Biblioteca Nacional E55. Vamos viento en popa, a velocidad de crucero, lento pero seguros, con nuestra intención de ir leyendo las novelas de Michel Houellebecq de inicio a fin. Luego de la excelente y estupenda Plataforma, llega La posibilidad de una isla.
Yo no diría que Houellebecq escribe la misma novela siempre, como sé que se dice por ahí, aunque no negaré que puede correr el riesgo de, dicho de una manera algo distinta, repetirse. Es un autor con intereses y preocupaciones y obsesiones claras, reconocibles, que cimentan su obra narrativa y que indudablemente sobrevuelan cada novela. Pero claro, Ampliación del campo de batalla y Serotonina, lo dije en su momento, son extremadamente similares en estructura, en sustancia, a pesar de sus diferencias aparentes. ¿Cuál de las dos es mejor? Según yo, Serotonina es más redonda, más pulida, pero es que la leí antes, ¿el orden de los factores alteraría, en este caso, la impresión final? Plataforma es la más independiente y autónoma, al ser una especie de crónica de los hábitos y conductas sexuales de la sociedad moderno-occidental. La posibilidad de una isla entra en el terreno propuesto en la genial y magnífica Las partículas elementales, esto es, la narración o relato vital situado en tiempo presente pero enmarcado en una mirada "futura", es decir, ciencia ficción plena y hasta diría que relato post-apocalíptico. Pero además cruza dicha propuesta con lo planteado en la breve aunque también estupenda Lanzarote, recuperando no necesariamente eso de "historia turística" como la mística de dicha isla y la trama de la secta que en aquella novela corta destacaba y explotaba ya por el final. En otras palabras: La posibilidad de una isla = Las partículas elementales + Lanzarote. Pero no es una copia ni una mezcla burda o apresurada, al contrario, es más bien una combinación espiritual, moral, que busca expandir y explorar los límites narrativos/temáticos/genéricos a través de sus variaciones dramáticas que mantienen siempre la frescura y el asombro.
La posibilidad de una isla, entonces, se articula en dos tiempos: en el presente, la vida de Daniel, quien nos narra en primera persona el relato de su vida, el cual, para él, de todas formas comienza cuando se decide definitivamente a dedicarse a la comedia, a ser un cómico corrosivo e incorrecto, caracterizado por su cáustico humor negro, negrísimo, que no deja títere con cabeza. Si Houellebecq siempre pone parte de sí mismo en sus personajes, cabe suponer que con el protagonista de esta novela y su cualidad de humorista, o mejor dicho de bufón y polemista, provocador, se evidencia más a sí mismo en este trasunto o émulo suyo. Me causó bastante risa que en alguna página el tal Daniel comenzara a hablar sobre cómo tanto la crítica y el público que unánimemente lo celebran y aclaman lo definen como un "agudo observador de la realidad/de la sociedad", que es algo que, prácticamente palabra por palabra, yo he dicho de él y sus novelas en posts anteriores. Se nota que Houellebecq va un paso adelante que yo, que el resto, ja, ja. Como sea, con un magistral y apabullante dominio y sentido del ritmo, del espacio y del tiempo (pasan los años, pasan las personas, pasan los lugares sin que la narración misma se estanque o se haga pesada, o por contraparte se sienta ligera o trivial o insignificante), el narrador nos cuenta las idas y venidas de su vida, tanto personales como profesionales y sentimentales/sexuales, a la par que elabora un, ejem, agudo e incisivo retrato de la sociedad moderna, la sociedad francesa, la sociedad occidental, etc. Suena a chiste repetido, lo sé, pero los personajes y sus tramas son nuevos y renovados, ágiles y dinámicos en términos narrativos, por lo que en cuanto a lectura en sí la cosa es fluida y te engancha, te interesa sin mayores trabas, además las observaciones, las críticas y todo eso, siguen siendo igual de lúcidas, geniales y punzantes que siempre: Houellebecq no pierde ni su mala leche ni su ojo clínico no sólo para analizar los fenómenos observables sino que para capturar aquellos detalles que usualmente escapan al ojo común y poco avezado. Por lo demás, puede señalarse que el enfoque es también diferente, razón por la cual su "aguda/pesimista/feroz observación" y su crónica vital no es una copia de lo mismo, al ser vista desde otra perspectiva que ofrece otros ángulos, que ilumina otras sombras. Dicho enfoque, por lo demás, vendría siendo, qué sé yo, el de cierto sentido de la religiosidad o de la fe. Si Plataforma analizaba a la sociedad desde el sexo y el amor, si Las partículas elementales analizaba la sociedad desde una mirada bioquímica y conductual o científica, si Ampliación del campo de batalla y Serotonina analizaban la sociedad desde un punto de vista sociológico y algo psicológico, La posibilidad de una isla explora en la necesidad o búsqueda o desesperación metafísica de la sociedad, expresada en el modo en que hombres y mujeres otorgan cierta noción de sentido a la realidad: a la vida y a la muerte. ¿Y qué hay de lo mercantil y económico? Bueno, para Houellebecq todo es mercado; el dinero no es más que un símbolo y su representación más fiel de las dinámicas mercantiles, es decir el dinero es también la gente, es también el cuerpo: el mercado del sexo y de las relaciones interpersonales, el mercado de la salud mental, en fin... De este modo, el relato vital/retrato sociopolítico que emerge de la narración de Daniel poco a poco se va perfilando hacia el nuevo paradigma y sus respectivas conmociones y convulsiones de índole tan privado e íntimo como mundial, público: la historia de este humorista rabioso, de este humanista perdido, de este hombre decepcionado, una historia salpicada por lo demás con antológicas escenas hilarantes, sórdidas, grotescas, violentas y de un desesperado patetismo emocional, es también la historia del fin del mundo, del colapso de la humanidad, que es en donde transcurre la otra porción de la novela, narrada por Daniel24.
Y como podrán adivinar, y sin entrar en detalles, supongo que intuyen más o menos el cambio de paradigma que cambia por completo el curso de la humanidad y su cosmovisión, antaño sustentada en el miedo a la mortalidad y el pánico a la incertidumbre que esconde la muerte. Pero cuándo no hay muerte y de ti pueden haber hasta 24 reencarnaciones, ¿qué queda?, ¿cuál sería la urgencia por vivir, por explorar, por descubrir? ¿Cuál es el apuro por el placer, por el conocimiento? ¿Vivimos porque sabemos que vamos a morir, o vivimos porque la vida misma es en sí valiosa? ¿El placer de un buen polvo o de una comida deliciosa se origina en la cualidad misma de la comida o del sexo, o en la mera satisfacción de tachar un objetivo de la lista (como los turistas que se conforman con poner pies en un país, sin conocerlo ni respirarlo realmente, sólo para completar el recorrido)? En el futuro lejano en el que viven los neohumanos, Daniel24, aparte de ir aportando observaciones al relato de su antepasado imperfecto, nos cuenta un poco cómo es la vida en soledad, arrasado el mundo por cataclismos, la vida sin penas ni alegrías, sin pasiones ni rencores, la vida de quien simplemente está vivo. Si el relato de Daniel es un retrato de la sociedad de antaño, la porción de Daniel24 es una (paradójicamente) sentida reflexión filosófica sobre el valor y la esencia del ser humano: ¿es mejor el depurado Daniel24 o el imperfecto, humillado, rencoroso Daniel1? ¿Quién es más real, más genuino, quién vivió más? Desde luego, Houellebecq, hábil como es, tampoco se limita a que esta porción sea solamente pura reflexión, puro pensamiento: también hay conflicto dramático, interno y externo, personajes y sucesos, un arco argumental que, según como se mire, es catarsis o decadencia, aunque, sea como sea, aún con ese ritmo y prosa más bien melancólica, gélidamente elegíaca, distanciada pero humana a fin de cuentas, enmarca sus particularidades en una buena y entretenida historia post-apocalíptica en plan survival horror, elevado, claro está, por el estilo sesudo de Houellebecq, que como lector obseso, estoy seguro, puede escribirte ciencia ficción, novela negra o policial, terror, comedia, etc., respetando la esencia, la mística, el espíritu de los códigos éticos y estéticos de los géneros pero subvirtiéndolos según su propia visión pesimista, satírica y analítica, estudiosa. La posibilidad de una isla es una elocuente prueba de ello.
La novela, entonces, es tan entretenida y fascinante como cabría esperar, equilibrando a la perfección la hábil capacidad fabuladora y narradora de Houellebecq con su cualidad de cronista/ensayista legible, capaz de exponer, ilustrar o explicar cositas complicadas sin complicarse en lo absoluto.
¡Vaya vaya!, ¡qué agradable sorpresa nos depara la tradición republicana de todo préstamo de la B.N.P.D.! ¡Miren cuántos préstamos, cuánta antigüedad! Este ejemplar de La posibilidad de una isla ha estado en existencia desde principios del 2008, es decir hace diecisiete años y medio, período a lo largo del cual ha sido prestado en, a ver contemos, uno dos tres... ¡treinta y cinco ocasiones! Eso da más o menos un promedio de dos veces por año, ¿qué piensan?, ¿buen promedio o nah? Los años de gloria, empatados con seis préstamos cada uno, son el 2008 y el 2017. Y fíjense, este libro ha sufrido la misma maldición, el mismo letargo lector de otros ejemplares de la B.N.P.D.: ¡yo soy el único que ha leído La posibilidad de una isla en lo que va de década! Pero has tenido paciencia, novela, he llegado yo y le he dado sentido a tu existencia, he cumplido tu propósito aunque sea por unos cuantos días, pero la memoria de los mismos te mantendrá con vida durante unos cuantos años más, mis huellas grabadas en tus páginas seguirán susurrándote y prometiéndote: no todo está perdido.





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