"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

viernes, 4 de octubre de 2024

El museo del silencio, de Yoko Ogawa


S06E05. Tampoco estaba en los planes de esta temporada pedir El museo del silencio, novela de Yoko Ogawa, la autora que nos encantó y maravilló con La policía de la memoria, ya comentada por acá hace no mucho. Ciertamente íbamos a leerla en algún momento, y dicho momento se adelantó debido a algo de lo que ya me he quejado: libros que no están disponibles en tal sucursal a pesar de que la web dice que sí, que ahí está, que está disponible, que venga a pedir prestado nomás compadre lo que usted quiera faltaba más. Pero donde se cierra una puerta se abre la ventana de un museo y acá estamos, acá nos tienen, en este museo de lecturas llamado Calamari Attitude, en homenaje a la película de Aki Kaurismäki.


Hay algo incierto e indeterminado, como perdido, desdibujado, en esta novela.
Tiene una lograda atmósfera de extrañeza, un halo como intemporal y onírico, tiene su pulso poético latente en cada elemento presente, parece tener ideas concretas bajo su apariencia de acuarela, todo lo cual te mantiene atento e interesado al principio y durante buena parte de la novela. Pero no, El museo del silencio, sobre un museógrafo solitario y obsesivo de su oficio que llega a un recóndito pueblito montañés para encargarse de un singular museo ideado por una excéntrica y decrépita anciana, es demasiado difuso para su propio bien, los personajes y los hechos se diluyen en sus motivos, en sus supuestas metáforas, en su estancada quietud. Puedo comprender que la autora nuevamente nos cuente una historia que tiene que ver con la muerte, con el hecho de tener que aceptar o no la partida de las personas; con una indecisa espiritualidad, con el hecho de intentar buscar y tener la capacidad de encontrar algo que otorgue armonía y paz a nuestro ser; con la vida, con el hecho de tener los ojos para poder captar esa luz que palpita en cada ser vivo u objeto inanimado a nuestro alrededor. El no ser olvidados, el no ser cubiertos por el manto del olvido o la indiferencia; el poder seguir vivos de alguna manera, cuidar y conservar aquello que alberga un recuerdo, un afecto, una señal de que por ahí hubo una extensa vida llena de experiencias felices y bellas o tristes y abyectas.
La labor del museógrafo encomendada por la anciana es construir un museo con objetos, aparentemente comunes y corrientes, que representen lo que en vida fueron los difuntos del pueblo: un pañuelo, un tornillo, una tijera, un botón... El protagonista debe catalogar, analizar, reparar, etc., una bodega entera repleta de objetos así, cada uno con su historia detrás y sus datos duros: a la persona que perteneció, fecha de defunción y causa; la historia en sí la guarda la anciana. Además, una misión anexa y tan importante como la anterior es ir a rescatar objetos de las personas que vayan falleciendo a lo largo de su estadía, algo no precisamente legal y éticamente muy incómodo. Así las cosas, esta novela trata sobre el museógrafo llevando a cabo las distintas aristas de su labor mientras nos cuenta cómo se desarrolla su plácida y serena vida rural, dulcificada por la presencia de la hija de la anciana, a la sazón su asistenta e ¿interés sentimental? Y bueno, alrededor ocurren cosas normales, como partidos de béisbol o fiestas folklóricas, la presencia de unos predicadores del silencio, y otras no tan normales, como asesinatos en serie, atentados terroristas, un hermano que por alguna razón no responde a las cartas del protagonista... Todo lo cual, la  verdad, sugiere más de lo que realmente transmite o expresa o dice, o hace que sugiere porque, es cierto, la prosa de la autora es evocadora y todo lo que quieran, dando la impresión de que hay múltiples capas de hondos significados bajo la superficie, pero lo cierto es que la impresión que me queda es que no hay mucho más allá de lo que sucede a simple vista y que la autora espera que seamos nosotros los que atemos cabos y coloreemos este lienzo... aunque si ella misma no ata nada y nos deja colores pero no pinceles, está complicado.
Y no es que yo sea de esos lectores que se sienten perdidos ante la falta de respuestas, ante misterios no resueltos; sé diferenciar entre una historia de argumento y otra más de alegorías o estudios psicológicos o cosas así; a lo que voy es que El museo del silencio parece ser una historia plagada de elementos innecesarios que adornan someramente (los elementos escabrosos se abandonan, el interés sentimental no se concreta, el silencio del hermano se deja en una cobarde ambigüedad, la atmósfera onírica se intuye como una garantía dramática para todo lo inexplicable que ocurre) el mero hecho de que la autora sólo quería hablar sobre la importancia de recordar y prestar debido tributo o respeto a los difuntos. O que en realidad dicha labor, tan bella y noble, también puede ser una maldición y que hay que aprender, en realidad, a dejar ir para poder transitar libremente en esta vida y no encadenado por el yugo del luto y del pasado. O que el espíritu no debe estar atado por ningún enlace material, sea nuestro cuerpo de carne y hueso, sea algún maldito objeto cualquiera, más o menos como parecen representarlo los predicadores del silencio, aparentemente libres de toda carencia y padecimiento material/corporal. Todas alternativas que funcionan igual de bien, pero ¿era necesario extenderse tanto con tramas y subtramas que surgen casi tan azarosamente como se abandonan en punto muerto?
La lectura, amén de esa prosa cálida y sencilla, tan terrenal como poética, es no obstante lo anterior fluida, no se hace para nada pesada y resulta la mar de legible, quizás demasiado legible, trivializando a fin de cuentas ese misticismo que quería lograr. Supongo que lo más frustrante es que estamos ante una idea prometedora que sin embargo no encuentra armonía en la ejecución de sus ideas, es una novela poco coherente y cohesionada en sus elementos. Es como una fotografía desenfocada, y no sólo desenfocada sino que mal revelada... Por ahí van las cosas. Abarcando mucho, apretando poco. En cualquier caso, un decepcionante tropiezo :/


Contando este ejemplar en mis manos son ocho los que se encuentran en Bibliometro y me pregunto si están todos tan maltrechos como éste (lo dudo mucho) y si acaso vinieron todos en el mismo lote o si éste es una donación o algo así o, simplemente, los otros seis usuarios que lo han pedido prestado desde marzo del 2023 son así de descuidados. Siempre me hago esas preguntas cuando me tocan libros que parecen sacados de una venta de garage. Sobre la ficha bibliográfica, por favor miremos: las dos últimas fechas no podían ir estampadas en su correspondiente espacio, era mejor clavarlas justo en las líneas divisorias. Precioso, ¿no?

miércoles, 2 de octubre de 2024

Los perros y los lobos, de Irène Némirovsky

 

Bibliometro S06E04. No tenía planeado pedir prestado este libro pero resulta que tres libros de los que sí tenía planeado pedir prestados no estaban (a pesar de que la web indicaba que sí estaban en la maldita sucursal), razón por la cual, por ejemplo, también pedí Quiltras, que no estaba en mis planes actuales (aunque sí en mis vagos planes futuros). De todas formas pedí Los perros y los lobos por el título, que me llamó la atención y porque de algo me sonaba el nombre de su autora, Irène Némirovsky, escritora ucraniana que escribía en francés y que, lamentablemente, murió en Auschwitz, a donde fue deportada por ser judía (de origen, tengo entendido que se hizo católica, pero ante ojos malvados, qué puede importar). Los perros y los lobos fue la última novela que publicó en vida, si bien sus hijas, que felizmente se salvaron del exterminio, rescataron algunos manuscritos que, décadas después, serían publicados.


Los perros y los lobos es una novela bastante curiosa en el sentido de que muta notoriamente, y no estoy seguro si muy favorablemente, si cambia para bien.
Ciertamente su primera porción, digamos que su primer tercio, es el que más me ha gustado y el que pienso resulta ser más, cómo decirlo, interesante, mejor logrado, incluso coherente. Al inicio todo parece indicar que vamos a estar ante una novela de corte más o menos épico (si bien se nota que la autora pretende abordar o enfocar esa épica desde un punto de vista o una ejecución más bien intimista, abocada a un pequeño núcleo familiar y relatando el caudal de acontecimientos desde sus respectivos puntos de vista y ateniéndose a sus psiquis personales) sobre una familia judía, los Sinner, y sus escaramuzas para sobrevivir a lo largo del tiempo, debiendo afrontar ese sino trágico de toda persona judía que los personajes constantemente están recordando, con orgullo o todo lo contrario. Así las cosas, centrándose sobre todo en las vivencias de una niña llamada Ada Sinner, hija de un hábil pero poco ambicioso comerciante, la novela comienza hábilmente como un certero y más que convincente retrato de una época y de una forma de vida, dura e implacable en ciertos aspectos, con sus injusticias y desigualdades, la vida en la pobreza, en la marginación, la discriminación, para qué hablar de los pogromos, todo contrastado con la candidez y el entusiasmo y la inocencia de esta tierna muchachita que queda aún más patente cuando, ante las dificultades, sale a relucir su obstinada esperanza de ser asistida por los Sinner ricos, parte lejana de la familia que vive en el sector acaudalado de la ciudad que a veces visita de lejos en sus arrebatos de locura infantil. Una vida mejor, a fin de cuentas, es lo que la niña desea y lo que las circunstancias históricas le impiden con tan enconada crueldad. Luego, para no entrar tanto en detalles, la novela pierde algo de fuelle, de fuerza, al trasladarse a París (por motivos que no detallaré aunque seguramente ustedes puedan imaginar), en donde se convierte en una ligera historia de enredos amorosos y familiares que se complican debido a obstáculos de clase y, bueno, de raza o de fe según dicen. Y es cierto que la autora mantiene ese diáfano y empático retrato de personajes muy bien descritos y construidos y perfilados, y también mantiene esta atmósfera de camaradería o empatía o incluso familiaridad, esa capacidad suya para que sientas que los acompañas y que estás ahí junto a ellos Sous les toits de Paris, todo con esa prosa sobria, sencilla pero también certera, imaginativa y sensible, perfectamente equilibrada entre acción y descripción, sin embargo da la impresión que todo lo dicho se emplea en algo bastante anodino y simple que podría perfectamente prescindir de sus circunstancias o intercambiarlas por otra, digamos que pierde su toque único o distintivo que tan bien planteado estaba al inicio en la ciudad ucraniana. Y aunque el tramo final, sin ser del todo original (sigue la plantilla de los amores trágicos), recupera un poco de esa fuerza inicial, al menos en el plano emocional, al traer un poco de vuelta ese tono como desolado y desesperanzado en el cual hasta la luz más brillante está condenada a resplandecer sola en un terreno baldío e inhóspito, lo cierto es que a grandes rasgos Los perros y los lobos deja una sensación algo descafeinada, en el sentido que pudo haber sido una historia de esas que dejan huella pero que prefirió tomar un camino más amable y conciliador, dramática y narrativamente, e incluso algo forzado en ese sino de soledad y derrota que la autora tan empecinadamente hace caer sobre sus personajes (sin duda como una manera de reflejar la vida de los judíos en esas décadas, desde sus ciudades de origen hasta las ciudades que albergan tan hostilmente sus sueños de prosperidad y libertad, siempre debiendo mirar por sobre el hombro y esperando lo peor de un mundo cruel y violento).
Y me doy cuenta de algo: al inicio esa lógica funcionaba un poco porque la niña luchaba contra ello y esa fuerza suya servía como motor narrativo, pero ya cuando la cosa se pone más sentimentalista, en plan costumbrista o cuadro familiar, la trama no sólo pierde interés dramático y atmosférico (o incluso histórico) sino que la niña al crecer pierde tenacidad y se vuelve mansa ante ese destino fatal, lo que hace que la historia se sienta doblemente estancada, pues es tan sólo una sucesión de cabos sueltos que comienzan a atarse y aclararse. Y creo que la autora se da cuenta, lo hace a consciencia, en tanto hay personajes que manifiestamente dan cuenta de ello, con decepción y desdén.
Pero no es una lectura molesta o cansina ni nada de eso, todo lo contrario, como se mencionó la escritura de Némirovsky es ágil, de buen gusto, y, con todo, a pesar de todo lo dicho, sus personajes se sienten reales, aún los más encorsetados, y uno no deja de lamentar lo que les sucede, por más forzado que resulte ese destino y por más mansos que se pongan, estos personajes te caen bien y te piden compasivamente tu compañía. Además, testigo de su época, la autora recrea lugares y ambientes con contundencia, te hace fácil imaginar visualmente todo lo que ocurre, como en una película. Su epílogo, sin embargo, me gustó, pero es como un círculo que vuelve al inicio, lo cual, para los personajes, no deja de ser terrible: en efecto, la paz es un sueño huidizo...


No es la ficha más desordenada, ineficaz ni caótica que vamos a encontrar, pero el despelote visual ciertamente es extraño: espacios en blanco, timbres apenas visibles contrastados con los más oscuros, fechas timbradas sin orden ni concierto cronológico... Doce préstamos desde julio del 2016, con una larga siesta entre el 2018 y el 2022. En todo caso hay otros diez ejemplares más, por lo que quién sabe cuántas personas han leído Los perros y los lobos. Vayamos preguntando por ahí, a ver qué tanta suerte tenemos.