"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 30 de enero de 2025

Ubik, de Philip K. Dick

 

Biblioteca Nacional S12E03. Otro ciclo que se cierra, otra temporada de la B.N.P.D. que llega a su fin. No me había percatado de que en sus estantes tenían a Philip K. Dick, y cuando además vi que es Ubik, me apresuré a pedirlo de inmediato porque algo en esta novela me llamaba poderosamente. Y vaya que es toda una experiencia esta lectura, oh sí.


La escritura de Dick en Ubik es vibrante, y libre, no se me ocurre otra palabra. Es su novela más redonda, al menos en cuanto al desarrollo y sobre todo la conclusión del argumento, de la trama (algo en lo que el genial escritor californiano tropezaba en las otras dos novelas suyas comentadas, el famoso acto final), que alcanza cotas de demencia estimulantes y eléctricas. Me gusta más el halo poético y la atmósfera elegíaca, lírica, de Fluyan mis lagrimas..., esos personajes tan complejos y hondos, esa construcción de mundo tan vívida, pero Ubik es una novela magistral y magnífica, sensacional y cualquier otro adjetivo que se les ocurra: es una experiencia adrenalínica, intensa, desquiciada, apabullante, un laberíntico descenso hacia los confines de la cordura y de la realidad en donde no se puede confiar en nada, la famosa paranoia respirando en la nuca del lector, de los personajes, de cada aspecto de esta historia que es lo que aparenta a la vez que no, a la vez que es cada elemento que lo compone o nada en lo absoluto. Es una novela tan suicida y esquizoide como lúcida y vitalista, cuya narración parece oscilar entre la consciente autodestrucción y la, digamos, salvación o resguardo de todo agente aniquilador. 
En Ubik, Dick vierte toda su ingente e ingeniosa capacidad fabuladora para ir empujando la trama hasta los límites de su propia realidad, pero también es un complejo, más de lo que parece, retrato o incluso denuncia del desquiciado y absurdo estado de cosas del presente (el del escritor, el de nosotros también por supuesto: tal es la capacidad, el talento visionario de Dick), de la sociedad estadounidense, del sistema capitalista, inhumano y utilitarista. El futuro que nos pinta Dick es un futuro altamente comercializado en el cual todo tiene precio, incluso tener que abrir la puerta de tu departamento o de tu refrigerador. Y eso para empezar, pero que da buena cuenta de cuán artificial se ha convertido la vida humana, de cuánto se ha desvirtuado su naturaleza, tanto a nivel orgánico o físico como espiritual, nada se salva, todo está controlado y economizado por los poderosos, como dijimos, desde los más pequeños gestos cotidianos hasta el supuesto más allá, la semivida que se le llama, en donde la actividad cerebral de los muertos es mantenido en un cierto nivel de vitalidad para que pueda seguir comunicándose con el mundo real de carne y hueso que aún no puede despedirse de sus restos, que necesita esa simulación o parodia de "semi-vida" para soslayar, en un intento de olvidar, que la muerte existe, que es inevitable y que ni todo el dinero del mundo puede frenar su fuerza púrpura. Y más: tus pensamientos, tu privacidad a merced de los telépatas; el mismo flujo temporal, con los precos adelantándose al común de los humanos, todas habilidades utilizadas en espionajes corporativos y publicitarios. No es un futuro muy atractivo que digamos, la sociedad es un órgano saturado  y sobrecalentado, y sus ciudadanos meras partículas perdidas dentro del caótico fluir de la sangre...
Pero esperen un minuto, ¿acaso no les he dicho de qué trata esta novela? Ja, ja... Bueno, en términos argumentales, digamos que, a ver, Ubik nos cuenta la historia de un grupo de personas que trabajan en una agencia anti-poderes mentales, cuyo mayor enemigo es una organización criminal de gente con dichos poderes, desde el dueño de la agencia, pasando por un técnico brillante en su trabajo pero bastante dejado en el aspecto personal, hasta los propios telépatas y precos que trabajan para el dueño en pos del justo y equitativo bien común, todos quienes viajan a una colonia lunar para llevar a cabo un sospechoso trabajo encomendado por un magnate tecnológico (me fue inevitable imaginarme a este magnate como un Elon Musk... I am not a pat of an Elon agenda). Este trabajo será el inicio de un alucinante y pesadillesco viaje del que intentarán escapar como puedan.
De todas formas mejor se los dejo a ustedes, qué saco con entrar mucho en detalles, ja, ja. Sólo quiero constatar que Ubik es un inteligente y polisémico delirio tanto en su argumento como en la visión del mundo, de la sociedad y de los humanos que construye tan detallada y casi desenfadada o festivamente. Aunque de fondo, latente, está esa existencial decepción de Dick, rabiosa y poética, que en este caso toma forma de intenso thriller. Como sea, no se pierdan esta lectura, es una absoluta genialidad que los atrapará desde su primera palabra y que con la última, ¡boom!, les volará la cabeza aún más. Quedan advertidos.


La tradición republicana de todo préstamo está en marcha. Es tradición revisar la ficha bibliográfica; no es tradición clamar a los cuatro vientos al inicio de esta tradicional sección que estamos ante la tradición republicana de todo préstamo. Hay una diferencia, claro. Como sea, tenemos que Ubik es un libro de existencia antigua en la B.N.P.D. y que además ha sido prestado en gran cantidad de ocasiones, en concreto 28 veces en poco más de quince años, siendo el lejano 2010 su año de gloria, un año en el que yo estaba saliendo del colegio, ¿se imaginan? En estos nuevos locos años veinte Ubik ha sido pedido en tres ocasiones, vaya contraste, ¿no?

martes, 28 de enero de 2025

La sangre manda, de Stephen King

 

Biblioteca de Santiago nº1. Bueno bueno, ¡qué tenemos acá! Pensarán que estoy loco pero tenemos otra biblioteca pública desde la que pedir prestados libros y el momento en el que lo descubrí me sentí increíblemente feliz y entusiasmado, tanto que algunos pensarán que me conformo con poco pero oigan, qué le vamos a hacer, me gusta más ver estantes llenos de libros o dvd's que hitos turísticos repletos de gente. Mientras más libros/películas y menos gente, mejor. Como sea, damos inicio a esta nueva sección, la BDS como le llaman con cariño, de la mano de Stephen King, como no podía ser de otra manera. En realidad tenía otros planes pero ciertos problemas técnicos me llevaron a leer este libro de relatos largos (o novelas cortas) en primer lugar. Démosle.


Primero que todo me gustaría señalar que las cuatro historias que conforman este libro no son realmente de terror, al menos no en el sentido más convencional ni efectista del término. Podríamos decir que son historias que parten de premisas o ideas tétricas, sin duda, y también sombrías, aunque la atmósfera común es la del asombro, la de la perplejidad ante lo extraordinario, si bien los personajes son del todo menos pasivos ante los hechos que se les presentan. De hecho, más que terror al uso, King desarrolla los elementos tétricos más bien como metáforas o alegorías o abstracciones de asuntos muy concretos, figurativos y humanos, prestando mayor atención e importancia a sus implicancias morales o psicológicas que al mero efecto del susto, lo que, ahora que lo pienso, las hace historias de fantasía. Ya entraremos en detalles. Lo otro que me llamó la atención es la nostalgia que sobrevuela y/o flota subrepticiamente en torno a los relatos, una suerte de, mmm cómo decirlo, de extrañar o echar de menos un estilo o forma de vida largamente sepultado por el paso del tiempo y el avance de las modernidades, sobre todo las tecnológicas. O dicho de otro modo, pareciera que King intenta rememorar eras en donde era posible ser persona por sí mismo, sin depender o, peor, verse moldeado por las supuestas ventajas de aparatos tecnológicos como los teléfonos celulares. Es una especie de romanticismo, cierto, que el mismo King presenta con un toque de irónica ambigüedad, sabiendo que aunque sus observaciones puedan ser válidas e incluso ciertas, no deja de ser un burdo grito a las nubes. Sin embargo, el sentimiento se palpa.

Si seguimos el orden del índice, entonces comenzaremos hablando de El teléfono del señor Harrigan. Una historia de casi cien páginas en donde tenemos al King más reconocible y cómodo, en su salsa, y quizás por lo mismo, sin dar esa sensación de escribir en piloto automático. Es la historia de un muchacho, una rememoración del protagonista ya adulto mirando hacia su infancia y adolescencia, que vive con su viudo padre en uno de esos pueblitos con calles sin asfaltar y que resulta ser vecino de un magnate retirado tacaño y medio ermitaño que lo emplea como lector de libros, entre otras tareas domésticas. Tenemos, entonces, el cruce generacional entre este niño y el anciano. El cruce socioeconómico, entre este chico que es como mucho clase media y el ricachón del pueblo venido de las grandes ciudades con sus excéntricas costumbres. Tenemos amistad, tenemos maduración, tenemos mutuo aprecio y aprendizaje. Tenemos personajes sencillos pero lo suficientemente profundos, bien perfilados y construidos, con los que empatizas sin problema alguno. Tenemos el paso del tiempo, la vida dándote lecciones. Y tenemos el toque sobrenatural, que no revelaré porque además aparece bien entrado el relato, lo que a su modo confirma que esta historia en realidad trata de otras cosas, como un coming-of-age clásico de los de toda la vida que en este caso tiene esa suerte de prórroga sobrenatural que viene a decir, en el fondo, que hay que saber aceptar las cosas tal como vengan, aunque duela. Aprender a madurar, a saber despedirse. Es una historia bien agradable y simpática, logra su cometido.

La vida de Chuck es un caso bien curioso. Como curiosidad, Mike Flanagan hizo una adaptación cinematográfica de esta historia y yo estoy entre que comprendo y "veo" el pilar central de la adaptación y entre que no logro visualizar el concepto que sustente dicho film. Podría ser una película sólida, compacta en su coherencia interna, o bien podría ser un irregular aunque apreciable conjunto de escenas apenas unidas por un incierto hilo conductor. Por cierto, el relato anterior también tiene una adaptación, una colaboración entre los ilustres Netflix, John Lee Hancock y Ryan Murphy, ¿qué les parece?, algunos de los mayores vendedores de humo (de mierda) en el panorama audiovisual (no diré cinematográfico porque no lo son) actual. Y el trailer se ve tan soso, tan obvio, tan predecible.
Como sea, La vida de Chuck, en orden temporal inverso, nos cuenta tres mini-historias: primero comenzamos con un llamativo e interesante fin de mundo, como si el mundo se estuviera apagando a sí mismo de manera inevitable, sumiendo a sus personajes en un desconcierto tan abismante como rutinario, como una pesadilla kafkiana o de Junji Ito, en el cual no les queda otra que intentar continuar con sus vidas a pesar de que todo parece irse al carajo (el internet, la electricidad... ¿pero es el fin del mundo sólo por no haber internet ni electricidad?). ¡Ah!, lo otro extraño es que en todos lados aparecen carteles felicitando a un tal Chuck, y nadie sabe quién demonios es ese Chuck y si acaso tiene algo que ver con todo este lánguido apocalipsis. Lo que más me gusta acá es la atmósfera de incertidumbre mezclada con toques de resignación y de optimismo, una mezcla bien evocadora y acogedora incluso, porque a pesar de la desesperación latente, por encima vibra cierto vitalismo enternecedor. Quizás sea uno de los segmentos más elegíacos y sutilmente tristes que King haya escrito.
La segunda minihistoria es una deliciosa y encantadora escena que es como una liberación, una celebración de la vida que tenemos agazapada en nuestro interior, acaso ahogada por las circunstancias. No hay mucho que decir, salvo dejarse llevar, porque de eso se trata este segmento: olvidar, maldita sea, aunque sea por un instante, el gris presente y lanzarse de lleno a esos milagrosos refugios intemporales que ofrece la vida en donde nada importa salvo la vida que te recorre el cuerpo.
La tercera mini-historia, interesante y efectiva, es la que me causa ciertos conflictos. Puede que de tono, pero no tanto. Quizás más de fondo, de sustancia, de idea. Es la historia de Chuck siendo un niño creciendo con sus abuelos, así que tenemos eso otra vez, y otra vez tenemos la presencia de un elemento sobrenatural que, tal como en la historia anterior, no es un elemento agresivo; es tétrico, es un arma de doble filo, pero no muerde. Tiene algo de esa atmósfera melancólica, de esa encantadora ternura propia de King, pero... yo diría que es una mini-historia que funciona por sí misma, no sé si en consonancia con las otras dos. No sé si sea el cierre ideal para lo que se comenzaba desde el inicio, que comprenderán es el fin de Chuck, ese es el tránsito: comenzando desde las postrimerías de su vida hasta su temprana niñez.
Digamos que los dos primeros segmentos son un poco sobre esa plácida amargura propia de toda persona que tuvo que conformarse con la vida que lleva, que puede ser buena pero no feliz, no la que soñó, ese conflicto interno. ¿Pero de niño? No sé si mostrarlo siendo un niño, y con ese elemento sobrenatural no muy poético ni narrativamente poderoso (aunque elocuente a su manera), haya sido lo más adecuado. ¿Cuál sería la lección de este segmento? ¿Que la muerte existe, que es una certeza, que a todos nos llega nuestra hora? Está claro. ¿Era esa la idea base de los dos primeros segmentos? No me cuadra. Lo he estado pensando un poco más y creo que va por el ánimo: las dos primeras mini-historias rebosan una espontaneidad vital pero también narrativa; la tercera se siente muy calculada y teledirigida, muy típicamente King y no tan liberadamente King como en las mini-historias previas.
En fin, podría seguir así mucho rato, no llego a decidirme aún. De las notas del autor al final se intuye que ni el mismo King estaba muy convencido de la coherencia total de los tres segmentos juntos.

La sangre manda. En Bibliometro me había pedido Holly y por ahí King mencionaba que dicha novela es una continuación directa de La sangre manda, a la sazón la razón que me empujó a recurrir a la BDS. Acá tenemos otra historia protagonizada por Holly Gibney, uno de esos personajes que uno aprende a querer con locura (se nota que el mismo King la quiere un montón, y cómo no, si es tremendo personaje) y que en este caso debe enfrentar sola a otra de esas criaturas sobrenaturales que recorren Estados Unidos causando males y alimentándose de las desgracias ajenas. Como alegoría funciona muy bien, ciertamente: ¿en qué se diferencia realmente este otro visitante de los demás seres humanos que lastiman a otros seres humanos y que por momentos parecen alimentarse, morbosos como son, de las desgracias ajenas? La respuesta es obvia: en que no somos inmortales ni cambiamos de rostro, pero el punto es elocuente a rabiar. Esta historia, que para mí es una novela (casi 200 páginas, ¡dah!), no sólo resulta sumamente entretenida de seguir, amén de su atractiva intriga (el sendero desde las sospechas hasta las investigaciones y las terribles certezas está narrado con pulso y misterio) y de su consecuente desarrollo argumental (que al final tiene un poco de esos "problemas forzosos", esos problemas que salen de la nada, que le gusta incluir a King para que la cosa se ponga más emocionante supongo, aunque nada muy terrible ni burdo, a fin de cuentas es la tónica de estos personajes el meterse solitos en problemas), pero además me recuerda a ese King riguroso en su examen y creación de personajes, de atmósferas, de espacios, de trasfondos y subhistorias, de emociones, de personalidades... Digamos que Holly Gibney no sólo debe enfrentar a esta criatura sobrenatural, sino que de paso debe hacer frente a todas las complicaciones (familiares, profesionales, emocionales, etc.) que la vida le va poniendo por delante, que es algo en lo que King, cuando quiere, brilla sin esfuerzo: hacer confluir lo terrorífico/sobrenatural con lo humano, lo realista, lo social, porque el miedo y la violencia es transversal y toma diferentes formas. Un relato tan plot-driven como character-driven, para emplear términos gringos, que queda perfecto: el justo y pleno equilibrio entre esa atmósfera densa y penumbrosa de El visitante y la prosa más tendiente a la acción-descripción frenética.
Será por lo conciso. Que King le haya dedicado 200 páginas a esta historia parece haber jugado a su favor enormemente.

La rata. Acá tenemos otra historia en donde el elemento natural tarda en aparecer y, más que una herramienta para causar sustos (aunque es inquietante y da mal rollo, eso de seguro), puede entenderse como una representación o de la fatalidad o, no lo sé, de la culpabilidad y esa clase de fantasmas que a uno siempre lo acechan cuando ciertas cosas salen mal y no dejas de pensar en que si fue tu culpa o si pudiste haber hecho tal o cual cosa para evitarlo. Nuestro protagonista es un profesor universitario que esporádicamente escribe, siempre cuentos porque la novela no se le da bien y de hecho la escritura misma es un suplicio para él. Sin embargo, una idea ha acudido a su cabeza y tiene que escribirla sí o sí, lo presiente, lo siente en sus entrañas. Así que se va a la cabaña familiar de su fallecido padre, curiosamente ubicada en el TR-90, que es la zona donde ocurre la desaprovechada Un saco de huesos. Demás está decir que la estancia en la cabaña no será ni ideal ni idílica, a fin de cuentas la creación de toda obra narrativa es una lucha, y todo se unirá para medrar su ánimo: los obstáculos mentales, los obstáculos de la naturaleza, los familiares, en fin ya se imaginan, con el consabido colofón del elemento sobrenatural.
Una historia muy entretenida que además indaga bien en los inquietantes y ansiosos estados de la mente, sobre todo cuando le llega el pánico, además de iluminar un poco el sendero de la creación y agregar deliciosamente otra historia dentro de esta historia, es decir la novela que el protagonista intenta escribir, que por cierto es un western.

Por último, como pueden ver, parece que en la BDS no usan las fichas bibliográficas. Una tradición distinta, sin duda. Una tradición menos.

domingo, 26 de enero de 2025

Tsugumi, de Banana Yoshimoto

Bibliometro #76. Bien, el otro libro de Banana Yoshimoto que nos pedimos (no quedan más en Bibliometro) es Tsugumi, una novela. Como Lagartija no me impresionó/gustó tanto (como simplemente me agradó lo suficiente como para recordarla como una interesante aunque inocua curiosidad), nos hemos acercado a Tsugumi con cautela, como solemos hacerlo cuando una primera impresión no es la mejor. Por fortuna, en esta ocasión la cosa ha sido diferente.


Supongo que en el formato novelesco Banana Yoshimoto se mueve mejor, puede poner sobre el papel de mejor forma lo que tiene que decir, de una manera más pausada y, por ello, más lograda y profunda. No es Tsugumi una novela compleja, pero sí es suficientemente profunda en el sentido que, a parte de ser la historia que se cuenta, es decir el último verano que una universitaria va a pasar a su pueblo natal (el último porque el hostal en el que se crio va a cerrar y sus regentes, familia de ella, se mudarán a otra región), con todos los acontecimientos que ello conlleva (el costumbrismo, las amistades, la rutina vacacional, alguno que otro problema bastante grave), Tsugumi transmite sutiles sensaciones y emociones de manera totalmente natural y orgánica: las dudas e inseguridades propias no sólo de la edad (adolescentes recién entrando en la adultez) sino que de encontrarse de súbito ante una nueva etapa de vida, el cambio tremendo que significa para la protagonista, en cierta forma, perder su pasado (no tener motivo para volver al pueblo en el que creció es como que le cierren la puerta al escenario de su memoria), y para Tsugumi, prima de la protagonista, muchacha de mal carácter y enferma crónica de algo que siempre la tiene al borde de irse al otro lado, sería perder el férreo marco que ha protegido su existencia. Una rutinaria profundidad simbólica y existencial reflejada en el carácter de los personajes, que no obstante las circunstancias en las que viven, muy tranquilas y apaciguadas, no parecen sentirse del todo conformes con sus vidas y rutinas diarias, como si existiera un pequeño vacío alojado en sus corazones que las molesta perpetuamente, de ahí que cada día sea una incierta exploración o búsqueda de un sentido, de algo que haga un poco más compacto y comprensible el tiempo que pasa, el tiempo que vuela y se detiene a partes iguales.
Con una narración sencilla y acompasada, parsimoniosa, en primera persona, la protagonista va alternando entre ese presente, las últimas vacaciones en su lugar de origen, y la memoria, el pasado, los recuerdos, todo lo que ha ido formando y moldeando la persona que es, la visión de mundo que tiene, su filosofía de vida. Esa memoria que dialoga con los acontecimientos presentes. En ambas líneas es esencial Tsugumi, la prima, una muchacha muy singular y peculiar, progresivamente humanizada luego de esa primera impresión que se nos da, en donde queda retratada como una mera chica caprichosa y desagradable, un personaje que es cómo el ancla a tierra de la protagonista, un poco perdida en la molicie de la desidia vital. Me recuerda un poco a la primera novela de Haruki Murakami, comentada por acá: esa atmósfera como de grito generacional, de estar en un vital cruce de caminos, la mencionada desidia y el entusiasmo caminando de la mano en un abrazo mutuo. Lo bonito es que no se refiere únicamente a la generación de la protagonista y su prima, sino que también a la de sus padres, como una mirada honesta y transparente, y francamente curiosa, a los distintos modos de vivir y ver la vida de la ciudad, de los pueblos costeros, de las distintas generaciones, etc. 
En cualquier caso, Tsugumi es una agradable y modesta novela que destaca, aparte de por su deliciosa y parsimoniosa prosa o narración, por lo llamativo de sus personajes y ciertos acontecimientos, además, claro, de sus reflexiones y todo eso. No es la típicamente solvente novela sobre vacaciones, con sus escenas melosas y manipuladoramente conmovedoras; Tsugumi es sutil pero significativamente más honda y sustancial, más auténtica, más libre incluso: dejar que el tiempo y los recuerdos corran con el salobre viento del mar, que se aposente entre los centenarios árboles del bosque. Es el toque anticlimático e indefinido de sus cuentos, que acá en formato novelesco al menos adquiere un sentido más férreo, más decidido si es que ello tiene sentido. No es de esas novelas que te marcan la vida, pero quizás sea de esas novelas que dialogan de manera cómplice y desenfadada con tu vida pasada, y para un par de tardes cálidas no está nada mal.
Aunque no diría que quedé decepcionado con Lagartija, debo decir que la lectura de Tsugumi, que tampoco me ha parecido una genialidad para ponerme a chillar encantado, me ha dejado una sensación de reconciliación con su autora, de quien puedo percibir e intuir más. Me deja con verdaderas ganas de leer más de su obra... si es que aparece en algún otro lado, claro.


¡Vaya ficha bibliográfica más caótica y desordenada!  Comenzamos con una fecha estampada al revés pero también tachada, como si hubiera sido un error, luego tenemos más fechas estampadas al revés, además de fechas escritas con lápiz mina y lápiz pasta, aunque, hay que dar mérito donde corresponde, hay bastante prolijidad para, al menos, dejar que las fechas estén dentro de sus recuadros, sin pasar mucho sus límites. En cuanto a la actividad, desde hace casi tres años Tsugumi ha sido prestada en 21 ocasiones, siendo el 2023 su año de gloria, aunque el 2024 no quedó muy lejos. Ya veremos que tal será el 2025 para Tsugumi. O sea no, mentira, no lo veremos, pero ya me entienden, je, je...

viernes, 24 de enero de 2025

La trilogía de Nueva York, de Paul Auster

Biblioteca Nacional S12E02. ¿Recuerdan cuando leímos y comentamos Ciertos chicos, la horroroso y espantosa última novela de Fuguet? Se supone que ese era el lugar de La trilogía de Nueva York, pero en un impulso me decidí por el producto nacional. Ya había leído esta novela de Auster, pensé que podía esperar, pero desde entonces me ha perseguido y por fin hemos podido refrescar la mente. Hace años que leí este libro, no sé cuántos, de hecho hablé un poco a la rápida acá mismo en este blog, concretamente en este post, que data de agosto del 2015. Nueve años y medio, vaya. Y seguramente leí la novela de Auster bastante tiempo antes de eso. Como sea, quería releer de nuevo esta Trilogía de Nueva York y me siento feliz de haberlo hecho. ¡Al abordaje, muchachos!

-La ciudad de cristal. Primera de las tres novelas que conforman La trilogía de Nueva York y la que más recordaba, ciertamente la que más me gustó en ese entonces y me gustó ahora, aunque ahora me encantaron las tres por igual, para qué venir con cuentos. La ciudad de cristal es una novela tan pero tan rica, tan exquisita, tan amplia y compleja pero a la vez precisa y concisa en su ejecución, en su planteamiento, en su desarrollo y narración. En su atmósfera que mezcla a la perfección incertidumbre argumental y dramática, ese estimulante clima de extrañeza y algo de onirismo, con curiosidad intelectual y también su importante toque de confusión y desesperación vital. No hay forma fácil de hablar de esta primera historia: es novela negra bien entendida, sí, con un misterioso caso que se apodera de la vida del protagonista pulverizándola hasta los mismos cimientos de su existencia (una mujer y su esposo, delicado de salud, le encargan la protección del segundo, comprometida ahora que su padre, que lo mantuvo cautivo durante años en su niñez, va a salir de la cárcel y sin claridad sobre si querrá o no finiquitar lo que comenzó tanto tiempo ha en su pobre hijo); es también una subversión filosófica de los códigos de la novela negra, convirtiéndola en un introspectivo viaje dentro y más allá de los límites de la realidad y de la identidad, al menos de las nociones de dichos conceptos, en tanto el protagonista es un hombre que no tiene nada, ni siquiera a sí mismo, luchando por encontrarle un sentido o una finalidad a su vida; en sintonía con lo anterior, es un intrincado y fascinante juego de espejos, un laberinto psicológico y (meta)literario sobre los recovecos de la mente, del lenguaje y la moral, de la creatividad, de la recursividad dramático-narrativa, de la trágica búsqueda de la iluminación espiritual, de las paradojas de las palabras-imágenes, en fin lo que se imaginen, aderezado con interesantísimos y ficticios ensayos-artículos literarios insertados entre medio de los embrollos del caso. Para más claridad: el protagonista se llama Daniel Quinn, un solitario y sombrío escritor de novelas de detectives que publica bajo un seudónimo, William Wilson, y cuyo personaje estrella es el detective Max Work. Tres rostros, tres personalidades que forman parte de la misma persona. Pero luego, aquí comienza el caso, Quinn recibe una llamada de una persona que lo confunde con un tal Paul Auster, investigador privado, a quien quiere encargarle un urgente caso. Impelido por el "qué haría mi detective estrella", Quinn acepta el caso y finge ser Paul Auster, el supuesto detective privado, aunque también hay un escritor del mismo nombre dando vueltas por ahí. Quizás sea una novela sobre agujeros negros, sobre el tejido de la realidad retorciéndose sobre o dentro de sí mismo, absorbiendo a todo pobre incauto que cree un poco demasiado en las historias... Será mejor que averigüen por ustedes mismos qué más tiene que ofrecer Ciudad de cristal, un genial y brillante ejercicio literario además de una fantástica historia sumamente entretenida.

 -Fantasmas. Esta segunda historia es otro delicioso y excitante juego de espejos en donde Auster, de manera mucho más manifiesta, establece la premisa argumental como un simple macguffin cuya finalidad es poner en marcha el críptico mecanismo que hará que los personajes se sumerjan en lo verdaderamente importante del asunto: la turbulenta y tortuosa confusión de realidades e identidades, o mejor dicho, la relatividad de las mismas. Un tal Blanco contrata a un tal Azul para que vigile minuciosa y concienzudamente a un tal Negro, sin darle las razones ni nada similar, tan sólo el encargo: vigile e informe, ni más, ni menos, punto y aparte. La vigilancia es enteramente aburrida para Azul, un investigador privado habituado a la acción y a las tareas más emocionantes, sin embargo observar permanentemente a un hombre sin vida social ni aparentes variaciones en su rutina le atonta, lo saca de sí mismo, lo pierde, hace que se haga preguntas, reflexiones, la clase de pensamientos a los que usualmente nadie presta atención de tan ocupados que están con esas sagradas actividades dotadoras de sentido: el trabajo, la familia, las aficiones, capaces de rellenar y disfrazar satisfactoriamente el hueco, el agujero, el hondo pozo negro que todos tenemos y que queda expuesto en su más absurda desnudez cuando "no hay nada que hacer", lo cual resulta más absurdo aún cuando se está haciendo algo: Azul vigila, observa, pero esa actividad lo vacía, lo confronta con la insoportable superfluidad y levedad de su ser, de su existencia y de la existencia en conjunto de la sociedad con sus reglas, sus rituales, porque lo que puede tener sentido en la rutina de uno visto en otra persona puede devolver una imagen con tintes diabólicamente absurdos, aunque sea la misma rutina que la tuya y la de otras decenas de miles de personas. No deja de ser un ácido derechazo al estilo de vida moderno: hacer cosas que en el fondo no son nada, cumplir plazos y tareas como ilusión de autorealización o peor, como ilusión de autodeterminación y de dominio de la propia vida. Observar al otro es observarse a sí mismo, ¿y qué devuelve ese espejo cruel y burlesco? Una imagen deformada, grotesca, de la realidad. El poderoso discurso, la corrosiva y rabiosa visión de Auster, encuentra perfecta correspondencia con esta historia en donde el argumento no tiene sentido aunque dicho sinsentido sea lo que otorgue cierto sentido al conflicto interno, introspectivo, filosófico, de sus personajes, que no saben lo que hacen ni por qué lo hacen, sólo saben que lo están haciendo movidos por una fuerza superior, en este caso llámese el pago de un dinero y el cumplimiento de un "deber", espurio y ficticio como cualquier otro "deber" que nos endilguen por lo demás, ¿y acaso no es eso lo que hacemos todos la mayoría del tiempo sin preguntarnos nada y cuando nos hacemos esa pregunta la respondemos sin mirar en nuestro interior? ¿Por qué trabajo en algo que no me gusta? Por las deudas, para pagar el arriendo, para alimentar a la familia... puras razones externas, sin querer observar lo que hay dentro tuyo, a fin de cuentas es inútil: pensar y reflexionar no pone comida en la boca. Fantasmas es una historia situada en ese vacío, esa laguna, que encontramos en toda ciudad y sociedad moderna, entre el caos y las reglas, el método y el desorden. La parte de la crisis de identidad viene porque, si no estamos seguros de lo que hacemos, si lo que hacemos no tiene sentido y nos parece una ridiculez, ¿cómo podemos reconocernos a nosotros mismos? ¿No seríamos acaso peones intercambiables caminando perdidamente entre la multitud, identificados apenas por alguna seña azarosa como, digamos, un color? Esta segunda historia me ha fascinado y debo decir que no la recordaba mucho de aquella lejana lectura, por lo que esta segunda vez, diez años después en los que han habido toda clase de decepciones y frustraciones y repeticiones y empleos esclavizadores y desgaste físico y emocional y autoconvencimiento de que puedo ser un ciudadano convencional bien integrado en los aceitados engranajes de la fría maquinaria de nuestra trituradora de carne chilensis, me ha parecido tan demoledora y explosiva como intrigante, sugerente y, en términos puramente literarios, exquisita y entretenida.

-La habitación cerrada. La tercera historia, la que cierra esta deliciosa y misteriosa trilogía neoyorquina, siguiendo los leitmotives vistos en las dos anteriores, nos cuenta la historia de un simple articulista cuya vida, monótona y gris, aparentemente por azar, sufre un drástico y radical cambio cuando su mejor amigo de la infancia, de vocación escritor, desaparece sin más, sin dejar rastro, circunstancia que a la larga le mejora la vida porque el amigo, mucho antes de desaparecer, le había dicho a su embarazada esposa que si algo le ocurría, contactara con el protagonista para que se encargara de sus manuscritos. Así, un buen puñado de vidas mejoran y enfilan un sendero impensado tan sólo un par de días antes. Sin embargo, el misterio del amigo, cuya personalidad es aún más misteriosa que su desaparición, perseguirá como fantasmas a los personajes, que intentarán resolver dicho misterio, si es que pueden, con tal de lograr cierta armonía con su presente. Aunque de manera más sutil que en anteriores historias, en las que sus premisas argumentales se iban, decidida y conscientemente, difuminando hacia nadas asfixiantes y reveladoras (curiosa paradoja: el vacío como respuesta definitiva), en esta ocasión Auster elabora un interesante giro narrativo al hacer que, precisamente, la enmarañada madeja argumental sea la perdición existencial del protagonista, agobiado por tantos datos que se le antojan inútiles, incapaces de arrojar luz a esa verdad esencial y básica que tan desesperadamente busca sin encontrar, pues, como dijimos, esa verdad está escondida en lo más hondo de un argumento hermético y ensimismado, reconcentrado, como una persona que se abraza a sí misma ferozmente, como un ovillo, con tal de proteger sus órganos vitales. Así las cosas, una historia sobre el azar, sobre la identidad del hombre moderno, sobre el juego mortal entre nombres y realidades, entre símbolos y objetos, significados y significantes, qué es real y qué es diseñado, en fin ya saben: la sublimación total de los temas vistos en este libro. Obviamente, tal como en las dos historias anteriores, en esta Paul Auster de nuevo nos cuenta algo tan fascinante y atractivo e intrigante como, sencillamente, entretenido y bien contado, bien narrado, bien escrito, conducido sinuosamente a un desenlace francamente perturbador y terriblemente oscuro, oscuramente desalentador. Porque, como queda claro en ese final, metafórico a la vez que literal, hay respuestas que no te conviene encontrar... podrían destruir más que construir. Potente.

En resumidas cuentas, con este libro van a verse atrapados por historias narrativamente cautivantes que además los fascinarán por todas las cosas que subrepticiamente cuenta. Una absoluta y libre y desprejuiciada y desenfadada genialidad, cargada con mucha más chicha y mala baba de lo que aparentan sus elegantes y sobrias formas. Rabia pura y dura en forma de literatura, con-to-das-sus-le-tras.


Vaya ficha bibliográfica tenemos acá, ninguna sorpresa por lo demás, se sabe que Paul Auster es un escritor bastante leído. Desde mediados del 2015 (literal) hasta nuestros días, nueve año y medio después (literal), La trilogía de Nueva York ha sido leída en 24 ocasiones, siendo el 2017 su año de gloria, y aunque en estos nuevos locos años veinte su actividad ha disminuido considerablemente, al menos sí ha sido prestado, a diferencia de otros títulos que luego del 2019 duermen la larga siesta de los olvidados. Igual cuatro préstamos en lo que va de década no invita al optimismo, pero algo es algo. Si algo hemos aprendido leyendo otra vez este magnífico libro, es que la vida de cualquier cosa puede cambiar repentinamente y tomar rumbos inesperados. A algunos les da miedo esa posibilidad; otros, en cambio, le hacemos un hueco especial al azar en nuestra obstinada rutina.

miércoles, 22 de enero de 2025

El visitante, de Stephen King

 

Bibliometro #75. Obviamente no nos vamos a detener con las lecturas de Stephen King y ahora cae El visitante, que me llamó la atención por su portada, muy sugerente si me permiten la opinión, y porque aparece nuestra querida Holly Gibney, la mano derecha de nuestro también querido ins. ret. Bill Hodges. Se nota que King se ha encariñado con tal peculiar investigadora, y no lo culpo, yo también la quiero mucho.


Me ha gustado este libro. Me ha gustado de verdad.
Quiero decir, con la trilogía de Bill Hodges o El instituto, por mencionar títulos recientes suyos, me dejé llevar y disfruté con sus historias, indudablemente, como de seguro ya vieron en sus respectivos posts. Pero El visitante me ha parecido una novela de otro nivel, superior al solvente promedio que nos ha acostumbrado en su última década de producción, recordando al King de sus mejores años, lo digo sin dudas.
Primero porque nos sumerge de lleno en una compleja, oscura y ambigua atmósfera de, digamos, desolación, confusión y sobre todo desesperación. De una oscura incertidumbre moral que se deja caer pesadamente sobre los personajes y el lector. King acierta de lleno al plantearnos un conflicto aparentemente sin villanos; con personajes imperfectos y moralmente cuestionables (o quizás no tanto pero, desde luego, sus acciones sí que traspasan ciertos límites provocando consecuencias que agravan aún más el descrito clima de desasosiego e indefensión, impotencia), pero que ninguno califica dentro de lo que podríamos considerar como "villano". ¿Cómo es posible? Pues porque un niño aparece en un parque asesinado y violado, aún con una rama atascada en el recto. Un crimen horrendo, nunca antes visto, sobre todo en una ciudad como Flint City, pequeña urbanización del medio oeste estadounidense. Todas las pruebas apuntan contra el entrenador de los equipos infantiles de béisbol, un hombre respetado y admirado en la comunidad y que ha vivido toda su vida en la ciudad, un monstruo que ha sabido disfrazarse entre la gente de bien pero al que le llegaron sus días, habida cuenta de las evidencias recabadas. El problema es que el acusado también tiene pruebas, y sólidas deberemos agregar, de que es inocente. Pero la gente quiere justicia, la gente quiere sangre. Un niño ha muerto, ha sido asesinado brutalmente, y el asesino no puede quedar impune por más trucos que se saque bajo la manga. Así las cosas, con personajes al borde de la perplejidad y dominados por un rabioso y cuestionable sentido del deber, esta novela comienza con mucha chicha, mala leche, no sólo por su intriga realmente atractiva y cautivante, potenciada con esa atmósfera de perpetua y pesimista desorientación (como destinados a callejones sin salida), sino porque King parece hacer un crítico y feroz, y desencantado y desolado, retrato de los locos tiempos actuales, tiempos polarizados en donde el linchamiento es pan de cada día, acaso también retratando al desquiciado y caldeado Estados Unidos de Trump, en donde ideales tan nobles como Justicia y bien común son pisoteados y humillados por las mismas personas que tanto claman en su defensa, espoleados y utilizados por fuerzas más poderosas que se aprovechan de la debilidad humana y sus oportunistas, maleables convicciones. En ese sentido, veo al verdadero villano, una criatura sobrenatural, como una certera y coherente metáfora no tanto de la monstruosa maldad humana (como se veía en It o El resplandor, por ejemplo) como de la locura, de la violencia, del pánico, materializado/engendrado en una cosa que camina entre nosotros, plantando y germinando las semillas de la discordia y el conflicto en un eterno círculo vicioso de retroalimentación: no poseyendo a los humanos, sino avivando esa incendiaria pulsión destructiva y dejando que solitos se hagan añicos, sólo se necesita un empujoncito para que, dueños de sí mismos, derrumben todo cuanto pretenden representar o defender. Por una vez, para variar, King no se inventa un villano/monstruo que posee a los seres humanos, en cierta forma eximiéndolos de culpa o responsabilidad por sus actos, en esta ocasión la amenaza a la natural bondad y hermandad entre individuos es una negrura que crece dentro de todos, una negrura tan grande que escapa del interior y se une a otras negruras para fortalecerse y recorrer las estepas y los asentamientos.
No es tampoco una gran sorpresa el giro sobrenatural, a fin de cuentas qué esperaban, el entrenador acusado no podía estar en dos lugares a la vez, y sin embargo así era, entonces la explicación naturalmente que iba a ir por ese lado, momento en el que hace acto de presencia nuestra querida Holly Gibney, ya curada de espanto en cuanto a luchas contra lo sobrenatural y por lo mismo pieza clave para encauzar el caso (convertido en una intensa y avasalladora cacería, otro juego de voluntades entre el gato y el ratón; es cierto que acá el motor narrativo se aleja algo de esa densa atmósfera inicial para adoptar el ritmo frenético del que hacían gala las aventuras de Bill Hodges, sin embargo nubes de pesimismo e incertidumbre no dejan de ensombrecer los planes de la investigadora) y llegar a una más que satisfactoria resolución, en donde, a pesar de todo, el miedo y la desconfianza siempre permanecerán, porque son consustanciales al ser humano y sus sociedades, como si estuvieran condenados a caer en espirales de horror sin sentido, y que cierra a la perfección las ideas y sensaciones instaladas en su primera porción. ¿Importa si el monstruo está muerto? Quizás importa más el fantasma del monstruo, o en otras palabras, la semilla de la discordia y la desconfianza. Eso nunca será vencido, y es una putada, ¿no les parece?
Por lo demás, otro de los aspectos que hay que destacar de El visitante es la prosa de King, mucho más trabajada y pulida que los otros títulos mencionados, amén no sólo de descripciones más minuciosas que te meten de lleno en esos lugares y paisajes, dándoles vida como sólo King sabe hacerlo (transportarte a una carretera de noche o a un cementerio), además de la construcción psicológica, escarbando en las atribuladas psiquis de sus personajes, atrapados en una pesadilla sin precedentes y que los obliga a enfrentarse no sólo al monstruo sino que a sí mismos, o la persona que creían ser antes de que todo se retorciera de manera tan demente. Ya les digo, El visitante es una novela en donde importa tanto la trama, eso de resolver el caso de quién demonios mató a ese pobre niño, como la honda y punzante, furiosa y decepcionada y dolida, reflexión en torno a los rincones oscuros más descarnados del individuo... y, por extensión, de la sociedad gringa.
En fin, El visitante es una novela que definitivamente recuerda y trae de regreso al mejor King. Recomendadísima.


Desde que se prestó más o menos en las postrimerías del año 2023 hasta nuestros días, poco más de 365 días después, El visitante ha sido prestado en diez ocasiones, habiendo tenido un 2024 muy movidito y quizás su gran año de gloria por toda la eternidad.

lunes, 20 de enero de 2025

Lagartija, de Banana Yoshimoto


Bibliometro #74. No es parte de las resoluciones de año nuevo, de hecho es una meta que viene desde hace varios meses, seguramente se han dado cuenta, pero por acá queremos descubrir y leer todo lo que podamos de literatura japonesa, impelidos por las más que gratas sorpresas que tuvimos con La cigarra del octavo día, La policía de la memoria, El gato que venía del cielo, además de las compilaciones de cuentos japoneses de folklore, de terror, de eroguro, en fin, ya saben... La verdad es que no me sonaba el nombre de Banana Yoshimoto, me la encontré en los recomendados personales de Bibliometro, y como no podía resistirme a un seudónimo así, aproveché de pedirme este conjunto de cuentos, titulado Lagartija, que para mí resultaba un título extrañamente atractivo.


Los seis cuentos que tenemos en este libro son cuentos agradables, ingeniosos y podemos decir que honestos. Cuentos que oscilan entre una prosa sumamente sencilla, simple, y párrafos súbita e inesperadamente poéticos o metafóricos; el equilibrio entre realismo perplejo, realismo evasivo (realismo mágico también, tiene sus toques), y minucioso retrato psicológico es curioso y singular, por describirlo de alguna forma. Yo no quedé muy impresionado ni entusiasmado; diría que si no leen estos cuentos no se pierden de mucho, pero de todas formas recomendaría leerlos porque, sin duda, pertenecen a una voz propia, a una autora con intenciones claras y escritura intuitiva, una autora que tiene ideas, que tiene estilo, y siempre vale la pena echarles un ojo porque siempre te dejan algo quienes escriben porque de verdad tienen algo que decir (o intentar decir).
La lectura de estos cuentos sin duda ejerce cierto efecto, de complicidad puede ser. Son cuentos que, así a la rápida, más parecen ser fábulas urbanas sobre la alienación, la soledad, el sinsentido existencial o el aparente vacío, la indecisión o confusión vital de la vida en general; cuentos que son el reflejo de una generación perdida, pero perdida espiritualmente, una generación estancada, estática, desesperada, sin energía, que viven por inercia, sin un futuro que les ilumine el camino, solamente un muro de claustrofóbica rutina y convenciones sociales. Personajes en su adultez, adultos jóvenes aún, que parecen haber alcanzado y logrado las metas típicas: buenos empleos, estabilidad material. Y luego qué. ¿Qué harán por el resto de lo que les queda de vida? Por ahí va la atmósfera de estos cuentos, por cierto cuentos anticlimáticos, rasgo que sí me gustó harto porque estas historias no se resuelven, no llegan a su fin, no tratan sobre problemas concretos con soluciones concretas; son historias de sucesos atípicos que despiertan reflexiones en los personajes, pero no catarsis. Cuentos sin catarsis, lo que potencia ese efecto de desorientación, de abulia, de sinsentido o absurdo. ¿Por qué suceden las cosas? Por nada. Nada en particular.

Recién casados. Narrado en primera persona (recurso de todos los seis cuentos), el protagonista nos cuenta una singular historia que le ocurrió en el metro, de noche, mientras volvía a casa, a su vida de recién casado, después del trabajo. Un hombre cansado, aburrido, hastiado, ya desencantado con su rutina de adulto. Un viejo andrajoso se sienta junto a él, y con él mantendrá una de esas inolvidables conversaciones, sobre todo porque el viejo se transforma en una bella mujer que parece poder ver claramente hasta en el más oscuro de sus rincones, lo que lo obliga a enfrentarse a sus furtivos fantasmas de disconformidad y descontento. Por qué. La vida.

Lagartija. El protagonista nos cuenta la historia de su amorío con una mujer a la que él llama Lagartija. Es una relación peculiar, anómala, pero de afectos genuinos y puros. Él y ella guardan secretos, cicatrices, traumas. En este cuento destaca con mayor fuerza y presencia algo que, de todas formas, es cualidad de todos los cuentos: esa mezcla de ternura e ingenuidad, como de comedia romántica, con una cruda austeridad o austera crudeza, como de drama psicológico europeo. La ligereza va de la mano con una sombría y grave densidad. Todos los personajes parecen transitar por una cuerda, en el borde de la vida o la muerte, del abismo más insondable o de una sólida malla de seguridad. Es el peso que cargamos a nuestras espaldas. ¿Nos aplastará o tendremos la fuerza para seguir levantándonos cada día?

La espiral. Acá tenemos la historia de un pueblo semirural en donde de repente todas las cosas comienzan a torcerse y retorcerse en forma de espiral, personas incluidas, lo que desencadenará... ah no, esperen, ¡perdonen!, me he equivocado, estaba hablando de Uzumaki, de Junji Ito, pequeña confusión, je, je. Ahora sí: acá tenemos una simpática historia sobre una pareja que va a enfrentarse a un asunto inesperado e inclasificable: la muchacha acompañará a una amiga a una de esas terapias que borran la memoria. El novio, perplejo, se pregunta si la relación sobrevivirá a la terapia, si acaso ella lo olvidará realmente. Y el cuento trata sobre la, quizás, última cita entre estos dos, hablando sobre la memoria, los recuerdos, los sentimientos, en fin... Como dije, cuento simpático, curioso, interesante. Tiene su aire de dulce incertidumbre, de expectación infantil ante lo negro del futuro.

Soñando con kimchi. Si los tres primeros cuentos están protagonizados y narrados por personajes masculinos, los tres que vienen ahora tienen como protagonistas a mujeres también estancadas en estados emocionales y psicológicos, cuanto menos, turbulentos (calmadamente turbulentos, apáticamente turbulentos). La protagonista de este cuento es una mujer, profesional e independiente, que se casa con un hombre que ya estaba casado y que se divorció para formalizar, con todas las de la ley, su aventura extramarital. La protagonista, que ahora es una apaciguada ama de casa que no necesita trabajar, agobiada por el ocio y el aburrimiento, intenta no ahogarse en el mar de las sospechas y los celos (si se lo hizo a otra me lo hará a mí, ¿no?), que no son más que una escapatoria para el desesperante punto muerto en que cree encontrar su vida.

Sangre y agua. Este cuento es la historia de una mujer que nos cuenta más o menos cómo es su vida en la gran ciudad de Tokio, cómo se las arregla con su novio y empleo y todo eso, habiendo vivido toda su infancia en una especie de comuna espiritual a cargo de un gurú religioso, de la que escapó para vivir la vida que quería y no que le imponían. Para encontrarse a sí misma. ¿Se habrá encontrado a sí misma? ¿Habrá encontrado aquello que le da sentido a su vida, a su persona? ¿Es diferente la vida en una pseudo-secta rural que en una metrópolis? ¿Valen la pena los esfuerzos?

Una curiosa historia a orillas de un gran río. En este caso tenemos a una mujer que nos cuenta también su vida, solo que la suya está marcada por una especie de vacío que intenta llenar de distintas formas, como por ejemplo con el sexo: hubo una época en que formaba parte de grupos que se dedicaban a tirar como locos hasta que se aburrió y se salió, y ahora es una empleada de oficina que está pronta a casarse, intentando llenar ese vacío con la esperable rutina de toda asalariada. Hay un río frente al apartamento de su novio y ese río parece significar algo importante para ella. En todo caso más o menos va de eso: de personajes que intentan llenar y comprender el vacío en sus vidas.

Como es posible intuir (en realidad no, a veces ni lo menciono, pero para qué revelar todo), en todos los cuentos hay, a veces más a veces menos, un toque de surrealismo, de onirismo, de magia (realismo mágico nipón, llámenle, si lo prefieren), de extrañeza y suspensión de la realidad. Escapismo cotidiano, puede, que sirven para observar sus grises rutinas y cotidianidades desde una perspectiva algo más fresca e intuitiva, como saliéndose de la caja o de la zona de confort en la que han caído. La búsqueda de significados y sentidos a sus existencias planas y monocordes, de eso se trata. Alienación, relaciones normalizadas, desidia, de las que despiertan momentáneamente con estos acontecimientos insólitos. ¿Servirá la fugaz iluminación que experimentan?
Los temas están ahí y la prosa de Banana Yoshimoto sin duda es interesante y está muy bien lograda, sus cuentos son legibles y tienen ese rasgo característico propio que los salva de los lugares comunes (su atmósfera anticlimática, despojada de catarsis, desprovista de revelaciones), pero insisto, no creo que sean gran cosa, ni para quedar muy impresionados ni encantados. Son llamativas y algo estrafalarias historias de gente sola y perdida, y ya.


No es de extrañar que la ficha bibliográfica de Lagartija, de Banana Yoshimoto, demuestre gran actividad lectora. Desde finales del 2018 (la fecha está estampada al revés, pero qué le vamos a hacer), es decir desde hace seis años, ha sido prestado en veinte ocasiones, aunque hay un par de fechas que, nuevamente, no cuadran, no hacen sentido, me refiero a ese 17 de abril seguido de 19 de abril del 2024. Creo que a esas alturas todavía no volvíamos a la lectura, ¿cuándo revivimos este blog?, ¿cuándo revivimos nosotros mismos gracias a la lectura? Creo que fue en mayo del año pasado, cómo vuela el tiempo, pero hemos leído harto, sin duda. Y seguiremos leyendo.

sábado, 18 de enero de 2025

Billy Summers, de Stephen King

 

Biblioteca Nacional S12E01. Nueva temporada en la B.N.P.D., y ya vamos leyendo lo poco que queda de Stephen King en sus estantes. Billy Summers es de lo más reciente que el veterano y prolífico escritor ha publicado, es decir, no es el mejor antecedente para acercarse a esta novela de casi 650 páginas, porque ya hemos dejado más o menos claro que su última década no invita demasiado al entusiasmo (aunque sus libros sigan siendo solventes y entretenidos y se puedan leer sin problemas, desde luego), ahora que es un abuelito apaciguado. Aún así tenía algo de fe en Billy Summers, pero qué les puedo decir, tampoco hay que sorprenderse si no demuestro mucha emoción por este libro.


En principio Billy Summers es una novela, cuanto menos, interesante. Comienza con un lenguaje relativamente lacónico, áspero, un poco rudo, para ir en consonancia con el ambiente y el pesado clima de violencia latente que implica esta historia de lujosas organizaciones criminales y asesinatos por encargo, siendo Billy Summers el mejor de todos, un francotirador implacable e infalible, un tipo que es la perfecta encarnación del viejo dicho "donde pongo el ojo, pongo la bala". A Billy Summers le encargan asesinar a otro asesino a sueldo que, detenido por un asunto completamente ajeno a su profesión, quiere escabullirse de la justicia entregando información importante y privilegiada que debe involucrar a alguien que no quiere que dicha información se divulgue. Billy Summers acepta, el último trabajo se dice (ya quiere retirarse del negocio), aunque no es un trabajo cualquiera: el asesinato requiere un curioso y singular trabajo de campo previo: integrarse en la comunidad y no ser un extraño dentro de la pequeña ciudad a donde en algún momento el objetivo será trasladado para su comparecencia judicial, momento en el cual nuestro protagonista deberá apretar el gatillo, posicionado en el cuarto piso de un edificio de oficinas, y destrozarle la cabeza al malparido hijoputa que no puede morderse la lengua y cumplir ese otro viejo y sabio dicho: "morir de viejo y no de sapo".
Así las cosas, aunque el intento de reflexionar sobre las ambigüedades morales de la gente es bastante somero e ingenuo (el protagonista tiene un código moral bien infantil: sólo mata gente mala, pero... ¿acaso él no mata gente por dinero?, ¿acaso la gente para la que trabaja no comete maldades también para enriquecerse y enseñar lecciones?, ¿en qué punto lo malo es "más malo"? Dexter Morgan tenía un mejor tratamiento sobre este tema, a King le queda impropiamente banal y pueril), esta primera porción al menos destaca por la constante tensión a la que se somete nuestro asesino mientras prepara los detalles y pormenores del asesinato, pensando en si hay gato encerrado y debiendo integrarse con los vecinos de su casa temporal y de la oficina desde la que hará el disparo y donde, por mientras, se hace pasar por un escritor ante los otros oficinistas. Sobre esto, Billy Summers, para matar el tiempo, aprovecha de escribir su autobiografía, una vida trágica y solitaria y plagada de violencia desde que era un niño hasta que fue a Irak a vivir pesadillas vivientes, sobre todo en Faluya (en donde las tropas gringas sufrieron sus peores bajas durante todo el conflicto que comenzó Bush, o eso dicen). Así, aunque no es ninguna maravilla, el libro que va escribiendo el protagonista resulta estremecedor en ciertas partes, aunque en general es un ejercicio intrascendente y redundante por parte de King, sobre todo porque ya hemos leído cien veces, y mejor, sus historias sobre niños creciendo en entornos duros y sufriendo toda clase de traumas. La novedad sería su incursión en la parte bélica. Y todo el rollo de integrarse en la comunidad también queda muy manido y visto (lo de hombre en una misión que debe esperar pacientemente y simplemente vivir hasta que la misión se reactive se vio, y mucho mejor, más potente y emocionante, en 22/11/63); es entretenido y agradable, pero a la vez tan predecible el conflicto interno del protagonista, esa autoflagelación de "soy mala persona no puedo jugar al Monopoly con los hijos de mis vecinos". Pero se puede leer, como digo, sobre todo cuando la novela se limita al aspecto profesional, al mundo del asesinato y a la ejecución de este enigmático encargo.
Y ya después la segunda mitad es un declive terrible viniendo de King. Ejecutado el encargo, obviamente lo que sigue tiene buen pulso, tiene tensión, la incertidumbre propia que sigue a todo acto ilegal, el esconderse, el vigilar las esquinas, pero después de eso la trama se vuelve iterativa, predecible, una seguidilla de lugares comunes generales y de King, cursi y meloso y superficial en ese majadero intento de reflexión moral que, insisto, tiene tanta materia y sustancia como una piedra. Más misiones suicidas de parte del protagonista, más recuerdos traumáticos de Irak, una muchacha que azarosamente se entromete en la trama (Nick Pizzolatto se le adelantó, para muestra de ello lean Galveston, y estoy seguro de que él no es el primero en eso de juntar a un hombre malo con una chica inocente en un esscarpado descenso a los infiernos), enfrentamientos inverosímiles con descuidados gángsters a cuyas mansiones se puede entrar así como así (no me lo creo aunque el protagonista sea un profesional veterano de guerra), por supuesto que la inclusión de viejos pederastas a los que matar porque así es fácil decir quien es más malo que el resto, y uno de los desenlaces más ridículos que King ha podido idear, quizás de los peores suyos, un final que me ha hecho descubrir que existe el diabolus ex machina porque King se saca literalmente de la nada a un malo con una pistola que le ayuda a tener su trágico final "redentor" (uno de los personajes se pregunta "cómo demonios supo que íbamos a estar ahí" y el otro responde, básicamente, "quizás lo escuchó al voleo", y listo, así te explica semejante estupidez narrativa). La segunda porción de este libro es desastrosa.
Terrible, realmente terrible, que una historia que comienza siendo lo suficientemente efectiva para mantenerte tenso y atento al áspero devenir de ese asesinato por encargo mute en una pueril y conciliadora y complaciente y paternalista fábula sobre el bien y el mal que tiene la complejidad y profundidad filosófica y reflexiva de un jardín de infantes. Sin duda alguna, una de las peores y más sonrojantes historias que Stephen King ha escrito, lo que resulta más sangrante considerando qué tan genial y magistral puede ser cuando no anda en ese puto piloto automático y se pone a escribir de verdad y no siguiendo sus moldes y plantillas argumentales, estilísticas y narrativas de siempre.
Una decepción, o peor que eso. Si se lo ahorran, mejor.


La ficha bibliográfica de este ejemplar de Billy Summers es bastante escueta, sólo cinco préstamos en casi dos años de existencia y presencia en los estantes de la B.N.P.D. Pocos lectores, me pregunto qué impresión les habrá dejado este somero relato. No se pierden nada, por desgracia, si no lo leen.

jueves, 16 de enero de 2025

Fin de guardia, de Stephen King

 

Oh boy, qué día. Llegué a mi casa después de nadar y de lo primero que me entero es de que David Lynch, el único e incomparable, ha fallecido a los 78 años. El año pasado nos enteramos de su enfisema pulmonar y supongo que era cuestión de tiempo, pero su partida sin duda alguna es impactante, devastadora y, sobre todo, irreparable para el mundo del cine y del arte, en tanto Lynch, te gusten sus películas o no (en Cine en tu cara hemos hablado de algunas de sus obras y vaya que oscilamos entre el entusiasmo más emocional y el desconcierto más enrabietado), es la definición misma de artista: una persona con una visión y voz únicas, una manera tan personal de desarrollar su arte que acaba convertido en leyenda: imitado hasta el cansancio, incomprendido y malinterpretado, pero jamás igualado. El cine de Lynch es cine puro. Son pocos los directores actuales que realmente tengan una comprensión, tan intuitiva a la vez que profunda y complejamente estudiada, del lenguaje cinematográfico, como arte y como lenguaje: Lynch realmente hablaba cine, amén de su dominio de las imágenes, de los sonidos, de las bandas sonoras, de la edición, de sus historias, personajes, tramas, creando experiencias inigualables e inolvidables. Y mágicas, que es lo más grande que se puede decir del cine: que es mágico, que te captura, que te sumerge en un trance que puede ser sueño, que puede ser realidad, que puede ser alucinación, que puede ser doloroso, perturbador, hermoso, relajante, feliz, que puede ser algo extremadamente personal durante dos horas más menos, e incluso más, porque sin duda sus mejores películas te persiguen, te acompañan, caminan contigo mucho después del visionado, lo cual es otro de los grandes legados de Lynch: la valiente y arriesgada intención, decisión, de maravillar, elevar, eternizar, inmortalizar y sublimar lo inexplicable: la vida interior de una idea/historia/película. Una historia perfectamente clara y contenida y delimitada, en manos de Lynch, se convierte en una historia vasta, inmensa, cine con mayúsculas, pues hace que cada herramienta y elemento cinematográfico se convierta en esa historia; piénsenlo bien, en las películas de Lynch, la luz es personaje y habla, el sonido es personaje y habla, los colores son personajes y hablan. Su manera de transformar ideas y sentimientos en CINE son lecciones que atesoraré toda la vida. Si bien es primordial y esencialmente conocido por lo críptico, lo surreal, lo simbólico, lo cual es cierto porque esa es la manera Lynch (en parte), recordaré a Lynch y su cine principalmente, y he acá lo que lo hace 100% Lynch, porque sus películas son profunda y oscura y desgarradora y brutal y tiernamente humanas, historias tan personales y espirituales pero a la vez complejas visiones sobre el mundo y la sociedad y el resto de humanos, del tiempo y la Historia, el zeitgeist cultural y político que nos envuelve: Lynch escribe desde las tripas, se abre en canal y usa su sangre como tinta, sus intestinos como anillado de sus guiones, que en sí mismo es un grotesco órgano formado por cerebro y corazón.
Por cierto, una pequeña anécdota. Trabajando de bartender estuvo con nosotros un par de meses, en modo ayudante de barra, una amiga que estudiaba arte y que, entre otras cosas, le gusta el cine, aunque lo suyo iba más por las artes plásticas y la pintura. Una defensora de la técnica, visión que argumentaba con el personaje de Benicio del Toro en "The French Dispatch", de Wes Anderson. En la película, del Toro interpreta a un artista abstracto desconocido cuya obra podría llegar a ser conocida de la mano de un par de curadores de arte (entre ellos Adrien Brody), los cuales, sin embargo, primero quieren "probar" su talento, por lo que le piden que dibuje o pinte, ya no recuerdo, un pajarito de manera realista, petición que cumple maravillosamente bien. La lección del curador de arte, y también la de mi amiga la artista, es que el personaje de del Toro conoce su oficio, su arte, su técnica, con sus retos y dificultades, pero elige por vocación artística crear obras más caóticas, abstractas, "inexplicables", aunque para un ojo poco entrenado aparentemente la técnica sea "menos compleja", y qué importa de todas formas, ¿no?, un artista hace lo que le da la puta gana cuando se trata de expresar lo que tiene dentro. David Lynch es esa clase de artista, siempre lo ha sido y siempre ha defendido esa posición. Y saqué a colación esta anécdota porque, miren ustedes, Lynch tiene por ahí una película llamada "The Straight Story", una maravillosa belleza de película, magistral, que no tiene sus "azarosas y rarunas truculencias baratas y epatantes", pero que sigue siendo una película 100% Lynch, con todas sus claves, intereses y obsesiones. Qué más lynchiano (aunque al propio Lynch le importe un carajo el término y su supuesto, elusivo significado), digo yo, que un personaje decidido (un octogenario que quiere hacer las paces con su hermano y decide ir a verlo conduciendo una podadora a lo largo de varios estados y kilómetros de carretera), contra viento y marea, a cumplir su voluntad aunque todos lo tomen por un loco, por un tonto, por un desequilibrado, por un chiste. En otras palabras, en palabras de Lynch: tener una idea, enamorarte de esa idea y realizarla como solamente tú puedes llevar a cabo dicha idea.
Me ha quedado más extenso de lo que pretendía pero qué le vamos a hacer, que sirva de silencioso y humilde homenaje a uno de los grandes artistas cuya obra, amada u odiada, ha dejado huella en la historia del cine. La marca de los grandes. ¡Que en paz descanses, David Lynch!

Bibliometro #73. Fin de guardia, el fin de la trilogía protagonizada por Bill Hodges (bueno, en Quien pierde paga no era precisamente el protagonista, pero era quien solucionaba el entuerto), fue el libro cuya lectura fue la bisagra entre el 2024 y el 2025: lo comencé a leer el 31, lo terminé el mismo 01. Lo encontramos bastante rápido, pero no fue fácil, o mejor dicho no fue sencillo, no fue cómodo: tuve que recorrer bastante de la red del metro para agenciarme este ejemplar. Al menos el esfuerzo ha valido la pena, toda buena lectura siempre es más que agradecida recompensa.


Esta tercera y final entrega vuelve a centrarse en la amarga e intensa rivalidad/enemistad entre el protagonista, nuestro policía retirado Bill Hodges, y Mr. Mercedes, el ahora no tan joven Brady Hartsfield, quien, después de los acontecimientos de la primera novela, y luego de unas inquietantes apariciones en Quien pierde paga, las cuales sugerían de manera bastante clara por dónde va a ir la cosa, despierta con deseos de venganza y  de seguir causando calamidades.
Nuestro némesis, que por cierto es uno de los cabrones hijos de puta más detestables que he tenido el placer y el nerviosismo de leer (su psicótica maldad te pone los pelos de punta y no dejas de desearle lo peor), si bien se encuentra en estado vegetal luego de ser capturado, ha ganado en cambio habilidades sobrenaturales, por ejemplo telequinesis, aunque no será su único nuevo talento, con los cuales irá fraguando sus malévolos planes de muerte, caos y destrucción. Así las cosas, King nos cuenta, tal como en la primera entrega, otra historia frenética, otro intenso juego del gato y el ratón, otro choque de inteligencias y egos, otra descarnada lucha de voluntades, que tiene el valor agregado de la desventaja con la que parte nuestro querido inspector y su singular equipo de Watsons, es decir no tener ni puta idea que están enfrentándose a un enemigo que utiliza herramientas que van más allá de la física, de lo natural, de lo lógico. Y aunque pueda parecer cosa de locos e incluso muy tomado de los pelos, la verdad es que, tal como está planteado y narrado, te crees el elemento sobrenatural, la manera en que el antagonista descubre sus poderes, los pule, les saca partido. Cosa curiosa, la trama, ágil como es habitual en King, goza de suficiente verosimilitud para que sigamos este enfrentamiento con adictivo interés. Uno está siempre a la expectativa, siempre al borde de los nervios porque cómo es posible que un malo tan malo pueda querer causar tanto daño, y más encima con sus poderes pareciera ser invencible. Por suerte, y este es un gran acierto, con poderes y todo, no deja de ser un ser humano de carne y hueso, es decir imperfecto, mezquino y miserable que no es el genio criminal que jura ser, así como tampoco lo es nuestro atribulado protagonista, cada vez más viejo, más despistado, más enfermo, más aquejado por el paso del tiempo.
Lo único que debo achacarle majaderamente a esta novela, a esta trama bien narrada, es que a veces resulta muy forzada en lo que se refiere a lograr determinados resultados para que la historia siga convenientes derroteros; o dicho de otro modo, por mencionar un ejemplo la mar de ilustrativo: en el clímax, nuestro experimentado Stephen King se saca de la manga no uno ni dos, ni siquiera tres, sino que ¡cuatro! deus ex machina en menos de cinco o seis páginas. Es cierto que a King el desnivel entre los poderes del antagonista y las mundanales y terrenales herramientas del protagonista y los suyos al final se le escapa de las manos, por lo que de vez en cuando, aunque por suerte no tanto, recurre a dichos pobres mecanismos para que el villano no la tenga tan fácil. Por lo demás, como les digo, Fin de guardia es una historia realmente entretenida, de ritmo y narración ágiles, con un conflicto bien planteado y desarrollado, personajes bien caracterizados y definidos (sobre todo la psiquis del policía retirado y del vegetal psicótico), además de una perpetua atmósfera de, no lo sé, desazón, pues uno de los temas centrales de la novela gira en torno al suicidio, y King logra transmitir e integrar de manera coherente y orgánica la seriedad del tema al entramado argumental (aunque en otro par de ocasiones se le escapan diálogos que parecen más destinados a aleccionar al público en plan spot televisivo, ya saben, "el suicidio es una realidad presente entre nosotros", "de ti depende balancear la batalla en favor de la vida", etc.).
Ahora bien, como he mencionado en otras entradas tantas veces, aunque no le falta sordidez y su toque de mala leche a esta novela, no se ilusionen: sigue siendo un Stephen King PG-13, solvente, entretenido y oscuro en su justa medida, pero lejos de la prosa rabiosa y minuciosa de sus inicios, cuando daba la impresión de abrirse las tripas en canal y escribir con su propia sangre (parece que valoro mucho esto, ¿no?, esta entrada estaba escrita desde hace días, y sin embargo acabo de usar la misma expresión en mi pequeño homenaje a Lynch más arriba), lejos de esa visión densa, negra, desesperada y casi nihilista que impregnaba sus primeras letras, sus hipnóticas páginas, páginas como poseídas por un escritor exorcizando sus demonios más feroces. Lejos también de ese escritor más maduro, más poético, más lírico, pero por lo mismo más profundo en su salvajismo, de su segunda etapa como escritor, la cual, pienso, cristalizó en la redonda y magistral 22/11/63. Ahora King es el abuelito apaciguado que nos cuenta sus historias de terror pero más para entretenernos y "enseñarnos", terror didáctico digamos, que para aterrorizarnos y empujarnos de verdad a mirar de frente el ominoso rostro del horror más insondable. Si son capaces de aceptar esa evolución artística, completamente natural por otra parte, no deberían tener problemas para disfrutar genuina y honestamente de novelas como Fin de guardia, la cual, por lo demás, sí tiene un cierre emocionante, soberbio, quizás porque ya somos amigos de los personajes y despedirse de ellos no es precisamente lo más dulce, quizás porque en esos últimos párrafos King saca al brillante escritor que tiene dentro, ese escritor capaz de pintar lo más bellos cuadros con sus palabras, de crear atmósferas y, sobre todo, introducirte en el corazón del relato.


No me creo que este libro de Stephen King tenga solamente dos préstamos; me consta que lleva más tiempo en las sucursales bibliometrinas de lo que sugieren las fechas estampadas, pero poco podremos probar. Y para qué.

martes, 14 de enero de 2025

Show continuado, de Luis Cornejo Gamboa

 

Jimmyteca personal #2. Hace un tiempo largo inauguramos esta sección con El tren que ahora se aleja, el primer libro de cuentos de uno de mis escritores preferidos, Pablo García, y qué mejor que continuar con otro escritor que, aunque quizás no sea de mis preferidos dentro de la literatura chilensis y que quizás tampoco sea un graaaan escritor, sí puedo decir que es autor de una obra a la que le tengo mucho cariño, mucha estima, mucho respeto, cuya forma de escribir me parece honesta, auténtica y coherente, que a veces son características que pueden destacar más que cierta pulcritud técnica. Luis Cornejo Gamboa es uno de los exponentes de la literatura de bajos fondos; él mismo tuvo una carrera bastante movida, habiendo estado en el mundo del teatro, luego en el cine (fue productor de "El chacal de Nahueltoro", nada menos, además de director de un par de curiosos cortometrajes y un largo no muy bueno que digamos) y, por supuesto, en las letras, escribiendo y publicando libritos (autoeditados, que vendía junto a su mujer en la Plaza de Armas) sobre personas comunes y corrientes viviendo al límite de la pobreza y la marginalidad, historias de mucha dignidad aunque de duros entornos y acontecimientos. Ya hemos hablado de este escritor en Cine en tu cara, tanto de sus cortos y largometraje, incluso creo que hablamos de sus libros. Como sea, ya que al parecer ahora estamos en un blog literario, es momento de comentar su obra de manera algo más organizada.


Qué gran comienzo, ¿no les parece? ¿No les transmite nada ese primer párrafo, y el que sigue? Una noción de atmósfera, de ambiente, cierto pulso trágico bien agazapado bajo esa primera mirada áspera y brusca a los interiores de un club nocturno de topless. Esas palabras que caen como cuchillos, describiendo el medio en el que nos moveremos en las siguiente noventa páginas, pero que por debajo permite latir cierta compasión, cierta pena: ese olor, el del fracaso y la derrota, el cansancio, resignación. Es una realidad, sin duda, que Cornejo Gamboa pinta sin adornos, con los trazos y colores necesarios, pero una realidad tridimensional, de gran profundidad de campo, de carne y hueso como los personajes que van cobrando vida.
Show continuado está protagonizada por un vagabundo cincuentón que le cuida la droga a su patrón a cambio de dejarlo vivir en un bolichito mugroso y abandonado; el patrón del vago, un narco con ínfulas pero en ascenso, que a su vez trabaja para un misterioso Mr. Okay, quien le encarga el asesinato de un narco rival; y la novia del patrón, una mujer con sueños de artista que sin embargo se halla trabajando en un topless, bailando para hombres tristes y amargos a quienes no les importa su talento, sólo sus turgentes formas, y que se presta a ayudar a su novio narco a darle el bajo al rival. Las cosas no salen como lo esperado y el destino de estos tres soñadores fracasados se verán enredados en una espiral de traiciones, muertes y desamparo total.
Primero que todo vale la pena mencionar que la trama en sí resulta sumamente interesante y atractiva, siendo uno de los pilares que te hacen leer esta novelita de un tirón: los ambientes en que ocurren los hechos (negocios, boliches, bares, calles sucias), el puñado de llamativos personajes salidos del hampa santiaguina, los giros del argumento... Una trama criminal hecha y derecha, narrada con pulso firme y rotundo, conduciéndonos con una seguridad apabullante hacia su violento pero quizás esperanzado desenlace.
Sin embargo lo que termina por potenciar lo anterior, el otro gran pilar fundamental de esta obra, es su carácter trágico, irónico, y la profundidad en la construcción de sus personajes, complejos en su virtual superfluidad (el vago, la toplera, el narco... ¿qué de sustancioso puede haber en semejante trío ahogado en sus respectivos patetismos, sufriendo el trago amargo de sus dolores?), evidenciando la mirada hondamente humanista de Cornejo Gamboa, ya sea por darle el protagonismo a tan improbable atado de don nadies, ya sea por la compasión y comprensión (que no justificación) con que retrata la caída y descalabro de sus vidas, ya sea por la certera y rabiosa y desencantada forma con que levanta ese Santiago desamparado y escupido, esa crítica social feroz de un país convertido en un callejón sin salida, una maquinaria devoradora de sueños, trituradora de carne, que se alimenta de fracasos y frustraciones. Hasta hay apuntes filosóficos bien claros: lo fácil y destructor del destino, que en un día puede convertir príncipes en mendigos y mendigos en... bueno, algo se entiende, ¿no? Al final, ¿qué tenemos? Nos tenemos a nosotros mismos. Individuos, solos o que van de la mano, enfrentando lo que el destino o las circunstancias, siempre mutable, les van arrojando por delante. Sin duda, la cosmovisión de Cornejo Gamboa tiene gran e hipnótica profundidad, además de expresarse perfectamente a través de su callejera poética, de esa prosa lírica y sucia, sin aspavientos ni artificios pero hermosa en su dureza, en su áspera austeridad.
Puede que tenga imperfecciones, ciertas decisiones estilísticas algo extrañas (que los personajes hablen para sí mismos informándonos cosas que un simple narrador puede transmitir), un par de momentos melosos, cosas que podrían rozar con el rídiculo en momentos puntuales, sin embargo son detalles menores que no menoscaban en lo absoluto la calidad general; todo ello se ve superado por la enorme fuerza ética y estética de la mirada del autor, de su discurso, por el vigor de una prosa como salida de las tripas, del corazón, además de sus memorables personajes, de carne y hueso, ese potente halo trágico y sombrío, y el enrevesado embrollo criminal en el que se ven envueltos. Y el sentido del humor, que no falta, eh.