"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 15 de agosto de 2024

La casa de los encuentros, de Martin Amis


Biblioteca Nacional S04E03. Terminamos el cuarto ciclo de préstamos de la B.N.P.D. con una divertida y curiosa coincidencia: tanto ésta como la temporada anterior siguieron el mismo orden: Lucía Berlín - Jonathan Franzen - Martin Amis. ¿Notáronlo? La temporada anterior, eso sí, no terminó con mucho entusiasmo, ¿será diferente ahora con La casa de los encuentros? Antes de continuar vale la pena señalar que, luego de la pobre recepción que tuvo Perro callejero (nosotros dimos buena cuenta de dicho libro), Amis se sumió en una especie de estupor y desasosiego que lo llevó a radicarse en Uruguay unos cuantos años, lugar en donde escribió el presente libro, así que la pregunta viene de nuevo: ¿se habrá redimido ahora con La casa de los encuentros?


Con mi habitual exageración y dramatismo, luego de lo disconforme e insatisfecho que me dejó Perro callejero comencé a preguntarme, insistentemente y sin contemplaciones, "¿será así siempre con Martin Amis de ahora en adelante, con cada libro suyo que leamos?". Menos mal que no, habría sido demasiado sufrimiento. La casa de los encuentros es un libro de rotunda calidad y a mí me ha encantado; está escrito de una manera que hace del acto en sí de leer, de seguir las palabras y las oraciones y los capítulos y la historia que se nos cuenta, todo un placer cuasi estético. Lo primero que puedo destacar, y que fue lo que en comparación con Perro callejero marca una gran diferencia, es que en este libro todo es más concreto y sucinto, incluso sus aspectos más metafóricos e introspectivos, reflexivos y filosóficos. Esa otra novela era un fallido ejercicio de simbolismo e intelectualización demasiado embobado en sus propias características estilísticas como para darse cuenta de que sus elementos (personajes, conflictos, ideas) se deshacían en una maraña de inconcreción y perdían la esencia misma de las cosas, es decir perdían su humanidad: personajes que debían significar "algo más" pero que no podías creértelos, empatizar, solidarizar, porque todo lo que (les) pasaba acontecía en un plano o una dimensión ajena a cualquier mortal, es decir, "más acá" carecían de real sustancia. En el presente caso, felizmente, los personajes son lo que son: meros humanos imperfectos cargando la cruz de sus propios pecados, y los hechos son los hechos, y los sentimientos y pensamientos son ideas y corrientes internas que responden coherentemente a la propia naturaleza o núcleo del relato: su carácter testimonial.
La casa de los encuentros es una carta y una novela que el protagonista, un ruso asentado y enriquecido en Estados Unidos, le legó a una muchachita muy importante en su vida cuando se dio cuenta que sus días iban a llegar a su fin. La escribió para explicar, que no justificar, ese modo de ser suyo tan misterioso a ojos ajenos, tan cerrado en sí mismo, tan reservado, como un animal salvaje domesticado pero aún receloso, o temeroso o incluso nostálgico, de su latente pulsión feral. Y la suya es una historia que se desenvuelve en las entrañas de revoluciones, de guerras mundiales (con sus atroces y bestiales responsabilidades), de gulags, de grises burocracias, de un perpetuo clima de miedo y desconfianza, de líderes carismáticos e inclementes, de los fríos y oxidados engranajes de la omnipresente y omnipotente maquinaria Estatal, del proyecto soviético. Es una historia de familia, de amores, de sueños y del control: sobre los demás, sobre nosotros mismos, de parte de otros sobre nosotros y sobre los otros. Escrito en un estilo nada sentimentalista (aunque honesto y a corazón abierto), más o menos seco y sobrio (lo que le queda muy bien), deliciosamente culto, indudablemente propio de la persona a la que pertenecen los hechos, el protagonista relata y reflexiona sobre cómo todos los acontecimientos históricos que vivió le afectaron a él como persona, como ente social e individual, así como también a su hermano, con quien compartió la privación de libertad en el mismo gulag y quien probablemente sea la persona más importante de su vida (un hombre pacifista que actúa en claro contraste al narrador), y a la esposa de éste, una chica judía de la que nuestro hombre igual se enamoró, todos acompañados y hasta atormentados de los espectros de sí mismos provocados por las heridas infligidas por el tiempo. De paso Amis reflexiona sobre temas que ya estaban presentes, de manera menos afortunada y lograda, en Perro callejero: la masculinidad del hombre moderno (y no tan moderno), el comportamiento del individuo en su laberíntica sociedad, el retrato de los distintos tipos de cultura (occidental, oriental, rusa) que imperan en el mundo y su impacto en el hombre de a pie, etc... Pero acá se entienden, se integran, porque pertenecen a sus personajes, todo nace de los personajes y termina en ellos, dentro de ellos. Es decir, aunque no me lo esperaba, una novela muy humana, incluso dolorosamente humana: porque qué dolor más grande que tener que aceptar que, a fin de cuentas, en última instancia, los responsables de los actos cometidos, por más terribles y masivos que sean, somos o nosotros o personas importantes para nosotros, los que eligen y toman una u otra decisión. Esa es la cruz que carga el protagonista: al tanto de su entorno socio-político y de sus circunstancias históricas, es cierto, pero responsable y sobre todo muy consciente de sus propios actos.
La casa de los encuentros es una novela a la vez legible, asequible, sumamente bien escrita y aterrizada, todo eso en lo primordial, pero además excitantemente compleja, colmada de capas y capas de significados que se pueden ir descubriendo en nuevas relecturas o en serias reflexionas post-lectura. En cualquier caso, un libro sumamente recomendable y de incuestionable calidad. Felizmente, me ha reconciliado con este escritor tan interesante y necesario como lo es Martin Amis.


Vaya vaya, qué tenemos acá, mon dieu! Una ficha bibliográfica de la antigüedad, sin la división entre fecha de devolución y nombre del lector, sólo cuadritos en donde se debe consignar la fecha, como debe ser por lo demás. Sin embargo, ya desde la primera fecha anotada, allá a mediados de diciembre del 2008, podemos notar una terrible desprolijidad. No me malentiendan, soy alguien que aprecia el caos y el desorden en tal o cual aspecto de la vida, pero vamos, cómo va a ser tan difícil escribir una fecha dentro de unos límites espaciales perfectamente razonables. La segunda fila, virtualmente, no se utilizó y fue desperdiciada. Queda la cuarta, la de más a la derecha, y no queda otra más que anotar bien las fechas, si es que alguien más pide prestado este libro. Por cierto, ¡de nuevo! (¡¡qué demonios!!), entre el préstamo anterior y el mío han pasado la friolera de casi cinco años, maldita sea. Qué soy, ¿un profanador de tumbas? Volviendo a la ineficacia: de los 64 espacios para anotar fechas, se han utilizado, en casi 16 años de circulación bibliotecaria, 28 rectangulitos. Ni la mitad, y pareciera que casi no queda espacio. Qué horror. Y para terminar con una nota cómica, hay un préstamo que cayó para un místico 11/11/11, once del once del once, o dicho de una manera más vulgar y coloquial y chilensis, un triple ¡chúpalo entonce!

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