Pues vaya que he tenido abandonado este blog. Fui demasiado irresponsable al comenzarlo, pero no es que me vaya a echar atrás ahora; no señor, todo lo contrario: como he dicho numerosas veces, pretendo darle nueva vida a este blog, un soplo de aire fresco. ¿Y cómo llevaré a cabo tal empresa? Fácil: invitando a alguien más a escribir a "Calamari Attitude". Ese alguien es Jimigrante, compañero mío de la universidad que tiene una creatividad arrolladora, una sana locura y muchas ganas de escribir -y dibujar- en todo momento. Leyendo -no entero, estaba un poco cansado- un estado suyo que dejó en facebook, y conversando con él sobre los sueños que hemos tenido estos últimos días, pensé que sería una buena decisión. Me atrevo a aventurar que, efectivamente, lo es. El buen Jimigrante escribirá sobre cualquier cosa que se le venga a la mente, pues, al fin y al cabo, de eso se trata este blog: escribir cualquier cosa. Y si nos apasiona, qué mejor.
Ahora bien, el presente post no trata exclusivamente sobre la llegada de Jimigrante, que por lo demás entiende perfectamente el concepto de "Calamari Attitude" -pues ha visto "Calamari Union" del buen Aki Kaurismäki-, también de, precisamente, esos sueños de los que hemos venido hablando las pocas veces que nos encontramos. Demos el salto al siguiente párrafo y veamos si les gusta el alocado sueño que tuve hace un par de semanas:
Sin duda que cosas habían sucedido mucho antes. Así lo recuerdo, o al menos sé que antes de lo que voy a relatar ya habían pasado mil sucesos que me llevaron a este punto: iba yo manejando mi auto, cargado de gente que no reconozco, camino a no sé dónde. El lugar por el que me muevo no se parece en nada a ninguno en el que haya estado; quizás uno que haya visto en la tele, alguna revista o las películas -incluso videojuegos, seria posibilidad-. Era una especie de vecindad con edificios de dos o tres pisos, con calles angostísimas que, de seguro, no eran más anchas que mi auto -que ya es pequeño, aunque no tanto como un escarabajo-. A pesar de que mi auto era más ancho que las calles que transitaba, de alguna forma lograba avanzar por ellas; lento como una tortuga, eso sí, pues como eran tan angostas me daba un poco de miedo abollarlo y rayarlo. Finalmente, luego de enfrentar cerradas curvas que más que curvas eran ángulos rectos, llegamos a nuestro destino y, elipsis mediante, estábamos dentro de una casa no muy grande pero lo suficientemente amplia como para que entrara todo el grupo de personas que transporté -claramente mucho más de seis personas, máxima capacidad sana de mi auto... ¿cómo entraron? Vaya uno a saber-.
Había un patio donde algunos de ellos salían a conversar, pero la verdad es que, tal como señalé, no conocía a nadie. Todos los presentes estábamos ahí para un rodaje -algo que me persigue de seguro porque estos días yo mismo, mi yo real, está en medio de uno-, y aunque se supone que debemos llevarnos bien o algo así, yo me sentía bastante incómodo, respirando un tenso aire social; de seguro era porque habían grupos separados por la habitación, sin interactuar con quienes tenían al lado: pequeñas células aisladas que, sin embargo, se supone que deben trabajar en equipo. De seguro pasó largo rato hasta que la jornada se acabó -de nuevo una elipsis, a menos que en realidad no hayamos hecho nada más que conversar separadamente en vez de rodar- y yo me quería ir. En ese momento, el ambiente pareció mejorar un poco y muchos decidieron quedarse, incluso alguien, sujeto de seguro femenino, que yo pretendía transportar para más tarde llevar a cabo mis intenciones salaces. Su estadía me decepcionó un poco, aunque disimulé bien: me despedí de algunos, a otros les hice una señal con la mano y de algunos no me atreví ni siquiera a mirarlos.
Dejo la casa, subo a mi auto, y comienzo a manejar por las mismas angostas calles por las que llegué. Cerca de la salida oficial de esa vecindad o villa, había un camión de basura que aparentemente estaba atrapado, y aunque yo debía cederle el paso, no lo hice pues no parecía moverse. Su grandeza -de tamaño nada más- y cercanía me asustó un poco, como si de repente acelerara y arrasara con todo a su paso, principalmente yo y mi auto. Pero mis miedos eran infundados, pues salí por la calle tranquilo. Lo curioso es que al estar fuera del terreno de la villa, me hallo de pie sobre la calle mirando al camión, que había avanzado -rompiendo toda lógica: es el doble de ancho que dichas calles- pero sin poder salir porque una reja -que apareció de repente- le impedía el paso -estaba cerrada, obviamente-. El conductor me pide que le ayude a abrir la reja, y yo me estreso al no saber cómo demonios hacer tal cosa; para mi tranquilidad, veo una especie de botón gigante que hay que apretar repetidamente, como en un videojuego, para que la reja se abra. Incluso en la parte derecha de la pantalla -mi mente, jaja-, apareció una barra que iba creciendo a medida que mis golpes al botón se hacían más efectivos. La reja se abrió, el camión salió, y un auto se mete en la vecindad, pero yo dejo de apretar el botón y la reja se levanta, justo en la mitad del auto, que queda con la reja atravesada pero, sorprendentemente, todavía avanzando hacia su destino, con reja y todo. Tal imagen me impactó y pensé algo así como "wow, las cosas se pusieron raras", pensamiento sucedido por yo subiéndome a mi auto y largándome de ese lugar.
Llego a una esquina con disco Pare, comienzo a frenar y me doy cuenta de que los frenos, aunque funcionan, no responden con la rapidez y efectividad necesaria, por lo que cuando estoy justo en el límite de mi calle con la principal, todavía sigo avanzando lentamente. En este momento estoy asustado pues temo que me vayan a chocar y que sea mi fin; miro a la izquierda y viene un auto manejado por una tipa mirando su celular en vez del camino, y viene tan lento que, sumado al hecho de que ya estoy en la mitad de la calle, decido acelerar, no sin antes mirar a la derecha, por donde viene un auto a velocidad normal pero lo suficientemente lejos como para que yo avance sin que me alcance a rozar. Tranquilidad.
Sigo mi camino y me meto a una avenida grandísima, con cuatro pistas por sentido. Curiosamente me estaciono -sí: me detengo a un costado izquierdo, justo frente a un semáforo; gran conducta víal la mía- en la misma avenida gigante y me bajo del auto, saco un scooter y comienzo a transitar por las calles con él, impulsándome con mis piernas. En primera instancia no estoy preocupado, pues pareciera que voy incluso más rápido que en el auto, pero luego me asalta el siguiente pensamiento, que funciona a modo de diálogo conmigo mismo:
"-¿Dónde tienes el auto?
-Conmigo mismo.
-No poh, lo dejaste por ahí.
-Pero si lo llevo en el maletero. No lo dejaría abandonado, maldito.
-Piensa: si vas en el auto, puedes llevar el scooter contigo; pero si vas en scooter, entonces no puedes llevar el auto... es muy grande para transportarlo así.
-Mierda, tienes razón. Mejor me devuelvo a buscarlo".
Bastante loco, ¿no? Efectivamente, me doy media vuelta y emprendo rumbo a la avenida donde dejé mi auto. Llego a ella y comienzo a buscarlo pero no lo encuentro. Y justo cuando comienzo a estresarme bastante por haberme quedado sin auto, más encima por mi propia culpa, me despierto.
Uno de los sueños más movidos que he tenido últimamente.
En fin, eso era todo. Espero que la presencia de Jimigrante sea fructífera y me inspire a mí a escribir cualquier estupidez. Ciertamente más sueños llegarán relatados, míos y de Jimigrante. Adiós.
3 comentarios :
Tu diálogo final es genial por lo absurdo y a la vez coherente que resulta ser... y no me sorprende que sueñes con manejar, si la ciudad de Santiago suele ser un caos por el que navegas diariamente. Muy buen sueño señor!
Tus palabras hacia mí me halagan y por lo mismo no os defraudaré
Sí señor, sueño mucho con mi auto no obedeciéndome y haciéndome sufrir en calles que a vaces conozco y a veces no.
Ahora con tu presencia siento que este blog de verdad tiene lo necesario para sobrevivir sana y dignamente.
Nos vemos por acá y en persona, buen hombre.
Publicar un comentario