"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 22 de septiembre de 2025

El hombre en el castillo, de Philip K. Dick

 

Bibliometro #125. Lento pero seguro continuamos adentrándonos en la obra de Philip K. Dick, uno de los escritores más singulares no sólo de la ciencia ficción sino que de la literatura en general, y esto lo digo con todo el atrevimiento de mi ignorancia. Ya no hay más libros suyos en Bibliometro, con El hombre en el castillo, uno de sus títulos más conocidos (y que fue adaptada en una serie para Amazon que cuenta nada menos que con cuatro temporadas, cuarenta episodios en total, y eso que la novela no alcanza las trescientas páginas), hemos pedido todo lo que esta red tiene a disposición, sin embargo aún nos queda la BDS y algunas cositas que compré durante mis tiempos de bartender explotado, es decir cuando tenía dinero.

Bueno, los libros de Dick nunca son completamente lo que parecen, y eso es bueno. La suya es una ciencia ficción tan especulativa (en el buen sentido: el de la creatividad, el de la libre fabulación, el de la invención pura aunque no del todo descabellada pero sí delirante) como arraigada y enraizada no sólo en el presente y sus dimensiones (sociales, políticas, etc.), sino que también en la abismante interioridad humana, ya sea su mente ya sea su espíritu. Una ciencia ficción menos tecnológica o fantástica que conceptual y experimental, incluso psicológica. El mismo Dick se ha explayado al respecto al dar su definición de ciencia ficción. No es de sorprender que algunas de sus historias parezcan transcurrir en el presente, con personajes que hablan y viven como lo harían en la época presente (que pueden ser las décadas en las que el autor las escribió, que pueden ser las décadas en las que nosotros las leemos, porque he acá otra reflexión: nuestro mundo es ciencia ficción comparado con el de los sesenta, pero, en esencia, a nivel humano, ¿cuál es la gran diferencia?), aunque sus contextos sean muy o poco demenciales. Las novelas de Dick, al menos las que hemos leído, con todo lo "ciencia-ficciosas" que puedan ser, son historias o relatos o narraciones sobre dramas personales, colectivos, mezclados con complejos entramados experimentales-conceptuales. A veces pienso que una novela de Dick es como una novela que alguien escribe en el futuro, pero que escribe considerándolo su presente. Imaginen una novela contemporánea escrita por alguien en Tokio o alguna otra ciudad híper tecnológica e híper estilizada, para mas inri una novela que trate sobre internet y computadores y realidades virtuales contrapuestas con la naturaleza humana y la estabilidad mental de personas de carne y hueso abrasadas por el frenesí cibernético, que de algún modo va a caer a manos de alguien en los sesenta o setenta, y tienen una novela de Dick: algunos quedarán deslumbrados por la imaginación al crear esos edificios, esas tecnologías, otros pondrán más atención al drama humano que desarrolle dicha novela.

Todo esto lo digo, además de sin tener mucha idea de si de algo sirve, porque El hombre en el castillo no es para nada lo que parece y su premisa podría inducirles a pensar en un tipo de novela que, finalmente, no es, por lo que es buena idea prevenirlos. Resulta que tenemos entre manos una ucronía: la historia se bifurcó de la nuestra y, en la Segunda Guerra Mundial, los nazis, los italianos y los japoneses no fueron derrotados, es decir triunfaron y el mundo entero es regido por la mano dura de dichos regímenes. Uno de los grandes perdedores es Estados Unidos, cuyo territorio es ocupado y dividido: Japón se queda con una buena porción de la costa oeste, el lado que da al pacífico; los nazis se quedan, desde luego, con el sur; casi toda la llanura central se independizó, ni siquiera se llama Estados Unidos; y lo poco que queda de Estados Unidos como tal, títere no oficial de los nazis, abarca la costa este, de Nueva York para el norte. Y como los nazis son los grandes triunfadores del orden mundial, desde luego que la tecnología también avanza de otro modo más acelerado, a fin de cuentas el frenético delirio amoral e inhumano de los experimentos nazis conduce a resultados más rápidos y reveladores. Pero no es una novela con ecos bélicos, de espías, de complots internacionales, etc., aunque tenga de ello. El hombre en el castillo es una novela profunda y esencialmente espiritual, incluso mística, metafísica a su modo. Todo lo anterior es tan sólo un contexto, para nada gratuito ni intercambiable, claro, pero esperen una novela de trama, porque casi no tiene trama, prácticamente no la tiene y aquello que podríamos hacer pasar por trama es en realidad un mecanismo deliberadamente secundario y aparente: las acciones y los encuentros en que se involucran los personajes son, en realidad, un modo para empujarlos al verdadero conflicto que propone este libro: la lucha interna, la lucha filosófica, la lucha espiritual. Y que la especulación ucrónica de este escenario tan devastador es la manifestación más descarnada de dicha lucha espiritual.

¿Qué quiero decir con esto? Bueno, en primer lugar, Dick, sin solazarse en excesivos y minuciosos detalles, sí nos describe cómo es la vida pública y privada en este mundo nazificado. Obviamente hace gala de su genial capacidad de observación y especulación, y resulta interesante, atractivo, las similitudes y diferencias con que se desarrollan las cosas en la novela con respecto a nuestra realidad. Pero, más allá de consideraciones prácticas y políticas (obviamente, entre otras cosas, se ha institucionalizado el racismo y el estado de derecho es una ilusión al igual que las instituciones democráticas en las que tanto confiamos), el zeitgeist de esta novela es más bien moral: se vive en un mundo brutal, inhumano, malvado y perverso. Puede que a nivel de calle no veas atrocidades, pero sabes que están ocurriendo. Siempre pasan cosas malas, nunca nos enteramos, pero es lo que pasa cuando los malos ganan: es como si todo, de facto, se pudriera, porque el triunfo del mal es la admisión de que el sol y su luz, su calor, ya no existen; cuando ganan los buenos, impera la alegría y el optimismo, triunfando moralmente sobre el mal incluso aunque siga existiendo la muerte, la injusticia. En este ambiguo clima cotidiano, nuestros personajes, al menos los más importantes, son: un servil y complaciente vendedor de antigüedades estadounidenses "nativas" (no de los indios necesariamente, pero sí muebles o cuadros o lo que sea confeccionado por gente blanca antes de la derrota) que siente la misma vergüenza, humillación e impotencia que sentiría un japonés en el Japón ocupado por los gringos; un judío que comienza a falsificar joyas luego de quedarse sin empleo y que vive en un profundo estado de atonía y vacío existencial; un japonés de los altos mandos que se ve involucrado en una trama de espionaje y cuya visión de mundo se desmorona cuando las cosas se ponen violentas; una mujer solitaria llamada Juliana que se enamora de un misterioso camionero y cuya rutinaria soledad en realidad esconde una especie de cobardía vital; y el espía que llega a San Francisco para cumplir con su misión, un hombre más bien pragmático que, sin embargo, no deja de cuestionarse la utilidad (o futilidad) de sus acciones en un mundo aparentemente devorado por la auto-destrucción. Y, en fuera de campo, hay un libro dando vueltas, libro escandaloso y subversivo que describe un mundo en el cual el Eje perdió (y que no es una reproducción exacta de nuestra historia, claro, aunque habría sido un guiño muy divertido por parte de Dick), cuyo autor, para protegerse de represalias, vive protegido en una especie de fortaleza de alta seguridad bautizada como El Castillo, al menos eso dicen.

La trama (la reunión que el espía debe tener con unos japoneses a fin de traspasar cierta información crucial para el devenir del mundo, y por el otro lado la aventurilla de la tal Juliana con el camionero esconde varias sorpresas), ya digo, es meramente secundaria y Dick conscientemente las desarrolla al mínimo posible, a su mínimo práctico, lo suficiente para que las acciones y los encuentros sigan avanzando sin perder tracción o cierta verosimilitud, y lo primario de dichas tramas es que actúan como catalizadores de unos personajes en conflicto consigo mismos pero, hasta entonces, reacios a enfrentarse a sí mismos, a mirarse a la cara y explorar los escarpados mundos interiores que habitan. Son personajes que, tal como el mundo, tal como la realidad en la que viven, se han resignado a existir y a aceptar ese escenario tan desolador del triunfo y dominación nazi. Se han acostumbrado a respirar un denso horror banalizado. Y, así como el libro del misterioso hombre en el castillo inquieta a las altas cúpulas nazis, de todas formas en su interior hay un pensamiento, un sentimiento, una idea que, más que una brasa moribunda, es un pequeño fuego en potencial expansión: ¿y qué pasaría si el mundo no fuera así, si yo me negara a darle la mano a esta realidad tan nefasta, si me rebelara y le diera vida a mis viejos ideales? De este modo, la sucinta trama desarrollada es el reflejo de ello: la creciente determinación a hacerle frente al horror, a decir ¡esto es suficiente!, intentar cambiar el rumbo de la historia aunque sólo seas tú quien se dé cuenta al inicio: toda avalancha comienza con una bolita de nieve. De este modo, el escenario de la ocupación nazi es el modo en que Dick reflexiona y explora sobre la naturaleza del mal, sobre la espiritualidad individual y colectiva, y cada personaje representa un aspecto, un ámbito diferente de esta exploración y reflexión. No hay grandes enfrentamientos o triunfos, pero hay catarsis, hay crisis internas e íntimas, que acaso sean los prismas primordiales de todo cambio a mayor escala; y no esperen un ritmo frenético de acontecimientos ni clímaxs intensos, al contrario, la prosa y narración de Dick son anticlimáticas, elegíacas, introspectivas, un fluir de acciones "interiores".

Yo, en lo personal, no me sentí muy entusiasmado con esta novela. La entiendo, al menos por encima, comprendo lo que el autor quería desarrollar, pero no me ha llegado mucho aunque valoro su valentía y atrevimiento y, claro, las muchas reflexiones e ideas que comparte a través de los personajes. En estos ejercicios tan deliciosos como inútiles que me gusta hacer, de repente me hizo pensar: ¿Cómo hubiera sido esta novela escrita por Camus, y cómo habría quedado La peste escrita por Dick? Si han leído ambos libros, jueguen a ello, las similitudes no son pocas y sí son prometedoras. Supongo que, a grandes rasgos, los mismos reproches que le hice a La peste se pueden aplicara  El hombre en el castillo, pero la de Dick tiene personajes menos sustanciales (el del japonés y el del vendedor, quizás, tengan mayor peso, incluso el espía) y, no obstante lo consciente y deliberado del "minimalismo" de su trama en tanto mecanismo dramático, sí debo decir que es muy minimalista y que, a pesar de cierta cercanía y naturalidad  con que Dick describe a los personajes y sus diálogos, sus movimientos, es difícil implicarse a fondo con sus conflictos internos, que quedan como lúcidas e inteligentes reflexiones con momentáneos quiebres y crisis. En Fluyan mis lágrimas, dijo el policía o Ubik, por ejemplo, Dick logra lo mismo pero mejor, de manera más redonda: te arma una trama, un argumento delirante y atractivo, pero también desarrolla y explora profundamente el alma, la mente, la espiritualidad de sus personajes y de la realidad en la que viven, esos futuros delirantes pero creíbles, como espejos deformantes pero fidedignos de males del presente.

Como sea, me he alargado mucho, pero me alegro en cierto modo porque demuestra el encanto de Dick. Antes de despedirme, me gustaría reflexionar sobre el final del libro, pero como tiene spoilers, avisados quedan de no seguir leyendo si no conocen el libro: SPOILERS/SPOILERS/SPOILERS/SPOILERS... ¿Dejaron de leer? Muy bien, vamos: resulta que el camionero con la que viajaba la tal Juliana era un nazi cuya misión consistía en matar al escritor de ese libro tan loco. Juliana, que no estaba enterada al inicio, al enterarse por torpeza del nazi lo mata y corre a advertirle al escritor de que su cabeza es deseada por los nazis. Lo encuentra y resulta que el escritor no vive en un castillo amurallado, sino que en una típica casita suburbana gringa. Luego de esa sorpresa, Juliana entabla conversación con él y quiere saber cómo escribió el libro, cómo se le ocurrió, porque el libro está escrito de manera tan especial, que casi no parece humano. El escritor admite que él no escribió nada, que tan sólo transcribió las respuestas que el I Ching le daba a sus preguntas, lo cual es otra sorpresa, pero la sorpresa mayor, la bomba, cae de inmediato: ¿No será entonces una paradoja?, porque todo lo que el I Ching responde es la verdad, lo que quiere decir que la novela es real, que el Eje, en efecto, perdió. ¿Cómo se explica entonces todo lo que tienen a su alrededor, la dominación social y política nazi? Para esto no hay respuesta, Juliana tan sólo se va de la casa del escritor y la novela termina. No he dejado de pensar al respecto. Es fácil ceder a la tentación de decir que estamos ante otro de esos delirios paranoicos de Dick en donde la realidad no es la que se muestra, la que te dicen, que vives en cierto tipo de alucinación o simulación, como si la ucronía de la novela fuera una partida de rol y la novela del hombre en el castillo fuera el talismán que te permite ganarle a los otros y escapar. En mi opinión, dándole vueltas al final, pienso que tiene que ver con eso del conflicto interno, espiritual, existencial, filosófico del que tanto hemos hablado: que algo sea real no quiere decir que esté materializado, es decir, la dominación nazi, en esta novela, es real, pero no está tallada en piedra: existe la posibilidad de que otra realidad sea posible, si se acepta la existencia de esa otra realidad, entonces no es imposible que pueda materializarse de algún modo. En otras palabras, el mal no es invencible. Pero tienes que creer y tener fe en ello.

En fin, terminemos. Prevenidos quedan, El hombre en el castillo no es la novela que de seguro piensan que es, pero no es una mala novela, tan sólo una novela sumamente extraña, singular y demoledora a su poético modo. Dick es un poeta loco y delirante, pero poeta al fin y al cabo. El hombre en el castillo no me ha entusiasmado o gustado mucho, pero su lectura es innegablemente valiosa, importante e imprescindible: otro tipo de ciencia ficción es posible, parece decirnos. ¿Y la serie? Dudo que sea una adaptación espiritual e intelectualmente fiel, dudo que adapte el alma de esta novela, de seguro a lo largo de sus cuarenta episodios se enfoca en el aspecto grandilocuente, el de los complots internacionales, espías, guerras silenciosas, etc. ¿Alguien la ha visto?

Un libro nuevecito de paquete, eso es todo lo que se ve en esta ficha bibliográfica bibliometrina: soy el único préstamo de momento. ¿Qué más podemos decir? ¿Cómo creen que habrá salido la serie de Amazon?

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