Bibliometro #80. Enrique Lihn es más conocido como poeta, a fin de cuentas como poeta es como más se prodigó, habiendo publicado gran cantidad de libros a lo largo de dos o tres décadas (y sumen a ello publicaciones póstumas), pero más allá de su faceta como poeta también se dedicó a otras expresiones artísticas y formatos literarios. He leído azarosamente poemas de Lihn, me gusta su estilo, pero fuera de la poesía no he podido llevarme bien con él. Recuerdo que hace años, más de un lustro ya, en mi primera época de préstamos en la Biblioteca Nacional, una vez pedí prestado un volumen que recopilaba sus cuentos, veintidós en total, y no entendí nada, la verdad es que, aquella vez, no terminé de leer esos cuentos, lo cual, he de admitir, me dejó abatido. Luego el abatimiento se pasa leyendo otras cosas, pero el triste recuerdo de una lectura incompleta e interrumpida nunca es agradable. Hace la nada misma, en el mismo lote del presente libro, también me pedí Roma la loba, el único cómic que Lihn publicó en vida, escrito y dibujado por él, y no hubo caso: tampoco lo disfruté. El apartado gráfico impresionante sin duda, pero la narración me pareció ininteligible y el argumento, un despelote sin pies ni cabeza que no encontraba coherente correspondencia con el estilo de dibujo de Lihn, como apelando al trazo rabioso y punki de cómics undergrounds pero con intenciones demasiados cerebrales e intelectuales y conceptuales para su propio bien, para su propia coherencia interna, derrumbada bajo el peso de tanto enredo sustancial. Así que no quise comentar ese cómic, que se vaya a la mierda, me dije. Hay cosas que me gustan tan poco que me dejan sin palabras, y Roma la loba fue la ocasión. Y no les creo nada a los autores de los cincuenta mil prólogos y prefacios e introducciones que lo analizan tan sesudamente (entre ellos el vendedor de humo de Bisama, parece que autodeclarado y autoerigido portavoz de las obras raras y perdidas recuperadas de Chile). Como sea, así las cosas, con ese ánimo, con temor, con mucho temor, me puse a leer Batman en Chile.
Batman en Chile es una novela que puede fascinar y espantar a parte iguales, tal es la radicalidad de su propuesta. A mi me ha gustado en general, y de hecho pienso que el resultado es moderadamente satisfactorio, te deja con cierto ánimo entusiasta al final, aunque lo verdaderamente destacable es que es una novela que brilla por méritos propios como una de las más importantes de la época, y puede que de la literatura chilena en general, por lo refrescante y novedoso (una obra a todas luces singular e inimitable) a la vez que crítico, rabioso y comprometido. Es de esa clase de obras intemporales capaces de relacionarse con el tiempo al que pertenecen y también con la posteridad, en especial en un país tan irremediablemente estancado y conservador como lo es Chilito.
Pero primero hablemos de, no lo sé, las intenciones y los logros de este libro, que no son pocos ni insignificantes, antes al contrario. El título, claramente, nos dice de qué trata: Batman en Chile. Pero no es un Chile cualquiera, es el Chile de la Unidad Popular de Allende, el Chile pre-dictadura, en los turbulentos años en los que la derecha y la élite chilena, a través de toda clase de artimañas, cada vez más violentas e ilegales, se dedicaron a boicotear y desestabilizar el gobierno democráticamente elegido y defendido por los ciudadanos. En otro esfuerzo tan desesperado como ridículo y patético, Batman llega a Chile para ayudar a los patriotas a defender a este insensato país de las ponzoñosas y pérfidas garras del comunismo internacional que tanto daño le hace, sobre todo, a la mística de ese ejemplo de libertad y oportunidades que es Estados Unidos, y qué mejor representante que Batman: símbolo espiritual de la intervención pero, como vigilante "independiente" que es, perfecto chivo expiatorio que absuelva de responsabilidades prácticas y políticas al gobierno gringo en caso de que las cosas se tuerzan. Y vaya que se tuercen.
Primero que todo hay que decir que la historia es sumamente entretenida y, ceñido a lo estrictamente argumental, fácil de seguir. Un Batman perplejo e impotente, progresivamente emasculado, es llevado de un lugar a otro, como un espectáculo circense, para que pueda hacer cosas heroicas en un país para nada semejante con su maravillosa e ideal y abstracta Ciudad Gótica. Así, se ve envuelto en reuniones sediciosas de empresarios, hombres de prensa, células militares-terroristas, otros agentes extranjeros, rancios fantasmas de la aristocracia chilensis, mientras a la vez se enreda con grupos adherentes al gobierno que luchan con uñas y dientes contra la contrarrevolución conservadora, sin que este héroe con capa sepa muy bien qué hacer, fuera de su elemento, perdido entre las complejidades socio-políticas de distintas corrientes como si fuera un niño accidentalmente caído en un río. Todos quieren un pedazo de Batman, del señor Bruno Díaz. Todo un tira y afloja, dimes y diretes, balas iban balas venían, que funciona como ácido y corrosivo retrato de la patética realidad de la época, apenas una mala parodia y penoso remedo de novelas o películas de espías: Lihn captura a la perfección esa atmósfera peligrosa pero a la vez ridícula, convertido el país en un pueril campo de jueguitos de guerra por parte de esos soldaditos ociosos y descerebrados.
Sin embargo lo que más me gustó es que, adelantando a lo que haría Alan Moore con Watchmen (recientemente leída, miren ustedes: esas extrañas y gratas coincidencias de la vida), Lihn desmitifica salvajemente, brutalmente, violentamente, el mito de Batman y todo lo que conlleva políticamente, simbólicamente, socialmente, económicamente, psicológicamente, incluso espiritualmente. La pregunta clave y fundamental es: ¿Cómo reaccionaria, real y de forma realista, un superhéroe en un escenario que remita a la realidad de los lectores, extraído de su simplista mundo de fantasías en donde todo es blanco y negro? ¿Cómo reaccionaría esa sociedad chilensis, ese escenario realista y convulso, ante la llegada de un magnífico superhéroe salido de las viñetas de la infancia? Como Moore, que con cariño y respeto por sus personajes, hacía una crítica y subversiva deconstrucción de los mismos y sus existencias dentro de una sociedad de derecho, Lihn despedaza y pulveriza a Batman, el hombre y el símbolo. Lo retrata como un man-child cegado por su infantilismo moral de policías y ladrones, de buenos y malos, incapaz de comprender, incluso superficialmente, qué demonios ocurre en este país. Batman, acostumbrado a enfrentar villanos malignos o a patear el trasero de pobres diablos ignorantes y marginales, no es capaz de diferenciar a un terrorista de derecha de un "agente comunista". Lo peor es que nadie es bueno, nadie es malo, los buenos hacen cosas malas y los malos hacen cosas buenas y viceversa, nadie responde a las convenciones simplistas de sus tebeos, de su artificiosa Ciudad Gótica. En la realidad, más aún en la realidad de un país al borde de un golpe de Estado, el superhéroe no es más que un vulgar vigilante que se cree estar por encima de las leyes y las instituciones que, sin embargo, es incapaz de salvar a nadie: con palizas a matones no se salva a un país, no se salva el mundo. Un chiste ambulante, un chiste disfrazado. Así las cosas, el argumento resulta aún más hilarante a medida que vemos la progresiva e irrevocable futilidad de un Batman ridículo, desgraciado, humillado por una misión que se le escapa no ya de las manos, sino que de la mente, de la razón misma, que huye de toda comprensión que pueda haber en su metalizada cabeza cuadrada.
Lo que puede confundir y espantar, como decía, es la estilizada y sobresaturada prosa de Lihn, decidida, consciente y orgullosamente enrevesada, desmesurada, picaresca, esperpéntica, exagerada, recursiva, dispersa, que con frecuencia te parecerá cansina, enervante, superior a tus fuerzas, mientras que en otros momentos te parecerá genial, fascinante, avasalladora, el vehículo y estilo perfecto para lo estrafalario de la trama y lo arriesgado de sus intenciones, apabullante en los dos sentidos y ánimos supongo. No es una lectura fácil, eso denlo por hecho, al menos a mí se me hizo algo cuesta arriba por momentos, pero nunca dejó de interesarme la historia que se contaba, y supongo que ésa es la gran baza, el pilar central de esta novela: que, devaneos y elucubraciones más y menos, nunca se desmarca de su premisa argumental ni de su pregunta clave: todo lo que se escribe y el cómo se escribe remite a tan peculiar situación a narrar: Batman en Chile, o cómo, fuera del estéril imaginario social gringo (¿nunca han pensado que los gringos son tan buenos inventando cuentos fantásticos precisamente porque carecen de una verdadera identidad cultural? Nada mejor que "unificarlos" mediante la nacionalista apropiación de manidos y universales símbolos-palabros como Libertad, sublimados y corporeizados, a falta de una verdadera tradición histórica con sus correspondientes héroes, a través de estos enmascarados/disfrazados), los superhéroes no son más que propaganda filofascista, disfrazada de inofensivas fantasías infantiles, al servicio de los geo-caprichos de USA. Y eso, damas y caballeros, es algo que Lihn también deja en claro en esta novela.
Como lo ven, Batman en Chile es una obra que no dejará indiferente, que indudablemente pide, grita más de una lectura para una degustación más completa y tranquila (a sabiendas de que el primer apronte siempre será un impacto frontal, un inclemente derechazo al mentón o a la sien), y que, como dije más arriba, por sus incuestionables méritos narrativos-estilísticos-literarios y sus características aún más singulares, puede considerarse como una obra importante e imprescindible dentro de las letras chilenas. Acérquense a sus páginas con la mente abierta y una actitud mesurada si no quieren salir trasquilados.
Enrique Lihn es como un ídolo local no oficial, no en la misma liga de Nicanor Parra por ejemplo pero si alguna vez te encuentras con esos fastidiosos y alumbrados fanáticos de la poesía que saben un poco más que el resto, vas a ver cómo babean por Enrique Lihn. Y, difícil de encontrar como es su obra, y cara por lo demás (este libro no lo van a encontrar a menos de 20 dólares o euros, por ejemplo), no me extraña que Batman en Chile tenga tantas lecturas: 24 préstamos en trece años y medio. Quizás no sea la proporción préstamos/años de existencia más impresionante, pero no es menor. De la prolijidad ni hablemos, shall we?
No hay comentarios. :
Publicar un comentario