"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 3 de abril de 2025

Lapvona, de Ottessa Moshfegh

 

Biblioteca Nacional S15E03. Termina otro ciclo de la B.N.P.D. y lo hacemos con otra novela de Ottessa Moshfegh, y con miedo llegamos a esta lectura, primero porque McGlue, el otro libro de la autora que comentamos hace poco, no nos gustó, no nos interesó ni entusiasmó a pesar de que no tenía mala pinta, ¿cierto?, y sin embargo resultó ser una novela algo tediosa, anodina, intrascendente... En segundo lugar, me puse a leer Lapvona después de Una liturgia común, que como recordarán, tampoco resultó ser una novela muy entretenida, sustanciosa, atractiva, a pesar de sus elementos a priori prometedores, entonces cuando esas cosas se juntan me entra un tembleque, una mini depre, ¿estaré perdiendo el gozo de la lectura?, ¿estaré perdiendo la concentración o algo similar? ¿Recuerdan lo vacío, lo apaleado que me sentí luego de haber terminado ese calvario de libro que era La información, de Martin Amis? Me da miedo volver a sentirme de esa manera...


Entre McGlue y Lapvona han pasado casi diez años, Lapvona es la novela de publicación más reciente de Moshfegh. No sé si sea un dato muy relevante, no es que la escritura de esta autora sea muy diferente, que haya dado un significativo salto cualitativo o estilístico, pero algo debe pesar el paso del tiempo. Me gusta que siga manteniendo ese interés suyo por personajes, mundos, espacios, temas y mentes fuera de norma, tétricos, perturbadores. Y claro, es mejor ser claro desde el inicio: me ha gustado Lapvona: me ha entretenido, me ha interesado, me ha entusiasmado, me ha hecho pensar y reflexionar bastante, incluso me ha inspirado, me ha hecho imaginar cosas, me ha empujado a extraviarme en imágenes, en sensaciones pictóricas, en tactos y relieves visuales...
Lapvona es una aldea de gente pobre pero sencilla y trabajadora que vive de la tierra, de la naturaleza, y que lo haría en paz y armonía, ya que entre vecinos prima la cordialidad y la solidaridad, además del respeto, si no fuera por los esporádicos pero letales y devastadores ataques de los bandoleros y, sobre todo, la presencia del Amo de dichas tierras, de dicha región, un acaudalado noble o aristócrata que les exige altos impuestos y que vive en lo alto de un monte, entre lujos y abundancia, mientras en las tierras bajas los aldeanos están a merced de los elementos, a las inclemencias del clima y de sus caprichosos vaivenes.
Lapvona es una novela del mal gusto, de lo grotesco, de lo marginado, de lo desagradable, de lo incómodo. Es cierto que, por decir algo, le sobra sofisticación y pulcritud a su prosa en desmedro de una más que necesaria viscosidad, suciedad, feísmo, asquerosidad y espanto; que escribe del modo en que un doctor, protegido con mascarilla y guantes de látex en una estancia aséptica, describe u observa lesiones, tumores, deformidades con la distancia clínica de su profesión, mientras que, para potenciar aún más esa atmósfera malsana y desquiciada, esa pulsión violenta y desaforada, pudo haberse recreado más en una fisicidad que se echa de menos. Es cierto que en ello algo tiene que ver que la novela esté narrada por un narrador omnisciente que va de un personaje a otro, contándonos todo cuanto acontece en el presente, en el pasado, revelándonos secretos e historias mientras nuestros personajes viven en la oscuridad total, en un oscurantismo devorador. Por decirlo de otra manera, debería ser como caminar por un camino de tierra húmedo y repleto de mugre a pie descalzo, pero se siente como estar caminando por un camino perfectamente asfaltado y puntillosamente limpio, barrido, aspirado. Con todo, Lapvona sigue siendo un libro sumamente entretenido, subyugante, apabullante y tenebroso, muy tenebroso, porque todo lo que ocurre es de un nihilismo atroz, de un absurdo desesperante.
Ambientada en la mentada aldea de Lapvona, en un universo propio que recuerda a tiempos feudales, los personajes más importantes que iremos conociendo son un muchachito deforme y solitario, pero curioso y entusiasta, además de un feroz y autodenigratorio creyente, hijo de un pastor de ovejas también agobiado entre la precariedad de su vida y una fe que parece lastimarlo más que cobijarlo y protegerlo, los dos solos, la madre muerta en parto, algo marginados de la aldea y de los brutales ataques de los bandoleros. También hay una señora ciega a la que toman por bruja, una vieja sabia. El Lord de la aldea y en fin para qué seguir, la verdad es que el argumento, que sigue una línea bien precisa y narrada con gran brío y habilidad y agilidad (la ascensión y escala social de cierto personaje, agobiado por dudas místicas y éticas, en contraposición a la decadencia material y espiritual de su entorno), sirve principalmente para mostrarnos la dureza y la rudeza de una forma de vida en donde reinan la depravación, la crueldad, la corrupción, la inconsciencia, la estupidez y una retahíla de carencias que se dejan caer como plagas, con la fuerza de un martillo, en la vida cotidiana de una aldea devota pero ingenua, amansada. No se pasan por alto los componentes políticos, filosóficos y existenciales sobre enfrentarse a la religión, a las autoridades, al poder, a las injusticias divinas o metafísicas o puramente sociales, sobre el valor del individuo y su autonomía moral versus un gregarismo letal y plenamente connivente con las castas dominantes: la ignorancia versus la sabiduría, la libertad del ser uno contra las cadenas de la vida en comunidad bajo el yugo de una figura autoritaria. Hay mucha más sustancia detrás de su apariencia grotesca y tragicómica. Los personajes no sólo deben sufrir terribles horrores climáticos (sequías, hambrunas) que los empujan a aún peores horrores de lesa humanidad, también se enfrentan al horror cósmico y espiritual de ver cómo todo un sistema de valores, principios y leyes se desmorona como un castillo de naipes, dejándolos huérfanos, inermes, porque si no tienen en qué creer, a quién seguir y obedecer, ¿qué demonios pueden hacer por sus vidas?
Pero bueno me he dejado llevar... Con lo que me ha gustado Lapvona, debo decir que no es una graaaan novela, es cierto que tiene ciertas inconsistencias dramáticas que no son difíciles de advertir (a veces, de manera sutil, la trama y ciertos personajes varían algo para acomodarse a las peticiones del argumento general), además de la ya mencionada prosa demasiado pulcra y limpia para describir lo que necesitaba más bestialidad, sin embargo, con todo eso en cuenta, sigue siendo una novela sensacional, una novela que me ha gustado mucho, ya lo dije, mucho más mordaz y mala leche de lo que aparenta, una novela que de verdad quiere decir y transmitir y expresar algo y que lo logra, una novela que de verdad termina siendo incómoda, perturbadora, con un final que te deja turulato, temblando, descorazonado, un final demoledor, y que a pesar de todo te atrapa en esa infecta maraña de personajes desquiciados, enfermos, repulsivos que viven, sufren y gozan de maneras que es mejor no contar en horario para todo público.
Mi recomendación es: lean Lapvona y déjense llevar por su tremebunda propuesta, aunque sea imperfecta. Es una novela que no deja indiferente, y a veces eso vale más que un paquete perfectamente empacado pero con un magro objeto en su interior. Lapvona, siguiendo esa analogía, sería como un regalo envuelto un poco con urgencia pero que, revelado, vaya que no se despega de tus manos. Vayan con confianza.


Tan sólo dos préstamos en unos cuatro meses, supongo que mal no está, pero tampoco hay mucho que decir por desgracia, tan sólo dos prestamos. En unos cuatro meses o así. Es un libro que llegó hace poco a la B.N.P.D., paciencia, denle tiempo...

martes, 1 de abril de 2025

El gran arte, de Rubem Fonseca

 

Biblioteca de Santiago nº15. Quizás lo recuerden, quizás no, pero hace tiempo, gracias a Bibliometro, nos leímos seis libros de Rubem Fonseca, escritor brasileño, de un tirón aquella vez. Cuatro novelas, dos libros de cuentos. La primera novela, El caso Morel, un interesante aunque descompensado y deslavazado ejercicio noir, también la última, El seminarista, una novela para nada descompensada o deslavazada pero demasiado simple para su propio bien, un Fonseca light, y dos novelas intermedias, las fascinantes y geniales Bufo y Spallanzani y Vastas emociones y pensamientos imperfectos, en las que podemos decir que Fonseca depuró, enriqueció y sublimó la novela negra a la categoría de arte: novelas de misterio y asesinatos, pero también sociales a su manera, policiales en lo procedimental así como en lo callejero, sucio-realista. En aquel entonces no se nos pasó por alto que entre la primera novela y aquellas intermedias (entre las cuales apenas hubo dos años de diferencia entre sus respectivas publicaciones) pasaron quince años, como si, en efecto, Fonseca se hubiera pasado el tiempo perfeccionando su estilo narrativo y literario. El gran arte forma parte de esas novelas intermedias, esas novelas magníficamente depuradas: publicada diez años después de El caso Morel, tres antes de Bufo..., les adelanto que tenemos otra gran novela negra que, al igual que las otras dos, bien podría ser dirigida por el Orson Welles de "Touch of Evil". Suena bien, ¿no? Tienen que leer El gran arte en dicho caso.


La verdad es que en cuanto a características El gran arte es bastante similar a Bufo & Spallanzani y Vastas emociones y pensamientos imperfectos, pero sigue siendo un trabajo exquisitamente original, modestamente ambicioso (perdonen la aparente contradicción, je, je), desbordado por un incontenible entusiasmo fabulador que parece ramificarse incansablemente sin perder por ello su centro, su núcleo, su principal pilar narrativo, que es además un saludable mantra en lo referido a esto de contar historias: toda realidad es interesante y, más aún, la realidad toda es una maraña de historias tan independientes como entrelazadas, que no termina nunca porque la realidad es eterna así como sus historias: es oficio del narrador saber comenzar, desarrollar y terminar. Y Fonseca vaya que es un gran narrador, al menos en este y en los otros dos libros mencionados.
El gran arte, digamos, nos cuenta la historia de un abogado criminalista mujeriego que de repente se ve relacionado con el caso de un doble asesinato de masajistas estranguladas, cuyos rostros fueron marcados con una P escrita a filo de cuchillo, a partir de lo cual el asunto se complica y oscurece peligrosamente abarcando todopoderosas corporaciones, desalmadas organizaciones criminales, redes de corrupción económico-política y tráfico de influencias, el jet set carioca y paulista, narcotráfico, sicarios y militares retirados, decadentes familias antaño influyentes, depravadas sagas familiares, venganzas y rencores despiadados, en fin, toda una serie de enredos, enigmas, confabulaciones, secretos y pactos de silencio que pueden remontarse a más de un siglo atrás, y que nuestro protagonista irá descubriendo con tal de comprender semejante caos de desgracias, a fin de poder interpretar satisfactoriamente cómo un simple y rutinario caso de masajistas asesinadas puede en realidad diabólicamente albergar tantas capas de historia secreta. Y por ahí va la cosa, supongo: el abismo, el salto al vacío narrativo. El caso de las masajistas es un macguffin a partir de lo cual el autor y nosotros, los lectores, nos asomamos pasmados ante un embravecido océano de muerte, miseria, bajas pasiones humanas, como si la narración misma fuese una especie de boomerang lanzado con fuerza sobre ese paisaje inhóspito, ese cementerio de manuscritos olvidados, para luego volver a su origen, porque eso es lo genial de este libro: por más que se ramifique hasta un infinito inexplorado, eventualmente, so riesgo de verse consumido en ese agujero negro narrativo, el relato retorna a su punto de partida, con algunas respuestas a cuestas, pero más importante, con todo un amplio y fantasmagórico bagaje de hechos, conocimientos y acontecimientos que, en efecto, ayuda a interpretar de una manera más compleja una sucesión de interrogante que pudieron haberse resuelto de la manera más peregrina. Es más o menos como lo haría Lynch, también: puede que la respuesta a un ¿quién mató a X y por qué? sea algo simple y directo, sin embargo esta especie de mise en abyme nos ofrece una experiencia mucho más avasalladora, vertiginosa y apabullante, asomándose a unos rincones oscuros tan deliciosos como perturbadores, que te hacen comprender y aprehender de manera más profunda y penetrante su desconcertante caudal de acontecimientos, el elusivo "sentido" de las cosas. 
Narrado, por lo demás, con esa prosa que mantiene algo del ritmo agresivo y seco de sus inicios pero depurado hacia un fraseo más elegante, El gran arte es una novela que es la viva demostración del gusto, del placer de narrar: una narración erudita y pletórica, inteligente, pero también escurridiza, que sabe moverse a nivel de calle, cual sombra navegando callejones y umbrales sin tropezarse y sin desentonar de la flora y fauna local, más o menos como lo que hace Malet en Ratas de Montsouris sólo que con un poco más de, podríamos decir, elegancia, al ser el protagonista y narrador un curtido abogado criminalista sibarita y amante de las bellas artes.
En cualquier caso, El gran arte es una novela excelentemente narrada o contada, además de escrita de manera deliciosa y exquisitamente estilizada. No hay por dónde perderse la verdad, la presente junto con Bufo... y Vastas emociones... conforman un tríptico noir genial y magistral. Un auténtico placer de lectura.