Pues bien, estaba pensando qué sería del bueno de Ed Brubaker, aquel escritor de cómics que no me gusta nada (a pesar de sus honrosas excepciones), principalmente por ser un tipo carente de originalidad, ingenio, inventiva narrativa y dramática, complejidad y profundidad, además de sobrarle labia inútil y pomposidad, pretenciosidad, incluso pedantería. El rey de los lugares comunes e ideas fijas. Y como decía, estaba pensando en qué andaría, con qué cosas estaría vendiendo humo; y vaya que ha estado activo últimamente, al menos en lo que respecta a trabajos no pertenecientes a grandes factorías. Prolífico, poco prolijo. Cantidad no es calidad.
Como es usual, hay que destacar de entrada el trabajo de Sean Phillips en los dibujos, realmente bueno y que además logra generar cierta atmósfera, ese toque como onírico y singular que la premisa argumental sugiere. Eso es lo genial de Phillips: su calidad a prueba de balas; un artista capaz de adaptarse a las características del relato logradamente sin perder su toque personal. Sin poder entrar en detalles técnicos que no me competen (estaría yo vendiendo humos si me pongo a analizar el dibujo como tal, los trazos y esas cosas), Night Fever destaca por el detalle de sus paneles y, como decía, por esa atmósfera nocturna y como de ensueño, muy elegante pero preciso. Sumen a ello la intensidad de los colores del hijo de Phillips, perfecto complemento al trabajo de su padre.
Night Fever, en cuanto a historia, relato, argumento, parte de la trillada premisa del hombre común y corriente al que, por razones fortuitas, le cae en bandeja la posibilidad de escapar un poco de su realidad, de su forma de ser tan simple y aburrida, tan frustrada y superflua. El protagonista trabaja en una editorial revisando textos y haciendo tratos, por lo que viaja a París a una feria del libro, haciendo lo mismo de siempre. Como lo afecta el insomnio (y fuma mucho, y reflexiona con frases para el bronce sobre el impulso de vivir y las decisiones vitales, el pasado y presente), decide dar un paseo bajo los techos de París, y un impulso lo lleva a un submundo al que normalmente no tendría acceso un simple padre de familia como él. Lo que comienza siendo un sueño y una forma de conectar con lo que él considera su verdadero yo (el muchacho soñador e impetuoso que alguna vez fue antes de acomodarse), poco a poco cae por su propio peso en los graves contornos de la simple y decepcionante realidad, claro que no será un asunto del cual escapar fácilmente. Todo muy previsible, siguiendo una estela bien calculada y adivinada. La magia de lo prohibido, la seducción de lo clandestino. Al final Brubaker cae en sus típicos conservadurismos y su cobardía habitual, con personajes planos que hacen lo que se espera de ellos, manteniendo el status quo pero más convencido que nunca. Vaya tipo más domesticado es este Brubaker, con sus golpes de efecto y trucos psicológicos de manual.
Night Fever es otro trabajo absolutamente olvidable, intrascendente y banal, que aunque sea de lo más cliché, en manos más rabiosas y arriesgadas podría haber arrojado algo, cuanto menos, decente y disfrutable. Secretamente Brubaker debe estar feliz en este mundo tan loco y podrido en el que vivimos, encerrado en su burbuja de conformismo. Vaya cómic más inane, y me detengo acá porque si no seguiré gritándole a las nubes...
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