Bibliometro #115. ¡Continuamos con la obra narrativa del siempre polémico Michel Houellebecq! Partimos un poco al azar con Serotonina, pero luego leímos Ampliación del campo de batalla, que es su primera novela, para luego continuar con Las partículas elementales y después Lanzarote, es decir, todo en orden, y ahora seguimos con Plataforma, una novela a la que le tenía muchas ganas, no sé por qué, quizás sea el título, extrañamente sugerente, o más aún, su tentadora portada, con ese pedazo de culo ahí ofrecido para nosotros, que nunca nos negaremos a un bello culo bien formado.
Uf, por dónde empezar. Lo típico: primero que todo, Plataforma me gustó un montón, me encantó, su lectura fue un bálsamo de frescura, sobre todo en una semana no muy amable con mi único deseo en la vida de poder leer tranquilamente. El hecho de haber podido leer esta novela sin interrupciones ni complicaciones (aunque claro, yo leo de noche, desde las 22 hasta las 4 o 5 am, cuando todos están dormidos, es el único horario en que puedo hacerlo en perfecta calma) le hizo bien a mi espíritu, además la novela en sí es muy entretenida, es decir win-win como dirían los putos gringos.
Como sea, entremos en materia. Plataforma es otra de las variaciones de Houellebecq en esto de adentrarse en las entrañas o cloacas de la sociedad francesa que tanto disgusto, así en general, le causa, aunque también se puede extender dicha mirada a la sociedad occidental, a la sociedad moderna hipertecnológica e hiperglobalizada. No diremos nada nuevo, con respecto a los posts de sus novelas anteriores, al señalar que Houellebecq es un gran observador, un gran cronista de su tiempo. Su mirada está cargada de ironía, de cinismo, de acidez, con uno que otro exabrupto en el tono, pero no diría que se invente nada o que necesariamente apunte contra algún grupo en particular: Houellebecq es un misántropo que detesta a todos por igual y los odia y critica no desde la emocionalidad, a un nivel personal, sino que desde una perspectiva, no lo sé, teórica, analítica, distanciada, desapasionada, científica, como quien observa a una colonia de hormigas con sus dinámicas y mecánicas internas, capturando aquí y allá toda clase de conductas y comportamientos que luego es capaz de expresar y transmitir con nítida claridad (no obstante, digo, sus reveladoras salidas de tono), incluso con su buen toque de áspera poesía. Es que, en cierto modo, Houellebecq es un misántropo romántico, un misántropo sentimental: detesta la sociedad y sus gentes, detesta vivir en esa cochina sociedad, le repugnan sus bases y sus ramificaciones éticas, políticas, etc., y por ende desea vivir lo más ensimismado, desinteresado, "protegido", incontaminado posible, pero no es inmune a la esperanza, a las emociones puras: como buen observador, como buen cronista, sabe que el espectáculo general, por más dantesco que luzca, siempre puede dejarle espacio a pequeños paraísos de luz, que es en donde al misántropo le gustaría refugiarse, a fin de cuentas uno no se hace misántropo por gusto: Houellebecq detesta y repudia el entramado social, la despiadada (por necia, por ignorante) trituradora de carne, pero no cosas tan lindas como el amor o la paz o el equilibrio, mancillados por los múltiples y deformados rostros de la rutina moderna y urbana, precisamente por eso, por destruirlos y vulgarizarlos, los odia. Plataforma transmite a lo largo de todas sus poco más de 300 páginas esta dualidad, esta ambivalencia, esta lucha interna de su protagonista, un empleado público del Ministerio de Cultura, un hombre soltero, solitario, un gris burócrata que cumple su trabajo sin pasión ni ardor alguno, cumpliendo plazos y fechas como buen autómata, cuya única gran distracción, incluso cuyo único placer genuino, es el del viaje, el del turismo: ¿escapes fugaces o fugas escapistas de la sociedad francesa? Quién sabe. Lo cierto es que en uno de esos viajes conoce a una mujer con la que iniciará una relación que será como un oasis en su vida, que será como una tregua.
Así, con su habitual y negrísimo sentido del humor, además de una prosa bien festiva, bien ligera a su modo, bien libérrima (parece ser la novela más optimista y vitalista de Houellebecq, al menos de lo que le hemos leído), el autor apunta y dispara contra la sociedad de consumo en su vertiente turista, dándole no tanto a los turistas en sí mismos (aunque palos les caen a mansalva, claro, el autor se despacha a gusto con ciertos arquetipos de los "viajeros, no turistas", sobre todo los más sangrantes estilo carpe diem hermano, bastardos presuntuosos y ampulosos) como al turismo como tal, al turismo como mercado y el tras bambalinas de dicho mercado, al turismo como fin, como medio, y cómo este mercado del turismo, es decir del viaje recreacional, manipula las presuntas intenciones o emociones puras convirtiéndolas en meros síntomas de consumo y neurosis (claro: vas a purificarte, a iluminarte por montar un elefante guiado por un semi-esclavo, tu relación amorosa será más honesta por hospedarte y tirar en un hotel construido sobre un arrasado santuario natural, encontrarás la paz vital y existencial gentrificando países tercermundistas), moldea las distintas castas sociales tanto de los países de origen de los viajantes como de los destinos, sobre todo los "exóticos": las costumbres, los estilos, las infraestructuras, etc. Es decir, vemos el interés humanista de un Houellebecq rabioso contra las estructuras de poder (comerciales, políticas) de las cuales las personas son víctimas buscando comfort, él sabe que lo son, como embobados e hipnotizados por la propaganda consumista que juega con ellos y con sus bolsillos como gastados peones en un tablero amañado, pero de ahí su asco, su repudio: son víctimas que siguen el juego, que saben lo que son y en dónde están y que lo aceptan porque peor es mascar lauchas, bastardos conformistas e hipócritas y pusilánimes, haciendo lo que ellos te dicen en bellas postales promocionales, gritando inspiradoramente sobre la libertad en teledirigidos tours turísticos comprados en imperdibles ofertas y cómodas cuotas. El personaje de Houllebecq lo ve, lo comprende y no lo comprende, y por eso prefiere retirarse de todo y no soñar, no creerse más de lo que de todas formas te permitirán ser: el buen esclavo.
Otra de las áreas que Houellebecq aborda es la sexualidad, cómo no, pero claro, ahora no desde lo "rutinario" o "normalizado", como podría decirse de Las partículas elementales o Ampliación del... y Serotonina, en donde vemos a gente común y corriente intentando encontrar o mantener activas sus respectivas vidas sexuales algo esquivas, algo apagadas, algo decepcionantes, de paso observando el modo en que se ha "mercantilizado" la vida sexual del ciudadano de a pie. Como decía, en Plataforma, el autor también analiza el, por decirlo de algún modo, escapismo sexual, no sólo en lo que respecta al turismo (el elefante en la habitación de la industria: viajar para tirar, sobre todo en países más "liberales" al respecto) sino que también dentro mismo de asentamientos urbanos en sociedades eminentemente conservadoras, o: el circuito underground, actividades más hardcore, locales sadomaso, etc., como supuesta resistencia y liberación de los cuerpos. Tal como en el turismo, en la presunta libertad de la escena under también se hallan paradójicas reglas y leyes de poder, cosificación y filosofía ociosa. Supongo que serían los dos grandes ejes discursivos de esta novela en torno a los cuales Houellebecq desarrolla la historia de esta inusitada pero bella relación entre el burócrata misántropo y la solitaria gerenta casada con su trabajo: el oasis de honestidad, sinceridad, sexualidad y amor genuino rodeado de una sociedad plástica, falsa, estúpida, rígida, fanática, presuntuosa, posera, sexualmente truculenta, que parece rendirle más culto al dinero y a los mercados y a la explotación/exhibición voluntaria, comercializando hasta sus hebras más íntimas y personales en lugar de romper cadenas. Bueno bueno, mucho blablá de mi parte. Lo cierto es que se puede intelectualizar todo lo que pasa en la novela, claro, pero también se puede tomar como lo que es: un ligero drama romántico ambientado en mundos que oscilan entre la sordidez y el tedio, escrito por un cerebral y analítico antisocial. De ambas formas, Plataforma es una novela genial: te dejas llevar por los dulces avatares de la relación, también te entusiasmas por el humor negro y el retrato de la sociedad moderna hecha por el autor. Win-win, dirían los putos gringos.
Como digo, Plataforma me parece una novela muy optimista y vitalista, aunque claro, mejor no les hablo de su tramo final, todo un puñetazo en el estómago, no sólo por los acontecimientos en sí mismos sino que por el retrato que Houellebecq hace del tratamiento mediático de las desgracias, sobre todo la hipocresía de los medios y de la clase política, el acto de barrer la basura bajo la alfombra, de cerrar los ojos para negarse a ver la realidad y perseverar tercamente en un estado de cosas rancio y mentiroso. Una novela sobre la decadencia. Sobre la decadencia de occidente llevando su decadencia a otros destinos, queriendo purificar su decadencia pero en lugar de ello envenenando el resto del mundo como una mancha de petróleo en un diáfano mar de color turquesa. Recomendadísima, no se me ocurre qué más decir, y eso que nuevamente me he extendido en un par de gruesos párrafos. ¿Qué sacan en limpio, queridos visitadores y visitadoras?
Tenemos una ficha bibliometrina bien movidita, se nota que Houellebecq, a pesar de todo lo que se pueda decir de él (que es polémico o que su literatura no es "fácil"), tiene sus lectores fieles o, quizás, ejerce cierta atracción en lectores que no lo conozcan, cómo saberlo, nosotros sólo vemos fechas estampadas, no tenemos ni idea de lo que hay detrás, o abajo, o antes, de dichos préstamos, los cuales, por cierto, suman doce en seis años, dos por año, bueno en realidad no es un graaaaan promedio, pero oigan, creo que no es el único ejemplar de esta novela en Bibliometro.
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