"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

miércoles, 16 de abril de 2025

Cell, de Stephen King

 

Biblioteca de Santiago nº19. Puede que Cell no sea uno de los libros que el público general y los entendidos más aprecie de Stephen King, pero eso no es algo que nos preocupara en realidad, por acá leemos lo que caiga en nuestras manos; si bien tenemos ciertos prejuicios y reticencias por aquí y por allá, afortunadamente no son tantos y menos aún con nuestro buen amigo de Maine. Lo que de verdad quería decir es que Cell ha llegado en un buen momento: después de la pésima semana lectora que tuve la semana pasada, comenzamos a recuperar el aliento y la alegría. Comenzamos con un agradable y revitalizador soplo de aire fresco de mano de Philip K. Dick con su novela juvenil Nick y el Glimmung, y ahora Cell, una novela apocalíptica de King, nos hace recuperar más fuerzas aún. Y así da gusto, maldita sea.


Puede que Cell se haya quedado algo obsoleta en su mecanismo central, en el motor del apocaipsis. Puede ser. Pero no concuerdo.
Puede que también no haya envejecido del todo bien (a pesar de haberse publicado el 2006) con respecto a su mensaje de fondo, pero esto no me cuadra y de hecho pienso todo lo contrario.
En cualquier caso, Cell es, en esencia, un relato apocalíptico, escrito y narrado con un oficio y rotundidad encomiables que se imponen a sus características más inmediatas y aparentes. Pero vayamos por partes...
El presente apocalipsis se desata y transmite a través de los teléfonos celulares, una especie de onda magnética, El Pulso, como los personajes no tardan en aventurar y conjeturar, que convierte a quienes tenían la mala fortuna de tener uno de esos aparatos pegado a la oreja en zombis brutalmente enloquecidos y violentos, no como los que se ven en "Crossed", de Garth Ennis, pero si los menciono es para que se hagan una idea: violencia asesina sin sentido, totalmente instintiva. Los personajes llaman a estos zombis los "chiflados", los "telefónicos" y también los "chiflados telefónicos", lo cual me ha hecho mucha gracia al leerlo, en parte por la ingenua sencillez del mote como por lo absolutamente acertado y lúcido del mismo. En fin, no es que a esas alturas (mediados de los 2000, cuando se escribió esta novela) los teléfonos móviles fueran una novedad, pero a diferencia de en los noventa cuando aún eran unos pesados ladrillos, ya estaban plenamente masificados e inyectados a la rutina e intimidad de las personas, de los ciudadanos del mundo, alzándose como un artículo de primera necesidad transversal, no sólo necesario para profesionales, políticos o nerds tecnológicos, sino que cualquier hijo de vecino, ama de casa u hombre de a pie. Era posible ya ver la presencia preponderante y obligada de los teléfonos móviles (y todo lo que con ellos sigue) como un pilar fundamental del tejido y funcionamiento social al que debes unirte si no quieres quedarte fuera de, bueno, la civilización: comunicarse y cumplir tareas cotidianas sin un celular parece imposible, ¿no? Como digo, algunos podrán quejarse con que "eso de criticar los celulares y las inminentes redes sociales ya está visto" y que "más parecen los alegatos de un viejo gagá gritándole a las nubes" o que "decir que los que usan móviles y redes sociales no son más que vil mentalidad de rebaño es una pose intelectualoide de manual", pero... ¿acaso se equivoca la novela? ¿Acaso erra el tiro al mostrar los celulares y otros artilugios tecnológicos como caballos de Troya? ¿Acaso erra el tiro al retratar los efectos que provocan individual y colectivamente? Un desalentador vistazo al clima de estos locos tiempos nos basta para comprobarlo: mentes enardecidas salvajemente devorando y despedazando a otras personas virtualmente; masas y masas de ovejas que, creyéndose libres con esa individualidad ilusoria y espuria, caminan mansamente al matadero que, por decir algo, tipejos como Elon Musk o Zuckerberg publicitan como paraísos de la libertad. Todo progreso tiene su trampa, todo avance tecnológico es un arma de doble filo, no hay que negarlo, y aprovechar esa zona gris para mostrar frontalmente los males o vicios de la sociedad es, por supuesto, prerrogativa de los escritores.
Insisto, puede que el discurso y retrato que King elabora en esta novela no sea precisamente nuevo (la ciencia ficción se ha encargado de advertirnos de ello todo el siglo pasado), pero no es menos cierto ni evidente que King desarrolla un relato a partir de la lúcida observación de la realidad de entonces y sus posibles, y ya confirmadas, consecuencias; que no construye un discurso repetido, fatuo ni exaltado, sino que una certera alegoría del estado de cosas imperante.
Por lo demás, sumado a lo anterior, como había adelantado, Cell es, en esencia, un relato apocalíptico: un relato en donde lo primordial es sobrevivir, ése es su motor narrativo, la base que sostiene la novela; su visión crítica de la tecnología de masas es un rico y coherente agregado que potencia la desazón apocalíptica. Así las cosas, el protagonista es un dibujante de cómics de Maine al que la catástrofe lo pilla en Boston, por lo que, superado el primer shock de El Pulso, decide emprender el regreso a casa para reunirse con su esposa e hijo, rezando por que sigan vivos: que no hayan sido víctimas de la onda desquiciante ni de los chiflados enloquecidos ni de alguna otra dificultad posterior. Sobre este aspecto no hay mucho que agregar: es un relato narrado con buen pulso (je, je), con seguridad y rotundidad, con una narración paciente que ayuda a instalar y sostener la tensión, el miedo, la incertidumbre, además de la verosimilitud de las relaciones que se van generando entre los personajes, pues nuestro artista gráfico no se las arregla solo en este infierno de mentes fritas achicharradas por la tecnología.
Vale la pena traer a colación La niebla (The Mist), una novela de tomo y lomo incluida en el volumen de relatos Skeleton Crew, que por acá ya leímos en su totalidad aunque en español fue dividido en tres tomos: La niebla, La expedición y Relatos fantásticos. Si en La niebla, en donde el apocalipsis llegaba con una niebla que traiga consigo monstruos infernales, King ya demostraba su incuestionable capacidad para narrar un relato apocalíptico en donde destacaban la construcción interna e interpersonal de personajes tanto como de atmósferas y espacios cargados de muerte y pesimismo, con Cell lo confirma y reconfirma sin lugar a dudas. Es más, Cell me ha parecido una de las novelas más redondas e intachables que he leído de King, puede que no la más memorable de por sí, pero oigan, no le veo fallas ni lagunas ni nada similar por ningún lado: es una novela de casi 450 páginas que no te cansa, que al contrario te mantiene atento e intrigado de inicio a fin, que no se repite, que se mantiene dinámica en su caudal de personajes, acontecimientos, obstáculos, tramas y objetivos (surgen ciertos antagonistas bien jodidos, toda la trama en cierta academia es pura genialidad, y la supervivencia en sí es descrita con una pátina realista que te causa bastante tristeza a decir verdad, como una desesperación normalizada no recomendada para gente de bajón), que te lleva con precisión y fluidez hacia un clímax tan tenso como brillante y apoteósico, y que cierra todo con un final inesperadamente desolador y oscuro. Sumen a ello una prosa realmente depurada, que sin florituras ni estridencias, con una precisión quirúrgica, te describe estados introspectivos, diálogos, acciones, lugares y paisajes, el paso del tiempo, sensaciones y texturas, todo lo que va potenciando, a fin de cuentas, lo que debe ser un relato apocalíptico: el desasosegante vaivén entre la falsa tranquilidad y las tormentas que esperan a la vuela de la esquina.
Así que eso, puede que Cell sea una de las novelas olvidadas dentro de la ingente bibliografía de King, aplastada bajo el peso de títulos de menor calidad aunque mayor fama, pero no se engañen, para mí ha sido una novela verdaderamente excelente y recomendable en donde King despliega sus mejores características y talentos como escritor, puede que el gran ejemplo de lo que yo denomino como la etapa intermedia de King. Quizás que no sea tan salvaje y enfermiza ni extrema o brutal, pero en cierta forma esas es la gracia de Cell: que no se solaza ni recrea en la sangrienta locura de una manera estrictamente física, más bien te hace sentir, por decirlo de alguna manera, el sofocante y lóbrego peso espiritual de esa violencia tan repentina, a fin de cuentas de eso se trata: ¿Cómo es que hemos llegado a este punto, no sé supone que somos seres humanos racionales y compasivos? ¿Tan poco se necesita para tirarlo todo por la borda, nada más un interruptor? La muerte en sí no es lo impactante o desasosegante, sino el cruel vacío que lo impulsa. Brutal, ¿cierto? Cell, damas y caballeros...

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