"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

sábado, 12 de agosto de 2017

Destripando Profondo Rosso


En Cine en tu Cara acabo de comentar Profondo rosso, la quinta película de Dario Argento y su cuarto giallo. En la entrada mencioné que hice un pequeño análisis de una escena en particular, y acá me encuentro analizando, pequeñamente, dicha escena particular. ¿Cuál es la maldita escena?

Para entrar brevemente en contexto, Profondo rosso se trata sobre un pianista que, luego de presenciar el asesinato de una telépata a manos de una figura de negro no identificada (no asuman géneros, por favor), decide investigar quién demonios cometió tan brutal asesinato, especialmente cuando continúe matando a todo aquel que pueda identificar su rostro y apuntar su culpabilidad. Una de las víctimas es el profesor no-sé-cuánto, quien, momentos antes de su muerte, se halla cómodamente sentado en el escritorio de su sala de estar.


El hombre, quien ya conoce la identidad del asesino, consciente de que su conocimiento lo convierte en un blanco inmediato, está nervioso y se siente observado, clara señal de paranoia aunque no por ello la sensación deja de ser cierta.


Le dan ganas de... bueno, de hacer algo que implica salir de la sala de estar, no sin antes sentir una sensación de malestar.
Tal como señalaré de inmediato, nótese lo amplio del encuadre: Argento reduce al protagonista de la escena casi en un decorado, en un elemento pequeño de la imagen, sin control ni poder, que se encuentra a merced de una presencia invisible que puede estar en cualquier área del plano: el tipo ya es una presa lista para ser capturada. Ahora, el conflicto es cuándo... y cómo. La tensión proviene de esa incógnita.


Sale de la sala de estar y camina por un pasillo que lo conduce a la cocina. Se prepara un té, sale de la cocina, vuelve por el pasillo hacia la sala de estar.
Nótese lo amplio del plano (considerando que es un espacio cerrado) y el poco espacio del encuadre que se destina a la acción del protagonista, dejando el resto de la imagen a la imaginación: ¿se encontrará el asesino, si es que hay un asesino dando vueltas, en la cocina, justo detrás de la pared que nos impide ver más? ¿Lo atacará mientras se prepara el té, veremos una mano armada con un objeto contundente alzarse y luego caer sobre la cabeza del pobre hombre?


Acá el suspenso funciona no sólo porque la cámara misma actúa como un observador lejano, quizás que acecha, sino que también porque otorga un aura de peligro a una acción anodina, que es preparar té, haciendo que cada segundo de sus elementos anodinos, esto es caminar y verter el agua caliente en la taza, se perciban como el incierto e inquietante preludio a un estallido de violencia.
La tensión consiste en estirar el instante en que pasamos de un estado de quietud a uno de caos.
Argento, luego de que el tipo vuelva a su sala de estar, se queda en la cocina y hace que la cámara se asome a la misma.


Esto es sugestión: es acrecentar el suspenso, es señalar que algo puede estar ahí en la cocina, que algo puede salir de la cocina tras los pasos del sujeto, presa en su propia casa convertida en trampa mortal.

Ahora el tipo vuelve a la sala de estar. Se detiene en el centro, percibe algo: se sabe en desventaja, no tiene el control. Argento sugiere una presencia externa, presta para atacar. El cuerpo del hombre sigue siendo pequeño.


Sin embargo el sujeto toma un cuchillo y adquiere algo de seguridad: la cámara se acerca a él, planos medios. Con un cuchillo en la mano y con la mirada en la puerta, no está desprevenido: sabrá actuar, sabrá defenderse. Un sorbo de té no me hará mal.


Un ruido alerta al hombre y éste, muerto de miedo, vuelve a su estado previo de presa entregada, a su pequeñez, a ser un elemento del decorado y el objetivo de la amenazante cámara, cuyo movimiento delata la posición del atacante y por dónde entrará.


Frente a frente ahora. El pobre hombre cada vez con más miedo, más pequeño.
La inminencia de la entrada mezclada con la incertidumbre garantiza un cóctel de tensión.


Y bueno, Argento resuelve la acción de manera seca. Hace que la entrada del atacante sea tan desapasionada y mecánica como extrañamente sorpresiva y escalofriante. ¿Por qué? Usualmente estos momentos se resuelve recalcando la entrada con planos detalle o primeros planos acompañados de sonidos explosivos y repentinos. Argento prefiere mantener el tono "anodino" de las acciones y hacer que el miedo provenga del contraste: nadie esperaba que la entrada fuera tan escueta, y por lo mismo, la naturalidad de la puerta abriéndose y el atacante entrando así como así es lo que resulta tan escalofriante. Eso, y que el atacante es un robot de cara grotesca... Y que el plano se asemeja a la mirada que nosotros mismos tendríamos en tal situación, con el atacante acercándose a nosotros.


Ahora sí, cuando ya estamos todos extrañados y descolocados, Argento potencia dicha sensación de contrariedad con planos detalle del rostro del muñeco y su posterior destrucción, todo bastante grotesco, como un bebé desfigurado.


Y cuando todo parecía estar listo, al sujeto lo atacan por la ventana.
Argento desvió la atención y le dio tal construcción que, luego de su clímax, eleva la tensión con la aparición del verdadero asesino. Luego llega una muerte muy estilizada.
Y hasta acá llego yo. Un análisis fugaz pero que ojalá sea medianamente decente e ilustrativo. Lo que más me importaba era la parte de la cocina y cómo Argento acentuaba el peligro en lugares invisibles.

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