Bibliometro #109. Por fin, luego de haber leído hace tantos meses Escucha la canción del viento/Pinball 1973, seguimos con la bibliografía del japonés Haruki Murakami, todavía en orden gracias a que todas las bibliotecas, echando una rápida comprobación, tienen sus libros, por lo que es posible ir adentrándose en su obra de manera cronológica, lo cual siempre resulta revelador. La tercera novela, entonces, que publicó el escritor nipón es La caza del carnero salvaje, con la que, imagino (no he leído más libros suyos, claro), viene a cerrar una trilogía completada por sus dos primeras novelas, amén de la aparición de ciertos personajes conocidos, además de ciertas atmósferas y ciertas temáticas clave. Vamos, la caza les va a encantar.
"LAS GRANDES PASIONES SON ENFERMEDADES INCURABLES"
-Goethe
jueves, 29 de mayo de 2025
La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami
No es que lo haga a propósito pero, vaya, Banana Yoshimoto no está teniendo el mejor de los tratos en este blog. Hace un par de semanas comparamos su N.P. con El señor Nakano y las mujeres de Hiromi Kawakami y salió perdiendo, tanto porque la prosa de Kawakami, sin perder su halo poético y su capacidad para describir emociones y personalidades complejas de manera sencilla, es mucho más cristalina como porque la narración en sí misma, personajes e historias o conflictos y dramas, es mucho más interesante, entretenida, cautivante, sin tener que recurrir a golpes de efecto tan manidos y sobados. Yoshimoto, tal como lo dijimos en N.P., es buena escritora en el sentido que sabe moverse con las palabras, sabe elegir palabras, su prosa por momentos también puede ser, en efecto, cautivante, misteriosa, profunda, lírica, capaz de expresar y transmitir buena clase de sentimientos y sensaciones, lástima que no tarda en caer en su propia trampa, tornándose presuntuosa, ampulosa e ininteligible, presa de un excesivo e innecesario simbolismo, muy contraproducente, que le quita interés y atractivo a sus elementos narratológicos. Una cosa es saber escribir bien, otra cosa es saber narrar bien. Podemos decir lo mismo de Martin Amis, que sin duda es un muy buen escritor, ingenioso, irónico, mordaz, complejo a su modo y potente con las palabras, incluso en sus peores novelas tiene párrafos, páginas enteras incluso, que son un verdadero placer de lectura, pero que, maldita sea, se hace tan pesado al momento de contarnos unas historias, a la larga, llamativas (sus personajes y diálogos, eso sí, en general son geniales) pero insignificantes y anecdóticas (ejemplo: Perro callejero y La información), tan superfluas que la escritura misma intenta mantener el conjunto a flote volviéndose innecesariamente enrevesada, iterativa, truculenta y tendenciosa. Y como Yoshimoto, tanto artificio para premisas que son el ejemplo de la simplicidad (tedio generacional e incertidumbre vital en el caso de la japonesa; sátiras sociales, políticas y culturales en el caso del inglés) que con una escritura de la claridad quedarían perfectamente bien.
Pues bien, ignoro si Yoshimoto es muy admiradora de Murakami, leerlo tuvo que leerlo en algún punto, pero La caza del carnero salvaje es todo lo que N.P. intentaba ser y no lograba, es decir, una historia sobre el tedio vital, el vacío o la abulia existencial, el vacío de una generación a la deriva, despojada de objetivos de sueños, que sólo saben trabajar hasta la extenuación por mera costumbre, cuya indiferencia o inofensivo desencanto es en realidad una bomba de tiempo (imaginen una sociedad sostenida por unos pilares que no creen en la estructura que aguantan, que no quieren ser parte de ello); y sobre lo extrañamente encantador que puede llegar a ser una gris y repetitiva rutina, succionada por una trama de tétricos tintes, digamos, sobrenaturales o esotéricos y oníricos, de cierta imaginería surrealista. La caza del carnero salvaje es como, y estas son referencias meramente ilustrativas, para que se hagan una idea aproximada (y son referencias que se me ocurren a mí, a lo mejor no vienen a cuento, a lo mejor el autor pensaba y se inspiraba en otras obras, a lo mejor ustedes mismos piensan en otras obras), El extranjero mezclado con el cine de Lynch mezclado con los absurdistas saltos al vacío de Auster mezclado con los saltos al vacío artístico/literarios/historicistas de Bolaño mezclado con... lo olvidé, pero tenía otro nombre que me hacía mucho sentido. El caso es que todos esos elementos, quizás a priori disímiles, acá funcionan a la perfección: La caza del carnero salvaje es un libro hipnótico, magnético, de lectura fascinante y un claro salto cualitativo con respecto a las dos novelas precedentes, que si bien eran claras muestras del talento como escritor/narrador de Murakami (aunque Pinball 1973 sea una novela irregular), también daban cuenta de que Murakami era, en efecto, un escritor en ciernes, dando sus primeros pasos. La caza del carnero salvaje es una obra mucho más robusta, rotunda, sólida, sin altibajos, en donde todos sus aspectos no sólo están en perfecta armonía (sin que uno destaque más u opaque a los otros) sino que se potencian y enriquecen mutuamente a lo largo de toda la historia, que se extiende a lo largo de unas 400 páginas que se hacen pocas, pero que son más que suficiente, ni les falta ni les sobra nada.
¿De qué trata? Pues de un apocado sujeto, bastante aburrido de su vida aunque mal no le va y aunque tampoco sabe qué le falta o dónde podría partir por buscarlo, quien con toda seguridad es el mismo que protagonizaba Escucha la canción del viento y Pinball 1973 (que no tenga nombre ayuda un poco a generar ese aura algo fantasmal en torno a él: puede ser o no puede ser), que, entre medio de algunos problemas personales, se topa con un problema inesperado, ilógico pero importante: le encargan encontrar (o cazar) a un carnero muy especial, muy singular, único, que puede que exista más allá de nuestro plano de realidad, aunque sea en la realidad que deberá encontrarlo, pues en la realidad vive, en la realidad está preso y atrapado. Y prefiero no decir más, es mejor que se adentren en este laberinto, que se lancen a este salto al vacío, sin que sepan casi nada en términos argumentales. Pero sí, esta novela es un potente retrato generacional, que captura con precisión y nitidez ese maldito tedio que todo lo aplana, que todo lo descolora, que todo lo despoja de luz y voluntad y sueños. La generación de los adultos treintañeros, en el filo de la decepción, del "esto es todo lo que hay... ¿lo acepto o me rebelo?".
Es también una historia detectivesca, una aventura como metafísica pero bien práctica, con los pies en la tierra, inteligible, lo cual es un acierto y un logro: jugar y abarcar lo inasible de una manera tangible, presente, clara. Supongo que tiene que ver con la personalidad del protagonista y también con las intenciones de Murakami: los problemas humanos en el fondo se solucionan material, objetivamente, no con escapismos introspectivos, adaptándose a la realidad en lugar de intentar adaptar la realidad a nuestras propias manías narcisistas. Porque... ¿Qué significa este carnero tan especial? ¿Es acaso el carnero una especie de felicidad abstracta, una perfección de placidez emocional/psicológica/vital cuasi divina? ¿Un símbolo, un signo? Puede serlo, pero es también, debe serlo, un objeto (¿Un talismán, un amuleto, un boleto de lotería?) en alguna parte. Y es una búsqueda, si es que uno pretende atraparlo, tremendamente poco práctica, pues es precisamente un salto al vacío, un salto al olvido, una fractura misma con la realidad y con el propio ser: para encontrar al carnero debes deshacerte de todo, de ti mismo, abandonarlo todo, y verte atrapado, succionado, ahogado asfixiado, en ese tornado que gira dentro de un vasito de agua. El protagonista, que lleva a cabo esta caza por encargo, a regañadientes (amenazado con castigos bien concretos y materiales, no fuegos metafísicos), es testigo cínico de ello: personajes que se ven consumidos por un mero ideal, un ideal metafísico, y que configuran sus vidas tangibles en torno a algo que no existe, ese carnero, esa maldición... más o menos como los personajes de Yoshimoto. El protagonista en cambio, que también le busca un sentido a su existencia, a su vida que no es perfecta ni luminosa, lo hace a través de la vida misma: la comida, los pequeños placeres, los libros, la música, las miradas los sonidos, las mujeres los amores, la compañía de un aire tranquilo y silencioso, la belleza de un paisaje virgen e intocado, un protagonista que no se inventa problemas ni líos para hacer interesante su vida ni que se psicoanaliza a sí mismo en largas sensaciones autocomplacientes y autoindulgentes... No me cabe duda de que Murakami se estaba burlando un poco de esa clase de relatos y novelas, de esos personajes embobados en líos metafísicos ininteligibles, elaborando, eso sí, una novela absolutamente entretenida, con una intrincada y enrevesada trama que se entiende a la perfección sin perder por ello su capacidad de sorprender e intrigar, ni tampoco para transmitir o expresar sus reflexiones filosóficas, existenciales, sociales, etc. Es una historia detectivesca pero también una especie de tratado/enfrentamiento entre escuelas filosóficas, entre puntos de vistas y cosmovisiones o estilos de vida, para enfrentarse a la realidad, y esta novela aúna a la perfección ambas vertientes: un misterio "metafísico", eso sí, protagonizado por un personaje en extremo práctico, descreído y con los pies bien puestos en la tierra, que es el modo en que pretende salir indemne de este atolladero en el que se vio envuelto tan de la nada mientras que los demás, si quieren, jueguen a sus aventuras esotéricas.
Bueno, ¿qué más queda por señalar? La prosa de Murakami, cristalina y sencilla, destaca también por un lirismo muy evocador y sugerente; con unos pocos y modestos trazos, el autor es capaz de capturar y retratar a sus personajes, sus emociones y sensaciones, los ambientes y las atmósferas en que se mueven, es capaz de transportarte y situarte en sus impactantes escenarios, de maravillarte con sus múltiples historias y personajes que surgen con agilidad y fluidez pasmosas. Y siempre manteniendo ese aire enigmático, intrigante, de perpetua tensión, pero también palpable, concreto. Tampoco falta el sentido del humor, esa ironía innata al relato, que logra aligerar también esta historia que, en el fondo, es una historia sumamente sombría, casi deprimente, en donde casi se te dice que, ni por uno ni por otro lado (ni por el lado del escapismo de las fantasías o de la imaginación, ni por el lado del pragmatismo o del empirismo) vas a poder hallar las respuestas a las inquietudes que tanto te angustian porque, quizás, el presente es una perpetua búsqueda, es decir una perpetua insatisfacción, un perpetuo "casi estoy ahí, casi lo entiendo": una cacería sin fin. Y los diálogos, por favor, diálogos afilados, inteligentes, ingeniosos, tan coquetos y juguetones como naturales, como sacados directamente de las calles y de los cafés. Es que, en verdad, La caza del carnero salvaje es una novela magnífica, sustancia y estilo a otro nivel, de una calidad prácticamente, virtualmente intachable: no tiene fisuras por ningún lado. Murakami debió comerse el coco bastante mientras escribía esto porque le quedó una obra genial, magistral, se me hacen pocos los adjetivos: la literatura está hecha de lo que este libro tiene a manos llenas.
Recomendable total, léanla sin dudas, les va a encantar estoy seguro.
¡Qué ficha bibliográfica! Este ejemplar, este libro como objeto, está hecho un desastre, pero apenas lleva en las redes bibliometruscas dos años, quizás llegó hecho jirones y luego, inevitablemente, se fue haciendo mierda cada vez más, la gente es muy descuidada. Como sea, números concretos: catorce préstamos en dos años, el año de gloria fue el 2024 con ocho de esos préstamos; aunque la tinta del estampado no es muy intensa ni negra ni nítida, las fechas están bien colocadas a excepción de ese maldito 1 de febrero del 2024, que rompe, ensucia, desprestigia por completo el orden de las otras fechas. Una lástima, ¿no?
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