"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

martes, 22 de octubre de 2024

El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez

 

Biblioteca Nacional S07E02. Y ya que habíamos pedido La hojarasca, la primera novela de García Márquez, por qué no traer también El coronel no tiene quien le escriba, su segunda novela, aunque no tiene ni cien páginas por lo que se dice que es una novela corta o relato largo, en todo caso, tales cuestiones poco nos importan por acá. Acá lo que nos importa es leer. A lo bestia, como enfermos de la cabeza, la vida es corta y la literatura es inmensa (el cine también), acá tenemos claras nuestras prioridades. Por algo estamos donde estamos jajaja.


El coronel no tiene quien le escriba es una historia profundamente sencilla y, por lo mismo, tremendamente humana, cálida, bonachona, vitalista, un canto a la silenciosa dignidad de hombres y mujeres, elogio de la individualidad y del sueño de una comunidad fuerte. Historia de un cierto aire nostálgico refrescado con brisas de ingenuidad casi infantil, pero por lo mismo ingenuidad pura en su acepción más bella: la de creer, o tener fe incluso, en la bondad y las buenas intenciones de mis congéneres, en la alegría de un promisorio porvenir. El contraste entre ese tono dulce y entrañable que emana el retrato del Coronel, hombre terco, crédulo y algo bobalicón pero empeñado en respetar su propia visión de las cosas, en no dejarse doblegar por presiones ajenas, y el regusto amargo que provoca comprobar que a su alrededor las cosas funcionan no por las buenas y que se hace cada vez más difícil encontrar alguien en quien confiar, abrigados casi todos en un obstinado egoismo. El Coronel no tiene un peso; vive con su mujer en la pobreza, apenas tienen para comer y lo que tienen deben darlo de comer a un gallo de pelea, herencia de su fallecido hijo, al que espera poder sacarle sus buenas monedas cuando llegue la temporada de peleas. Mientras tanto, el Coronel espera una pensión que no ha llegado en quince años, espera y espera, mientras intenta hacer frente a sus problemas más urgentes (además de ver cómo resolver el enredo burocrático de su pensión) que lo arroja de frente a la codicia de hombres de doble cara y un tiempo que parece haberse olvidado de él, como si fuera un espectro de carne y hueso al que los demás intentan no prestar más atención de la estrictamente necesaria. Y supongo que podrían hacerse lecturas, porque están ahí, palpitan en estas breves páginas, sobre el retrato político que elabora García Márquez en este microcosmos con forma de aislado y polvoriento pueblo (no es Macondo, por cierto), que bajo su superficie de aletargada paz o convivencia siguen activas, como placas tectónicas a punto de terremotear, las heridas y tensiones de disputas políticas pasadas, guerra civil incluida, partidarios y opositores, los vencedores y los derrotados, los vivos y el recuerdo de los asesinados, los que metieron mano en el reparto del botín victorioso y los que, como el Coronel, se quedaron sin pan ni pedazo. Una historia que es una denuncia en forma de cuadro costumbrista; es increíble la manera en que con un par de retazos García Márquez transmite tanto, ese menos es más que acá encuentra un ejemplo prodigioso, una sutileza magistral.
Y, con todo, volvemos a lo del inicio: a pesar de su profunda complejidad, El coronel no tiene quien le escriba es una pequeña gran historia sobre un hombre enfrentado a sus propias circunstancias, como un barquito de papel que intenta mantenerse a flote en la espiral fatal de un remolino en altamar. Un hombre que parece incluso luchar contra la fuerza del autor, un personaje cuyo tierno optimismo choca irremediablemente con esa pátina de amargo fatalismo que el autor le tira por delante, como diciéndole "Coronel por favor dese cuenta, debe usted recapacitar", y el Coronel ahí aún, firme y férreo en su quimérica esperanza, en su rabioso idealismo, en su desesperada fe.
Uno queda deseando más páginas, uno desearía seguir acompañando al Coronel en su precaria y luminosa rutina. Pero el final es perfecto en ese sentido, porque, llegado a ese punto,  todo queda claro y poco más se podría agregar. Hay que apreciar cuando un escritor sabe cuándo y dónde poner el punto final.


Este ejemplar llegó antes que La hojarasca a la Biblioteca Nacional y tomó más de un año para que alguien lo pidiera prestado por primera vez, y desde entonces hasta ahora mismo, en este preciso instante, en todo este tiempo que cuantificado en palabras se traduce como "casi nueve malditos años", este ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba ha sido pedido en doce ocasiones. Insisto: parece que en esta década, los nuevos locos años veinte, los libros se leen poco y nada; si no fuera por ese otro préstamo del 2023, este libro entre mis manos también habría estado durmiendo una larga siesta de cinco años. He ahí una buena premisa de relato, cuyo título sería Los Excepcionales: la historia de personas solitarias, solteras y sin nadie que les escriba o cartas o por redes sociales, que buscan la manera de encontrar a esos otros lectores que son la excepción, los que piden prestados libros en esta década. ¿Con qué fin? Para crear una sociedad secreta que cuente con una súper biblioteca que irán llenando gracias a la manipulación de analfabetos e iletrados. Cómo suena, denme un par de años y les doy novedades. Palabra.

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