"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

martes, 4 de febrero de 2025

El ardor de la sangre, de Irène Némirovsky

 

Bibliometro #79. No estaban pensando que íbamos a dejar de lado los libros de Irène Némirovsky, ¿cierto? Bueno, lo que sí se puede decir es que ya van quedando menos en la red bibliometrina, pero es lo que hay, y lo que hay se acepta con la paz de un monje budista (no sé de qué estoy hablando). El ardor de la sangre es una de sus novelas inéditas, escondidas por la propia autora cuando se resignó a su fatal desenlace, perseguida por los nazis a consecuencia de sus orígenes judíos, manuscrito protegido y más tarde encontrado y luego publicado gracias a los esfuerzos de una de sus hijas.

Si bien las lecturas de Némirovsky han sido cada vez más satisfactorias debo decir que me sorprendió lo mucho que me gustó esta novela en particular, El ardor de la sangre, peleando palmo a palmo el título de "mi novela favorita de Némirovsky" con El caso Kurílov. Como aquella novela, en esta flota un manto de resignación y nostalgia, una pesadumbre para nada densa ni pesada (si me perdonan la aparente contradicción), más envolvente y ambiental que introspectiva y psicológica (aunque la construcción psicológica de los personajes no se descuide ni un poco, antes al contrario).

El ardor de la sangre al que alude el título no es exclusivamente algo erótico o sensual, como yo pensaba al inicio (sobre todo por la imagen de la portada, algo engañosa en ese sentido), sino que existencial, vital, filosófico, anímico: las ganas de vivir, de explorar, de descubrir, de salir al mundo y no constreñirse por las apretadas y asfixiantes fronteras de las tradiciones, de las convenciones, de las reglas, de las limitaciones sociales y personales: de saciar la sed y el hambre de experiencias, de amores, de placeres, de sensaciones, de conocimientos y estímulos físicos, intelectuales y materiales, incluso espirituales dependiendo de cada quien. Ese ardor que parece emanar de cada personaje y que, como concepto, parece estar en perpetuo y doloroso conflicto con la realidad misma que le rodea, que le posee, que le subyuga; de ahí ese tono algo elegíaco y crepuscular, el cual, potente y rotundo y certero como es, es construido a través de un delicioso retrato costumbrista en tanto la acción nos sitúa en la campiña francesa, en una de esas zonas rurales pobladas por campesinos productores y trabajadores de la tierra, ricos a la vez que pobres, aspiracionales a la vez que orgullosos, en el borde entre el progreso y el olvido, entre el fracaso y la solemnidad (lo que potencia aún más esa atmósfera descrita). Némirovsky, tomando como protagonista a un apaciguado caballero (que no tiene más de cincuenta años aunque se comporta como si fuera un octogenario) que, con su caminar pausado y su mirada distanciadamente irónica y agudamente escrutadora, nos sitúa con total naturalidad dentro de un microcosmos vivo por dentro, palpitante de bajas pasiones y altos ideales, de sueños individuales y derrotas colectivas, en donde entran en juego otros tantos temas importantes para la autora: el paso y el peso del tiempo sobre los individuos y los colectivos; los choques generacionales, aparentemente irreconciliables, manifestados en variedad de conductas y cosmovisiones cambiantes; la trágica herencia de desgracias cíclicas que, a fin de cuentas, condena a todos bajo la misma sombra ilusoriamente teñida con los matices de la propia persona... Todo ello narrado a partir de las ramificaciones derivadas de un melodramático e intrigante lío de faldas: la muerte de un esposo a manos de un amante, hecho que removerá las máscaras de cada miembro de las familias y de la comunidad, desgracia que agitará las aguas del pasado cuyas olas vendrán a enturbiar el presente con su espuma quemante. Es decir, tienen una novela interesante y poderosa por todos lados, en lo narrativo y argumental y sustancial, escrita con esa elegancia cruda y tierna, esa empática y elocuente severidad que caracteriza a la autora, amén de sus personajes intentando nadar a contracorriente pero fallando en el intento de librarse de las cadenas que los atenazan por no tener la suficiente fuerza, el suficiente temple, la suficiente audacia, el suficiente ardor en su sangre.

Lo que sí, lo único malo es que te deja con gusto a poco porque cuando termina quieres más, y yo quedé con la duda de si este manuscrito realmente estaba completo o no. De serlo, es una decisión arriesgada y valiente por parte de la autora concluir de manera tan abierta y ambigua, tan expectante, como a las puertas mismas de un clímax que jamás veremos (que sólo podremos imaginar), que confirma su intención base y primordial: narrar el ardor de la sangre, el concepto, trágico a la vez que sagrado, por sobre el ámbito del argumento. Deseando más de esta historia, debo decir que, si es intencionado, el cierre de El ardor de la sangre me parece magistral y memorable en su abrupto corte argumental. Nunca lo sabremos. O tal vez sí porque es lo que es. ¿Ustedes se conforman?

La tradición republicana de todo préstamo bibliometrense nos muestra que El ardor de la sangre es un libro leído en numerosas ocasiones a lo largo de varios años de existencia. 39 préstamos en nueve años y medio, y debo decir que la prolijidad de las fichas y de las fechas estampadas es bastante aceptable, potable y agradable, aunque lejos de ser perfecta, y eso que cerca estuvo de semejantes resultados. Como sea, merecidas lecturas que se extienden en una invitación cordial hacia ustedes: lean las obras de esta autora.

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