Biblioteca Nacional E54. De los libros de la gran Irène Némirovsky que van quedando en la B.N.P.D., luego de El vino de la soledad es Jezabel el título que seguía en atracción, en sugestión. No recordaba en lo absoluto quién demonios era o significaba Jezabel, si era una invención bíblica o un personaje histórico, alguna vez se habrá mencionado en algún colegio, quizás en alguna otra novela o alguna película, pero de todas formas algo me causaba, porque conociendo a Némirovsky, intuía que Jezabel, que alude a una conflictiva figura femenina, tendría que ser una intensa y poderosa novela.
Y lo es, vaya que lo es. Sus primeras cincuenta páginas son un interesante giro en la narrativa de Némirovsky por cuanto no sólo comienza por el final sino que, además, se construye como un courtroom drama en el que una conocida socialité, poseedora de una inmensa fortuna, es juzgada por el asesinato de un jovenzuelo de baja estofa, presumiblemente su amante, al menos eso es lo que todos parecen haber concordado sin premeditación alguna, qué otra cosa podría ser, ¿cierto?, la dama de alta sociedad, aburrida de codearse con decadentes y amaneradas, refinadas y melindrosas criaturas, que para avivar su pasión decide tener aventuras con personas brutas y hurañas, tórridamente resentidas, inferiores en la escala social aún a riesgo de, como finalmente sucedió, salir trasquilada, sucia por el lodo de la pobreza y miseria humanas. Los hechos parecen ser irrefutables, así lo atestiguan las pruebas recabadas, pero el trasfondo, la razón, el contexto, descubrirlo es la misión del tribunal. Similar a lo que se veía en la sobrevalorada "Anatomía de una caída" (mención meramente ilustrativa, Jezabel le saca kilómetros de distancia en cuanto a calidad y originalidad narrativa y dramática), Némirovsky comienza con todo, denunciando la burda y grotesca hipocresía moral de la sociedad francesa situando la acción en su símbolo más elocuente: un tribunal de justicia convertido en circo. Bufones que se llena la boca con palabras como virtud, honradez, honestidad, igualdad, compasión, humanidad, fraternidad, pero que, independiente de si estén cuchicheando entre el público o exponiendo grandilocuentemente ante el juez, no son más que meros especuladores y conjeturadores, difamadores escudados en la legalidad o el anonimato despedazando la intimidad y privacidad de una de sus ciudadanas para sus propios beneficios personales. Es otro de los bailes de máscaras que Némirovsky sabe tan bien retratar y denunciar en toda su repugnante claridad: la claridad de la arrogancia y la inconsciencia que, cegada por su propio orgullo, no tiene el menor pudor de disimularse. Sin embargo, como suele ser, en esos suntuosos salones de baile rara vez se asoma la Verdad, rara vez se puede atisbar el verdadero rostro de sus danzantes alimañas. Y lo paradójico es que, ojo, la verdad del crimen acaecido es mucho más terrible y sorprendente, y peor, mucho peor, de lo que cualquier persona del tribunal hubiera podido colegir. Tal es la desconexión entre el circo social y la vida real de sus individuos.
Luego de ello, en 21 o 22 capítulos, Jezabel nos cuenta la historia de vida de la mujer acusada, la tal Gladys, desde que era una niña hasta que, finalmente, apretó el gatillo que acabó con la vida de un hombre y que la colocó en el asiento de los acusados de un tribunal, terminando así con su vida social, con un prestigio que construyó con dedicación y pulió con mimo durante décadas de vida, concretamente seis. No vamos a referirnos detenidamente en aspectos ya comentados de la narrativa de Némirovsky en otras novelas, por ejemplo lo de la crítica social, lo de su rabioso y feroz retrato de las clases burguesas, los apestosos nuevos ricos, los apestosos aristócratas empobrecidos, glamorosos y deslumbrantes con sus ropas caras y sus joyas de lujo pero podridos y hediondos por dentro, emocional y psicológicamente repugnantes, nulos, fantasmales, vivos para satisfacer su propio enfermizo placer, adictos a la buena vida en detrimento de una integridad interior, humana. Tampoco entraremos muy en detalle en cuanto al conflicto interno de la protagonista, al menos en su versión niña y adolescente, el arquetipo nemirovskista de la persona romántica y sentimental que anhela emociones puras y verdaderas, relaciones sustentadas por afectos genuinos y sólidos como las columnas de una iglesia, pero que se ve terriblemente decepcionada al verse rodeada por el dantesco baile de las vanidades y avaricias; o, también, el canto de libertad individual, de persona que se busca a sí misma, atenazada por un sinfín de cadenas, de moldes, de obligaciones que destruyen su identidad. Todo esto está presente, con la misma fuerza e intensidad discursiva de siempre, y con la misma calidad literaria también, amén de la prosa elegante pero incisiva y observadora de su autora, que es capaz de expresarte con una perfecta mezcla de mordacidad y veracidad todos y cada uno de los comportamientos más típicos, y también furtivos, en lo relativo tanto a los modales y conductas o tics sociales como a las reveladoras características de sus psiques y personalidades, de toda esa ralea privilegiada. Némirovsky tiene un ojo clínico más exacto y afilado que cualquier estudio sociológico, tiene una intuición y una mirada analítica más honda y detallada que cualquier psicoanalista; es una autora, y en realidad una mujer, dotada con un agudo y preciso radar para navegar y mapear las complejidades de la mente y el alma humanas evidenciadas en sus estilos de vida privados y públicos.
¿Cuál sería la novedad, entonces? Uf, cómo decirlo. Digamos que si usualmente los protagonistas de Némirovsky, aunque imperfectos y conscientemente críticos de sí mismos, no dejan de tener características heroicas y redentoras, la historia de vida de Jezabel nos revela a una mujer roída y consumida por la locura, por una negra y perversa locura que hace de su vida una condena íntima día tras día. Con una complejísima y profunda inmersión psicológica en los intrincados recovecos de una psiquis progresivamente torturada y desgarrada, la autora nos narra, con pulso firme y mirada precisa, una historia que es una desoladora, angustiante y monstruosa espiral de autodestrucción, que no sólo la arrastra a ella sino que a todos sus cercanos consigo. Porque, en efecto, la que comienza siendo una niña soñadora, cándida, angelical, con genuinos deseos de disfrutar la vida sin preocupaciones ni dramas, sin ser del todo inocente pero al menos nada malintencionada, poco a poco se va transformando, muy a su pesar, en una verdadera bruja consumida y devastada por sus ansias devoradoras consumistas, por ese estilo de vida voraz, que no perdona, como una virgen ofrecida en sacrificio en la hoguera de las vanidades. Una mujer transformada en demonio, que convierte su vida en un infierno perpetuo, que irracionalmente somete su vida a calvarios y sufrimientos en pos de sus vanas y pueriles ilusiones, que se engaña y traiciona a sí misma con las peores armas que una mente calcinada pueda inventar. Y ojo, que Némirovsky no escribe de modo duro y severo, como el público o los abogados del juicio del inicio, al contrario, escribe con humanidad, con una compasión que no justifica sus acciones pero que las revela en toda su terrible naturaleza, porque es una vida caída en desgracia pero desahogada, una vida desesperada pero abundante en lujos, es decir lo único que la mantiene viva es lo que la va despellejando día tras día, su maldición es lo que bombea su corazón y la mantiene viva, la vida de una niña que odiaba a su madre y su frialdad emocional, que se juraba a sí misma no convertirse en una momia pintarrajeada, falsa y mentirosa, pero que poco a poco se ve transformada, ella y su vida, en su peor pesadilla. Así, los hechos y datos biográficos que sucintamente se nos remitieron en la sección del juicio, en el resto de la novela se detallan con una afilada y sangrante precisión, con escenas realmente descorazonadoras, profundamente tristes, hasta llegar a la lenta, cruel agonía que la misma protagonista se ha labrado, consciente e inconscientemente. Es una novela increíblemente oscura, de un visceral examen introspectivo que llega a doler en tanto la autora despoja a su arquetipo de todo idealismo, de todo heroísmo, de toda catarsis, mostrando los catastróficos y desastrosos efectos de su neurosis, la cual, en esencia, es su propia responsabilidad: ella sabe cuál es su crimen, ella es su propia jueza y verdugo, ella sabe lo que ha hecho, ella sabe cuál ha de ser su castigo. Y ningún tribunal jamás hará justicia.
Si no han leído a Irène Némirovsky y se deciden a hacerlo, sigan mi consejo y lean primero El baile, El vino de la soledad y Jezabel, en ese orden. Como he dicho, las similitudes entre las tres novelas, más que causar una sensación de repetición, en realidad se complementan bestialmente, siguiendo una estela espiritual, además cada cual posee particularidades que retuercen y subvierten dichos elementos comunes en experiencias únicas. Jezabel, de las tres, es, con diferencia, la más nihilista y brutal. Háganme caso y compruébenlo por sí mismos. En cualquier caso, magnífica novela. Otro puñetazo literario de parte de esta autora genial e imprescindible.
Bueno la ficha bibliográfica de este ejemplar nos demuestra que por acá no se ha leído mucho, tan sólo cuatro préstamos, aunque comienzan en febrero del año pasado, que les recuerdo es todavía el 2024, así que quizás es muy temprano aún para andar de pájaro de mal agüero, a Jezabel le esperan muchas lecturas, lo sé, lo recomiendo, lo aconsejo. Confíen en mí, créanme, deposítenme el diezm- ah no, perdonen, me equivoqué de lugar, je je je...




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