"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 24 de noviembre de 2025

La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq

Biblioteca Nacional E55. Vamos viento en popa, a velocidad de crucero, lento pero seguros, con nuestra intención de ir leyendo las novelas de Michel Houellebecq de inicio a fin. Luego de la excelente y estupenda Plataforma, llega La posibilidad de una isla.

Yo no diría que Houellebecq escribe la misma novela siempre, como sé que se dice por ahí, aunque no negaré que puede correr el riesgo de, dicho de una manera algo distinta, repetirse. Es un autor con intereses y preocupaciones y obsesiones claras, reconocibles, que cimentan su obra narrativa y que indudablemente sobrevuelan cada novela. Pero claro, Ampliación del campo de batalla y Serotonina, lo dije en su momento, son extremadamente similares en estructura, en sustancia, a pesar de sus diferencias aparentes. ¿Cuál de las dos es mejor? Según yo, Serotonina es más redonda, más pulida, pero es que la leí antes, ¿el orden de los factores alteraría, en este caso, la impresión final? Plataforma es la más independiente y autónoma, al ser una especie de crónica de los hábitos y conductas sexuales de la sociedad moderno-occidental. La posibilidad de una isla entra en el terreno propuesto en la genial y magnífica Las partículas elementales, esto es, la narración o relato vital situado en tiempo presente pero enmarcado en una mirada "futura", es decir, ciencia ficción plena y hasta diría que relato post-apocalíptico. Pero además cruza dicha propuesta con lo planteado en la breve aunque también estupenda Lanzarote, recuperando no necesariamente eso de "historia turística" como la mística de dicha isla y la trama de la secta que en aquella novela corta destacaba y explotaba ya por el final. En otras palabras: La posibilidad de una isla = Las partículas elementales + Lanzarote. Pero no es una copia ni una mezcla burda o apresurada, al contrario, es más bien una combinación espiritual, moral, que busca expandir y explorar los límites narrativos/temáticos/genéricos a través de sus variaciones dramáticas que mantienen siempre la frescura y el asombro.

La posibilidad de una isla, entonces, se articula en dos tiempos: en el presente, la vida de Daniel, quien nos narra en primera persona el relato de su vida, el cual, para él, de todas formas comienza cuando se decide definitivamente a dedicarse a la comedia, a ser un cómico corrosivo e incorrecto, caracterizado por su cáustico humor negro, negrísimo, que no deja títere con cabeza. Si Houellebecq siempre pone parte de sí mismo en sus personajes, cabe suponer que con el protagonista de esta novela y su cualidad de humorista, o mejor dicho de bufón y polemista, provocador, se evidencia más a sí mismo en este trasunto o émulo suyo. Me causó bastante risa que en alguna página el tal Daniel comenzara a hablar sobre cómo tanto la crítica y el público que unánimemente lo celebran y aclaman lo definen como un "agudo observador de la realidad/de la sociedad", que es algo que, prácticamente palabra por palabra, yo he dicho de él y sus novelas en posts anteriores. Se nota que Houellebecq va un paso adelante que yo, que el resto, ja, ja. Como sea, con un magistral y apabullante dominio y sentido del ritmo, del espacio y del tiempo (pasan los años, pasan las personas, pasan los lugares sin que la narración misma se estanque o se haga pesada, o por contraparte se sienta ligera o trivial o insignificante), el narrador nos cuenta las idas y venidas de su vida, tanto personales como profesionales y sentimentales/sexuales, a la par que elabora un, ejem, agudo e incisivo retrato de la sociedad moderna, la sociedad francesa, la sociedad occidental, etc. Suena a chiste repetido, lo sé, pero los personajes y sus tramas son nuevos y renovados, ágiles y dinámicos en términos narrativos, por lo que en cuanto a lectura en sí la cosa es fluida y te engancha, te interesa sin mayores trabas, además las observaciones, las críticas y todo eso, siguen siendo igual de lúcidas, geniales y punzantes que siempre: Houellebecq no pierde ni su mala leche ni su ojo clínico no sólo para analizar los fenómenos observables sino que para capturar aquellos detalles que usualmente escapan al ojo común y poco avezado. Por lo demás, puede señalarse que el enfoque es también diferente, razón por la cual su "aguda/pesimista/feroz observación" y su crónica vital no es una copia de lo mismo, al ser vista desde otra perspectiva que ofrece otros ángulos, que ilumina otras sombras. Dicho enfoque, por lo demás, vendría siendo, qué sé yo, el de cierto sentido de la religiosidad o de la fe. Si Plataforma analizaba a la sociedad desde el sexo y el amor, si Las partículas elementales analizaba la sociedad desde una mirada bioquímica y conductual o científica, si Ampliación del campo de batalla y Serotonina analizaban la sociedad desde un punto de vista sociológico y algo psicológico, La posibilidad de una isla explora en la necesidad o búsqueda o desesperación metafísica de la sociedad, expresada en el modo en que hombres y mujeres otorgan cierta noción de sentido a la realidad: a la vida y a la muerte. ¿Y qué hay de lo mercantil y económico? Bueno, para Houellebecq todo es mercado; el dinero no es más que un símbolo y su representación más fiel de las dinámicas mercantiles, es decir el dinero es también la gente, es también el cuerpo: el mercado del sexo y de las relaciones interpersonales, el mercado de la salud mental, en fin... De este modo, el relato vital/retrato sociopolítico que emerge de la narración de Daniel poco a poco se va perfilando hacia el nuevo paradigma y sus respectivas conmociones y convulsiones de índole tan privado e íntimo como mundial, público: la historia de este humorista rabioso, de este humanista perdido, de este hombre decepcionado, una historia salpicada por lo demás con antológicas escenas hilarantes, sórdidas, grotescas, violentas y de un desesperado patetismo emocional, es también la historia del fin del mundo, del colapso de la humanidad, que es en donde transcurre la otra porción de la novela, narrada por Daniel24.

Y como podrán adivinar, y sin entrar en detalles, supongo que intuyen más o menos el cambio de paradigma que cambia por completo el curso de la humanidad y su cosmovisión, antaño sustentada en el miedo a la mortalidad y el pánico a la incertidumbre que esconde la muerte. Pero cuándo no hay muerte y de ti pueden haber hasta 24 reencarnaciones, ¿qué queda?, ¿cuál sería la urgencia por vivir, por explorar, por descubrir? ¿Cuál es el apuro por el placer, por el conocimiento? ¿Vivimos porque sabemos que vamos a morir, o vivimos porque la vida misma es en sí valiosa? ¿El placer de un buen polvo o de una comida deliciosa se origina en la cualidad misma de la comida o del sexo, o en la mera satisfacción de tachar un objetivo de la lista (como los turistas que se conforman con poner pies en un país, sin conocerlo ni respirarlo realmente, sólo para completar el recorrido)? En el futuro lejano en el que viven los neohumanos, Daniel24, aparte de ir aportando observaciones al relato de su antepasado imperfecto, nos cuenta un poco cómo es la vida en soledad, arrasado el mundo por cataclismos, la vida sin penas ni alegrías, sin pasiones ni rencores, la vida de quien simplemente está vivo. Si el relato de Daniel es un retrato de la sociedad de antaño, la porción de Daniel24 es una (paradójicamente) sentida reflexión filosófica sobre el valor y la esencia del ser humano: ¿es mejor el depurado Daniel24 o el imperfecto, humillado, rencoroso Daniel1? ¿Quién es más real, más genuino, quién vivió más? Desde luego, Houellebecq, hábil como es, tampoco se limita a que esta porción sea solamente pura reflexión, puro pensamiento: también hay conflicto dramático, interno y externo, personajes y sucesos, un arco argumental que, según como se mire, es catarsis o decadencia, aunque, sea como sea, aún con ese ritmo y prosa más bien melancólica, gélidamente elegíaca, distanciada pero humana a fin de cuentas, enmarca sus particularidades en una buena y entretenida historia post-apocalíptica en plan survival horror, elevado, claro está, por el estilo sesudo de Houellebecq, que como lector obseso, estoy seguro, puede escribirte ciencia ficción, novela negra o policial, terror, comedia, etc., respetando la esencia, la mística, el espíritu de los códigos éticos y estéticos de los géneros pero subvirtiéndolos según su propia visión pesimista, satírica y analítica, estudiosa. La posibilidad de una isla es una elocuente prueba de ello.

La novela, entonces, es tan entretenida y fascinante como cabría esperar, equilibrando a la perfección la hábil capacidad fabuladora y narradora de Houellebecq con su cualidad de cronista/ensayista legible, capaz de exponer, ilustrar o explicar cositas complicadas sin complicarse en lo absoluto. 

¡Vaya vaya!, ¡qué agradable sorpresa nos depara la tradición republicana de todo préstamo de la B.N.P.D.! ¡Miren cuántos préstamos, cuánta antigüedad! Este ejemplar de La posibilidad de una isla ha estado en existencia desde principios del 2008, es decir hace diecisiete años y medio, período a lo largo del cual ha sido prestado en, a ver contemos, uno dos tres... ¡treinta y cinco ocasiones! Eso da más o menos un promedio de dos veces por año, ¿qué piensan?, ¿buen promedio o nah? Los años de gloria, empatados con seis préstamos cada uno, son el 2008 y el 2017. Y fíjense, este libro ha sufrido la misma maldición, el mismo letargo lector de otros ejemplares de la B.N.P.D.: ¡yo soy el único que ha leído La posibilidad de una isla en lo que va de década! Pero has tenido paciencia, novela, he llegado yo y le he dado sentido a tu existencia, he cumplido tu propósito aunque sea por unos cuantos días, pero la memoria de los mismos te mantendrá con vida durante unos cuantos años más, mis huellas grabadas en tus páginas seguirán susurrándote y prometiéndote: no todo está perdido.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Indigno de ser humano, de Osamu Dazai

 

Biblioteca Nacional E56. Primero que todo, gloria a Abducción Editorial, una editorial chilena especializada, aunque no limitada (hay también autores nacionales, ciencia ficción, fantasía, horror, literatura francesa y estadounidense, revisen su web), en literatura japonesa clásica y moderna, tradicional y underground, haciendo más accesibles títulos que de lo contrario no estarían a mano, por ejemplo los libros de Ryu Murakami, Edogawa Rampo, y claro, entre Akutagawa y Tanizaki también tienen a Osamu Dazai, cuya obra más conocida seguramente es la que tenemos entre manos: Indigno de ser humano. Dan ganas de leerla con ese título, ¿cierto?

Me sorprende la escueta extensión de esta novela, poco más de 150 páginas, pero una vez leída la verdad es que se justifica plenamente por su estructura: es la historia de tres cuadernos manuscritos en los que el protagonista nos narra su indigna y repugnante, a decir suyo, deriva vital, que va desde la infancia hasta una avanzada edad de 27 años, cuando ya parece un viejo decrépito, pasando entre medio por toda clase de miserias, humillaciones y degradaciones de la más pútrida calaña: el protagonista no sólo siente un hondo y encarnado desprecio por sí mismo, sino que también se encarga de manifestarlo en una autodestrucción sin frenos. Hay un prólogo y un epílogo en los cuales el hombre al que le pasan los cuadernos hace sus propias observaciones, primero porque los cuadernos vienen con unas cuantas fotos, y luego al final, leído los cuadernos, sus conclusiones de tan amarga aunque curiosa existencia.

Siempre me cuestiono ciertas cosas. Por ejemplo, el protagonista de los cuadernos, claro, se desprecia a sí mismo por no poder encajar y sobre todo por no saber encajar, por no entender cómo demonios funciona la sociedad aunque, de todas formas, tiene una idea bastante clara de cómo NO funciona, que no es lo mismo. Lo digo porque teniendo la lectura de La dependienta fresca, me pregunto qué hace que las observaciones y críticas del protagonista de ésta sean tan radicalmente diferentes de aquélla, no en lo obvio sino que en su fondo, su sustancia: la novela de Dazai es genuina y auténtica, parte de una verdadera mirada a partir de la cual va desarrollando el declive personal de su protagonista, mientras que la otra novela es tan plana, tan ingenua, tan pueril, que no le crees nada. El protagonista de los cuadernos está más cerca de Chinaski (ejemplo ilustrativo, claro) que de la "filosofía kawai" de la otra. Es la historia de un muchacho tan pero tan perdido y desesperado que inexorablemente se margina en un infierno alcohólico y sexual, una pesadilla social en la que cae y cae por un agujero sin fondo porque es el único remedio que encuentra para su desarraigo, para su dislocación con el estado de cosas: no entiende nada, las costumbres y estructuras lo enloquecen, lo desquician, la mejor solución es, sencillamente, no estar lúcido para que la frontalidad de dicha realidad no te ataque de manera tan deslumbrantemente clara, para que esas luces de provecho y orden no desgarren tus pupilas estragadas ni penetren tu cerebro marinado en alcohol y depresión.

Ahora bien, con lo intensa y entretenida (a su oscuro y tenebroso modo) que es Indigno de ser humano, debo decir que no me parece taaaan genial o magistral o magnífica novela. Sí, está escrito con el peso de la rabiosa mirada cargada en cada palabra, con escenas e imágenes que se te quedan grabadas en la retina (o en la mente), por el lado formal y estilístico no hay mucho drama, además no es poco mérito que en tan acotada extensión Dazai sea capaz de narrarnos una historia que abarca varios lustros, de tres a cuatro diría, sin que las transiciones ni elipsis sean antinaturales, impostadas, forzadas o rechinantes: la fluidez narrativa, su agilidad espacio-temporal, es encomiable y digna de estudio, incluso. ¿Qué le impide, según mi humilde opinión, alcanzar la grandeza y alzarse en el panteón de las grandes novelas? Mmmm... Yo diría que cierto ensimismamiento, reconcentrarse demasiado en su propio protagonista, lo cual es algo difícil y hasta improcedente de reprochar, porque al ser cuadernos manuscritos por su propia mano, ¿de qué otra cosa va a escribir sino de su propia desgracia y miseria? A lo que voy es que es un ensimismamiento no argumental sino que moral o ético: el protagonista no parece formar parte, aunque despreciado y marginal, de una sociedad y por ende a esta novela le falta esa necesaria mala leche crítica, esa ferocidad tan propia de este tipo de relatos de anti-héroes caídos en la desgracia, pues la inequidad social y política siempre tiene su cuota de responsabilidad y culpa en los descensos a los infiernos, el hombre y sus circunstancias materiales e históricas, sin embargo nuestro protagonista no parece querer ponderar dicho factor al contrario de Chinaski, que sin tampoco caer en victimismos ni trágicas maldiciones (lo cual es digno de elogio en la novela de Dazai, claro: a pesar del estilo tan auto-despreciativo del protagonista, el tono o atmósfera no es irritantemente lastimoso ni penoso: busca que su patetismo sea más bien grotesco y distanciado), sí es cabal y plenamente consciente de vivir en una trituradora de carne voraz e inmisericorde que se alimenta, justamente, de estos pobres bastardos cuyo único pecado es verse incapaz de cantar y bailar al humillante son de las convenciones sociales.

Como sea, una novela que no deja indiferente. Demonios, hasta me dan ganas de leerla de nuevo. Pero claro, hay que seguir nomás, nos esperan muchas historias todavía.

Cuatro préstamos en meses casi consecutivos, sólo en abril nadie pidió esta novela, quién sabe, a lo mejor sigue en buena racha y los cuatro préstamos que lleva en este 2025 pasan a ser diez, incluso más. Difundan la palabra, compartan esta genialmente cochina novela.

lunes, 10 de noviembre de 2025

La dependienta, de Sayaka Murata

 

Biblioteca de Santiago nº36. Por supuesto, no tenía idea de quién es Sayaka Murata y por lo tanto tampoco conocía esta novela, La dependienta, pero lo pedimos, en primer lugar, impelidos por esta ola de literatura nipona en que nos hemos embarcado, leyendo autores y títulos conocidos, otros no tanto y otros nada de nada, y en segundo lugar, porque la editorial es la misma que publicó La mujer de la falda violeta, una novela que nos sorprendió gratamente a pesar de que, como podemos corroborar en esta otra novela, por alguna razón ponen esas putas citas de "una extraordinaria novela sobre encontrar/buscar tu lugar en el mundo", en serio, a qué viene eso. Como sea, esperaba que La dependienta me sorprendiera y agradara tanto como la otra, total, de qué sirven esas citas, de seguro ni siquiera leen los putos libros, hay toda una industria consistente en no leer ni mierda pero en "ofrecer" blurbs. ¿A quién le harían más caso ustedes?, ¿a un crítico profesional de un periódico de larga tirada o a un bloguero anónimo?

Sayaka Murata no es nada nueva en esto de la literatura: La dependienta es su décima novela, al menos eso dice la contratapa, con la que ganó el premio Akutagawa; por lo demás, ha ganado otros importantes premios con otros libros, novelas y cuentos, entre ellos el premio Mishima, y como guinda de la torta, es una celebridad literaria en su país, una best-seller de tomo y lomo. Sé que es entretenido todo este rollo de los premios literarios y tal, pero a veces me entra la paranoia y me pregunto si existen para reconocer la calidad o para distanciarse del público. Es que no comprendo realmente tanta aclamación a una novela tan cuestionable como La dependienta, he estado pensando y reflexionando, rumiando las cosas, desde que la leí y no salgo por completo de mi estupor. En fin, vayamos por partes, en esta ocasión se necesita una aproximación más ordenada y metódica para comentar el libro.

La premisa, la sinopsis, la trama, la historia: Como podrán imaginar por el título, La dependienta nos cuenta la historia de una mujer treintañera, soltera, que trabaja como dependienta en un konbini (una especie de mini-mercado abierto las veinticuatro horas los siete días de la semana los trescientos sesenta y cinco días al año), empleo que ha tenido durante casi veinte años con el cual se siente cómoda y puede mantener una vida sin complicaciones, a pesar de que sea un empleo por horas usualmente considerado como algo pasajero, un empleo propio de estudiantes o de personas pasando por un mal momento financiero o personal, un empleo de transición hacia una mayor estabilidad. La protagonista, que es la narradora de la novela, nos cuenta su cotidianidad, ya sea dentro y fuera del konbini, además de alguna que otra cosilla con respecto a sí misma, a su personalidad y visión de las cosas, a su pasado y a su vida a grandes rasgos. En general, es una novelita bien sencilla y simpaticona, con una atmósfera ligera, entre tierna e irónica, entre naif y esforzadamente (o forzadamente) mordaz, que por momentos se siente como uno de esos animés bien kawai sobre la-vida-en-tal-lugar, que avanza con fluidez y buen ritmo a base de anécdotas o muy llamativas o bastante pedestres, descripciones informativas sobre el empleo en el konbini y lo que podríamos señalar como la trama central: la llegada de un empleado bien displicente y arrogante que, sin embargo, actúa como una especie de contrapunto ético, moral y existencial de la protagonista, que comienza a cuestionarse las decisiones de su vida y las bases sobre las que se ha estructurado durante tanto tiempo. Todo esto es narrado con una prosa, lisa y llanamente, normalita, ni sutil ni grácil ni delicada, simplemente descriptiva y con una neutralidad bastante sosa, pero quizás se deba a la personalidad de la protagonista, que sólo se limita a observar y actuar, sin juzgar ni mirar/evaluar maliciosamente (o indulgentemente, ya que estamos: es una mirada transparente, pero por lo vaciada de intenciones).

Ahora bien, demonios. Si la novela es una forma de crítica social centrada en el trato precario y francamente nefasto que tanto las instituciones como las personas, intencionadamente o no, le dispensan a aquellas personas que forman parte, como se dice, "del espectro" (porque no hay que andarse con medias tintas: la protagonista claramente tiene algo, aunque no sea yo quién para diagnosticar, pero de que hay señales las hay, nada más lean las fotitos dejadas abajo), entonces La dependiente es una novela bastante efectiva a ese respecto. Primero, porque logra dar cuenta de la personalidad, de la configuración mental de la protagonista, y cómo ésta choca constantemente a lo largo de su vida con la configuración generalizada de la gente "normal". Ella misma lo señala: siempre ha sido rara, siempre la han criticado por no ser normal como el resto, ni ella sabe cómo ser normal, cómo encajar. Por eso el empleo en el konbini le sienta bien: porque, más que ser una persona rara y estigmatizada con su "rareza", puede ser, directamente, una dependienta que sabe qué decir, cómo actuar, como solucionar problemas, cómo ser proactiva: el konbini es un microcosmos reducido pero comprensible y descifrable para ella. Se entiende, sí, y como digo, plantea bien el conflicto, con escenas bien incómodas y desagradables en lo concerniente al modo en que es cuestionada por casi todos por no tener novio o un empleo mejor visto y cosas así, y en consecuencia, al modo en que busca encajar, empujada a toda clase de indignidades con tal de simular normalidad aunque por dentro hierva de rabia. Y como la novela es narrada por ella en primera persona, también se entiende que la prosa, que las palabras o la manera de describir y expresar los hechos, los pensamientos y las emociones, sea sucinta y minimalista, taciturna incluso, despojada de todo artificio o calidez. O puede que la autora carezca de gran sensibilidad literaria y narrativa, también es una opción.

Suena bastante bien la hipótesis anterior, ¿cierto? No es que sea obligación hacerlo, pero me entran dudas porque la autora jamás explicita si la protagonista forma parte del espectro o no, y claro, cómo hacerlo, ya que la protagonista es la narradora y si nadie la ha ayudado ni apoyado, cómo va a saber ella que lo es. Por cierto, acá se demuestra lo estúpido del blurb de la portada: Esta novela no es sobre la dificultad de encontrar tu lugar en el mundo, al contrario, la protagonista encontró su lugar, el empleo de dependienta en la konbini, y más bien sería una novela sobre el mundo que es incapaz de apoyar a las personas que encuentran su espacio, sobre todo si se salen de norma. Lo que nos lleva al lado menos indulgente y agradable de esta novela.

Porque si La dependienta en realidad quiere ser una especie de canto de libertad o de individualidad, un canto a la rebeldía, entonces hace aguas escandalosamente, y no porque no se entienda, sino porque es tan pero tan obvio y pueril que llega a dar vergüenza ajena. Y puede que sea intencionado o no, eso es lo que me jode, lo que me revienta los nervios: la novela está escrita y narrada de un modo tan teledirigido, tan calculadamente ambiguo, que diga lo que se diga caerá de pie. Si uno dice que la cosa no funciona, es porque en realidad esa era la intención, que los diálogos y los personajes resultaran estúpidos, irritantes y huecos hasta la náusea, que todo lo que le falta está ausente a propósito y que todo lo que adolece es un mecanismo consciente; por otra parte, todo por lo que se la pueda alabar no está explícitamente a la vista, ¡vaya manera de cubrirse las espaldas!, libro más paradójico que este no encontrarán por lo pronto. Lo cierto es que, sí, hay observaciones bien acertadas sobre comportamientos sociales, pero vamos, no son observaciones ni ingeniosas ni originales ni complejas ni profundas, cualquier imbécil puede notarlo y ponerse a reclamar por ello, hacerse la víctima y el incomprendido, ok ok, la sociedad es hipócrita, es falsa, es conformista, es retrógrada y rancia, es conservadora y superficial, es una tribu que se come a los "inútiles" y escupe sus huesos en en exilio y la ignominia, ¡todo parece escrito por un adolescente en pleno berrinche! Pero claro, tiene esa cómoda ambigüedad porque los alegatos son hechos por el empleado mediocre y misógino, pero es exactamente lo que sucede con él y con la protagonista. Más que complejidad, entonces, lo que veo en esta novela es eso de "no quedar mal con nadie". No le creo nada, su presunto mensaje de crítica social no es más que una pose bien burda e infantil, carente de verdadera reflexión, no es más que un texto onanista, autocomplaciente y autoindulgente que, para concitar simpatías y popularidad, se hace el rebelde repitiendo descerebradamente consignas incendiarias y corrosivas, aunque el resultado sea insulso, inocuo e insultantemente plano. Cualquiera que haya leído a Houellebecq, aunque no te caiga bien, se dará cuenta el abismo de diferencia entre uno y otro y cómo la obra del francés, incisiva, incorrecta, inteligente, deja en pañales la novelucha de Murata. O por mencionar a una compatriota suya, Kawakami la adelanta kilómetros tanto en calidad literaria como en profundidad y complejidad al momento de retratar personajes también fuera de norma, que no encajan con un sistema de valores que, más que acogerlos y ayudarles a entenderse a sí mismos, actúan como chalecos de fuerza que les impiden respirar. Murata sólo se dedica a recalcar lo obvio, lo que está a plena vista y a gritarle al cielo, y se toma tan en serio a sí misma que de verdad se la cree, de verdad piensa que ha escrito poco menos que un sesudo y contestatario tratado filosófico-existencial sobre la peor cara de Japón, basta con leer sus entrevistas, por eso me inclino a pensar que La dependienta es más un resultado de este segundo párrafo que del primero, en otras palabras, que eso de la protagonista que es parte del espectro no es más que un recurso y una excusa de la que la autora se aprovecha, valiéndose de la integridad de su protagonista, para soltar su perorata infantil esperando cosechar credibilidad escudándose en su condición autista: el supuesto retrato de las dificultades de la "gente diferente" no es más que un resultado secundario y residual de sus banales ínfulas de escritora rebelde, pero como hemos señalado, muy cómodamente puede decir "no, mi intención siempre fue denunciar solidaria y respetuosamente..." porque no hay nada que desmienta tal afirmación de manera categórica y contundente, no hay nada que apunte de manera clara y precisa que esta novela es un ejercicio repugnantemente narcisista y egoísta de alguien que poco menos se erige como estandarte de una causa noble.

Y sumado a lo anterior, independiente de qué hipótesis les convenza más, lo cierto es que La dependienta es una novela simplona en su narración y simplona en su prosa, en su escritura, que si a veces logra destacar con escenas incómodas y algo perturbadoras es porque lo que describe es inherentemente incómodo y perturbador. Habría que ser muy incompetente para que escenas de acoso, de abuso tanto físico como verbal/psicológico/discursivo no causen efecto, lo que de nuevo nos demuestra lo efectista y truculenta que es esta novela, recurriendo a mecanismos que pasan colados y que funcionan automáticamente. ¡Y ha ganado el premio Akutagawa! De verdad no entiendo nada de nada, me recontracagoentodo.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Misceláneas primaverales, de Natsume Soseki

 

Biblioteca de Santiago nº38. Natsume Soseki es un autor que definitivamente se ha instalado en mi mente, no sólo por las dos novelas suyas que hemos leído (que no es que nos hayan encantado ni nada por el estilo, pero es que se nota que son "diferentes") sino que también, sobre todo, por lo inusitado de su aparición en mi campo de visión y porque en casi todos los libros japoneses que hemos leído, de alguna u otra manera, se le menciona, tal es su influencia en la literatura nipona. Por ejemplo, los cuentos de Hiromi Kawakami, que leí antes que este Misceláneas primaverales, contiene varias referencias no tan obvias de las que con cierto goce he ido identificando en la lectura de este libro. No deja de sorprenderme, por ello, continuaremos leyendo a este autor tan fundamental para los japoneses aunque no nos sintamos particularmente entusiasmados o impactados con su obra, que de todas formas tenemos que ir conociendo más, tan sólo estamos empezando.

Bien, como pueden ver en el índice de la fotito de más abajo, este libro consta de, digamos, dos libros: Los sueños de diez noches, que si mal no recuerdo Soseki fue publicando a lo largo de un mes o poco menos en una revista literaria o un periódico, y Misceláneas primaverales, ídem de ídem. El primero consta de diez sueños y el segundo de veinticinco misceláneas, sería banal listarlos uno por uno, por lo que haremos un comentario bien sucinto, bien generalizado.

-Los sueños de diez noches, entonces, como su nombre indica, es la narración de diez sueños, que van desde aquellos de atmósferas más manifiestamente oníricas y surreales, pasando por otras en donde el límite entre la realidad de la vigilia y la realidad de los sueños es algo más ambiguo y confuso, terminando en aquellos que son o imaginaciones plausibles o recuerdos dormidos, a fin de cuentas no es extraño soñar con escenas perfectamente cotidianas en donde no se rompe ninguna regla de la lógica o de la física. ¿No sería interesante inventarse un subgénero así?: El slice-of-life onírico. Como sea, independiente de qué tan surreal sea el sueño narrado, estos sueños de diez noches, que no superan las 35 páginas diría, se caracterizan por un lenguaje, por una prosa, ciertamente poética, pero con la sencillez y la diafanidad de un haikú por ejemplo, en los cuales la atmósfera, evocadora y sensual, remite a la dulce y humilde perplejidad de lo extraordinario, de lo inesperado, a fin de cuentas en los sueños hasta el escenario más delirante es una cosa perfectamente natural aunque residuos de desorientación nos sigan desde la vigilia. Mujeres que te dicen que se van a morir; una visita a la peluquería (casi) perfectamente normal; una madre y su hijo caminando por los bosques nocturnos hacia un templo; un padre cargando a su hijo ciego y demente; un hombre mirando a un monje budista esculpiendo estatuas de madera gigantes... Todo puede significar algo, puede significar nada, pero Soseki logra transmitir precisamente eso: el misterioso e indómito encanto de los sueños, en donde lo tenebroso se cruza con el impresionismo hiperrealista, sí, exacto, así son los sueños. Piensen en la película de Kurosawa, la última que hizo, su despedida fílmica: si les gustó ver aquella obra de arte, entonces también les gustará leer estos modestos pero hipnóticos cuentos. ¡MIERDA!, tan pronto como hice esa conexión mental, me puse a googlear y resulta que Kurosawa sí se inspiró en esta obra de Soseki, tanto que, de hecho, cada sueño de la película comienza con la misma frase de cada sueño de este librito (al menos eso dicen, yo no recuerdo tan exactamente la película): "Soñé este sueño".

-Misceláneas primaverales: Según internet este libro, algo más extenso, casi cien páginas, es un libro de memorias. Obviamente de eso hay, pues la mayoría de las veinticinco historias, de manera más, o menos, evidente, son historias protagonizadas por el propio Soseki o historias que él vio o escuchó, siendo una porción importante de las mismas aquellas centradas en su estadía en Inglaterra (y un cuento en el campo escocés), de la cual no guarda las mejores o más calurosas o iluminadas impresiones, de hecho hace un retrato bastante gris, frío y neblinoso de la vida inglesa, al menos en el aspecto humano, social, arquitectónico, casi pesadillesco por momentos, lo que contrasta bastante con el tono más bien bonachón y ligerito de las historias japonesas, con sus tertulias literarias, conversaciones, anécdotas ajenas, incluso se toma bastante a la ligera un episodio en el que un ladrón ingresa a su hogar y se lleva prendas, en fin, que Soseki está en casa, en su patria, bajo el sol naciente que tan bien conoce y que ha iluminado casi toda su vida. Quizás yo sea el idiota, pero hay algunas otras historias que no parecen ser precisamente memorias, a menos que sean episodios veraces relatados de un modo más bien ficticio, a fin de cuentas dichas historias no parecen protagonizadas por Soseki, o en su defecto, por un escritor maduro. Es cierto que una de las estampas está protagonizada por una niña que bien podría ser su hija o alguna familiar, qué sé yo, pero entienden mi punto, ¿no? Como sea, poco importa si todas las historias son memorias o no, lo importante es que todas, sin excepción, son historias deliciosamente narradas; no diría que como conjunto sea algo muy genial, así como para perder la cabeza, son historias agradables de leer, escritas con la prosa elegante, sobria pero expresiva, sencilla pero lírica (como un haikú, insisto), y con el tono nada solemne, nada grave, nada pesado, de Soseki, quien, sin embargo, amén de dichas cualidades, logra capturar, digamos, la esencia o el núcleo emocional/psicológico/dramático de cada cuento en cuestión, por ejemplo, sus historias ambientadas en Inglaterra transmiten perfectamente el desarraigo y la melancolía, los indicios de esa mezcla tan desagradable de locura y tristeza; la historia de la niña captura la intensidad infantil de las "pequeñas batallas"; las estampas sociales/literarias captan el ambiente plácido de personas a las que ya no se les puede perturbar con pequeñeces... No sabría decir qué tan novedoso o innovador es este libro, pero debe serlo bastante, al menos en Japón, porque, aunque no he leído casi nada de literatura japonesa de fines del siglo XIX-principios del XX, la manera en que está escrito casi parece contemporáneo, incluso si lo comparamos con cuentos y novelas de otras latitudes, no sólo por la naturalidad con que escribe desde la propia intimidad, en plan ficción testimonial, también por el estilo mismo, por el ir al grano, por no empezar con los "esta historia trata sobre", "entonces nuestro héroe tuvo" tan habituales de la época (y que no estoy criticando ni menoscabando, solamente las menciono para ilustrar cómo se desmarca Soseki de dicho estilo)... Cada vez me voy convenciendo que Soseki de verdad es un pionero, con razón todos los escritores famosos y no famosos le rinden tanta pleitesía, de hecho cómo se nota el modo en que varios, ejem, lo homenajean (por no decir que le copian). Y así como Soseki influye en generaciones literarias niponas posteriores, para qué hablar de las generaciones más nuevecitas, más noveles, esas sí que copian descaradamente a referentes que, entre inspiración e inspiración, llegan a Soseki como origen. Por cierto, el relato veinticinco, El profesor Craig, perfectamente pudo ser escrito (es un decir) por Bolaño, y de hecho es así, ahí tienen Sensini (eso sí, dudo que Bolaño haya alcanzado a leer algo de Soseki, pero quién sabe, con un obseso como él).

En fin,