"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 9 de junio de 2025

El vino de la soledad, de Irène Némirovsky

 

Biblioteca Nacional E52. Sobran las palabras cuando nos traemos y comentamos un libro de Irène Némirovsky. Nos encanta su literatura, vemos un libro suyo y ¡bam!, lo pedimos. La B.N.P.D. tiene un buen puñado de novelas suyas y, tal como dice el dicho, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, es decir, no al pie de la letra, pero mejor me pido sus libros antes de que, por cualquier maldito y repentino motivo, sus libros desaparezcan de las estanterías, que siempre es una probabilidad, quizás poco probable, pero con la suerte que tengo, lo improbable es lo más plausible. De momento vamos eligiendo sus libros solamente por cuán atractivo me parezca el título, cuán sugerente, cuán evocador, así que no me digan que El vino de la soledad no les provoca sensaciones, no les seduce, no les llama, no les dice "descúbreme".

Sobran las palabras cuando una novela de Irène Némirovsky te gusta y te encanta. El vino de la soledad aúna en sus algo más de 200 páginas (221 si mi precisión es realmente precisa), con perfecto equilibrio, con rotunda precisión y concisión, con una férrea estructura y pulso firme, intachable estilo, varias de las preocupaciones e intereses principales, esenciales, en la literatura de esta escritora imprescindible. Tenemos la furia, la rabiosa crítica social y deseo vital de El baile, por ejemplo. Tenemos, también, el reverso oscuro e irónico de El malentendido (hay relaciones románticas acá, pero en esta ocasión la autora parece reírse de ellos, burlarse y casi repugnarse del grotesco infantilismo de sus neuróticos amantes, peleando por fruslerías como si fuera el fin del mundo, como si, en efecto, estuviera renegando o incluso repudiando aquella novela, El malentendido). Tenemos la reconstrucción histórica, desde lo íntimo y personal, vista en Los perros y los lobos. Tenemos su elegante nostalgia, su polvorienta melancolía, su romántico decadentismo, vistos por ejemplo en Nieve en otoño o El ardor de la sangre. Tenemos la atmósfera trágica, fatalista, nihilista por momentos, de David Golber o Un niño prodigio, que a su vez nos lleva al pilar fundamental de su obra: tenemos un canto a la libertad, sobre todo a la libertad individual, a la búsqueda dolorosa y maldita de la liberación de las cadenas que nos atan a vidas grises, aprisionadas, conformistas, superficiales, ese deseo tan poético, tan lírico como concreto, realista, físico: saberse dueño de tu destino, de tu alma, de tu espíritu y de tu mente, reductos que deberían ser intocables e inviolables, pero también dueño de tus pasos, de la ropa que vistes, de la comida que comes, del lugar donde vives, de las palabras que dices, de las personas que conoces visitas frecuentas, del cielo que miras, del aire que respiras. El vino de la soledad es eso, el largo, arduo camino que la protagonista, hija de un matrimonio conformado por un judío pobre enriquecido y una decadente aristócrata empobrecida, una niña que clama por sentimientos auténticos, reales, pero que a medida que crece se desencanta con el mundo, se rebela contra los valores en que se ha criado y ha crecido, se enfrenta a las injusticias que la rodean en su círculo interno y en el mundo alrededor, intenta rescatarse a sí misma de ese pantano de consumismo, materialismo, superfluidad, amoralidad, negocios inhumanos, mentiras y falsedades que la ahogan, que la repugnan. Hombres vacíos que se enriquecen a costa de las guerras, de las muertes, de las hambrunas y de las masacres; mujeres convertidas en títeres estragados, en muñecas artificiales, bellas por fuera y feas por dentro. Millones, millones, millones, dinero, dinero, dinero, perfumes, casinos, propiedades, acciones... el vocabulario pobre y asqueroso que la olvida, que la vuelve invisible, que la empuja por senderos irreversibles si es que no halla sus propias palabras, su propia voz, su propia fuerza para gritar "¡basta!", para gritar "¡yo no soy esa que ustedes quieren que sea ni lo seré!", para gritar "¡váyanse al diablo hipócritas hijos de puta, me han cansado y asqueado!". Para perderse en la libertad.

En términos algo más concretos, podría decir que El vino de la soledad es una novela de formación, un coming-of-age histórico, sobre la infancia, sobre la adolescencia, como una película de Dorota Kedzierzawska, aunque también tenga ideas del anti-amor de "Nelbuyov", de Zvyagintsev, esta novela de formación transita por varios otros marcos o narrativas o géneros, casi siempre desde la perspectiva de su protagonista (de vez en cuando, ágilmente, Némirovsky escribe desde otros personajes como el padre, la madre, los abuelos, un amante, etc.), como por ejemplo la novela histórica (la Gran Guerra, las revoluciones en Rusia), la mordaz crítica social, una saga familiar, en fin... Una novela que presta tanta atención a los personajes y sus psiquis como al contexto, al mundo que los rodea, a través de una narración sin tropiezos ni fisuras, de ritmo avasallador, con su prosa elegante, nostálgica, diáfana, con su magistral uso de las palabras. La prosa de Némirovsky me encanta porque tiene tanto de poética e incluso idealista ensoñación como de realista, es decir crudo y áspero, retrato de personas y ambientes; como sus personajes, su prosa describe a la perfección el mundo que habita, pero también el mundo que desea habitar, y la superposición de ambos genera ese intenso efecto de rabia, melancolía, fugaz felicidad, esperanza y desaliento. Una escritora tremenda, vamos, de un talento descomunal y poseedora de una voz literaria tan única y personal que no se puede hacer otra cosa salvo aplaudirla: salvo algunos tropiezos, inevitables en todo gran artista que se precie, Némirovsky de verdad escribió lo que le salía de los ovarios, su obra está salida de sus entrañas, de su mente, de su corazón. Es de esos artistas que son géneros en sí mismos, porque nadie puede ser como ellos (¿cuántas novelitas intentan imitar a esta escritora?) y porque ellos, partiendo de ciertos códigos o géneros, no se amoldan jamás a ninguna convención, las rehúyen. Y claro, no son one hit wonders. Los grandes artistas como Némirovsky, de tan personales que son sus obras, nos obsequian calidad tras calidad. Como sea, novelaza, obra maestra: El vino de la soledad es literatura pura, una obra de una madurez magnífica. Y con ese final, cómo no sentirse emocionado, entusiasmado, satisfecho. Genial.

Da gusto ver cuando las fichas bibliográficas de la B.N.P.D. están tan llenitas. Este libro fue pedido por primera vez en septiembre del 2013, hace casi doce años, y durante todo este maldito e ingrato tiempo, su total de préstamos y presuntas lecturas asciende a un total de, redoble de tambores, veinte ocasiones. Su año de gloria fue el 2015 y, miren ustedes, resulta que El vino de la soledad estuvo sumido en un largo letargo lector, típico de esta época, de esta década, desde mediados del 2019 hasta nuestro días, es decir, prácticamente la mitad del tiempo que lleva en las estanterías estuvo sin que mirada alguna se posara en sus páginas. Me alegro de haber roto semejante silencio. Ahora les toca a ustedes.

domingo, 8 de junio de 2025

La carretera, de Cormac McCarthy

 

Bibliometro #114. Estaba mal informado, resulta que, aparte de No es país para viejos, sí hay otra novela de Cormac McCarthy en Bibliometro, y es, tal como pueden ver, La carretera, publicada un par de años después de la otra mencionada (y comentada hace poco), y que también tuvo una adaptación cinematográfica, esa dirigida por John Hillcoat (que parece que ahora lo tenemos enfrascado en la adaptación de Meridiano de sangre), con Viggo Mortensen y un niño de nombre muy largo, película que vi antes de cumplir la mayoría de edad y de la que no recuerdo mucho como para emitir o rescatar una opinión, salvo que me gustó, lo suficiente pero sin entusiasmarme, como para aún recordar algunas imágenes y que, en términos de trama, no es una adaptación muy desviada del material original, a pesar de que, naturalmente, ha debido podar por aquí y por allá una que otra escena.

Primero que todo debo admitir mi alivio al momento de comenzar a leer este libro, cuya prosa, cuyo estilo, no tiene nada que ver con la extrema sequedad de No es país para viejos, con esa escritura tan despojada, tan meramente descriptiva, tan cortante, tan abrupta. Lo admito, me dio gusto ver que los párrafos presentaban un mayor cuidado estilístico, una mayor complejidad en sus oraciones, mayor intención en sus palabras, en esa prosa a la vez cortante y lírica, minimalista y poética a su modo, en pos de transmitirte o transportarte hacia estos parajes apocalípticos tan negros como el fin del universo. En segundo lugar, debo admitir cierta sorpresa: para ser McCarthy un escritor con una reputación de escribir libros duros, violentos, perturbadores, La carretera, una novela apocalíptica sobre un padre y su hijo que, detrás de un oxidado carrito de supermercado, intentan sobrevivir a las inclemencias del paisaje, de una tierra suicida, y del resto de supervivientes que andan por ahí presuntamente cometiendo toda clase de maldades y atrocidades, La carretera digo, no es precisamente una novela que recurra a truculencias, golpes de efecto ni ningún artificioso tendencioso, son pocas las escenas en donde nuestros protagonistas interactúan, más o menos, con otros seres humanos, y solamente en un tercio de dichas interacciones aproximadamente se puede apreciar un mayor grado de violencia o contemplación de lo salvaje (una caravana al estilo Mad Max + Qué difícil es ser un dios; una fogata en donde cierta criatura se asaba para consumición de un grupo; un sótano), sin embargo puedo afirmar que la violencia, la barbarie, la masacre, queda en su mayoría fuera de plano, sugerida, como una sombra aviesa en la que es mejor no adentrarse, tal como lo hace nuestro dúo, que a toda costa busca evitar contacto con "otros". En otras palabras, La carretera es la crónica de una supervivencia, la bitácora de un desplazamiento, de un viaje forzado por la catástrofe, el cataclismo que surgió de las entrañas de la tierra; una supervivencia desesperada, la crónica de una extinción anunciada, pues nada crece, nada brota, el aire es ceniza, la tierra es escombro, el agua es vómito, y las reservas se agotan, el único alimento que queda sobre la tierra es el hombre mismo, cada vez más escuálido, y algún que otro tesoro ignoto. En este sentido, La carretera no es una historia de acción, lo cual digo con fines ilustrativos, ni como reproche ni como crítica negativa, para mí no es una decepción ni nada similar el que esta historia no sea una película de los hermanos Hughes: es McCarthy registrando los últimos latidos de una humanidad a través de un padre y un hijo que se niegan a caer en la barbarie imperante, un survival horror más bien atmosférico y con toques de sombría aventura: buscar por ahí, buscar por allá, esconderse tras un árbol, hacer una fogata, aguzar el oído, olvidarse de todo y caminar y caminar.

Ahora bien, todo lo que he descrito es lo que la novela ofrece, lo que la novela es. ¿Me gustó, me impactó? No realmente, pero tampoco me disgustó ni me mosqueó ni me cansó; su lectura es fluida, como dije quizás por efecto de haber venido de No es país para viejos debo decir que su prosa me ha gustado lo suyo, me ha gustado la manera en que esporádicamente verbaliza la desesperanza del padre, en que describe el paisaje como cuadros oscuramente impresionistas, pero ojo, como dije, La carretera, así como no es una historia de acción, tampoco es una historia filosófica o de reflexión o de estudio de personajes, es exactamente lo que es, lo que se ve, lo que se oye: supervivencia extrema, ¿supervivencia necesaria? Quizás ahí descanse su gracia, en esa incesante e insistente interrogante: ¿por qué los personajes se esfuerzan tanto por seguir vivos a pesar de tantas dificultades, a pesar de que seguir vivos, nunca mejor dicho, es una condena? Si todos morirán de todas formas porque eventualmente no quedará nada para beber ni comer en todo el mundo, ¿para qué seguir, para qué empujarse a un empeoramiento constante? Nadie en su sano juicio se lanza a ser comido por los leones; y de ser así, mejor lanzarse de una y que de un zarpazo te desencajen la cabeza del torso en vez de primero ofrecer una mano, luego la otra, luego el antebrazo, luego un pie, luego el otro... Será porque a veces es bonito ver el mar, aunque sea una masa gris, no lo sé. Es decir, no hay nada flojo, nada blando, nada mediocre en esta novela, pero tampoco nada excelso, nada memorable, no encuentro mucho su razón de ser a pesar de que comprendo lo que es: de nuevo, exactamente lo que se ve, nada más, nada menos: manualidades para seguir con vida. ¿Será un muy soterrado y críptico tratado sobre el vacío filosófico? ¿Una demostración de un determinismo cruel que empuja a los humanos a "sobrevivir" por más muertos que quieran estar? En este punto ya estamos en la pura especulación, la pura conjetura y nada de eso vale la pena, es perder el tiempo, escupir palabras porque sí.

Lo cierto es que La carretera es una novela que se lee sin problemas y que tiene varios puntos a favor, casi ninguno negativo, al menos no en lo formal (como dije, la prosa tiene su atractivo, te mantiene atento, tiene su impacto con las palabras), no en lo narrativo (no se puede decir que no pasen cosas, que sea un relato estático, si acaso, aparte del hecho de tener que sobrevivir, podríamos decir que no hay un conflicto, un antagonismo concreto, pero esto ya es del orden de lo dramático==>>), no en lo dramático (casi no hay personajes y por ende no hay mucho desarrollo de los mismos, pero no puedo decir que sean personajes planos o pobremente construidos; estos personajes son abismos, no necesitan mucha explicación: uno los mira y los entiende, así son los abismos), acaso en lo ontológico, en qué otra cosa si no: ¿esto es todo lo que es La carretera? Sí, así parece. Y claro, no es un desperdicio en lo absoluto, pero, y esto depende ya de sus estómagos o de si son muy impresionables (y ya hablamos de que no es precisamente explícita ni truculenta), no se verán ni muy perturbados ni muy impactados, pero seguir la historia se puede seguir, pasan cosas interesantes, hay hartas manualidades desde luego, el paisaje no cambia mucho pero hay una curiosa variedad de lugares y estaciones, en efecto, un libro entretenido a su modo, grismente entretenido, mustiamente entretenido, pero de ahí a alzarla como una de las grandes obras de la literatura universal contemporánea, uf, bájale unos cuantos cambios por favor. Y, esto lo agrego justo antes de publicar el post, me topé con que esta novela... ¡ganó el Pulitzer! Mira tú, si le apostabas un dólar ganabas cien de vuelta, eso seguro.

Ojalá podamos leer eventualmente al McCarthy primero, parece que por ahí es donde está su obra más memorable, al menos eso dicen, pero claro, se dicen muchas cosas...

Miren, hagamos esto rápido, me da no sé qué mirar mucho tiempo esta ficha bibliográfica tan fea, tan desordenada, tan apocalíptica. En casi siete años de existencia bibliometrina, catorce préstamos, digamos que dos por año. No se puede decir que sea un libro abandonado o que haya caído en letargos lectores, eso sí. Pero ya, demos vuelta la página, no quiero mirar más esta ficha, ¡argh!

sábado, 7 de junio de 2025

Luz y oscuridad, de Natsume Soseki

 

Bibliometro #113. Con las sensaciones positivas de la más o menos reciente y fresca lectura de Más allá del equinoccio de primavera, y siguiendo en este sendero de lecturas niponas, no nos demoramos mucho en buscar, o mejor dicho encontrar/pedir, otro libro de Natsume Soseki, uno de los escritores que, según dicen los entendidos, instaló la modernidad en la literatura japonesa. Luz y oscuridad (traducción precisa de su título original, según el traductor de Google) es la última novela de Soseki, una novela inacabada en la que este escritor estaba trabajando cuando la muerte lo sorprendió a la temprana edad de 49 años. De todas formas Luz y oscuridad, inacabada y todo, es una novela que ha quedado en nada menores 420 o 425 páginas, y tal como sugiere el estado de cosas en que se interrumpe todo, daba para bastante más.

Nuevamente me asaltan las típicas dudas e inseguridades, es inevitable cuando ciertos libros no terminan de convencerme demasiado. Pero es cierto que la lectura de este libro fue algo interrumpida y accidentada por las típicas molestias de las que tanto solía quejarme en Cine en tu cara, sólo que ahora peores, entorpeciendo y retrasando la lectura como no me había sucedido con ningún otro libro; es cierto, además, que me dolía un poco la cabeza, sólo un poco, y se me suele aliviar cuando me pongo a leer, pero tampoco es santo remedio, tampoco es infalible. Así son las cosas, qué le vamos a hacer, no tengo los medios para mudarme a un lugar silencioso y tranquilo, y si me pusiera a trabajar full time, no tendría tiempo, ni menos energía restante, para leer. Como sea, comentaré mis impresiones de la manera más clara y bien argumentada posible, quizás mi criterio no esté del todo errado, quién sabe; comentaré este libro como si su lectura se hubiera dado en las mejores condiciones, conmigo en la plenitud de mis facultades. La espina de la duda, eso sí, permanecerá clavada y no tengo muchas ganas de releer esta novela, quizás algún día futuro en el que viva en un lugar tranquilo y silencioso, pero sobre eso no guardo esperanza alguna, sobre nada en realidad, tan sólo me adapto para vivir lo menos incómodamente posible.

Una de las ideas que rescaté de Más allá del equinoccio de primavera es que Soseki es un escritor bien ágil, flexible, bien versátil, dotado con una prosa y un estilo narrativo en donde la palabra clave, quizás, sea "mutabilidad". Tanto aquella novela como la que ahora nos convoca alternan hábilmente entre personajes, tonos y tramas, sin por ello perder cierta coherencia global ni tampoco dinamitar su estructura interna, como si la novela fuera un pez que se infla o se contrae o estira o cambia de colores a voluntad a medida que navega por entre distintos obstáculos en el flujo de su historia, de su carácter de novela-río (no es, en estricto rigor, tal definición, pero tiene un aire a eso: un confluir de relatos ambicioso y modesto e intimista a la vez, una épica del slice-of-life, si aquello tiene sentido). Luz y oscuridad se centra en un joven matrimonio que puertas afuera aparenta mucha virtud y plenitud familiar y económica, pero que puertas adentro se ve asaltado por problemas cada vez más numerosos y acuciantes que se amontonan inoportunamente uno sobre otro, sin darles tregua ni tiempo para respirar. El marido es un treintañero graduado de la universidad que trabaja en una buena empresa gracias a las gestiones de un bien posicionado amigo de la familia, pero que tampoco gana tanto y que, sobre todo, junto a su esposa viven por encima de sus posibilidades, nada muy excesivo, pero de todas formas superando toda moderación, estilo de vida que comienza a complicarse severamente cuando el marido deba hacerse una costosa cirugía a la vez que les llega una carta de su padre anunciando que dejará de ayudarlos con el aporte económico mensual que les permitía vivir holgadamente sin preocuparse mucho de las cosas.

Sobre esta base, Soseki elabora un fluido y dinámico mosaico de personajes, de personalidades y realidades, desde este joven matrimonio apretado económicamente y sumido en una temprana confusión o tedio conyugal (llevan seis meses de casados, nada más), pasando por sus familiares, amistades, conocidos, etc., en donde hay espacio para familias acomodadas, tacañas otras, conservadoras o liberales, educadas y tradicionalistas o más bien vulgares, decadentes y modernas; espacio para gente pobre, para gente culta, para gente mediocre, empresarios, artistas, intelectuales, funcionarios públicos, técnicos, en fin, todo un amplio abanico que se irá desplegando hábilmente a medida que nuestro joven matrimonio protagonista va de un lado a otro para, sin quedar en evidencia, ver si puede pedir ayuda y así solventar sus inusitados contratiempos. Aparte de este ejercicio de observación/retrato social e intergeneracional en el que Soseki va engarzando escenas con una naturalidad genial (visitas a los hogares, salidas a restaurantes, caminatas por templos o parques o barrios tranquilos, eventos culturales y políticos) debido, por una parte, a la certera y vibrante construcción de unos personajes que parecen estar vivos y a punto de saltar de la página gracias a sus vivaces y palpitantes personalidades y caracteres (un maestro de los diálogos, por cierto, y del manejo del espacio y del tiempo narrativo: ¡con qué exquisita fluidez transcurre el tiempo interno en este libro!), Soseki potencia aún más su novela gracias a su honda y compleja sensibilidad psicológica, no sólo mostrándonos o narrándonos la cotidianidad material de estos personajes, sino que perfilando con precisión y nitidez sus mundos interiores, sin adentrarse demasiado en ellos pero no por ello siendo incapaz de expresar la rica complejidad y forma de ser de todos esos personajes, que no son meros arquetipos (al contrario, más allá de sus fachadas pueden llegarte a sorprender, ser mucho más de lo que aparentan), porque lo uno sin lo otro quedaría cojo: la observación social y de relaciones interpersonales se enriquece mutuamente con esos trazos psicológicos e introspectivos, como dos espejos puestos frente a frente. Así, entre el juego y/o choque de perspectivas del marido y la esposa, vamos adentrándonos en una pequeña parte de la vida tokiota, con sus luces y sombras (u oscuridades), sus rutinas y sus eventos. Una deliciosa combinación entre literaria crónica de su tiempo y fabulación de dramas e historias.

El problema, para mí, comienza a surgir ya cuando estamos en el ecuador de la novela más o menos, momento en el que la fluidez de la narración y los mismos acontecimientos se estancan, se estacionan (el reposo, la convalecencia), y el relato pierde su coralidad, su riqueza y variedad o diversidad de miradas, para centrarse exclusivamente en alargados y a la postre cansinos duelos dialécticos, de una pesada densidad psicológica (demasiado pesada, demasiado densa, hasta demasiado abstracta: una cosa es la introspección psicológica en relación con el mundo exterior, otra cosa es vivir atrapado en esa introspección, sumido en reflexiones redundantes cual círculo vicioso, sin dejar entrar la luz del sol ni el sonido de la vida urbana), en donde los personajes en cuestión hablan siempre guardándose cosas para sí, tan sólo sugiriendo, denotando, discutiendo a la escondida, analizando y examinando cada palabra, cada gesto, con una minuciosidad exagerada porque no dejan de ser remolinos dentro de un vaso de agua, discusiones entre hermanos o reproches conyugales, en otras palabras un drama familiar/sentimental muy cerrado en sí mismo, ensimismado hasta la náusea. Una que otra discusión o intercambio puede resultar entretenido o incluso inquietante (sobre todo cuando entra en escena un tal Kobayashi, un desagradable y repulsivo a la vez que extrañamente fascinante personaje que, como si de un espíritu maligno se tratara, se mueve entre los personajes esparciendo discordia y cizaña), pero lo son porque hacen referencia a tramas que se están moviendo (aunque sea en fuera de campo) o porque las discusiones en sí mismas traen una cierta atmósfera diferente, algo de mala intención o conflicto (el tal Kobayashi), el resto, ya les digo, son personajes sentados o recostados alternando cordiales palos mutuos hasta que llega el momento de despedirse, sin que se haya dicho nada y con suerte hayan calado un par de subentendidos. La narración, en todo este tramo, es "qué me quiso decir con eso, a lo mejor lo sabe, ¿y si se me nota que escondo algo?", así todo el rato entre reiterativos reproches. No era algo de lo que adolecía la otra novela suya que leímos. Esa impresión me dio, al menos, pero es cierto que mi contexto no era el mejor cuando abrí las páginas en esta parte del libro. La noche anterior no había tenido problemas en lo absoluto leyendo, justo, la parte buena, que me gusta, de la novela.

Ya en su tramo final la trama se aviva un poco más, se pone de pie y se pone a caminar por decirlo de algún modo, al menos deja de lado tanta discusión estática que, literal, no lleva a ningún lado ni tampoco opera ni obra grandes cambios interiores en sus obstinados personajes, tan rígidos, inflexibles y cerrados sobre sí mismos como la narración, oscuramente introspectiva en esos tramos. Soseki recupera esa saludable pero sutilmente compleja liviandad de sus inicios, y ya no me puedo quejar mucho, la trama se pone entretenida, incluso aunque introduce un nuevo elemento dramático, un especie de amor frustrado que, se sugiere, vendría siendo el origen de las inseguridades conyugales del joven matrimonio, que hace que se deje aparcado el elemento de cuadro social o de costumbres, de retrato de época, de crónica de las clases sociales medias y acomodadas de la capital, lo cual era lo más interesante y entretenido de la novela, pero al menos esto del amor frustrado y las dudas conyugales se desarrolla (o se sientan las bases, a fin de cuentas no se avanza mucho en esto cuando la novela se interrumpe, quedando inacabada) con cierto toque cómico, como una comedia romántica de equívocos. En otras palabras, volvemos un poco a lo del inicio: Soseki demuestra ser un escritor sumamente habilidoso, versátil y cuya pluma o estilo mutable es capaz de amoldarse a cualquier situación o código, PERO, con la condición de mantener ese tono desenfadado, despojado y liberado de solemnidades, esa es la otra conclusión que extraigo de esta novela (que corroboro recordando la lectura de Mas allá del...): la pesadez y lobreguez no le sienta bien a la narrativa de Soseki, la extrema y puntillosa minuciosidad le juega en contra, él es un escritor ligero (en el buen sentido), observador, irónico, inteligente, minimalista en el sentido de que con trazos sencillos pero nítidos y conscientes es capaz de armarte un cuadro mucho más complejo y detallado que cuando se concentra demasiado en las rugosidades o texturas de una porción en particular, descuidando el resto del cuadro.

Al ser una novela inacabada, por supuesto, queda una sensación extraña, es natural en todo caso, porque sin cierre, todo lo que Soseki propone queda en el aire, sin que quede muy claro qué se proponía realmente aunque nosotros nos hagamos ideas al respecto, a fin de cuentas, como hemos dicho, sus dos rasgos importantes son elocuentes: el tono y la mirada desenfadados y la versatilidad/mutabilidad de su narrativa: una novela de personajes, sobre las dificultades de la vida moderna (cómo la modernidad cambia la vida por dentro y por fuera de las personas, de los hogares), que de paso elabora de modo subyacente una crítica social. Además, claro, de una prosa austera pero no carente de giros poéticos y también realistas y psicológicos; en otras palabras, un escritor bien completo, sin estridencias, sin virtuosismos, sin delirios de grandeza: un escritor que sabe adaptarse a los flujos e influjos de sus historias y personajes, encontrando las palabras y las perspectivas adecuadas, otorgándoles el color de distintos géneros sin perder la coherencia global. Claro que en Luz y oscuridad se nos hizo empinado y cansino ese tramo centrado en largos debates y devaneos, pero quién sabe, a lo mejor Soseki hubiera pulido o mejorado, corregido, esas partes una vez terminada la novela, ya saben, los retoques propios que vienen luego del primer borrador. Como sea, les recomiendo esta novela, sobre todo les recomiendo a Soseki, sin duda que es un escritor adelantado a su tiempo, conocedor de literaturas y técnicas clásicas y tradicionales (aparte de las letras de su país, era un gran estudioso y lector de narrativa inglesa y francesa, y se nota, lo noto yo que apenas he leído un puñado de cosas de Flaubert, Zola, Balzac, Dickens, de la época del colegio, de seguro también debió haber leído algunas novelas picarescas españolas, y no parece muy influido por los rusos, pero algo debió rescatar también), pero dándoles no sólo un toque local sino que personal, una festiva subversión que se aprecia en cada palabra, cada página, sin armar un complaciente alboroto de ello. Ya lo iremos descubriendo a medida que podamos encontrar otras obras suyas, demonios, escribiendo la entrada hasta me han dado ganas de concederle otra oportunidad a esta novela, sí o sí, el otro año. Quizás no me desdiga, pero al menos espero que sea una lectura más placentera y fluida, porque sí siento sus tres porciones muy fragmentadas y separadas entre sí, como si fueran novelas distintas. Esperemos, crucemos los dedos.

Tan organizados son con las fichas bibliográficas que Luz y oscuridad no tiene una sino que dos, ninguna de las cuales, a pesar de los pocos préstamos que cada cual demuestra, son ejemplos de orden y pulcritud. Lo llamativo es que este ejemplar está en Bibliometro desde el 2019, año que fue pedido en sólo dos ocasiones, y recién en el último par de años ha visto incrementada su actividad, primero el 2023, luego el 2024 y luego un 2025 con su momentáneo récord de tres préstamos en un mismo año.

jueves, 5 de junio de 2025

La Cúpula, de Stephen King

Biblioteca de Santiago nº28. Así es, La Cúpula. Lo sabrán por el título del post porque en la portada del libro no sale nada, y eso es porque, imagino, tenía sobrecubierta y como se ve tan manoseado, adiós sobrecubierta, alguien la perdió o se la quedó, o la rompió o la botó, lo mismo le dio, mal ahí quien-quiera-que-seas. Tenía muchas ganas de por fin lanzarme con esta novela, este libro monumental en dimensiones, 1.130 páginas de narración, más otras dos páginas de Notas del autor. Y es cierto que otras novelas largas y gordas de King, como El cazador de sueños o Christine o La historia de Lisey, no me han gustado mucho (o nada), pero debe ser distinto cuando sobrepasas las mil páginas, ¿no? It y sus 1500 páginas. Está Apocalipsis pero todavía no llega. Bah, qué importa, lo cierto es que le tenía ganas y fe a La Cúpula, algo me indicaba que me devolvería al mejor King. La Cúpula ha respondido.


Ufff, entonces...
Bueno, como suele suceder con algunos libros con los que no sé por dónde empezar, empecemos por lo más fácil: La Cúpula me ha encantado, me ha parecido un librazo, una excelentísima novela, todo un ambicioso reto personal que King supera magistralmente, magníficamente. No hay por dónde perderse, no hay riesgos: son 1.130 páginas de calidad pura, no se van a arrepentir, la lectura los atrapará y no los soltará, se sentirán magnéticamente atraídos a sus páginas y pensarán "¡maldita sea!" cuando llegue el momento de ponerle pausa y dejarlo para el día siguiente. Genial, sencillamente genial. Una novela redonda  y férrea como pocas veces King lo logra.
Ahora bien, en el pueblo de Chester's Mill, de la nada, se posa una cúpula invisible y resistente, irrompible, pero de sus cualidades materiales no se enterarán sus habitantes y los de afuera de la Cúpula mucho más tarde, cuando intenten solucionar, romper, este ilógico encierro; mientras tanto, la sorpresa inicial viene con desconcierto, horror y terribles accidentes. Es tan sólo la introducción al horror más intenso que sobrevendrá, porque la Cúpula no pudo haber caído en un peor lugar, en peor pueblo, cumpliendo así el viejo y manido, pero no por ello menos sabio y versátil, refrán que dice "pueblo chico infierno grande". Una catástrofe, supervivencia pura, la Cúpula trae consigo problemas ecológicos o medioambientales que son como una promesa, o mejor dicho una amenaza, sin embargo ese es el menor, o el último, de los problemas (a fin de cuentas, lo más grave es lo de ahora, ¿no?, ¡no hay como el presente para disfrutar o para sufrir, para padecer!): dentro del pueblo suceden cosas muy jodidas que, con el encierro, irán creciendo como una bola de nieve hasta extremos devastadores y descorazonadores. O como una olla a presión, un hervidero de nervios, de egos y de tensiones, de resentimientos, de asuntos pendientes y ajustes de cuentas. ¿Quién te va a proteger?, ¿los de afuera de la Cúpula?
El protagonista es Dale Barbara, un veterano de Irak que trabajaba como cocinero en uno de los restaurantes del pueblo, en pasado porque se está yendo, unos líos por ahí lo empujaron a abandonar, sin embargo cayó la barrera invisible primero y le cortó el paso, le impidió la salida, como una condena: acá te quedarás, amigo, y buena suerte. Lo que King propone y elabora con esta novela es algo tan sencillo como intenso, potente y complejo, profundo, si sabe jugar bien sus cartas. Y lo hace. En La Cúpula, King saca a relucir sus mejores dotes como narrador, como contador de historias, como creador y retratista de personajes, como observador de realidades y dinámicas sociales y relaciones interpersonales, como grabador del horror subyacente a toda realidad apacible en apariencia. Debajo de la belleza del paisaje o de la cordialidad de manual, tenemos la corrupción, la mentira, la violencia, el abuso, la maldad, todo un estrato de podredumbre, una casta de ratas disfrazadas de mariposas. Un pueblo atrapado en las garras del magnate local, Big Jim Rennie, que hace y deshace a placer, dueño de la justicia, del orden, de la ley, el tirano en las sombras, el bufón ignorante y amoral pero carismático, peligroso por el ejército de necios que le celebran sus eructos y peroratas vacías pero enaltecedoras. Una novela política, sin duda alguna: los peligros del populismo, un retrato rabioso de los peores rasgos de Estados Unidos exacerbados por una situación límite. De esta forma, una de las vertientes de esta novela, vertiente robusta y avasalladora, apabullante, desoladora, desalentadora, es el infierno desatado en el pueblo por el líder pero ejecutado por sus mismos habitantes, unos intentando buscar la calma, el orden, la fraternidad, mientras otros azuzan la discordia, la desconfianza, el pánico, como una mano cruel picoteando el trasero de un animal asustado y desesperado, arrinconado. Una lucha de voluntades que les resultará bastante desasosegante y desesperante pues la balanza está desequilibrada y de todas formas es un retrato tan preciso y mordaz de la inequidad y la injusticia, de la estupidez y la estolidez, del miedo y el conformismo (mejor diablo conocido que diablo por conocer), que sólo queda sentir impotencia, porque todo lo que sucede es de manual, pero así es el pánico, así es la irracionalidad, la mentalidad de rebaño: en tiempos de crisis, cualquier "liderazgo" carismático puede adueñarse de la situación y provocar catástrofes peores, abrir la herida más y más, desangrar por completo a sus víctimas, dóciles y entregadas. En ese sentido, King nos cuenta una historia desmitificadora de esa "libertad 'americana'", una anti-gesta, el reverso desencantado de esa mística grotesca del heroísmo "americano": no hay gloria en esa bandera de rayas y estrellas, ni tan siquiera esperanza: los valores estadounidenses son una charada, una canción de cuna, que se desintegran tan pronto como alguien más grande y más poderoso se erige por sobre el resto: la famosa libertad estadounidense es tan pequeña como las ambiciones desmedidas de cualquier chalado empoderado. Basta ver al payaso asqueroso que hoy mismo tienen por presidente por allá para darse cuenta de ello.
La otra vertiente de La Cúpula es, digamos, la sobrenatural, porque esa barrera que apareció de repente, ¿qué demonios es?, ¿de dónde proviene?, ¿por qué nada creado por el hombre puede ni tan siquiera provocarle un arañazo? Está la tesis de la explicación y... bueno, ya saben, sumado a ello algunas visiones proféticas que los niños del pueblo comienzan a tener, y entonces tienen otra dimensión en un relato de por sí denso y pletórico de tramas, interpretaciones y significados. ¿Y saben qué? Tomando en cuenta que acá mismo hemos visto que a veces King, que es un escritor muy creativo y con muy buenas ideas, ideas sobrenaturales que actúan perfectamente como símbolos o metáforas de horrores y dolores y demonios o fantasmas de asuntos muy reales y muy humanos y cercanos, terrestres, como decimos a veces King no es capaz de cerrar de manera satisfactoria, o coherente o convincente, a veces ni siquiera decente, esas premisas sobrenaturales cuyos orígenes o explicaciones se reducen a imágenes burdas o soluciones apresuradas y forzadas, ese mismo escritor, como decimos, en La Cúpula no adolece de nada de eso. No sucede como en Los Langoliers, en donde el símbolo o el significado, además de sus conflictos prácticos, son geniales, pero que pierden algo de peso o verosimilitud (lo que ya es decir tomando en cuenta la premisa fantástica, en donde uno acepta la incierta naturaleza de la realidad propuesta en aras de la aventura, del misterio, de la entretención o intensidad dramática) al momento de "explicar" o "explicitar" a los Langoliers. Por el contrario, la barrera, la Cúpula, cumple su función de mostrar el abanico de horrores (y de bondades, desde luego) del que es capaz el ser humano sometido y empujado a extremos extraordinarios más allá de los límites de lo normal (como si la humanidad en sí no fuera nada: sin una normalidad concreta y tangible, respirable, sin la sombra del castigo, el hombre se transforma en ese monstruo hambriento y voraz), pero esa misma Cúpula tiene un origen, tiene una explicación, y sin entrar a revelarles nada, es una explicación genial, pero también muy pesimista y desoladora, abismante incluso, de una negrura cósmica, porque sigue, se alinea en perfecta coherencia con, la senda de la otra vertiente: tampoco hay gloria, tampoco hay esperanza: no somos nada, somos hormigas nada más bajo la lupa de un niño ocioso. Dejen la salvación épica para los perros grandes, los humanos somos gusanos y la Cúpula, la carpa de un circo.
En ese sentido, si la tensión y los nervios, si la rabia y la impotencia a la que te ves sometido por la tropelía de atrocidades y tejemanejes que ocurren dentro del pueblo abandonado a su suerte de por sí es terriblemente agotadora (en el buen sentido, en el sentido en que un libro tiene que remecerte, llegarte, afectarte), su tramo final es el vivo infierno y peor: es la carencia absoluta de poder, de fuerza, inermes como somos, frágiles y vulnerables como un bichito. Es que no hay solución, ni los de dentro ni los de afuera, ni siquiera el glorioso ejército del "mejor y más poderoso país con el pene más grande del mundo", pueden hacer nada, y King te transmite esa sensación de una manera tan pero tan... intensa, con unas palabras, una prosa tan afilada como melancólica, con una creciente gelidez que sin embargo no pierde esa calidez humana, por lo que el efecto es más devastador: la esperanza es lo último que se pierde, pero cuando todo está perdido, tampoco es que sirva de mucho ¿no? Entonces, ¿se soluciona lo de la Cúpula?, ¿cómo demonios se logra en ese caso? Solamente les diré que tiene sentido (narrativamente hablando, moralmente hablando, incluso espiritual y poéticamente hablando tiene sentido: una solución redonda y sin fisuras), que no es un ridículo ex machina tan propio del King más reciente ni tampoco una metáfora tan cuestionable como los Langoliers. En La Cúpula, esa explicación, ese origen, esa solución, mantiene el tono desesperanzado y nihilista, y no se desmadra hacia el exceso de imaginación. Honestamente, yo temía si una explicación final chapucera podía arruinarme todas las mil páginas anteriores, pero confíen en mí, tal cosa no sucede: de inicio a fin, esta novela mantiene la misma calidad sobresaliente. Y su tramo final es un mazazo.
Supongo que como observación debo señalar que no estamos ante una novela, porque no lo pretende en todo caso no es su objetivo primordial, que se adentre demasiado en la psicología de sus personajes, como por ejemplo en It, en donde justamente de eso se trataba dicha novela: cómo tus miedos más profundos se hacen realidad para perseguirte, atormentarte, cómo el miedo alimenta al miedo. Obviamente todos los personajes de La Cúpula están bien escritos y bien perfilados, con sus personalidades y sus características propias y todo eso, sin embargo, descontando unos cuantos capítulos en donde el autor le permite a tal o cual personaje sumirse en sí mismo, explorando su mente y espíritu, el eje central de esta novela sería el pánico más que el miedo, el pánico de masas y de rebaños, el pánico como arma en manos de individuos inescrupulosos, la observación conductual, el caos contra el orden. Una novela de acciones y conflictos, en otras palabras, en donde las porciones psicológicas no son el ingrediente principal sino que un certero aliciente dramático. Esto es, como dije, una observación de algo que de por sí no es ni bueno ni malo, pero que en el presente caso funciona a las mil maravillas: el suspenso y la habilidad con que King maneja todas las tramas es encomiable, y el remate de ese suspenso cae con el peso de una guillotina. Ya lo dije: tensión y nervios, de eso se trata, de justicia versus maldad y caos en una lucha despareja (y peor: despareja no por números, sino por medios: es terrible cómo una sola persona con dinero puede ser más fuerte que cientos o miles de individuos comunes y silvestres). La prosa de King, sin alcanzar necesariamente cotas de calidad de otros relatos en donde el autor saca a relucir su lado más lírico y salvaje, bestial, de todas formas es una prosa intensa, con personalidad, con tripas, rabiosa y elegante, precisa y certera, minuciosa y desaforada, en donde el autor no sólo se limita a describir las cosas y adiós, sino que le pone sentimiento y busca, por decirlo de algún modo, el mejor ángulo de las palabras para que te golpeen con dureza desde afuera, para que penetren en la mente, en el pecho del lector. Es un trabajo escritural tremendo, titánico, sobre todo porque lo mantiene de inicio a fin a lo largo, ya se dijo, de más de mil cien páginas. No hay tramos flojos, débiles, cojos. Aunque, eso sí, insisto en que todo el tramo final, en efecto, sobresale aún más y, en efecto, es como si estuviésemos leyendo al mejor King: el que se te mete bajo la piel, el que se introduce en tu mente para clavarte estocadas de malestar, de tristeza, etc., sin piedad ni consideración: el que de verdad quiere que tengas pesadillas por las noches, como debe ser.
El único reproche es un incomprensible romance metido con calzador que no tiene razón de ser, incluso cursi, del cual responsabilizo a algún editor o editora, porque surge tan de repente que se nota que no es esencial en lo absoluto para el desarrollo y la aprehensión del relato, sino que debió de ser algún tipo de imposición: "Stevie, ¿dónde está el amor, hombre?, como para equilibrar tanto odio y violencia, ¿no te parece?". Como sea, La Cúpula sigue siendo un pedazo de novela, una novela maciza, memorable, que se eleva dentro de lo mejor que Stephen King ha escrito y publicado. No salgo de mi asombro todavía, pero por lo mismo me siento más que contento. Y ojo, que luego de ésta no tardaría en aparecer 22/11/63, que es otra magnífica novela suya y que nos dice que, al parecer, en esos años andaba en racha. Luego, ya lo hemos visto, sus 2010's en adelante, salvo contadas excepciones, se caracteriza por una baja de calidad de lo sobresaliente a lo meramente solvente, novelas que se pueden leer y que entretienen, pero que no se te incrustan en el cerebro. Quizás soy yo el que le pido mucho al arte, al cine, a la literatura, pero es que no es para nada fácil escribir un libro, menos hacer una película, por lo que si te lanzas a hacer algo, ¿cómo es que no le pones el 110% de ti? Bueno bueno, no me hagan caso, salvo en esto: lean La Cúpula, no se arrepentirán. Es de lo mejor de King. Adieu.

martes, 3 de junio de 2025

La fórmula preferida del profesor, de Yoko Ogawa

 

Bibliometro #112. Uno de los descubrimientos de Bibliometro que más agradezco es el de la escritora japonesa Yoko Ogawa, de quien primero leímos La policía de la memoria, una magnífica novela de ciencia ficción filosófica, muy poética también, que nos dejó absolutamente entusiasmados con su obra, que luego pudimos conocer algo más con El museo del silencio, una novela igual de sugerente, atmosférica, arriesgada a su modo al adentrarse en códigos de narrativas más tradicionales (como por ejemplo el policial/criminal) sin por ello perder su toque poético-costumbrista, onírico, pero que lamentablemente, en mi opinión, se despeña en un inverosímil tercio final (o clímax) en donde los focos abiertos de su intrigante y enigmático argumento se resuelven de manera abrupta, apresurada y casi irreflexiva, dejando una sensación contraria a toda la certera y compleja construcción narrativo-dramática previa. En Bibliometro sólo quedaba por leer La fórmula preferida del profesor, libro que cuenta con un sólo ejemplar en este servicio, y que siempre me resultaba esquivo: una persona se lo pedía prestado y se lo llevaba a la mierda del mundo, luego aparecía en una sucursal a la que, honestamente, no me iba a trasladar. Por suerte, de repente me fijé que estaba en un puesto que me quedaba cómodamente de paso, y así, por fin, leemos otra novela de Yoko Ogawa, la última de momento porque no sé si la B.N.P.D. o la BDS tienen libros de esta escritora tan única.

La fórmula preferida del profesor (cuyo título original, según el traductor de Google por supuesto, sería algo aproximado a "El primer paso es descubrirlo"... tan sólo dejo este dato aquí, no sé qué tan en serio tomarme dicha traducción) es una bella novela en la cual una joven madre soltera que trabaja como niñera para una agencia es asignada a un cliente muy particular, un cliente con algo de mala reputación porque las niñeras caen como moscas, no duran mucho en su servicio, de hecho nuestra protagonista es la décima que va a trabajar con este cliente, un viejo de sesenta años bastante descuidado y solitario, un genio de las matemáticas, que sin embargo vive con una singular y trágica, maldita condición: un accidente de tráfico le provocó, como consecuencia, que su memoria tan sólo dure ochenta minutos, al menos la memoria reciente, a corto plazo, pues la memoria que tenía hasta el terrible accidente sigue intacta: sus amistades, sus empleos, su genio matemático... Como un señor que vive en el pasado, inevitablemente en el pasado, clavado en ese 1975, siendo que la novela transcurre en los noventa. En un gesto al estilo "Memento", el profesor se deja recuerdos por el cuerpo para recordar asuntos recientes una vez superado el plazo de su memoria; claro que no se tatúa, tan sólo escribe notas de papel que, con pinches, se cuelga en su ropa, por lo que da la impresión de que el viejo profesor viste un particular plumaje de papel, un plumaje de recuerdos, nuestra memoria como la ropa que nos cobija, la memoria que es tan física y tangible como introspectiva y abstracta: está dentro de nosotros, pero también nos rodea como un nimbo contra las tinieblas del presente.

Y bueno, qué más se puede decir. La novela, con sus dramas y conflictos, es decir sus puntos dramáticos, es una sencilla historia de, no lo sé, inspiración, aprendizaje, amistad, superación, pero no en plan cursi, en lo absoluto, no tiene ese tufo de camuflada autoayuda de algunas otras novelas. La fórmula preferida... es un canto humanista, un canto al conocimiento y al entendimiento mutuo. La curiosidad que el profesor despierta en la protagonista por las matemáticas; las matemáticas como una nueva mirada para entender, para comprender, para observar el mundo que le rodea, para hallar cierta paz y armonía en los hechos; el profesor, que en la persona de la niñera, que conoce y a su modo reconoce cada día, también descubre una inesperada manera de vivir la vida, de echar a andar la existencia; y claro, el hijo de la niñera, que con su respetuoso desparpajo también parece ser una mezcla de ambas personalidades, como si en su pequeña figura cristalizaran los mejores rasgos tanto del profesor como de su esforzada madre. Además se habla harto de béisbol así que si hay algún lector que le guste dicho deporte, más va a disfrutar todavía (y yo, que no entiendo nada y tampoco me gusta realmente, me empapé del entusiasmo de los personajes, de la pasión por juegos memorables, jugadores legendarios y partidos/campañas infartantes). La novela está narrada con esa prosa pausada, observacional y conversacional, costumbrista y poética, tan característica de Yoko Ogawa, capaz de hacerte vivir entre metáforas y figuras retóricas, despertar y desayunar y caminar entre alegorías que son como el calor de la estufa o el aroma de las sopas, una poesía humilde pero inmensa por lo mismo. Su prosa no tiene un tono paternalista ni manipulador ni tendencioso o emocionalmente efectista; al contrario, destaca por una sencillez que resulta poderosa y profunda, que permite que las emociones individuales y las dinámicas o relaciones interpersonales entre los personajes principales hablen por sí solas, transmitiendo esa armonía frágil y aparente entre este singular trío pero no por ello menos genuino su lazo, menos rotundo, menos bella su íntima y modesta y privada normalidad, como una cápsula de bienestar dentro de un mundo de caos y desorden. Una novela de lazos, de la belleza de esos lazos humanos, y también, claro, una novela sobre asuntos más filosóficos: la memoria, la realidad y su naturaleza aparente, tangible, real, interpretable, etc., las ciencias exactas como arte, como cosmovisión filosófica, estilos de vida prácticos, pragmáticos, las fórmulas vitales, buscar el equilibrio personal y mutuo... Una novela de la claridad: personajes claros, prosa clara, conflictos/dramas claros..., aderezados con su agradable toque de excentricidad, de misterio, pero siendo, en el fondo y tal como dijimos casi recién, una historia sobre lazos y sobre seres humanos, sobre la vida misma en su cotidiano discurrir, con sus luces y sombras, con sus verdades y sus nudos, con sus campos abiertos y sus callejones sin salida, con sus velos y con sus pistas sus revelaciones... 

Una novela maravillosa, realmente maravillosa. Se la van a leer de un tirón, encantados por la sinceridad y autenticidad y belleza de su propuesta. Imprescindible. Y si no la han leído, descubran a esta autora.


Este ejemplar en particular lleva poco tiempo en las redes bibliometrinas, menos de un año, unos nueve meses, por lo que se viene un parto lector, sea lo que eso sea. Como sea, mal que sea, en dicho período de gestación La fórmula preferida del profesor ha sido prestado en siete ocasiones, casi una vez por mes, para nada mal promedio, siendo este 2025 su momentáneo año de gloria. Esperemos que siga siendo leído, es un libro excelente, tal como hemos señalado. Podrían cambiar la tinta de las estampas, quizás así el no-tan-desprolijo orden en que han sido estampadas las fechas podría verse mejor, más armónico, incluso podríamos ignorar esa fecha estampada al revés...

lunes, 2 de junio de 2025

La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata

 

Bibliometro #111. Bien, hay hartos libros de Kawabata esparcidos por las distintas bibliotecas públicas y aunque no nos vamos a apresurar especialmente por leerlos, habida cuenta de nuestro poco entusiasmo con sus obras ya leídas, de todas formas hay que aprovechar cuando la ocasión se presenta. Además, La casa de las bellas durmientes es una novela que llamaba mi atención, principalmente porque Julia Leigh se basó en esta novela para su opera prima, "Sleeping Beauty" (a la sazón su única película, no parece que vaya a dirigir otra más), de la que recuerdo una escena en particular en la cual uno de los viejos que duerme con la protagonista nos ofrece un inesperado aunque extrañamente cautivador monólogo de cinco minutos, búsquenla.


Quizás debido a su menor extensión (apenas 120 páginas), quizás debido a lo compacto de su estructura narrativa (cinco capítulos nada más), quizás debido a lo directo de su argumento (cada capítulo, una visita al particular burdel), La casa de las bellas durmientes es la novela más redonda que hemos leído de Kawabata, la más disfrutable en cierto modo, sin palabras o tramas o personajes tendientes a la inconcreción, todo reconcentrado, cercano a su núcleo central, a su pilar fundamental: la extrañeza. ¿Una novela sobre la extrañeza? Puede ser. El planteamiento es bien simple: un hombre viejo, de casi setenta años, por recomendación de un amigo mayor que él, llega a un burdel que se diferencia de cualquier otro burdel común y corriente en un detalle muy especial: las chicas con las que te atiendes están dormidas, sedadas, narcotizadas de manera que no despierten con nada, y las reglas son claras: no debe haber sexo, es decir no debe haber penetración. Acariciar, besar, abrazar, desnudarte y frotar tu cuerpo contra la piel suave, aterciopelada y olorosita de estas jovencitas, pero guárdate al amigo dentro de tus metafóricos pantalones, aunque la clientela habitual son viejos, por lo que de todas formas es probable que no se les pare.
Cinco capítulos, cinco chicas distintas, cinco noches, cinco experiencias singulares. Y la extrañeza. El protagonista, que asiste al burdel movido por la curiosidad y esa sensación enigmática, sugerente, misteriosa, seductora. Una cierta incomodidad: viejos decrépitos durmiendo con muchachas que pueden ser adolescentes, que podrían ser sus nietas o bisnietas incluso, sin ejercer el sexo de la manera más obvia, que duermen bajo el peso de narcóticos, inocentemente, como ajenas al acto mismo, como muñequitas de porcelana, como violando una inocencia sin violarla en estricto rigor, tan sólo la idea de la transgresión, de lo prohibido, y el placer de esa idea. La extrañeza, en efecto. Las sensaciones contradictorias que tiene el protagonista, y los recuerdos de su propia vida, actual y pasada, de su propia sexualidad, actual y pasada, y la sexualidad de alguna gente que le rodea, sus hijas por ejemplo, casadas y con hijos, y las niñas estas, de dónde son, sus padres y madres dónde estarán qué dirán tendrán alguna idea de lo que hacen sus hijas para ganarse un buen billete, pregunta para sus adentros. Es una narración precisa, que no se va por las ramas ni en los hechos, ni en la atmósfera, ni en las descripciones ni en las reflexiones/rememoraciones del protagonista. No es una novela de argumento (aunque sucedan ciertas cosas que le dan cierto toque de peligro al asunto este del burdel escondido y silencioso), tampoco es exactamente un estudio de personajes, es quizás algo más bien atmosférico: Kawabata se vale de su prosa pausada, calma pero evocadora, para crear un ambiente como de ensueño, onírico en cierta forma, que no rehúye su aspecto perturbador y siniestro, como un cuento de hadas oscuro, adulto: no es una historia de princesas que duermen esperando el amor, es una historia de doncellas puestas a dormir al lado de sacos de carne y de sangre gastadas, enfermizas, que cargan con la muerte a sus espaldas o caminan con la muerte en los talones, extrañeza y mortalidad, mortalidad e ignorancia, bendita ignorancia, el hechizo de una doncella durmiente que puede engañar a la muerte, que puede invocar una juventud perdida quizás, una noche como una pausa en el tiempo...
Y quizás por lo singular y casi surreal, etéreo, del relato, tiene más peso que las otras dos novelas que hemos leídos, que aunque podían lograr describir bien las angustias y los problemas cotidianos de sus personajes, carecían de cierta rotundidad y profundidad literaria que hacía del conjunto algo sucintamente anodino, como si fueran problemas menores y anecdóticos, mientras que este libro, La casa de las bellas durmientes, con su trama y narración de halo irreal e incluso mágico, precisamente por abocarse de lleno a su carácter incierto, a su aire dulcemente, confortablemente ambiguo, es capaz de grabarse con más fuerza en la retina gracias a sus hipnóticas imágenes, a su prosa de encanto, de hechizos, a su gentil caminata por el ámbito de lo sensual. Habla sobre la muerte, habla sobre la vida o la vitalidad, pero con una entornada elegancia, una sofisticación elusiva e inteligente. La seducción de lo inasible, el misterio de los signos hechos carne apenas transparente.
Sin duda, un libro que me ha sorprendido y gustado mucho más de lo que esperaba, y sin que me parezca una cumbre literaria (es que sigo teniendo esta noción que la obra de un Nobel debe ser más, no lo sé, poderosa, avasalladora, suicida), más que nada porque tengo la teoría de que Kawabata es un escritor sumamente modesto, sin ambiciones  o delirios de grandeza, lo cierto es que es una novela genial, memorable, funciona como reloj, sobre todo como un reloj que, cual péndulo, flota de un lado a otro atrapándote en el sereno pero contundente flujo de su ritmo. Quién sabe, quizás Kawabata brilla y destaca más en esta clase de relatos algo más simbolistas y atmosféricos que en una narrativa cercana al costumbrismo, al realismo psicológico e incluso al sentimentalismo amoroso y familiar. Como acabamos de ver, el orgánico e inherente lirismo de su prosa parece acoplarse mejor a la primera categoría: al fantasmagórico submundo que habita en nosotros y que todos habitamos, pero que a veces no llegamos a conocer.  


Vamos a ignorar las muy pequeñas imperfecciones de la tinta de algunas estampas, porque ¡qué ficha bibliográfica más bella, más ordenada! Cada una de sus casillas está ocupada debida y diligentemente por una fecha estampada, casi todas alineadas una bajo la otra por lo demás, ¿lindo no les parece?, yo quedé maravillado ante esta visión. Detrás, ante la falta de espacio, están las otras dos fechas estampadas y no hay drama, es lo que hay, nada cambiará la armonía de la ficha. En cuanto a los números, casi trece años de vida bibliometrusca tiene La casa de las bellas durmientes, con 23 préstamos en todo ese tiempo (comprobé que una fecha está estampada dos veces; supongo que todo orden, que toda armonía, tiene algún margen de error en alguna parte). Nada impresionante, pero nada desdeñable.

sábado, 31 de mayo de 2025

La regla de los nueve, de Paula Ilabaca

 

Bibliometro #110. Con La regla de los nueve venimos a completar la obra narrativa de Paula Ilabaca (queda su obra poética, pero de ello no les hablaremos: por acá hemos estado leyendo poesía de manera silenciosa, porque además no sé cómo comentar poesía, ¿cómo explico si un libro de poesía me gusta o no me gusta?, ¿cómo le hago para explicar si tal o cual poema, en mi opinión, funciona o no funciona?), y resulta graciosa la manera en que leímos sus novelas: partimos por la segunda, Camino cerrado, seguimos con la tercera y de momento última, La mujer del río, y terminamos/completamos todo con el presente libro. El efecto es bien interesante porque, con conocimiento de causa, les puedo decir que estas tres novelas comparten el mismo universo: hechos, sucesos, personajes, y me gustó el orden de lectura con el que me adentré en la narrativa de Ilabaca, de hecho me alegro de este para nada planificado orden, lo prefiero a haber seguido el orden de publicación cronológico. Supongo que suena raro que un tipo tan ordenado y maniático como yo lo diga, pero así es como es. Eso es lo que hay, diría El Chute Pop.


En efecto, fue toda una agradable sorpresa leer La regla de los nueve debido a los personajes y hechos compartidos con las otras dos novelas posteriores de Ilabaca. Por ejemplo, Camino cerrado está protagonizada por la detective Leiva, que investiga un femicidio al mismo tiempo que reabre el antiguo caso de un joven calcinado, caso que resulta ser el que nos convoca en esta novela: un joven universitario llamado Gabriel, que producto de un incendio en su habitación muere asfixiado, su cadáver calcinado, joven en torno al cual iremos conociendo su vida, sus rincones oscuros, gracias al testimonio y la rememoración de otros personajes, a la lectura de ciertos documentos, todo lo cual quizás nos permita ir descubriendo aspectos desconocidos de este joven, aspectos que, quizás, de alguna manera, iluminen ciertas zonas oscuras de un caso que aparentemente no ofrece ningún misterio real a resolver. La detective Leiva aparece, de hecho, en esta novela; también aparece, ya mayor y más experimentado, el detective Cuevas, que en La mujer del río era un recién graduado detective, novato pero aplicado; y hasta se deja ver brevemente el perito en huellas Reyes, que en La mujer... impone su recta presencia. La detective Leiva nos explica, en Camino cerrado, que se hizo detective inspirada en la subcomisario Torrealba, la "protagonista" de La mujer del río, novela que comienza con la mentada detective resolviendo el caso del atropello del amigo de una Leiva preadolescente. Un cruce y juego de perspectivas, de intertextualidad, que me ha gustado mucho, que me ha parecido sumamente estimulante.
Ahora bien, sobre La regla de los nueve como tal. Para empezar, es una excelente y elocuente novela debut, no sólo por la calidad de la prosa, de la escritura de Ilabaca, ágil y hábil al moverse y saltar entre primeras y terceras y furtivas segundas personas, también para no sólo alternar sino que fundir estilos más bien frontales, directos, callejeros, coloquiales, conversacionales, con otros más líricos, poéticos, literariamente compuestos y complejos, sin que el conjunto se resienta en lo más mínimo, antes al contrario, dotándolo de gran fuerza expresiva y una coherencia interna a prueba de balas. Porque lo que Ilabaca elabora con esta novela es lo que también ha elaborado, con importantes variaciones (y dispar suerte) en sus dos novelas posteriores, esto es: un relato policial sustentado en la humanidad de sus involucrados sin perder de vista el procedimiento, o mejor, el misterio inherente, porque a fin de cuentas todo parte de un hecho a investigar: un incendio que a todas luces luce como un accidente, pero que, habida cuenta del arisco y reservado carácter de su presunta víctima, ¿quizás podría albergar espacio a dudas? En cualquier caso, estas alrededor de 150 páginas están conformadas por las voces o testimonios de la madre de la víctima, del mismo Gabriel con su diario de vida, algunas cartas de una novia poeta que tenía, la detective Leiva y sus pesquisas, la de su superior el detective Cuevas, entre otras que van surgiendo, pidiendo y cediendo su lugar. Eso por la parte, digamos, formal, narrativa, argumental de esta novela.
Lo otro que destaca, aparte de la fluidez y solidez narrativa y argumental y estilística, es la manera tan aparentemente sencilla y natural con que Ilabaca crea personajes, lugares, con que transmite las palpitaciones de vida de estas personas y sus entornos: el ambiente universitario, la cultura laboral/esprit de corps de la PDI por parte de Leiva, la apretada y urgida y casi ilusoria placidez de una vida, con sus costumbres y rituales y limitaciones y libertades, de clase media: la vida modesta que sustituye la limitación de medios por una desbocada e ilimitada capacidad de soñar, de planificar, una vida de expectativas y de promesas cuasi inminentes, de no ser porque de vez en cuando hay que ponerse a contar monedas y hacer malabares con el presupuesto... Ilabaca debe saber de lo que habla, su retrato de la clase media, de un estilo de vida que puede llegar a ser tan amplio como variable, en mi modesta opinión, es materialmente adecuado, pero también emocional y filosófica o espiritualmente acertadísimo: así son los días, tediosos y sin glamour, rutinarios, pero con la esperanza de la abundancia a la vuelta de la esquina mientras de momento te escapas un poco con gustos o actividades por encima de tus posibilidades, los lujos que todos nos merecemos a veces. Nada que ver con la desconectada, ignorante e insultante proyección chic y pretenciosa de Fuguet, por ejemplo, que en su horripilante Ciertos chicos hace el ridículo y da vergüenza ajena al pretender que sus personajes sean de "clase media". Leer La regla de los nueve, más allá o más acá de su componente policial, es como volver al pasado, a una forma de vivir que ya no se lleva, que sería imposible de llevar, no sólo por los cambios en la juventud (a fin de cuentas este libro es una suerte de retrato generacional chilensis sobre jóvenes disconformes que buscan una salida sentimental y romántica o artística a un destino gris y convencional: la rutina de vivir con lo justo mes a mes, sin sufrir de carencias graves, permitiéndose ocasionales lujos y vacaciones, en los confines de su casa ampliada en esos barrios clónicos) sino que también por los flujos sociales, económicos, etc.: esta novela es sobre una clase media que ya no existe. 
Parece que, cuéntate una nueva, me alargué y hasta me puse a dar la lata. Pero me ha gustado mucho esta novela: como está escrita, como está contada, sus personajes, su argumento, su narración aparentemente libre a la vez que calculada, su certero y desnudo aunque para nada forzado retrato social y generacional y hasta temporal, histórico a su modo. Es una novela con mucho corazón, auténtica y genuina, de carne y hueso, que da cuenta de realidades y problemáticas, tan vigentes entonces como ahora, sin casi proponérselo, porque son los personajes y la narración las que respiran y desprenden dichas realidades y problemáticas. Ilabaca parece seguir el procedimiento contrario a otros/as escritores/as más recientes, que escriben sus historias a partir de o debido a tales temáticas (un cuento sobre la violencia de género, un cuento sobre la marginalidad, un cuento sobre la desigualdad socio-económica), que aunque queden bien escritas y todo, rezuman ese aire teledirigido, encorsetado, "obligado", moldeado, mientras que la escritura, la obra de Ilabaca rezuma libertad creativa, coherencia literaria, es un ejercicio tan vigoroso como necesario: es una verdadera escritura de la memoria, de una memoria esencialmente emocional e íntima, personal, cuyo hilo único, enlazado con otros hilos únicos, con otras memorias, va enhebrando un tejido social y político mayor, más grande, y abarcando multitud y variedad de temas de una manera más orgánica y natural, y multidisciplinar, "multiperspectivas", a fin de cuentas las personas viven y sobrellevan toda clase de problemáticas en su día a día: la vida no es únicamente una anécdota nocturna concreta, la vida es lo que Ilabaca construye, a lo que da rienda suelta en La regla de los nueve, con resultados más rotundos, robustos y sustanciosos (menos quejumbrosos, sobre todo).
Y ahora sí me despido, pero supongo que es necesario a veces dejarse llevar por las reflexiones críticas. Espero que se entiendan, je, je.


En nueve años La regla de los nueve, la novela debut de Paula Ilabaca, ha sido prestada en dieciséis ocasiones. Lleva bastante tiempo en la red bibliometrina, creo que es el único ejemplar, pero no me tomen la palabra no me he molestado en confirmar tal aseveración. Es un libro que, por lo demás, se ha mantenido activo a lo largo de los años. La pulcritud de las fechas estampadas no destaca mucho, ¿no?, pero qué le vamos a hacer, siempre decimos eso, qué le vamos a hacer... es lo único que se puede hacer, que alguien como yo puede hacer.

jueves, 29 de mayo de 2025

La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami

 

Bibliometro #109. Por fin, luego de haber leído hace tantos meses Escucha la canción del viento/Pinball 1973, seguimos con la bibliografía del japonés Haruki Murakami, todavía en orden gracias a que todas las bibliotecas, echando una rápida comprobación, tienen sus libros, por lo que es posible ir adentrándose en su obra de manera cronológica, lo cual siempre resulta revelador. La tercera novela, entonces, que publicó el escritor nipón es La caza del carnero salvaje, con la que, imagino (no he leído más libros suyos, claro), viene a cerrar una trilogía completada por sus dos primeras novelas, amén de la aparición de ciertos personajes conocidos, además de ciertas atmósferas y ciertas temáticas clave. Vamos, la caza les va a encantar.


No es que lo haga a propósito pero, vaya, Banana Yoshimoto no está teniendo el mejor de los tratos en este blog. Hace un par de semanas comparamos su N.P. con El señor Nakano y las mujeres de Hiromi Kawakami y salió perdiendo, tanto porque la prosa de Kawakami, sin perder su halo poético y su capacidad para describir emociones y personalidades complejas de manera sencilla, es mucho más cristalina como porque la narración en sí misma, personajes e historias o conflictos y dramas, es mucho más interesante, entretenida, cautivante, sin tener que recurrir a golpes de efecto tan manidos y sobados. Yoshimoto, tal como lo dijimos en N.P., es buena escritora en el sentido que sabe moverse con las palabras, sabe elegir palabras, su prosa por momentos también puede ser, en efecto, cautivante, misteriosa, profunda, lírica, capaz de expresar y transmitir buena clase de sentimientos y sensaciones, lástima que no tarda en caer en su propia trampa, tornándose presuntuosa, ampulosa e ininteligible, presa de un excesivo e innecesario simbolismo, muy contraproducente, que le quita interés y atractivo a sus elementos narratológicos. Una cosa es saber escribir bien, otra cosa es saber narrar bien. Podemos decir lo mismo de Martin Amis, que sin duda es un muy buen escritor, ingenioso, irónico, mordaz, complejo a su modo y potente con las palabras, incluso en sus peores novelas tiene párrafos, páginas enteras incluso, que son un verdadero placer de lectura, pero que, maldita sea, se hace tan pesado al momento de contarnos unas historias, a la larga, llamativas (sus personajes y diálogos, eso sí, en general son geniales) pero insignificantes y anecdóticas (ejemplo: Perro callejero y La información), tan superfluas que la escritura misma intenta mantener el conjunto a flote volviéndose innecesariamente enrevesada, iterativa, truculenta y tendenciosa. Y como Yoshimoto, tanto artificio para premisas que son el ejemplo de la simplicidad (tedio generacional e incertidumbre vital en el caso de la japonesa; sátiras sociales, políticas y culturales en el caso del inglés) que con una escritura de la claridad quedarían perfectamente bien.
Pues bien, ignoro si Yoshimoto es muy admiradora de Murakami, leerlo tuvo que leerlo en algún punto, pero La caza del carnero salvaje es todo lo que N.P. intentaba ser y no lograba, es decir, una historia sobre el tedio vital, el vacío o la abulia existencial, el vacío de una generación a la deriva, despojada de objetivos de sueños, que sólo saben trabajar hasta la extenuación por mera costumbre, cuya indiferencia o inofensivo desencanto es en realidad una bomba de tiempo (imaginen una sociedad sostenida por unos pilares que no creen en la estructura que aguantan, que no quieren ser parte de ello); y sobre lo extrañamente encantador que puede llegar a ser una gris y repetitiva rutina, succionada por una trama de tétricos tintes, digamos, sobrenaturales o esotéricos y oníricos, de cierta imaginería surrealista. La caza del carnero salvaje es como, y estas son referencias meramente ilustrativas, para que se hagan una idea aproximada (y son referencias que se me ocurren a mí, a lo mejor no vienen a cuento, a lo mejor el autor pensaba y se inspiraba en otras obras, a lo mejor ustedes mismos piensan en otras obras), El extranjero mezclado con el cine de Lynch mezclado con los absurdistas saltos al vacío de Auster mezclado con los saltos al vacío artístico/literarios/historicistas de Bolaño mezclado con... lo olvidé, pero tenía otro nombre que me hacía mucho sentido.  El caso es que todos esos elementos, quizás a priori disímiles, acá funcionan a la perfección: La caza del carnero salvaje es un libro hipnótico, magnético, de lectura fascinante y un claro salto cualitativo con respecto a las dos novelas precedentes, que si bien eran claras muestras del talento como escritor/narrador de Murakami (aunque Pinball 1973 sea una novela irregular), también daban cuenta de que Murakami era, en efecto, un escritor en ciernes, dando sus primeros pasos. La caza del carnero salvaje es una obra mucho más robusta, rotunda, sólida, sin altibajos, en donde todos sus aspectos no sólo están en perfecta armonía (sin que uno destaque más u opaque a los otros) sino que se potencian y enriquecen mutuamente a lo largo de toda la historia, que se extiende a lo largo de unas 400 páginas que se hacen pocas, pero que son más que suficiente, ni les falta ni les sobra nada.
¿De qué trata? Pues de un apocado sujeto, bastante aburrido de su vida aunque mal no le va y aunque tampoco sabe qué le falta o dónde podría partir por buscarlo, quien con toda seguridad es el mismo que protagonizaba Escucha la canción del viento y Pinball 1973 (que no tenga nombre ayuda un poco a generar ese aura algo fantasmal en torno a él: puede ser o no puede ser), que, entre medio de algunos problemas personales, se topa con un problema inesperado, ilógico pero importante: le encargan encontrar (o cazar) a un carnero muy especial, muy singular, único, que puede que exista más allá de nuestro plano de realidad, aunque sea en la realidad que deberá encontrarlo, pues en la realidad vive, en la realidad está preso y atrapado. Y prefiero no decir más, es mejor que se adentren en este laberinto, que se lancen a este salto al vacío, sin que sepan casi nada en términos argumentales. Pero sí, esta novela es un potente retrato generacional, que captura con precisión y nitidez ese maldito tedio que todo lo aplana, que todo lo descolora, que todo lo despoja de luz y voluntad y sueños. La generación de los adultos treintañeros, en el filo de la decepción, del "esto es todo lo que hay... ¿lo acepto o me rebelo?".
Es también una historia detectivesca, una aventura como metafísica pero bien práctica, con los pies en la tierra, inteligible, lo cual es un acierto y un logro: jugar y abarcar lo inasible de una manera tangible, presente, clara. Supongo que tiene que ver con la personalidad del protagonista y también con las intenciones de Murakami: los problemas humanos en el fondo se solucionan material, objetivamente, no con escapismos introspectivos, adaptándose a la realidad en lugar de intentar adaptar la realidad a nuestras propias manías narcisistas. Porque... ¿Qué significa este carnero tan especial? ¿Es acaso el carnero una especie de felicidad abstracta, una perfección de placidez emocional/psicológica/vital cuasi divina? ¿Un símbolo, un signo? Puede serlo, pero es también, debe serlo, un objeto (¿Un talismán, un amuleto, un boleto de lotería?) en alguna parte. Y es una búsqueda, si es que uno pretende atraparlo, tremendamente poco práctica, pues es precisamente un salto al vacío, un salto al olvido, una fractura misma con la realidad y con el propio ser: para encontrar al carnero debes deshacerte de todo, de ti mismo, abandonarlo todo, y verte atrapado, succionado, ahogado asfixiado, en ese tornado que gira dentro de un vasito de agua. El protagonista, que lleva a cabo esta caza por encargo, a regañadientes (amenazado con castigos bien concretos y materiales, no fuegos metafísicos), es testigo cínico de ello: personajes que se ven consumidos por un mero ideal, un ideal metafísico, y que configuran sus vidas tangibles en torno a algo que no existe, ese carnero, esa maldición... más o menos como los personajes de Yoshimoto. El protagonista en cambio, que también le busca un sentido a su existencia, a su vida que no es perfecta ni luminosa, lo hace a través de la vida misma: la comida, los pequeños placeres, los libros, la música, las miradas los sonidos, las mujeres los amores, la compañía de un aire tranquilo y silencioso, la belleza de un paisaje virgen e intocado, un protagonista que no se inventa problemas ni líos para hacer interesante su vida ni que se psicoanaliza a sí mismo en largas sensaciones autocomplacientes y autoindulgentes... No me cabe duda de que Murakami se estaba burlando un poco de esa clase de relatos y novelas, de esos personajes embobados en líos metafísicos ininteligibles, elaborando, eso sí, una novela absolutamente entretenida, con una intrincada y enrevesada trama que se entiende a la perfección sin perder por ello su capacidad de sorprender e intrigar, ni tampoco para transmitir o expresar sus reflexiones filosóficas, existenciales, sociales, etc. Es una historia detectivesca pero también una especie de tratado/enfrentamiento entre escuelas filosóficas, entre puntos de vistas y cosmovisiones o estilos de vida, para enfrentarse a la realidad, y esta novela aúna a la perfección ambas vertientes: un misterio "metafísico", eso sí, protagonizado por un personaje en extremo práctico, descreído y con los pies bien puestos en la tierra, que es el modo en que pretende salir indemne de este atolladero en el que se vio envuelto tan de la nada mientras que los demás, si quieren, jueguen a sus aventuras esotéricas.
Bueno, ¿qué más queda por señalar? La prosa de Murakami, cristalina y sencilla, destaca también por un lirismo muy evocador y sugerente; con unos pocos y modestos trazos, el autor es capaz de capturar y retratar a sus personajes, sus emociones y sensaciones, los ambientes y las atmósferas en que se mueven, es capaz de transportarte y situarte en sus impactantes escenarios, de maravillarte con sus múltiples historias y personajes que surgen con agilidad y fluidez pasmosas. Y siempre manteniendo ese aire enigmático, intrigante, de perpetua tensión, pero también palpable, concreto. Tampoco falta el sentido del humor, esa ironía innata al relato, que logra aligerar también esta historia que, en el fondo, es una historia sumamente sombría, casi deprimente, en donde casi se te dice que, ni por uno ni por otro lado (ni por el lado del escapismo de las fantasías o de la imaginación, ni por el lado del pragmatismo o del empirismo) vas a poder hallar las respuestas a las inquietudes que tanto te angustian porque, quizás, el presente es una perpetua búsqueda, es decir una perpetua insatisfacción, un perpetuo "casi estoy ahí, casi lo entiendo": una cacería sin fin. Y los diálogos, por favor, diálogos afilados, inteligentes, ingeniosos, tan coquetos y juguetones como naturales, como sacados directamente de las calles y de los cafés. Es que, en verdad, La caza del carnero salvaje es una novela magnífica, sustancia y estilo a otro nivel, de una calidad prácticamente, virtualmente intachable: no tiene fisuras por ningún lado. Murakami debió comerse el coco bastante mientras escribía esto porque le quedó una obra genial, magistral, se me hacen pocos los adjetivos: la literatura está hecha de lo que este libro tiene a manos llenas.
Recomendable total, léanla sin dudas, les va a encantar estoy seguro.


¡Qué ficha bibliográfica! Este ejemplar, este libro como objeto, está hecho un desastre, pero apenas lleva en las redes bibliometruscas dos años, quizás llegó hecho jirones y luego, inevitablemente, se fue haciendo mierda cada vez más, la gente es muy descuidada. Como sea, números concretos: catorce préstamos en dos años, el año de gloria fue el 2024 con ocho de esos préstamos; aunque la tinta del estampado no es muy intensa ni negra ni nítida, las fechas están bien colocadas a excepción de ese maldito 1 de febrero del 2024, que rompe, ensucia, desprestigia por completo el orden de las otras fechas. Una lástima, ¿no?