"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

jueves, 16 de enero de 2025

Fin de guardia, de Stephen King

 

Oh boy, qué día. Llegué a mi casa después de nadar y de lo primero que me entero es de que David Lynch, el único e incomparable, ha fallecido a los 78 años. El año pasado nos enteramos de su enfisema pulmonar y supongo que era cuestión de tiempo, pero su partida sin duda alguna es impactante, devastadora y, sobre todo, irreparable para el mundo del cine y del arte, en tanto Lynch, te gusten sus películas o no (en Cine en tu cara hemos hablado de algunas de sus obras y vaya que oscilamos entre el entusiasmo más emocional y el desconcierto más enrabietado), es la definición misma de artista: una persona con una visión y voz únicas, una manera tan personal de desarrollar su arte que acaba convertido en leyenda: imitado hasta el cansancio, incomprendido y malinterpretado, pero jamás igualado. El cine de Lynch es cine puro. Son pocos los directores actuales que realmente tengan una comprensión, tan intuitiva a la vez que profunda y complejamente estudiada, del lenguaje cinematográfico, como arte y como lenguaje: Lynch realmente hablaba cine, amén de su dominio de las imágenes, de los sonidos, de las bandas sonoras, de la edición, de sus historias, personajes, tramas, creando experiencias inigualables e inolvidables. Y mágicas, que es lo más grande que se puede decir del cine: que es mágico, que te captura, que te sumerge en un trance que puede ser sueño, que puede ser realidad, que puede ser alucinación, que puede ser doloroso, perturbador, hermoso, relajante, feliz, que puede ser algo extremadamente personal durante dos horas más menos, e incluso más, porque sin duda sus mejores películas te persiguen, te acompañan, caminan contigo mucho después del visionado, lo cual es otro de los grandes legados de Lynch: la valiente y arriesgada intención, decisión, de maravillar, elevar, eternizar, inmortalizar y sublimar lo inexplicable: la vida interior de una idea/historia/película. Una historia perfectamente clara y contenida y delimitada, en manos de Lynch, se convierte en una historia vasta, inmensa, cine con mayúsculas, pues hace que cada herramienta y elemento cinematográfico se convierta en esa historia; piénsenlo bien, en las películas de Lynch, la luz es personaje y habla, el sonido es personaje y habla, los colores son personajes y hablan. Su manera de transformar ideas y sentimientos en CINE son lecciones que atesoraré toda la vida. Si bien es primordial y esencialmente conocido por lo críptico, lo surreal, lo simbólico, lo cual es cierto porque esa es la manera Lynch (en parte), recordaré a Lynch y su cine principalmente, y he acá lo que lo hace 100% Lynch, porque sus películas son profunda y oscura y desgarradora y brutal y tiernamente humanas, historias tan personales y espirituales pero a la vez complejas visiones sobre el mundo y la sociedad y el resto de humanos, del tiempo y la Historia, el zeitgeist cultural y político que nos envuelve: Lynch escribe desde las tripas, se abre en canal y usa su sangre como tinta, sus intestinos como anillado de sus guiones, que en sí mismo es un grotesco órgano formado por cerebro y corazón.
Por cierto, una pequeña anécdota. Trabajando de bartender estuvo con nosotros un par de meses, en modo ayudante de barra, una amiga que estudiaba arte y que, entre otras cosas, le gusta el cine, aunque lo suyo iba más por las artes plásticas y la pintura. Una defensora de la técnica, visión que argumentaba con el personaje de Benicio del Toro en "The French Dispatch", de Wes Anderson. En la película, del Toro interpreta a un artista abstracto desconocido cuya obra podría llegar a ser conocida de la mano de un par de curadores de arte (entre ellos Adrien Brody), los cuales, sin embargo, primero quieren "probar" su talento, por lo que le piden que dibuje o pinte, ya no recuerdo, un pajarito de manera realista, petición que cumple maravillosamente bien. La lección del curador de arte, y también la de mi amiga la artista, es que el personaje de del Toro conoce su oficio, su arte, su técnica, con sus retos y dificultades, pero elige por vocación artística crear obras más caóticas, abstractas, "inexplicables", aunque para un ojo poco entrenado aparentemente la técnica sea "menos compleja", y qué importa de todas formas, ¿no?, un artista hace lo que le da la puta gana cuando se trata de expresar lo que tiene dentro. David Lynch es esa clase de artista, siempre lo ha sido y siempre ha defendido esa posición. Y saqué a colación esta anécdota porque, miren ustedes, Lynch tiene por ahí una película llamada "The Straight Story", una maravillosa belleza de película, magistral, que no tiene sus "azarosas y rarunas truculencias baratas y epatantes", pero que sigue siendo una película 100% Lynch, con todas sus claves, intereses y obsesiones. Qué más lynchiano (aunque al propio Lynch le importe un carajo el término y su supuesto, elusivo significado), digo yo, que un personaje decidido (un octogenario que quiere hacer las paces con su hermano y decide ir a verlo conduciendo una podadora a lo largo de varios estados y kilómetros de carretera), contra viento y marea, a cumplir su voluntad aunque todos lo tomen por un loco, por un tonto, por un desequilibrado, por un chiste. En otras palabras, en palabras de Lynch: tener una idea, enamorarte de esa idea y realizarla como solamente tú puedes llevar a cabo dicha idea.
Me ha quedado más extenso de lo que pretendía pero qué le vamos a hacer, que sirva de silencioso y humilde homenaje a uno de los grandes artistas cuya obra, amada u odiada, ha dejado huella en la historia del cine. La marca de los grandes. ¡Que en paz descanses, David Lynch!

Bibliometro #73. Fin de guardia, el fin de la trilogía protagonizada por Bill Hodges (bueno, en Quien pierde paga no era precisamente el protagonista, pero era quien solucionaba el entuerto), fue el libro cuya lectura fue la bisagra entre el 2024 y el 2025: lo comencé a leer el 31, lo terminé el mismo 01. Lo encontramos bastante rápido, pero no fue fácil, o mejor dicho no fue sencillo, no fue cómodo: tuve que recorrer bastante de la red del metro para agenciarme este ejemplar. Al menos el esfuerzo ha valido la pena, toda buena lectura siempre es más que agradecida recompensa.


Esta tercera y final entrega vuelve a centrarse en la amarga e intensa rivalidad/enemistad entre el protagonista, nuestro policía retirado Bill Hodges, y Mr. Mercedes, el ahora no tan joven Brady Hartsfield, quien, después de los acontecimientos de la primera novela, y luego de unas inquietantes apariciones en Quien pierde paga, las cuales sugerían de manera bastante clara por dónde va a ir la cosa, despierta con deseos de venganza y  de seguir causando calamidades.
Nuestro némesis, que por cierto es uno de los cabrones hijos de puta más detestables que he tenido el placer y el nerviosismo de leer (su psicótica maldad te pone los pelos de punta y no dejas de desearle lo peor), si bien se encuentra en estado vegetal luego de ser capturado, ha ganado en cambio habilidades sobrenaturales, por ejemplo telequinesis, aunque no será su único nuevo talento, con los cuales irá fraguando sus malévolos planes de muerte, caos y destrucción. Así las cosas, King nos cuenta, tal como en la primera entrega, otra historia frenética, otro intenso juego del gato y el ratón, otro choque de inteligencias y egos, otra descarnada lucha de voluntades, que tiene el valor agregado de la desventaja con la que parte nuestro querido inspector y su singular equipo de Watsons, es decir no tener ni puta idea que están enfrentándose a un enemigo que utiliza herramientas que van más allá de la física, de lo natural, de lo lógico. Y aunque pueda parecer cosa de locos e incluso muy tomado de los pelos, la verdad es que, tal como está planteado y narrado, te crees el elemento sobrenatural, la manera en que el antagonista descubre sus poderes, los pule, les saca partido. Cosa curiosa, la trama, ágil como es habitual en King, goza de suficiente verosimilitud para que sigamos este enfrentamiento con adictivo interés. Uno está siempre a la expectativa, siempre al borde de los nervios porque cómo es posible que un malo tan malo pueda querer causar tanto daño, y más encima con sus poderes pareciera ser invencible. Por suerte, y este es un gran acierto, con poderes y todo, no deja de ser un ser humano de carne y hueso, es decir imperfecto, mezquino y miserable que no es el genio criminal que jura ser, así como tampoco lo es nuestro atribulado protagonista, cada vez más viejo, más despistado, más enfermo, más aquejado por el paso del tiempo.
Lo único que debo achacarle majaderamente a esta novela, a esta trama bien narrada, es que a veces resulta muy forzada en lo que se refiere a lograr determinados resultados para que la historia siga convenientes derroteros; o dicho de otro modo, por mencionar un ejemplo la mar de ilustrativo: en el clímax, nuestro experimentado Stephen King se saca de la manga no uno ni dos, ni siquiera tres, sino que ¡cuatro! deus ex machina en menos de cinco o seis páginas. Es cierto que a King el desnivel entre los poderes del antagonista y las mundanales y terrenales herramientas del protagonista y los suyos al final se le escapa de las manos, por lo que de vez en cuando, aunque por suerte no tanto, recurre a dichos pobres mecanismos para que el villano no la tenga tan fácil. Por lo demás, como les digo, Fin de guardia es una historia realmente entretenida, de ritmo y narración ágiles, con un conflicto bien planteado y desarrollado, personajes bien caracterizados y definidos (sobre todo la psiquis del policía retirado y del vegetal psicótico), además de una perpetua atmósfera de, no lo sé, desazón, pues uno de los temas centrales de la novela gira en torno al suicidio, y King logra transmitir e integrar de manera coherente y orgánica la seriedad del tema al entramado argumental (aunque en otro par de ocasiones se le escapan diálogos que parecen más destinados a aleccionar al público en plan spot televisivo, ya saben, "el suicidio es una realidad presente entre nosotros", "de ti depende balancear la batalla en favor de la vida", etc.).
Ahora bien, como he mencionado en otras entradas tantas veces, aunque no le falta sordidez y su toque de mala leche a esta novela, no se ilusionen: sigue siendo un Stephen King PG-13, solvente, entretenido y oscuro en su justa medida, pero lejos de la prosa rabiosa y minuciosa de sus inicios, cuando daba la impresión de abrirse las tripas en canal y escribir con su propia sangre (parece que valoro mucho esto, ¿no?, esta entrada estaba escrita desde hace días, y sin embargo acabo de usar la misma expresión en mi pequeño homenaje a Lynch más arriba), lejos de esa visión densa, negra, desesperada y casi nihilista que impregnaba sus primeras letras, sus hipnóticas páginas, páginas como poseídas por un escritor exorcizando sus demonios más feroces. Lejos también de ese escritor más maduro, más poético, más lírico, pero por lo mismo más profundo en su salvajismo, de su segunda etapa como escritor, la cual, pienso, cristalizó en la redonda y magistral 22/11/63. Ahora King es el abuelito apaciguado que nos cuenta sus historias de terror pero más para entretenernos y "enseñarnos", terror didáctico digamos, que para aterrorizarnos y empujarnos de verdad a mirar de frente el ominoso rostro del horror más insondable. Si son capaces de aceptar esa evolución artística, completamente natural por otra parte, no deberían tener problemas para disfrutar genuina y honestamente de novelas como Fin de guardia, la cual, por lo demás, sí tiene un cierre emocionante, soberbio, quizás porque ya somos amigos de los personajes y despedirse de ellos no es precisamente lo más dulce, quizás porque en esos últimos párrafos King saca al brillante escritor que tiene dentro, ese escritor capaz de pintar lo más bellos cuadros con sus palabras, de crear atmósferas y, sobre todo, introducirte en el corazón del relato.


No me creo que este libro de Stephen King tenga solamente dos préstamos; me consta que lleva más tiempo en las sucursales bibliometrinas de lo que sugieren las fechas estampadas, pero poco podremos probar. Y para qué.

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