"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 20 de enero de 2025

Lagartija, de Banana Yoshimoto


Bibliometro #74. No es parte de las resoluciones de año nuevo, de hecho es una meta que viene desde hace varios meses, seguramente se han dado cuenta, pero por acá queremos descubrir y leer todo lo que podamos de literatura japonesa, impelidos por las más que gratas sorpresas que tuvimos con La cigarra del octavo día, La policía de la memoria, El gato que venía del cielo, además de las compilaciones de cuentos japoneses de folklore, de terror, de eroguro, en fin, ya saben... La verdad es que no me sonaba el nombre de Banana Yoshimoto, me la encontré en los recomendados personales de Bibliometro, y como no podía resistirme a un seudónimo así, aproveché de pedirme este conjunto de cuentos, titulado Lagartija, que para mí resultaba un título extrañamente atractivo.


Los seis cuentos que tenemos en este libro son cuentos agradables, ingeniosos y podemos decir que honestos. Cuentos que oscilan entre una prosa sumamente sencilla, simple, y párrafos súbita e inesperadamente poéticos o metafóricos; el equilibrio entre realismo perplejo, realismo evasivo (realismo mágico también, tiene sus toques), y minucioso retrato psicológico es curioso y singular, por describirlo de alguna forma. Yo no quedé muy impresionado ni entusiasmado; diría que si no leen estos cuentos no se pierden de mucho, pero de todas formas recomendaría leerlos porque, sin duda, pertenecen a una voz propia, a una autora con intenciones claras y escritura intuitiva, una autora que tiene ideas, que tiene estilo, y siempre vale la pena echarles un ojo porque siempre te dejan algo quienes escriben porque de verdad tienen algo que decir (o intentar decir).
La lectura de estos cuentos sin duda ejerce cierto efecto, de complicidad puede ser. Son cuentos que, así a la rápida, más parecen ser fábulas urbanas sobre la alienación, la soledad, el sinsentido existencial o el aparente vacío, la indecisión o confusión vital de la vida en general; cuentos que son el reflejo de una generación perdida, pero perdida espiritualmente, una generación estancada, estática, desesperada, sin energía, que viven por inercia, sin un futuro que les ilumine el camino, solamente un muro de claustrofóbica rutina y convenciones sociales. Personajes en su adultez, adultos jóvenes aún, que parecen haber alcanzado y logrado las metas típicas: buenos empleos, estabilidad material. Y luego qué. ¿Qué harán por el resto de lo que les queda de vida? Por ahí va la atmósfera de estos cuentos, por cierto cuentos anticlimáticos, rasgo que sí me gustó harto porque estas historias no se resuelven, no llegan a su fin, no tratan sobre problemas concretos con soluciones concretas; son historias de sucesos atípicos que despiertan reflexiones en los personajes, pero no catarsis. Cuentos sin catarsis, lo que potencia ese efecto de desorientación, de abulia, de sinsentido o absurdo. ¿Por qué suceden las cosas? Por nada. Nada en particular.

Recién casados. Narrado en primera persona (recurso de todos los seis cuentos), el protagonista nos cuenta una singular historia que le ocurrió en el metro, de noche, mientras volvía a casa, a su vida de recién casado, después del trabajo. Un hombre cansado, aburrido, hastiado, ya desencantado con su rutina de adulto. Un viejo andrajoso se sienta junto a él, y con él mantendrá una de esas inolvidables conversaciones, sobre todo porque el viejo se transforma en una bella mujer que parece poder ver claramente hasta en el más oscuro de sus rincones, lo que lo obliga a enfrentarse a sus furtivos fantasmas de disconformidad y descontento. Por qué. La vida.

Lagartija. El protagonista nos cuenta la historia de su amorío con una mujer a la que él llama Lagartija. Es una relación peculiar, anómala, pero de afectos genuinos y puros. Él y ella guardan secretos, cicatrices, traumas. En este cuento destaca con mayor fuerza y presencia algo que, de todas formas, es cualidad de todos los cuentos: esa mezcla de ternura e ingenuidad, como de comedia romántica, con una cruda austeridad o austera crudeza, como de drama psicológico europeo. La ligereza va de la mano con una sombría y grave densidad. Todos los personajes parecen transitar por una cuerda, en el borde de la vida o la muerte, del abismo más insondable o de una sólida malla de seguridad. Es el peso que cargamos a nuestras espaldas. ¿Nos aplastará o tendremos la fuerza para seguir levantándonos cada día?

La espiral. Acá tenemos la historia de un pueblo semirural en donde de repente todas las cosas comienzan a torcerse y retorcerse en forma de espiral, personas incluidas, lo que desencadenará... ah no, esperen, ¡perdonen!, me he equivocado, estaba hablando de Uzumaki, de Junji Ito, pequeña confusión, je, je. Ahora sí: acá tenemos una simpática historia sobre una pareja que va a enfrentarse a un asunto inesperado e inclasificable: la muchacha acompañará a una amiga a una de esas terapias que borran la memoria. El novio, perplejo, se pregunta si la relación sobrevivirá a la terapia, si acaso ella lo olvidará realmente. Y el cuento trata sobre la, quizás, última cita entre estos dos, hablando sobre la memoria, los recuerdos, los sentimientos, en fin... Como dije, cuento simpático, curioso, interesante. Tiene su aire de dulce incertidumbre, de expectación infantil ante lo negro del futuro.

Soñando con kimchi. Si los tres primeros cuentos están protagonizados y narrados por personajes masculinos, los tres que vienen ahora tienen como protagonistas a mujeres también estancadas en estados emocionales y psicológicos, cuanto menos, turbulentos (calmadamente turbulentos, apáticamente turbulentos). La protagonista de este cuento es una mujer, profesional e independiente, que se casa con un hombre que ya estaba casado y que se divorció para formalizar, con todas las de la ley, su aventura extramarital. La protagonista, que ahora es una apaciguada ama de casa que no necesita trabajar, agobiada por el ocio y el aburrimiento, intenta no ahogarse en el mar de las sospechas y los celos (si se lo hizo a otra me lo hará a mí, ¿no?), que no son más que una escapatoria para el desesperante punto muerto en que cree encontrar su vida.

Sangre y agua. Este cuento es la historia de una mujer que nos cuenta más o menos cómo es su vida en la gran ciudad de Tokio, cómo se las arregla con su novio y empleo y todo eso, habiendo vivido toda su infancia en una especie de comuna espiritual a cargo de un gurú religioso, de la que escapó para vivir la vida que quería y no que le imponían. Para encontrarse a sí misma. ¿Se habrá encontrado a sí misma? ¿Habrá encontrado aquello que le da sentido a su vida, a su persona? ¿Es diferente la vida en una pseudo-secta rural que en una metrópolis? ¿Valen la pena los esfuerzos?

Una curiosa historia a orillas de un gran río. En este caso tenemos a una mujer que nos cuenta también su vida, solo que la suya está marcada por una especie de vacío que intenta llenar de distintas formas, como por ejemplo con el sexo: hubo una época en que formaba parte de grupos que se dedicaban a tirar como locos hasta que se aburrió y se salió, y ahora es una empleada de oficina que está pronta a casarse, intentando llenar ese vacío con la esperable rutina de toda asalariada. Hay un río frente al apartamento de su novio y ese río parece significar algo importante para ella. En todo caso más o menos va de eso: de personajes que intentan llenar y comprender el vacío en sus vidas.

Como es posible intuir (en realidad no, a veces ni lo menciono, pero para qué revelar todo), en todos los cuentos hay, a veces más a veces menos, un toque de surrealismo, de onirismo, de magia (realismo mágico nipón, llámenle, si lo prefieren), de extrañeza y suspensión de la realidad. Escapismo cotidiano, puede, que sirven para observar sus grises rutinas y cotidianidades desde una perspectiva algo más fresca e intuitiva, como saliéndose de la caja o de la zona de confort en la que han caído. La búsqueda de significados y sentidos a sus existencias planas y monocordes, de eso se trata. Alienación, relaciones normalizadas, desidia, de las que despiertan momentáneamente con estos acontecimientos insólitos. ¿Servirá la fugaz iluminación que experimentan?
Los temas están ahí y la prosa de Banana Yoshimoto sin duda es interesante y está muy bien lograda, sus cuentos son legibles y tienen ese rasgo característico propio que los salva de los lugares comunes (su atmósfera anticlimática, despojada de catarsis, desprovista de revelaciones), pero insisto, no creo que sean gran cosa, ni para quedar muy impresionados ni encantados. Son llamativas y algo estrafalarias historias de gente sola y perdida, y ya.


No es de extrañar que la ficha bibliográfica de Lagartija, de Banana Yoshimoto, demuestre gran actividad lectora. Desde finales del 2018 (la fecha está estampada al revés, pero qué le vamos a hacer), es decir desde hace seis años, ha sido prestado en veinte ocasiones, aunque hay un par de fechas que, nuevamente, no cuadran, no hacen sentido, me refiero a ese 17 de abril seguido de 19 de abril del 2024. Creo que a esas alturas todavía no volvíamos a la lectura, ¿cuándo revivimos este blog?, ¿cuándo revivimos nosotros mismos gracias a la lectura? Creo que fue en mayo del año pasado, cómo vuela el tiempo, pero hemos leído harto, sin duda. Y seguiremos leyendo.

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