"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

domingo, 26 de enero de 2025

Tsugumi, de Banana Yoshimoto

Bibliometro #76. Bien, el otro libro de Banana Yoshimoto que nos pedimos (no quedan más en Bibliometro) es Tsugumi, una novela. Como Lagartija no me impresionó/gustó tanto (como simplemente me agradó lo suficiente como para recordarla como una interesante aunque inocua curiosidad), nos hemos acercado a Tsugumi con cautela, como solemos hacerlo cuando una primera impresión no es la mejor. Por fortuna, en esta ocasión la cosa ha sido diferente.


Supongo que en el formato novelesco Banana Yoshimoto se mueve mejor, puede poner sobre el papel de mejor forma lo que tiene que decir, de una manera más pausada y, por ello, más lograda y profunda. No es Tsugumi una novela compleja, pero sí es suficientemente profunda en el sentido que, a parte de ser la historia que se cuenta, es decir el último verano que una universitaria va a pasar a su pueblo natal (el último porque el hostal en el que se crio va a cerrar y sus regentes, familia de ella, se mudarán a otra región), con todos los acontecimientos que ello conlleva (el costumbrismo, las amistades, la rutina vacacional, alguno que otro problema bastante grave), Tsugumi transmite sutiles sensaciones y emociones de manera totalmente natural y orgánica: las dudas e inseguridades propias no sólo de la edad (adolescentes recién entrando en la adultez) sino que de encontrarse de súbito ante una nueva etapa de vida, el cambio tremendo que significa para la protagonista, en cierta forma, perder su pasado (no tener motivo para volver al pueblo en el que creció es como que le cierren la puerta al escenario de su memoria), y para Tsugumi, prima de la protagonista, muchacha de mal carácter y enferma crónica de algo que siempre la tiene al borde de irse al otro lado, sería perder el férreo marco que ha protegido su existencia. Una rutinaria profundidad simbólica y existencial reflejada en el carácter de los personajes, que no obstante las circunstancias en las que viven, muy tranquilas y apaciguadas, no parecen sentirse del todo conformes con sus vidas y rutinas diarias, como si existiera un pequeño vacío alojado en sus corazones que las molesta perpetuamente, de ahí que cada día sea una incierta exploración o búsqueda de un sentido, de algo que haga un poco más compacto y comprensible el tiempo que pasa, el tiempo que vuela y se detiene a partes iguales.
Con una narración sencilla y acompasada, parsimoniosa, en primera persona, la protagonista va alternando entre ese presente, las últimas vacaciones en su lugar de origen, y la memoria, el pasado, los recuerdos, todo lo que ha ido formando y moldeando la persona que es, la visión de mundo que tiene, su filosofía de vida. Esa memoria que dialoga con los acontecimientos presentes. En ambas líneas es esencial Tsugumi, la prima, una muchacha muy singular y peculiar, progresivamente humanizada luego de esa primera impresión que se nos da, en donde queda retratada como una mera chica caprichosa y desagradable, un personaje que es cómo el ancla a tierra de la protagonista, un poco perdida en la molicie de la desidia vital. Me recuerda un poco a la primera novela de Haruki Murakami, comentada por acá: esa atmósfera como de grito generacional, de estar en un vital cruce de caminos, la mencionada desidia y el entusiasmo caminando de la mano en un abrazo mutuo. Lo bonito es que no se refiere únicamente a la generación de la protagonista y su prima, sino que también a la de sus padres, como una mirada honesta y transparente, y francamente curiosa, a los distintos modos de vivir y ver la vida de la ciudad, de los pueblos costeros, de las distintas generaciones, etc. 
En cualquier caso, Tsugumi es una agradable y modesta novela que destaca, aparte de por su deliciosa y parsimoniosa prosa o narración, por lo llamativo de sus personajes y ciertos acontecimientos, además, claro, de sus reflexiones y todo eso. No es la típicamente solvente novela sobre vacaciones, con sus escenas melosas y manipuladoramente conmovedoras; Tsugumi es sutil pero significativamente más honda y sustancial, más auténtica, más libre incluso: dejar que el tiempo y los recuerdos corran con el salobre viento del mar, que se aposente entre los centenarios árboles del bosque. Es el toque anticlimático e indefinido de sus cuentos, que acá en formato novelesco al menos adquiere un sentido más férreo, más decidido si es que ello tiene sentido. No es de esas novelas que te marcan la vida, pero quizás sea de esas novelas que dialogan de manera cómplice y desenfadada con tu vida pasada, y para un par de tardes cálidas no está nada mal.
Aunque no diría que quedé decepcionado con Lagartija, debo decir que la lectura de Tsugumi, que tampoco me ha parecido una genialidad para ponerme a chillar encantado, me ha dejado una sensación de reconciliación con su autora, de quien puedo percibir e intuir más. Me deja con verdaderas ganas de leer más de su obra... si es que aparece en algún otro lado, claro.


¡Vaya ficha bibliográfica más caótica y desordenada!  Comenzamos con una fecha estampada al revés pero también tachada, como si hubiera sido un error, luego tenemos más fechas estampadas al revés, además de fechas escritas con lápiz mina y lápiz pasta, aunque, hay que dar mérito donde corresponde, hay bastante prolijidad para, al menos, dejar que las fechas estén dentro de sus recuadros, sin pasar mucho sus límites. En cuanto a la actividad, desde hace casi tres años Tsugumi ha sido prestada en 21 ocasiones, siendo el 2023 su año de gloria, aunque el 2024 no quedó muy lejos. Ya veremos que tal será el 2025 para Tsugumi. O sea no, mentira, no lo veremos, pero ya me entienden, je, je...

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