"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 29 de septiembre de 2025

El libro de las ilusiones, de Paul Auster

 

Biblioteca de Santiago nº34. Llegamos ya a los años 2000 de la obra narrativa de Paul Auster, luego de Tombuctú, pero sobre todo, luego de sus años cinematográficos de mediados de los noventa/principio de milenio, años que, sin duda alguna, dejaron una honda y gran impresión en este autor que, con El libro de las ilusiones, nuevamente, nos entrega otra magistral y magnífica novela embellecida con la inconmensurable magia del cine.


Paul Auster es el gran mago de las pequeñas grandes historias, y también de las rotundamente grandes, y en El libro de las ilusiones, gracias a las posibilidades que entrega el cine como arte y como narración, es más transparente al expresar y transmitir aquel mantra que emana del gran pilar fundamental de su obra: toda historia es maravillosa e increíble en su modesta e íntima manera, la vida misma es una ficción si se sabe mirar y escuchar adecuadamente, con la mente abierta, libre y dispuesta, a dejarse sorprender por los giros que las existencias grises y monótonas invariablemente tienen aunque no haya nadie para registrar, para recordar, al menos no en el presente, pero quizás sí en el futuro: cada individuo, cada persona, cada ser humano y cada vida es como una botella con un mensaje en su interior, perdida en altamar, hundiéndose y resurgiendo en las mareas del tiempo, esperando a ser encontrada y conocida, consagrada y sublimada. Del mismo modo, toda ficción es también real en tanto es una historia, como toda historia, con sentimientos, pensamientos, con una vida en sí misma, una vida propia e inherente cuyo adn también forma parte de aquella realidad que va más allá, y más acá, de la frontera de su formato intrínseco.
El libro de las ilusiones nos cuenta la historia de David Zimmer, un académico literario ahogado en el luto y la tristeza, que se embarca, o mejor dicho que se ve succionado, hipnotizado, por una aventura extraordinaria que tiene tanto de imaginación como de viaje y odisea. Todo parte (es un decir) cuando, para escapar de su devastadora depresión, se dedica a estudiar la obra cinematográfica de un tal Hector Mann, uno de esos actores/realizadores de la época muda que, a la sombra de los grandes como Chaplin Keaton Lloyd, de todas formas construyó y legó una filmografía innovadora a su modo, en un estante secundario de la historia del séptimo arte (junto a otros nombres como los que se pueden ver en una de las fotitos de arriba, lista a la que sumo el nombre de Max Linder, búsquenlo). Además de la calidad de su escueta pero elocuente obra, Mann es recordado (por unos pocos) por su repentina y nunca aclarada ni resuelta desaparición, como evaporado en el aire, sin que nunca se haya vuelta a saber nada de él... ¿nunca más?
Así, El libro de las ilusiones es Auster puro: es adentrarse, dejarse caer, en los hermosos abismos de la vida misma y del arte, de las artes, del conocimiento, que en la persona (o la sombra), en la presencia (o ausencia) del cómico Mann encarna esa unión sublime entre el hombre de carne y hueso, como tú y como yo, y el ícono, el símbolo, la estrella y la obra en sí misma: es como dije antes, la vida como arte y como relato, el arte y las historias imbricadas en la vida misma. La lectura de esta novela, de casi 350 páginas, es absolutamente fascinante e hipnótica, se la leerán de un tirón, como por encantamiento, perdidos, pero con la brújula dramática maestra del autor, en la vida y obra de Hector Mann y también en la de su protagonista y la de los demás personajes, porque todos tienen vidas de alguna u otra manera dramáticas, épicas, emocionantes. La novela no deja de invitarte a querer saber más y más, a navegar y bucear más y más adentro y a fondo, es imposible saciarse con todo lo que tiene para ofrecer: las películas de Mann (la descripción precisa y evocadora, sugestiva, de una de sus películas avant-garde te deja babeando: un genio de la proyección fílmica mental), la historia de su desaparición, la fascinación de su espectro, el vital entusiasmo de Zimmer, el arte y el conocimiento como tablas de salvación, en fin... Y para qué hablar de los temas habituales de Auster, que siempre encuentra el modo refrescante y renovado para desarrollarlos: la búsqueda de la identidad, la lucha encarnizada contra el destino, la pelea contra las rígidas estructuras sociales, esa especie de feroz anarquismo intelectual de todos los personajes de Auster, de su arquetipo de héroe o anti-héroe: el que quiere forjar su vida y su muerte aún a costa de su propia integridad física y mental con tal de rasgar los chapuceros telones de la gran farsa "americana".
Qué más se puede decir: El libro de las ilusiones es otra maravillosa y fabulosa novela de un autor dotado de una sensibilidad artística tan diáfana y frontalmente honesta, genuina, como compleja e intrincada y seductora, incitante, un genial prestidigitador de la literatura y la narración, un gran fabulador y contador de historias, dueño de una creatividad sin límites aparentes precisamente porque dicha creatividad copula febril y tórridamente con todas las manifestaciones artísticas y culturales posibles. Vida y arte, arte y vida.

lunes, 22 de septiembre de 2025

El hombre en el castillo, de Philip K. Dick

 

Bibliometro #125. Lento pero seguro continuamos adentrándonos en la obra de Philip K. Dick, uno de los escritores más singulares no sólo de la ciencia ficción sino que de la literatura en general, y esto lo digo con todo el atrevimiento de mi ignorancia. Ya no hay más libros suyos en Bibliometro, con El hombre en el castillo, uno de sus títulos más conocidos (y que fue adaptada en una serie para Amazon que cuenta nada menos que con cuatro temporadas, cuarenta episodios en total, y eso que la novela no alcanza las trescientas páginas), hemos pedido todo lo que esta red tiene a disposición, sin embargo aún nos queda la BDS y algunas cositas que compré durante mis tiempos de bartender explotado, es decir cuando tenía dinero.

Bueno, los libros de Dick nunca son completamente lo que parecen, y eso es bueno. La suya es una ciencia ficción tan especulativa (en el buen sentido: el de la creatividad, el de la libre fabulación, el de la invención pura aunque no del todo descabellada pero sí delirante) como arraigada y enraizada no sólo en el presente y sus dimensiones (sociales, políticas, etc.), sino que también en la abismante interioridad humana, ya sea su mente ya sea su espíritu. Una ciencia ficción menos tecnológica o fantástica que conceptual y experimental, incluso psicológica. El mismo Dick se ha explayado al respecto al dar su definición de ciencia ficción. No es de sorprender que algunas de sus historias parezcan transcurrir en el presente, con personajes que hablan y viven como lo harían en la época presente (que pueden ser las décadas en las que el autor las escribió, que pueden ser las décadas en las que nosotros las leemos, porque he acá otra reflexión: nuestro mundo es ciencia ficción comparado con el de los sesenta, pero, en esencia, a nivel humano, ¿cuál es la gran diferencia?), aunque sus contextos sean muy o poco demenciales. Las novelas de Dick, al menos las que hemos leído, con todo lo "ciencia-ficciosas" que puedan ser, son historias o relatos o narraciones sobre dramas personales, colectivos, mezclados con complejos entramados experimentales-conceptuales. A veces pienso que una novela de Dick es como una novela que alguien escribe en el futuro, pero que escribe considerándolo su presente. Imaginen una novela contemporánea escrita por alguien en Tokio o alguna otra ciudad híper tecnológica e híper estilizada, para mas inri una novela que trate sobre internet y computadores y realidades virtuales contrapuestas con la naturaleza humana y la estabilidad mental de personas de carne y hueso abrasadas por el frenesí cibernético, que de algún modo va a caer a manos de alguien en los sesenta o setenta, y tienen una novela de Dick: algunos quedarán deslumbrados por la imaginación al crear esos edificios, esas tecnologías, otros pondrán más atención al drama humano que desarrolle dicha novela.

Todo esto lo digo, además de sin tener mucha idea de si de algo sirve, porque El hombre en el castillo no es para nada lo que parece y su premisa podría inducirles a pensar en un tipo de novela que, finalmente, no es, por lo que es buena idea prevenirlos. Resulta que tenemos entre manos una ucronía: la historia se bifurcó de la nuestra y, en la Segunda Guerra Mundial, los nazis, los italianos y los japoneses no fueron derrotados, es decir triunfaron y el mundo entero es regido por la mano dura de dichos regímenes. Uno de los grandes perdedores es Estados Unidos, cuyo territorio es ocupado y dividido: Japón se queda con una buena porción de la costa oeste, el lado que da al pacífico; los nazis se quedan, desde luego, con el sur; casi toda la llanura central se independizó, ni siquiera se llama Estados Unidos; y lo poco que queda de Estados Unidos como tal, títere no oficial de los nazis, abarca la costa este, de Nueva York para el norte. Y como los nazis son los grandes triunfadores del orden mundial, desde luego que la tecnología también avanza de otro modo más acelerado, a fin de cuentas el frenético delirio amoral e inhumano de los experimentos nazis conduce a resultados más rápidos y reveladores. Pero no es una novela con ecos bélicos, de espías, de complots internacionales, etc., aunque tenga de ello. El hombre en el castillo es una novela profunda y esencialmente espiritual, incluso mística, metafísica a su modo. Todo lo anterior es tan sólo un contexto, para nada gratuito ni intercambiable, claro, pero esperen una novela de trama, porque casi no tiene trama, prácticamente no la tiene y aquello que podríamos hacer pasar por trama es en realidad un mecanismo deliberadamente secundario y aparente: las acciones y los encuentros en que se involucran los personajes son, en realidad, un modo para empujarlos al verdadero conflicto que propone este libro: la lucha interna, la lucha filosófica, la lucha espiritual. Y que la especulación ucrónica de este escenario tan devastador es la manifestación más descarnada de dicha lucha espiritual.

¿Qué quiero decir con esto? Bueno, en primer lugar, Dick, sin solazarse en excesivos y minuciosos detalles, sí nos describe cómo es la vida pública y privada en este mundo nazificado. Obviamente hace gala de su genial capacidad de observación y especulación, y resulta interesante, atractivo, las similitudes y diferencias con que se desarrollan las cosas en la novela con respecto a nuestra realidad. Pero, más allá de consideraciones prácticas y políticas (obviamente, entre otras cosas, se ha institucionalizado el racismo y el estado de derecho es una ilusión al igual que las instituciones democráticas en las que tanto confiamos), el zeitgeist de esta novela es más bien moral: se vive en un mundo brutal, inhumano, malvado y perverso. Puede que a nivel de calle no veas atrocidades, pero sabes que están ocurriendo. Siempre pasan cosas malas, nunca nos enteramos, pero es lo que pasa cuando los malos ganan: es como si todo, de facto, se pudriera, porque el triunfo del mal es la admisión de que el sol y su luz, su calor, ya no existen; cuando ganan los buenos, impera la alegría y el optimismo, triunfando moralmente sobre el mal incluso aunque siga existiendo la muerte, la injusticia. En este ambiguo clima cotidiano, nuestros personajes, al menos los más importantes, son: un servil y complaciente vendedor de antigüedades estadounidenses "nativas" (no de los indios necesariamente, pero sí muebles o cuadros o lo que sea confeccionado por gente blanca antes de la derrota) que siente la misma vergüenza, humillación e impotencia que sentiría un japonés en el Japón ocupado por los gringos; un judío que comienza a falsificar joyas luego de quedarse sin empleo y que vive en un profundo estado de atonía y vacío existencial; un japonés de los altos mandos que se ve involucrado en una trama de espionaje y cuya visión de mundo se desmorona cuando las cosas se ponen violentas; una mujer solitaria llamada Juliana que se enamora de un misterioso camionero y cuya rutinaria soledad en realidad esconde una especie de cobardía vital; y el espía que llega a San Francisco para cumplir con su misión, un hombre más bien pragmático que, sin embargo, no deja de cuestionarse la utilidad (o futilidad) de sus acciones en un mundo aparentemente devorado por la auto-destrucción. Y, en fuera de campo, hay un libro dando vueltas, libro escandaloso y subversivo que describe un mundo en el cual el Eje perdió (y que no es una reproducción exacta de nuestra historia, claro, aunque habría sido un guiño muy divertido por parte de Dick), cuyo autor, para protegerse de represalias, vive protegido en una especie de fortaleza de alta seguridad bautizada como El Castillo, al menos eso dicen.

La trama (la reunión que el espía debe tener con unos japoneses a fin de traspasar cierta información crucial para el devenir del mundo, y por el otro lado la aventurilla de la tal Juliana con el camionero esconde varias sorpresas), ya digo, es meramente secundaria y Dick conscientemente las desarrolla al mínimo posible, a su mínimo práctico, lo suficiente para que las acciones y los encuentros sigan avanzando sin perder tracción o cierta verosimilitud, y lo primario de dichas tramas es que actúan como catalizadores de unos personajes en conflicto consigo mismos pero, hasta entonces, reacios a enfrentarse a sí mismos, a mirarse a la cara y explorar los escarpados mundos interiores que habitan. Son personajes que, tal como el mundo, tal como la realidad en la que viven, se han resignado a existir y a aceptar ese escenario tan desolador del triunfo y dominación nazi. Se han acostumbrado a respirar un denso horror banalizado. Y, así como el libro del misterioso hombre en el castillo inquieta a las altas cúpulas nazis, de todas formas en su interior hay un pensamiento, un sentimiento, una idea que, más que una brasa moribunda, es un pequeño fuego en potencial expansión: ¿y qué pasaría si el mundo no fuera así, si yo me negara a darle la mano a esta realidad tan nefasta, si me rebelara y le diera vida a mis viejos ideales? De este modo, la sucinta trama desarrollada es el reflejo de ello: la creciente determinación a hacerle frente al horror, a decir ¡esto es suficiente!, intentar cambiar el rumbo de la historia aunque sólo seas tú quien se dé cuenta al inicio: toda avalancha comienza con una bolita de nieve. De este modo, el escenario de la ocupación nazi es el modo en que Dick reflexiona y explora sobre la naturaleza del mal, sobre la espiritualidad individual y colectiva, y cada personaje representa un aspecto, un ámbito diferente de esta exploración y reflexión. No hay grandes enfrentamientos o triunfos, pero hay catarsis, hay crisis internas e íntimas, que acaso sean los prismas primordiales de todo cambio a mayor escala; y no esperen un ritmo frenético de acontecimientos ni clímaxs intensos, al contrario, la prosa y narración de Dick son anticlimáticas, elegíacas, introspectivas, un fluir de acciones "interiores".

Yo, en lo personal, no me sentí muy entusiasmado con esta novela. La entiendo, al menos por encima, comprendo lo que el autor quería desarrollar, pero no me ha llegado mucho aunque valoro su valentía y atrevimiento y, claro, las muchas reflexiones e ideas que comparte a través de los personajes. En estos ejercicios tan deliciosos como inútiles que me gusta hacer, de repente me hizo pensar: ¿Cómo hubiera sido esta novela escrita por Camus, y cómo habría quedado La peste escrita por Dick? Si han leído ambos libros, jueguen a ello, las similitudes no son pocas y sí son prometedoras. Supongo que, a grandes rasgos, los mismos reproches que le hice a La peste se pueden aplicara  El hombre en el castillo, pero la de Dick tiene personajes menos sustanciales (el del japonés y el del vendedor, quizás, tengan mayor peso, incluso el espía) y, no obstante lo consciente y deliberado del "minimalismo" de su trama en tanto mecanismo dramático, sí debo decir que es muy minimalista y que, a pesar de cierta cercanía y naturalidad  con que Dick describe a los personajes y sus diálogos, sus movimientos, es difícil implicarse a fondo con sus conflictos internos, que quedan como lúcidas e inteligentes reflexiones con momentáneos quiebres y crisis. En Fluyan mis lágrimas, dijo el policía o Ubik, por ejemplo, Dick logra lo mismo pero mejor, de manera más redonda: te arma una trama, un argumento delirante y atractivo, pero también desarrolla y explora profundamente el alma, la mente, la espiritualidad de sus personajes y de la realidad en la que viven, esos futuros delirantes pero creíbles, como espejos deformantes pero fidedignos de males del presente.

Como sea, me he alargado mucho, pero me alegro en cierto modo porque demuestra el encanto de Dick. Antes de despedirme, me gustaría reflexionar sobre el final del libro, pero como tiene spoilers, avisados quedan de no seguir leyendo si no conocen el libro: SPOILERS/SPOILERS/SPOILERS/SPOILERS... ¿Dejaron de leer? Muy bien, vamos: resulta que el camionero con la que viajaba la tal Juliana era un nazi cuya misión consistía en matar al escritor de ese libro tan loco. Juliana, que no estaba enterada al inicio, al enterarse por torpeza del nazi lo mata y corre a advertirle al escritor de que su cabeza es deseada por los nazis. Lo encuentra y resulta que el escritor no vive en un castillo amurallado, sino que en una típica casita suburbana gringa. Luego de esa sorpresa, Juliana entabla conversación con él y quiere saber cómo escribió el libro, cómo se le ocurrió, porque el libro está escrito de manera tan especial, que casi no parece humano. El escritor admite que él no escribió nada, que tan sólo transcribió las respuestas que el I Ching le daba a sus preguntas, lo cual es otra sorpresa, pero la sorpresa mayor, la bomba, cae de inmediato: ¿No será entonces una paradoja?, porque todo lo que el I Ching responde es la verdad, lo que quiere decir que la novela es real, que el Eje, en efecto, perdió. ¿Cómo se explica entonces todo lo que tienen a su alrededor, la dominación social y política nazi? Para esto no hay respuesta, Juliana tan sólo se va de la casa del escritor y la novela termina. No he dejado de pensar al respecto. Es fácil ceder a la tentación de decir que estamos ante otro de esos delirios paranoicos de Dick en donde la realidad no es la que se muestra, la que te dicen, que vives en cierto tipo de alucinación o simulación, como si la ucronía de la novela fuera una partida de rol y la novela del hombre en el castillo fuera el talismán que te permite ganarle a los otros y escapar. En mi opinión, dándole vueltas al final, pienso que tiene que ver con eso del conflicto interno, espiritual, existencial, filosófico del que tanto hemos hablado: que algo sea real no quiere decir que esté materializado, es decir, la dominación nazi, en esta novela, es real, pero no está tallada en piedra: existe la posibilidad de que otra realidad sea posible, si se acepta la existencia de esa otra realidad, entonces no es imposible que pueda materializarse de algún modo. En otras palabras, el mal no es invencible. Pero tienes que creer y tener fe en ello.

En fin, terminemos. Prevenidos quedan, El hombre en el castillo no es la novela que de seguro piensan que es, pero no es una mala novela, tan sólo una novela sumamente extraña, singular y demoledora a su poético modo. Dick es un poeta loco y delirante, pero poeta al fin y al cabo. El hombre en el castillo no me ha entusiasmado o gustado mucho, pero su lectura es innegablemente valiosa, importante e imprescindible: otro tipo de ciencia ficción es posible, parece decirnos. ¿Y la serie? Dudo que sea una adaptación espiritual e intelectualmente fiel, dudo que adapte el alma de esta novela, de seguro a lo largo de sus cuarenta episodios se enfoca en el aspecto grandilocuente, el de los complots internacionales, espías, guerras silenciosas, etc. ¿Alguien la ha visto?

Un libro nuevecito de paquete, eso es todo lo que se ve en esta ficha bibliográfica bibliometrina: soy el único préstamo de momento. ¿Qué más podemos decir? ¿Cómo creen que habrá salido la serie de Amazon?

jueves, 3 de julio de 2025

La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon

 

Biblioteca de Santiago nº 32. Thomas Pynchon, el ínclito, el escritor que lleva publicando libros desde principios de los sesenta (¡piensen en ello detenidamente!: ¡sesenta años!), el escritor que publicó su primera novela con 25 años aproximadamente y que está pronto a publicar nueva novela a sus casi noventa años de edad, ese escritor precisamente siempre ha sido un escritor que me ha interesado y atraído, aunque tan sólo he leído Vicio propio (que me gustó mucho cuando la leí, hace más de diez años ya, motivado por la adaptación cinematográfica de Paul Thomas Anderson) y algunos de los cuentos de Lento aprendizaje porque, por la misma época, no sé el porqué, se me anduvieron resistiendo. La BDS tiene libros de Pynchon, me fijé, y me saqué La subasta del lote 49 porque, ja, estaba mal informado: como es la novela más corta de este autor tan críptico (no alcanza las 200 páginas, en concreto, son unas 185), pensé que también sería la primera, ya saben, Pynchon comenzando con calma. Resulta que La subasta... es su segunda novela (la primera es V.) y, aunque ésta fuera su debut literario/editorial, demonios, no es que haya empezado con calma precisamente. Y por eso nos gusta, oh sí.

De inmediato les digo que si quieren quedar con el cerebro molido y licuado, macerado en sus propios fluidos durante varios días y noches, entonces péguense un programa doble de La subasta del lote 49 y El péndulo de Foucault, de Umberto Eco... Y ojo, que esto no es gratuito en lo absoluto, y si ya conocen la sesuda, críptica y sinuosa novela del italiano, comprenderán entonces por dónde van los tiros con la de Pynchon.

La subasta del lote 49 nos cuenta la historia de Edipa Maas, una mujer promedio de clase media más o menos privilegiada y desahogada, dueña de casa en una tranquila y artificial urbanización californiana, que recibe una noticia doblemente impactante: ha muerto un antiguo amante suyo, que era nada más y nada menos que un prominente y extravagante magnate inmobiliario (aunque invertía en toda clase de oportunidades comerciales: un magnate renacentista, vamos) y genio especulador de suelos y terrenos, y en el testamento éste ha dejado por escrito que quiere que Edipa sea la albacea y administradora de su fortuna. Aunque no le parece algo muy razonable ni verosímil que se le encargue semejante tarea, habida cuenta de sus nulos conocimientos en materia de derecho testamentario o administración financiera y patrimonial, acepta el encargo como una más de las excentricidades de su lejano amante. Y mientras desempeña sus funciones, trasladada a la ciudad en donde estaba radicado el fallecido, las cosas se ponen definitivamente extrañas de un modo demencial, surrealista y desquiciado, y la protagonista no sabe si se está volviendo loca o qué, porque al parecer descubre una gran conspiración que trasciende épocas, siglos, países, sociedades, continentes..., una conspiración que podría remontarse a los tiempos del Imperio Romano (¡!), pero entonces ¿cómo todo encaja con todo, con ella, con el amante muerto, con nada? La segunda novela de Pynchon es una novela tan fascinante como agotadora a su estimulante modo: es un salto al vacío, al abismo de la paranoia y de la información, de las dudosas y sospechosas asociaciones, de la desconfianza... Es adentrarse en la psiquis progresivamente deteriorada de su agobiada protagonista, pero es también adentrarse de lleno en las brumas y sombras de una era, de un lugar, de una atmósfera (que es vaga y precisa a la vez: la California de los años sesenta, en los albores de los hippies, de las fechorías de la Familia de Manson, y de la psicodelia desenfrenada y libre, en donde los miedos eran más etéreos y menos "sociales", menos personales por así decirlo: se sospechaba del aire, no del prójimo), en los difusos contornos de una sociedad artificial y artificiosa en donde todo, incluso lo real, es invención y proyección. Imagino que Pynchon debe conocer en detalle todo al respecto, en cierta forma nunca ha dejado de escribir sobre ello: sobre la paranoia sobre todo, sobre la mutación de esa paranoia en distintas máscaras y disfraces amorfos, pero no deja de ser un adelantado a su tiempo me parece, afirmación valiente por mi parte dada mi falta de cabal información literaria, pero pondría las manos al fuego que Pynchon es uno de los pioneros en este tipo de relatos en donde la trama, cuidadamente enrevesada y diabólica, es en realidad un laberinto carente de importancia, una especie de espejo deformante de una realidad igual de compleja y bestial, igual de absurda, vaciada, sedienta y hambrienta de "emociones" en tanto estímulos.

En términos concretos, la historia es genial. Primero, porque narra con fluidez y bastante claridad (sí, sabiendo que es una novela de Pynchon) tanto los endemoniados recovecos de esta presunta conspiración milenaria como los múltiples personajes, acontecimientos y tramas en los que la protagonista comienza a desplazarse confusamente, es decir nosotros no nos perdemos, podemos atestiguar sin problemas la descendente espiral por la que va cayendo nuestra Edipa Maas. A la vez, aunque parezca contradictorio o paradójico, la prosa es Pynchon es también seductoramente compleja, críptica, sinuosa, abrumadora, pesadillesca por momentos, como una de esas pesadillas perfectamente discernibles en todos sus aspectos pero de igual forma sobrecogedoras, precisamente por esa suerte de hiperrealismo demencial. A fin de cuentas, de eso se trata la novela: el progresivo desmoronamiento de la percepción de la realidad a manos de las dudas, de la paranoia, de los miedos que todo lo desestabilizan, que nada concreto dejan en pie, sólo el polvo flotante que queda tras el derrumbe. Se los digo, es estimulante y fascinante, pero en lectores poco preparados puede ser una experiencia exigente. Y tampoco es que por acá lo hayamos tenido muy fácil según qué tramos...

lunes, 30 de junio de 2025

Música de cañerías, de Charles Bukowski

Bibliometro #124. De momento se nos acaba el frenesí bukowskista con Música de cañerías, un libro de cuentos, pero estoy decidido a traerme más libros en mis próximas incursiones por las bibliotecas públicas de este autor que como una tromba apareció entre mis lecturas, en mi navegación por el mar de la literatura. No es mal balance de momento, ¿no?, dos novelas y un conjunto de cuentos... Vamos bien, sí, más que bien...

Son 36 cuentos los que tenemos en este libro de unas 240 páginas. En esta ocasión prefiero no comentarlos uno por uno, como solemos hacer con los libros de cuentos, en parte porque me da pereza, en parte, y esta sería la razón principal, porque todos los cuentos conforman un todo inseparable, no de un modo argumental, claro, sino más bien, no lo sé, espiritual, pero es mejor decir atmosférico, pictórico: la elaboración de un gran cuadro sobre la decadencia estadounidense y el desesperado hastío de sus habitantes, de algunos habitantes al menos, ya sabemos: los desheredados, los olvidados. Ya sean cuentos protagonizados por el inefable e incomparable Henry Chinaski, ya sean cuentos protagonizados por una fauna anónima de borrachos, desempleados, ociosos, apostadores, prostitutas, vagabundos, mujeres solas (aunque entre algunos de los anteriores arquetipos hay trasuntos del mismo Chinaski, claro), ya sean cuentos más tirados hacia las hilarantes y delirantes anécdotas, ya sean cuentos literariamente más complejos, más depurados, más ambiciosos, más melancólicos incluso, todos pertenecen el uno al otro, como una gran hermandad sobre la belleza del fracaso o del fracaso de la belleza, el declive de los ideales o el ideal del declive, sobre la paz de la resignación o la resignación de la paz, todos son cuentos que se reflejan, que se potencian mutuamente, que se dan calor rabiosa, salvajemente, que se hieren inevitablemente para sentir las palpitaciones de vida en la sangre derramada, porque la vida es lo que se va, lo que se pierde, lo que se aleja, y no lo que habita, de tu cuerpo de tu estómago apaleado. Así, se me hace innecesario, insultante incluso, hablar de mis cuentos preferidos, pues estaría separándolos, desmembrándolos, de los "no-favoritos", y no puedo hacer eso, no sería capaz de cometer un acto tan cruel como despellejar la piel o rasgar la carne de un cuerpo vivo y anhelante. Sí les puedo decir que, sin importar el toque onírico y poético de algunos cuentos en contraposición a la crudeza frontal de otros, sin importar la grosera sonrisa perversa de algunos en contraposición a la sonrisa amarga y compasiva de otros, sin importar la brevedad y fugacidad dramática de algunos en contraposición a la profundidad humana de otros, Bukowski sigue siendo el mismo lobo solitario arisco y mal agestado de siempre, auténtico y leal a sí mismo, a su visión de su propia literatura sucia y lírica, insobornable y suicida, que no escribe trágicamente, no escribe malditamente: es un escritor que expone y desnuda las circunstancias injustas y monstruosas sin pelos en la lengua, pero también es un escritor que vive en la urgencia del estómago, del aquí y ahora, en donde todo problema requiere una solución inmediata, ya sea la bebida, un polvo mediocre, una conversación obligada, la vida es injusta pero es una vida de impulsos que te pueden salvar más, salvar menos, y ahí mismo, en ese instante de la decisión de colmar las ansias o las angustias, no hay razón o excusa a la que culpar, a la que endilgarle el peso de tus propios demonios o fantasmas personales: vivimos en un infierno inflamado de otros infiernos privados. Y claro, en el averno tampoco se pasa tan mal que digamos, o al menos no todo el tiempo. Bendito seas, maldito Bukowski.

Dos préstamos en dos meses, va viento en popa parece, esperemos que siga así...

sábado, 28 de junio de 2025

Factotum, de Charles Bukowski

 

Bibliometro #123. Uno dos tres tenemos un libro de Bukowski otra vez. Ayer mismo debutamos en su literatura con Cartero, le sigue Factotum, acá está Factotum, yo pienso, yo pregunto, ¿cómo es que esperamos tanto tiempo para leer a este viejo cabroncete? Un alma gemela, eso es lo que es, cuán bien me habría hecho leerlo en mis decepcionantes años veinte, Bukowski habría tenido la respuesta, Bukowski habría tenido la solución, Bukowski habría sabido qué hacer, maldita sea. Pero no es demasiado tarde, ¿no?

Factotum se sitúa en los años de juventud de Chinaski, en la década de los cuarenta, y, entre otras cosas, nos cuenta las peripecias de su protagonista para sobrevivir en la jungla estadounidense entre gran cantidad de malos empleos, memorables borracheras de las que no queda recuerdo a la siguiente mañana y tormentosas relaciones con mujeres bellas, esculturales, pero peligrosas como un huracán. Factotum es la gran novela desmitificadora de aquella imbecilidad del american dream y del american way of life. Como Corso diría (en un verso sacado de un poema bien largo, eso sí, un verso sacado medio cherry picking, lo admito), I am telling you the American Way is a hideous monster... Es la Estados Unidos que nos muestra Bukowski, la Estados Unidos en la que Chinaski sobrevive a duras penas, una boca de lobo, una verdadera jungla en donde impera la ley del más fuerte, en donde la solidaridad es una ilusión, en donde el bienestar es un sol que solamente le sonríe a sus criaturas más finas y elegantes, en donde su grandeza y su mística no son más que espectros ciegos aterrorizando a sus ciudadanos con ominosos gritos de ultratumba. No he vuelto a leerlo desde los años del colegio, pero no dejé de tener la sensación de que Factotum es como una pesadilla kafkiana pero salvajemente alcoholizada, con una prosa agresiva, descarnada y rasgada como una garganta castigada por el hambre y los alaridos de furia y desesperación, aunque no por ello menos diáfana, no por ello menos malditamente honesta, no por ello menos poética. Insisto, además, en lo señalado en Cartero: Bukowski expone la realidad desnuda y despojada con un estilo directo y brutal, frontal como un directo al mentón: no le hablen de malditismo, de tragedia, ni siquiera de victimismo. En cierto modo es como dicen en los A.A.: ¿por qué bebes? No hay razón, bebes porque eres un borracho. Chinaski bebe porque es un borracho que, eso sí, está disgustado, repugnado, asqueado de la realidad, del maldito país en el que vive. El mismo libro lo dice: el alma está en el estómago, el coraje está en el estómago. Sí: Estados Unidos es una maquina malvada y perversa diseñada para alimentarse de perdedores, de fracasados, de la más inmunda y marginada flora y fauna social: para que la trituradora de carne funcione y escupa sus dólares verdes como praderas vírgenes, en el otro extremo deben ir ingresando aquellos pobres diablos pisoteados. Sí, así es la cosa, pero es un dolor, una furia más bien animal, tangible, concreta, tan real como un puño apretado de rabia. No son dolores ni pesares abstractos y sus soluciones tampoco lo son: para Chinaski y la fauna que lo rodea en sus barrios bajos, la solución que mitiga el dolor de los huesos, de los músculos desgarrados y machacados, es una botella de alcohol barato, una tarde en bares apestados por el humo de cigarros, un polvo en una cama cochambrosa. Pequeños placeres que te mantienen con vida mientras el trabajo te asesina por partes. Chinaski es un anti-héroe sin suerte: no recibe herencias, nadie lo rescata, no despierta compasión en los demás, está solo como un perro, más solo que un perro asilvestrado: sólo se tiene a sí mismo, literalmente. Hace tiempo que no leía a un personaje tan desamparado, perdido en medio de la oscuridad total alumbrado, él solo y su estómago, únicamente por la luz mustia de la desesperanza, pero a la vez tan fuerte a su modo, digno a su modo, insobornable y valiente a su modo.

Con respecto a Cartero hay que decir que hay un notorio avance en su prosa, que alcanza cotas de calidad brillantes, geniales, magníficas. Cartero es una novela también genial, pero Factotum es aún más genial, un gran y gigantesco paso adelante. El final es de antología, un final tremendamente triste y amargo pero también hipnótico y alucinante, un perdido éxtasis de desesperación. El ritmo es apabullante, mazazo tras mazazo, amén de su prosa más cuidada y compleja, y con un tono, si bien todavía con esa base socarrona y cínica, con algo más de melancolía y desolación, como si fuera una negrísima e incorrecta comedia negra apocalíptica, la risa cruel y perpleja de quien nada puede hacer cuando ve que todo a su alrededor y en su interior se cae a pedazos, porque ya ven, los milagros no existen, los oasis son ilusiones y las treguas, treguas son. Obra maestra de la literatura, no le cabe otra definición a Factotum, damas y caballeros. Grandísima novela: inmensa como los sueños calcinados.

Hay varios ejemplares en la red bibliometrense y este en particular tiene tan sólo cinco préstamos, pero lleva tiempo en existencias, miren, agosto del 2017, casi ocho años después, cinco préstamos, el mío el primero de esta década, ¿se puede creer? Yo ya no creo en nada, es mejor no creer en nada.

viernes, 27 de junio de 2025

Cartero, de Charles Bukowski

Bibliometro #122. ¿Me van a creer que no había leído nada de Bukowski hasta este mismo momento que les escribo esta pregunta? Y no fue por falta de ganas, eso es seguro. Imposible no conocer a Bukowski, imposible no sentirse atraído por ese aura maldito y fatalista que lo rodeaba, o al menos esa impresión me daba a mí, un profano en su obra y en su persona, lo único que sabía es que era un borracho inveterado, una especie de vagabundo o errabundo que coleccionaba malos empleos y también un escritor agresivo de esos que pueden desagradar a muchos. Ya es momento de ir remediando mi ignorancia, no prometo si en orden ni a qué ritmo, todo depende de las disponibilidades de las bibliotecas públicas, pero al menos se dio la posibilidad de comenzar a adentrarnos en su obra con Cartero, su primera novela (aunque veo que había publicado un par de volúmenes de cuentos antes). Por el principio, ya vamos bien.


Me re-contra encantó Cartero, me pareció un pedazo de novela, una literatura lírica y rabiosa, escrita abriéndose las tripas en canal, vertiéndolo todo, impúdicamente, groseramente, suicidamente, la novela como grito vital, como testimonio denuncia, como testamento: escribir con sangre sobre el dolor, sobre la rabia y, desde luego, sobre el placer.
Cartero nos cuenta los años que Henry Chinaski, alter ego del propio Bukowski, se lo pasa trabajando en el Correo de Estados Unidos, desde que no era más que un repartidor auxiliar sobreexplotado hasta bien pasada una década, ya reconvertido en una especie de oficinista-clasificador de cartas o paquetes, aún más sobreexplotado, y todo lo que pasa entre medio, período de cesantía incluido. Primero que todo vale la pena señalar y constatar que Bukowski, que escribe con pleno y cabal conocimiento de causa, no recurre a idealizar ni a romantizar ni a trivializar o banalizar ni a "tragicalizar" (perdonen, je, je) ninguno de los tormentosos, sórdidos, patéticos, alegres, acontecimientos que se suceden uno tras otro así como tampoco los sentimientos o las emociones suscitados de los mismos. Bukowski describe, expone, transmite y expresa, con todos sus tonos y atmósferas (la comedia negrísima e incorrectísima, una especie de mordaz crónica existencial, la aventura sucia y realista, el drama satírico), la realidad desnuda, descarnada: la de un puñado de seres oscuros y marginados, luminosos a su modo, luz viciada, luz opaca, la luz que va quedando luego de tantos filtros de "limpieza" o higiene social: una fauna de seres viciosos, tristes, acongojados, mal pagados, explotados, atrapados en empleos de baja cualificación, pobremente amados, apaleados, humillados, al borde del colapso mental, del abismo financiero, del pozo social, pero sobreviviendo, tirando para adelante, qué maldición acá, qué destino trágico, es la vida solamente la hija de puta, una vida repleta de cabrones hijos de puta, aprende a nadar entre ellos, a mantenerte a flote. Me ha gustado eso, esa prosa socarrona y cínica que es básicamente estar cabreado contigo mismo, con los demás y con el mundo, todo a la vez, porque así es la vida: resignación y resistencia, y en vez de lamentarse, mejor reírse porque así te vuelves loco menos rápido.
Y, claro, es también un desesperado, estupefacto, anonadado, retrato sobre un sistema podrido, corrupto, inhumano, dibujado con trazos gruesos pero aún así detallados y precisos en toda su amplia red de cloacas enmohecidas y cañerías oxidadas a lo largo de cuyo circuito te encontrarás con cadáveres vivientes, gente más muerta que viva, abandonada a su suerte por otros hombres de carne y hueso igual que tú, pero mejor posicionados, felices de aporrear y dar de latigazos a esos pobres perdedores, masticados y escupidos, que vienen del mismo lugar, del fondo del mazo de naipes. Es increíble, de verdad no puedes creer que tan pronto como te estás cagando de la risa con hilarantes anécdotas de su época de repartidor, de repente junto a Chinaski estamos viendo personajes literalmente morir en el trabajo mientras a nadie más le importa, todo perfectamente normal, Chinaski el único loco que se preocupa del bienestar de un colega (o de un amigo de las calles, de los barrios, que allá afuera igual se mueren sin que nadie se entere), y yo pensaba, ¿no es de locos no enloquecer mientras la trituradora de carne se regodea a gusto con tus huesos? ¡Lo más lúcido es enloquecer y gritar, preguntarle al aire, al viento, a quien-sea-que-camine-por-ahí, cómo es posible que todo siga igual y nadie diga nada! De verdad, es de locos, y el tramo final es demoledor en este sentido, porque para la fauna que apenas puede sobrevivir en los estratos más bajos de la sociedad, de la empleabilidad, qué les queda, no les queda nada, usan su tiempo, sus energías, su vitalidad, usan todo lo que tienen y luego adiós, aguanta o desespera, aguanta o tírate de una azotea, aguanta o déjate consumir por la oscuridad, el único descanso, cuando ya no quedan ni risas ni alegrías ni sueños o mínimas esperanzas. 
No, viejo, tremenda novela, es todo un puñetazo en el estómago, un uppercut directo a la mandíbula, K.O. sin necesidad de contar hasta diez, novela rabiosa, suicida, un grito furioso contra los hipócritas, los traidores, los cerdos explotadores, en fin, demonios, vaya montaña rusa, vaya genialidad. Señor Bukowski, con usted me lanzo en la espiral descendente de su literatura, recorramos los pantanos, que ahí también hay flores y ese es el aroma que quiero conocer: la mezcla de lo bello y lo feo.

Tenemos solamente dos préstamos de este ejemplar, ambos del último par de meses, que está bastante bien cuidado, quizás hasta sea más o menos nuevecito, de paquete. Va bien, dos préstamos en tres meses. De seguro los otros ejemplares bibliometrenses también suman varias lecturas.

jueves, 26 de junio de 2025

Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams

 

Bibliometro #121. No conocía ni me sonaba nada el nombre de Douglas Adams, pero entre los recomendados de Bibiometro de repente apareció Guía del autoestopista galáctico, que me llamó la atención de inmediato, tanto por el título como por la portada, haciéndome pensar y columbrar, ¿de qué podrá tratarse ese libro? Resulta que Guía del... es una saga que consta de cinco libros escritos por Adams y un sexto por otra persona, pero buena suerte encontrando los que le siguen a éste, al menos por estos lares. Buscando más, vi que es también autor de unas cuantas novelas detectivescas protagonizadas por un tal Dirk Gently, y acá sí que me sonaba de algo porque por ahí alguien hizo una serie basada en este personaje en donde actúa Elijah Wood, y de hecho quise animarme a verla en su momento pero no se me dio la oportunidad, y ahora descubro que dicha serie tenía un original literario cuyo autor es increíblemente conocido. Y yo no sabía nada. ¿No es lindo ampliar los conocimientos?

Guía del autoestopista galáctico primero fue un programa radial creado por el propio Douglas Adams, quien luego decidió adaptarlo al formato novela, y yo me pregunto si es que acaso era el mejor formato para una historia tan disparatada y desmesurada no sólo visualmente, amén de sus abismales paisajes intergalácticos o de la excéntrica apariencia de muchos de los personajes o de las múltiples piezas tecnológicas que claramente son tan útiles como innecesariamente exageradas en sus formas, sino que también por su apabullante y vertiginoso sentido del ritmo narrativo-argumental y por el intenso timing cómico de sus descacharrantes diálogos, tan absurdos e ilógicos como improbablemente geniales y complejos. Hay una edición ilustrada de esta novela, en YouTube pude ver algunos videos-reseñas en donde mostraban unas deliciosas ilustraciones que hacen toda justicia a las detalladas aunque concisas descripciones de Adams, si bien son sólo eso, ilustraciones, acompañamientos, suplementos a un formato esencialmente literario, que se sustenta y desarrolla a través de la palabra. El formato cómic le habría venido mucho mejor, el arte de las imágenes secuenciales habría transmitido mejor que la palabra la incontinencia creativa de esta disparatada historia. ¿Qué digo, entonces? Que Guía del... es una novela muy entretenida, sí, que roza la genialidad tan a menudo como roza el ridículo, el despropósito, y cuyo imparable torrente de absurdas y cómicas situaciones e invenciones se hace demasiado para digerir, y no por lo difícil, si no que por lo excesivo, lo acumulativo: agotamiento por acumulación, toda una retahíla de chistes y gags que terminan por devorar la trama en sí misma y sus poco sutiles pero de todos modos elocuentes y mordaces significados o reflexiones, al menos hasta que en su tercio final, imagino que acuciado por las necesidades y deberes dramáticos, el autor se concentra en la tarea de centrarse en contarnos bien, claramente (y todavía con generoso pero dosificado sentido de humor), qué demonios ocurre en esta aventura intergaláctica. ¿Y de qué trata? Sobre un inglés común y corriente, de esos que trabajan, duermen y beben pintas de cerveza en el pub de la aldea, cuya gran preocupación es que no le destruyan la casa para construir una autopista, cuya vida cambia cuando un amigo le dice que es un extraterrestre y que debe salvarlo de la destrucción del planeta Tierra a manos de una mezquina y pérfida raza alienígena. Luego de ello, iremos descubriendo una enrevesada trama que es tan gratuita y azarosa como cuidada y planificada al detalle (Adams juega todo el tiempo con esas dualidades) que tiene que ver con, bueno, la salvación del universo y la búsqueda de las Grandes Respuestas a las Grandes Preguntas sobre la existencia, sobre la vida.

En su primera parte, la novela es muy entretenida. Cuando salimos al espacio exterior, comienzan a acumularse personajes e informaciones y gags y toda clase de escenas que tienen su lógica interna, pero que en todo este tramo intermedio más parece un desorden confuso más preocupado de "entretener" con sus hilarantes ocurrencias salidas de la nada. Luego, ya digo, en su tercio final, la novela se encarrila y vamos comprendiendo mejor la cosa, equilibrando el saludable divertimento puro y duro con una coherencia y consistencia argumental, narrativa, dramática, incluso espiritual: comienza a ser menos una novela que se ríe exageradamente de sí misma y de todo que una novela capaz de pensar y narrar con sentido del humor. Para que se hagan una día de lo que es, tan sólo piensen que es como El Incal, de Jodorowsky y Moebius, sólo que sin el componente esotérico-místico-cabalístico ni la mordaz crítica social y política (esto último de lo que hay, pero poco y casi por casualidad, más que nada al inicio con el rollo de la demolición de la casa y la deshonestidad de ciertas instituciones-administraciones públicas), es decir: una historia sin límites aparentes en la que todo es posible, con gobiernos o imperios galácticos, la misma burocracia sin alma de la Tierra pero a nivel universal o galáctico, viajes y naves espaciales a la velocidad de la luz, complots y aventuras en planetas desconocidos, en fin, ya se imaginan, ¿no?, todo un caso de ciencia ficción épica soap opera

¿Es entretenida? Sí, desde luego. ¿Está bien narrada? A ratos sí, a ratos no tanto. ¿Está bien escrita? Digamos que está bien redactada, ágil con las palabras para describirte todo lo que se ve y se oye. ¿Es una gran novela? Es una novela solvente, ciertamente, funciona a su desprejuiciado modo. Yo no quedé particularmente entusiasmado ni emocionado o encantado, me quedo con El Incal, pero sí tiene segmentos geniales y tremendamente inspirados, más o menos cuando entran en juego ciertos experimentos y ciertas ratas, momentos en los que, tal como dije antes, Douglas Adams logra equilibrar a la perfección su disparatado y algo infantil sentido del humor con una genuina e irónica mala leche (a nivel filosófico, a nivel conceptual, a nivel socio-político) y una capacidad y creatividad fabuladoras que no le negaremos. El resto, para reírse y dar vuelta la página rápidamente. No me quedan grandes ganas de leer los otros libros de la saga, pero es que ni siquiera sé si están disponibles, y si lo están, como digo, no siento urgencia. Pero continuaremos con esta aventura, al menos para saber cómo demonios sigue y cuál conchetumadre es la Gran Pregunta.

Si quieren lectura y diversión fácil, sencilla y sin complicaciones, con Guía del autoestopista galáctico estarán en su salsa.

Poco más de seis años lleva la Guía del autoestopista galáctico en las redes bibliometrinas, acumulando un total de diez lecturas nada más, y diez lecturas son, pues éste es el único ejemplar en todas las sucursales. La ficha tiene cierto orden pero sus contados elementos disruptivos lo arruinan todo, partiendo por esa fecha invertida y tachada, la última fecha escrita con lápiz pasta y un par de estampados inclinados, que no son tan terribles, pero que afean el conjunto. ¿Tiene sentido esta tradición? Ciertamente tiene más sentido que otras tradiciones, como ir a misa por ejemplo...

martes, 24 de junio de 2025

Jezabel, de Irène Némírovsky

 

Biblioteca Nacional E54. De los libros de la gran Irène Némirovsky que van quedando en la B.N.P.D., luego de El vino de la soledad es Jezabel el título que seguía en atracción, en sugestión. No recordaba en lo absoluto quién demonios era o significaba Jezabel, si era una invención bíblica o un personaje histórico, alguna vez se habrá mencionado en algún colegio, quizás en alguna otra novela o alguna película, pero de todas formas algo me causaba, porque conociendo a Némirovsky, intuía que Jezabel, que alude a una conflictiva figura femenina, tendría que ser una intensa y poderosa novela.

Y lo es, vaya que lo es. Sus primeras cincuenta páginas son un interesante giro en la narrativa de Némirovsky por cuanto no sólo comienza por el final sino que, además, se construye como un courtroom drama en el que una conocida socialité, poseedora de una inmensa fortuna, es juzgada por el asesinato de un jovenzuelo de baja estofa, presumiblemente su amante, al menos eso es lo que todos parecen haber concordado sin premeditación alguna, qué otra cosa podría ser, ¿cierto?, la dama de alta sociedad, aburrida de codearse con decadentes y amaneradas, refinadas y melindrosas criaturas, que para avivar su pasión decide tener aventuras con personas brutas y hurañas, tórridamente resentidas, inferiores en la escala social aún a riesgo de, como finalmente sucedió, salir trasquilada, sucia por el lodo de la pobreza y miseria humanas. Los hechos parecen ser irrefutables, así lo atestiguan las pruebas recabadas, pero el trasfondo, la razón, el contexto, descubrirlo es la misión del tribunal. Similar a lo que se veía en la sobrevalorada "Anatomía de una caída" (mención meramente ilustrativa, Jezabel le saca kilómetros de distancia en cuanto a calidad y originalidad narrativa y dramática), Némirovsky comienza con todo, denunciando la burda y grotesca hipocresía moral de la sociedad francesa situando la acción en su símbolo más elocuente: un tribunal de justicia convertido en circo. Bufones que se llena la boca con palabras como virtud, honradez, honestidad, igualdad, compasión, humanidad, fraternidad, pero que, independiente de si estén cuchicheando entre el público o exponiendo grandilocuentemente ante el juez, no son más que meros especuladores y conjeturadores, difamadores escudados en la legalidad o el anonimato despedazando la intimidad y privacidad de una de sus ciudadanas para sus propios beneficios personales. Es otro de los bailes de máscaras que Némirovsky sabe tan bien retratar y denunciar en toda su repugnante claridad: la claridad de la arrogancia y la inconsciencia que, cegada por su propio orgullo, no tiene el menor pudor de disimularse. Sin embargo, como suele ser, en esos suntuosos salones de baile rara vez se asoma la Verdad, rara vez se puede atisbar el verdadero rostro de sus danzantes alimañas. Y lo paradójico es que, ojo, la verdad del crimen acaecido es mucho más terrible y sorprendente, y peor, mucho peor, de lo que cualquier persona del tribunal hubiera podido colegir. Tal es la desconexión entre el circo social y la vida real de sus individuos.

Luego de ello, en 21 o 22 capítulos, Jezabel nos cuenta la historia de vida de la mujer acusada, la tal Gladys, desde que era una niña hasta que, finalmente, apretó el gatillo que acabó con la vida de un hombre y que la colocó en el asiento de los acusados de un tribunal, terminando así con su vida social, con un prestigio que construyó con dedicación y pulió con mimo durante décadas de vida, concretamente seis. No vamos a referirnos detenidamente en aspectos ya comentados de la narrativa de Némirovsky en otras novelas, por ejemplo lo de la crítica social, lo de su rabioso y feroz retrato de las clases burguesas, los apestosos nuevos ricos, los apestosos aristócratas empobrecidos, glamorosos y deslumbrantes con sus ropas caras y sus joyas de lujo pero podridos y hediondos por dentro, emocional y psicológicamente repugnantes, nulos, fantasmales, vivos para satisfacer su propio enfermizo placer, adictos a la buena vida en detrimento de una integridad interior, humana. Tampoco entraremos muy en detalle en cuanto al conflicto interno de la protagonista, al menos en su versión niña y adolescente, el arquetipo nemirovskista de la persona romántica y sentimental que anhela emociones puras y verdaderas, relaciones sustentadas por afectos genuinos y sólidos como las columnas de una iglesia, pero que se ve terriblemente decepcionada al verse rodeada por el dantesco baile de las vanidades y avaricias; o, también, el canto de libertad individual, de persona que se busca a sí misma, atenazada por un sinfín de cadenas, de moldes, de obligaciones que destruyen su identidad. Todo esto está presente, con la misma fuerza e intensidad discursiva de siempre, y con la misma calidad literaria también, amén de la prosa elegante pero incisiva y observadora de su autora, que es capaz de expresarte con una perfecta mezcla de mordacidad y veracidad todos y cada uno de los comportamientos más típicos, y también furtivos, en lo relativo tanto a los modales y conductas o tics sociales como a las reveladoras características de sus psiques y personalidades, de toda esa ralea privilegiada. Némirovsky tiene un ojo clínico más exacto y afilado que cualquier estudio sociológico, tiene una intuición y una mirada analítica más honda y detallada que cualquier psicoanalista; es una autora, y en realidad una mujer, dotada con un agudo y preciso radar para navegar y mapear las complejidades de la mente y el alma humanas evidenciadas en sus estilos de vida privados y públicos.

¿Cuál sería la novedad, entonces? Uf, cómo decirlo. Digamos que si usualmente los protagonistas de Némirovsky, aunque imperfectos y conscientemente críticos de sí mismos, no dejan de tener características heroicas y redentoras, la historia de vida de Jezabel nos revela a una mujer roída y consumida por la locura, por una negra y perversa locura que hace de su vida una condena íntima día tras día. Con una complejísima y profunda inmersión psicológica en los intrincados recovecos de una psiquis progresivamente torturada y desgarrada, la autora nos narra, con pulso firme y mirada precisa, una historia que es una desoladora, angustiante y monstruosa espiral de autodestrucción, que no sólo la arrastra a ella sino que a todos sus cercanos consigo. Porque, en efecto, la que comienza siendo una niña soñadora, cándida, angelical, con genuinos deseos de disfrutar la vida sin preocupaciones ni dramas, sin ser del todo inocente pero al menos nada malintencionada, poco a poco se va transformando, muy a su pesar, en una verdadera bruja consumida y devastada por sus ansias devoradoras consumistas, por ese estilo de vida voraz, que no perdona, como una virgen ofrecida en sacrificio en la hoguera de las vanidades. Una mujer transformada en demonio, que convierte su vida en un infierno perpetuo, que irracionalmente somete su vida a calvarios y sufrimientos en pos de sus vanas y pueriles ilusiones, que se engaña y traiciona a sí misma con las peores armas que una mente calcinada pueda inventar. Y ojo, que Némirovsky no escribe de modo duro y severo, como el público o los abogados del juicio del inicio, al contrario, escribe con humanidad, con una compasión que no justifica sus acciones pero que las revela en toda su terrible naturaleza, porque es una vida caída en desgracia pero desahogada, una vida desesperada pero abundante en lujos, es decir lo único que la mantiene viva es lo que la va despellejando día tras día, su maldición es lo que bombea su corazón y la mantiene viva, la vida de una niña que odiaba a su madre y su frialdad emocional, que se juraba a sí misma no convertirse en una momia pintarrajeada, falsa y mentirosa, pero que poco a poco se ve transformada, ella y su vida, en su peor pesadilla. Así, los hechos y datos biográficos que sucintamente se nos remitieron en la sección del juicio, en el resto de la novela se detallan con una afilada y sangrante precisión, con escenas realmente descorazonadoras, profundamente tristes, hasta llegar a la lenta, cruel agonía que la misma protagonista se ha labrado, consciente e inconscientemente. Es una novela increíblemente oscura, de un visceral examen introspectivo que llega a doler en tanto la autora despoja a su arquetipo de todo idealismo, de todo heroísmo, de toda catarsis, mostrando los catastróficos y desastrosos efectos de su neurosis, la cual, en esencia, es su propia responsabilidad: ella sabe cuál es su crimen, ella es su propia jueza y verdugo, ella sabe lo que ha hecho, ella sabe cuál ha de ser su castigo. Y ningún tribunal jamás hará justicia.

Si no han leído a Irène Némirovsky y se deciden a hacerlo, sigan mi consejo y lean primero El baile, El vino de la soledad y Jezabel, en ese orden. Como he dicho, las similitudes entre las tres novelas, más que causar una sensación de repetición, en realidad se complementan bestialmente, siguiendo una estela espiritual, además cada cual posee particularidades que retuercen y subvierten dichos elementos comunes en experiencias únicas. Jezabel, de las tres, es, con diferencia, la más nihilista y brutal. Háganme caso y compruébenlo por sí mismos. En cualquier caso, magnífica novela. Otro puñetazo literario de parte de esta autora genial e imprescindible.

Bueno la ficha bibliográfica de este ejemplar nos demuestra que por acá no se ha leído mucho, tan sólo cuatro préstamos, aunque comienzan en febrero del año pasado, que les recuerdo es todavía el 2024, así que quizás es muy temprano aún para andar de pájaro de mal agüero, a Jezabel le esperan muchas lecturas, lo sé, lo recomiendo, lo aconsejo. Confíen en mí, créanme, deposítenme el diezm- ah no, perdonen, me equivoqué de lugar, je je je...

lunes, 23 de junio de 2025

Tokio Blues. Norwegian Wood , de Haruki Murakami

Bibliometro #120. Tokio Blues, probablemente la novela más conocida y popular de uno de los escritores japoneses mundialmente más conocidos y populares habidos y por haber. Siempre le había echado una mirada a su disponibilidad, nunca estaba. Por suerte, justo cuando correspondía leerla, ya que es la novela que publicó luego de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, ahí estaba. Oh, bendita suerte que a veces obra a mi favor.

De lo que le hemos leído no me parece que Tokio Blues sea la mejor novela de Murakami, de hecho no la considero una graaaan novela, pero sí es una buena novela, una novela que me ha gustado porque está hecha de los buenos ingredientes con que Murakami nos ha ido deleitando en su meteórica carrera, aunque, eso sí, hay ciertos indicios, ciertos rasgos ciertos aspectos, que podrían convertirse en irritantes lugares comunes y desconcertantes recursos acomodaticios de este autor, lo digo porque no estamos ciegos, porque lo notamos. ¿Qué cosas? Nuevamente debo defender esta novela de ciertas críticas que puedan achacarle un tufo de autoayuda, sobre todo si se sustentan en malintencionadas citas sacadas de contexto (lo mismo que dijimos en El fin del mundo y...): Tokio Blues, antes de entrar en materia, es en esencia una historia sobre personajes perdidos y desorientados, con muchas dudas vitales y personales, y es natural que de repente otro personaje, con más experiencia o al menos que ha vivido más años, aunque sea una vida imperfecta y poco satisfactoria, intente subirle el ánimo a los personajes principales con cálidas y optimistas palabras de aliento. Nada de malo en ello, es parte del relato, he visto/leído el mismo recurso en otras obras, de otros autores, que curiosamente no reciben el mismo trato de ser cursis filosofadas new age, por lo que la inquina contra Murakami se me hace sospechosa. Por lo demás, está siempre ese tono descreído y desencantado de este autor, esa especie de "sí, sí, muy lindo, muy agradable, pero de qué sirven tales palabras, ¿ah?". Como sea, admito que todo este asunto de lo naif o del exceso de candidez puede que sea algo que llegue a escapársele de las manos, pero ojo, eso lo sabremos cuando leamos sus novelas siguientes, porque de momento, en Tokio Blues, es consciente de ello y lo usa a su favor.

Otro aspecto que podría escapársele de las manos y que en esta novela se maneja con buen pulso, gracias al mencionado toque de saludable cinismo, es cierta complaciente gravedad y grandilocuencia de las tristezas y de los problemas vitales/cotidianos, que parecen ser agrandados artificialmente por sus personajes para justificar cierta dejadez, cierta desmotivación que los aqueja, para solazarse en un victimismo solipsista rogando compasión ajena, trayendo a la mente el viejo acertijo de qué fue primero, si el huevo o la gallina: ¿los problemas producen una apesadumbrada desmotivación o la desmotivación apesadumbrada produce problemas? Es algo que le achacábamos un poco a Banana Yoshimoto en N.P., sólo que en dicha novela el problema era exacerbado con oscuras, infantiles y escapistas fantasías/maldiciones que infructuosamente justificaban la inopia de sus personajes. Por suerte, en Tokio Blues no se llega tan lejos y el vacío que sienten los personajes, sus dilemas psicológicos, pueden ser explorados por sí mismos, a través de ellos mismos, desde sí mismos y desde su cotidianidad. O, dicho de otro modo, Murakami se centra realmente en el carácter de sus personajes y en la vida, práctica y tangible, que llevan, siendo la tristeza y la desmotivación uno de los tantos aspectos de esa vida. En el fondo, pienso que Murakami es todo lo contrario de un predicador de autoayuda, más bien, con sus historias y personajes, con su mirada eso sí compasiva y empática, parece genuinamente interesado en explorar, no sin cierto enfoque crítico, la depresión que asola a su generación: qué maldito velo sucio de grasa y polvo le impide a los jóvenes y adultos, gente de la mediana edad, ver cuán libre y sencilla, simple y luminosa, que no perfecta, que no abundante, que no idílica, puede ser la vida; qué trampas, colocadas por otros pero a veces por los mismos afectados (de manera inconsciente o no), se encargan de empantanar y ensombrecer sus vidas, sus expectativas, sus movimientos, sus libertades. En cualquier caso, me sorprende la popularidad de este libro; no parece ser una lectura muy recomendada para el público general, porque no me parece una historia muy alegre, muy optimista, ni muy aleccionadora o inspiradora. Quizás será que a la gente le gusta, en el fondo, leer historias que no se resuelven realmente o que no cuentan con grandes catarsis existenciales, que en el fondo continúan sin muchos cambios con el gris aunque inocuo y seguro, acolchado, discurrir de los días. Quizás la gente ya no se traga los finales felices y los amaneceres transformadores: la solución a tus penas es un buen café, una tarde de soledad, algo humilde nada más porque en media hora te esperan en el trabajo.

En fin, sobre Tokio Blues como tal. Es la historia de un hombre de casi cuarenta años que, aterrizando en un aeropuerto alemán, al escuchar Norwegian Wood, la canción de los Beatles, se pone a recordar los años de su tardía adolescencia y primera adultez, desde los 17 a los 20 o 21-22 años, fines de los sesenta y principios de los setenta en Tokio. Una época definitoria marcada por algunos suicidios, extrañas amistades con personas bien singulares y peculiares, además de amores complicados y enredados. Una época convulsa de grandes sueños y días monótonos, repetitivos, desesperanzados: soñar a lo grande mientras tomas apuntes en tu cuaderno sobre literatura o dramaturgia de siglos atrás. Y el protagonista, que nos cuenta cómo avanzaban sus días entre la abulia, el sopor, las tristezas y golpes del destino, las alegrías inesperadas y las oportunidades sorprendentes. Una novela que vuelve al terreno de Escucha la canción del viento, pero con algo menos de mala leche, con algo más de comodidad o apaciguamiento (han pasado casi diez años entre novela y novela, a fin de cuentas). La prosa es algo menos inspirada, menos lírica que en sus novelas anteriores, aunque de todas formas la suya es una prosa diáfana, cristalina, que no por sencilla carece de aliento poético y de una innegable capacidad para expresar y evocar con palabras claras, precisas, emociones y sensaciones complejas o reflexiones sobre el estado de cosas, el zeitgeist generacional, de la época; además uno igual se deja llevar sin problemas por una historia, por un relato, narrado con una naturalidad y una fluidez que son una delicia, entre personajes atractivos, llamativos y bien perfilados, bien construidos y desarrollados, que componen un crisol de cosmovisiones, conductas y escenas que dan a la novela una refrescante variedad o diversidad de tonos:

Es una novela que puede ser graciosa y ligerita sobre la vida universitaria, puede ser una simpaticona comedia romántica sobre amantes excéntricos, puede ser un hondo y estremecedor retrato psicológico sobre mentes torturadas por fantasmas o enfermedades, puede ser un sardónico paseo por los pliegues socio-políticos de la capital, puede ser un mordaz retrato sobre la superflua vida moderna de una franja de población que, carente de sueños y objetivos, se lanza a disfrazar su vacío emocional y ético con placeres mundanos y festivo solipsismo, puede ser un canto a la compasión y al humanismo, a, precisamente, ir más allá de las máscaras y descubrir lo compleja que puede ser la vida detrás de marcas de ropa, restaurantes de moda y cultura pop. Aunque parezca ser lo más importante, pienso que es un error centrarse en los amoríos del protagonista o de otros personajes. Sí, Murakami nos cuenta la historia de gente sumida, casi voluntariamente, en problemas más o menos normales que sin embargo para ciertos personajes son como una grave y eterna condena universal, pero ahí está la gracia, porque también nos muestra lo demás: no sólo lo ligero y alegre, también personajes que enfrentan sus problemas sin regodearse en sus sufrimientos, enfrentándolos como otra más de las múltiples posibilidades de una vida. Lo digo porque el protagonista está enamorado de una chica con problemas mentales a la cual rara vez puede ver aunque su presencia/ausencia parezca ensombrecerlo cada día más, y por ahí aparece una esforzada muchacha que debe cuidar de un familiar, ardua labor que no le impide llevar una vida alegre y optimista, en contraposición a nuestro protagonista, que carece de grandes responsabilidades y las pocas que tiene las cumple con una escandalosa indiferencia para no distraerse de su calvario personal. Supongo que está en cada lector el pensar que Tokio Blues sea una trágica y superlativa historia de amor bigger than life o, quizás, tan sólo quizás, una historia sobre la vida misma y sus múltiples ramificaciones en donde hay belleza en lo feo, fealdad en lo bello, alegría en la tristeza, tristeza en la alegría, vida en la muerte y muerte en la vida. Por algo, creo yo, en esta ocasión Murakami se centra más en la construcción (psicológica, entre otras) de personajes y de atmósferas humanas que en la invención de enrevesadas tramas o enredos dramáticos. Es una colección de estampas cotidianas, de acuarelas que poco a poco, pacientemente, van asentando sus formas y colores en la superficie.

Buf, vaya manera de extenderme. Me ha gustado Tokio Blues, en definitiva (aunque comedidamente, reconociendo/apreciando sus virtudes, pero no dejándome llevar por su "encanto" o "mística", que la tiene, con sus pequeñas pero visibles trampitas): su retrato de personajes; su retrato generacional en tanto época histórica, en tanto íntima etapa de la vida; su naturalidad para la descripción de lo cotidiano, de los diálogos; su decisión y su precisión al explorar los escarpados y abruptos abismos psicológicos; su capacidad para capturar y expresar todo el abanico de realidades y personalidades entrecruzadas pero no revueltas. Es una buena novela que no va sobre crecer, sobre la superación, sobre resiliencias trágicas y heroicas; si tuviera que decir algo, sería que va sobre, no lo sé, la comprensión, el entendimiento, el libre albedrío y el ir tirando para adelante, no quedarse estancado, sobre la resistencia y la resignación de vivir un poco menos mal que ayer.

Obviamente la ficha bibliometrusca de Tokio Blues iba a ser una ficha bibliográfica bien movidita, siendo uno de los libros más populares de un autor sumamente popular. En un año y medio ha sido prestado en quince ocasiones, vamos, casi una vez por mes, si eso no es prueba del magnetismo de Murakami en el público occidental, entonces nada lo es. Por cierto, estamos claros que antes de ésta había otra ficha bibliográfica, eso por fuerza, ni loco este ejemplar llegó recién el año pasado, así que imaginen, imaginen cuántos préstamos más, cuántas manos y cuántos pares de ojos, este libro ha acumulado en sus años de vida. Imaginen.