Jimmyteca personal #1. Comenzamos una nueva colección, ¡gran inauguración!, démosle la bienvenida por favor. Ni se imaginan la cantidad de libros que tengo, que he ido comprando mientras trabajaba y tenía un sueldo fijo (que aumentaba con las propinas semanales), por desgracia el ritmo de trabajo no me permitía realmente leer todo lo que tenía, fue una de las cosas que me hacían sentir miserable, apenas leí unos cuantos libros en las dos o tres vacaciones que pedí, y así no se puede, si uno ama leer, no leer es un castigo horrible. Felizmente estos meses eso ha cambiado, pero apenas he tocado mis libros si no únicamente para ordenarlos, así que un buen día, más o menos poco después de cierto libro cuya lectura me dejó traumado, quise cambiar brevemente de aires y comenzar a compartir los libros que tengo. Qué mejor que inaugurar la colección con El tren que ahora se aleja..., de Pablo García, escritor chileno cuya obra es una de mis preferidas y a quien conocí gracias a un librero llamado Octavio Rivano, hijo del escritor Luis Rivano, quien un día, viéndome algo perdido entre tanto escritor chileno que descubrir, e intuyendo por dónde iban mis intereses más intensos y viscerales (porque, como saben, mis intereses suelen ser bastante eclécticos), me recomienda cierta novela escrita por García, novela que me hipnotizó y sorprendió, jamás imaginé que algo así podría escribirse en este país, pero bueno ya hablaremos de eso cuando le llegue su turno. El tren que ahora se aleja... lo leí en la Biblioteca Nacional, en uno de sus salones de lectura, era en los tiempos en que pensaba que nunca tendría dinero así que mejor leer gratis en dicha querida biblioteca pública. Ya con dinero, me puse a buscar los libros de este autor y apenas vi este conjunto de cuentos, ¡zas!, mío mío mío. Y me meto de nuevo en sus páginas y recuerdo por qué me gusta leer, el placer que te provoca la lectura. Santo remedio, bendito antídoto :)
Un pequeño volumen de cuatro cuentos que Pablo García, hijo de un estricto pastor protestante al que en casa no se le decía padre sino reverendo, y que vivió en ambientes rudos y proletarios, y que ya de adulto era empleado público, trabajando en distintos poblachos, según dicen hombre de carácter áspero y sombrías obsesiones, escribió luego de su poemario El estrellero inútil (que también tengo, por cierto), en el cual, desde ya y marcados a fuego y sangre, quedan patentes los intereses y los temas que surcarían hondamente la obra de este escritor, sus atmósferas densas, pesadas, negras, oscuras, asfixiantes, en la que se mueven personajes heridos, sufrientes y castigados por los demonios internos y externos, por el fracaso personal y colectivo o individual (pero inseparable del contexto social), siempre presente el componente religioso en ese castigo, la sombra de Dios encima de los deplorables o sublimes actos de estos seres humanos de carne y hueso, de carnes trémulas y huesos frágiles, y la brutalidad de la vida, de la realidad: la pobreza, la soledad, el patetismo y el aburrimiento, esa cruel verdad que es una mentira a la que se despierta cuando se abandona la hermosa niñez, cuando se ensucia su pureza de alma y de corazón. Rumiando la derrota, hirviendo de ira y de pena, ahogándose en la incertidumbre de lo que viene y no será. Expresado todo a través de una escritura afilada y cortante, dura como un mazazo, cada palabra un golpe directo al estómago, al mentón, al pecho, dotado de un lirismo visceral, de un fatalismo poético que dan cuenta de una cosmovisión de gran sensibilidad, de un profundo romanticismo inevitablemente teñido de cinismo y decepción. Son historias de alguien desilusionado pero que se niega a dejar de soñar.
Los tres primeros cuentos están escritos en primera persona y dan cuenta de manera directa del tormento que viven sus protagonistas, producidos por penas de amor, por culpa de la cobardía, por el peso de la soledad desesperante. El tren que ahora se aleja... es una carta que un introvertido hombre le escribe a una muchacha a la que no se atreve a cortejar mientras abandona el pueblo para siempre. Notas de un formulario para telegrama es como un cuaderno de notas en donde el protagonista escribe pensamientos e impresiones, naturalmente provenientes de un alma atormentada pero lúcida y observadora, curtida en esto de soportar los violentos embates de la vida. Gavota triste para un amor lejano es sobre un hombre hablándole a una amante que ya no está.
La canción que estoy cantando, el relato más largo de los cuatro, se diferencia en primer lugar por su estilo en tercera persona sobre un moribundo anciano que, al borde de la muerte, comienza a revivir acontecimientos de su infancia, de su adolescencia, de los amores espirituales y carnales, los pueblos en los que vivió y padeció. Un relato más poético que los anteriores, temáticamente similar pero, al ser un narrador no-personaje, se permite esta construcción más sofisticada, más ordenada si cabe (en los primeros tres el autor apostaba por cierto caos estructural sustentado notablemente por el caos emocional y psicológico de sus protagonistas), más novelesca, para repasar la vida de un hombre a través de los pilares fundamentales de su existencia. De paso, el autor también elabora un retrato o construcción de esos ambientes oscuros y del bajo mundo que luego caracterizarían su obra literaria, de esos personajes perdidos y patéticos, consumidos por sus demonios, masticados y escupidos por la sociedad, esperando el tiro de gracia. La muerte siempre presente en la vida, una certeza tan grave que se nota en cada palabra, en cada gesto, en cada momento: cómo luchar contra ese destino que se asoma en cada esquina, cómo encontrar la paz interior cuando todo a tu alrededor parece confabularse para hacerte caer. Una profunda compasión se desprende de la escritura de Pablo García, aún más intensa y potente precisamente por la pesada y cautivante atmósfera que rodea a sus personajes, esa penumbra que no los abandona nunca. Imaginen una película de Bela Tarr, imaginen "Karhozat", ese es Pablo García, pero con sus propios términos y principios.
Cuatro cuentos que son un poderoso y elocuente inicio en la obra de un escritor único que, silenciosamente, construyó un sólido mundo que no es apto para ojos susceptibles. Su literatura no es amable ni reconfortante, pero es genuina, auténtica, honesta, coherente, aparte de ser estilística y formalmente deslumbrante y magnética. Es tan sólo el inicio del camino.
Obviamente no hay ficha bibliográfica que analizar, pero quise tomarle una foto a la contratapa por su fecha: 1952. ¿No les parece maravilloso? Solemos leer libros de fechas similares o anteriores, clásicos de siglos pasados, pero... pero en ediciones recientes, de este milenio. No digo que sea algo único, pero cada vez que compro un libro realmente confeccionado, impreso, todo-eso, de los años sesenta, cincuenta, cuarenta, treinta (creo no tener nada del veinte), quedo... no sabría describirlo. Es como un viaje en el tiempo en cierta forma: ¿un librito de mediados del siglo pasado, en una ciudad sureña, que ha resistido setenta años de existencia y un viaje de 500 km.? El esmero en la portada, en las letras, en los colores, en el papel mismo, me hace sentir un extraño placer, una extraña felicidad: es el trabajo y el oficio de personas, aparte de la creación del escritor, de esa litografía, que sobrevive y sobrevivirá, que perdurará por siempre. Es inspirador.
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