran unos pesados ladrillos, ya estaban plenamente masificados e inyectados a la rutina e intimidad de las personas, de los ciudadanos del mundo, alzándose como un artículo de primera necesidad transversal, no sólo necesario para profesionales, políticos o nerds tecnológicos, sino que cualquier hijo de vecino, ama de casa u hombre de a pie. Era posible ya ver la presencia preponderante y obligada de los teléfonos móviles (y todo lo que con ellos sigue) como un pilar fundamental del tejido y funcionamiento social al que debes unirte si no quieres quedarte fuera de, bueno, la civilización: comunicarse y cumplir tareas cotidianas sin un celular parece imposible, ¿no? Como digo, algunos podrán quejarse con que "eso de criticar los celulares y las inminentes redes sociales ya está visto" y que "más parecen los alegatos de un viejo gagá gritándole a las nubes" o que "decir que los que usan móviles y redes sociales no son más que vil mentalidad de rebaño es una pose intelectualoide de manual", pero... ¿acaso se equivoca la novela? ¿Acaso erra el tiro al mostrar los celulares y otros artilugios tecnológicos como caballos de Troya? ¿Acaso erra el tiro al retratar los efectos que provocan individual y colectivamente? Un desalentador vistazo al clima de estos locos tiempos nos basta para comprobarlo: mentes enardecidas salvajemente devorando y despedazando a otras personas virtualmente; masas y masas de ovejas que, creyéndose libres con esa individualidad ilusoria y espuria, caminan mansamente al matadero que, por decir algo, tipejos como Elon Musk o Zuckerberg publicitan como paraísos de la libertad. Todo progreso tiene su trampa, todo avance tecnológico es un arma de doble filo, no hay que negarlo, y aprovechar esa zona gris para mostrar frontalmente los males o vicios de la sociedad es, por supuesto, prerrogativa de los escritores.
Insisto, puede que el discurso y retrato que King elabora en esta novela no sea precisamente nuevo (la ciencia ficción se ha encargado de advertirnos de ello todo el siglo pasado), pero no es menos cierto ni evidente que King desarrolla un relato a partir de la lúcida observación de la realidad de entonces y sus posibles, y ya confirmadas, consecuencias; que no construye un discurso repetido, fatuo ni exaltado, sino que una certera alegoría del estado de cosas imperante.
Por lo demás, sumado a lo anterior, como había adelantado, Cell es, en esencia, un relato apocalíptico: un relato en donde lo primordial es sobrevivir, ése es su motor narrativo, la base que sostiene la novela; su visión crítica de la tecnología de masas es un rico y coherente agregado que potencia la desazón apocalíptica. Así las cosas, el protagonista es un dibujante de cómics de Maine al que la catástrofe lo pilla en Boston, por lo que, superado el primer shock de El Pulso, decide emprender el regreso a casa para reunirse con su esposa e hijo, rezando por que sigan vivos: que no hayan sido víctimas de la onda desquiciante ni de los chiflados enloquecidos ni de alguna otra dificultad posterior. Sobre este aspecto no hay mucho que agregar: es un relato narrado con buen pulso (je, je), con seguridad y rotundidad, con una narración paciente que ayuda a instalar y sostener la tensión, el miedo, la incertidumbre, además de la verosimilitud de las relaciones que se van generando entre los personajes, pues nuestro artista gráfico no se las arregla solo en este infierno de mentes fritas achicharradas por la tecnología.
Vale la pena traer a colación La niebla (The Mist), una novela de tomo y lomo incluida en el volumen de relatos Skeleton Crew, que por acá ya leímos en su totalidad aunque en español fue dividido en tres tomos: La niebla, La expedición y Relatos fantásticos. Si en La niebla, en donde el apocalipsis llegaba con una niebla que traiga consigo monstruos infernales, King ya demostraba su incuestionable capacidad para narrar un relato apocalíptico en donde destacaban la construcción interna e interpersonal de personajes tanto como de atmósferas y espacios cargados de muerte y pesimismo, con Cell lo confirma y reconfirma sin lugar a dudas. Es más, Cell me ha parecido una de las novelas más redondas e intachables que he leído de King, puede que no la más memorable de por sí, pero oigan, no le veo fallas ni lagunas ni nada similar por ningún lado: es una novela de casi 450 páginas que no te cansa, que al contrario te mantiene atento e intrigado de inicio a fin, que no se repite, que se mantiene dinámica en su caudal de personajes, acontecimientos, obstáculos, tramas y objetivos (surgen ciertos antagonistas bien jodidos, toda la trama en cierta academia es pura genialidad, y la supervivencia en sí es descrita con una pátina realista que te causa bastante tristeza a decir verdad, como una desesperación normalizada no recomendada para gente de bajón), que te lleva con precisión y fluidez hacia un clímax tan tenso como brillante y apoteósico, y que cierra todo con un final inesperadamente desolador y oscuro. Sumen a ello una prosa realmente depurada, que sin florituras ni estridencias, con una precisión quirúrgica, te describe estados introspectivos, diálogos, acciones, lugares y paisajes, el paso del tiempo, sensaciones y texturas, todo lo que va potenciando, a fin de cuentas, lo que debe ser un relato apocalíptico: el desasosegante vaivén entre la falsa tranquilidad y las tormentas que esperan a la vuela de la esquina.
Así que eso, puede que Cell sea una de las novelas olvidadas dentro de la ingente bibliografía de King, aplastada bajo el peso de títulos de menor calidad aunque mayor fama, pero no se engañen, para mí ha sido una novela verdaderamente excelente y recomendable en donde King despliega sus mejores características y talentos como escritor, puede que el gran ejemplo de lo que yo denomino como la etapa intermedia de King. Quizás que no sea tan salvaje y enfermiza ni extrema o brutal, pero en cierta forma esas es la gracia de Cell: que no se solaza ni recrea en la sangrienta locura de una manera estrictamente física, más bien te hace sentir, por decirlo de alguna manera, el sofocante y lóbrego peso espiritual de esa violencia tan repentina, a fin de cuentas de eso se trata: ¿Cómo es que hemos llegado a este punto, no sé supone que somos seres humanos racionales y compasivos? ¿Tan poco se necesita para tirarlo todo por la borda, nada más un interruptor? La muerte en sí no es lo impactante o desasosegante, sino el cruel vacío que lo impulsa. Brutal, ¿cierto? Cell, damas y caballeros...