"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

lunes, 1 de julio de 2024

Isla Decepción, de Paulina Flores

Bien, entonces así es la cosa. La primera tanda de la Biblioteca Nacional fue Crimen, de Irvine Welsh; Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez y Los cuentos reunidos de Alejandra Maturana. Entre medio nos pedimos cosas de Bibliometro: Los intramarchas, Ruido y It. La segunda tanda de la Biblioteca Nacional comenzó con Todos los cuentos de Clarice Lispector y dos libros más, uno de ellos Isla Decepción de la compatriota Paulina Flores, que alcanzara gran reconocimiento con su libro debut, Qué vergüenza, un volumen de cuentos bien bueno que leí años ha. En el mundillo literario había expectación por lo que haría después. Isla Decepción, novela, es su segunda obra publicada. Vamos.

Es un buen libro y me ha gustado, la escritura de Paulina Flores es fluida, pulcra, irónica (lo cual es de agradecer), bien precisa para delinear y componer las volubles personalidades de sus personajes, dañados de distintas maneras y a distintos niveles, retratados sin condescendencia y con una veracidad cuasi purulenta en su manera de examinar a estos seres perdidos y desesperados, sometidos a un proceso de confrontación con la propia mugre, la propia mierda que los corroe por dentro. Es en el relato y en la construcción de personajes en donde Flores brilla con luz propia, porque no por tener problemas pedestres o hasta trillados se hacen menos complejos, menos profundos, menos interesantes. Es lo subyacente lo que tiene poder en este relato, como una fuerza telúrica que de manera consistente e inclemente remueve todo lo que ocurre en la superficie de manera progresivamente destructiva y brutal, hasta no dejar nada como estaba, hasta convertir el presente en un pasado irreconocible, incluso absurdo. Es decir, en el plano moral y humano, introspectivo, Isla Decepción es un resultado rotundo porque además se vale de un lenguaje claro pero no falto de inteligentes analogías y metáforas, logrando darle su toque real, reconocible, empático, cotidiano sin perder la contundencia y el esmero literario.

Ahora bien, la trama como tal, el argumento. Estructurado de una manera que en lo personal me sorprendió gratamente y me pareció un riesgo sutil pero loable, relegando las causalidades y las explicaciones de lado para centrarse en un registro naturalista de acontecimientos, por más sombríos o violentos, o por el contrario, sencillos y amenos, que puedan resultar. Son cosas que pasan, claro, y viene un poco a dar lo mismo que sea por tal o cual motivo. Las cosas pasan, pero qué peso, qué huellas y qué surcos dejan en el ánimo, he ahí es en donde Paulina Flores centra su mirada y mete el dedo en la llaga. Es decir, seguimos en el brillante plano moral y humano de las cosas. Su construcción y atmosfera anticlimática resiste el peso de la carga dramática de los personajes, se potencian.

Los personajes son Miguel, un eléctrico que vive modestamente en Punta Arenas (en el extremo austral del país, lo más al sur que se puede estar), solo con su fiel compañera perruna, que tiene como amigo al capitán de una lancha pesquera. Marcela es la hija de Miguel y vive en Santiago, pero en plena crisis total: quedó soltera hace poco, renunció a un trabajo que la hacía infeliz y no sabe qué hacer con su vida, o consigo misma para tales efectos. Y un coreano que es encontrado flotando en las gélidas aguas del estrecho de Magallanes por la lancha en donde Miguel iba a ayudar a su amigo capitán, pero que ante las circunstancias decide bajarse del barquito para cobijar al coreano en su casa, a la que pronto llega Marcela, de sorpresa, porque el cambio de aires no le vendría mal, piensa. Así, mientras padre e hija se las arreglan para ayudar al coreano y ver qué demonios se puede hacer con él (no conoce el idioma y lo más probable es que sea un prófugo de esos siniestros y perversos buques pesqueros que van dejando un rastro de muerte y violencia por los mares), también tendrán que ir confrontando sus propias vidas, el pasado y lo que se avizora del futuro, si bien la comunicación parece ser difícil entre ellos, entre esta familia rota, incluso más difícil que la comunicación que cada cual entabla con un coreano que apenas balbucea dos o tres palabras de español, pero con quien logran entenderse cada uno a su manera. Y es un recurso interesante, analizar sin analizar los problemas de comunicación, como si acaso las palabras no fueran el método más efectivo o transparente para expresar lo que se lleva dentro. ¿Pero qué es la comunicación?, si a fin de cuentas las conversaciones que padre e hija tienen con el coreano no son más que monólogos, como hablar consigo mismo, pero claro, el coreano entiende en cierta forma, porque los ojos hablan, las risas, las sonrisas, la morfología del espanto y el miedo en un rostro... Y en eso se convierte esto: en una nueva cotidianidad, unas "vacaciones" con un coreano entre medio, el cual sirve como escape emocional, como puente sobre el abismo entre padre e hija (y el abismo que cada individuo tiene consigo mismo: hay que saber enfrentarse a los propios demonios). Lo cual es una decisión inteligente y valiente en mi opinión, porque hasta podría pensarse esto como un thriller policial, pero apenas hay mención al respecto (por último, es la excusa para mover el argumento de escenarios: alejarse de la policía), e insisto, notable decisión la de Flores de poner el foco en el ámbito humano y natural, incluso costumbrista.

Supongo que la parte que no me convence tanto, y que ocupa importante porción del libro, es cuando la acción transcurre en el buque pesquero del cual escapó el coreano. En esta porción, si bien hay construcción de personajes reconocibles y bien delineados, el foco se centra en los abusos de una industria que roza la esclavitud. Decir abusos es quedarse corto. Pero algo falta entonces, porque se entiende la descripción de la vida en altamar en lo que es una suerte de prisión (no son tratados como trabajadores con derechos fundamentales), amén de la acuciosa investigación que Flores realizó, pero no lo sé, la atmósfera me pareció algo leve, débil, anecdótica, y mira que no faltan truculencias en estos segmentos de la novela. Es que... ¿Han visto Leviathan, el documental de Véréna Paravel y Lucien Castaign-Taylor? Es un documental sobre un buque pesquero, con lo duro que eso es, pero... rodado desde "el punto de vista" de los peces y otros animales cazados brutalmente (y los humanos también, casi como secundarios). Es un visionado estremecedor, las condiciones en que se trabaja a bordo y alrededor (el viento, el mar, las profundidades, esas gaviotas espectrales, la sangre y las tripas), todo mundo coincide (y no me resto) en que, documental y todo, es una película de terror con todas sus letras. Y a falta de una mejor explicación, pienso que eso le falta a dichos segmentos de Isla Decepción, la atmósfera y la espantosa inmersión sensorial, en donde gana el impulso reivindicativo y justiciero (denunciar lo inhumano de dicha industria), palideciendo en comparación con Leviathan, que es pura sensación. O en comparación con la literatura de Francisco Coloane, por ejemplo, cuya obra es un fiel y fiero retrato de la vida en regiones australes y marítimas, que sí logra crear atmósferas en sus páginas. O Manuel Rojas, Salvador Reyes, muchos escritores chilenos del siglo pasado que escribían sobre vidas y oficios marginados. Es curioso, porque hay una parte en donde aparece la policía, una de esas redadas que hacen continuamente, que está escrita con propiedad, con la clase de vívido poderío que le falta al segmento pesquero del coreano, que tampoco es que esté mal, por favor. Supongo que Flores escribe de lo que sabe y ha vivido, de ahí a que no se pueda comparar con Coloane o Rojas o Reyes. Una cosa es exponer condiciones infrahumanas, otra es lograr transportarte, lograr que de las páginas surjan el frío, la hediondez, el hacinamiento o la claustrofobia... Sumen a ello que la backstory del coreano es bastante pobre la verdad, sin la complejidad de sus compañeros chilensis, entonces tienen poco menos que a un maniquí recibiendo las palizas del mar y de sus superiores.

Con todo, Isla Decepción es una muy buena novela que demuestra lo brillante que es Paulina Flores para retratar personajes complejos, rotos, incluso comunidades o grupos de personas, para estudiar personalidades y cotidianidades, para adentrarse en el singular zeitgeist de estos tiempos locos y caóticos y desenfrenados. También para pensar en inteligentes recursos narrativos y literarios, y ejecutarlos con decisión y seguridad, aunque sean en tramas o personajes algo banales (banales pero genuinos, que es algo). Esperemos que en futuros escritos pueda ir reforzando lo que en mi opinión le falta en segmentos a esta novela, si es que acaso decide volver a adentrarse en mundos lejos, geográfica y moralmente hablando, de lo que vive una persona nacida y criada en una capital metropolitana. Muy prometedora se ve la obra de Paulina Flowers.

Finalmente, la tradición republicana de todo préstamo. En esta ocasión no hay mucho que decir: yo soy el primero que ha leído este ejemplar. Esperemos que siga acumulando lectores y no sea el único. Paulina Flores definitivamente es una voz a tomar en cuenta y esperemos que su literatura gane fuerza y bríos.

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