"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 3 de julio de 2025

La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon

 

Biblioteca de Santiago nº 32. Thomas Pynchon, el ínclito, el escritor que lleva publicando libros desde principios de los sesenta (¡piensen en ello detenidamente!: ¡sesenta años!), el escritor que publicó su primera novela con 25 años aproximadamente y que está pronto a publicar nueva novela a sus casi noventa años de edad, ese escritor precisamente siempre ha sido un escritor que me ha interesado y atraído, aunque tan sólo he leído Vicio propio (que me gustó mucho cuando la leí, hace más de diez años ya, motivado por la adaptación cinematográfica de Paul Thomas Anderson) y algunos de los cuentos de Lento aprendizaje porque, por la misma época, no sé el porqué, se me anduvieron resistiendo. La BDS tiene libros de Pynchon, me fijé, y me saqué La subasta del lote 49 porque, ja, estaba mal informado: como es la novela más corta de este autor tan críptico (no alcanza las 200 páginas, en concreto, son unas 185), pensé que también sería la primera, ya saben, Pynchon comenzando con calma. Resulta que La subasta... es su segunda novela (la primera es V.) y, aunque ésta fuera su debut literario/editorial, demonios, no es que haya empezado con calma precisamente. Y por eso nos gusta, oh sí.

De inmediato les digo que si quieren quedar con el cerebro molido y licuado, macerado en sus propios fluidos durante varios días y noches, entonces péguense un programa doble de La subasta del lote 49 y El péndulo de Foucault, de Umberto Eco... Y ojo, que esto no es gratuito en lo absoluto, y si ya conocen la sesuda, críptica y sinuosa novela del italiano, comprenderán entonces por dónde van los tiros con la de Pynchon.

La subasta del lote 49 nos cuenta la historia de Edipa Maas, una mujer promedio de clase media más o menos privilegiada y desahogada, dueña de casa en una tranquila y artificial urbanización californiana, que recibe una noticia doblemente impactante: ha muerto un antiguo amante suyo, que era nada más y nada menos que un prominente y extravagante magnate inmobiliario (aunque invertía en toda clase de oportunidades comerciales: un magnate renacentista, vamos) y genio especulador de suelos y terrenos, y en el testamento éste ha dejado por escrito que quiere que Edipa sea la albacea y administradora de su fortuna. Aunque no le parece algo muy razonable ni verosímil que se le encargue semejante tarea, habida cuenta de sus nulos conocimientos en materia de derecho testamentario o administración financiera y patrimonial, acepta el encargo como una más de las excentricidades de su lejano amante. Y mientras desempeña sus funciones, trasladada a la ciudad en donde estaba radicado el fallecido, las cosas se ponen definitivamente extrañas de un modo demencial, surrealista y desquiciado, y la protagonista no sabe si se está volviendo loca o qué, porque al parecer descubre una gran conspiración que trasciende épocas, siglos, países, sociedades, continentes..., una conspiración que podría remontarse a los tiempos del Imperio Romano (¡!), pero entonces ¿cómo todo encaja con todo, con ella, con el amante muerto, con nada? La segunda novela de Pynchon es una novela tan fascinante como agotadora a su estimulante modo: es un salto al vacío, al abismo de la paranoia y de la información, de las dudosas y sospechosas asociaciones, de la desconfianza... Es adentrarse en la psiquis progresivamente deteriorada de su agobiada protagonista, pero es también adentrarse de lleno en las brumas y sombras de una era, de un lugar, de una atmósfera (que es vaga y precisa a la vez: la California de los años sesenta, en los albores de los hippies, de las fechorías de la Familia de Manson, y de la psicodelia desenfrenada y libre, en donde los miedos eran más etéreos y menos "sociales", menos personales por así decirlo: se sospechaba del aire, no del prójimo), en los difusos contornos de una sociedad artificial y artificiosa en donde todo, incluso lo real, es invención y proyección. Imagino que Pynchon debe conocer en detalle todo al respecto, en cierta forma nunca ha dejado de escribir sobre ello: sobre la paranoia sobre todo, sobre la mutación de esa paranoia en distintas máscaras y disfraces amorfos, pero no deja de ser un adelantado a su tiempo me parece, afirmación valiente por mi parte dada mi falta de cabal información literaria, pero pondría las manos al fuego que Pynchon es uno de los pioneros en este tipo de relatos en donde la trama, cuidadamente enrevesada y diabólica, es en realidad un laberinto carente de importancia, una especie de espejo deformante de una realidad igual de compleja y bestial, igual de absurda, vaciada, sedienta y hambrienta de "emociones" en tanto estímulos.

En términos concretos, la historia es genial. Primero, porque narra con fluidez y bastante claridad (sí, sabiendo que es una novela de Pynchon) tanto los endemoniados recovecos de esta presunta conspiración milenaria como los múltiples personajes, acontecimientos y tramas en los que la protagonista comienza a desplazarse confusamente, es decir nosotros no nos perdemos, podemos atestiguar sin problemas la descendente espiral por la que va cayendo nuestra Edipa Maas. A la vez, aunque parezca contradictorio o paradójico, la prosa es Pynchon es también seductoramente compleja, críptica, sinuosa, abrumadora, pesadillesca por momentos, como una de esas pesadillas perfectamente discernibles en todos sus aspectos pero de igual forma sobrecogedoras, precisamente por esa suerte de hiperrealismo demencial. A fin de cuentas, de eso se trata la novela: el progresivo desmoronamiento de la percepción de la realidad a manos de las dudas, de la paranoia, de los miedos que todo lo desestabilizan, que nada concreto dejan en pie, sólo el polvo flotante que queda tras el derrumbe. Se los digo, es estimulante y fascinante, pero en lectores poco preparados puede ser una experiencia exigente. Y tampoco es que por acá lo hayamos tenido muy fácil según qué tramos...

lunes, 30 de junio de 2025

Música de cañerías, de Charles Bukowski

Bibliometro #124. De momento se nos acaba el frenesí bukowskista con Música de cañerías, un libro de cuentos, pero estoy decidido a traerme más libros en mis próximas incursiones por las bibliotecas públicas de este autor que como una tromba apareció entre mis lecturas, en mi navegación por el mar de la literatura. No es mal balance de momento, ¿no?, dos novelas y un conjunto de cuentos... Vamos bien, sí, más que bien...

Son 36 cuentos los que tenemos en este libro de unas 240 páginas. En esta ocasión prefiero no comentarlos uno por uno, como solemos hacer con los libros de cuentos, en parte porque me da pereza, en parte, y esta sería la razón principal, porque todos los cuentos conforman un todo inseparable, no de un modo argumental, claro, sino más bien, no lo sé, espiritual, pero es mejor decir atmosférico, pictórico: la elaboración de un gran cuadro sobre la decadencia estadounidense y el desesperado hastío de sus habitantes, de algunos habitantes al menos, ya sabemos: los desheredados, los olvidados. Ya sean cuentos protagonizados por el inefable e incomparable Henry Chinaski, ya sean cuentos protagonizados por una fauna anónima de borrachos, desempleados, ociosos, apostadores, prostitutas, vagabundos, mujeres solas (aunque entre algunos de los anteriores arquetipos hay trasuntos del mismo Chinaski, claro), ya sean cuentos más tirados hacia las hilarantes y delirantes anécdotas, ya sean cuentos literariamente más complejos, más depurados, más ambiciosos, más melancólicos incluso, todos pertenecen el uno al otro, como una gran hermandad sobre la belleza del fracaso o del fracaso de la belleza, el declive de los ideales o el ideal del declive, sobre la paz de la resignación o la resignación de la paz, todos son cuentos que se reflejan, que se potencian mutuamente, que se dan calor rabiosa, salvajemente, que se hieren inevitablemente para sentir las palpitaciones de vida en la sangre derramada, porque la vida es lo que se va, lo que se pierde, lo que se aleja, y no lo que habita, de tu cuerpo de tu estómago apaleado. Así, se me hace innecesario, insultante incluso, hablar de mis cuentos preferidos, pues estaría separándolos, desmembrándolos, de los "no-favoritos", y no puedo hacer eso, no sería capaz de cometer un acto tan cruel como despellejar la piel o rasgar la carne de un cuerpo vivo y anhelante. Sí les puedo decir que, sin importar el toque onírico y poético de algunos cuentos en contraposición a la crudeza frontal de otros, sin importar la grosera sonrisa perversa de algunos en contraposición a la sonrisa amarga y compasiva de otros, sin importar la brevedad y fugacidad dramática de algunos en contraposición a la profundidad humana de otros, Bukowski sigue siendo el mismo lobo solitario arisco y mal agestado de siempre, auténtico y leal a sí mismo, a su visión de su propia literatura sucia y lírica, insobornable y suicida, que no escribe trágicamente, no escribe malditamente: es un escritor que expone y desnuda las circunstancias injustas y monstruosas sin pelos en la lengua, pero también es un escritor que vive en la urgencia del estómago, del aquí y ahora, en donde todo problema requiere una solución inmediata, ya sea la bebida, un polvo mediocre, una conversación obligada, la vida es injusta pero es una vida de impulsos que te pueden salvar más, salvar menos, y ahí mismo, en ese instante de la decisión de colmar las ansias o las angustias, no hay razón o excusa a la que culpar, a la que endilgarle el peso de tus propios demonios o fantasmas personales: vivimos en un infierno inflamado de otros infiernos privados. Y claro, en el averno tampoco se pasa tan mal que digamos, o al menos no todo el tiempo. Bendito seas, maldito Bukowski.

Dos préstamos en dos meses, va viento en popa parece, esperemos que siga así...

sábado, 28 de junio de 2025

Factotum, de Charles Bukowski

 

Bibliometro #123. Uno dos tres tenemos un libro de Bukowski otra vez. Ayer mismo debutamos en su literatura con Cartero, le sigue Factotum, acá está Factotum, yo pienso, yo pregunto, ¿cómo es que esperamos tanto tiempo para leer a este viejo cabroncete? Un alma gemela, eso es lo que es, cuán bien me habría hecho leerlo en mis decepcionantes años veinte, Bukowski habría tenido la respuesta, Bukowski habría tenido la solución, Bukowski habría sabido qué hacer, maldita sea. Pero no es demasiado tarde, ¿no?

Factotum se sitúa en los años de juventud de Chinaski, en la década de los cuarenta, y, entre otras cosas, nos cuenta las peripecias de su protagonista para sobrevivir en la jungla estadounidense entre gran cantidad de malos empleos, memorables borracheras de las que no queda recuerdo a la siguiente mañana y tormentosas relaciones con mujeres bellas, esculturales, pero peligrosas como un huracán. Factotum es la gran novela desmitificadora de aquella imbecilidad del american dream y del american way of life. Como Corso diría (en un verso sacado de un poema bien largo, eso sí, un verso sacado medio cherry picking, lo admito), I am telling you the American Way is a hideous monster... Es la Estados Unidos que nos muestra Bukowski, la Estados Unidos en la que Chinaski sobrevive a duras penas, una boca de lobo, una verdadera jungla en donde impera la ley del más fuerte, en donde la solidaridad es una ilusión, en donde el bienestar es un sol que solamente le sonríe a sus criaturas más finas y elegantes, en donde su grandeza y su mística no son más que espectros ciegos aterrorizando a sus ciudadanos con ominosos gritos de ultratumba. No he vuelto a leerlo desde los años del colegio, pero no dejé de tener la sensación de que Factotum es como una pesadilla kafkiana pero salvajemente alcoholizada, con una prosa agresiva, descarnada y rasgada como una garganta castigada por el hambre y los alaridos de furia y desesperación, aunque no por ello menos diáfana, no por ello menos malditamente honesta, no por ello menos poética. Insisto, además, en lo señalado en Cartero: Bukowski expone la realidad desnuda y despojada con un estilo directo y brutal, frontal como un directo al mentón: no le hablen de malditismo, de tragedia, ni siquiera de victimismo. En cierto modo es como dicen en los A.A.: ¿por qué bebes? No hay razón, bebes porque eres un borracho. Chinaski bebe porque es un borracho que, eso sí, está disgustado, repugnado, asqueado de la realidad, del maldito país en el que vive. El mismo libro lo dice: el alma está en el estómago, el coraje está en el estómago. Sí: Estados Unidos es una maquina malvada y perversa diseñada para alimentarse de perdedores, de fracasados, de la más inmunda y marginada flora y fauna social: para que la trituradora de carne funcione y escupa sus dólares verdes como praderas vírgenes, en el otro extremo deben ir ingresando aquellos pobres diablos pisoteados. Sí, así es la cosa, pero es un dolor, una furia más bien animal, tangible, concreta, tan real como un puño apretado de rabia. No son dolores ni pesares abstractos y sus soluciones tampoco lo son: para Chinaski y la fauna que lo rodea en sus barrios bajos, la solución que mitiga el dolor de los huesos, de los músculos desgarrados y machacados, es una botella de alcohol barato, una tarde en bares apestados por el humo de cigarros, un polvo en una cama cochambrosa. Pequeños placeres que te mantienen con vida mientras el trabajo te asesina por partes. Chinaski es un anti-héroe sin suerte: no recibe herencias, nadie lo rescata, no despierta compasión en los demás, está solo como un perro, más solo que un perro asilvestrado: sólo se tiene a sí mismo, literalmente. Hace tiempo que no leía a un personaje tan desamparado, perdido en medio de la oscuridad total alumbrado, él solo y su estómago, únicamente por la luz mustia de la desesperanza, pero a la vez tan fuerte a su modo, digno a su modo, insobornable y valiente a su modo.

Con respecto a Cartero hay que decir que hay un notorio avance en su prosa, que alcanza cotas de calidad brillantes, geniales, magníficas. Cartero es una novela también genial, pero Factotum es aún más genial, un gran y gigantesco paso adelante. El final es de antología, un final tremendamente triste y amargo pero también hipnótico y alucinante, un perdido éxtasis de desesperación. El ritmo es apabullante, mazazo tras mazazo, amén de su prosa más cuidada y compleja, y con un tono, si bien todavía con esa base socarrona y cínica, con algo más de melancolía y desolación, como si fuera una negrísima e incorrecta comedia negra apocalíptica, la risa cruel y perpleja de quien nada puede hacer cuando ve que todo a su alrededor y en su interior se cae a pedazos, porque ya ven, los milagros no existen, los oasis son ilusiones y las treguas, treguas son. Obra maestra de la literatura, no le cabe otra definición a Factotum, damas y caballeros. Grandísima novela: inmensa como los sueños calcinados.

Hay varios ejemplares en la red bibliometrense y este en particular tiene tan sólo cinco préstamos, pero lleva tiempo en existencias, miren, agosto del 2017, casi ocho años después, cinco préstamos, el mío el primero de esta década, ¿se puede creer? Yo ya no creo en nada, es mejor no creer en nada.

viernes, 27 de junio de 2025

Cartero, de Charles Bukowski

Bibliometro #122. ¿Me van a creer que no había leído nada de Bukowski hasta este mismo momento que les escribo esta pregunta? Y no fue por falta de ganas, eso es seguro. Imposible no conocer a Bukowski, imposible no sentirse atraído por ese aura maldito y fatalista que lo rodeaba, o al menos esa impresión me daba a mí, un profano en su obra y en su persona, lo único que sabía es que era un borracho inveterado, una especie de vagabundo o errabundo que coleccionaba malos empleos y también un escritor agresivo de esos que pueden desagradar a muchos. Ya es momento de ir remediando mi ignorancia, no prometo si en orden ni a qué ritmo, todo depende de las disponibilidades de las bibliotecas públicas, pero al menos se dio la posibilidad de comenzar a adentrarnos en su obra con Cartero, su primera novela (aunque veo que había publicado un par de volúmenes de cuentos antes). Por el principio, ya vamos bien.


Me re-contra encantó Cartero, me pareció un pedazo de novela, una literatura lírica y rabiosa, escrita abriéndose las tripas en canal, vertiéndolo todo, impúdicamente, groseramente, suicidamente, la novela como grito vital, como testimonio denuncia, como testamento: escribir con sangre sobre el dolor, sobre la rabia y, desde luego, sobre el placer.
Cartero nos cuenta los años que Henry Chinaski, alter ego del propio Bukowski, se lo pasa trabajando en el Correo de Estados Unidos, desde que no era más que un repartidor auxiliar sobreexplotado hasta bien pasada una década, ya reconvertido en una especie de oficinista-clasificador de cartas o paquetes, aún más sobreexplotado, y todo lo que pasa entre medio, período de cesantía incluido. Primero que todo vale la pena señalar y constatar que Bukowski, que escribe con pleno y cabal conocimiento de causa, no recurre a idealizar ni a romantizar ni a trivializar o banalizar ni a "tragicalizar" (perdonen, je, je) ninguno de los tormentosos, sórdidos, patéticos, alegres, acontecimientos que se suceden uno tras otro así como tampoco los sentimientos o las emociones suscitados de los mismos. Bukowski describe, expone, transmite y expresa, con todos sus tonos y atmósferas (la comedia negrísima e incorrectísima, una especie de mordaz crónica existencial, la aventura sucia y realista, el drama satírico), la realidad desnuda, descarnada: la de un puñado de seres oscuros y marginados, luminosos a su modo, luz viciada, luz opaca, la luz que va quedando luego de tantos filtros de "limpieza" o higiene social: una fauna de seres viciosos, tristes, acongojados, mal pagados, explotados, atrapados en empleos de baja cualificación, pobremente amados, apaleados, humillados, al borde del colapso mental, del abismo financiero, del pozo social, pero sobreviviendo, tirando para adelante, qué maldición acá, qué destino trágico, es la vida solamente la hija de puta, una vida repleta de cabrones hijos de puta, aprende a nadar entre ellos, a mantenerte a flote. Me ha gustado eso, esa prosa socarrona y cínica que es básicamente estar cabreado contigo mismo, con los demás y con el mundo, todo a la vez, porque así es la vida: resignación y resistencia, y en vez de lamentarse, mejor reírse porque así te vuelves loco menos rápido.
Y, claro, es también un desesperado, estupefacto, anonadado, retrato sobre un sistema podrido, corrupto, inhumano, dibujado con trazos gruesos pero aún así detallados y precisos en toda su amplia red de cloacas enmohecidas y cañerías oxidadas a lo largo de cuyo circuito te encontrarás con cadáveres vivientes, gente más muerta que viva, abandonada a su suerte por otros hombres de carne y hueso igual que tú, pero mejor posicionados, felices de aporrear y dar de latigazos a esos pobres perdedores, masticados y escupidos, que vienen del mismo lugar, del fondo del mazo de naipes. Es increíble, de verdad no puedes creer que tan pronto como te estás cagando de la risa con hilarantes anécdotas de su época de repartidor, de repente junto a Chinaski estamos viendo personajes literalmente morir en el trabajo mientras a nadie más le importa, todo perfectamente normal, Chinaski el único loco que se preocupa del bienestar de un colega (o de un amigo de las calles, de los barrios, que allá afuera igual se mueren sin que nadie se entere), y yo pensaba, ¿no es de locos no enloquecer mientras la trituradora de carne se regodea a gusto con tus huesos? ¡Lo más lúcido es enloquecer y gritar, preguntarle al aire, al viento, a quien-sea-que-camine-por-ahí, cómo es posible que todo siga igual y nadie diga nada! De verdad, es de locos, y el tramo final es demoledor en este sentido, porque para la fauna que apenas puede sobrevivir en los estratos más bajos de la sociedad, de la empleabilidad, qué les queda, no les queda nada, usan su tiempo, sus energías, su vitalidad, usan todo lo que tienen y luego adiós, aguanta o desespera, aguanta o tírate de una azotea, aguanta o déjate consumir por la oscuridad, el único descanso, cuando ya no quedan ni risas ni alegrías ni sueños o mínimas esperanzas. 
No, viejo, tremenda novela, es todo un puñetazo en el estómago, un uppercut directo a la mandíbula, K.O. sin necesidad de contar hasta diez, novela rabiosa, suicida, un grito furioso contra los hipócritas, los traidores, los cerdos explotadores, en fin, demonios, vaya montaña rusa, vaya genialidad. Señor Bukowski, con usted me lanzo en la espiral descendente de su literatura, recorramos los pantanos, que ahí también hay flores y ese es el aroma que quiero conocer: la mezcla de lo bello y lo feo.

Tenemos solamente dos préstamos de este ejemplar, ambos del último par de meses, que está bastante bien cuidado, quizás hasta sea más o menos nuevecito, de paquete. Va bien, dos préstamos en tres meses. De seguro los otros ejemplares bibliometrenses también suman varias lecturas.

jueves, 26 de junio de 2025

Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams

 

Bibliometro #121. No conocía ni me sonaba nada el nombre de Douglas Adams, pero entre los recomendados de Bibiometro de repente apareció Guía del autoestopista galáctico, que me llamó la atención de inmediato, tanto por el título como por la portada, haciéndome pensar y columbrar, ¿de qué podrá tratarse ese libro? Resulta que Guía del... es una saga que consta de cinco libros escritos por Adams y un sexto por otra persona, pero buena suerte encontrando los que le siguen a éste, al menos por estos lares. Buscando más, vi que es también autor de unas cuantas novelas detectivescas protagonizadas por un tal Dirk Gently, y acá sí que me sonaba de algo porque por ahí alguien hizo una serie basada en este personaje en donde actúa Elijah Wood, y de hecho quise animarme a verla en su momento pero no se me dio la oportunidad, y ahora descubro que dicha serie tenía un original literario cuyo autor es increíblemente conocido. Y yo no sabía nada. ¿No es lindo ampliar los conocimientos?

Guía del autoestopista galáctico primero fue un programa radial creado por el propio Douglas Adams, quien luego decidió adaptarlo al formato novela, y yo me pregunto si es que acaso era el mejor formato para una historia tan disparatada y desmesurada no sólo visualmente, amén de sus abismales paisajes intergalácticos o de la excéntrica apariencia de muchos de los personajes o de las múltiples piezas tecnológicas que claramente son tan útiles como innecesariamente exageradas en sus formas, sino que también por su apabullante y vertiginoso sentido del ritmo narrativo-argumental y por el intenso timing cómico de sus descacharrantes diálogos, tan absurdos e ilógicos como improbablemente geniales y complejos. Hay una edición ilustrada de esta novela, en YouTube pude ver algunos videos-reseñas en donde mostraban unas deliciosas ilustraciones que hacen toda justicia a las detalladas aunque concisas descripciones de Adams, si bien son sólo eso, ilustraciones, acompañamientos, suplementos a un formato esencialmente literario, que se sustenta y desarrolla a través de la palabra. El formato cómic le habría venido mucho mejor, el arte de las imágenes secuenciales habría transmitido mejor que la palabra la incontinencia creativa de esta disparatada historia. ¿Qué digo, entonces? Que Guía del... es una novela muy entretenida, sí, que roza la genialidad tan a menudo como roza el ridículo, el despropósito, y cuyo imparable torrente de absurdas y cómicas situaciones e invenciones se hace demasiado para digerir, y no por lo difícil, si no que por lo excesivo, lo acumulativo: agotamiento por acumulación, toda una retahíla de chistes y gags que terminan por devorar la trama en sí misma y sus poco sutiles pero de todos modos elocuentes y mordaces significados o reflexiones, al menos hasta que en su tercio final, imagino que acuciado por las necesidades y deberes dramáticos, el autor se concentra en la tarea de centrarse en contarnos bien, claramente (y todavía con generoso pero dosificado sentido de humor), qué demonios ocurre en esta aventura intergaláctica. ¿Y de qué trata? Sobre un inglés común y corriente, de esos que trabajan, duermen y beben pintas de cerveza en el pub de la aldea, cuya gran preocupación es que no le destruyan la casa para construir una autopista, cuya vida cambia cuando un amigo le dice que es un extraterrestre y que debe salvarlo de la destrucción del planeta Tierra a manos de una mezquina y pérfida raza alienígena. Luego de ello, iremos descubriendo una enrevesada trama que es tan gratuita y azarosa como cuidada y planificada al detalle (Adams juega todo el tiempo con esas dualidades) que tiene que ver con, bueno, la salvación del universo y la búsqueda de las Grandes Respuestas a las Grandes Preguntas sobre la existencia, sobre la vida.

En su primera parte, la novela es muy entretenida. Cuando salimos al espacio exterior, comienzan a acumularse personajes e informaciones y gags y toda clase de escenas que tienen su lógica interna, pero que en todo este tramo intermedio más parece un desorden confuso más preocupado de "entretener" con sus hilarantes ocurrencias salidas de la nada. Luego, ya digo, en su tercio final, la novela se encarrila y vamos comprendiendo mejor la cosa, equilibrando el saludable divertimento puro y duro con una coherencia y consistencia argumental, narrativa, dramática, incluso espiritual: comienza a ser menos una novela que se ríe exageradamente de sí misma y de todo que una novela capaz de pensar y narrar con sentido del humor. Para que se hagan una día de lo que es, tan sólo piensen que es como El Incal, de Jodorowsky y Moebius, sólo que sin el componente esotérico-místico-cabalístico ni la mordaz crítica social y política (esto último de lo que hay, pero poco y casi por casualidad, más que nada al inicio con el rollo de la demolición de la casa y la deshonestidad de ciertas instituciones-administraciones públicas), es decir: una historia sin límites aparentes en la que todo es posible, con gobiernos o imperios galácticos, la misma burocracia sin alma de la Tierra pero a nivel universal o galáctico, viajes y naves espaciales a la velocidad de la luz, complots y aventuras en planetas desconocidos, en fin, ya se imaginan, ¿no?, todo un caso de ciencia ficción épica soap opera

¿Es entretenida? Sí, desde luego. ¿Está bien narrada? A ratos sí, a ratos no tanto. ¿Está bien escrita? Digamos que está bien redactada, ágil con las palabras para describirte todo lo que se ve y se oye. ¿Es una gran novela? Es una novela solvente, ciertamente, funciona a su desprejuiciado modo. Yo no quedé particularmente entusiasmado ni emocionado o encantado, me quedo con El Incal, pero sí tiene segmentos geniales y tremendamente inspirados, más o menos cuando entran en juego ciertos experimentos y ciertas ratas, momentos en los que, tal como dije antes, Douglas Adams logra equilibrar a la perfección su disparatado y algo infantil sentido del humor con una genuina e irónica mala leche (a nivel filosófico, a nivel conceptual, a nivel socio-político) y una capacidad y creatividad fabuladoras que no le negaremos. El resto, para reírse y dar vuelta la página rápidamente. No me quedan grandes ganas de leer los otros libros de la saga, pero es que ni siquiera sé si están disponibles, y si lo están, como digo, no siento urgencia. Pero continuaremos con esta aventura, al menos para saber cómo demonios sigue y cuál conchetumadre es la Gran Pregunta.

Si quieren lectura y diversión fácil, sencilla y sin complicaciones, con Guía del autoestopista galáctico estarán en su salsa.

Poco más de seis años lleva la Guía del autoestopista galáctico en las redes bibliometrinas, acumulando un total de diez lecturas nada más, y diez lecturas son, pues éste es el único ejemplar en todas las sucursales. La ficha tiene cierto orden pero sus contados elementos disruptivos lo arruinan todo, partiendo por esa fecha invertida y tachada, la última fecha escrita con lápiz pasta y un par de estampados inclinados, que no son tan terribles, pero que afean el conjunto. ¿Tiene sentido esta tradición? Ciertamente tiene más sentido que otras tradiciones, como ir a misa por ejemplo...

martes, 24 de junio de 2025

Jezabel, de Irène Némírovsky

 

Biblioteca Nacional E54. De los libros de la gran Irène Némirovsky que van quedando en la B.N.P.D., luego de El vino de la soledad es Jezabel el título que seguía en atracción, en sugestión. No recordaba en lo absoluto quién demonios era o significaba Jezabel, si era una invención bíblica o un personaje histórico, alguna vez se habrá mencionado en algún colegio, quizás en alguna otra novela o alguna película, pero de todas formas algo me causaba, porque conociendo a Némirovsky, intuía que Jezabel, que alude a una conflictiva figura femenina, tendría que ser una intensa y poderosa novela.

Y lo es, vaya que lo es. Sus primeras cincuenta páginas son un interesante giro en la narrativa de Némirovsky por cuanto no sólo comienza por el final sino que, además, se construye como un courtroom drama en el que una conocida socialité, poseedora de una inmensa fortuna, es juzgada por el asesinato de un jovenzuelo de baja estofa, presumiblemente su amante, al menos eso es lo que todos parecen haber concordado sin premeditación alguna, qué otra cosa podría ser, ¿cierto?, la dama de alta sociedad, aburrida de codearse con decadentes y amaneradas, refinadas y melindrosas criaturas, que para avivar su pasión decide tener aventuras con personas brutas y hurañas, tórridamente resentidas, inferiores en la escala social aún a riesgo de, como finalmente sucedió, salir trasquilada, sucia por el lodo de la pobreza y miseria humanas. Los hechos parecen ser irrefutables, así lo atestiguan las pruebas recabadas, pero el trasfondo, la razón, el contexto, descubrirlo es la misión del tribunal. Similar a lo que se veía en la sobrevalorada "Anatomía de una caída" (mención meramente ilustrativa, Jezabel le saca kilómetros de distancia en cuanto a calidad y originalidad narrativa y dramática), Némirovsky comienza con todo, denunciando la burda y grotesca hipocresía moral de la sociedad francesa situando la acción en su símbolo más elocuente: un tribunal de justicia convertido en circo. Bufones que se llena la boca con palabras como virtud, honradez, honestidad, igualdad, compasión, humanidad, fraternidad, pero que, independiente de si estén cuchicheando entre el público o exponiendo grandilocuentemente ante el juez, no son más que meros especuladores y conjeturadores, difamadores escudados en la legalidad o el anonimato despedazando la intimidad y privacidad de una de sus ciudadanas para sus propios beneficios personales. Es otro de los bailes de máscaras que Némirovsky sabe tan bien retratar y denunciar en toda su repugnante claridad: la claridad de la arrogancia y la inconsciencia que, cegada por su propio orgullo, no tiene el menor pudor de disimularse. Sin embargo, como suele ser, en esos suntuosos salones de baile rara vez se asoma la Verdad, rara vez se puede atisbar el verdadero rostro de sus danzantes alimañas. Y lo paradójico es que, ojo, la verdad del crimen acaecido es mucho más terrible y sorprendente, y peor, mucho peor, de lo que cualquier persona del tribunal hubiera podido colegir. Tal es la desconexión entre el circo social y la vida real de sus individuos.

Luego de ello, en 21 o 22 capítulos, Jezabel nos cuenta la historia de vida de la mujer acusada, la tal Gladys, desde que era una niña hasta que, finalmente, apretó el gatillo que acabó con la vida de un hombre y que la colocó en el asiento de los acusados de un tribunal, terminando así con su vida social, con un prestigio que construyó con dedicación y pulió con mimo durante décadas de vida, concretamente seis. No vamos a referirnos detenidamente en aspectos ya comentados de la narrativa de Némirovsky en otras novelas, por ejemplo lo de la crítica social, lo de su rabioso y feroz retrato de las clases burguesas, los apestosos nuevos ricos, los apestosos aristócratas empobrecidos, glamorosos y deslumbrantes con sus ropas caras y sus joyas de lujo pero podridos y hediondos por dentro, emocional y psicológicamente repugnantes, nulos, fantasmales, vivos para satisfacer su propio enfermizo placer, adictos a la buena vida en detrimento de una integridad interior, humana. Tampoco entraremos muy en detalle en cuanto al conflicto interno de la protagonista, al menos en su versión niña y adolescente, el arquetipo nemirovskista de la persona romántica y sentimental que anhela emociones puras y verdaderas, relaciones sustentadas por afectos genuinos y sólidos como las columnas de una iglesia, pero que se ve terriblemente decepcionada al verse rodeada por el dantesco baile de las vanidades y avaricias; o, también, el canto de libertad individual, de persona que se busca a sí misma, atenazada por un sinfín de cadenas, de moldes, de obligaciones que destruyen su identidad. Todo esto está presente, con la misma fuerza e intensidad discursiva de siempre, y con la misma calidad literaria también, amén de la prosa elegante pero incisiva y observadora de su autora, que es capaz de expresarte con una perfecta mezcla de mordacidad y veracidad todos y cada uno de los comportamientos más típicos, y también furtivos, en lo relativo tanto a los modales y conductas o tics sociales como a las reveladoras características de sus psiques y personalidades, de toda esa ralea privilegiada. Némirovsky tiene un ojo clínico más exacto y afilado que cualquier estudio sociológico, tiene una intuición y una mirada analítica más honda y detallada que cualquier psicoanalista; es una autora, y en realidad una mujer, dotada con un agudo y preciso radar para navegar y mapear las complejidades de la mente y el alma humanas evidenciadas en sus estilos de vida privados y públicos.

¿Cuál sería la novedad, entonces? Uf, cómo decirlo. Digamos que si usualmente los protagonistas de Némirovsky, aunque imperfectos y conscientemente críticos de sí mismos, no dejan de tener características heroicas y redentoras, la historia de vida de Jezabel nos revela a una mujer roída y consumida por la locura, por una negra y perversa locura que hace de su vida una condena íntima día tras día. Con una complejísima y profunda inmersión psicológica en los intrincados recovecos de una psiquis progresivamente torturada y desgarrada, la autora nos narra, con pulso firme y mirada precisa, una historia que es una desoladora, angustiante y monstruosa espiral de autodestrucción, que no sólo la arrastra a ella sino que a todos sus cercanos consigo. Porque, en efecto, la que comienza siendo una niña soñadora, cándida, angelical, con genuinos deseos de disfrutar la vida sin preocupaciones ni dramas, sin ser del todo inocente pero al menos nada malintencionada, poco a poco se va transformando, muy a su pesar, en una verdadera bruja consumida y devastada por sus ansias devoradoras consumistas, por ese estilo de vida voraz, que no perdona, como una virgen ofrecida en sacrificio en la hoguera de las vanidades. Una mujer transformada en demonio, que convierte su vida en un infierno perpetuo, que irracionalmente somete su vida a calvarios y sufrimientos en pos de sus vanas y pueriles ilusiones, que se engaña y traiciona a sí misma con las peores armas que una mente calcinada pueda inventar. Y ojo, que Némirovsky no escribe de modo duro y severo, como el público o los abogados del juicio del inicio, al contrario, escribe con humanidad, con una compasión que no justifica sus acciones pero que las revela en toda su terrible naturaleza, porque es una vida caída en desgracia pero desahogada, una vida desesperada pero abundante en lujos, es decir lo único que la mantiene viva es lo que la va despellejando día tras día, su maldición es lo que bombea su corazón y la mantiene viva, la vida de una niña que odiaba a su madre y su frialdad emocional, que se juraba a sí misma no convertirse en una momia pintarrajeada, falsa y mentirosa, pero que poco a poco se ve transformada, ella y su vida, en su peor pesadilla. Así, los hechos y datos biográficos que sucintamente se nos remitieron en la sección del juicio, en el resto de la novela se detallan con una afilada y sangrante precisión, con escenas realmente descorazonadoras, profundamente tristes, hasta llegar a la lenta, cruel agonía que la misma protagonista se ha labrado, consciente e inconscientemente. Es una novela increíblemente oscura, de un visceral examen introspectivo que llega a doler en tanto la autora despoja a su arquetipo de todo idealismo, de todo heroísmo, de toda catarsis, mostrando los catastróficos y desastrosos efectos de su neurosis, la cual, en esencia, es su propia responsabilidad: ella sabe cuál es su crimen, ella es su propia jueza y verdugo, ella sabe lo que ha hecho, ella sabe cuál ha de ser su castigo. Y ningún tribunal jamás hará justicia.

Si no han leído a Irène Némirovsky y se deciden a hacerlo, sigan mi consejo y lean primero El baile, El vino de la soledad y Jezabel, en ese orden. Como he dicho, las similitudes entre las tres novelas, más que causar una sensación de repetición, en realidad se complementan bestialmente, siguiendo una estela espiritual, además cada cual posee particularidades que retuercen y subvierten dichos elementos comunes en experiencias únicas. Jezabel, de las tres, es, con diferencia, la más nihilista y brutal. Háganme caso y compruébenlo por sí mismos. En cualquier caso, magnífica novela. Otro puñetazo literario de parte de esta autora genial e imprescindible.

Bueno la ficha bibliográfica de este ejemplar nos demuestra que por acá no se ha leído mucho, tan sólo cuatro préstamos, aunque comienzan en febrero del año pasado, que les recuerdo es todavía el 2024, así que quizás es muy temprano aún para andar de pájaro de mal agüero, a Jezabel le esperan muchas lecturas, lo sé, lo recomiendo, lo aconsejo. Confíen en mí, créanme, deposítenme el diezm- ah no, perdonen, me equivoqué de lugar, je je je...

lunes, 23 de junio de 2025

Tokio Blues. Norwegian Wood , de Haruki Murakami

Bibliometro #120. Tokio Blues, probablemente la novela más conocida y popular de uno de los escritores japoneses mundialmente más conocidos y populares habidos y por haber. Siempre le había echado una mirada a su disponibilidad, nunca estaba. Por suerte, justo cuando correspondía leerla, ya que es la novela que publicó luego de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, ahí estaba. Oh, bendita suerte que a veces obra a mi favor.

De lo que le hemos leído no me parece que Tokio Blues sea la mejor novela de Murakami, de hecho no la considero una graaaan novela, pero sí es una buena novela, una novela que me ha gustado porque está hecha de los buenos ingredientes con que Murakami nos ha ido deleitando en su meteórica carrera, aunque, eso sí, hay ciertos indicios, ciertos rasgos ciertos aspectos, que podrían convertirse en irritantes lugares comunes y desconcertantes recursos acomodaticios de este autor, lo digo porque no estamos ciegos, porque lo notamos. ¿Qué cosas? Nuevamente debo defender esta novela de ciertas críticas que puedan achacarle un tufo de autoayuda, sobre todo si se sustentan en malintencionadas citas sacadas de contexto (lo mismo que dijimos en El fin del mundo y...): Tokio Blues, antes de entrar en materia, es en esencia una historia sobre personajes perdidos y desorientados, con muchas dudas vitales y personales, y es natural que de repente otro personaje, con más experiencia o al menos que ha vivido más años, aunque sea una vida imperfecta y poco satisfactoria, intente subirle el ánimo a los personajes principales con cálidas y optimistas palabras de aliento. Nada de malo en ello, es parte del relato, he visto/leído el mismo recurso en otras obras, de otros autores, que curiosamente no reciben el mismo trato de ser cursis filosofadas new age, por lo que la inquina contra Murakami se me hace sospechosa. Por lo demás, está siempre ese tono descreído y desencantado de este autor, esa especie de "sí, sí, muy lindo, muy agradable, pero de qué sirven tales palabras, ¿ah?". Como sea, admito que todo este asunto de lo naif o del exceso de candidez puede que sea algo que llegue a escapársele de las manos, pero ojo, eso lo sabremos cuando leamos sus novelas siguientes, porque de momento, en Tokio Blues, es consciente de ello y lo usa a su favor.

Otro aspecto que podría escapársele de las manos y que en esta novela se maneja con buen pulso, gracias al mencionado toque de saludable cinismo, es cierta complaciente gravedad y grandilocuencia de las tristezas y de los problemas vitales/cotidianos, que parecen ser agrandados artificialmente por sus personajes para justificar cierta dejadez, cierta desmotivación que los aqueja, para solazarse en un victimismo solipsista rogando compasión ajena, trayendo a la mente el viejo acertijo de qué fue primero, si el huevo o la gallina: ¿los problemas producen una apesadumbrada desmotivación o la desmotivación apesadumbrada produce problemas? Es algo que le achacábamos un poco a Banana Yoshimoto en N.P., sólo que en dicha novela el problema era exacerbado con oscuras, infantiles y escapistas fantasías/maldiciones que infructuosamente justificaban la inopia de sus personajes. Por suerte, en Tokio Blues no se llega tan lejos y el vacío que sienten los personajes, sus dilemas psicológicos, pueden ser explorados por sí mismos, a través de ellos mismos, desde sí mismos y desde su cotidianidad. O, dicho de otro modo, Murakami se centra realmente en el carácter de sus personajes y en la vida, práctica y tangible, que llevan, siendo la tristeza y la desmotivación uno de los tantos aspectos de esa vida. En el fondo, pienso que Murakami es todo lo contrario de un predicador de autoayuda, más bien, con sus historias y personajes, con su mirada eso sí compasiva y empática, parece genuinamente interesado en explorar, no sin cierto enfoque crítico, la depresión que asola a su generación: qué maldito velo sucio de grasa y polvo le impide a los jóvenes y adultos, gente de la mediana edad, ver cuán libre y sencilla, simple y luminosa, que no perfecta, que no abundante, que no idílica, puede ser la vida; qué trampas, colocadas por otros pero a veces por los mismos afectados (de manera inconsciente o no), se encargan de empantanar y ensombrecer sus vidas, sus expectativas, sus movimientos, sus libertades. En cualquier caso, me sorprende la popularidad de este libro; no parece ser una lectura muy recomendada para el público general, porque no me parece una historia muy alegre, muy optimista, ni muy aleccionadora o inspiradora. Quizás será que a la gente le gusta, en el fondo, leer historias que no se resuelven realmente o que no cuentan con grandes catarsis existenciales, que en el fondo continúan sin muchos cambios con el gris aunque inocuo y seguro, acolchado, discurrir de los días. Quizás la gente ya no se traga los finales felices y los amaneceres transformadores: la solución a tus penas es un buen café, una tarde de soledad, algo humilde nada más porque en media hora te esperan en el trabajo.

En fin, sobre Tokio Blues como tal. Es la historia de un hombre de casi cuarenta años que, aterrizando en un aeropuerto alemán, al escuchar Norwegian Wood, la canción de los Beatles, se pone a recordar los años de su tardía adolescencia y primera adultez, desde los 17 a los 20 o 21-22 años, fines de los sesenta y principios de los setenta en Tokio. Una época definitoria marcada por algunos suicidios, extrañas amistades con personas bien singulares y peculiares, además de amores complicados y enredados. Una época convulsa de grandes sueños y días monótonos, repetitivos, desesperanzados: soñar a lo grande mientras tomas apuntes en tu cuaderno sobre literatura o dramaturgia de siglos atrás. Y el protagonista, que nos cuenta cómo avanzaban sus días entre la abulia, el sopor, las tristezas y golpes del destino, las alegrías inesperadas y las oportunidades sorprendentes. Una novela que vuelve al terreno de Escucha la canción del viento, pero con algo menos de mala leche, con algo más de comodidad o apaciguamiento (han pasado casi diez años entre novela y novela, a fin de cuentas). La prosa es algo menos inspirada, menos lírica que en sus novelas anteriores, aunque de todas formas la suya es una prosa diáfana, cristalina, que no por sencilla carece de aliento poético y de una innegable capacidad para expresar y evocar con palabras claras, precisas, emociones y sensaciones complejas o reflexiones sobre el estado de cosas, el zeitgeist generacional, de la época; además uno igual se deja llevar sin problemas por una historia, por un relato, narrado con una naturalidad y una fluidez que son una delicia, entre personajes atractivos, llamativos y bien perfilados, bien construidos y desarrollados, que componen un crisol de cosmovisiones, conductas y escenas que dan a la novela una refrescante variedad o diversidad de tonos:

Es una novela que puede ser graciosa y ligerita sobre la vida universitaria, puede ser una simpaticona comedia romántica sobre amantes excéntricos, puede ser un hondo y estremecedor retrato psicológico sobre mentes torturadas por fantasmas o enfermedades, puede ser un sardónico paseo por los pliegues socio-políticos de la capital, puede ser un mordaz retrato sobre la superflua vida moderna de una franja de población que, carente de sueños y objetivos, se lanza a disfrazar su vacío emocional y ético con placeres mundanos y festivo solipsismo, puede ser un canto a la compasión y al humanismo, a, precisamente, ir más allá de las máscaras y descubrir lo compleja que puede ser la vida detrás de marcas de ropa, restaurantes de moda y cultura pop. Aunque parezca ser lo más importante, pienso que es un error centrarse en los amoríos del protagonista o de otros personajes. Sí, Murakami nos cuenta la historia de gente sumida, casi voluntariamente, en problemas más o menos normales que sin embargo para ciertos personajes son como una grave y eterna condena universal, pero ahí está la gracia, porque también nos muestra lo demás: no sólo lo ligero y alegre, también personajes que enfrentan sus problemas sin regodearse en sus sufrimientos, enfrentándolos como otra más de las múltiples posibilidades de una vida. Lo digo porque el protagonista está enamorado de una chica con problemas mentales a la cual rara vez puede ver aunque su presencia/ausencia parezca ensombrecerlo cada día más, y por ahí aparece una esforzada muchacha que debe cuidar de un familiar, ardua labor que no le impide llevar una vida alegre y optimista, en contraposición a nuestro protagonista, que carece de grandes responsabilidades y las pocas que tiene las cumple con una escandalosa indiferencia para no distraerse de su calvario personal. Supongo que está en cada lector el pensar que Tokio Blues sea una trágica y superlativa historia de amor bigger than life o, quizás, tan sólo quizás, una historia sobre la vida misma y sus múltiples ramificaciones en donde hay belleza en lo feo, fealdad en lo bello, alegría en la tristeza, tristeza en la alegría, vida en la muerte y muerte en la vida. Por algo, creo yo, en esta ocasión Murakami se centra más en la construcción (psicológica, entre otras) de personajes y de atmósferas humanas que en la invención de enrevesadas tramas o enredos dramáticos. Es una colección de estampas cotidianas, de acuarelas que poco a poco, pacientemente, van asentando sus formas y colores en la superficie.

Buf, vaya manera de extenderme. Me ha gustado Tokio Blues, en definitiva (aunque comedidamente, reconociendo/apreciando sus virtudes, pero no dejándome llevar por su "encanto" o "mística", que la tiene, con sus pequeñas pero visibles trampitas): su retrato de personajes; su retrato generacional en tanto época histórica, en tanto íntima etapa de la vida; su naturalidad para la descripción de lo cotidiano, de los diálogos; su decisión y su precisión al explorar los escarpados y abruptos abismos psicológicos; su capacidad para capturar y expresar todo el abanico de realidades y personalidades entrecruzadas pero no revueltas. Es una buena novela que no va sobre crecer, sobre la superación, sobre resiliencias trágicas y heroicas; si tuviera que decir algo, sería que va sobre, no lo sé, la comprensión, el entendimiento, el libre albedrío y el ir tirando para adelante, no quedarse estancado, sobre la resistencia y la resignación de vivir un poco menos mal que ayer.

Obviamente la ficha bibliometrusca de Tokio Blues iba a ser una ficha bibliográfica bien movidita, siendo uno de los libros más populares de un autor sumamente popular. En un año y medio ha sido prestado en quince ocasiones, vamos, casi una vez por mes, si eso no es prueba del magnetismo de Murakami en el público occidental, entonces nada lo es. Por cierto, estamos claros que antes de ésta había otra ficha bibliográfica, eso por fuerza, ni loco este ejemplar llegó recién el año pasado, así que imaginen, imaginen cuántos préstamos más, cuántas manos y cuántos pares de ojos, este libro ha acumulado en sus años de vida. Imaginen.

domingo, 22 de junio de 2025

Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim

 

Bibliometro #119. Dentro del mismo artículo del que les hablé en Kim Ji-young, nacida en 1982, el artículo sobre el nuevo boom de la literatura coreana en Chile, se menciona también Hierba, novela gráfica de Keum Suk Gendry-Kim, así que la busqué y miren por dónde, también está en Bibliometro, que no deja de sorprenderme, la verdad es que es todo un lujo, hace rato que lo tengo claro pero siempre es bueno ponerlo por escrito de vez en cuando, sobre todo cuando te sorprende, cuando te dice "¿creías que no tenía dichos libros?, ¡TOMA!, llevátelo pa' la casa y piensátelo dos veces antes de venir a dudar de mí, ¿querí cabrito?". Un lujo, en efecto. Dios bendiga a Bibliometro.

Como curiosidad, antes de que lo olvide, tanto Hierba como Kim Ji-young... están traducidas al español por Joo Hasun, que al parecer es una traductora, aunque no he podido encontrar información sobre ella en internet, pero quizás no sea descabellado pensar que, de encontrar otros libros coreanos en español (quizás los de Han Kang, no lo sé, si es que llegan a estar disponibles... quizás cuando anuncien el nuevo Nobel de literatura la suelten y el fervor se traslade al nuevo premiado), veamos su firma en la traducción. Tiempo al tiempo. Ahora bien...

Hierba es de esas obras que destacan más por el contenido, por el poderío e impacto dramáticos de sus personajes y acontecimientos, que por el tratamiento narrativo. Es raro, es curioso, pero es así. ¿Recuerdan aquel documental que causó sensación hace una década o más, "Finding Vivian Maier"? Es un documental cuya historia es muy interesante, pues trata sobre una mujer absolutamente desconocida, la Vivian Maier del título, quien, si recuerdo bien, era una extranjera europea que en Estados Unidos se dedicó a trabajar como nana para familias acomodadas, y que como hobby, en sus ratos libres, tomaba fotografías, aunque dichas fotografías eran excelentes, bellísimas, hechas por un ojo profesional, o mejor dicho, por un ojo realmente artístico, no por un mero aficionado. ¿Cómo es que una fotógrafa dotada con una sensibilidad estética tan exquisita pudo vivir y morir en las sombras, sin ser debidamente apreciada? Una historia fascinante, sin duda, pero el documental es de lo más normalito, solvente pero terriblemente convencional, apenas un reportaje televisivo típico de los domingos por la tarde, una simple concatenación de informaciones y cabezas parlantes dando su opinión sobre la ignota obra de Maier. Para peor, el director, el que por casualidad se encontró con el montón de cajas que contenían las olvidadas fotos de Maier, creyéndose Werner Herzog para sus cosas, se da importancia dramática y se eleva como protagonista, como si el realizador fuera parte esencial del tema del documental, de ahí el Finding del título, como si la hazaña fuera suya, como si Vivian Maier existiera gracias a él: mírenme, yo aquí yo allá, etc. Hierba, para mi consternación, es un caso similar, pero, por suerte, no al mismo nivel.

Es una novela gráfica que resulta estremecedora, sin duda, bellísima a su modo y también dolorosa. Trata sobre mujeres esclavizadas sexualmente por los japoneses durante los años de la Guerra sino-japonesa y luego la Segunda Guerra Mundial. Mujeres mantenidas como bestias en condiciones infrahumanas, hambrientas, apaleadas, sucias, y violadas. Hierba es la historia de una de esas mujeres, la historia de su vida, marcada por tal devastación: desde que era una niña que deseaba con toda su alma ir al colegio (pero que no podía porque era pobre, porque en su casa apenas había para comer, porque solamente su hermano mayor podía educarse, escolarizarse) pero que debía ayudar a su madre a cuidar de sus hermanas y trabajar en los mercados de la aldea, hasta que es una viejecita que reside en un hogar destinado a las víctimas de dicha esclavitud sexual y que se convierte en una activista por los derechos humanos propios y de otras. Su historia, desde luego, no puede dejar indiferente, y en cuanto a la calidad gráfica, la autora, Keum Suk Gendry-Kim, nos obsequia, como podrán ver, con imágenes preciosas que, no por ser sencillas y algo minimalistas en sus trazos, carecen de una profunda y compleja expresividad, y no hablo necesariamente de sus escenas más violentas y terribles, me refiero a cómo es capaz de dibujar el viento, el movimiento de las hojas, de los cuerpos, de los rostros, de darles una honda dimensión sin ser realista ni nada similar. Lo que no me convence del todo es la narración misma, partiendo por el hecho de esa curiosa necesidad de algunos autores de insertarse en el relato, en este caso la autora entrevistando a la protagonista en su residencia, entrevista de la cual van surgiendo los raccontos al pasado, un ejercicio de reconstrucción histórico-personal desde el presente, y también otras escenas en donde la autora nos cuenta los desafíos, principalmente logísticos y de horarios, para conocer más la historia de Ok-Sun, como por ejemplo que se compró un auto para ir a visitarla más cómodamente, que tenía mucho trabajo y podía pasar tiempo sin visitarla ni trabajar en la novela gráfica sobre ella, ya ¿y qué?, ¿se imaginan a todos los autores mostrando cuán difícil fue documentarse sobre tal o cual cosa en los biopics que hacen? Voy a hacer un cómic de Pablo Neruda o Gabriela Mistral, dediquemos una buena porción a mí mismo yendo a la Biblioteca Nacional o a archivos especializados, escenas mías leyendo cartas o manuscritos inéditos, y la infaltable narración al estilo "nunca pensé que me sentiría tan identificado con la vida de Neruda/Mistral" o "he aprendido a conocer partes de sus personas que nunca pensé que llegaría a conocer" o "la documentación encontrada me ha hecho llevar la obra en direcciones inesperadas y desafiantes". Para qué, digo yo.

Por esto, Hierba destaca mucho más cuando es una historia "independiente" (por decirlo de algún modo), cuando se olvida un poco de que es una rememoración o una historia "sobre tal tema" y es, simplemente, la historia de una vida humana, de esa niña que quería ir al colegio y no podía, que debido a la miseria en que vivía fue tristemente empujada cada vez más a terribles experiencias a medida que crecía en cruciales y convulsos tiempos históricos. También me parece una decisión algo cuestionable el que, una vez "pasado lo peor", la narración casi parece desinteresarse de la vida posterior de la protagonista, fragmentando la narración en descuidadas elipsis narrativas, apenas adentrándose en la vida de esta sobreviviente más que para mencionar un par de matrimonios o cómo fue adoptar otros hijos o vivir en regiones rurales manteniendo una abnegada vida hogareña, sin explorar realmente en, qué sé yo, los traumas o la reparación o sanación personal y psicológica, sólo eso: vivió tranquila y modestamente hasta que regresó a Corea, hasta que la entrevistó una autora de cómics y se hizo activista política por sus derechos (curiosamente, no hay mucha crítica social ni política en esta obra, por no decir nula, y eso que la indolencia de los gobiernos coreanos y japoneses, además de sus culturas fuertemente jerárquicas y patriarcales, casi parecen decir a gritos que son esencialmente culpables de semejantes atrocidades y del olvido con que suelen barrerse bajo la alfombra. Y ojo, una cosa es no ser obvio ni resaltar las cosas machaconamente, en otras palabras ser sutil, otra cosa es ser pasivo, narrativa y dramáticamente hablando). Si me preguntan, me parece un poco simplista y algo condescendiente con la vida misma de la protagonista, como si sólo importara lo mal que pasó durante sus años de cautiverio: la autora parece más morbosamente interesada e intrigada en el "cómo vivió o cómo fue sufrir tanto" o "qué se sentía que te hicieran esto o lo otro" que en el "cómo volvió a la normalidad o a cierta serenidad", y ya digo, no me parece muy correcto que digamos. Claro que todo esto queda disimulado bajo lo impactante de los acontecimientos y la incuestionable belleza y calidad gráfica, pero insisto, la narración misma y la mirada autoral que se elabora y desarrolla me dejan muchas dudas. En otras palabras, Hierba me parece una buena obra en sus porciones más "limpias", más carentes de artificios y trucos tendenciosos, es decir, sobre todo cuando nos cuenta la infancia (o adolescencia) de la protagonista. Incluso en las escenas más atroces, más horrorosas, sobrevuela cierto morbo reverencial.

Paradójicamente, supongo que tanta pasividad discursiva por parte de la autora es un intento por respetar la mirada de su protagonista, dejar que ella sea la que hable y cuente su historia, que cuente lo que quiera contar y que nadie le meta palabras en su boca ni que la fuerce a contar cosas que no quiere contar, de hecho la autora lo menciona en un momento, así como para poner el parche antes de la herida, sin embargo, para mí, el efecto es contraproducente: muestra lo atroz pero se desdibuja el contexto y tantas cosas más. Además, si la inclusión de ella misma en el relato es un intento por incluir otra mirada crítica al "presente histórico", insisto, el resultado es discursivamente plano y soso, como una niña que escucha la vida de su abuela "admirando" el horror, encapsulándolo como una terrible hazaña anecdótica que no tiene ecos ni resonancias. Bueno en fin, seguramente estaré en la inmensa minoría, porque Hierba es una obra premiada y aclamada, por público y crítica. Quizás Jacques Rivette estaría de mi lado, quién sabe. La autora tiene una historia potente, tiene una mano gráfica impresionante, pero carece de una mirada narrativa a la altura; en su epílogo me queda más o menos claro, ella manifiesta ciertas dudas que tenía, honesto por su parte, pero en mi opinión nunca supo cómo resolver ni sobreponerse a dichas dudas. Ya me dirán qué piensan ustedes, de verdad me gustaría saber si he entendido algo mal o qué. En mi opinión, las autoras japonesas que hemos leído son mejores al momento de aunar denuncia y ferocidad discursivo-crítica y sutileza narrativa, ahí tienen a Aki Shimazaki y su Corazón de Yamato. O Maus, de Spiegelman, si nos atenemos a la narrativa gráfica, que aborda un tema serio y doloroso desde una perspectiva única y potente, respetuosa pero revisionista. Como sea, cuéntenme, por favor, qué les parece Hierba cuando la lean, quiero saberlo.

Lleva bastante tiempo, por lo demás, Hierba en las redes bibliometrenses. Poco más de un año en el que ha sido prestada en ocho ocasiones, así que ya saben, difundan la palabra, no será la novela gráfica más perfecta o magistral, pero es una propuesta, a su modo particular, imprescindible, que debe ser más leída y conocida. Vamos vamos. Y qué pulcritud de ficha, ¿eh?, que por acá siempre nos quejamos, ahora no debemos dejar pasar la oportunidad de alabar la belleza de esas estampas bien colocadas.