En el post pasado le dí la bienvenida -espero que ustedes igual- a Lucho, la simpática tortuga que pueden ver en la parte inferior derecha del blog. Mientras escribía aquellas líneas, me di cuenta de que Kayser PPRPBB, el perro que está en Cine en tu cara, no tuvo una bienvenida apropiada, y qué mejor que este espacio, en el que me propuse escribir cualquier cosa, para hacerlo.
Tal como en el post pasado, se viene un poco de historia personal.
Ahora démosle la bienvenida a Kayser PPRPBB. Su nombre es mucho más largo y tiene una clara explicación: Kayser es el nombre que me gustaría ponerle a mi próximo perro, y cada letra que sigue es la inicial de mis perros y perras anteriores y actuales.
La primera P es de Pitsi, un pastor alemán que tristemente tuvo que ser regalado, pues era muy grande y en aquel entonces, cuando era de nosotros, mi hermana era muy pequeña y se asustaba con él. Mis padres, sabiendo que un perro es genial para un niño, no querían que mi hermana se llevara la impresión errónea de ellos y les agarrara un miedo permanente. No recuerdo mucho de él, pero mis padres dicen que era un buen perro, aunque muy grande para nosotros -de todas formas nuestro patio no era un espacio minúsculo; era el más grande del barrio-. El último recuerdo que tengo de él es una imagen: en el asiento trasero de la camioneta de quienes se lo llevaron al campo, claramente un espacio mucho más extenso para él, además de tener el aire fresco y puro que tanto bien le haría. Estaba mirando, a mí o a mi familia, con la boca abierta y la lengua afuera. Supongo que estaba un poco triste y nervioso, y eso me entristece a mí ahora, pero me alegro un poco al imaginar que luego de ello su vida fue mejor, más tranquila, y que finalmente se acostumbró a sus nuevos dueños. Ahora quizás ya haya muerto o esté muy viejo. En cualquier caso, espero que lo haya pasado bien.
La segunda P es de Pitsi II, un cocker spaniel muy simpático y que ayudó a los deseos de mis padres: que mi hermana no se asustara con ellos. Recuerdo cuando llegó: mi madre estaba en la calle, abriendo la reja con una mano y con la otra sosteniendo una caja con él dentro. Lo demás es lo común: darle comida, jugar con él, abrirle la puerta para que camine por la calle -siempre con la mirada vigilante de mi madre y a veces la mía-, etc. Recuerdo una vez cuando su cabeza se quedó atrapada entre los barrotes de una puerta; yo estaba muy estresado y asustado y no sé cómo se soltó. De seguro fue muy relajante para todos.
Así pasó con normalidad hasta que un día se perdió, desapareció, y tal como es común en estos casos, para siempre, no volvió más. Recuerdo que mi mamá y yo caminábamos las calles del barrio gritando su nombre, "Pitsi", sin que ningún perro se acercara a nosotros al reconocer su nombre y sus amados dueños. Lo peor es que a lo lejos vislumbré un perro parecido al mío: era de tamaño mediano, pelo castaño claro y, si mal no recuerdo, también un cocker spaniel, pero cuando con mi mamá nos acercamos, vimos con decepción que no era nuestro Pitsi. De seguro me sentí muy mal. Con mi madre no buscamos más allá del barrio, y ella tenía una teoría: un heladero, que usualmente le hacía cariño al Pitsi cuando lo sacábamos a la calle, fue quien se lo llevó, lo robó.
En fin, que no lo haya pasado mal, lo único que espero.
La R que sigue es de Reina, una perrita cuya raza no sé realmente cual es. Era de color negro y mediana, con pecho blanco. También recuerdo cuando llegó: esta vez era mi padre quien tenía una caja con la Reina adentro. La estadía de ella fue más corta, aunque algo decisivo fue el cambio de casa que hicimos. Parece que siempre fue alocada para sus cosas, corriendo y saltando y cosas por el estilo -pero siempre demostrando su amor-, aunque no recuerdo que en la primera casa en que estuvo con nosotros haya causado tantos dolores de cabeza como los que causó en la siguiente que vivimos. Más le causaba dolores de cabeza a mis padres, que son los únicos en este mundo que son capaces de causarme dolores de cabeza constantemente a mí. Yo no tenía problemas, eran ellos, aunque admito que la Reina era tan loca que a veces se escapaba y nosotros salíamos detrás de ella. Era tanta su locura que mejor la dejaron en el patio de atrás, lo que con el tiempo la deprimió un poco, pues era menos espacio y jugaba menos. Finalmente la regalaron para que pudiera ser tan loca como era naturalmente, y en consecuencia ser feliz. Espero que haya sido así, y me causa tristeza el pensar que con nosotros no pudo ser completamente feliz. Me hace sentir mal que no haya pensado en mejores soluciones, pero era más chico y mis padres tenían más poder de palabra.
Un fracaso sin duda, uno que espero haya sido compensado con el nuevo dueño de la Reina, ojalá completamente feliz.
La P que le sigue es de Pirata, un perro vago que llegó al barrio un día cualquiera, así por casualidad. Mi madre mi hermana y yo fuimos a la casa de una tía, del mismo barrio, cerca de la cual caminaba el perro. Lo miramos y mi hermana y yo le pedimos a mi madre si podíamos llevárnoslo. No fue inmediatamente sino unos días después que llegó a nuestra casa, la misma que no pudo acoger a la Reina. Este perro era más pequeño y sin duda tenía más edad, aunque sin ser del todo viejo. Lo interesante era que en la parte del barrio en que vivía mi tía los otros perros no lo querían, lo odiaban; en cambio, en mi parte del barrio era respetado.
Al inicio queríamos mantenerlo dentro de la casa, por lo que también lo dejábamos en el patio trasero. Recuerdo algo que me avergüenza profundamente: yo abriendo la puerta del patio, haciendo gestos para que el Pirata se acercara a mí, para que cuando estuviera cerca, le cerrara la puerta: típica broma de niño cruel e inmaduro. Cada vez que recuerdo aquello me siento como un puto imbécil de mierda. No sé cuántas veces hice como que lo llamaba y le cerraba la puerta al pobre crédulo. Al menos luego dejé de hacer aquello y comencé a quererlo y respetarlo de verdad.
Una vez, también error mío que me hace sentir, hasta el día de hoy, como un puto imbécil de mierda -mucho más que eso-, fue cuando se perdió. Mi culpa: dejé la puerta del patio abierta y también la de la casa, la que sale a la calle. El intrépido Pirata atravesó las puertas y salió al patio delantero, cuya reja no tenía barrotes lo suficientemente angostos como para impedir su paso. Lo peor es que la puerta principal estaba al lado del living, en el que yo me encontraba jugando PlayStation: es decir, le dejé la puerta abierta y no me percaté cuando salió. Culpa mía por completo, un auténtico idiota y estúpido. Me puse a llorar, mi madre igual, y mi padre lo fue a buscar... y lo encontró. Recuerdo aquella imagen: el Pirata en el asiento del co-piloto, sonriendo. Me sentí inmensamente feliz y luego todos comenzamos a tener cuidado de verdad.
Lo cierto es que con el tiempo, dado su pasado de perro vago, fue intercalando la calle y la casa, y ya podía salir sin perderse: dominaba la calle, la conocía por completo. Lo mismo: normalidad, alguna que otra ocasión en que pensé que se perdió -y me relajaba al ver que en la esquina venía corriendo hacia mí, respondiendo a mis llamados-, alguna vez que peleó con otros perros, etc.
Cuántos años estuvo con nosotros no recuerdo, quizás cuatro o cinco o incluso seis años. Lamentablemente otros perros lo mataron. Pésimo día aquel, era de noche cuando un vecino nos dice que el Pirata fue atacado por otros y que parece estar muerto. Todavía recuerdo que mientras yo lloraba al lado del Pirata, que yacía en el suelo, una vecina decía "ya está muerto, ya está muerto", ruidosamente y como si nada, como si yo no estuviera ahí sufriendo su maldita insensibilidad. Una maldita puta, eso es lo que es, nada más me importa. Lo cierto es que agonizó toda la noche y murió como a las cinco de la mañana. Cuando llegó mi padre -que justo andaba de viaje- lo enterramos en el patio trasero, lugar en el que todavía permanece.
Luego le siguen dos letras B, ambas para dos perras muy simpáticas que viven conmigo actualmente: se llaman Burbuja y Bellota. La primera es de estos perros peludos y medianos, mestiza; y la segunda es una boxer. Separemos un poco sus llegadas, pues fueron por separado, casi tres años.
La Burbuja llegó el 2007, siendo una cachorra, y fue mi madre quien la trajo: mi padre mi hermana y yo estábamos comiendo en la mesa, cuando mi madre, recién llegando del trabajo, la deja cerca de nosotros. Nosotros nos quedamos mirando a la Burbuja, y ella se nos queda mirando a nosotros. Luego se va a esconder al closet. Es la única perra que he visto crecer desde una cachorra hasta lo que es ahora. Ya tiene siete u ocho años, tiene su buena cantidad de edad, jaja.
La Bellota llegó el 2010, casi un mes después del terremoto. A mi padre siempre le han gustado los boxers, y siempre ha querido tener uno, por lo que cuando se enteró, gracias a un conserje en el colegio en el que trabajaba en ese entonces, que había una perrita boxer que podía ser suya, no lo pensó dos veces, especialmente cuando se enteró de lo siguiente: la pobre vivía con un viejo alcohólico que la maltrataba: le negaba agua y comida y refugio, además de golpearla continuamente. Cuando llegó a mi casa tenía marcas de golpes en la cabeza y en la nariz. Nosotros pensábamos que, debido a esto, podía ser violenta o ser demasiado temerosa de los humanos; nada más alejado de la verdad: llegó e inmediatamente destacó por su sociabilidad, no sólo con nosotros los humanos sino con la Burbuja, con quien comenzó a jugar inmediatamente: corrían de acá para allá, para todos lados, y no se cansaron durante casi una hora. Y como la Bellota estaba llena de garrapatas y se la pasó jugando con la Burbuja, una peluda integral, estuvimos toda la tarde sacando garrapatas a ambas, pero no me quejo, yo estaba feliz.
Algo que siempre me hace sentir muy bien es que a la Bellota le dimos un hogar feliz, un lugar en el que ya no debe sentir miedo de que vaya a ser golpeada ni nada por el estilo. Me hace sentir feliz pensar que ahora tiene una buena vida gracias a nosotros.
Ambas, Burbuja y Bellota tienen una gran vida. Eso lo sé, puedo verlo en sus ojos. Y lo mejor es que se quieren como hermanas. Aunque la Burbuja tiene el doble de edad que la Bellota.
En fin, me gustaría ir terminando con un par de pensamientos aleatorios:
-Luego de ver Jurassic Bark, el capítulo de Futurama en el que se cuenta la historia del perro de Fry -capítulo que me dejó llorando desconsoladamente, ese final es desgarrador-, siempre he fantaseado con que se puede revivir perros en el futuro, y como yo tengo el cuerpo del Pirata enterrado en mi patio trasero, recurrir al mismo procedimiento que casi hacen Fry y los otros. Aunque claro, eso es ficción. Sería bonito, de todas formas. Un hombre puede soñar.
-Me apena un poco que casi no tenga fotos de mis perros: no tengo fotos ni del Pitsi I ni del II. De la reina tengo una foto de su cara, y del Pirata hay una que es más mía y de mi hermana y de mi abuelo: nosotros somos el centro de atención, el Pirata esta bien abajo en la foto y más encima no está de frente; para mi no cuenta realmente, aunque la foto igual vale mucho por tenerlo a él en ella. De la Burbuja y la Bellota tengo hasta videos, ahora que los celulares hacen tantas cosas. Al menos la existencia de ellas quedará guardada en algo más que mi mente -en la que confío harto-.
He tenido seis perros, y los amo a todos. Y a Kayser PPRPBB le pueden dar de comer y hace cariño dándole click.
¡¡Bienvenido Kayser PPRPBB!!