"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 27 de octubre de 2025

La niña que iba en hipopótamo a la escuela, de Yoko Ogawa

 

Biblioteca de Santiago nº37. Agradable fue mi sorpresa cuando me fijé que en los amplios y nutridos salones de la BDS estaba este libro de Yoko Ogawa, una escritora que por acá queremos mucho, cuya bella edición y llamativo título (el original se traduciría, tal como el mismo libro lo indica en su panel informativo, como La marcha de Mina) fueron alicientes para no esperar una próxima visita y llevármelo de inmediato, porque todo puede pasar, ya he visto libros que a la visita siguiente no están, entonces es mejor asegurarse, pero, ay, son tantos libros y tan pocas manos, tan pocos días, tan sólo un par de ojos, que irremediablemente toda elección es tan acertada como fatalmente errónea. 

La niña que iba en hipopótamo a la escuela nos cuenta la historia de una muchacha, que es la narradora del libro pero ya de adulta, quien, debido a la muerte de su padre y a que su madre decide tomar un curso especializado para poder optar a empleos mejor remunerados con los que mantener a su hija, debe trasladarse a la casa en donde vive su tía, la hermana de su mamá, durante todo un año mientras dure el curso. La novela es un bello y sereno, pero profundo y sutilmente complejo, ejercicio de memoria personal e histórica en el cual la historia de ese año, en esa casa junto a esa familia, se entrecruza con la historia de Japón y del mundo: los hitos de la vida de una niña que son tan vitales, cruciales, importantes como los hitos a gran escala. La familia de la tía está compuesta por el marido, el director de una fábrica de refrescos muy carismático pero también muy ocupado y ausente; la abuela de la casa, una alemana asentada en Japón desde hace décadas; la señora Yoneda, la nana, afectuosa pero severa; el señor Kobayashi, el jardinero y maestro chasquilla, hombre taciturno pero confiable; la tía, mujer melancólica y lánguida; y Mina, la niña de la casa, aquejada de asma pero entusiasta, animosa, y con quien la protagonista entabla una amistad que trasciende el lazo familiar. La casa es una mansión que tiene un zoológico en el patio, la mascota de la casa es una hipopótamo y la vida a lo largo de ese año será tan extravagante como perfectamente normal.

Lo maravilloso de esta novela es que carece de truculencias emocionales, no hace gala de esa apestosa y tan manida nostalgia pluscuamperfecta. La narradora, literalmente, revive los recuerdos y su narración palpita asombro, perplejidad, entusiasmo, toda una amplia, variada y rica gama de emociones que no necesitan artificios ni manipulaciones, lo que nos cuenta es la vida misma, un slice-of-life bien entendido y bien contado, bien escrito, escrito con esa serena poesía marca de la casa, con ese trazo delicado pero preciso que, con paciencia y contemplación, puede componer un cuadro rico en detalles, en profundidad de campo, en sensación de movimientos. Es una novela escrita y narrada con sensibilidad, con honestidad y sinceridad, con genial humildad, modestamente magistral, que es capaz de transportarte a un tiempo y a un lugar y evocar la vida ahí: hacerte respirar la pureza del aire, hacerte sentir la caricia del viento, escuchar el canto de las hojas, tal es su poder evocador. Sumen a ello numerosas subtramas que, aquí y allá, le van dando sabor, intensidad y complejidad al relato del año junto a la familia de la prima, porque claro, no todo es perfecto: la madre bebe mucho, el padre se ausenta demasiado, secretos revolotean en el aire, etc. Me doy cuenta que ahí radica la gracia, la mayor cualidad de esta novela: que respeta la visión joven de su protagonista, incluso aunque sea una rememoración; a mujer adulta que recuerda no interviene, no aclara, no hace gala de condescendencia ni para con su versión adolescente ni para con los otros personajes o el pasado mismo, como quien, con la seguridad que otorga el "conocimiento" del tiempo acaecido, en plan todos son generales después de la batalla, juzga a diestra y siniestra olvidando que nadie sabe para quién trabaja y que la vida es caminar envuelto en sombras. Al contrario, como digo, se mantiene la pureza y la transparencia del tiempo recordado, con las virtudes y defectos que todos los personajes tengan, pues la vida palpita gracias a virtudes y defectos, ya sea la ingenua sencillez de la protagonista (la que, curiosamente, le permite estar con los ojos más abiertos: quien no sabe mucho tiene más cosas que aprender, que notar, que vislumbrar), ya sea el voluntarioso y avasallador ingenio de la prima Mina, todo es retratado y reflejado, utilizando las palabras de antes, con la misma perplejidad y asombro con que lo harías si lo estuvieras viviendo y no recordando. 

El resultado es una novela maravillosa, hermosa, emocionante, alegre y curiosa, en fin, otra gran muestra de la literatura bella, poética, contemplativa, de Yoko Ogawa, cuyos libros, más que navegar la corriente de un río, es zambullirse a lo largo y ancho, alto y bajo, de un lago despejado e iluminado. 

lunes, 13 de octubre de 2025

Música, de Yukio Mishima

 

Bibliometro #126. Tenía que aparecer, por supuesto, ya era hora de que comenzásemos a leer a Yukio Mishima, otro de esos escritores japoneses indispensables, al menos, para saber de qué se habla cuando se habla de literatura japonesa. Comenzamos, entonces, con un libro cuyo título no me sonaba, pero que estaba a mano, y qué importa, no siempre se avanza por orden, qué demonios, mientras vayamos conociendo y descubriendo, qué mejor.

Como se puede ver en la fotito de arriba, Música funciona a modo de "borrador encontrado" (aunque no es exactamente eso, claro), escrito por un psicoanalista de Tokio que refiere el caso de una paciente que llega a su consulta motivada por una penetrante frigidez. Este recurso, que le permite a Mishima, en cierto modo, "escribir como otro", funciona a la perfección porque aúna, con sorprendente agilidad y habilidad, una exposición clínica y precisa, concisa, de los pormenores del caso de esta mujer con su respectivo tratamiento, y una maestría narrativo-dramática al momento de dosificar la información y establecer una cronología argumental. En otras palabras, Música es de una compleja claridad, capaz de expresar y retratar con sutileza y exactitud los sinuosos y enrevesados abismos psicológicos y personales no sólo de la paciente de marras sino que también del mismo psicoanalista y otros personajes que revolotean alrededor de este dúo, sin perder en ningún momento el sentido del ritmo, del suspenso, del pulso dramático. El informe del psicoanalista, que por supuesto se presenta bajo la ilusión de ser un escrito veraz, nunca pierde su capacidad para fascinar con los bien planteados, convincentes y verosímiles giros argumentales de su trama, en tanto la frigidez de la paciente se origina y se esconde en una enmarañada red de recuerdos y memorias consciente e inconscientemente reprimidas. Es increíble y sensacional, de verdad Música es como una especie de ensayo o paper académico pero enriquecido con los recursos retóricos y narrativos de la literatura; imagino que la información que Mishima utiliza para sustentar o reforzar el flujo de acontecimientos son reales, todas las teorías y textos que saca a colación, pero el libro nunca se hace pesado, ni denso ni pedante, ni por el contrario, tampoco parece simplón, pedagógico, aleccionador o condescendientemente ilustrativo. Y la trama, con personajes y secretos y giros, tampoco se vuelve exageradamente melodramática, siempre se mantiene como la profunda exploración de la psiquis humana que, ya al inicio, deja en claro que pretende ser: una historia de almas, una historia de mentes. Así, con sentido del humor, con sensibilidad poética, con sutileza teórica, con claridad estética o estilística, todo resulta interesante, entretenido, magnético, en esta novela, que no rehúye tampoco la sordidez y lo perturbador, pero que no cae en sensiblerías baratas o en artificiosas truculencias, amén de la mirada entre cínica pero también compasiva del psicoanalista, quien, por supuesto, tiene ese distanciamiento crítico y clínico/médico aunque no olvida que, en el fondo, sus objetos de estudio son seres de carne y hueso. Música, entonces, aprovecha ambas vertientes que se potencian mutuamente, no sólo en lo reflexivo sino que en lo narrativo, lo que queda clarísimo en el inteligente contraste de su inicio y su final: se comienza con esa precisión quirúrgica, pero el final es dulcemente poético y humanista (por cierto, el título alude a algo bien concreto y su metáfora no deja de ser sumamente arrulladora).

En dos años y mínima fracción Música es un libro que ha sido prestado en seis ocasiones, dos por año si sacamos un promedio. No es malo, digo yo.

lunes, 6 de octubre de 2025

El arte del asesinato. 11 relatos de crimen e investigación, de G. K. Chesterton

 

Bibliometro #127. Si ya me conocen, y si están acá es porque ya me conocen, sabrán que me encantan las historias de detectives, de asesinatos, de crímenes, de misterios, de investigaciones, en fin... Siempre que algo así aparece en mi horizonte, le echo un ojo y trato de acceder a ello. Y en los recomendados de Bibliometro, que a estas alturas también me conocen un poco, me apareció esta recopilación de cuentos o relatos escritos por Chesterton, autor clásico donde los haya y cuya obra siempre debe ser tenida en cuenta por cualquier amante de la naturaleza, perdón de la literatura (no sé por qué escribí naturaleza pero mantengamos la errata intacta, sin corregirla, para que vean cómo divaga mi mente a veces, incluso cuando está ocupada en algo concreto, como por ejemplo escribir un post), por lo que estaremos matando dos pájaros de un tiro.


Como pueden ver en las fotitos de abajo, los once relatos que componen este libro están sacados de The Club of Queer Trades, The Man Who Knew Too Much (imposible no pensar en Hitchcock), The Poet and the Lunatics, The Paradoxes of Mr. Pond y los tres libros del Padre Brown. Todos son libros de relatos sobre crímenes e investigaciones, y acá, antes de entrar en materia, no hay que perder la oportunidad de felicitar la distinción, porque claro, algunos de los crímenes que leeremos se resuelven, pero sus respectivos relatos no son de investigación propiamente tal, y no toda investigación necesariamente trata sobre un crimen (por lo demás, no todo crimen es un asesinato o de naturaleza violenta), lo cual, como veremos, es una diferencia crucial, son características esenciales para leer, disfrutar y comprender cada relato. Muy bien, vayamos por partes:

-Las extraordinarias aventuras del comandante Brown, cuento proveniente de El club de los negocios raros, un libro conformado por historias misteriosas sobre algunos empresarios, pertenecientes al mentado club, cuyos negocios son del todo peculiares, únicos y raros. Más no puedo explicar porque mataría el misterio, pero puedo afirmarles que Las extraordinarias... es un relato seductoramente serpenteante, desenfadadamente diabólico en sus rocambolescos giros y que, a rasgos generales, vibra y brilla por el puro placer de contarte acontecimientos extraordinarios y excepcionales, de esos que te hacen quedar boquiabierto, asombrados, sorprendidos, anonadados. De paso, ya en esta primera historia podemos deliciosamente gozar de la prosa elegantísima pero no por ello menos cáustica y salvaje, ácida, de Chesterton, cuya narración es el perfecto cruce entre una envolvente claridad y, por supuesto, y un uso de las palabras sinuoso, intrigante e insinuante. Excelente manera de comenzar la recopilación. ¡Ah!, olvidé mencionar, al menos, la premisa argumental: el comandante Brown recurre a la ayuda de un variopinto grupo (un ex juez medio gagá, para empezar) cuando comienza a recibir extrañas cartas en las cuales se anuncia, a modo de amenaza, LA MUERTE DEL COMANDANTE BROWN. Tales misivas son tan sólo el inicio de una seguidilla de insólitos acontecimientos que, ahora con la ayuda de dicho grupo, espera resolver satisfactoriamente.

-El rostro en la diana y El pozo sin fondo, ambas historias protagonizadas, o mejor dicho resueltas, por Horne Fisher, provienen de El hombre que sabía demasiado, un libro que reúne historias protagonizadas o resueltas por el detective, aunque según pude informarme, también cuenta con algunas otras historias protagonizadas por otros personajes, sin embargo el hombre que sabía demasiado es, efectivamente, el tal Fisher. Si hay algo que Chesterton demuestra a lo largo de estos once relatos, y que por extensión es una demostración de su obra literaria en toda su extensión temporal y cuantitativa, es su capacidad para la renovación o para la revisión, para el giro ingenioso que permite a sus historias gozar de características propias e intransferibles, de cierta independencia y autonomía temática, ética y estética. Ambas historias son misterios en donde alguien muere, sí, y son historias de investigación. En la primera, un periodista y el tal Fisher son testigos de un auto que cae desde lo alto de un barranco, hecho añicos al aterrizar y el conductor, lamentablemente, fallecido. A causa de la caída, claro. ¿Un suicidio, una falla de frenos? Fisher tiene otra teoría: un asesinato. En la segunda historia, en un club social ubicado en una de las tantas colonias británicas, junto a un pozo sin fondo aparece el cadáver de un célebre general junto a un joven pero prometedor militar en estado de shock, que parece ser el gran sospechoso. Pero hay gato encerrado, y Fisher olfateará aquí y allá hasta dar con la clave del misterio.
Ambas historias, sobra decir, son una delicia de la narrativa de investigación, que va un poco en la línea, eso sí, de las deducciones a lo Sherlock Holmes más que a un trabajo policial propiamente tal, aunque el mismo Fisher se refiera, con cierto dejo irónico y desdeñoso, al famoso detective creado por Conan Doyle. Y he ahí su giro, su toque revisionista al que se alude en el título del libro original del que proviene: Fisher podría ser un Holmes cínico, sombrío y pesimista, el que viene de vuelta, aún firme en sus ideales de justicia, honestidad y honradez, pero cuya mirada melancólica es, en realidad, la clave de sus deducciones: una misma pista, por ejemplo, puede conducir a determinada deducción, a determinada conclusión, a determinada verdad, pero puede ser una verdad errónea incluso si quien deduce es una persona ejemplar, virtuosa y optimista. Ambos casos no pudieron ser resueltos de no ser por la aguda y amarga mente de Fisher, tal es la refrescante propuesta de Chesterton. No toda resolución, no toda aclaración, no toda verdad conduce a un mundo más luminoso y balanceado.

-La casa del pavo real y La joya púrpura, por su parte, son casos protagonizados por Gabriel Gale, poeta y pintor que, sin embargo, gracias a su sensibilidad artística que le permite observar y percibir la realidad de manera algo más nítida y "extrasensorialmente" que el resto de personas excesiva y puntillosamente racionalistas o empiristas, se ve envuelto en misterios que sólo él puede resolver, insistimos, no porque sea más inteligente que el resto, tan sólo porque no le ha cerrado su vida a los misterios místicos del universo. Obviamente, tal como alude el título del libro original del que proviene, todos sus casos deben estar relacionados con gente lunática... demonios, hasta el mismo Gale es, en cierto modo, un lunático. Imaginen una detective esotérica y astróloga que resuelve crímenes gracias al aura de los sospechosos, gracias a las vibraciones de los lugares, gracias a la comunicación con los elementos de la madre tierra. De paso, me consta que con Gale, Chesterton ataca la concepción y cosmovisión atea, racionalista, etc., amén de sus historias en donde lo intangible, lo espectral, lo espiritual, lo simbólico, pueden ser tan concretos como cualquier objeto de madera, metal, porcelana, o cualquier persona de carne y hueso que se te cruce por delante.
Dicho esto, La casa del pavo real es una historia que no he disfrutado mucho la verdad, no tanto por el misterio en sí, que resulta fascinante tanto en su planteamiento (un muchacho de campo que desaparece sin dejar rastro luego de ser invitado por un apurado y elegante hombre del vecindario) como en su desarrollo y en su conclusión/resolución, como por la prosa, extrañamente gris, lúgubre, mustia, melancólica pero no en el mejor de los sentidos, como si la prosa y narración se vieran contagiadas por el ánimo lánguido de su protagonista, quien, por esas cosas instintivas, se adentra subrepticiamente en una casa extraña en la que se lleva a cabo una reunión de gente que se ríe de las supersticiones, club presidido justamente por el apurado hombre que invitó al muchacho de campo y al cual, de todas formas, no vemos por ningún lado. Gale resuelve el caso gracias no sólo a sus habilidades perceptivas sino que también a esas supersticiones de las que tanto se ríen esos arrogantes racionalistas. Curiosa historia: el misterio en sí es interesante, su sustancia o mensaje tiene su dulce mala leche (hay que ser lunático para vivir constreñido por la dura superficie de los meros objetos, nos dice Chesterton), pero la prosa, el estilo, la atmósfera cenicienta, no ayuda a potenciar dramáticamente su prometedora y lograda premisa.
La joya púrpura, por otra parte, corrige los reproches del caso anterior y, si bien Gale sigue siendo el mismo muchacho lánguido, algo taciturno, al menos el relato en sí es despejado y esa vivacidad tan elástica y entusiasta en la prosa de Chesterton se desata en todo su esplendor, gracias también a una historia igual de sorprendente y enrevesada como las anteriores. Resulta que un famoso amigo dramaturgo y poeta de Gale ha desaparecido, se ha esfumado sin dejar rastro, o casi, porque sus conocidos más cercanos (familia, abogado, un asistente, y Gale, quien se une al grupo por casualidad) intentan encontrarlo o al menos tener un mínimo indicio de su estado o paradero, por lo que comienzan a investigar reconstruyendo sus últimos pasos. Caso redondo y genial.

-Los tres jinetes del apocalipsis y Anillo de enamorados son historias protagonizadas, es un decir, por Mr. Pond, provenientes de Las paradojas de Mr. Pond, libro que, como podrán imaginar, reúne historias en donde se desarrollan deliciosas y llamativas paradojas, a modos de retos de lógica, que, sin embargo, tienen todo el sentido del mundo, o al menos dotan de sentido a historias que, de no ser por dichas paradojas, jamás serían resueltas.
La primera de ambas historias en realidad no está protagonizada realmente por Pond, él es tan sólo el narrador, el portador de la respuesta de la solución. Sentado a la mesa con dos amigos, procede a contarles una historia de lo más peculiar: un general prusiano manda a matar a un poeta polaco para que, con sus versos, no siga avivando el fuego de la rebelión. El campamento de los militares prusianos se encuentra en el extremo de un largo, kilométrico y escarpado pasillo siberiano, mientras que el poeta está apresado en un pueblito ubicado en el extremo contrario. El general envía a un subalterno con una orden de ejecución, pero pronto, el Rey o lo-que-sea de los prusianos llega al campamento y envía a otro jinete con una orden de indulto, con la esperanza de que dé alcance al primer jinete y evite la muerte de un mártir en potencia. En secreto, el general envía un tercer jinete para que detenga al segundo. ¿Cómo termina este enredo? Bueno, la paradoja vendría siendo que, a veces, un exceso de obediencia termina siendo contraproducente, mucha rigidez termina por quebrar al árbol más firme, en otras palabras, este relato es un inteligentemente sutil alegato de libertad, una apología a la desobediencia. Y, en términos narrativos, más que un caso de crimen e investigación, es como una fábula... bélica, gélida y violenta, pero una fábula de lo más entretenida y sorprendente, porque sí, el genio de Chesterton sigue siendo capaz de retorcer sus argumentos para goce del lector.
Ahora bien, Anillo de enamorados está a otro nivel. Me atrevería a decir que este relato es la gran obra maestra del conjunto, una absoluta genialidad, una fascinante y magnífica intriga de lo más retorcida y diabólica, aún más que las historias anteriores, pero jamás incoherente, jamás excesiva, sin perder nunca su base de verosimilitud. No entraré en detalles en este caso sobre cuál es la paradoja o cuál puede ser la lectura más probable, tan sólo les diré que disfruten de este misterio envuelto en una intriga, que es puro placer dramático y narrativo, todo un reto a los nervios y un regalo a tus morbosos deseos. Sólo diré: un grupo de apestosos y variopintos canallas burgueses-aristócratas-políticos, una cena, un anillo y... ¡un abismante misterio!

-El jardín del humo es uno de los relatos más débiles del conjunto, o dicho de otra forma, uno de los que menos me gustó. Es interesante en cierto modo porque demuestra grandes ideas y una brillante capacidad para sugerir y crear imágenes, metáforas, alegorías, que si las piensas, las reflexionas, las degustas, te parecen geniales. Incluso el mecanismo del crimen te parece sensacional, poético incluso, pero la narración en sí carece de verdadera emoción e impacto dramático. Nuevamente, tenemos una historia en donde los hechos, por un lado, brillan por su genialidad, mientras que la narrativa es la que flojea y cojea. La protagonista es una muchacha campesina que llega a trabajar como asistente a la casa de una conocida escritora y poeta londinense, casada con un afable doctor o científico, además del reservado asistente de éste; sumen, además, que un amigo marino del matrimonio, de modales bastante toscos, se aloja con ellos. Esta "familia" es de lo más excéntrica, pero al menos es acogedora. Sin embargo, poco alcanza a disfrutar, porque a la mañana siguiente la escritora aparece muerta y, en un clima de sospechas y hostilidades, es el vecino, un inspector de Scotland Yard, el que entrará en escena a resolver el caso y poner los puntos sobre las íes.
Una de las cosas que podemos mencionar es que, imagino, Chesterton quería retratar un poco cierto decadentismo moral de la sociedad, sobre todo de la gente artístico y de los hombres de ciencias, porque, entre otras cosas, hay droga de por medio, como si tuvieran un vacío espiritual dentro, una aspereza emocional, que intentan disfrazar con los coloridos efectos de sus estupefacientes, que no traen nada bueno a la larga. Más allá de lecturas morales, El jardín del humo no es un caso que resulte ni sorprendente ni muy creíble tampoco, primero porque queda bastante claro quién mató a la escritora y segundo porque no se entiende que, por muy inspector de Scotland Yard que sea el entrometido vecino, nadie avise a la policía y escondan el asesinato de la mujer. ¿Estará dopado el inspector también?, porque no parece que alguien que trabaje para la ley sea tan displicente con los procesos y protocolos correspondientes luego de la comisión y revelación de un crimen. Aparte de esto, ningún personaje te parece agradable ni atractivo, nada resulta muy interesante de hecho.
Sólo se pueden rescatar esas imágenes poéticas relacionadas exclusivamente al mecanismo del asesinato, pero el resto es bastante convencional y poco inspirado. Una buena idea pobremente desarrollada, una buena idea tristemente malograda.

-Luego de eso tenemos los tres últimos casos, La cruz azul, El hombre en el pasaje y La resurrección del padre Brown, cada uno proveniente, respectivamente, del primero, segundo y tercero de los libros que reúnen las aventuras del padre Brown, el personaje al que Chesterton destinó más historias.
La cruz azul es uno de mis relatos favoritos del conjunto, una absoluta genialidad, vibrante, de ritmo avasallador y de un sentid del humor tan pero tan negro y desenfadado que, por lo mismo, hace que el caso en sí resulta aún más fascinante y entretenido por lo exageradamente atípico de su naturaleza. El protagonista ni siquiera es el padre Brown, es un policía francés que llega a Inglaterra para darle caza a un célebre criminal, también francés, del que se sospecha estará en Londres haciendo de las suyas, disfrazado de cura, con motivo de una especie de convención religiosa a la que asistirán sacerdotes de otras ciudades inglesas e incluso del extranjero. Así, sin muchas pistas concretas salvo que seguramente aparecerá cerca del congreso sacerdotal, este excéntrico policía francés, de peculiar metodología investigativa, iniciará una delirante y descacharrante persecución cuando crea encontrar la pista inicial en un restaurante al que llegaron dos curitas bastante desordenados.
El hombre en el pasaje es, con toda seguridad, el relato más débil y el que menos me ha gustado. Todo en esta historia es arbitrario, impostado, forzado, poco coherente, como improvisado, poco inspirado, rutinario. Dos hombres llegan al camerino de una famosa y hermosa actriz a agasajarla como los buenos babosos que son; el asistente de la actriz también actúa como un enamorado perrito faldero; y para qué hablar de su seductor compañero de reparto. A esta inusitada reunión también llega el célibe padre Brown, convocado por la actriz por algún asunto privado, espiritual seguramente. Pero la actriz muere en el callejón al que da la puerta de su camerino y sólo el padre Brown sabe quién cometió semejante crimen. Nuevamente tenemos un caso en donde las pistas son completamente gratuitas, fútiles y banales (no tienen peso en la resolución, son meras distracciones para alargar el relato), los personajes poco agradables o simpáticos (es decir, dramáticamente nulo: qué importa lo que digan o hagan), el crimen el enésimo misterio de quién mató a la víctima (cero originalidad, sin ningún retorcido toque refrescante ni revisionista por parte del autor), además de poco coherente consigo mismo: para empezar, si el padre Brown lo supo desde el inicio, ¿por qué espera semanas para dar su testimonio? Vale la pena decir que luego del crimen el relato hace una elipsis y se vuelve un courtroom drama, ¡uno de esos entretenidas historias de tribunales! Sería EL elemento redimible de esta historia, porque al menos en esa porción el cruce de testimonios, dimes y diretes, le da algo de dinamismo a una premisa que se agota tan pronto como ocurre. ¿Lo peor? Que la solución está sacada de la manga, con evidencias y datos no mencionados antes, en total desprecio a todo lo escrito antes. Si la gracia es que el lector también sea capaz de resolver el misterio en conjunto con el detective o incluso antes, tal como está escrito, en El hombre en el pasaje tal cosa es imposible: te dan un montón de datos y pistas que de un plumazo van a la basura para que la respuesta se sustente en ¡otros datos salidos de la nada! Pésimo, no se reconoce el genio de Chesterton en esta historia, a lo sumo en ciertos tramos en donde su incisiva y mordaz y ágil y elástica prosa se siente más cómoda gracias al fervor propio de cada juicio.
Por último, La resurrección del padre Brown


Aunque no es la ficha bibliográfica más movidita, sí, para mí, resulta sorprendente que tenga no pocas lecturas, concretamente ocho en poco más de ocho años, lo que en realidad sí son pocas lecturas, me dejé engañar por la cantidad de fechas estampadas, algunas repetidas, lo que aumenta la confusión. Pero una lectura en promedio por año, nada mal ¿o sí?