"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe

domingo, 7 de julio de 2024

Una noche en el paraíso, de Lucía Berlín


Biblioteca Nacional S03E01. Porque no todas las lecturas son únicamente de Bibliometro, también pedimos los infaltables tres libros que permite la Biblioteca Nacional, y en este caso comenzamos con el presente volumen de cuentos de Lucía Berlín, una escritora, que en paz descanse, mayormente desconocida pero que allá por el 2015, al ser editado el libro Manual para mujeres de la limpieza, alcanzó gran cantidad y calidad de reconocimientos, tanto en inglés como en español. Acá en Chile, sin ir más lejos, se dio todo un alboroto porque Berlín vivió buena parte de su infancia en este país, tan provinciano país que cada vez que se le relaciona con alguna celebridad se aprovecha de acentuar y maximizar la conexión chilensis, como para decirle al mundo "oigan, ¡existimos!, y somos un aporte, miren, somos un aporte, ¡miren! ¡Sin Chile el mundo sería peor!". Como con Aménabar, "el director español de origen chileno". Como sea, nada de eso es culpa de Berlín, obviamente, que por lo demás se nota que disfrutó su estadía en este país tan estrecho. Así que mejor prosigamos con sus cuentos.


Primero que todo, si bien el objeto de la portada es claramente un cenicero, a simple vista a mí me parece un condón y no deja de hacerme gracia la idea de condones que vengan adornados con azarosas frases de índole existencial o filosófica. Imagínense en la farmacia comprando una caja que diga algo como "no siempre se puede hacer lo que uno quiere" o "hay que aprovechar las oportunidades cuando se presentan", imaginen abriendo el paquetito en plena faena para proteger al amigo y de repente toparse con una sentencia así. Podría quitarte la concentración.

Digresiones aparte, Una noche en el paraíso es un excelente y poderoso conjunto de cuentos. Verdaderamente bueno, incluso genial, magistral. La escritura de Lucía Berlín es compleja y profunda pero a la vez aparentemente sencilla, diáfana. Si bien la misma Berlín y luego sus hijos se han encargado de manifestar que las historias que cuenta no son estricta o completa o totalmente autobiográficas, su vida le ha servido de inspiración para su labor literaria y, desde luego, no es difícil trazar en qué momento de su vida se ubica tal o cual relato. Sin embargo no esperen nostalgias simplonas o sentimentalismos baratos o pasados ridículamente idealizados en estos cuentos. Berlín puede ser tan tierna como rabiosa, y sus cuentos ir de la tristeza más honda y abrumadora a una curiosa y entrañable ingenuidad. O ser una singular mezcla de punzante ironía y acogedor cariño, de amor desenfadado. Su versatilidad es maravillosa y cada cuento es una experiencia única pero a la vez parte de un todo armado con perfecta coherencia y armonía, porque son parte de una vida, que a su vez se enlaza con otras tantas vidas conocidas a lo largo de los años y del globo terráqueo. En términos cinematográficos, los cuentos de Berlín podrían ser perfectamente películas dirigidas por un Linklater, por los hermanos Safdie, por Claire Denis, Todd Haynes, naturalmente Almodóvar (que de hecho iba a encargarse de una adaptación al cine, pero su escaso nivel de inglés, entonces, frustró el proyecto), Lynne Ramsay, desde luego que Francois Ozon y la verdad es que me gustaría ver qué podría lograr Alice Rohrwacher con este material. Valeria Bruni-Tedeschi, aunque soy algo distante de su cine y la verdad dudo que esta diretora quiera dirigir algo que no se trate de ella. Pero tenemos la posibilidad de un Garrel, qué delicia de película sería esa. Revivan a Jean Eustache y háganle leer a Berlín. En fin, qué lindo es soñar...
En este volumen leerán cuentos sobre la infancia, sobre la maternidad, sobre la soledad, sobre el amor y el sexo, sobre el trabajo, sobre los sueños, sobre las decepciones. Cuadros psicológicos, cuadros de costumbres, cuentos sobre familias disfuncionales y sobre lugares, visitas, viajes. Cuentos que terminan con mazazos de desesperación, cuentos que comienzan tristes y derivan hacia registros más juguetones. La escritura de Berlín es un río, es un lago, es el mar. Es una tormenta, es el cielo despejado. Gran observadora de dinámicas familiares y sociales, gran fabuladora y creadora pura, narradora testimonial y narradora por el puro y expansivo placer de narrar. Espíritu libre, espíritu responsable. Si bien suelo tomarme con cautela los superlativos elogios que se colocan en las contraportadas y las solapas de los libros, puedo afirmar rotundamente que Lucía Berlín merece cada una de las palabras que vierten en su favor, apreciando su innegable talento, su insobornable pasión por la escritura, porque eso son sus cuentos, libertad y conocimiento, erudición y rebeldía. Genial, verdaderamente genial.
Léanla. Se harán un favor enorme.


¡La tradición de todo préstamo! Conmigo, somos nueve personas quienes hemos pedido este volumen de cuentos de Lucía Berlín en poco más de cinco años. Supongo que es un buen promedio, a fin de cuentas hay libros que tienen mucho menor cantidad de visitas. Es lindo sí, que esta escritora sea tan leída, aunque sea póstumamente.

viernes, 5 de julio de 2024

Rockabilly, de Mike Wilson

 
Bibliometro S02E01. Así es, ya vamos en la segunda tanda de pedidos. La primera temporada fueron 3  préstamos, en la presente, ya veremos. Vamos a comentarlas en orden de lectura. Vamos a comenzar con Rockabilly, cuarta novela de Mike Wilson Reginato, escritor nacido en Estados Unidos, criado principalmente en Argentina (padre gringo, madre argentina), volvió a Estados Unidos para estudiar y luego, ya por el 2005, llegó a radicarse a Chile, en donde es profesor de literatura de la Universidad Católica. Yo intentaría acercarme a él para ver si se puede acceder a su primera novela publicada, Nachtrópolis, que no encuentro por ningún lado, ni a la venta ni en modo préstamo. No ha aceptado mi solicitud de seguimiento en Instagram. Tendré que, en algún momento, adoptar una estrategia más frontal e incluso agresiva, por ejemplo, ubicarlo saliendo de la universidad y asaltarlo a punta de pistolas: "Ya culiao, ¡pásame tu primera novela o habrá sangre!".


Rockabilly es una novela bastante corta, de unas 120-130 páginas, ubicada en un tranquilo vecindario de clase media (presumiblemente en Estados Unidos), en una sola fatídica y estrambótica noche, centrada en cuatro singulares personajes: Rockabilly, un solitario mecánico, tatuado en la espalda con un realista retrato de una despampanante modelo pin-up; Suicide Girl, una adolescente enamorada de Rockabilly, con una lagartija de mascota; Bones, un perro consciente y; Babyface, un cuarentón aquejado de una extraña enfermedad que deforma su cuerpo como si de un recién nacido se tratase. Una buena noche, mientras Rockabilly está en el baño lavándose, algo cae en el techo de su casa hacia el jardín trasero, algo del cielo, ¿un meteorito quizás? Cómo saberlo. El caso es que, pala en mano, Rockabilly va a su jardín trasero y comienza a cavar, a ver qué demonios es lo que vomitó (o cagó) el espacio sideral en este vecindario en particular. Este particular hecho da inicio a una cadena de acontecimientos, a cada cual más extraño que el anterior, que no se detendrá hasta que... bueno, mejor descubrirlos nosotros mismos ¿no?

En este caso no nos vamos a complicar ni a extender mucho, lo prometo. Rockabilly es una novela bien directa al grano, directa al hueso. Una novela que se lee de un tirón, atrapado como queda uno con su arranque, con su desarrollo, con ese apoteósico desenlace. Pero también con esa atmósfera de extrañeza, con este clima raro que Wilson logra crear y transmitir, ubicado todo como en un no-lugar, un espacio irreal pero muy real a la vez, como una existencia fantasmagórica que palpita en los márgenes de lo real de la sociedad en que vivimos, esa sociedad de las apariencias, de las aspiraciones y de la falsa normalidad: esa realidad que la gente se empeña en no ver, en ignorar, ese limbo cruelmente postergado. Qué es este escenario, de todas formas, y qué son estos personajes, por qué existen y por qué sucede lo que sucede. No se sabe y he ahí su fuerza, su gracia, su atractivo: el clima de incertidumbre sumado al clima de extrañeza: la fuerza caótica corriendo paralelamente a la fuerza de la desubicación espacio-temporal. Lo cierto es que esta vida anodina que llevan los personajes se sacude con la caída de este misterioso objeto proveniente del cielo, y nada volverá a ser lo mismo, porque este meteorito es el catalizador de una energía mutante que lo devora y controla todo. Como sea, si es todo real o no, si es todo sobrenatural o no, si es alucinación o no, locura o cordura, qué importa. Tenemos personajes atractivos, bien desarrollados considerando la propuesta, y un flujo de acontecimientos adictivo y arrollador, apabullante, desaforado como una vena carótida cortada quirúrgicamente por un filoso bisturí sostenido por manos firmes y seguras. La pesadilla de la clase media.

Un absoluto goce de novela, un genial ejercicio de estilo, imperdible lectura. Me encantó y no puedo si no recomendarlo fervientemente. Háganle parceros.


La tradición de todo préstamo. Como ven, bueno... Ja, ja, qué se puede decir. Parece que no tenían el papelito correspondiente. Un simple post-it color naranja. En fin, como se ve, soy el segundo lector en dos años. El libro parece estar algo descuidado en su portada, pero por dentro todo bien. Quizás alguien despegó la tarjetita oficial y por eso el post-it, lo que, siguiendo esa hipótesis, quizás significa que Rockabilly llevaba más años en circulación dentro de Bibliometro. Dejémoslo en el misterio, no le preguntaré a ninguno de los que atienden las sucursales.

miércoles, 3 de julio de 2024

Skagboys, de Irvine Welsh


Skagboys, novela, Irvine Welsh. Precuela de Trainspotting. Nada más que decir, sobran las palabras, se entiende el porqué quería leer este libro, el porqué debía leerlo. Por lo demás, tercer y último libro de la segunda tanda de préstamos de la Biblioteca Nacional. Ya era hora (gracias, Clarice Lispector...).
Demonios, antes de que lo olvide... He hecho un ejercicio bien divertido con algunas novelas que describen claramente la geografía en la que se mueven sus personajes: mirando el mapa real para ver las distancias que recorren, para comprender mejor las travesías que emprenden. Gracias a Crimen comprendí lo grande que es Miami y por qué demonios el protagonista se demoraba tanto en ir de un lugar a otro (yo pensé que Fort Lauderdale era un barrio lujoso dentro de Miami ja, ja, imaginen mi sorpresa al ver el mapa, o cuando viaja al trasunto de Naples, uf). Nuestra parte de noche y el viaje inicial, desde Buenos Aires hasta la región de Corrientes, luego Misiones, pasando por ciudades como Esquina... Y Edimburgo, con Leith, Tollcross, Murrayfield, y lo que hay de distancia entre Edimburgo y Aberdeen (donde estudia el universitario Renton), bien al norte de Escocia, o Glasgow, casi al lado (se entiende la rivalidad), o cuando viajan a Blackpool, ya en Inglaterra, para ir de fiesta y encontrarse con chicas con acento de Manchester o de Liverpool (tiene sentido, ciudades cercanas a Blackpool)... A veces me dejo llevar con el street view del Google Maps, me gusta esa posibilidad. ¿Ustedes lo hacen?


El cuarteto maldito de Edimburgo. Rents, Sick Boy, Begbie, Spud. Y Tommy, que no llegó a la sesión de fotos para el póster de la película. La vida antes de Trainspotting, la vida antes de la heroína.

Aunque es un libro de casi 700 páginas, siento que no me extenderé tanto. Si leyeron Trainspotting comprenderán que Skagboys no se aleja de ese estilo directo y arrabalero con que Welsh escribe las vivencias, entrañables a veces, crudas en ocasiones, estremecedoras y emocionantes con frecuencia, también delirantes e hilarantes, de los sospechosos habituales y la pléyade de personajes que flotan alrededor, a su aire pero inseparables de la célebre y cochina pandilla. Con cada capítulo variando dependiendo de quien lo protagonice (los de Begbie son más procaces y orgullosamente vulgares, los de Sick Boy tienen esa pomposidad propia de su personaje, los de Renton tienen esa deliciosa ambivalencia entre el muchacho inteligente y el chico barriobajero de toda la vida), e incluso presentando interesantes variaciones formales (como los capítulos sacados de un diario de rehabilitación), en esta ocasión, podría decirse, la gran protagonista oculta de la novela es la heroína (una droga que no era nueva precisamente), su origen y gloria dentro de Edimburgo en los ochenta, a la postre capital europea del jaco (donde se producía y movía el mejor polvo) y, luego, por motivos que ya conocemos, del sida. Una verdadera epidemia. Welsh pone como telón de fondo este auge de la heroína para analizar su impacto en la vida de nuestros personajes y de la sociedad en general, presente también una fiera crítica social y política, pues la explosión de la heroína es consustancial a las transformaciones en el modelo económico (el puto neoliberalismo), la llegada de Thatcher, el desmoronamiento del Estado de bienestar y la caída de millones de personas en una desprotección social desesperante que, por esas crueles casualidades de la vida, concordó temporalmente con el auge de la heroína y sus devastadoras consecuencias. La decadencia de un estilo de vida (el desempleo generalizado desmoraliza que te cagas), de una cultura, de una forma de ver las cosas, a manos de una malvada puta imperialista sin alma. De hecho la novela comienza con Renton asistiendo junto a su padre a una protesta sindical en apoyo a una huelga de mineros, sólo para ser brutalmente reprimidos por la policía, que son unos bastardos hijos de puta en cualquier parte del mundo.
Y esta dolorosa decadencia generalizada corre paralela a la decadencia de los protagonistas, particularmente la de Renton y Sick Boy, que claro, son muchachos que se drogan y todo para ir de fiestas, ligar y vivir el momento, aprovechar la emoción y fuerza juvenil, pero que tienen sus vidas (el universitario con brillante futuro; el manipulador y seguro galán que vive a costa de sus conquistas), sus prospectos, sus dinámicas familiares, sus problemas comunes y corrientes, pero que poco a poco, una vez aplicado el primer chute, van en caída libre por una espiral de auto desprecio, indignidad y humillaciones para conseguir otro chute, y otro más, para aliviar toda la miseria que van acumulando página a página, día a día. Si Trainspotting, en palabras simples, iba sobre la vida de un grupo de adictos a la heroína, Skagboys nos muestra cómo se convirtieron en adictos, con todo lo que ello implica: no me refiero únicamente al acto de drogarse con determinada droga, sino en convertirse en esos zombis que sólo viven por y para el próximo chute, y cuyas acciones nacen y se justifican en esa angustia que sólo puede calmarse intravenosamente. Cómo los entusiastas muchachos de las primeras páginas son poco menos que fantasmas destripados de un pasado no tan lejano en lo temporal, pero remoto en otro sentido más bien espiritual. Cómo los primeros capítulos iban sobre los altos y bajos de una vida complicada, cuadros sociales de las clases obreras, pero soportable hasta los últimos, intentos desesperados por conseguir dinero para drogas y la banda desbandada, quebrada, explotada.

Todo escrito con ese estilo tan honesto, auténtico, genuino, de Welsh, que es capaz de vocalizar y casi materializar a sus personajes, de carne y hueso, y el tiempo y el lugar en el que viven sus desventuras. Esos pubs zarrapastrosos, esas callejuelas fantasmales, esos puertos mugrientos y abandonados, esos complejos habitacionales apretujados pero dignos, los apartamentos asquerosos, las peleas callejeras, los acentos, la identidad, esas caminatas en las madrugadas frías, las noches de cerveza y sexo, el amor, la ilusión, la decepción, la tragedia... Como digo, un libro que puede ser tan entrañable y tierno como descarnado, terrible, triste. Y es que ya conocemos a la pandilla, su dolor es nuestro dolor, aunque no dejen de ser unos canallas, unos brutos, pero los sentimos. Y la lectura es una gozada, digo el acto mismo de leer, de dejarse llevar por el torrente de palabras y páginas. Qué esperan, a ver.


Y llegamos a la tradición de todo préstamo. Como se aprecia, Skagboys lleva más de ocho años en Préstamo a domicilio, tiempo en el que ha sido prestado seis veces antes que a mí, el séptimo lector de este ejemplar bastante bien cuidado. El año de gloria de Skagboys fue el 2018, con cuatro préstamos, y quién sabe, a lo mejor los tres primeros préstamos de ese 2018 sean de la misma persona, porque parecen ser prestados consecutivamente, a fin de cuentas no todos tienen tanto tiempo para leer, menos un libro de casi 700 páginas. Curiosamente, desde octubre del 2018 que nadie lo había pedido hasta ahora. ¿Habré roto la maldición? Quién sabe. Lo cierto es que después de devolverlos, la vida de cada libro es un misterio para mí...

lunes, 1 de julio de 2024

Isla Decepción, de Paulina Flores

Bien, entonces así es la cosa. La primera tanda de la Biblioteca Nacional fue Crimen, de Irvine Welsh; Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez y Los cuentos reunidos de Alejandra Maturana. Entre medio nos pedimos cosas de Bibliometro: Los intramarchas, Ruido y It. La segunda tanda de la Biblioteca Nacional comenzó con Todos los cuentos de Clarice Lispector y dos libros más, uno de ellos Isla Decepción de la compatriota Paulina Flores, que alcanzara gran reconocimiento con su libro debut, Qué vergüenza, un volumen de cuentos bien bueno que leí años ha. En el mundillo literario había expectación por lo que haría después. Isla Decepción, novela, es su segunda obra publicada. Vamos.

Es un buen libro y me ha gustado, la escritura de Paulina Flores es fluida, pulcra, irónica (lo cual es de agradecer), bien precisa para delinear y componer las volubles personalidades de sus personajes, dañados de distintas maneras y a distintos niveles, retratados sin condescendencia y con una veracidad cuasi purulenta en su manera de examinar a estos seres perdidos y desesperados, sometidos a un proceso de confrontación con la propia mugre, la propia mierda que los corroe por dentro. Es en el relato y en la construcción de personajes en donde Flores brilla con luz propia, porque no por tener problemas pedestres o hasta trillados se hacen menos complejos, menos profundos, menos interesantes. Es lo subyacente lo que tiene poder en este relato, como una fuerza telúrica que de manera consistente e inclemente remueve todo lo que ocurre en la superficie de manera progresivamente destructiva y brutal, hasta no dejar nada como estaba, hasta convertir el presente en un pasado irreconocible, incluso absurdo. Es decir, en el plano moral y humano, introspectivo, Isla Decepción es un resultado rotundo porque además se vale de un lenguaje claro pero no falto de inteligentes analogías y metáforas, logrando darle su toque real, reconocible, empático, cotidiano sin perder la contundencia y el esmero literario.

Ahora bien, la trama como tal, el argumento. Estructurado de una manera que en lo personal me sorprendió gratamente y me pareció un riesgo sutil pero loable, relegando las causalidades y las explicaciones de lado para centrarse en un registro naturalista de acontecimientos, por más sombríos o violentos, o por el contrario, sencillos y amenos, que puedan resultar. Son cosas que pasan, claro, y viene un poco a dar lo mismo que sea por tal o cual motivo. Las cosas pasan, pero qué peso, qué huellas y qué surcos dejan en el ánimo, he ahí es en donde Paulina Flores centra su mirada y mete el dedo en la llaga. Es decir, seguimos en el brillante plano moral y humano de las cosas. Su construcción y atmosfera anticlimática resiste el peso de la carga dramática de los personajes, se potencian.

Los personajes son Miguel, un eléctrico que vive modestamente en Punta Arenas (en el extremo austral del país, lo más al sur que se puede estar), solo con su fiel compañera perruna, que tiene como amigo al capitán de una lancha pesquera. Marcela es la hija de Miguel y vive en Santiago, pero en plena crisis total: quedó soltera hace poco, renunció a un trabajo que la hacía infeliz y no sabe qué hacer con su vida, o consigo misma para tales efectos. Y un coreano que es encontrado flotando en las gélidas aguas del estrecho de Magallanes por la lancha en donde Miguel iba a ayudar a su amigo capitán, pero que ante las circunstancias decide bajarse del barquito para cobijar al coreano en su casa, a la que pronto llega Marcela, de sorpresa, porque el cambio de aires no le vendría mal, piensa. Así, mientras padre e hija se las arreglan para ayudar al coreano y ver qué demonios se puede hacer con él (no conoce el idioma y lo más probable es que sea un prófugo de esos siniestros y perversos buques pesqueros que van dejando un rastro de muerte y violencia por los mares), también tendrán que ir confrontando sus propias vidas, el pasado y lo que se avizora del futuro, si bien la comunicación parece ser difícil entre ellos, entre esta familia rota, incluso más difícil que la comunicación que cada cual entabla con un coreano que apenas balbucea dos o tres palabras de español, pero con quien logran entenderse cada uno a su manera. Y es un recurso interesante, analizar sin analizar los problemas de comunicación, como si acaso las palabras no fueran el método más efectivo o transparente para expresar lo que se lleva dentro. ¿Pero qué es la comunicación?, si a fin de cuentas las conversaciones que padre e hija tienen con el coreano no son más que monólogos, como hablar consigo mismo, pero claro, el coreano entiende en cierta forma, porque los ojos hablan, las risas, las sonrisas, la morfología del espanto y el miedo en un rostro... Y en eso se convierte esto: en una nueva cotidianidad, unas "vacaciones" con un coreano entre medio, el cual sirve como escape emocional, como puente sobre el abismo entre padre e hija (y el abismo que cada individuo tiene consigo mismo: hay que saber enfrentarse a los propios demonios). Lo cual es una decisión inteligente y valiente en mi opinión, porque hasta podría pensarse esto como un thriller policial, pero apenas hay mención al respecto (por último, es la excusa para mover el argumento de escenarios: alejarse de la policía), e insisto, notable decisión la de Flores de poner el foco en el ámbito humano y natural, incluso costumbrista.

Supongo que la parte que no me convence tanto, y que ocupa importante porción del libro, es cuando la acción transcurre en el buque pesquero del cual escapó el coreano. En esta porción, si bien hay construcción de personajes reconocibles y bien delineados, el foco se centra en los abusos de una industria que roza la esclavitud. Decir abusos es quedarse corto. Pero algo falta entonces, porque se entiende la descripción de la vida en altamar en lo que es una suerte de prisión (no son tratados como trabajadores con derechos fundamentales), amén de la acuciosa investigación que Flores realizó, pero no lo sé, la atmósfera me pareció algo leve, débil, anecdótica, y mira que no faltan truculencias en estos segmentos de la novela. Es que... ¿Han visto Leviathan, el documental de Véréna Paravel y Lucien Castaign-Taylor? Es un documental sobre un buque pesquero, con lo duro que eso es, pero... rodado desde "el punto de vista" de los peces y otros animales cazados brutalmente (y los humanos también, casi como secundarios). Es un visionado estremecedor, las condiciones en que se trabaja a bordo y alrededor (el viento, el mar, las profundidades, esas gaviotas espectrales, la sangre y las tripas), todo mundo coincide (y no me resto) en que, documental y todo, es una película de terror con todas sus letras. Y a falta de una mejor explicación, pienso que eso le falta a dichos segmentos de Isla Decepción, la atmósfera y la espantosa inmersión sensorial, en donde gana el impulso reivindicativo y justiciero (denunciar lo inhumano de dicha industria), palideciendo en comparación con Leviathan, que es pura sensación. O en comparación con la literatura de Francisco Coloane, por ejemplo, cuya obra es un fiel y fiero retrato de la vida en regiones australes y marítimas, que sí logra crear atmósferas en sus páginas. O Manuel Rojas, Salvador Reyes, muchos escritores chilenos del siglo pasado que escribían sobre vidas y oficios marginados. Es curioso, porque hay una parte en donde aparece la policía, una de esas redadas que hacen continuamente, que está escrita con propiedad, con la clase de vívido poderío que le falta al segmento pesquero del coreano, que tampoco es que esté mal, por favor. Supongo que Flores escribe de lo que sabe y ha vivido, de ahí a que no se pueda comparar con Coloane o Rojas o Reyes. Una cosa es exponer condiciones infrahumanas, otra es lograr transportarte, lograr que de las páginas surjan el frío, la hediondez, el hacinamiento o la claustrofobia... Sumen a ello que la backstory del coreano es bastante pobre la verdad, sin la complejidad de sus compañeros chilensis, entonces tienen poco menos que a un maniquí recibiendo las palizas del mar y de sus superiores.

Con todo, Isla Decepción es una muy buena novela que demuestra lo brillante que es Paulina Flores para retratar personajes complejos, rotos, incluso comunidades o grupos de personas, para estudiar personalidades y cotidianidades, para adentrarse en el singular zeitgeist de estos tiempos locos y caóticos y desenfrenados. También para pensar en inteligentes recursos narrativos y literarios, y ejecutarlos con decisión y seguridad, aunque sean en tramas o personajes algo banales (banales pero genuinos, que es algo). Esperemos que en futuros escritos pueda ir reforzando lo que en mi opinión le falta en segmentos a esta novela, si es que acaso decide volver a adentrarse en mundos lejos, geográfica y moralmente hablando, de lo que vive una persona nacida y criada en una capital metropolitana. Muy prometedora se ve la obra de Paulina Flowers.

Finalmente, la tradición republicana de todo préstamo. En esta ocasión no hay mucho que decir: yo soy el primero que ha leído este ejemplar. Esperemos que siga acumulando lectores y no sea el único. Paulina Flores definitivamente es una voz a tomar en cuenta y esperemos que su literatura gane fuerza y bríos.